Partida Rol por web

TRIGÉSIMO CUARTO DÍA DE LA RUPTURA DE LA ROCA.

AÑO: 4715 RA.

MES: FARASTO (INICIOS DE LA PRIMAVERA, MES TRES).

DÍA: 7, DÍA DE LAS ESTRELLAS.

HORA: POCO DESPUÉS DEL MEDIODÍA. - CLIMA: CIELO GRIS. TEMPERATURA TEMPLADA.

El Inquisidor se acerca a Ballestero y le susurra algo.

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AÑO: 4715 RA.

MES: FARASTO (INICIOS DE LA PRIMAVERA, MES TRES).

DÍA: 7, DÍA DE LAS ESTRELLAS.

HORA: POCO DESPUÉS DEL MEDIODÍA. - CLIMA: CIELO GRIS. TEMPERATURA TEMPLADA.

- "Cuidado, el Señor del Dolor no debe ser cuestionado de esa manera en público." -

Ballestero se da de inmediato cuenta del grave desliz cometido por Pelagatos. Aunque el Señor del Dolor y Zon-Kuthon no fueran la misma entidad, ambos eran de mundos distintos y el primero no era realmente un dios, sino un poderosísimo hechicero inmortal; Señor del Dolor es también uno de los muchos títulos que recibe el dios monoteista de Nidal. La Compañía no puede blasfemar en su contra en público, pues eso es además una ruptura expresa de su Contrato como mercenarios con las autoridades de Nidal.

Incluso si la Compañía Negra ha cambiado de bando, la consigna ahora es disimular y ganar tiempo. Por eso es imprescindible aparentar lealtad.

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MES: FARASTO (INICIOS DE LA PRIMAVERA, MES TRES).

DÍA: 7, DÍA DE LAS ESTRELLAS.

HORA: POCO DESPUÉS DEL MEDIODÍA. - CLIMA: CIELO GRIS. TEMPERATURA TEMPLADA.

Tras susurrarle algo al oído a Ballestero, el orondo Inquisidor enjoyado contempla con intensa fijeza a Grito.

- "No será necesario, pero al Ocaso mantendremos una importante reunión con toda la Plana de Mando de la Compañía. Si pasan las horas y el Capitán no regresa, deberéis ir a recordárselo." -

Después el Inquisidor sigue andando junto a su colega, el Inquisidor Serpejo, mientras ambos comentan animadamente las virtudes percibidas de la Compañía Negra.

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Pelagatos había elevado la barbilla casi por deformación personal o racial, el orgullo de ser uno de los últimos de la vieja raza fundadora de la Compañía Negra, desde esa posición algo tensa siguió observando al inquisidor que no había hecho demasiado acuse de recibo a sus palabras. Desde esa posición y parapetado bajo algo tan poco meritorio como su raza, hasta las previsibles regañinas de Ballestero sonaban lejanas.

—Debí escuchar mal segundo Ballestero, pensé que el Inquisidor necesitaba algo de información sobre nuestro pasado. No volverá a pasar.

Aguantó la posición hasta que el inquisidor se fue de paseo con su resurrecto compañero y entonces acatando órdenes se fue a continuar con su entrenamiento.

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MES: FARASTO (INICIOS DE LA PRIMAVERA, MES TRES).

DÍA: 7, DÍA DE LAS ESTRELLAS.

HORA: POCO DESPUÉS DEL MEDIODÍA. - CLIMA: CIELO GRIS. TEMPERATURA TEMPLADA.

A lo que le susurró respondió en voz alta: ―se lo agradezco, señor. Yo pensaba algo parecido. ―Y luego (aunque sin darse cuenta de que él mismo no se había presentado): ―él es el otro segundo, Grito. ―Y asintió ante la oferta de ir a buscar a algún mando si lo deseaba. ―Transmitiremos sus palabras a nuestros superiores, señor.

Posteriormente, y en K'latha, respondió a Pelagatos: ―eres un buen soldado, Pelagatos. Recuerda: solo habla una persona. Te has saltado una orden directa de Capitán. No se habla con extraños. No le voy a decir nada. ―Levantó un dedo delante de su cara a pesar de que el oscuro le sacaba casi dos cabezas: ―No lo repitas.

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DÍA: 7, DÍA DE LAS ESTRELLAS.

