Partida Rol por web

Lo cierto es que los rostros de aquellos supervivientes eran dignos de ser recordados. Entendían por vuestras explicaciones que érais su equipo de rescate, pero en realidad habíais sufrido la misma suerte que ellos. Para colmo, vuestras vía de escape, el piloto del helicóptero, ya no estaría en el punto de encuentro.

Nuestra intención es es viajar hasta la playa sur -dijo la científica María López sin dejar de conducir y mirar al frente-, bueno, mejor dicho, la única playa de la isla -(pues Isla Muerta estaba rodeada de montañas en su perímetro excepto en la cala del sur). Atravesaremos toda la isla, puesto que tenemos combustible suficiente. Será mejor que en aquel punto algún barco nos divise y pueda rescatarnos.

Eso sí -dijo entonces el guardia de seguridad-. De camino a la playa hay una instalación de INGEN, ¿no es así, doctora? -hablando a López, y ésta asintió algo dubitativa...-. Es mejor pasar por allí e intentar pedir ayuda por radio a Isla Sorna, pues supongo que ese lugar sí que está operativo. Tal vez nos puedan enviar un transporte a la playa en vez de aguardar al primer barco que pase...

Menudo plan, señores -añadía Calvin furioso por dentro, lo que en realidad era fruto de la desesperación y la frustración-. Seguro que usted, señorita Wan, tiene un listado de cosas terribles de este paraje como acabar con el pez gordo de Hammond en un santiamén... -la joven no dijo nada, pues siendo fría como el hielo, sólo se limitó a mirar al frente; pero en su interior debía estar asintiendo-.

Rachel Wan parecía saberse la isla de memoria. En realidad su trabajo como comisaria estaba enfocado en perfilar los errores y fallos del trabajo de Hammond en general. Vamos, que su fin último era encontrar la excusa perfecta para acabar con los sueños del gran empresario de genética. Wan os informó, mientras íbais en el jeep con el otro motorista en paralelo que aún quedaban unos sesenta kilómetros para llegar a la instalación que estaba de camino. Al decir esto María López miró de reojo y tragó algo de saliva. Ahora, ante vosotros se os presentaba un vasto territorio de llanuras que habíais de cruzar. Y así lo hicísteis. Rodeando algunas montañas (ya que atravesarlas era imposible) encontrásteis una pequeña manada de Ankylosaurus bebiendo en un pequeño lago, así como una bandadas de Pterodáctyles volando en las alturas, casi entre las nubes.

La imagen de libertad animal era bastante singular. Rachel advirtió también, un buen rato de conducción después, que os encontrábais en el área de los Tyrannosaurios. Quince minutos después, cerca ya del mediodía, divisásteis un ejemplar que se estaba alimentando de los restos de otro animal junto a un arroyo. Helen volvió a cuestionarse la eterna pregunta de si aquel ser era cazador o carroñero, mientras Calvin y Roy acercaban sus manos a sus armas. Sin embargo, el Rex entendió que había bastante distancia entre vosotros y él, y tan sólo giró su cuello y para quedarse observando el paso de los vehículos fijamente sin abandonar su almuerzo para perseguirles. Y aquello os alivió sobremanera.

-Sesenta kilómetros- Pensé en voz alta, muy alta. Todos me miraron y enrojecí. ¿Tendremos suficiente combustible para llegar a la próxima instalación? Pregunté en general a nuestros nuevos acompañantes. Estoy con Gambit, al llegar al siguiente Puesto deberíamos pedir ayuda a Isla Sorna, puede que hasta mañana o dentro de varios días no pase ningún barco...debemos ir sobre seguros.

Observé con curiosidad a los nuevos dinosaurios que íbamos viendo. Estar en el Jeep nos daba seguridad, aún asi mi escopeta estaba lista para ser utilizada. Y entonces vimos al rey de la isla, el Tyrannosaurios Rex. Por suerte para nosotros el Rex estaba alimentándose, y debido a que le sacabamos bastante distancia no se inmutó demasiado al vernos...uff que alivio. Al alejarnos del Rex giré la cabeza para verle un poco más. Miré a Helen como observaba a los dinosaurios y no puede evitar sonreir. Creo que desde que pisamos la isla era el momento que más estábamos disfrutando.

-Estoy de acuerdo con Roy y Gambit. Puede que lo más útil sea pedir ayuda a Isla Sorna cuando lleguemos al siguiente puesto -opiné, manteniéndome un tanto asustada por la perspectiva de tener que pasar varios días en la playa aguardando a que un barco nos divisara-. No sabemos cuándo pasará el siguiente barco y, si nos quedamos aguardando en la playa, puede que nos expongamos demasiado a ser vistos por algún depredador.

Desde la relativa seguridad que nos ofrecía el jeep, observé fascinada aquellas especies de dinosaurios, que durante muchos años había considerado como seres extintos y que ahora se hallaban vivos ante nuestros ojos gracias a las maravillas de la genética. Era fascinante poder mirar a aquellos animales con millones de años de antigüedad, vivos. Sin duda, el proyecto de Hammond había realizado un gran avance para la biología, zoología y paleontología, pero después de haber asistido a lo que algunas de esas criaturas podían hacer, ¿a qué precio? Con una leve sonrisa, observé al T-Rex, pensativa.

-Doctora López, ¿sabe si el Tyrannosaurio es cazador o carroñero? -le pregunté, muy intrigada-. Siempre he tenido esa duda.

