Partida Rol por web

SEGUNDO DÍA DE LA RUPTURA DE LA ROCA.

AÑO: 202 DE KHATOVAR.

MES: DEL LEÓN (MITAD DE LA PRIMAVERA, MES CINCO).

DÍA: DIECISÉIS DEL MES.

MENOS DE MEDIA HORA PARA EL OCASO.  - CIELO MUY OSCURO.

Observo alrededor cuando llegamos. Las sombras se hacen cada vez más largas conforme la noche se acerca.

La granja no vale como tal, eso es claro. Pero es perfecta como campamento. No dudo que nos instalaremos aquí.

Mientras el resto se ocupan del carro, desciendo y desengancho las mulas para llevarlas al establo. Se han ganado su ración de hoy.

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DÍA: DIECISÉIS DEL MES.

MENOS DE MEDIA HORA PARA EL OCASO.  - CIELO MUY OSCURO.

Un poco desilusionado por lo fácil que ha sido encontrarle en su supuesto escondite, Ballestero siguió a Piojillo, tal y como le había pedido.

Muy inquieto, aun así, dijo a Piojillo: ──no hay nadie de guardia, señor. Es peligroso.

Era en estos momentos cuando la compañía era más débil, más vulnerable a un ataque. Les rodeaban múltiples peligros: aldeanos desconocidos, monstruitos subterráneos, y estaban en casa de una fuerza del mal, documentado todo por escrito como advertencia. Era una locura no estar en guardia.

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Plumilla aprendía rápido de sus errores, y enseguida se dio cuenta que era más útil quedarse acurrucada en el carro en vez de intentar curiosear fuera. Escuchaba con atención las descripciones que le comentaba Sabandija una vez que volvieron a ponerse en marcha.

Cuando volvieron a detenerse, dudó, pero enseguida entendió que habían llegado a su destino. Asomó con cuidado la cabeza para ver donde habían ido, pero la débil luz del ocaso teñía todo en una penumbra siniestra que le impedía discernir más allá de los compañeros que iban y venían cerca del carro. ¿Era realmente falta de luz? ¿O le había vuelto la visión borrosa del día anterior? Esperaba que fuera lo primero… pensó mientras se arrebujaba bien con la manta.

Bajó con cuidado al suelo con la ayuda de Preocupado y le sonrió amablemente antes de que éste fuera en pos de su Cabo para saber ordenes. Eso le recordó también su deber, y miró hacia el interior del carro hacia Guepardo, preocupada.

Distraída como estaba, la presencia de Lagrimita casi la hace saltar. Después de un arranque de tos, sonrió débilmente al soldado, - Guepardo no se ha despertado, sigue igual que en la Iglesia. ¿Donde podemos llevarlo? - preguntó mientras miraba hacia la granja donde los soldados entraban y salían. Le costaba pensar por culpa del constipado que tenía encima y la mucosidad que le impedía respirar bien, pero la luz que emanaba del interior era sin duda una hogar, una luz que parecía más brillante de lo que era en ese mar de penumbras - ¿Cabemos todos allí? - preguntó inocente, señalando con la cabeza hacia el interior de la granja

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Tarado estaba mirando hacia atrás por si eran atacados pero parecía que sus miedos eran infundados. Parecía que no había enemigos cerca y podrían llegar al pueblo sin problemas. La noche se acercaba y las sombras crecían a su alrededor. Estar al lado de Lombriz no ayudaba, aquel muchacho era tan miedoso hacia las sombras que le influía negativamente a Tarado. Cuando por fin vieron que podían reanudar la marcha Tarado se sintió mucho más relajado. - Bueno parece que el día terminará bien, al menos podremos estar junto a un fuego y bajo techo. - Comentó a Lombriz. 

Cuando se iban acercando Tarado se vio con algo de fuerzas e intentó ayudar un poco a descargar algo mientras se metía al interior de la casa. Buscó un sitio y dejó el petate. No se tumbó aún, podrían poner guardias y vigías. Él por su parte podía hacer tareas sencillas pero no estaba en condiciones de realizar una batalla. Pero al menos podría gritar y el frío no le daba tanto miedo. - Piojillo, yo puedo ayudar con las guardias si fuera necesario, pido que sea en un sitio donde no tenga que correr, pero estoy a disposición de la compañía. - Tenían que estar todos preparados para luchar contra los monstruos que acecharan tras la oscuridad y todo ojo era poco.

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MEDIA HORA PARA EL OCASO.  - CIELO OSCURO.

