Partida Rol por web

- Si lo que le preocupa es eso, la empresa Wayne-Barnes se hará cargo de ellas, no sé por que razón mi marido y Jackson Elías confiaban en usted, pero pienso seguir con esa confianza hasta que demuestre lo contrario. Por la presente considere que todas las deudas que tuviera hasta el día de hoy están saldadas. La mujer, de armas tomar y dinero dar consideró hacer lo mismo con los demás, pero por fortuna creía, que ellos habían entendido que serían más que ricos al acabar el último encargo de los dos hombres de su vida, su marido y su mentor.

 Shepley se había quedado totalmente descolocado tras ver el contenido del dossier. ¿Quería formar parte de aquello? Lo cierto es que no estaba muy seguro, aunque de algún modo sentía que ya no tenía elección. Seguramente el mero hecho de conocer la existencia de aquel asunto le obligaba a seguir adelante. Se tomó un momento, respiró hondo y habló:

- Y bien señores, ¿que opinan ustedes? ¿Tienen intención de seguir adelante con este…asunto?

- Creo que debemos seguir juntos, fuimos elegidos por Jackson Elías y mi difunto marido. Pueden pensar lo que quieran sobre Bruce, pero entre los adjetivos calificativos que propondrán no estará el de impulsivo...

- Además, Jackson Elías nunca elegiría a alguien arbitrariamente.

- Cuenten conmigo para lo que sea menester....ya despues de todo....que mas da.

El escritor miró con incredulidad el contenido del dossier mientras el resto discutían su próximo movimiento. Por unos instantes, pensó en volver a su vida anterior y olvidar todo aquel asunto. ¿Qué pintaba alguien como él viajando por el mundo? Por muy tentador que fuese el dinero, debería mantener los pies en la tierra y encontrar un buen empleo. Uno que le permitiese tener un colchón económico mientras escribía su primera novela.

Entonces, Frederick Forsyth, el causante indirecto de su despido, habló.

—¿Está seguro, doctor Forsyth? Si usted, que fue quien más se ha arriesgado por nosotros, está dispuesto a continuar, no soy nadie para negarme. Pero me temo que mi ayuda será poco relevante.

- Mire usted, señor Nowak. Lo cierto es que en mi carrera militar como medico de campaña, siempre habia conocido el peligro a trabés de mis pacientes. Y alguna cosa me recorrio el cuerpo, en los aconteciientos recientes. 

A la edad que tengo, lo cierto es que no me apetece quedarme en casa, esperando que la muerte por vejez, llame a mi puerta.

- Yo daría mi vida gustosa por cualquiera de ustedes, Jackson Elías les escogió para este cometido de vital importancia para la humanidad, por ello no dudaré en defenderles y ayudarles hasta las últimas consecuencias. Jenny, estaba tensa al decir aquello, como si sus palabras fueran más allá de una promesa, más bien sonaba a un juramento en toda regla.

Al Padre Nathaniel Rixton lo único que le interesaba de momento era la vida en la tierra, puesto que la vida en los cielos probablemente se había vestido de la forma adecuada como para tenerla ya ganada; un truco que se puede utilizar en bastantes sitios si llevas la ropa correcta junto con una cara seria y que parezca que sepas a donde vas y si tal algún accesorio como una escalera o una tableta de notas, es suficiente.

-Bueno pues... ¿Y cuando nos vamos?. -Inquirió el hombre, temeroso de que vinieran los vagabundos armados- Que total, no me voy a quitar el tufo a extranjero en un buen tiempo, mejor será quitarme la espinilla de una sola vez. Además, cuanto antes, antes podré construir un campanario inmenso...

 Shepley asintió en silencio a las palabras del resto del grupo. A continuación habló, sintiendo que la decisión estaba tomada. 

- Está bien, yo estoy con ustedes. Cuenten conmigo -anunció. - Por suerte o por desgracia estamos juntos en esto, así que adelante. Al hilo de lo que dice el padre, ¿tienen fecha esos billetes? Si la partida es próxima deberíamos prepararnos.

Después de decidir que todos ellos se embarcarían en el viaje al Orient Express, mientras recogían el contenido de la taquilla que iban a necesitar, una nota cayó de entre uno de los pasaportes del dossier.

«Guardad bien el guardapelo. Es fundamental.»

 Su siguiente paso sería ir al puerto de Elisabeth y tomar desde allí el transatlántico SS City of New York hasta Europa, donde desembarcarían en Le Havre. De allí, deberían tomar un tren a París, donde les esperaría el majestuoso Orient Express.

