Partida Rol por web

Fuera cosa de lo bichos o no, lo cierto es que estaban metidos en una trampa mortal. Cualquier movimiento en falso y todo se vendría abajo dejándoles sepultados. El cambio de tono de Hikawa no solo lo corroboraba sino que el problema parecía mayor. Bien Hikawa, vayamos en silencio, dijo en voz baja por el comunicador al resto de sus compañeros. Dejad espacio entre vosotros, y al mínimo temblor corred lo más rápido que podais hacia la salida que ha encontrado. Terminó diciendo desde su posición en retaguardia, esperando a que el resto del escuadrón comenzara la marcha sigilosa.

Comprendí rápido lo que decía Hikawa. Aquello igual no era una trampa planeada, pero podría ser el final para la misión si no íbamos con cuidado. Asentí en silencio a la orden dada por el cabo, y cambié mi paso para intentar hacer el menor ruido posible. Iba atento al techo, aunque aquella sensación de no ver lo que se nos podría venir encima era bastante desagradable. Tragué saliva y rogué para que el resto de mis compañeros hiciesen lo propio.

Seguía en la misma posición, tras la orden de la cabeza. Sus talones rezaban por correr y sus nervios estában a flor de piel. Deseaba salir de aqué abujero lo antes posible. Incluso había que alejarse un buen puñado de metros de la entrada del tunel, por desprendimientos secundarios, por rebotes y porque la polsaguera que se montaría, no dejaría ni ver ni respirar a los de más cerca durante un ratito. - ¿Nos marchamos? ¿Nos marchamos? ¿Nos marchamos? ¿Nos marchamos? Era el pensamiento que corría por su mente como el que se está menado encima y no puede aguantar mucho más.

Siguiendo el camino de sus compañeros y tras las palabras de Hikawa, pone máximo cuidado en avanzar hacia la salida de la trampa ante la que se enfrentaban. Pero como bien decía el cabo, corre parecía una opción muy cercana.

No tenía claro que fueran a salir ningún rasguño, ya que todo parecía indicar que el techo se les iba a venir encima, pero había que seguir avanzando para poder llegar hasta el bicho cerebro que les esperaba al final del camino.

Pues ya somos dos- le dije a Durand, mientras miraba con nerviosismo el techo de la bóveda.

Como se nos caiga encima, estamos listos- pensé muy a mi pesar. Pero por desgracia, la única opción que teníamos era atravesar la bóveda y rezar por qué aguantase sin caer, así que en cuanto Hikawa comenzó a avanzar en silencio haciéndonos gestos para que le siguiésemos, comencé a avanzar, intentando hacer el menor ruido posible.

El grupo que conformaba el escuadrón Heat avanzaba en completo sigilo a través de los pilares que sostenía aquella frágil bóveda. Comentando a lo bajo y dando indicaciones, los miembros del escuadrón se comunicaban entre si exponiendo sus miedos.

Habían logrado cruzar con cierto éxito prácticamente toda la bóveda, pero debido al pesado equipo que cargaban el cabo Stone, el consejero Bell y la medico Miller, estos estaban provocando demasiado ruido y a cada paso que daban la bóveda parecía retumbar.

Al final del trayecto, cuando ya solo les faltaban unos diez metros para salir de aquella bóveda lo indeseado sucedió. Una de las columnas se fracturo por completo debido a la tensión que estaba soportando y se vino abajo; con ella, un pequeño alud de tierra surgió de la nada para azotar contra el suelo y como reacción en cadena fracturar las demás columnas.

-Corran, corran todos!- gritó el capitán quien de algún modo había sabido que iba a suceder pues su reacción fue prácticamente un segundo antes de que la primera Columna se desmoronase por completo. –La bóveda se viene abajo, hay que salir de aquí ya-.

Al escuchar al capitán y el crujir del techo, intento salir corriendo a toda maquina, pero cuando intento dar el segundo paso me resbalo y caigo de bruces contra el suelo. La suerte estaba echada y la mía parecía que estaba por caerme encima.

Miller era consciente de que no estaba siendo capaz de amortiguar sus pesados pasos. Por eso, cuando la columna se desplomo, no espero ordenes y salio zumbando para salvar la vida.

-Maldita sea, esto se viene abajo - el derrumbamiento y las palabras del capitán corroboraron al instante lo que estaba pasando, todos los infantes empezaron a correr hacia la salida, eso es lo que había que hacer correr y salir de esta trampa mortal, con miles de lanzas que empezaban a caer sobre nosotros. ¡CORRED, CORRED!, no os detengais- gritó reforzando la orden del capitán.

