Partida Rol por web

Las calles de zara se encuentras destrozadas, las antiguas calles empedradas de tiempos Romanos se encuentras cubiertas de cascotes procedentes de los edificios medio derruidos. En las zonas cercanas a las murallas los incendios aún no se han apagado, los pocos ciudadanos que han intentado hacer algo para sofocar los incendios están muertos en la calle sujetando los cubos de agua. Por todos lados se acumulan cadáveres de hombres armados, mujeres ancianos o niños.  Aun se podían ver los estandartes blancos con la cruz colgados de las ventanas, un intento vano por parte de la población de convencer a los asaltantes de que estaban atacando una ciudad cristiana.

Las iglesias tampoco habían sido respetadas. Tanto en las grandes iglesias, como la iglesia de San Donato y la iglesia de Santa María, o las pequeñas capillas habían sido saqueadas por igual.  Todos los objetos de valor, al igual que las reliquias habían sido cargados en las galeras venecianas y ahora viajaban rumbo a las arcas de la serenísima.

Cuando pasabas por delante de una de estas pequeñas capillas viste como dos soldados forraban a una muchacha sobre el altar. La muchacha no era más que una adolescente y los dos hombres llevaban ensangrentadas sobretunicas cruzadas.  

Las calles de zara se encuentras destrozadas, las antiguas calles empedradas de tiempos Romanos se encuentras cubiertas de cascotes procedentes de los edificios medio derruidos. En las zonas cercanas a las murallas los incendios aún no se han apagado, los pocos ciudadanos que han intentado hacer algo para sofocar los incendios están muertos en la calle sujetando los cubos de agua. Por todos lados se acumulan cadáveres de hombres armados, mujeres ancianos o niños.  Aun se podían ver los estandartes blancos con la cruz colgados de las ventanas, un intento vano por parte de la población de convencer a los asaltantes de que estaban atacando una ciudad cristiana.

Las iglesias tampoco habían sido respetadas. Tanto en las grandes iglesias, como la iglesia de San Donato y la iglesia de Santa María, o las pequeñas capillas habían sido saqueadas por igual.  Todos los objetos de valor, al igual que las reliquias habían sido cargados en las galeras venecianas y ahora viajaban rumbo a las arcas de la serenísima.

Cuando pasabas por delante de una de estas pequeñas capillas viste como dos soldados forraban a una muchacha sobre el altar. La muchacha no era más que una adolescente y los dos hombres llevaban ensangrentadas sobretunicas cruzadas.  

El vastago caminó por las calles con tranquilidad como quien visita el mercado de una ciudad, aunque con un ojo en el fuego purificador, observó a los muertos en busca de comida como bien era costumbre de los capadocio, pero una parte de el se repugnaba de ello. Cristof miro las calles y edificios de la ciudad con pesar, toda la arquitectura histórica a la porra, esto es algo natural entre salvajes...no entre hombres que dicen amar a Dios.

mientras pasaba miró la iglesia con cierto resquemor, la hipocresía de la orden brillaba con toda su fuerza, apenas acababa de llegar y ya se había olvidado de cu objetivo principal cuando vío como dos cruzados abusaban de una joven en el mismo altar.

esto ya es el colmo del vicio...como se atreven a tal herejía cuando incluso yo no osé tocar a una mujer en vida. Y aún menos en un altar...

Cristof se adentró en la iglesia causando una ráfaga de aire helado entrara silvando haciendo que las llamas de las antorchas se apagaran.

Miró al trio sin saber muy bien como actuar, el también portaba la cruz en su armadura y en el pomo de su espada pero nunca se sabía, sin embargo mientras avanzaba paso a paso sabía a quien se iba a comer esa noche

-Ya que tantas ganas tenéis de violencia yo satisfacere vuestros deseos...-dijo mientras condensaba las sombras alrededor de la adolescente y los templarios para facilitarle las cosas.

desenvainando la espada se avalanzó sobre uno de ellos asestandole un tajo y sin perder un segundo apuñalo al otro cruzado 2 veces.