Todo el proceso de registrar y adecentar la granja resultó ser un poco caótico. A Frontera se le ordenó salir afuera de nuevo a montar guardia, pues la Compañía debía estar al caer. Pero entonces Lagrimita le pidió ayuda con el fuego, que era lo que en principio iba a hacer el explorador motu proprio, encender la hoguera, hasta que había recibido las órdenes. Viendo que el Cabo Barril estaba bastante ocupado hablando con Analista, y sabiendo que había un buen número de sus Hermanos en el exterior del edificio, se quedó allí dentro. Desde luego, le parecía mucho más importante que todos cenaran caliente esa noche que un par de ojos más montando guardia en una zona en la que ya no parecía haber ningún peligro.

Entre Lagrimita y él encendieron el fuego rápidamente y lograron que cogiera fuerza añadiendo los maderos más secos que habían encontrado. Pronto aquella chimenea abandonada durante años rugía de nuevo con renovada fuerza. Colocaron entre las brasas los aperos de hierro que sujetarían la olla, con cuidado de no quemarse, y Campaña se encargó él sólo de colocar dicha olla, que acababa de llenar con mucha agua, sobre el fuego. Mientras supervisaban al grandullón colocando la perola, pudieron oír voces y saludos, denotando que el resto de la Compañía Negra había llegado sin duda hasta ellos. Parecía que la cosa finalmente tomaba un cariz más halagüeño.

Echaron una buena cantidad de harina en el agua para que fuera espesando antes de que empezara a hervir, y salieron afuera para saludar a sus Hermanos y ayudar con la descarga. Recorrió con la mirada y una sonrisa amplia los rostros de los compañeros recién llegados. Su mirada se encontró con la de Desastre, y no hizo falta que hablara para que supiera lo que quería. Movía el brazo de forma incómoda, como echando algo de menos.

¡Bienvenidos Hermanos! Me alegro de veros otra vez tan pronto. Toma, Desastre -dijo descolgándose el escudo prestado de la espalda- ¿ya lo echabas de menos verdad? Jaja.

Se movió entre sus amigos y echó mano a alguna de las provisiones del carro. Mientras las bajaba y se disponía a llevarlas a otro sitio, oyó un borboteo intenso proveniente del interior del eficio.

¡Hostia! ¡La sopa! -dijo, dejando lo que había cogido y corriendo de vuelta adentro. Habían dejado la olla desatendida y no era sólo el agua hirviendo, que ya habían echado unos buenos puñados de harina. Si se requemaban luego aquello sabría a rayos y o bien cenarían a disgusto, o echarían a perder una gran cantidad de harina y de agua que los lugareños amablemente les habían proporcionado.

Al entrar dentro, comprobó que aunque hervía, de momento el caldo harinoso seguía bien. Cogió un cucharón de los que había conseguido Analista y empezó a remover para que nada se pegase al fondo. 

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Lengua Negra y Barril habían avanzado lo suficiente como para encontrarse con la comitiva. Analista alzó un brazo a modo de saludo y pronto se acercó a Matagatos.

-Me alegra veros aquí, Capitán -dijo-. Pelagatos, hay unos viejos establos que podéis utilizar -señaló rápidamente al oír a este-. Primo, hay varias construcciones en mejor o peor estado, pero viables para pasar esta noche. La casa principal, un establo y un pajar. Están además preparando la cena. Nada muy allá. Unas gachas pero servirán para calentar el cuerpo. Hay sitio en principio para todos y contamos con un barril de agua con lo que por hoy, no faltará el agua. Me reuní con el alcalde del pueblo y su mujer -relató rápidamente-. Se hablaron varias cosas y bueno, sería conveniente que tras la cena, nos reuniéramos.

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-Ya habéis oído. A descargar los equipos -dijo-. Cabo Barril -saludó acercándose a él-. Todos vuestros equipos están en el carro de Khadesa. No dejamos atrás nada. He oído a Analista hablar de varias constucciones y de que hay sitio para todos, aunque imagino que repartidos. ¿Has organizado ya la distribución?

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Palomita desciende también de la montura cuando llegan hasta el poblado y asiente en silencio a Pelagatos.

Ambos se separan del resto de la compañia hacia el edificio que han señalado como un establo y una vez allí, retira la silla de montar y la manta de Jerilfante antes de darle un cepillado para evitar que las rozaduras le causen algún tipo de daño, observando su lomo como parte del ritual bien aprendido.

parece que aquí podremos empezar de nuevo, yo al menos me siento mucho mejor con el cielo sobre mi cabeza que con la estructura de esa vieja iglesia. - Rompio el silencio la mujer - Ha sido un placer montar de nuevo, espero poder hacerlo de nuevo y aprovechar este nuevo enclave para establecer un orden natural en los días de la compañía. Recuperar la rutina, vamos, algo que nos vendrá bien a la mayoria

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Entrecerró los ojos. O, mejor, los entreabrió. Aún demasiado absorta en la sensación de desesperanza que le había asaltado durante el trayecto, que no podría decir si había sido corto o largo, se sorprendió de lo que les rodeaba. 

