Partida Rol por web

- Sea cuestión de actuar, non de intimidar. - Con aquellas palabras Lázaro sentenció al tal Tomás de Silva, o eso pensó, pues de la cuerda de su arco penosa y torcida flecha salió.

Con su arco cargado, Lázaro dispara su flecha, mas esta no sigue la trayectoria que él había pensado, pues el viento y la lluvia impiden que el mozárabe dispare con la precisión necesaria. La flecha pasa silvando entre los hombres, dando a parar contra la muralla, donde se rompe en mil astillas.

-¡Maldita sea, monje! ¡Debiéreis haber fablado con ellos para que se entregaran!

Tomás está sudando y evidentemente nervioso.

-¡Se acabó! ¡Acabad con ellos! ¡Et no perdáis de vista a Gabriel et al monje!

Y sin más, el alarife se da la vuelta y sale corriendo hacia la muralla, huyendo como el cobarde que es de cualquier posible amenaza de combate. 

Todos los hombres menos uno e inmediato se encaraman al andamiaje en dirección a Lázaro e Isidro, cuchillos y clavas en mano, dispuestos a acabar con los saboteadores, dejando a Ignacio y a Gabriel maniatados donde estaban, vigilados por el último de ellos, quien también lleva el arma desenfundada en la mano.

En la distancia, veis a Lázaro disparar una flecha, mas esta no sigue la trayectoria que él había pensado, pues el viento y la lluvia impiden que el mozárabe dispare con la precisión necesaria. La flecha pasa silvando entre los hombres, dando a parar contra la muralla, donde se rompe en mil astillas.

Tomás grita "¡Maldita sea, monje! ¡Debiéreis haber fablado con ellos para que se entregaran! ¡Se acabó! ¡Acabad con ellos! ¡Et no perdáis de vista a Gabriel et al monje!" e intenta quitarse de en medio, huyendo como el cobarde que es, en dirección a donde estáis, al interior de la muralla. 

Sus hombres se encaraman al andamiaje, camino de acabar con Lázaro e Isidro, todos excepto uno, que se queda vigilando a los dos cautivos, Gabriel e Ignacio.

Los hombres de Tomás parecen ir cruzando el puente sin problema, camino al pilar central.

Abro los ojos como platos al ver al árabe disparar una flecha. Al dar la orden Tomás de acabar con nuestros amigos, aún me asombro más. Veo como el cobarde huye para salvarse de verse implicado, y la dirección que toma Tomás es precisamente la nuestra.

-Que no se nos escape, Adso! -le digo serio al goliardo. Me acerco cuando el hombre, pies en polvorosa, pasa junto a nosotros, tratando de interceptarle y poniendo el filo de mi espada en su cuello de modo amenazante.

Adso estaba alucinado. No podía creerse lo que estaba pasando. Al final todo se había enloquecido y la lucha parecía inevitble...inevitable hasta que el que llevaba la voz cantante se dirigió en solitario hacia Arnau y Adso.

Siguiendo a su compañero el goliardo intentó atrapar al oponente que se les venía hacia ellos.

- Agora si habemosla fecho buena Isidro... - Dije apesadumbrado.

Después del primer disparo había cargado otra flecha en el arco mientras la primera volaba. Había herrado aquel disparo, quizá esa fuera la única oportunidad para nosotros, pues si el tal de Silva daba el aviso estabamos perdidos. Habría que abandonar la ciudad a toda velocidad y rezar para que no nos dieran caza por el camino. Todo el dinero invertido por el Arzobispo en aquel puente acababamos nosotros de arrojarlo al Tajo. Estaba seguro que el hombre de Dios nos haría pagar caro aquello...

...más nos valía que Arnau y Adso dieran cuenta de aquel desgraciado mientras corría por las callejas.

Adso y yo cogemos a Tomás por sorpresa. Lo tengo bien sujeto con un brazo mientras el filo de mi espada acaricia su yugular. Caminamos en dirección a sus hombres.

-Ya puede ordenar a sus hombres que se detengan. Espero que nuestros amigos estén bien, y usted aún lo desea más que nosotros, puesto que va a correr su misma suerte.

El tono de mi voz es sereno y contundente y mi pulso decidido. Seguramente debe tener la certeza de que no dudaré en segarle el cuello si la situación lo requiere, y si no es así, peor para él.

Ejerzo cierta presión con la espada, sin dañarle pero dejándole muy claro que voy en serio.

Adso le quita la mordaza que le había puesto en la boca y le dice al oído.- Ya puede hacerle caso a mi amigo o le corto el badajo, ¡¡y sin sorpresas!!- le grita Adso mientras le aprieta sus partes nobles.

Luego, se gira y vigila que no vuelvan los guardias que se habían marchado de la puerta o cualquier otro invitado inesperado.

Puedes hacerlo con las mismas condiciones que el anterior. Es vuestra última oportunidad antes de que os alcancen en la plataforma central.

Ignacio intenta empujar al hombre que le vigila, pero estando maniatado, calcula mal y falla en su embestida. El hombre de Tomás se carcajea ruidosamente mientras sus cuatro compañeros siguen acercándose a Isidro e Ignacio, quienes siguen en la plataforma central del puente, bajo las incipientes llamas cuyo avance la lluvia parece estar conteniendo.

-¿Tienes ganas de pelea, monje? ¡Jajaja! ¿Sabe, hermano? Siempre me habéis parecido unos cerdos. Sí, unos lechones. Calvos, gordos, comiendo en vuestros monasterios a salvo de todo, lejos de la penuria del mundo real. Creo que me voy a divertir haciéndote gritar como a un lechón.

El hombre, de un tajo, que bien podría haber seccionado las muñecas de Ignacio si no hubiese dado en el lugar correcto, sesga la soga que le ataba.

-Vamos. ¡Empieza a rezar, lechón! ¡Faz que tu Dios me lance uno de esos rayos! ¡Jajaja! -la risa de aquel demente resonaba en la tormenta.