Partida Rol por web

Din asintió y agachó la cabeza a la espera de la orden de Ser Hadder que le indicara que podía partir. Aunque quizá el Maestre tenía algo más que añadir.

En cualquier caso, Russ se encargaría de escoger al guardia que acompañaría al Forestal para asistir al Maestre. Confiaba en poder hablar en privado con el Matatoros y que éste entendiera la situación sin tener que explayarse con explicaciones. Era un asunto delicado.

-Bien, -Dice Ser Hadder.- es todo, Din. Puedes retirarte. Maestre Ammon y yo tenemos cosas que hacer. Y, por favor, haz entrar al Septón Eulocis cuando salgas. Seguro que se ha quedado rezando en el pasillo.

- Así se hará, mi Señor. - Indicó Din agachando la cabeza. Luego se retiró sin dar la espalda en ningún momento a Ser Hadder como indicaba el protocolo.

Salió de la sala dejando a los presentes y partió en busca de Russ.

Din salió de la sala donde estaba reunido con Ser Hadder y el Maestre y se cruzó con el Septón Eulocis a la salida.

Agachó la cabeza a modo de saludo: - Buen Septón, Ser Hadder le está esperando. Me ha pedido que le avise de que ya puede entrar. -

Hizo una ligera reverencia y se alejó con pasos rápidos tratando de alcanzar al Matatoros.

- Russ, ¡espera! Tenemos que hablar un minuto. -

-Muchas gracias, Din. -Responde el Septón, apaciblemente. Acto seguido, con lentitud, y no poco esfuerzo, se levanta de su asiento y entra en la sala.

-Buenos días, Eulocis. -Saluda Ser Hadder sin demasiada alegría. Puede suponer, por la apacible expresión del Septón, que no ha sabido aún nada del incidente de la noche anterior. Y no arde en deseos de ser quien se lo cuente. SIn embargo, sabe que debe hacerlo.

-Bien entrados, ya. -Replica el Septón con una sonrisa.- Aunque veo que el Herrero está con vos, hoy. Os veo muy trabajador... ¿Alguna nueva?

-Bien... sí. -Responde Ser Hadder inspirando hondo.- Problemas, más bien.

"Cuanto antes lo diga, mejor"

-Alguien atentó ayer contra el altar de los Siete. Quemaron todas las figuras. El Maestre Ammon y Din parecen estar de acuerdo en que... el culpable es alguien del propio castillo.

El Septón se había quedado estupefacto, con la boca y los ojos abiertos por el horror.

-¡Mi... mi Señor! -Acertó a Balbucear- ¡No podéis consentir esto! ¡Es un atentado contra lo más Sagrado, por no mencionar a vuestra propia autoridad! ¡El culpable debe ser castigado, o lo seremos nosotros! ¡Sea quien se--

De pronto el Septón se detuvo en seco. Con un respingo, la luz se hizo en su mente, y la Vieja le mostró la verdad con nitidez cristalina. La Vieja...

-¡Nana...! -Apenas susurró.

Ser Hadder escuchó las últimas palabras del anciano y maldijo hacia sus adentros. Esto era lo que se temía y se esperaba. No podía negar que él mismo había considerado la posibilidad, pero Nana había traído a sus hijos al mundo, y había sido fiel a su persona y a la familia durante muchos años. No creía que fuera capaz de un acto de traición como aquel. Y si así fuera, por lo menos quería estar seguro, antes de acusarla.

-¡Vamos, vamos, Eulocis! -Exclamó.- ¡No podemos saber si es ella seguro! ¡El Maester está haciendo unas pruebas...!

-¡No, no! Mi Señor Ser Hadder, es ella. -Exclamó el Septón. Lo veía tan claro ahora...- La elegí para representar a la Vieja en una ceremonia a unos Dioses a los que detesta, porque es una hereje adoradora de dioses falsos y... ¡una bruja! ¡La elegí, y ha querido vengarse de mi, de vos y de los Siete! ¡Es ella, os digo, hay que castigarla, hay que... !

-¡¡Basta!! -Brama Ser Hadder, con fuerza, al tiempo que se levanta de su silla. Se hace el silencio en la sala, y el caballero habla con determinación.

