Partida Rol por web

Ahora sí que me había quedado confundido. ¿Un busto a tamaño natural? ¿Por qué no se lo habían pedido durante el día? Algo olía a chamusquina aquí y no quería ser yo el que se quemara. Como ya habíamos cumplido al traer al alfarero, no contrariaríamos al Mayordomo y por ende, al arzobispo. ¡Que se quedara ese mocoso vigilando toda la santa noche al pobre Pero! Me adelanté un paso y hablé educadamente a Fernando.

-"Mi señor, como bien ha dicho, somos bien mandados. Hemos cumplido con el trabajo que nos asignó y lo hemos hecho bien. Pero creo que como bien mandados que somos, deberíamos de volver con nuestros señores, dadas las horas que son; no se vayan a preocupar por nos y nos manden buscar por la ciudad. Si no es mucha molestia, a mi me gustaría retirarme e irme a la alcoba que me tenga preparada mi señor." Le dije despacio y seguro.

Me quedé esperando su respuesta o la ayuda de los otros para con Fernando.

Aquello, como se temía Tomás, se estaba complicando. Ahora tenían que quedarse allí, mientras que el alfarero hacía el busto de alguien. Ramón se apresuro a decir lo evidente, nosotros tan solo éramos mandados, a las órdenes de nuestros señores. Pero la verdad es que a Tomás aquello le estaba intrigando, quería saber que busto era aquel que querían, y para que podría ser. Así que se dejo llevar por la curiosidad, podría lograr información de interés, pero también tenía sus riesgos.

-Don Fernando, creo que mi señor no requerirá de mis servicios esta noche, por lo que podría quedarme. Mañana no estaré en buenas condiciones para servir a mi señor, pero trataré de hacerlo lo mejor posible. Así que puede contar conmigo.-

Eleazar asintió a la petición de Fernando, aceptando, como el pobre Tomás, aquel encargo. Parecía que Ramón no se avenía a quedarse allí más tiempo, y quizá fuese lo más sabio que podía hacer, dadas las circunstancias. Pero Eleazar no tenía tantos redaños, y prefería asentir y servir, ya fuese a este o a su señor, salvo que el segundo le ordenara no servir al primero. Tendría que darle cuentas de sus acciones al día siguiente.

- Yo también me quedaré, señor. - dijo con un temblor en la voz Eleazar.

Algún extraño asunto se cocinaba en aquella catedral a la oscurecida, y solo los hados sabían de qué se trataba. Un busto de arcilla sin duda podía no ser más que eso, empero, ¿quién contrataría a un simple alfarero para tal asunto? A buen seguro que tal cuestión no era fruto del azar. Rebuscó en su memoria, de entre las lecciones de su padre sobre el noble arte de la alquimia¹, y las menciones a otras formas menos pulcras (decía él) de ciencias, que eran prohibidas por las iglesias de Yaveh y de Cristo, pero que a buen seguro podían servir a muchos fines buenos, aunque no siempre tan buenos (solía acabar él). Quizá un maleficio que requiriese el busto de alguna persona, por el cual se hubiera contratado a ese alfarero.

Pensaba en ello mientras deambulaba por la oscura estancia, helado de frío, preguntándose por muchas otras cosas, como si el barro que le daban al alfarero era barro común de vasija² (y acercóse en cuanto pudo a echarle un vistazo a la luz de las velas, con algo de disimulo). También echó algún vistazo por la ventana, queriendo saber el ciclo de la luna o ver en el cielo algún signo que propiciase la aparición de arcanos, o quizá algún otro evento que estuviese por venir³.

Todo esto lo hacía intranquilamente Eleazar, deambulando por la estancia de un lugar a otro.

Fernando asintió ante las palabras afirmativas de Tomás y Eleazar torciendo el labio, como contento por ello, como quien sabe apreciar un buen trabajo. Por otro lado, se metió la mano entre las ropas y sacó una bolsita con maravedíes para Ramón, y se las extendió.

Entonces quedamos en paz -le dijo al alcahueto-. Y tal que así, mientras estaba refiriéndose a él, Eleazar aprovechó para observar los materiales y la ventana estrecha de la claustrofóbica estancia embarrotada.

Id pues, mi criado os acompañará -hizo un gesto y entonces Ramón echo una última mirada a sus compañeros de nocturna misión y al alfarero, y comenzó a bajar las escaleras con el criado-. Estad vosotros con el alfarero -ahora a Tomas y Eleazar-, al igual que lo estará mi criado. En cuanto pueda vendré a ver el busto -sentenció el mayordomo del arzobispo antes de irse escaleras abajo-.

No encontraste ningún tipo de señal, marcha, olor o apariencia extraña en el barro. Eran materiales comunes y herramientas comunes. Al mirar por la ventana viste la luna en el cielo, bien clara y luminosa, llena y poco más, pues no pudiste deducir información añadida alguna.

