Partida Rol por web

CUARTO DÍA DE LA RUPTURA DE LA ROCA.

AÑO: 4715 RA.

MES: CALISTRIL (MITAD DEL INVIERNO, MES DOS).

DÍA: 5, DÍA DEL JURAMENTO.

HORA: MEDIODÍA. - TIEMPO: SOL TENUE, DÍA DE FRÍO.

El entrenamiento sugerido por Ballestero estaba resultando algo más que aparatoso. Un grupo de Campamenteros, unidos por una fina hebra de seda, intentando lanzar fétidos proyectiles de estiércol mientras se daban de codazos y se tropezaban unos con otros. Los gruñidos, jadeos y gritos, no dejaban escuchar las órdenes de el que tenía que ser el líder en cada asalto del ejercicio así que las desmenuzadas bolas de excrementos volaban por el aire sin orden ni concierto, adelantándose unas y llegando tarde otras. Todos sin excepción estaban cubiertos de suciedad a los pocos segundos, debido a las numerosas caídas y a los pocos lanzamientos exitosos. Ballestero ya lucía una perilla de paja medio digerida y grumos malolientes colgando de su barbilla y Chamán Rojo, el que había sido elegido como segunda liebre, tenía tal pegote de mierda en la oreja que apenas lograba entender los que se le decía.

Keropis no estaba demostrando precisamente ser un dechado de agilidad y astucia. Sus lanzamientos llegaban a destiempo, incapaz de discernir entre la marabunta de quejas y bufidos la orden de disparo. Tampoco se libró de su buena ración de suciedad: las desmenuzadas boñigas habían dejado sus guanteletes y sus brazales teñidos de detritos. Si su aspecto y su olor ya era de por sí poco agradecido, ese caos mal llamado entrenamiento no estaba ayudando a mejorar su apariencia.

Tampoco el del Pelotón de los Campamenteros ante el resto de pelotones, dicho fuera de paso...

CUARTO DÍA DE LA RUPTURA DE LA ROCA.

AÑO: 4715 RA.

MES: CALISTRIL (MITAD DEL INVIERNO, MES DOS).

DÍA: 5, DÍA DEL JURAMENTO.

HORA: MEDIODÍA. - TIEMPO: SOL TENUE, DÍA DE FRÍO.

Entre asalto y asalto, Ballestero comentaba las lecciones de su maestro, el Cabo Cortaplumas, tal y como las recordaba. Seguía estos entrenamientos aun a sabiendas de que él mismo no estaba dando un buen ejemplo, pues se sentía torpe y lento.

──¡No hace falta puntería! En la batalla tiráis a muchos hombres. Acertar es fácil. ¡Hace falta obedecer, actuar juntos! ¡No importa si acertáis! ¡Importa si disparas cuando te dicen! ¡No fallas a cien hombres cargando contra ti! ¡Es un blanco enorme! ¡Si hieres a algunos a la vez, cortas la carga! ¡Si matas a uno aquí y a otro allá, los que quedan siguen cargando!

──¡El enemigo grita! ¡Los heridos gritan! ¡Te cubren el barro! ¡Te cubre la sangre! ¡Te cubre el mal olor! ¡Y mantienes el orden y prestas atención al mando! ¡Equivocarse todos juntos es mejor! ¡Acertar todos en momentos distintos es la muerte! ¡El que va por su lado, está muerto!

──¡Siguiente asalto! ¡Liebre Sabandija! ¡Capitán Lombriz!

En este cuarto asalto, Lombriz, cubierto de mierda como estaba, actuó de manera ejemplar: gritó alto y claro, mantuvo la calma y dejó quietos a los hombres cuando no hacía falta, marcó el momento en el que había que cumplir con gritos inarticulados, y se sirvió de cada pequeño resquicio en las reglas para hacerse entender: mímica, cantar, lo que fuera. Entre Chamán Rojo y Ballestero se estuvo a punto de formar un lío fenomenal con las cuerdas, pero el jefe Lombriz estuvo a punto y ordenó parar de inmediato, con lo que se evitó la debacle.

Sabandija estaba el pobre literalmente cubierto de golpes y porquería. Las bostas de caballo y vaca estaban más o menos secas, y algunas bastante duras, mientras que otras tenían aún un núcleo húmedo que estallaba con frescura si el golpe era bueno.