HORA: POCO DESPUÉS DEL MEDIODÍA. - CLIMA: CIELO GRIS. TEMPERATURA TEMPLADA.

Tras servir la comida, Tarado limpió los restos y despejó la zona. Seguía siendo una tarea que podía hacer.

Observó preocupado desde lejos como los inquisidores levantaban a los muertos. Lo mejor era dejar los muertos en paz, enterrarlos o quemarlos y olvidarse de ellos. Le daba grima ese poder. Los muertos se movieron por el campamento como una exhibición de poder. Tarado miró para otro lado.

Mucho más terror le daba ver de lejos como la serpiente se deslizaba cerca de la tienda del mago. La cicatriz que éste le había dejando picaba sobremanera. Observaba de lejos al animal para no tener que cruzarse con el mismo.

Uno de los nuevos inquisidores hablaba con Ballestero, no podía oír prácticamente nada de lo que decían pero seguro que no eran cosas buenas.

Le preocupaba la situación actual. Tras terminar su tarea en la cocina se dirigió a descansar un rato a la tienda de los heridos. A la hora de la cena volvería a ayudar en cocina.

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Mantener ocupada una mente como la de él normalmente era una tarea sencilla. Una de las pocas ventajas de haber sido esclavo del Profanador era la simplicidad con la que Lombriz veía el mundo, una simplicidad que le evitaba preocupaciones en exceso, una simplicidad que lo hacía vivir más apegado al presente. Claro, cuando los desfaces temporales que lo atacaban no hacían de las suyas. Pero hoy su mente estaba más activa de lo normal, los inquisidores no solo reanimaron unos cuerpos, sino también el temor, el resentimiento y la frustración que ese tipo de magia le generaba al K’Halata.

Nunca había prestado atención al empleador de la duodécima. Eran cuestiones insignificantes para él. Lombriz era un soldado, él se limitaba a cumplir órdenes de la mejor manera posible. Pero esta vez se sentía diferente. Sentía una presión en su pecho producto de la intranquilidad que le generaba el Inquisidor y sus poderes, sentía que había algo malo en trabajar para un hombre como ese. Miles de pensamientos le desbordaban y eso no era normal para él. Al menos no desde que tenía algo de memoria y por eso no sabía cómo lidiar con una situación así.

Cuando lo desconocido te abruma es natural buscar calma en lo conocido, en lo simple, en donde si te sientes en control. El combate era eso para Lombriz. Pese a lo caótica que la lucha pueda ser, Lombriz la veía con una sencillez que muchos podían malinterpretar con ignorancia. En el calor de la batalla se sentía en control, sentía que dominaba cada movimiento y el mundo se volvía más fácil. Todo se reducía a golpear y evitar ser goleado. Lo demás pasaba a un segundo plano.

Respiró, dio un último vistazo a los revividos, a sus creadores y al jefe de todos ellos. En sus ojos el desprecio que sentía no podía ocultarse, así que para evitar problemas les dio la espalda y se dirigió a la zona de entrenamiento. Una vez allí dejo su hacha a un lado y empezó a golpear uno de los objetivos de madera con sus propias manos. Cada golpe lo ayudaba a relajarse, el dolor lo hacía sentir vivo, recuperaba el control. Sus días de zombu quedaron en el pasado, Lombriz ya no era un esclavo y no lo sería más.

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Los Inquisidores respondieron a las palabras de Ballestero y Grito con pegajosas sonrisas que parecían quedarse enganchadas en el aura de quienes las observaban, y después continuaron un rato su ronda, antes de retirarse finalmente a la Tienda del Inquisidor.

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Guepardo observó con aprensión la macabra guardia que el tal Fadresh y el reanimado Serpejo habían levantado, al igual que no pudo evitar mirar con dureza al responsable de aquel repugnante y corrupto acto acercarse a varios de los reunidos allá y preguntar por la Compañía, su estructura, su pasado y el origen del pueblo k'hlata.

Lo más prudente hubiera sido callar y e indicar que las respuestas las hallarían en Capitán o Analista cuando regresaran, mas un orgulloso Pelagatos no pudo contener su lengua y decir sucesos, totalmente verídicos, del pasado.