Sí, en principio si, Roy -dijo Gambit mirando el medidor del depósito-. La doctora López nos llevó hasta la sala de almacenes y ahí pudimos llenar el depósito por completo desde unas garrafas llenas de combustible. La moto también.

Son ambas cosas. La cadena genética que guardamos tiene modificados varios comportamientos primigenios -dijo López mirando al frente, conduciendo-. Y esas modificaciones están "instaladas" en el nuevo comportamiento adquirido en la crianza de los Rex en esta Isla. Esa dicotomía de la que hablas, Helen, ya está superada -añadió-, será lo que nosotros, en INGEN, decidamos. Los dos ejemplares de la isla, por desgracia en estos momentos... son predadores. Cazan, y lo hacen muy bien, así los hemos diseñado. Entonces se hizo un poco de silencio, y Helen quedó algo pensativa.

Finalmente, con vuestra opinión se formalizó la ruta a seguir: la siguiente instalación de INGEN de camino a la playa sur. Estuvísteis durante unos veinticico minutos avanzando a paso lento sobre el jeep, aunque Marcus Strutz, el comisario de las Naciones Unidas que iba en la motocicleta, a veces se adelantaba en el vehículo a modo de avanzadilla. Tres recorrero algo más de la mitad de esos sesenta kilómetros oísteis un gran petardazo justo delante de vosotros.

¡¡BBBRRR...PAAAAFFFFF!!

El capó del vehículo restalló, provocando el eco del motor interno del transporte. En aquel instante una gran bocanada de humo salió de aquel espacio interno, impidiéndoos la visión de lo que teníais delante. María López dió un frenazo que os puso en sobre aviso, mientras el jeep se iba deteniendo poco a poco: el motor del coche se había gripado. Marcus detuvo al lado su moto al ver la humareda.

Inservible... -dijo entonces con un inglés envuelto en un marcado acento alemán-. Ésto no puede estar pasando... aún quedan bastantes kilómetros.

Es un desastre, un maldito desastre -añadió Rachel, compungida y enfadada por toda aquella situación-. Ésto la caída definitiva de John Hammond, está claro. Me encargaré de que el mundo sepa sobre esta pesadilla...

¡Basta ya! Roy, Helen y yo no hemos llegado hasta aquí para oir lamentos -Calvin parecía sacar fuerzas de donde no las había-. ¿Cuánto puede quedarnos hasta la instalación, Johnny?

Treinta kilómetros, aproximadamente -respondió-. Andando y haciendo paradas justa, puede que nos lleve recorrerlo un día más o menos.

Pues hay que avanzar. Caminar y caminar, intentando tomar las mejores rutas para ello -volvió a decir Calvin-. Si al menos Casey estuviera aún aquí..., sabría guiarnos., ¡mierda! -acto seguido, se armó, deslizando su ametralladora desde su espalda, hasta sus manos-. Ahora Roy, Helen y uno mismo tomamos el mando, ¿está claro? -añadió de modo impositivo mientras el resco acataba las órdenes-. Y es que aquella loca huida hacia el sur de Isla Muerta os había llevado a estar más desprotegidos que nunca.

Varias horas después, tras recorrer ya a pie varios páramos y algunas hondonadas y arroyos, notásteis que el suelo temblaba. No era un temblor intermitenten, sino constante, el cual aumentaba a medida que pasaban los segundos. Antes de que pudiérais reaccionar, todos os vísteis envueltos en una gran estampida de Gallimimus procedente de las estribaciones aledañas. corrían hacia vosotros, y tal vez no pudiérais escapar de aquella ola de animales veloces.

Al divisar aquella estampida de Gallimimus, supe que algo iba a mal. Eran demasiado como para que pudiéramos apartarnos a un lado y evitar ser embestidos. Pese a no ser dinosaurios especialmente grandes, suponía que un golpe frontal con una de aquellas criaturas debía de resultar mortal, por lo que no dudé en un ningún momento sobre lo que debía hacer.

-¡Corred! -vociferé, asustada.

Sin añadir palabra alguna, decidí correr todo lo deprisa que me lo permitían las piernas para tratar de dejar atrás a los Gallimimus o tomar un rumbo contrario al que ellos parecían estar tomando. Ver a toda una manada de aquellas criaturas corriendo despavoridas me hizo preguntarme de inmediato de qué estarían huyendo, aunque en esos momentos la identidad del posible depredador que les perseguía era lo menos importante. Solo quería mantenerme apartada de aquella estampida.

Asustado por ver aquella estampida de Gallimimus, apenas pude reaccionar, corría por inercia, siguiendo los pasos de Helen y Calvin. Iba desorientado y aguantando el equilibrio a duras penas. Con la pistola en la manos intentando no perderla, se disparó un par de veces, lo que hacía que aquellos bichos actuasen aún más nervioso.

- Subamos a un árbol - grite a Helen y Calvin aunque con el ruido y el temblor del suelo no estaba seguro de si habían alcanzado a oirme.

Buscaba un árbol al que poder trepar, pues estaba claro que mucho tiempo corriendo no iba a aguantar. Notaba como casi me rozaban aquellos dinosaurios y el nerviosismo me hacía estar más patoso que nunca.

Por mucho que intento esquivar a los Gallimimus no lo consigo y uno de ellos me golpea. Consigo agacharme y no me hace mucho daño. Pero pierdo mi arma, que en esos momento la llevaba en las manos y todo mi afán era no perderla. Continuo corriendo, sin detenerme ni siquiera a coger mi pistola. Quedarme quieto sería mi fin, decido continuar y olvidarme de la pistola.