Los bastardos cruzados intentaron defenderse, o al menos, desenvainaron sus armas. Pero la oscuridad rápidamente se cernió sobre ellos, privándoles de la vista. No pudieron ver los dos certeros golpes que acabaron con sus míseras vidas. La muchacha huyo de la sombra y se acurruco en algún lugar de la iglesia.

Tras saciarte con la sangre de los dos, dejaste que la sobras se diluyeran para poder volver a ver el entorno. Entonces tus ojos se cruzaron con los de un hombre, era un hombre bajo y con tonsura que vestía hábitos de sacerdote. En sus ojos no había ni miedo, ni terror por lo que había vistos, más bien parecía que comprendía que había pasado.

La oscuridad, espesa como el petróleo, se diluyo poco a poco dejando al descubierto al hombre alto y fuerte, la pechera de su túnica tenia manchas de sangre y los dos cruzados yacían muertos a sus pies.

Vuestras miradas se cruzaron en la inmensidad del sacro recinto, el silencio era total, solo interrumpido por los sollozos de la mujer que permanecía semidesnuda y acurrucada en una esquina. Los cuerpos de los dos soldados cruzados aparecían tumbados al lado del altar con la piel blanca como la cera.

Francesco vio la escena sin mostrar su condición, aquel cainita ajusticio a los dos hombres salvando a la mujer.  Sin duda aquellos hombres merecían aquel destino, pero un Lasombra actuando por bondad resultaba difícil de creer.

Puedes irte en paz dijo a la muchacha mientras su mirada se cruzaba con la del justiciero.

Mi nombre es Francesco, acabo de llegar de Venecia.

Las calles de zara se encuentras destrozadas, las antiguas calles empedradas de tiempos Romanos se encuentras cubiertas de cascotes procedentes de los edificios medio derruidos. En las zonas cercanas a las murallas los incendios habían ocasionado los peores daños, derruyendo edificios enteros. En las calles, los escasos ciudadanos que aun habitaba la ciudad, habían retirado algunos escombros dejando una especie de senda entre toda la destrucción. En alguna esquina, debajo de los cascotes, aun se podía vislumbrar el cadáver de hombres armados, mujeres ancianos o niños. Los estandartes blancos con la cruz colgados de las ventanas. Estandartes colgados por la población, no por los cruzados. En un intento vano de convencer a los asaltantes de que estaban atacando una ciudad cristiana, los ciudadanos habían colgado dichos estandartes.

Las iglesias tampoco habían sido respetadas. Tanto en las grandes iglesias, como la iglesia de San Donato y la iglesia de Santa María, o las pequeñas capillas habían sido saqueadas por igual.  Todos los objetos de valor, al igual que las reliquias habían sido cargados en las galeras venecianas y ahora viajaban rumbo a las arcas de la serenísima.

Cuando caminas por las calles desérticas debido al toque de queda, escuchas a lo lejos el ladrido de una jauría de perros y los gritos de hombres arengando a los animales.

Las calles de zara se encuentras destrozadas, las antiguas calles empedradas de tiempos Romanos se encuentras cubiertas de cascotes procedentes de los edificios medio derruidos. En las zonas cercanas a las murallas los incendios habían ocasionado los peores daños, derruyendo edificios enteros. En las calles, los escasos ciudadanos que aun habitaba la ciudad, habían retirado algunos escombros dejando una especie de senda entre toda la destrucción. En alguna esquina, debajo de los cascotes, aun se podía vislumbrar el cadáver de hombres armados, mujeres ancianos o niños. Los estandartes blancos con la cruz colgados de las ventanas. Estandartes colgados por la población, no por los cruzados. En un intento vano de convencer a los asaltantes de que estaban atacando una ciudad cristiana, los ciudadanos habían colgado dichos estandartes.

Las iglesias tampoco habían sido respetadas. Tanto en las grandes iglesias, como la iglesia de San Donato y la iglesia de Santa María, o las pequeñas capillas habían sido saqueadas por igual.  Todos los objetos de valor, al igual que las reliquias habían sido cargados en las galeras venecianas y ahora viajaban rumbo a las arcas de la serenísima.

