Partida Rol por web

- Gracias Beli. - Tener al enano como compañero de exploración, y como posible defensor ante un nuevo ataque animó al hobbit, que durante el día fue volviendo a perder el miedo a buscar rastros y detectando algunas señales por el camino. De todas formas, se mantenía alejado de cualquier planta que veía y miraba arriba y abajo antes de moverse hacia un lugar nuevo; había aprendido de la experiencia previa.

Beran se ofrece a encargarse de la caza durante el nuevo día. Después de un desayuno rápido, se adentra en el espeso bosque en busca de rastros de animales. Los sonidos del bosque, aunque oscuros y misteriosos, no le son desconocidos, ya que creció en un ambiente similar en las montañas. Se mueve sigilosamente, sin perturbar el equilibrio de la naturaleza a su alrededor, consciente de que podría estar siendo observado por criaturas salvajes.

Su paciencia y conocimiento del terreno pronto dan sus frutos cuando, tras una espera estratégica, logra acercarse sigilosamente a una criatura en movimiento entre los árboles. Con una ráfaga de precisión, Beran despega su lanza con destreza. El animal o lo que fuera se da por aludido y cuando Beran acude en busca de su arma, se encuentra que cayó en terreno hundido. Aunque conozca los sonidos de la naturaleza, cazar en las ciénagas es muy diferente  a hacerlo en las montañas.

Con el nuevo día arrancaba otra jornada más de seguir pistas tras los emisarios desaparecidos. Por el momento, sólo tenían un montón de incógnitas y Caranthir no se inclinaba especialmente por la idea de que fueran a resolverlas pronto. Tenían un rastro y gente capaz para no perderlo, pero los dos días de ventaja que les llevaban Balin y Oín pesaban mucho. Y el hecho de que bajo aquel dosel de árboles no llegase ningún rayo de sol, a diferencia del Reino del Bosque, enturbiaba más el ánimo del elfo.

- Lo que daría por ver aunque sólo fuera la más mínima señal de la brillante luz del sol. Y el viento en la cara. De hecho, - Caranthir rezongó mientras sujetaba la lanza. - no creo que merezca la pena mirar por caza o forraje; nada de sabor agradable crece ya en este bosque.

Quizás era una broma del destino pero, durante las siguientes horas, el elfo vio abundantes ardillas de negro pelaje, como conejos que se deslizaban entre la maleza, tan oscuros como las hojas que les servían de refugio, zarigüeyas que apenas se podían distinguir de las negras aguas a las que se acercaban o numerosas bayas de color apagado y aspecto mohoso y enfermizo. Hizo notar a sus compañeros la presencia de aquellas viandas, aunque en todo momento aconsejó encarecidamente en contra de su consumo.

Os adentráis más y más en las ciénagas con la atención siempre pendiente de no tropezaros con la dichosa hierba del ahorcado: un susto fue suficiente para vosotros, y aunque las tenéis que esquivar y bordear de vez en cuando, siempre permanecéis a una distancia prudencial de ellas para no caer de nuevo en su trampa.

Trotter junto a Beli, que desde el ataque del día anterior habían permanecido prácticamente todo el viaje sin separarse mucho y apoyándose el uno al otro en las labores de reconocimiento del terreno, empiezan a percatarse que la zona por la que avanzan se encuentran sembradas de huesos de diferentes edades. Estos restos, además de no ser recientes, parecen pertenecer a hombres y a animales por igual.

Pero no es sólo eso lo que pudiera inquietar a la compañía, pues Caranthir, gracias a su vista de elfo consigue divisar, salpicados en las ramas más altas de los sauces, una especie de cuervos de pequeño tamaño con la particularidad de que sus alas parecen poseer un brillo verdoso en las plumas. Estas aves permanecen inmóviles, como si estuvieran durmiendo y no parecen estar prestando atención al grupo.

Con cada paso en la nueva región, el inquietante enigma acerca de la razón que impulsaría a los enanos desaparecidos a abandonar el curso del Río Rápido antes de llegar al Camino Viejo e internarse en aquellas tierras se acrecentaba en la mente de Caranthir. Lejos de calmar los ánimos, el descubrimiento de osamentas diseminadas por el suelo, acumuladas por el paso del tiempo, añadía un toque más alarmante a toda la situación.

