Partida Rol por web

-Yo no tendría ninguna oportunidad en mi estado. Pongo todas mis esperanzas en que el monje Dragón sea nuestro campeón...

-Soy Asahina Yugure, Magistrada Esmeralda, y mi Señor es el Emperador. No sé quien es el tuyo, samurai, pero yo he venido en nombre del mío con otros Magistrados para hacer justicia en Kiuden Senaka. Para devolverlo a su legítimo Daymio, cuyo hijo está aquí, como sabes, a mi lado: Tamori Keiji-sama.

La Grulla habla con firmeza y respeto. Ha pronunciado el trato de "sama" con fuerza, contrastando con el que ha dado Sayuki. Aún así, sus palabras no son un reto. No es una provocación, su tono es el de aquel que dice la verdad, y que está seguro de ello.

-Tu oferta sería generosa si estas tierras no fueran las de los Tamori. Pero deduzco que una razón que obviamente desconozco te hace hablar como lo has hecho, así que en nombre de la autoridad que me ha sido otorgada requiero que la expongas. Creo que es lo justo, y a eso hemos venido, a hacer justicia en nombre del Trono Esmeralda.

A pesar de sus heridas, que la obligan a hablar con esfuerzo, Yugure se mantiene erguida, orgullosa, dando muestras de que realmente una mariposa puede ser firme y frágil a un tiempo.

La samurai mira con desdén a Yugure, con altiveza, casi. Su rostro más agresivo y desde luego no muestra ningún signo de que la mención del puesto de Magistrado Esmeralda le altere.

-Aquí vuestra "autoridad otorgada" son palabras que se las lleva el viento, Yugure-san. Así que considerad mi oferta con premura y sin más ínfulas ni delirios justicieros.

El resto de hombres parece divertido por la situación, especialmente el shugenja de la empalizada, que os mira con ojos vengativos. La mujer, sin embargo parece alguien que está obigada a realizar un papel que no es el que desea.

- Ofrezco mi espada y mi habilidad a Keiji-sama, para que la use según más le convenga. Confío en su sabiduría para salir de esta situación.

El joven parece debatirse entre las ansias de sacar la espada y matar a esa mujer que habla en nombre de un señor inexistente o entre salvar las vidas de los que le acompañan aceptando el duelo. Parece abrumado por una carga aún demasiado pesada para alguien tan joven.

Por unos instantes muestra su debilidad, y ésa es su humildad. Mira a Yugure-san con ojos penetrantes pero también anhelantes de una esperanza. Parece dispuesto a permitir a que la Grulla acabe de discutir con su enemigo antes de decidirse.

Para Ukide simplemente tiene un asentimiento mudo con la cabeza.

Yugure entrecierra los ojos, mientras escucha a la mujer, y su respuesta. Cuando acaba, la estrecha línea de sus párpados deja escapar un destello de ira.

No, no es esa la respuesta de quien merece aquello que pide. No mancharás nuestro honor ni nuestro nombre con el desdén y la condescendencia, seas quien seas.

Sin alterarse en su postura orgullosa se gira hacia Keiji-sama, que a su vez la está mirando con una muda pregunta, y la indecisión en las pupilas.

La mariposa azul asiente al monje, se lleva la mano a la guarda de su katana, y se inclina ante él. Su gesto no deja lugar a dudas, pone su arma y su vida a disposición del muchacho, a quien sí considera digno de ambos. Lo hace justo después de que Ukide-san haya hablado, sumando así su iniciativa a la del ronin.

¡Alto en nombre del Emperador! Se me ha encomendado proteger y ayudar a Keiji-sama. ¡Ni se os ocurra hacer nada si no quereis sufrir las terribles consecuencias! -dice el bushi Seppun con voz firme y alta.

Mientras va avanzando veloz hacia el enemigo, con su pesada y resplandeciente armadura, que porta el mon de la familia Imperial, amenazante y regio. Aunque sin sacar su arma aún, espera que sus duras palabras paren esto al menos un poco para poder tener algo de tiempo para evaluar las fuerzas enemigas y daños sufridos en sus compañeros. Así como la localización de enemigos, como el sughenja.

Si nadie dice nada, antes de llegar al tumulto de enemigos decelará un poco, para no chocar, él no va a iniciar un combate, espera que su intimidación haga centrarse al enemigo en él y no le ataque de inmediato, aunque no lo desecha cargar según la situación.

He visto mucha muerte hoy, no me importa morir ahora mismo si fuera necesario y luchar en nombre de Keiji-sama su él lo desea. Calmaos y dejadles en paz. Hablemos, a menos que deseeis probar acero Imperial. - Habla serio y duro, mira con sus ojos en todas direcciones, procurando evaluar al enemigo y ver sus reacciones.

En cuanto Shitsuro se acerca, las armas de sus oponentes le apuntan, indicándole que si da un paso más no preguntarán antes de atacarle. Sin duda son guerreros adiestrados y disciplinados. Su postura, su reacción al unísono, todo parece indicar que son huesos más duros de roer que los de la empalizada.

Cuando el samurai imperial les da órdenes, una carcajada se eleva entre los cinco que les cierran el paso. Pero es el shugenja el que se ha dado la vuelta, tras la muralla de aceros, para contestarle.