Cuando caminas por las calles desérticas debido al toque de queda, escuchas a lo lejos el ladrido de una jauría de perros y los gritos de hombres arengando a los animales.

Las calles de zara se encuentras destrozadas, las antiguas calles empedradas de tiempos Romanos se encuentras cubiertas de cascotes procedentes de los edificios medio derruidos. En las zonas cercanas a las murallas los incendios habían ocasionado los peores daños, derruyendo edificios enteros. En las calles, los escasos ciudadanos que aun habitaba la ciudad, habían retirado algunos escombros dejando una especie de senda entre toda la destrucción. En alguna esquina, debajo de los cascotes, aun se podía vislumbrar el cadáver de hombres armados, mujeres ancianos o niños. Los estandartes blancos con la cruz colgados de las ventanas. Estandartes colgados por la población, no por los cruzados. En un intento vano de convencer a los asaltantes de que estaban atacando una ciudad cristiana, los ciudadanos habían colgado dichos estandartes.

Las iglesias tampoco habían sido respetadas. Tanto en las grandes iglesias, como la iglesia de San Donato y la iglesia de Santa María, o las pequeñas capillas habían sido saqueadas por igual.  Todos los objetos de valor, al igual que las reliquias habían sido cargados en las galeras venecianas y ahora viajaban rumbo a las arcas de la serenísima.

Cuando caminas por las calles desérticas debido al toque de queda, escuchas a lo lejos el ladrido de una jauría de perros y los gritos de hombres arengando a los animales.

Rinaldo camina lentamente a través de la destrucción de la ciudad, esquivando los cascotes caídos de los edificios. El hombre reflexiona mientras observa los estandartes colgados de las ventanas. Pobres desgraciados. Pensaron que eso les frenaría. Cuando das rienda suelta a los perros de la guerra nada los detiene. Ni la iglesia, ni nada.

Como si los hubiera invocado con su pensamiento. Rinaldo comienza a oír a lo lejos ladridos, mezcladas con las voces de hombres que parecen azuzarles.

Rápidamente el vampiro dio por hecho que aquel grupo formaría parte de los templarios. Los encargados de hacer cumplir el toque de queda. Dudo en su manera de proceder. Quería ver a los líderes cruzados, pero encontrarse con una patrulla... Decidió permanecer en la calle. Intentaría dialogar con los hombres que se acercaban. Rinaldo se había cansado de huir y de esconderse. No iba nadie a decirle cuando podía ir por la calle o no

Al entrar en Zara siento un escalofrío que recorre mi espalda. La destrucción de la ciudad es evidente. Esos pobres ciudadanos han sido víctima de las intrigas y deudas políticas. Han pagado con su vida la nefasta gestión de personas que jamás sufrirán las consecuencias de sus actos.

Se santiguó, más por costumbre que porque siguiera creyendo en Dios.

Qué desastre, qué desastre... pobres niños, mujeres.. dios mio, qué desastre..

Camino con cuidado por las calles buscando algún monasterio o alguna biblioteca, o algún sitio para resguardarme...

Cuando escucho los ladridos de perros intento parapetarme en algún sitio. Tal vez subir a algún alto para obervar con cautela como transcurren los hechos.

Una vez cumplido su objetivo mas importante de una manera un tanto diferente, el cruzado alzó los ojos para ver a un "hombre de Dios", con su espada realizó una floritura y la metió en su vaina. Tomó las capas de los cruzados cuando Una mirada fria cruzó su cara al escuchar como se dirigía a la joven que "EL" había salvado, mantuvo la calma, se dirigió a la muchacha semidesnuda tendiendole las capas de los templarios para que se tapara.

-tranquila, quedate a mi lado, no te pasará nada-tras pensar por un instante, discretamente se cortó en el antebrazo con la espada y le tendió el brazo a la chica-necesito que me cures la herida....por favor lamela

Mientras estaba en ello se giró hacia el invitado nada deseado y asintió

Cristof Romuald, acabo de llegar también...desde Napoles...-hizo una pausa en la que dejo una advertencia-no suelo permitir que se metan en mis asuntos...sobre todo cuando han finalizado, pero considerando que no nos conocemos te haré el favor de perdonar esta falta de ética....mas aún cuando estamos los dos solos.