- Afloja el paso y presta atención. - El elfo posó su mano sobre el hombro del compañero en punta y le susurró aquella advertencia al oído. Luego hizo un gesto al resto para que aminorasen el paso e hicieran el menor ruido posible. - Bestias de Dol Guldur. - Con aquel nuevo susurro, apuntó a ramas al azar en las que se posaban, como bultos negros, los pequeños cuervos con plumas de aspecto enfermizo.

Caranthir sospechaba que podían tratase de centinelas y guardianes. Y que podían ser los responsables de los restos que se amontonaban entre la maleza. Pero prefirió repasar mentalmente los versos de viejas canciones y los párrafos del saber ancestral para confirmar sus temores.

El beórnida siguió avanzando con precaución junto al resto de la compañía, consciente de los peligros que acechan en las ciénagas. A pesar de que el silencio desolador y los cadáveres encontrados amenazan con sus vidas, no entiende por qué la amenaza no se hace presente ante sus ojos.

Gracias a Caranthir pudo darse cuenta de que el posible peligro rondaba las copas de los árboles. Con una señal, Beran indicó a sus compañeros que era mejor mantenerse alejados de las aves misteriosas. Su voz grave y tosca podría perturbarlas innecesariamente. Al menos, deberían desaparecer de ahí antes de que despertaran o la noche impidiera detectarlas.

Beli detuvo el paso cuando Caranthir se puso a su altura y alzó su vista hasta las copas más altas de los sauces que el elfo silvano le señalaba.

- Así es amigo elfo, probablemente los huesos que veis en el suelo sean los restos del almuerzo de otras criaturas, a las que estos pájaros sirven de ojos y oídos. Intentemos avanzar en silencio y si es posible que no nos vean ni nos sigan. -

Debían avanzar ahora atentos al suelo, por los peligros de la hierba del ahogado, y al cielo, tras la aparición de los sombríos pájaros.

Sólo la presencia a su lado de Beli permitía a Trotter continuar sin temor mientras se internaban en la espesura. El hobbit se había llevado inconscientemente la mano a la marca carmesí que aún se observaba en su cuello al comenzar a visualizar los restos de huesos. Posiblemente víctimas de la hierba del ahorcado o de otro peligro inadvertido de las ciénagas.

Cuando avisaron a sus compañeros, Caranthir les advirtió por su parte de la presencia de los pájaros. El plumaje de los córvidos tenía un brillo insalubre que evocaba maldad, por lo que Trotter estaba de acuerdo en tratar de evitar llamar su atención. Guió a sus compañeros por el sendero que se internaba en el bosque mientras trataba de seguir buscando rastros, pero sin mucho éxito en esta ocasión, ya que tenía la mente centrada en encontrar las pisadas correctas para no hacer ruido con cada paso. Esperaba que Beli pudiera encontrar alguna pista que les indicara el camino correcto a seguir desde ese punto.

El camino por las ciénagas se estaba volviendo cada vez más sombrío pues ya no sólo teníais que lidiar con la atmósfera opresiva del lugar, sino que ahora vuestros pasos os estaban conduciendo por una senda plagada de muerte que os mantenían en tensión, más aún cuando, gracias a Caranthir, descubrís a esas oscuras aves dormitando sobre vuestras cabezas, ajenas en principio a vuestra presencia, dormitando. Sin embargo, este es el camino por el que los rastros encontrados os llevan, aquel que podrían haber seguido el propio Balin y Óin pese a que no termináis de entender por qué alguien quisiera adentrarse por tan siniestro lugar.

Al final de donde os alcanza la vista, divisáis lo que parecen los últimos vestigios de un antiguo poblado sobresaliendo del fango como si puntas de dedos y dientes rotos fueran, con unos pilares solitarios y pequeños arcos de lo que podría parecer mármol, además de unos húmedos muros con gárgolas sonrientes que parecen contemplaros.

Los pies del hobbit son los únicos que parecen no levantar apenas ruido más allá del chapoteo ocasional por el fangoso terreno por el que os movéis, sin embargo los cuervos siguen ahí arriba, dormitando como si nada en vuestras personas pudiera alterarle de estado en el que se encuentran.