Sus compañeros, todos ellos. Techo, construcciones, calor, y aroma a... ¿sopa? ¿gachas?

¡Por el Totem Jaguar!

Sus tripas gruñeron con desesperación, y al mismo tiempo su cuerpo se estremeció, posiblemente por el contraste del calorcillo del ambiente con la temperatura de sus músculos ateridos.

Se dispuso a ponerse a disposición del Cabo Barril, que con su corpulencia destacaba al igual que Uro y Campaña. 

-Cabo. Derviche a sus órdenes, señor.

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Lo que en un principio parecía un lugar abandonado y peligroso poco a poco se convirtió en un lugar lleno de posibilidades.  Al parecer la granja ofrecía de varios espacios para descansar, un horno y letrinas, aquella visión sin duda era muy diferente a la primera impresión que habían tenido al otro lado de la vaya.

Una vez la columna hubo llegado al destino y se empezó a disolver Grito busco al cabo Barril a fin de darle el pertinente parte de lo sucedido.

Cabo, todo  en orden en el campamento y la travesía. 

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Cuando Barril le relató la distribución, asintió.

-Ya me encargo yo de dar las instrucciones -le dijo viendo que tenía tareas que atender-. ¡MIEMBROS DE LA COMPAÑÍA! -gritó reclamando su atención, tras subirse al pescante del carro de Khadesa-. Hay tres edificaciones. Una casa, un granero y un establo. Nos repartiremos entre las tres construcciones. El Cabo Barril ya ha organizado el cómo así que conforme os nombre, pasad a recoger vuestro equipo si es que está en el carro y estad listos para encaminaros al lugar que os corresponda. Pero primero esperad a las guardias -declaró-.  Bien, al granero irán los siguientes. Cabo Barril, Rastrojo, Grito, Dolor, Lagrimita, Caracabra, Lombriz, Tarado, Derviche, Campaña y Cielo. Recoged vuestros equipos. Al establo, los siguientes. Uro, Matador, Frontera, Keropis, Ballestero, Pitonisa Khadesa y Desastre -no había hecho comentario alguno en su momento y no lo haría ahora. Pero Barril lo había separado de su esposa. Entendía los criterios empleados pero no era bueno que un esposo no durmiera con su hembra. No le pasó por la cabeza que el oscuro se resistiera inconscientemente a que una oscura yaciera con un K´Hlata, pero la decisión no le gustaba-. El resto, a la casa. En cuanto a las guardias, Rastrojo, Dolor, Campaña, Cielo, Uro, Matador, Frontera, Keropis, Ballestero y Desastre haréis guardias de dos horas. Decidid entre vosotros cómo organizaros por parejas.

Saltó del pescante y fue hacia el Capitán.

-Barril me ha dicho que hay un que establecer una guardia nocturna en el acceso al sótano y taponar o tabicar un agujero o pozo que se encunetra en dicho sótano. Liberando a los más graves, deberemos establecer turnos de dos horas. Iré ahora a la casa para comprobar ese sótano.

Dicho aquello, recogió su equipo, dio un fugaz beso a Khadesa en los labios y se encaminó a la casa principal tras unas breves palabras.

-Te veo en la cena, hembra mía.

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Parecía que todo quedaba más o menos organizado, en especial dado que ya se encontraron con una distribución de guardias y espacios para dormir por parte del Cabo Barril. Sin duda provisional y habría que ajustarla y hacer cambios, pero no en aquel momento. No esa noche, con el cansancio del camino y la enfermedad encima. Se limitó a asentir, asegurándose de que todo se descargara. 

Pero aquello no acababa allí. Analista, como era normal, solicitaba una reunión de mandos para informar del estado en que se encontraban. Algo totalmente necesario.

-Muy bien, después de la cena... De la que veo que ya se está ocupando Frontera-dijo, tras una pequeña pausa en la que se asomó al hogar para comprobar que nada se echara a perder-hablaremos. Por el momento, que todo el mundo se aposente. Y quiero que los que duermen fuera de la casa estén todo lo cómodos y abrigados posible.