-ahora dime...FranÇois, que le trae a venecia y que sabe sobre quienes residen aquí

La semilla de la destrucción había germinado con fuerza en Zara y los atacantes se había arrogado el derecho a hacer lo que buenamente les apeteciese con los vencidos. Los pasos de Enzo iban seguidos de la melancólica visión de una ciudad derruida, destrozada por el fuego de la guerra.

No sería la primera en la caer. Tampoco la última.

El Nosferatu murmuró para sus adentros una maldición y escuchó los ladridos de los perros de la guerra aproximarse en su dirección. Enzo sabía bien que los animales, al igual que los niños, no eran las víctimas predilectas de su herencia maldita, así que optó por ocultarse en las primeras ruinas que encontrara lo suficientemente seguras y oscuras para envolverse en las sombras. No quería ser visto ni oído. No al menos de momento.

Confiaría en su sigilo natural y en el hedor a devastación que plagaba el aire para pasar inadvertido a los animales y a los soldados.

La chica coge la capa y sale corriendo, sin dar la más mínima opción de acercarse a Cristoff. En la capilla ya solo quedan los dos hombres mirándose el uno al otro. Las sombras parecen arremolinarse entorno a Cristoff mientras avanza por la capilla en dirección a Francesco.

Por la calle avanza una cuadrilla de hombres de armas fuertemente armados, no parecen ni venecianos ni cruzados, no llevan ningún símbolo sobre sus casacas y cotas de malla. Atados por correas llevan a una pequeña jauría de perros, todos ellos son blancos como la nieve a excepción de unas curiosas manchas negras en forma de círculos que cubren su cuerpo¹.

Los perros llegan hasta la calle en la que esperas y comienzan a ladrarte. ¡Tranquilos! ¡Tranquilos! Le dice uno de los hombres a los perros. Otro, un hombre fornido y con pinta de jefe, lleva a la cintura una espada, no como el resto del grupo que van armados con hachas, mazas y antorchas. El hombre carraspea y saca un trozo de papel. El ilustrísimo y excepcionalmente inteligente príncipe de Zara, Gari Flamcourt pide la comparecencia de todas las criaturas de la noche en su Eliseo, con motivo del “pequeño incidente” a fin de conocer a los superviviente y contar unos cuantos chistes.

El hombre guarda con desgana el papel. ¿Por favor, si es tan amable de acompañarme?

Te escondes en las sombras y puedes ver cómo avanza por la calle una cuadrilla de hombres de armas fuertemente armados, no parecen ni venecianos ni cruzados, no llevan ningún símbolo sobre sus casacas y cotas de malla. Atados por correas llevan a una pequeña jauría de perros, todos ellos son blancos como la nieve a excepción de unas curiosas manchas negras en forma de círculos que cubren su cuerpo¹.

En mitad de la calle un hombre se detiene y espera pacientemente la llegada de los perros. Es un hombre fuerte y con pinta de noble por las vestimentas que lleva y el escudo heráldico que lleva sobre ellas.

Los perros llegan hasta la calle y comienzan a ladrar al hombre que espera en mitad de la calle. ¡Tranquilos! ¡Tranquilos! Le dice uno de los hombres a los perros. Otro, un hombre fornido y con pinta de jefe, lleva a la cintura una espada, no como el resto del grupo que van armados con hachas, mazas y antorchas. El hombre carraspea y saca un trozo de papel. El ilustrísimo y excepcionalmente inteligente príncipe de Zara, Gari Flamcourt pide la comparecencia de todas las criaturas de la noche en su Eliseo, con motivo del “pequeño incidente” a fin de conocer a los superviviente y contar unos cuantos chistes.

El hombre guarda con desgana el papel y le indica al noble. ¿Por favor, si es tan amable de acompañarme?