Orgulloso e imprudente, pensó el joven mirando de soslayo al oscuro. Y no porque dijera mentira alguna, sino porque quizás estaba dando información que los oficiales no desearían compartir con aquellos... individuos. Ballestero puso en su sitio al jinete y atajó la conversación con la contestación más cauta, derivando las respuestas en los líderes de la Compañía. Lo más lógico.

El jaguar se retiró hacia las cuadras, escupiendo hacia un lado a modo de sacar de sí las malas sensaciones que sentía de todo aquello. Por un lado el macabro ritual. Por otro, los despreciables inquisidores. Finalmente, la aparente normalidad con que la mayoría se tomaba aquel acto. En efecto, ya habían sido testigos de sucesos similares, a mucha mayor escala, en la toma de Galdan. Con consecuencias nefastas. Pero pareciera que, como no era algo novedoso, ya estaba normalizado.

No, al contrario. Uno no debería nunca acostumbrarse a este tipo de cosas, pensó el hostigador, yendo junto a los establos junto a Dolor para que este último pudiera ver las atenciones que los animales necesitaban a diario. Y de paso para destensarse y tratar de no pensar en los oscuros actos de los oscuros hombres que servían a un dios oscuro y a los cuales debían soportar como si fueran indolentes anfitriones. Al menos entre los animales de cuatro patas encontraría esa sensatez y rechazo ante lo antinatural que parecía que en algunos animales de dos patas comenzaba a carecer.

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Los dos Inquisidores habían desaparecido tras los faldones de su tienda cuando Keropis llegó hasta allí. Los cadáveres de los soldados se mantenían en una patética parodia de guardia frente a la tienda, gimiendo por lo bajo e incapaces de quedarse un segundo quietos. Se mecían ligeramente, como la mies bajo una suave brisa, con la mirada perdida más allá del eremita.

Keropis se acercó a uno de ellos. Las heridas abiertas, cubiertas por oscuros grumos de sangre coagulada, rezumaban un icor negro y de olor nauseabundo. Tal vez pudieran pasar desapercibidas para un observador que espiara el campamento desde la lejanía, pero cualquiera con un ojo en la cara se daría cuenta del engaño si se acercaba lo suficiente. El abollado yelmo del Guardián de los Muertos se inclinó a un lado, en ese gesto tan suyo que le asemejaba a un gran búho mecánico. La luz de sus ojos refulgió tenuemente. ¿Era curiosidad? ¿Reconocimiento, quizás? ¿O, por imposible que pudiera parecer, compasión...?

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Desde la mesa donde tenía la ballesta desmontada, mientras pulía con paciencia todas las piezas una a una, después de haber enderezado la lengüeta del cranequín, observó a Keropis y asintió muy por lo menudo, en muda comprensión. Eran gentes que habían quedado atascadas entre mundos. Meneó la cabeza. Los dioses probaban a los hombres de muy diversas maneras.

Se detuvo un instante para realizar... No. Se lo pensó mejor. Lo haría al completo, esta noche, por si alguno podía desprenderse y cruzar gracias a sus ruegos. Quizá: hizo un gesto a Keropis con una mano, para que viniera a hablarle cuando lo deseara.

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Tras unos largos segundos, el ermitaño dio media vuelta  y dejó atrás al cadáver del guardia para regresar hacia el campo de entrenamiento. Fue en ese momento cuando percibió el gesto del Ballestero. Keropis detuvo su marcha y observó en silencio al idonita durante unos instantes antes de dirigirse hacia él.

Todavía con el kopesh desenvainado y el escudo colgando de su brazo, el Guardián de los Muertos llegó hasta la mesa en la que Ballestero realizaba el mantenimiento de su letal arma. La meticulosidad con que limpiaba, engrasaba y pulía cada pieza de la ballesta guardaba cierto aire de misticismo. 

—Que el sssol ilumine tu sssenda y la sssombrrra ssse cobije en tusss jarrrdinesss, itgegch... —saludó con un leve asentimiento de la cabeza. Colgó el kopesh del cinto y se llevó un puño acorazado al pecho.

El eremita había usado una palabra en algún antiguo y arcaico dialecto del ancestral. Ballestero había escuchado alguna vez algo parecido en la lectura de los viejos textos sagrados de Idon, pero nunca con esa pronunciación. Aún así, fue capaz de deducir aproximadamente su significado: creyente.