La presencia de los cuervos te perturba, pues sabes que criaturas como estas suelen actuar como espías y mensajeros de la Sombra. Que estén aparentemente dormidos no te hace bajar la guardia, casi al contrario: algo no te huele especialmente bien y no es precisamente los lodos por los que camináis.

Al frente, el rastro de los emisarios parecía conducirles a las ruinas de algún tipo de asentamiento. La sorpresa de aquel descubrimiento hizo que Caranthir se olvidase temporalmente de los cuervos y de las osamentas. ¿A quién podía pertenecer aquel lugar?¿Quién pudo haberse instalado en aquel sitio y hacía cuánto tiempo de ello? Las ruinas no aparentaban ser un producto de la edificación de Dol Guldur; tal vez, Dol Guldur hubiera supuesto la caída de aquel poblado, sus habitantes sometidos o exterminados por el Nigromante o sus lacayos.

Desde luego, no parecía obra de los Hombres del Bosque, quienes habían aprendido a edificar instruidos por los elfos. El sitio estaba lo suficientemente apartado como para que fuera un puesto avanzado de los Dunédain del Norte, desde donde vigilar ¿qué? Las preguntas que planteaban aquellas ruinas incluso amenazaban con hacerle olvidar la razón primera por la que estaban allí: los emisarios desaparecidos. Incluso otra más preocupante, ¿quiénes podían ocupar aquellas ruinas en la actualidad?¿Estarían relacionados con la desaparición de los enanos?

El poblado abandonado al que estaban llegando era impresionante, con gárgolas gigantescas asomando desde los muros. La visión sorprendió a Trotter que por un momento se quedo parado en la entrada junto a su compañero enano. Habían caminado juntos desde que entraran en la zona de los cuervos, algo más cerca de lo habitual ya que el hobbit iba ayudando al enano a encontrar el camino menos ruidoso; los rudos pies del enano harían demasiado ruido de no pisar en el lugar adecuado, pero con suerte el hobbit sabía cómo evitar el estruendo y se focalizó en eso durante el camino.

Rebuscó en su memoria alguna leyenda de taberna en la que se hablara de un pueblo como aquel, con el lujo que transmitían las gárgolas, abandonado en mitad del bosque en un cenagal; en esas canciones se solían recoger ciudades perdidas como aquella.

Mientras la atmósfera opresiva de las ciénagas se hace más intensa a medida que avanzan por el inevitable camino hacia los extraviados, la senda plagada de huesos mantiene a Beran en alerta extrema. La visión de esas aves oscuras dormitando sobre ellos aumenta su inquietud, reforzando su creencia de que hay algo más en juego.

–Permaneced alerta y no hagan ruido –susurró a los compañeros–. No confío en esas aves. Lo mejor será no despertarlas.

Beran indicó a sus compañeros que apretaran su arma, pues en un momento u otro podrían verse envueltos en un conflicto con los señores de la de la Oscuridad.

El vestigio del antiguo poblado, a lo lejos, fue sorprendente. Las gárgolas parecían testigos congelados en el tiempo de algún evento olvidado. ¿Qué hace algo así en un lugar como este?

Con la ayuda de Trotter, Beli consigue caminar sin hacer apenas ruido, sus pesados pies siguiendo la estela de las pisadas del hobbit. Con la vista esporádicamente mirando a las alturas, la compañía parece haber conseguido pasar inadvertida para las maléficas aves a medida que se interna en las ruinas.

Beli miró los restos de arcos y bóvedas con sus ojos de maestro constructor enano, tratando de dilucidar si reconocía la técnica empleada y si aquello era mano de alguna raza conocida o de alguna ya olvidada en Rhovanion. Observó también a las gárgolas, impasibles en su papel de mudos guardianes, intentando recordar algún detalle aprendido que les pudiera ser de utilidad.  

La compañía disminuye su paso y, de esta forma, logra avanzar sin levantar excesivo ruido. Al igual que todos, Caranthir sospecha de los cuervos, y no era para menos. Como otras aves de ese estilo, podía intuir que pudieran actuar como espías o mensajeros para la Sombra, por lo que era mejor pasar sin alertarles en la medida de lo posible, pues las consecuencias no podría ni acertarlas.