  El cabo salió corriendo lo más rápido posible, sorteando las prominencias del suelo, las numerosas estalagmitas que se habían formado, Miller tenía buen ritmo y no tendría problemas en llegar, en un vistazo rápido vio como Bell parecía quedarse atrás, y mientras corría pesadamente cargado con todo el equipo extra, dijo Vamos, Bell puedes conseguirlo!,  modificó su carrera para llegar hasta él para levantarlo, intentando hacer que su infante clave en estos momentos no quedara sepultado en esta roca helada.

El avance estaba saliendo más o menos bien. Casi habían logrado llegar al otro lado sin hacer demasiado ruido, aunque algunos de sus compañeros no estaban siendo demasiado sigilosos. Durand rezaba en voz baja para que no ocurriera ningún desprendimiento, cosa que por desgracia si ocurrió. Una de las estalactitas se resquebrajó precipitándose contra el suelo y ocasionando el consiguiente derrumbe del resto de las columnas. No había tiempo para pensar, había que correr.

- Mierda!!! Corred!!!. - Corrió todo lo rápido que pudo para llegar a la salida.

Lo indeseable había ocurrido y la bóveda cedía sobre los infantes. Siguiendo la su instinto y las indicaciones apremiantes del capitán Becerra corrió por su vida intentando alcanzar la salida lo antes posible sin poner en riesgo al resto de sus compañeros.

Como alma que lleva el diablo y con algo de polvo encima, el infante alcanza la salida del túnel. Tras lo cual y como un resorte automático en su cerebro se puso en posición de combate, ya que tanto ruido generado en las profundidades seguro que despertaba alguna bestia. 

Casi habíamos llegado al final. Estaba conteniendo la respiración. Escuchaba el ruido de algunos de mis compañeros, pero el resto de la escuadra se movía en silencio. Ya casi podía acariciar la salida de la bóveda cuando un crujido nos indicó que aquello iba mal.

Las columnas empezaron a derrumbarse, y ya no quedaba más opción que echar a correr.

- ¡¡Maldita sea, no os paréis!!

Grité, mientras salía corriendo y veía a algunos de mis compañeros quedarse atrás. Ese momento de duda me costó caro. Por instinto, salté en el último momento, justo antes de que una roca enorme golpease el suelo que hace un instante estaba pisando.

Todo estaba yendo bien. Ya habíamos conseguido atravesar casi toda la bóveda, cuando, de repente, una de las columnas que la sujetaban se resquebrajo por completo, y al hacerlo, provocó que las que tenía a su alrededor empezasen a fracturarse también.

Mierda, esto se nos viene encima- pensé, y casi sin esperar las ordenes, me lancé a correr hacia la salida -No he venido hasta aquí para acabar enterrado- me dije. Por desgracia, por mucho que corriese, me di cuenta de que no iba a ser lo bastante rápido como para salir a tiempo, por lo que, poco dispuesto a quedar enterrado, salté con todas mis fuerzas hacia el exterior de la bóveda.

Cuando el miedo se libera mezclándose con la sangre el cuerpo reacciona disparándose furiosamente a la carrera de la misma manera que lo hacia su viejo deportivo con el carburador trucado por las carreteras secundarias del pueblo.

Activado por un resorte cada vez más conocido en su oficio, el infante O’Connor se encuentra por instinto encima de unas piernas que corren con todo el potencial explosivo del que son capaces de rendir.

Sus pasos taimados, suaves cual felino, decaían en pos de asegurar la buena marcha del grupo. Pero así como el capitán, fue consciente que el ruido seguía siendo demasiado, hasta que el indeseado crujir del techo sentenció el devenir del escuadrón. ¡Demasiado tarde! ¡Rápido! Fue el único aviso que pudo compartir antes de lanzarse a la carrera para evitar quedar sepultado entre los escombros de una extraña bóveda.

Aunque tenía la suerte de estar en cabeza del grupo, un fuerte sentimiento de miedo le asedió, incapaz de volver la vista atrás durante unos segundos, quizás habría tenido tiempo para ayudar a los más lentos y enfrentarse a las consecuencias se convertía ahora en todo un reto.

Corred, corred, corred¡¡¡

Dijo el sargento, mientras todo se venia a abajo he iban pasando uno a uno, hasta que...

Tras el repaso , Bell estaba en el suelo trastabillado,

Creo que se a quedado Bell, animo amigo yo te ayudo, Dame la mano.

Sus manos se conectaron tras un giro y tiro de el