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Mientras Analista informa al Capitán y Cabo Ponzoña transmite al personal la distribución provisional, Cabo Barril atiende a los Infantes que se han acercado a su vera.

— Saludos muchachos, me alegra veros de una pieza. Lo habéis hecho bien. Aquí tenemos un techo y una sopa caliente para que recuperéis fuerzas, eso es lo importante ahora. —

La antaño orgullosa Compañía se había visto brutalmente golpeada por el Destino, haciendo que sus miembros parecieran gentes de baja estofa a primera vista. Pero los corazones de estos hombres y mujeres eran bravos, a pesar de estar deshechos por dentro y por fuera, aún quedaba marcialidad en sus palabras y en su saludo. Eran Infantes, y Barril estaba orgulloso de todos ellos.

— Bien hecho Desastre, parece que de vez en cuando las cosas salen como deben. Ya iba siendo hora. — El grueso Oscuro palmea el hombro del ex-Infante ante su buen papel al haber traído al resto de la Duodécima a buen puerto.

Mientras agarraba su equipo que iba en el carromato, echó un vistazo a los derrotados heridos de mayor gravedad. Parecía que el frío aún se sentía entre bastantes compañeros, y los heridos necesitaban descansar. Dedicó unos instantes a observar a  Guepardo, aún inconsciente. Tenía buena voluntad y la peor de las suertes aparentemente.

— A tus órdenes Capitán. Espera Cabo Ponzoña, voy contigo a ver el sótano. —

Tras eso Barril deja su mochila en el granero, y acompaña a Ponzoña de vuelta al caserón principal. Quería echar un vistazo de primera mano a ese lugar.

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Quien diría que con todo lo ocurrido iban a encontrar un lugar ciertamente acogedor de todo el paraje recorrido hasta ahora. Pero de todo lo visto, aquel lugar era el mejor sitio con diferencia donde podrían descansar con cierta seguridad. O al menos eso esperaba Romo. 

Tras escuchar las palabras del Cabo Ponzoña, el guerrero fue a recoger sus pertenencias, y de paso ayudar a bajar lo necesario para el carro, para ir a la casa, donde le tocaba guardecerse. 

Intuía que los enfermos pasarían la noche en la casa, era lo cabal, el viento comenzaba a soplar allí fuera y tenía la sensación de que no dormiría junto a la lumbre. Finalmente, su pálpito se cumplió y el granero sería el lugar donde él otros nueve pasarían la noche, podría haber sido peor. Un granero debería ser un edificio mínimamente aislado donde guardar la preciosa mercancía, protegida de la humedad que la pudriría, al menos esa era la teoría que tenía en la cabeza. - Si no me tocara guardia, me ofrezco a cuidar de los enfermos. - Comunicó a Barril.

Mientras los otros arrimaban el hombro, comenzando a descargar pertrechos y pertenencias que el carro de Khadesa transportaba, él pasó a ver a Plumilla antes para conocer el estado de la "enfermería", especialmente el de Guepardo. La debilitada Plumilla estaba distraía en aquel momento, no hubo intención de asustarla pero, la pobre dio un respingo cuando la abordó. Sonrió sin maldad, la abrigó bien entre la manta que llevaba y respondió a la pregunta. - Al menos no ha empeorado, necesitará a alguien que vele por él esta noche y tú necesitas descansar, si no te ves del todo capaz, sugiere mi nombre a Capitán para que te ayude al menos. - Se lo debía al moribundo K'Hlata, había cedido a sus temores justo cuando este necesitaba de sus mermados conocimientos, suerte que otro pudo socorrerle. - En cuanto a lo segundo, a falta de confirmación, lo ideal sería la casa donde la chimenea ya prende, el calor es fundamental como bien sabes. Habrá que esperar poco para conocer donde y como nos colocan pero, mientras tanto, ve a calentarte. - El oscuro la invitó con un gesto de su mano siniestra a dirigirse hacia el lugar para de inmediato y se puso manos a la obra.

Pese a todo, el ánimo no era alto ya que podía verse en sus rostros y movimientos pesados, aquello debía cambiar aunque fuera durante un rato. - ¡Alegrad esas caras, esta noche cenaremos caliente! - Sabía que no era más que un consuelo efímero, pero en la supervivencia, todo lo que sumase y mantuviera la moral alta era bienvenido.

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Visiblemente pálido y con el brazo izquierdo vendado y colgando inútil a un costado, había avanzado con la comitiva de desharrapados que una vez había sido la Compañía Negra. Mendigos, ahora, en busca de la gracia de un señor lo suficientemente desesperado como para pagar por limpiar y bruñir una herrumbrosa espada sostenida por un brazo famélico y fláccido. Pero oh, bondadoso destino que sonríe a quien ya no sonríe por sí mismo, habían dado con ese necesario patrón dispuesto a sacar provecho de la desesperación.