La magnitud del bosque Negro había hecho imposible el cartografiar cada rincón de la región, por lo que no extrañaba a ningún miembro de la compañía que ruinas como estas pudieran llevar largo tiempo ocultas sin que nadie supiera su origen ni seres que la hubieran habitado. Si bien Trotter, absorto en sus pensamientos también y preguntándose el por qué de esas ruinas, no puede evitar acordarse de que cuando era niño, los mayores de la Comarca a veces mencionaban a unos habitantes de los pantanos en viejas canciones que, sin duda, era para asustar a los más pequeños... o eso creía hasta ahora, pues empezaba a cuestionarse si esos cuentos no tendrían también su parte de verdad.

Beli, por su parte, se fijó en los detalles arquitectónicos sólo para percatarse de que sin duda, las manos que en su día habían construido aquel lugar eran humanas, pues le recordaban a ciertos detalles que había podido observar en diversos grabados en su hogar, pero no tanto como para llegar a reconocer la datación de su verdadera manufactura.

Seguís avanzando y vuestro camino os lleva hasta un estanque profundo de aguas oscuras. Aquí las ruinas son más prominentes, como si éste fuera el lugar donde antaño se alzaban los edificios principales de la población hundida. Los restos de un gran arco de mármol se pueden ver en la distante orilla, de donde aún cuelga un enorme portalón de madera, si bien el resto de los muros del edificio se han resquebrajado y han desaparecido en el fango.

Para sorpresa de todos, y produciéndoos un respingo, un coro de graznidos desde las copas de los árboles alrededor del estanque rompe el silencio: las cornejas negras, por algún motivo parecen haber despertado, si es que en verdad dormían antes. Y al cabo de un rato, todos los compañeros empezáis a oír el tañido lento y suave de una campana, que parece distante y remota, como si su sonido proviniera de debajo de la tierra...

Avanzaban en sepulcral silencio por las ruinas, impresionados por su hallazgo. ¿Qué pueblo podría vivir tan cerca de la sombra del Nigromante?. Solo mal podían esperar de un lugar como aquel. Entonces sonó la campana y hasta el valiente enano notó como se le ponía el vello de punta.

- Este lugar... Me recuerda a historias que contaban en mi infancia, acerca de pobladores de los pantanos... No soy capaz de recordar más, pero no eran historias agradables, siempre pensé que nos las contaban para atemorizarnos...

El estanque era terrorífico, de alguna forma le recordaba a personas ahogadas... Y entonces comenzó el terrible coro de graznidos a sus espaldas, y la campana comenzó a tañir... Pero ese campanario no estaba en ningún lugar a la vista.

El tañido espectral de la campana, como si surgiera de las profundidades del pantano, y el coro de graznidos devolvieron a Caranthir a la realidad más presente y amenazadora. Ya tendría tiempo para hurgar entre las memorias del pasado, si salían de allí con vida, más tarde. Por el momento, el elfo se limitó a empuñar firmemente el astil de su lanza y echar un vistazo a las aves. Aun permanecían en las ramas, graznando al unísono, pero no seguirían así mucho más tiempo seguramente. Una última duda pasó por su cabeza: ¿habrían sufrido los emisarios enanos desaparecidos este mismo destino o habían sido engañados y conducidos a este lugar por una influencia maligna en el Bosque, mientras el verdadero rastro de los enanos podría seguir río abajo hasta el Camino Viejo?

Los cuervos y el misterioso tañido de la campana crean una atmósfera inquietante, como si fuerzas invisibles estuvieran observándoles. 

—Parece mentira que este lugar una vez perteneció a hombres. —murmuró en voz baja—. Esto no augura nada bueno. Estemos alerta y mantengamos nuestros sentidos agudos. Probablemente ya conozcan nuestra ubicación.

El beórnida ya tenía su hacha preparada y estaba preparado para enfrentar cualquier enfrentamiento.

El tañido de la campana parece adentrarse en lo más profundo de vuestro cuerpo y de vuestra mente, pero vuestra voluntad es aún más fuerte, lo suficiente como para lograr expulsar esa oscura sensación de vuestro ser. Tras una breve lucha interna de apenas unos segundos, vuestros sentidos parecen volver a ser vuestros plenamente. Es entonces cuando os percatáis de una abertura bajo la fría agua ante vosotros que parece llevar a alguna parte.

Vuestro primer instinto os podría llevar a no querer entrar en el estanque, pero por suerte o por desgracia, el rastro de los enanos conduce hasta allí y no lo abandona.