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Las horas del día iban transcurriendo dentro de una relativa tranquilidad, toda la que podía haber teniendo en cuenta que un grupo de cadáveres vivientes rondaban por el recinto.  El entrenamiento sirvió para mantener ocupados a los hombres y aunque debía ser leve después del duro combate anterior podía verse la intensidad en los ojos de los hombres.

Los mandos seguían deliberando y tras aquella deliberación interna llegaría otra con los inquisidores, todo aquello parecía algún tipo de juego de estrategia en un tablero donde cada bando movía sus fichas.  Conforme pasaba el tiempo podía notarse como la impaciencia por la incertidumbre iba creciendo como las sobras en el ocaso, los hombres miraban de reojo a las criaturas como si esperaran que en algún momento se abalanzaran sobre ellos.

Había muchas cosas que hacer, la empalizada de momento al igual que el resto de cosas estaban paradas hasta la resolución de las decisiones de los mandos sobre su futuro.

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Ballestero creó un aparte con su actitud entre él y Keropis y el resto del mundo, aunque no hizo esfuerzos por ocultar la conversación. ―Te saludo venerable y te invito al maqeirat lilqalaq... ―Algo que, en lo que a sus oídos debía ser un acento macarrónico, querría decir "cónclave de los inquietos" donde "inquieto" podía ser un sinónimo de creyente, tal y como había sido calificado por el eremita. ―Quizá podamos abrir la puerta para ellos. ―Cosa tan rara como aventurada, a no ser que viniera de un creyente ingenuo e inocente. Y eso Ballestero no lo era. ―Al menos brindar consuelo a los apresados. ―Igualmente tonto porque no había consuelo para las almas en pena atrapadas entre los mundos, salvo ser invitadas a cruzar por fin al otro lado. ―Al menos buscar nuestro propio consuelo, venerable. ―Esto si. Rezar servía sobre todo para consolar al celebrante. Aparte de eso, rezar era un acto tan egoísta como inocuo. ―Esta noche.

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Se produjo un largo silencio entre el asesino de Idon y el Guardián de los Muertos. Los ojos negros del menudo k'hlata no se apartaron ni un instante de las tenebrosas luciérnagas que refulgían tras la máscara mortuoria del enjuto eremita. Tal silencio hubiera estado impregnado de tensión entre otros guerreros, pero para esa peculiar pareja esa era su vía de comunicación habitual.

—Esssta noche... —fue la única respuesta de Keropis.

Y sin más preámbulos, se dio la vuelta y regresó al campo de entrenamiento.

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HORA: POR LA TARDE. - CLIMA: CIELO GRIS. TEMPERATURA TEMPLADA.

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La reunión de mandos por fin termino y los oficiales volvieron a presentarse en el campamento justo a tiempo para ver a los cadáveres andantes haciendo ronda por el recinto.

Era ya la hora de comer por lo que la mayoría de soldados se acercaron a comer en un momento u otro, fue en aquel momento cuando Barril y Grito intercambiaron algunas palabras.

Entendido, convocaré a los hombres, seguro que repartir algo de material levantará un poco el ánimo.  Los inquisidores levantaron los cuerpos con una especie de ritual y Fadresh preguntó por Capitán mientras estabais en la reunión.

El segundo mostró el brazo al cabo para añadir.

Se me ponen los pelos de punta al ver a esos no-muertos andando a sus anchas por el campamento, respecto a las obras del recinto no hemos avanzado nada esta mañana.  Con tantos heridos y la batalla de ayer hemos hecho un entrenamiento ligero para recuperar fuerzas, esta tarde retomaremos los trabajos si finalmente no nos vemos obligados a abandonar el campamento.

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DÍA: 7, DÍA DE LAS ESTRELLAS.

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Capitán volvió con el resto al campamento, tras hablar lo que sea que debieran hablar los mandos. Por delante quedaban algunas tareas, como revisar el estado de los heridos... Y más tarde hablar con ambos inquisidores. La cosa sin duda se iba a poner peor antes de mejorar, y más valía que la Compañía estuviera en el mejor estado posible. 

-No olvidéis que en unas horas tendremos reunión con nuestros patrones para que expliquen el plan, ahora ocupaos de las tareas que deban realizarse-dijo, a los cabos y a Analista-yo voy a echar un vistazo a los heridos.