-No haremos nada hasta estar YO seguro de quién es el responsable. El Maestre Ammon está estudiando las pruebas y cree que podrá decirnos algo a ciencia cierta hoy, o mañana. Hasta entonces, nada se hará contra nadie. Es más, nada se hará y nada se DIRÁ respecto a este tema hasta que YO, señor de este castillo, diga lo contrario ¿entendido, Eulocis?

El Septón mira al suelo, con el ceño fruncido. Sabe que se ha dejado llevar, y sabe que ha hablado fuera de lugar, pero... no puede creer el sacrilegio que esa vieja bruja...

-Entendido, mi Señor Hadder. -Dice, casi temblando.- Lo lamento.

Ser Hadder vuelve a sentarse, todavía molesto. Detesta enfrentarse al Septón. Le parece estar ofendiendo a los Siete, al reñir con uno de sus ministros. Hace un esfuerzo por calmarse y esboza un gesto conciliador.

-No discutamos más, Eulocis. Os prometo que haremos lo posible por castigar al culpable. Y, si es necesario, realizaremos una ceremonia para congraciarnos con los Siete. ¿Qué os parece?

El Septón asiente, todavía nervioso.

-Sí... sí. Me parece una buena idea. Haré los preparativos necesarios.

     -Buenos días, Septón Eulocis -dice Ammon desde su silla. El Maestre está visiblemente cansado y no deja de dar breves sorbos a la taza situada en la mesa frente a él-. Buenos días aunque pesarosos... Mis condolencias, Eulocis: comprendo vuestros tormentosos sentimientos y los comparto. En todo caso, ahora es tiempo de calma y sobriedad: si podemos averiguar la identidad del pirómano, y así lo quieran los Siete, bien; pero si no debemos esforzarnos por aparentar normalidad. Aunque el dolor siga arraigado por dentro no podemos dar signos de debilidad, pues muchos son los enemigos y muchos más los ojos y oídos que ven y escuchan para ellos.
     Ammon cabecea para sí, despacio. 
     -En cuanto al culpable, no nos apresuremos en darle nombre: a mí se me ocurren no menos de tres, y ya me siento injusto por sospechar de ellos. Esperemos a las pruebas, que llegarán pronto.

El Septón asiente lentamente ante las palabras del Maestre.

-Sí... tenéis razón mis buenos Ser Hadder y Maestre Ammon. Perdonad las aflicciones de un pobre anciano. Hágase como decís, pues. Estoy convencido del que el Padre y la Vieja os darán buen juicio y sabiduría para descubrir la verdad.

-Estoy convencido. -Dice Ser Hadder.- Bien, pasemos a temas menos agoreros.

El caballero se levanta y pasea por la sala, con la mirada perdida, mientras empieza a hablar.

-Creo que va siendo hora de comenzar a forjar relaciones con casas vecinas. De hacernos con algún aliado. Entre los Lannister, los Lefford, los Crakehall, los hombres del hierro e incluso los propios Tully, tenemos demasiados enemigos. Tenemos que empezar a hacer amigos, o no duraremos. Cuanto más poderosos, mejor. -Hace una pausa y encara a sus dos interlocutores.- Por ello, he resuelto empezar a buscar posibles partidos para mis hijos e hijas. Por supuesto, aún son demasiado jóvenes, pero sería bueno que empecemos a establecer relación cuanto antes, lo cual nos evita la necesidad de decidirnos ahora, si no tan sólo trabajar dichas relaciones. Por otra parte, otra posibilidad podría ser mandar a alguno de los pequeños a ser tutelado durante algún tiempo a alguna casa vecina. Tal vez incluso tutelar nosotros al hijo de algún noble, aunque esto será difícil a no ser que sea una casa que se encuentre muy mal económicamente, dado que aún no inspiramos demasiada confianza.

Ser Hadder se dirige ahora al Maestre:

-Por lo tanto, Maestre Ammon, contadme qué sabéis acerca del estado económico y la prole casadera de las casas Mallister, Blackwood, Bracken, Frey y Tully.

-Por los Siete, Ser Hadder -Interviene el Septón- espero que no estéis considerando casar a uno de vuestros hijos con algún Tully, descendientes de vuestro propio padre. Eso sería incesto, y los Dioses lo verían con muy malos ojos...

-No, no. Por supuesto -Concede Ser Hadder.- A los Tully los consideraremos sólo para alguna tutela, lo cual fortalecería nuestra propia legitimidad como Tullys.