Partida Rol por web

Me encojo de hombros, mientras me siento en una roca cercana. Estaba seguro de que la muchacha lograría acabar con toda la tribu con un brazo atado a la espalda.

—Para suponerse un jefe sabio, es demasiado necio... —comento consciente de que los salvajes no nos entienden mientras me acomodo en mi improvisado asiento.

Seguro que la muchacha lo hace bien, y le enseña un par de cosas a estos salvajes...

- Ja, ja, ja, ja ... - Se carcajea poderosamente el Salvaje, tras el torpe movimiento de Melanchta.  - ¡Parece que tenemos aquí una fierecilla! - El resto de Salvajes congregados le rién la gracia al unísono.

El Salvaje estira entonces su fibrosa piena, intentando ponerle una zancadilla a la chica para que caiga entre sus poderosos brazos. La chica se desequilibra y es sostenida con fuerza por el jóven salvaje, encontrándose entonces con el rostro y labios del salvaje acercándose peligosamente a los suyos....

El bárbaro estaba tan cerca que Melanctha podía oler su apestoso aliento, ¿qué demonios era aquello, meados de caballo? Cuando el bruto se le acercó, aprovechó un descuido para girar el cuerpo, pasando la cabeza por debajo del brazo de su atacante y ganándole la espalda. Lo empujó con una patada para acabar de zafarse.

- Aquí detrás, grandullón.- dijo con sorna, esperando su reacción.

Esta vez fueron los otros salvajes los que se rieron de su amigo: -¡Que se te escapa...! - A lo que otro añadió: - Siempre salen corriendo de Desilex, ja, ja ja. -

Aquello pareció herir el orgullo del gigante, el cual alzó la mano, en un claro gesto de soltarle un bofetón a Melanchta: -¡¡Basta ya, mujer!! -

Aun siendo un simple bofetón, el golpe resonó con fuerza en el rotro de la muchacha, cuyo rostro se echó para atrás del impacto.

Estuvo a punto de tirarla al suelo, y cuando Melanchta volvió el rostro, su pómulo estaba enrojecido, y un hilillo de sangre le caía de la boca.

Melanctha se enjugó la sangre con el dorso de la mano, mientras dedicaba al salvaje su mejor mirada de odio. El tal Desilex tenía una sonrisa que le ocupaba toda la cara, y de nuevo se dedicaba a fanfarronear ante sus amigos.

Melanctha se encogió como si ya hubiera tenido bastante, y el bruto actuó como no podía ser de otra manera. Decidido a acabar con aquello, se le acercó para cogerla del pelo y tirarla al suelo. Melanctha esperó hasta que lo tuvo encima y estiró el brazo para cogerla.

Rápida como una serpiente, agarró el brazo derecho del salvaje, retorciéndoselo a la espalda. A pesar de que ya estaba dominado, siguió apretando hasta que se oyó un doloroso 'crac', seguido por el grito de dolor de Desilex. Melanctha le dio una patada en la parte de atrás de la rodilla, derribándolo, y acabó la faena golpeándole la cabeza contra el suelo.

Dándole la espalda al cuerpo inconsciente, volvió a limpiarse la sangre y miró uno a uno a los guerreros que quedaban, retándolos en silencio, para acabar mirando fijamente al jefe.

Ante la figura de un Desilex con el brazo roto e inconsciente, las chanzas habían terminado bruscamente, y sólo las siguió el silencio de la noche.

El otro salvaje al que Melanchta había retado con la mirada símplemente levantó las manos mostrando las palmas, y retrocedió unos pasos señalando así sus pocos deseos de acabar como su compañero.

Unas mujeres aparecen para llevarse a Desilex arrastras hacia algún lugar en el que puedan atenderle.

La anciana Bruja les acompaña, pues también estaba herida.

Aunque su primer gesto es de evidente disgusto, el Jefe parece obligado por su propias palabras a anunciar: - Habéis demostrado vuestra valía. Lideraréis a nuestros cazadores en la caza de La Bestia. -

- Y espero por el bien de todos que tengáis éxito... - Al decir esto, agacha la cabeza y se retira, derrotado.

Los cazadores os miran... - ¿Partiremos ahora o esperarenos al amanecer? - Pregunta el mayor de ellos.

La noche aún era cerrada. Hacía fresco, pero el cielo estaba claro. Recordáis a vuestros compañeros Aetos y Nestor. No podéis evitar preguntaros qué estarán haciendo en este momento.