Bajaste las escaleras, pasaste delante de las dos capillas y salístes de nuevo por la puerta de los Apóstoles, lateral al templo-fortaleza. El criado del mayordomo abrió la puerta y notaste que te dijo un ligero "Con Dios vaya", a modo de educación.

¡¡BOOM!! Las puertas de la catedral se cerraron a tus espaldas, y quedaste al abrigo de las figuras esculpidas en el pórtico circular y divino. Notaste de nuevo el frío de la noche, el cual se te introducía en los huesos... Al menos tenías una pequeña recompensa, que por el peso de la bolsa debían ser quince o veinte maravedíes, lo cual no estaba mal. ¿Dónde diantres estaría tu buen señor Sancho de Berceo? ¿Tal vez con alguna moza de vida alegre de la comitiva o la ciudad?

Una vez que Fernando de Alarcón se marchó, subió su criado tras despachar a Ramón. Venía con el candelabro y una especie de caja (más bien cuatro tablones colocados como un cuadrilátero).

Señor, puede apoyarse aquí -le extendió los tablones apuntalados unos sobre otros, y Pero lo tomó y lo dejó en el suelo: aquello era una improvisada mesa, pero no había ni asientos-. Le aconsejo trabajar cuanto antes. Don Fernando me ha pedido que le recuerde presteza en el asunto... Y a ambos dos... acomódense, si les place -os dijo ahora a vosotros el criado, aunque aquella habitación era diáfana, y el único mobiliario eran los barrotes de la puerta...-. El muchacho puso el candelabro encima delos tablones, para que Pero viera medianamente, y luego se agachó y puso su espalda pegados a la fría piedra de la pared junto a los barrotes.

Al parecer habría que estar unas horas allí, seguramente.

Así es muy difícil trabajar... ¿Y qué forma le doy a ese busto? ¿Cómo es su mentón? ¿Y sus cabellos? -se preguntó a si mismo, como reflexionando en alto mientras tomaba los materiales y los iba sacando del saco, con un tono de refunfuño evidente, más que evidente...-.

El busto ha de ser un hombre, un hombre de importancia. Empezad ya -dijo el criado, desde el suelo-, yo os iré diciendo más detalles luego. Y tal que así, la noche continuaba en aquella fría prisión.

Me extrañó que mis dos recelosos y cagados compañeros se quedaran allí. ¡Pues no estaban todo el rato diciendo que si su señor esto, su señor aquello! Y ahora que ya habíamos hecho el trabajo, se quedaban sin importarles nada lo que dijeran sus señores, que viendo las horas que eran, bien podían estar buscándoles para azotarles por juerguistas.

-"Necios..." Dije en alto.

El frío se me metía en el cuerpo y tenía que apretar el ritmo y buscar refugio. Con la bolsa repleta de dinero bien iba a pasar yo esta noche, bajo las sábanas de alguna prostituta o de dos... que dinero tenía de sobra. Me encaminé rápidamente hacia la posada más cercana que estuviera abierta, quizás allí encontrara a mi señor. Eso sí, echaría buenos vistazos cada dos por tres por si aparecían esas misteriosas figuras que nos habían acechado desde el callejón al recoger al alfarero. Puede que nos hubieran seguido hasta aquí y ahora vigilaran la puerta del Apóstol.

Menuda nochecita que les esperaba, trato de apartarse un poco y no molestar al pobre alfarero, menudas horas para tan extraños encargos. Todo esto a Tomás le tenía muy intrigado, que es lo que querían hacer con aquel busto, y a quien debería parecerse, estaba claro que era un testigo presencial de algún tipo de engaño, esperaba no tener que arrepentirse de haberse quedado. En voz baja le dijo a Eleazar:-Toca esperar y aguantar la noche, sin molestar y habrá que descansar algún ratito, por lo que mañana puedan encomendarnos nuestros señores. Estamos dos, uno puede descansar mientras el otro vigila, y luego cambiamos, si te parece bien.-

Y busco un buen sitio para acomodarse un rato y tratar de descansar, hasta que le llegase el turno a Eleazar. 

Eleazar observaba la escena con cierta sorpresa. En verdad aquel hombre no tenía material con el que trabajar, un mal banco y las parcas palabras de un sirviente. ¿Cómo sabría el alfarero qué busto componer, y con qué forma? En nada había reparado, por más que mirase con esmero, y ahora Tomás le decía que se turnaran para dormir. Eleazar dudaba que fuese a poder hacerlo en ningún momento, por lo que invitó a Tomás a que le tomase la delantera.

- Duerme tú primero, si quieres, que yo ahora mismo no puedo. - dijo con nerviosismo - En un rato te despierto, si me vence el cansancio, y me das relevo.

