Partida Rol por web

Buscas trampas y no consigues encontrar ninguna, llegas al teletransportador sin problema, de nuevo en el Capitolio ves que te has ganado el favor de dos de los patrocinadores. Te anuncian que eres el primero en acabar el nivel, pero no eres el único en estar allí, ves a Lobatov en el mercader. Ves por una de las pantallas como Anazareth intenta hablar sin mucho éxito con el duendecillo de hielo que te dejó pasar a ti, aunque no parecía el mismo lugar, ya que Anazareth estaba metida en un pozo. Vincent está en otra habitación, no hay nieve, por lo que debe de tratarse de otro lugar

    ¿Realmente había logrado escapar tan fácilmente? Le resultaba difícil de creer, la casualidad había querido que encontrase la salida extremadamente pronto y el no haber querido correr riesgos le había hecho dejar atrás a Anazareth, ahora la drow debería de valerse por si misma y Villtur no se sentía del todo cómodo con ello, sabía que le enfermaba las retorcidas costumbres y manera de ser de aquella raza pero de algún modo era la única aliada que había logrado hasta el momento ¿Qué podría hacer en ese caso?

    No le paso por alto el detalle de Lobatov, no comprendía muy bien como era posible que estuviera allí si supuestamente él era quien había terminado en primer lugar la prueba a no ser que ni tan siquiera la hubiese iniciado, no obstante no se dirigió a él, no se encontraban en la zona de pruebas y no tenía ningún interés en tratar con alguien así, en su lugar se dirigió a las zonas de descanso, necesitaba meditar y recobrar sus fuerzas, parecía que ya no quedaban muchos más y si no podía contar con la drow necesitaba asegurarse el estar en plenitud de condiciones llegado el momento.

Te vas a tu habitación a descansar y encima de la cama encuentras una pequeña nota

Un regalo por ser el primero en pasar el nivel

Los Patrocinadores

Encima de la cama puedes ver 900 monedas de oro, relieve en marmol de luchadores enanos y una esterilla para oraciones con taraceado de hilo de oro 

    Villtur se sintió extrañado ante la escena, había logrado atraer la atención de los patrocinadores pero estaban equivocados si pensaban que podrían comprarlo con aquellas alhajas, el era un mero montaraz acostumbrado a llevar a una vida austera, no sentía necesidad de ninguna de esas cosas, si Anazareth hubiera estado allí la hubiese dicho que se quedase con ellas, pero ante su ausencia pasó a apartarlas hacia una zona apartada de la habitación donde dejó reposando todo ello sobre la esterilla antes de adoptar una postura propicia para la meditación recostándose en el centro hasta que lograse reponer sus fuerzas, pronto se vería avocado a enfrentar la prueba final y no sería capaz de pasarla si no estaba en las mejores condiciones posibles.

Estás a punto de encender una vela cuando sientes dos fuertes golpes, uno en la espalda que hace que te dobles y uno en la cabeza que te hace perder el conocimiento.

Cuando abres los ojos estás en el Capitolio, en tu habitación, al parecer uno de los patrocinadores te ha sacado de la mazmorra antes de que te maten, pero acabas de perder su favor, no te queda el favor de ningún patrocinador.

En la pantalla donde te dicen la ubicación de los demás tributos puedes ver que Villtur se encuentra en su habitación, allí en el Capitolio; Anazareth sigue en el nivel 3, mientras que Vincent muy cerca tuya va por el nivel 5.

Te das cuenta que tus heridas han sido sanadas completamente

Un tanto desconcertado, me siento en el camastro un tanto pensativo.

Evaluando las distintas posibilidades que tenía, se me planteó la idea de ir a ver a uno de los patrocinadores, pero rápidamente la deseché. Nunca había sido bueno pidiendo, y ahora tampoco tenía mucho que dar. Negué con la cabeza pensando en lo que habías pasado en la habitación.

Necesitaba luz, pero necesitaba entrar directamente con luz y esperar que lo que hubiera dentro, fuera lo que fuera, se sorprendiera ante ella.

De esta forma, fui a buscar para adquirir algo con lo que iluminar las estancias.

Conteniendo el tembleque de su cuerpo y castañeteo de dientes Anazareth atravesó el portal cargando con un sinfín de cosas, entre ellas un par de esquís.

Quería ver a su lobo en caso que siguiese vivo, quería descansar, quería vender todo aquello y equiparse apropiadamente.

Sus pasos le llevaron hasta el mercader para no perder tiempo.

- No sé a cuántos más de estos laberintos sobreviviré pero me gustaría pagarte de golpe para que me identifiques todo lo que vaya encontrando a partir de ahora ¿Te convencen 200 oros? -le preguntó- Si muero en las próximas dos pruebas te habrá salido muy rentable.

- ¡Dobby! -vociferó- Ven, pequeño duende, necesito que me encuentres a Viltur ¿Vive, está aquí o ya partió al siguiente laberinto?

-No hay trato, puede que lo que traigas cueste más que 200 de oro -dijo el mercader negando con la cabeza-. Tu pagas, yo reviso.

Cuando gritas llamando a Dobby el mercader niega con la cabeza

-No lo encontrarás aquí, está en la arena

- Está bien- dijo, rindiéndose por ahora, demasiado agotada como para discutir con aquel hombre de nuevo-, identifícame esta gema azurita, la iolita y el bastón de hierro.

Suspiró y trató de pensar con claridad, sólo importaba lo que necesitaba.

- Una poción de Fuerza del Toro y una robusta pero ligera mochila- sopesó un instante-, si las gemas y las 100 de oro restantes dieran para ello, una bolsa de contención, la más barata.