Piojillo, Keropis y Reyezuelo acertaron el tiro justamente cuando el jefe les ordenó parar y, enseguida, disparar, y el hecho de que obedecieran hizo que a Sabandija le llegara más desdicha aún.

Ballestero hizo aquello que tanto había criticado, y pegó a la pobre Liebre cuando todavía no había sido ordenado. Pero lo peor fueron Desastre, Frontera, Plumilla, y Tarado, que lanzaron todos a una tal cantidad de porquería, durante las cinco tandas de disparos, que al final la Liebre ya no sabía si iba, si venía, si podía tirarse o qué. Se asustaba con cualquier ruido los cinco minutos siguientes, y tuvo que ir a lavarse de inmediato, y no como los otros, que tras algunos asaltos más fueron juntos, comentando las jugadas y tras dejar el campo de entrenamientos limpio, y la cuadra con bastante menos trabajo del que había prometido en un principio.

Como colofón, y por si a alguien se le daba por plantar algo, a un lado del campo de entrenamiento quedó un ordenado montón de abono.

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Estaba orgullo de su primer lanzamiento, directo a la boca de Ballestero, para que se callase de una vez. Pero el destino lo castigó, y mientras caía en la autocomplacencia, sus compañeros comenzaron a moverse, Lombriz se tropezó, cayó rodando y se enmarañó al igual que un ovillo de hilo. Por no comentar que se había rebozado bien en mierda, seca o húmeda, sin distinción. 

Le desenrollaron de la cuerda y caminó hasta el lugar donde le tocaba ser la liebre, apenas tuvo que moverse mucho para esquivar, salvo el proyectil de Desastre. Estaba bastante enfadado cuando le ordenaron ser el líder.

-ESCUADRA, ATENCIÓN- Gritó en un primer momento, mientras fijaba a Sabandija como blanco. Estaba decidido a 'Cubrirlo de gloria', no por nada especial, si no para que tanto Piojillo como Ballestero se dieran cuenta de que Lombriz no decía las cosas por decir, y que si en multitud de ocasiones había comentado que él era un soldado, es porque lo era, no como el resto.

-SEPARAOS- Continuó, ampliando el frente de lanzamiento, para que Sabandija tuviera menos sitio donde esquivar.

-AGUANTAD, QUIETOS- Lanzó su bola, con gran éxito, que impactó al pobre Sabandija en una rodilla, haciéndole resbalar.

-AHORA, LANZAD- Aprovechando la situación inestable de su compañero, ordenó el lanzamiento, con gran éxito por parte de los Campamenteros.

Con toda la compañía por allí rondando, Lombriz miró por encima del hombro a sus dos jefes, dejando claro su mensaje. No era idiota, sabía como iba esto, el entrenamiento era una tontería.

Se colocó en su posición de lanzador y esperó órdenes de un nuevo líder, orgulloso de haber sido el mejor mandando.

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HORA: MEDIODÍA. - TIEMPO: SOL TENUE, DÍA DE FRÍO.

Cuando por fin termina el entrenamiento me dirijo a lavarme, pensativo. Este entrenamiento ha dejado en claro algo: necesitamos más entrenamiento como unidad. Actuamos a destiempo y sin seguir órdenes, unas veces antes otras después...

Me acerco a Ballestero y le pongo la mano en el hombro. Ha sido un buen entrenamiento, y necesitaremos más, como este o parecido, si queremos empezar a actuar como una unidad y no como un grupo de gente que va cada uno a lo suyo. Gracias por la lección.

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Asintió. ──Jefe, gracias. Podemos perfeccionar nuestra técnica y luego desafiar a otras unidades. Enfrentamientos.

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Estaban agotados, apestosos y sonrientes. Habían estado varias horas con aquel entrenamiento, entre formaciones y lanzamiento de mierda a la liebre. Ballestero se había demostrado un gran organizador del trabajo mientras que el resto había sabido seguir sus órdenes casi del todo. Parecían algo más unidad que hacía unas horas antes y esperaba que ese entrenamiento se viera más adelante. Tarado se sintió bien, había hecho buenos lanzamientos incluso había acertado demasiado en algún tiro. - Chamán, lo siento de verdad, no pensé que te daría con esa bola. - comentó a su compañero al que había llenado de estiércol media cara. 