La Compañía Negra tenía nuevo benefactor. ¡Un alcalde, ni más ni menos! Aquellos que habían servido a reyes y dioses ahora servía a la máxima autoridad de un pueblucho cuyo estado poco tenía que envidiar al de la compañía de mercenarios.

- “Sin duda hemos avanzado.”

Solté una carcajada, sonora y estridente, con la que rompí el largo silencio en el que me había sumido desde que comenzara nuestro viaje y con una sonrisa sardónica me dirigí a mi primo Lengua Negra.

- Qué suerte para todos que acudieras a la reunión luciendo tus mejores galas, Analista Lengua Negra. ¿Qué tal fue la charla con los reyes del pueblo? ¿Han acompañado su hospitalidad ofreciéndote alguna infusión? ¿Un estofado quizá? ¿La reina llevaba delantal? - Reí. - No escatimes detalles, por favor. Siempre me han entusiasmado los cotilleos de la corte…

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No le había tocado el edifico principal para poder poner sus heridas a reposar así que se encogió de hombros.

-Hmm- Comentó de manera cansada, mientras buscaba a Piojillo.

-Jefe Piojillo, con su permiso, me gustaría si es posible descansar de mis heridas, pero si se me requiere para otra cosa, que así sea-

Olió aquella papilla hirviendo en el perolo, lo que le hizo rugir el estómago, recordándole que debía comer antes de irse a la cama. 

-¿Gastamos la ración que se nos dio? ¿O esperamos a comer esa sopa de gachas? Lo que ordene así se hará, pero sea de una manera u otra, no me iré a acostar con el estómago vacío-

Buscó a Tarado con la vista -Tarado, compañero, te espero para asentarnos en nuestro nuevo refugio-

Tras esto, esperó a que Piojillo o algún jefe se pronunciase.

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Ya se lo había dicho con anterioridad y no volvería a repetírselo, al margen de que su actitud y palabrería no aportaban nada y tan solo parecían destinadas a burlarse de él y menospreciarle públicamente. Era evidente que cuanto Analista pudiera decirle, caía en saco roto. Tal vez debiera ser otro quien se lo dijera.

Miró su brazo izquierdo, sin asomo de piedad alguna por aquel que había derramado voluntariamente su sangre para gozar de la protección del Señor de la Medianoche, y después su cara.

Bien podría haberle dicho que si aquella noche dormía bajo techo y junto a un fuego, amén de cenar caliente y con la posibilidad de que al siguiente día su herida fuera sanada por la curandera local, sería gracias al esfuerzo de aquella partida de exploración que había salido hacía unas horas de la Iglesia que tanto parecía gustarle y había conseguido aquello de lo que ahora disfrutaría. Pero sabía que aquello simplemente serviría para alimentar su verborrea fácil e hiriente.

De modo que, sencilla y llanamente y cruzar palabra alguna con el mago, rodeó a Serpiente y siguió su camino.

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Ponzoña se detuvo un instante ante la petición del Cabo barril de que esperara. Su ceja se enarcó interrogativamente, ignorante de la razón de tal demanda, algo que pronto fue aclarado.

-Por supuesto, Barril -respondió mientras reemprendía su marcha junto al enorme cabo. No fue difícil escuchar a Serpiente, ni tampoco el gruñido de Ponzoña ante sus palabras.

Poco después, se encontraban junto a la puerta que daba acceso al sótano. El Hiena sintió una extraña congoja estrangulando su garganta y un profundo dolor que lo dejó casi sin aire. Jadeó y se forzó a respirar profundamente un par de veces. La oscuridad que se intuía más allá parecía palpitar.

-Vamos a necesitar luz. ¿Tienes una antorcha? -preguntó a Barril.

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Antes de alejarse en compañía del Cabo Ponzoña, Barril se dirigió a Lagrimita. El siempre voluntarioso Infante se ofrecía a cuidar de los más desfavorecidos.

— Claro Lagrimita, por eso no estás entre los que hacen guardia. Pero tienes una labor más dura, que es encargarte de los enfermos que están en el granero tú solo. A Capitán le echará una mano Plumilla, pero tú debes encargarte de algunos de los que están en el granero por tus propios medios para que mejoren durante la noche; es una pena, pero no hay espacio para todos en la casa grande. —

Tras esas palabras, Barril avanza con Ponzoña en pos del edificio principal de la propiedad.