-Las gemas son de poca calidad, por la azulita te puedo dar 12 monedas de oro y por la iolita 40 monedas de oro, por ambas 52 monedas de oro. En cambio este bastón... es magico sin duda, y bastante poderoso, en su interior contiene los siguientes conjuros:

• Protección contra el bien (1 carga)
• Protección contra la ley (1 carga)
• Círculo mágico contra el bien (2 carga)
• Circulo mágico contra la ley (2 carga)
• Blasfemia (4 carga)
• Palabra del caos (4 cargas)
• Muro de hierro (3 cargas)

Si quieres venderlo te puedo dar 39.350 monedas de oro por él

Anazareth pestañeó con cierto grado de incomprensión ante lo que se le estaba diciendo, tardando en procesar aquella información que se le transmitía. La noción de tamaño cambio en su suerte no terminaba de cuajar en su mente y, a medida que los sonidos se tornaban palabras y las palabras significados el cuerpo le temblequeó y los ojos se le llenaron de lágrimas.

- Este es el regalo de Lolth... -gimió, permitiendo que el dolor de lo sufrido hasta ahora saliese a la superficie- La Dama Oscura me oye -tardó un momento en recomponerse, agradeciendo no tener a nadie más que fuese testigo de su angustia- Dadme una mochila, una poción de curar heridas ligeras y explicadme cómo funciona el bastón.

Tras esto se fue a que curasen sus heridas y a meditar. No ver a Viltur en su estancia no le dolió después de haber obtenido el bastón, ya le encontraría en los laberintos.

Mientras te están curando en todas las pantallas sale una imagen. Vincent, Lobatov y Villtur están en la arena, luchando contra tres demonios con forma de buitres, Villtur se le ve gravemente herido, momento que Vincent aprovecha para matarlo

Cuando despiertas estás en tu cama, en el Capitolio, tus heridas han sido sanadas y te sientes completamente descansado para volver

Cuando despiertas estás en tu cama, en el Capitolio, tus heridas han sido sanadas y te sientes completamente descansado para volver

- Mi alfa... -susurró Anazareth extendiendo la mano hacia la pantalla más cercana, contemplando los últimos instantes de vida de Viltur- No tendrán donde correr, lo verás.

Con esto recogió sus cosas y se fue a descansar, no pudiendo embestir la arena y vengar su muerte de inmediato.

Despertó sobresaltado, lanzando un grito angustiado que en seguida acalló; aún quedaba un remanente del dolor sufrido, pero sabía que era algo que solo estaba en su cabeza. Las extrañas criaturas aladas habían sido demasiado incluso para él, no había podido hacer nada para frenarlas ni para combatirlas. Era un aviso y, a la vez, algo de lo que aprender: por muy fuerte que fuera, los patrocinadores que habían organizado aquello siempre estarían por encima. Allí se jugaba con sus reglas.

Por suerte, habían decidido que el juego continuara, le habían dado otra oportunidad. Suponía que a Lobatov también, por tanto. Un chico fuerte, pensó para si, mientras se incorporara. Pero era joven, le quedaba mucho por aprender, y por desgracia seguramente nunca llegaría a hacerlo. En esa torre moriría, igual que cualquier otro que se enfrentara a él. Había querido evitarlo, pero para ganar era posible que no tuviera otra opción que pensar en él como un enemigo, hacer lo que debía.

Suspiró saliendo de la cama y se vistió frente a un espejo. Su cuerpo tenía unas cuantas cicatrices más, pero por lo demás estaba completamente curado. Los implantes que ahora eran parte de él también seguían en su sitio, intactos. Bien.

Aún me quedaba dinero, aunque no lo bastante como para ponerme otro que mereciera la pena. Seguramente tampoco encontraría demasiadas riquezas ya, así que tenía que encontrar un modo de usar la sucia fortuna que había conseguid. Tenerla guardada en el baúl, tan cerca, era una tentación a la que apenas podía resistirse; cuanto antes se deshiciera de todo, mejor.

—Coge el oro —ordenó a su siervo, tendiéndole la llave—. Vamos a ver al mercader.

Ese hombre tenía acceso a cualquier cosas que uno pudiera imaginar. Se jactaba de que, si existía y se tenía los fondos suficientes, podía conseguirla. Era la hora de comprobar hasta que punto era cierto, pues tenía una descabellada idea que podría cambiar completamente las tornas.

—¡Buenas! —saludó cuando estuvo ya allí. Estaba de buen humor, e incluso sonrió—. Vengo con otro encargo raro, a ver si puedes ayudarme.

Y rápidamente, se puso a contarle.

Una vez acabó, y el hombre le confirmó que podían conseguirla semejante criatura —era asombroso el poder que tenía aquella gente, y los recursos de los que disponían—, se encaminó dónde los patrocinadores, antes de volver a la mazmorra.

—Bien hallados, señores y señoras.

Por una vez, no se limitó a ir a uno por uno, en privado, mostrando sus respetos. No, esta vez quería que todos le atendieran, que valoraran sus palabras y decidieran. Los continuos combates en la Arena le habían supuesto una gran perdida de tiempo, pero también le habían dado una idea; era hora de acabar allí.

—Quiero proponer algo —dijo con una sonrisa de medio lado—. Quedan dos contendientes aparte de mi. Los más fuertes, he de suponer. ¿Por qué malgastar nuestras fuerzas contra simples monstruos, cuando podemos dar un buen espectáculo? ¡Una lucha a muerte! Yo, contra ellos, ambos a la vez. ¿Qué decís?