Por su parte Piojillo debía aún demostrar que estaba a la altura del nombre de líder, había dejado la mayor responsabilidad a su subalterno y eso no podía continuar. Por su parte Tarado estaba contento, aquel grupo parecía menos sanguinario que otros y la liebre aún seguía viva, algo impensable en cualquier otra unidad. 

Cuando recogían Tarado se acercó a ballestero y le dio una palmada en el hombro. - Un buen trabajo - Comentó sencillamente pues poco se debía añadir. Por su parte Tarado no estaba hecho para el mando de unidades, sabía seguir órdenes siempre que no estuvieran enfocadas a la masacre. También sabía que a veces sólo estar en los rangos superiores aseguraba poder mantener a la compañía con su alma intacta y que no se desviara del camino correcto. Sería un trabajo que poco a poco debía considerar.  

- Bueno lanzamientos, hemos hecho todos caso de las órdenes y ahora sólo falta que nos den una más. Todos a limpiarse la mierda o nos echarán por apestosos de la compañía. - Intentó añadir algo de humor al cansancio general. 

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Frontera había atendido algo escéptico a la explicación del ejercicio que había propuesto Ballestero. La verdad es que tener que manejar mierda de caballo y encima arrojársela a compañeros le parecía la peor idea de la historia de las malas ideas. Sin embargo, las órdenes eran órdenes, y debían cumplirlas. Si había que entrenar de esa manera tan poco agradable, pues no quedaba otra.

Fueron haciendo varias rondas de aquel ejercicio, pero estaba claro que no estaban tan compenetrados como debían, y que a quienes les tocó mandar no se centraban en el asunto, pues la práctica mayoría de los Campamenteros, incluido Frontera, fallaban en el ejercicio, bien por fallar los tiros siguiendo las indicaciones erróneas del líder, bien por fallarlo o acertarlo actuando fuera de tiempo y descoordinándose con el equipo. Aquel juego era más complejo de lo que había parecido a simple vista. No fue hasta que Lombriz hizo de líder que parecieron demostrar un mínimo de competencia en aquella empresa.

Terminó el ejercicio y Frontera había logrado librarse de hacer de liebre, y tampoco se había manchado demasiado, más allá de las manos, al no haberse caído ni tropezado como algunos de sus compañeros, pese a que estuvo a punto en varias ocasiones por los enredones y tirones de la soga que les unía. Y aún así, se sentía más sucio que nunca, por lo que tras felicitar a sus compañeros por el desempeño, fue de los primeros en apresurarse a llegar a los barriles de agua para asearse.

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Lombriz estuvo a punto de saltar como un conejo en la hierba, pero recordó las palabras del capitán. No quería que lo eviscerasen gratuitamente.

-Si se me permite, Jefe Piojillo, me gustaría comentar algo al respecto, no, tranquilo, no será de nuevo mi parecer al respecto del entrenamiento, son otras cuestiones-

En realidad la petición iba para Ballestero, estaba claro que el sombrío segundo jefe tenía las cosas más claras que su jefe, aunque sus métodos fuesen un tanto...¿Inútiles?. Quizás era bueno con la ballesta, un asesino intimidante capaz de hacerse cagar encima al más osado, incluso de agujerearlo como la carcoma hacía con la madera, pero de ahí a comprender y saber otras cuestiones tácticas referentes al combate general, había un mundo. Y si Lombriz podía ayudar, que así fuese.

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Tras lavarme, Lombriz se acerca. Le escucho y afirmo. Claro, dime lo que quieras decirme. ¿Es algo sobre las formaciones que ensayabas en el suelo? Si es así, me interesaría saber más.

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-Creo que el entrenamiento es bueno- Comentó en primera instancia, mirando a Ballestero, no quería pisar su trabajo aunque no lo aprobase, pero al menos había hecho el esfuerzo, que ya era mucho más de lo que habían hecho algunos. -Aunque en algunos casos, insuficientes- No le dio negatividad a sus últimas palabras.

-Hay diferencia de nivel entre unos y otros, bastante según que casos, hacer entrenamientos fáciles, como este, similares a juegos, repercutirá bien para algunos, mal para otros, quizás haciendo un plan de entrenamiento mixto, podríamos adecuarlo a todos los integrantes- 

Aún no se había lavado, y aunque eso restaba credibilidad a su intervención, sus palabras eran firmes.