Por parte de Nathaniel Rixton, este no llevaba nada que llamara la atención, a fin de cuentas no tenía nada que llevar desde que la iglesia ardió en aquel fatídito incidente -y no tanto accidente- pero si todo esto pudiera llevarlo a una época de paz y tranquilidad, bien bienvenido sea.

Tan solo llevaba ropa, mudas y evidentemente Biblias y cruces; si por casualidad en su viaje se encontraba con el Papa o algún Obispo o Cardenal de alto rango iba a pedirles que le firmara sus cosas, evidentemente. Había por el mundo mucho creyente crédulo y mucha gente más papista que el propio Papa al cual vender estas cosas.

Por otro lado, también llevaba traje para el invierno, para la playa y... bolsas con el símbolo del dolar vacías -aún-, así como esos transportadores de cuadros completamente vacíos; estaba cargado de aire y muchas esperanzas.

Lo primero que hace Jenny es pedir un permiso de armas al gobernador de Massachussets, un permiso o licencia que le permita llevar consigo las dos armas en los principales países europeos, entre ellos España, que siendo sincera fue bastante sencillo y barato de conseguir.

A continuación se informó de las paradas que llevaba a cabo el Orient Express y pidió mapas de cada uno de los paises y de las ciudades visitadas: París, Estrasburgo, Múnich, Viena, Budapest, Bucarest, Varna y Estambul, entre Budapest y Bucarest había una parada en Giurgiu, esta última le sorprendió ya que ni siquiera le sonaba esa región de Rumanía, hizo inciso en ella sobre las demás y la estudió a fondo.

Concertó una cita con el abogado para dejar testamento, en caso de fallecimiento o una desaparición prolongada de más de siete años, su hermano John Barnes heredaría todo lo que ahora mismo poseía Jenny. Su hermano vivía desde hacía diez años en Londres, quizás podrían coincidir, así que le avisó de su llegada con un telegrama.

Por último preparó las maletas, con ropa de abrigo y con un botiquín incluido. Luego tan solo quedó a la espera de los demás.

El Doctor, no necesitaba demasiado, con su maleta de repa, su maletin de medico i el baston, tenia lo que necesitaba.

 Para David Shepley no fue lo más difícil preparar el equipaje. No le llevó mucho tiempo meter en una maleta la ropa necesaria para pasar una buena temporada fuera de casa, principalmente porque no tenía demasiada y acabó metiendo casi todo. Por supuesto incluyó los elegantes trajes que utilizaba en sus representaciones, incluyendo la capa y el sombrero de copa. Además se llevaba también alguno de los utensilios que necesitaba para sus trucos, como un juego de ganzúas, una baraja de cartas o el bastón que normalmente le acompañaba. 

 Pero lo más complicado fue hacerles entender a su mujer, Elizabeth, y a su hijo Jamie que tendría que ausentarse de casa  una buena temporada. David les habló de la extraordinaria recompensa económica que podía conseguir si todo salía bien. Les prometió que les escribiría desde cada nuevo puerto al que llegaran, desde cada ciudad en la que se alojaran. Les aseguró que les mandaría dinero si era posible, y que les traería recuerdos de cada rincón del viejo mundo. Les contó que de alguna manera había sido elegido para aquella misión, y que no podía rechazarla. Les juró que regresaría sano y salvo, y con un futuro mejor para todos. 
 Pero todas aquellas palabras apenas sirvieron para consolar la tristeza de sus dos seres queridos, que pese a todo asumieron la decisión con resignación. David partió para reunirse con sus compañeros con el corazón en un puño y esperando poder volver y cumplir así alguna de las promesas que había hecho. 

Tras unos días haciendo los preparativos, los cinco herederos se reunieron a la hora acordada en uno de los muelles del puerto de Elisabeth, donde estaba atracado el majestuoso transatlántico SS City of New York.

Habían llegado temprano, pero el bullicio ya había invadido el muelle. Los estibadores cargaban barriles de carbón y víveres, y los distintos grupos de pasajeros se amontonaban para embarcar.

Desde el terrible incidente del Titanic, fecha que marcaría un antes y un después en la ingeniería naval, la seguridad de todo tipo de navíos había aumentado considerablemente. Aquel navío no era una excepción. Además, el difunto Jackson Elías se había encargado de que los billetes incluyesen camarotes de primera clase, por lo que todo parecía prometer una agradable travesía de siete noches.

A pocos pasos de ellos, una pequeña figura lo observaba todo con ojos como platos. No tenía billete para viajar ni siquiera en segunda clase, pero eso no parecía detener su curiosidad. Antes de que nadie pudiese percatarse de su presencia, se escabulló entre los estibadores.