—Estoy seguro de que ahora no tendremos ninguna ventaja. Mañana, al alba, formaremos la partida de caza. Esta noche hay que descansar. Mañana será un gran día —termino diciendo. Desde luego, yo poco puedo hacer ahora, necesito descansar para tener todo mi poder otra vez

Y será entonces cuando estos necios se den cuenta de lo ciegos que han estado. Pero mientras, es hora de dormir.

Melancatha asintió ante la sugerencia de Aristocles, y añadió:

- Si la bestia caza de noche y duerme de día, es mejor que esperemos al alba. Intentaremos encontrar su guarida y sorprenderla mientras descansa.

Los salvajes os hicieron un lugar en su campamento, bajo aquella especie de marquesina formada por postes y ramas, no muy lejos de los fuegos. Allí estuvistéis durmiendo unas horas al abrigo protector del frecor de la noche, cosa que agradecísteis. Sobre todo, cuando, estando cercana la madrugada, empezó a chispear.

El desayuno fué muy pobre. O los salvajes estaban acostumbrados a comer poco, o el haberse trasladado de su zona de caza habitual les obligaba a racionar sus alimentos. Un poco de carne de algún tipo de mamífero pequeño (cuya naturaleza era mejor desconocer), bayas y algunos frutos secos.

Cuando partísteis, grises nubarrones cubrían el cielo, tan densos, que el Olimpo no era visible. Llovía ligeramente, y de vez en cuando un rayo cruzaba el cielo, uniendo nube con nube, o golpeando las montañas. Le seguía el estentor del trueno, produciendo un eco que resonaba grandemente entre las montañas.

Recorristeis el camino por el que vinísteis bajo la suave y fría llovizna, pero esta vez no teníais los ojos vendados. Dejásteis el campamento tomando el saliente que bordeaba la montaña, hasta llegar al puente colgante. Cruzásteis bajo el arco de piedra  y seguísteis por otro saliente hasta que, llegado el momento, empezásteis a descender por una cuesta rocosa.

A partir de aquí, el paisaje se tornó totálmente rocoso, con apenas unos matojos y líquenes surguiendo de rendijas entre las rocas. El camino les llevó por un laberinto rocoso de desfiladeros, y Melanchta sonrió al comprobar que si hubiera tenido que deshacer el camino dentro de aquél laberinto, lo habría clavado sin problemas.

Tras un par de horas más o menos desde que dejaran el campamento, salieron del laberinto de desfiladeros. Habían descendido bastante altura. Se notaba porque ahora las nubes se encontraban mucho más altas, y no tan cerca de sus cabezas como las notaran al salir del campamento. 

Frente a ellos se encontraban ya los riscos, con la laguna y la catarata donde se habían encontrado a los salvajes por vez primera. Y un poco más alejado, el bosque.

Los salvajes se giraron, nerviosos, y señalaron en dirección al bosque, el que Melanchta y Aristocles habían tenido que atravesar el día anterior para llegar hasta la laguna y la base de las montañas...

- ¡¡Alguien viene!! ¡Hombres de bronce! -

Inmediatamente, los salvajes se dispersaron, ocultándose entre las rocas del lugar.

Antes de que los salvajes os lo indicaran, oisteis el golpe del metal contra el metal. Piezas de armaduras, sin duda, y al poco divisásteis el brillo del metal al sol temprano.

El brillo al sol y los sonidos desvelaban la presencia de armaduras, armas y escudos de bronce. Además, habíais oido claramente el relinchar de un caballo.

Sean quienes fueran, eran soldados. O eran bastante descuidados, o no les preocupaba ocultar su presencia.

Atisbando entre los árboles suspiráis aliviados al reconocer a dos figuras conocidas, enfundadas casi por completo en armaduras de bronce verdoso características de las Islas de Tritonis. El emblema del Tritón también reluce en sus redondeados escudos.

Uno es un hombre fornido y jóven, de unos veintipocos años. Se deja barba, para parecer mayor. Porta una lanza más larga de lo usual, lo cuál lo define como un Hoplita. Aetos, sin duda.

El otro es más alto, y tiene un porte mucho más gallardo que el anterior. De buena forma física, camina recto y con ademán orgulloso, como si todo el mundo debería arrollidarse a sus pies. Su espada al cinto parece de buena factura. Es vuestro compañero, el noble Néstor.

Les acompaña un animal poderoso. Parece un ejemplar magnífico. Es un caballo blanco de gran belleza y hermosa constitución. Sin embargo, cuando salisteis de Thenas no llevaban ningún caballo ¿De donde demonios lo habrán sacado?

Parece que ellos no os han divisado a vosotros, aún. Están llegando al lugar, atravesando los últimos tramos del bosque.