-Por no hablar de otras cuestiones tácticas que son muy largas de contar aquí, y quizás en una reunión a tres- Miró al segundo jefe Ballestero, -Podrían aclararse, para echar a rodar definitivamente esto, que nadie se quede atrás, y saber como responder en cualquier situación-

Se encogió de hombros. 

-Es mi humilde opinión-

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Escuchó con su tez gris y su rostro de parálisis.

──Si──, respondió escueto.

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Sabandija empezó el entrenamiento bastante complacido. Pensaba, ingenuo él, que era un juego,  hasta divertido, y que tenía suerte de pertenecer a los Campamenteros y no a los infantes, siempre tan dispuestos a matar a la gente en un entrenamiento. ¿Qué podía hacerle el siniestro Keropis con una bola de mierda? ¿Acaso el insomne Ballestero podía tumbarle en la tienda de los heridos por un juego? Bien podía haber accidentes, pero ya sería el colmo de su desdicha.

A medida que se iba desarrollando el entrenamiento la felicidad se le fue esfumando como se escurre el agua entre los dedos. Para cuando dijeron su nombre ya era un saco de nervios. Se recogió el pelo lo más que pudo. ¡Por los dioses, estaba recién lavado!Se dispuso a ser la liebre con el deseo de que aquello acabase cuanto antes. Sabandija era un buen cazador, sigiloso y escurridizo, ágil incluso. Sin embargo, se mostró tan nervioso que trastabillaba, no sabía a donde mirar, ni hacia qué lado ir. El resultado es que acabó completamente cubierto de mierda y con magulladuras y moratones resultado de los certeros impactos. Cuando acabó todo, aún desorientado, salió corriendo a lavarse. No quería que le vieran llorar, pues eso hacía, incapaz de contener las lágrimas y mientras se alejaba, de espaldas a sus compañeros, les oía reírse de él y alabar su puntería. ¿Y no se distinguía entre las carcajadas la risa maliciosa y familiar de su hermano? No, al final no eran tan diferentes a los otros. ¡Qué idiota había sido pensándolo! Lo único que deseaban era humillar a Sabandija. ¿De verdad hacía falta ensañarse tanto con él? ¡Si era inofensivo! Nunca se metía con nadie. Y a medida que más lo pensaba más se autonconvencía de ello. Ballestero le había puesto en cuarto lugar como liebre cuando ya todos habían calentado y le habían pillado el truco. Lombriz, al que Sabandija consideraba su amigo, prefería destacar que apiadarse de él. ¿Y Reyezuelo? Le había regalado unas buenas plumas de faisán la noche anterior y así se lo agradecía. Por no hablar de Frontera, tan "amigo" de Ojopocho, su Hermano de Capa. Ojalá aquella noche viniera su espíritu a atormentarlo, como le había contado una vez. Hablando de Hermanos de Capa...Plumilla, ahora que se entretenía en los brazos de Preocupado se olvidaba de lo que había hecho por ella. Cuando nadie había querido patrocinarla ahí había estado él, arriesgándose a ser el hazmerreír de la Compañía por ser el Hermano de Capa de alguien incapaz de derramar sangre por la misma. Quizá Rastrojo tuviera razón y todas fueran unas fulanas. Al menos de Elefanta lo sabías de antemano. Todo eso iba pensando cuando la vergüenza dejaba paso a la ira. Una ira que no tardaría en desvanecerse y que quedaría en agua de borrajas. Ahora sentía que podría darse la vuelta y decirle a todos lo que pensaba, pero tenía que lavarse primero y el agua iba a llevarse, no sólo la roña, sino su valentía.

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El golpe en la oreja dolía mucho, pero se hizo el fuerte ante Tarado.

- No pasa nada.- Le costó expresarse, como si se le hubieran quedado pegado los labios. Chamán Rojo era un hombre rencoroso como pocos, pero tras estar un rato limpiándose el oído se le pasó el cabreo. Después de todo había sido un buen entrenamiento. Por su parte le hubiera gustado destacar más, como había hecho el idiota de Lombriz, pero no había manera. Ya estaba acostumbrado pues era una constante en su vida. Lo que sí le sorprendió fueron los aires de grandeza de su compañero, antiguo esclavo del profanador de mentes. Y lo pero es que Piojillo y Ballestero se dejaban llevar por su locura. Ahora resultaba que era el tercero al mando...o eso se creía. 