O si sucede algo peor, pensó, pero prefirió no decirlo para no espantarle el sueño al buen Tomás. Después hizo como el criado, apoyando la espalda en la helada pared, y dejando así descansar un poco el cuerpo. Que la noche, en efecto, se antojaba larga.

- ¿No nos permitirá tu señor, aunque sea, salir a vaciar la vejiga en algún momento? - preguntó Eleazar al criado.

Si pudiera salir, pensó, pegaría un poco la oreja, a ver si escuchaba alguna cosa.

Aún pensando en la decisión de tus compañeros, salistes del abrigo del portal y decidiste buscar una posada en la que tratar de reunirte con tu buen señor. Andurreaste por las calles, junto a la muralla, y cruzaste por callejones oscuros y mal iluminados. Sin embargo, sólo encontraste el frío de la ciudad y palacios de gran altura y porte. Por más vueltas que diste, no pudiste encontrar ninguna posada o taberna, por lo que tal vez lo más lógico sería volver a la misma posada donde Fernando dio con vosotros. ¿Estaría aún abierta?

Entraste en una calleja parapetada por dos grandes caserones, el cual desde el interior de uno de ellos se ofrecía cierta luminosidad para cruzarlo. Sin embargo, mientras pasabas la iluminación cesó, y la calleja quedó a oscuras. Tenías entonces dos opciones: avanzar un poco a tientas hacia delante (donde se apreciaba mínimamente cómo la ciudad continuaba en un tramo más principal) o regresar hacia atrás, al abrigo de una mejor iluminación.

El criado no había pensado en aquello, lo de la petición de la vejiga que propuso Eleazar, por considerarlo obvio.

Sí, no habrá problema en eso. Yo vos acompañaré o a vuestro compañero para abrir el portón de los Apóstoles, abajo, cuando lo preciséis -añadió el muchacho mientras el alfarero ya comenzaba a darle bastante buena forma al busto-.

Y tal que así, decidísteis hacer una improvisada guardia nocturna. Primero cabeceó Tomás, y luego le tocaría el turno a Eleazar. El busto del alfarero Pero parecía tomar una bella forma, aún muy confusa y basta, pero ya podía vérsele al busto un mentón afilado, las facciones del rostro principales bien propuestas y los agujeros del cráneo (ojos, fosas nasales y boca) bien dipuestas. Aquel hombre, hiciera pucheros y vasijas, parecía que tenía un don natural para el modelismo...

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Una hora después.

Más pómulos, señor, y esos ojos, más pequeños... -añadió un rato después el criado, cuando Tomás ya estaba en profundo sueño-. Los cabellos son cortos y lacios y las orejas... -se quedó dudando un poco-, pequeñas -sentenció-.

Pero lo miró y asintió no sin cierto malhumor.

Al rato, mientras continuaba la obra, el alfarero habló.

Necesito más iluminación, y más arcilla -sentenció-. También algunos paños húmedo para arrastrar con el dedo y crear superficies planas, y algúna punta afilada, un cuchillo tal vez.

El muchacho se levantó, y escuchó a Pero sus peticiones. Luego miró a Eleazar.

¿Quiere dar una vuelta por la catedral? -le ofreció al cambista-. Puedo darle la llave de la puerta por la que hemos entrado, y cuando regrese de vaciar, recoger unas velas y otro saco de materiales que aguardan en la sala capitular, situada al fondo de la entrada de los Apóstoles.

Tomás busco un sitio adecuado, y nada más coger posición, quedo dormido. Estaba acostumbrado a tener que descansar en cualquier sitio, aprovechando cualquier oportunidad que se presentaba, y estando su amigo vigilando no había nada que temer. Además, tenía poco tiempo, pronto le tocaría a el hacer la guardia. 

Estaba yo con la mosca detrás de la oreja, deseando llegar a una posada para calentarme y desfogarme, pero no pareciere que hubiera alguna por esta zona. Marcharía a la que tuvimos el encontronazo, a ver si seguía abierta. En un callejón, triste y oscuro, la iluminación era escasa, por no decir inexistente. El corazón empezó a acelerarse, pero no era yo de los que se arredran fácilmente. Por este camino acortaba bastante, así que seguiría a tientas hasta salir por el otro lado. Desenfundé mi bracamante y lo escondí bajo mi capa, por si algún piojoso quisiera robarme, estar preparado.

Asintiendo, Eleazar echó mano de la llave y se dispuso a salir, no sin antes darle aviso a Tomás de que anduviese un poco más alerta.

- Salgo a por arcilla, despabílate un poco buen Tomás. - dijo, sacudiéndole el hombro.

Luego salió por la puerta, sin mucha gana de salir a sentir el frío nocturno, pero sintiendo que más le valía aprovechar la ocasión y vaciar la vejiga.