Lo que hay que ver...

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El entrenamiento puso en evidencia las carencias que la escuadra tenía ahora mismo. Por lo general las boñigas volaban sin control aparente, a veces impactando a la liebre cuando no debían y otras incluso entre ellos mismo. Reyezuelo no podía evitar tener un ojo en sus compañeros para tratar de evitar que algún trozo de bosta le diese a él. Tampoco se debía descuidar para no caer al suelo cuando la cuerda se enmarañaba por los desacompasados movimientos de la escuadra.Aunque a veces lograsen coordinarse de manera más o menos efectiva, las indicaciones no eran las adecuadas o el nivel de éxito en general no era algo digno de ser recordado. 

De cualquier manera, el entrenamiento tuvo su función y desde aquí podrían comenzar a comportarse como una verdadera unidad. Ballestero les hizo un desglose de cómo se estructurarían los ejercicios durante estos días. -El escudo y la lanza son tradición para mi. Yo entrenaré para ser parte de la muralla.- Le dijo con firmeza a Ballestero. La lanza y el escudo forman parte de su legado y no dejaría lo dejaría atrás. 

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──Muy bien, Reyezuelo. Pero recordad: conforme me ha dicho el jefe, esto será una escuadra de arqueros. La gente que combata cuerpo a cuerpo serán auxiliares, gentes a las que recurrir cuando todo esté perdido, que es cuando la infantería enemiga nos tiene a tiro y carga, lo que se supone que no debe ocurrir. Cuando no hacéis esas funciones, tendréis que ser auxiliares: traer agua, proyectiles, preparar la siguiente arma que vayamos a utilizar, para no tener que buscarla, cargar ballestas... ¿No es así, jefe? ¿O ha habido algún cambio en los planes?

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Esa es exactamente la idea, Ballestero. Espero de aquellos que escohan la lucha cuerpo a cuerpo que se sobrecarguen si es necesario para que los de proyectiles estén libres de usar sus armas. Si uno de estos últimos tiene que llevar cinco jabalinas, igual alguien de cuerpo a cuerpo le puede llevar 3 e írselas dando.

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- Yo sólo se lanzar jabalinas, no me pidáis que coja un arco , esas armas del demonio no quieren dejarme que las entienda. Aún así es difícil mantener a los monstruos alejados si son como los últimos encontrados, esas criaturas se plantaron ante nosotros antes de que pudiera lanzar mi tercer jabalina. Creo que lo importante es trabajar formaciones y aprender a seguir las órdenes. Las últimas veces se dieron órdenes contradictorias y cada uno acabó lejos de otro infante. 

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Si creía que Sabandija iba a dar su opinión al respecto iban listos. Todavía estaba muy afectado por lo ocurrido durante el entrenamiento de Ballestero. Mientras los demás daban su opinión el escurridizo K'Hlata se quedó en un segundo plano escuchando e imaginando cómo sería su fuese capaz de dar su opinión al respecto.

Por su parte estaba encantado de que todo girara en la escuadra en torno a los arqueros, en servirles y protegerles. Se veía estirando el brazo en el aire mientras Keropis le tendía las jabalinas. O pidiendo flechas incendiarias mientras Desastre y Tarado se afanaban por prender el chisquero y pasarle un carcaj de flechas. Era casi un sueño para él. Ahora bien, tampoco era tan tonto como para no darse cuenta de que sus compañeros jamás estarían por la labor, por muy de arriba que vinieran las órdenes. El arco era un arma de débiles y todos los K'Hlatas sabían eso. Sabandija, como ya lo tenía asumido y estaba lisiado, no le importaba ya lo que dijeran de él. No era más que un despojo. Sin embargo, ¿iba el orgulloso Reyezuelo a caer tan bajo? Lo dudaba. ¿No veían a Lombriz reacio a entrenar de aquella manera? Quizá con ballestas todavía...pero, ¿donde estaban? Si apenas él tenía flechas para entrenar, ni hablar ya de arcos o ballestas. A Ballestero se le había roto la suya y se las veía y deseaba para arreglarla. Mientras a él le dejaran con su arco le daba todo igual.