-Ni un paso más, samurai-san o pagaréis todos las consecuencias.

Sus ojos resplandecientes os recuerdan la avalancha y el muro de fuego que éste fue capaz de convocar. Aunque poco más a parte de sus ojos podéis ver entre tantos soldados que le cubren.

Por el joven monje deben pasar mil pensamientos en apenas un suspiro. Parece evaluar a Yugure y a Ukide en tan sólo un vistazo. Confiarle su vida a un ronin parece descabellado incluso para Keiji-sama, a parte de que en el combate anterior se ha dedicado a desarmar enemigos y no a herirlos, pero las heridas de Yugure son evidentes a pesar de que no sean muy graves. Su ceño se frunce mientras procura pensar a toda velocidad. Retira su mano del mango de la katana y recupera una postura más reljada, dando la impresión de que ha tomado una decisión.

Aunque procura que su voz sea tan firme y definitiva como la del resto de interlocutores, sin duda su timbre tiembla ligeramente mientras acuerda vuestro futuro y lo sentencia. La sentencia de que prefiere arriesgar su persona y daros una oportunidad de salir de una muerte segura para todos.

-El trato es aceptado. El duelo será a primera sangre. Aquellos que han subido hasta el hogar en las montañas con Keiji-san no serán dañados y podrán salir de la ciudad sin sufrir pena ni castigo.

La ira contenida rezuma en cada palabra que pronuncia, templada, pero tan hiriente que podría derretir la nieve. Sin duda es un gran sacrificio el permitir que unos usurpadores reclamen estas tierras como suyas para que vosotros salgáis con vida de la trampa que se ha cerrado a vuestro alrededor.

Se gira hacia los magistrados que le acompañan en el callejón y solicita un campeón.

-Keiji-san sabe que ambos estáis dispuestos a pelear por la justicia que habéis venido a defender. Sería incapaz de inclinarse por uno o por otro. Por favor, decidid entre vosotros. Y gracias.

Natsuki observa toda la escena confuso. No tiene claro qué ocurrirá si el elegido pierde el duelo ni por qué debería siquiera darse esa oportunidad a unos invasores. Pero sabe aceptar su papel en el mundo y este no es otro que cubrir aún a sus compañeros. Mantiene la flecha en el arco y aunque destensa la cuerda para no dañar su músculo, se mantiene listo para disparar en cualquier instante. Aún apunta con su arma a los cuatro samurai que se volvieron a hacerles frente, pero es sólo una pose. En realidad mantiene el rabillo de su ojo fijado en el shugenja. Si comienza un combate, ese será su primer blanco.

Ukide-san descansa su mano en la empuñadura de la espada, levanta la cabeza y mirando a Keiji-sama exclama:

- Mi pasado es mi perdición y a su vez es lo que me hace valioso para esta misión. Confío en mí, en que lo poco útil que he sido en combate ahora pueda darle un vuelco y nos permita evitar este sangriento combate sin futuro para nosotros. Mi objetivo es protegeros y proteger al resto de compañeros en este viaje, y quiero verlo cumplido ahora. Éste es mi deseo.

Caminé por el sendero de la Grulla, aunque lo abandoné, el camino que llegué a recorrer hizo mella en mí, y ese tramo me permitira ir al duelo con garantías. La fama de los duelistas de la Grulla es legendaria y no por nada.

 He de preguntar. ¿El duelo es a primera sangre o a muerte? -pregunta a la samurai que parece ser su líder.

Hay una diferencia sustancial, ciertos tipos de duelistas, especialmente si están heridos tienen menos posibilidades. Este tipo de duelos, suelen ser a primera sangre, pero visto lo que hay, lo mismo quiere un duelo a muerte.

Se empieza a sentir culpable, debió haber seguido con el ahora, a lo mejor un combate con todos desde el inicio hubiese sido diferente. Dentro de sí sabe que las cosas han podido ser diferentes. 

Keiji-sama - dice en voz segura y firme - Recuerde que puede contar conmigo para lo que quiera. Sea con mi vida o mi muerte. 

El sabe que no es el mejor duelista que hay, ni está especializado en ello. Sin embargo, dentro de las posibilidades, tal vez tenga una oportunidad, no está muy gravemente herido, pero si molesto, otros están peor. La situación parece complicada.

Dado que el grupo de los recién llegados (Natsuki, Shitsuro y Ryu) oye malamente lo que hablan sus compañeros, es uno de los soldados que los separan del grupo de Keiji-sama el que le repite las palabras sobre el duelo con voz agresiva y actitud despectiva, casi enseñando los dientes, como lo haría un lobo.

-El monje ha dicho que será a primera sangre.

Keiji-sama, tras oír las palabras de Ukide con atención parece reflexionar y después d eunos instantes se gira hacia Yugure, mirándole a los ojos.

-Si no hay nadie más a quien considerar, Yugure-san, considerad si os encontráis en condiciones de pelear. Si no es así, cededle el honor a Ukide-san.

Al final las palabras del monje tatuado reflejan que se ha guiado más por el estatus que por el estado de sus heridas, aunque deja la decisión en manos de la joven samurai-ko Grulla.

La samurai-ko asiente. Quizá ha dudado un segundo... o quizá sólo lo ha parecido. Porque al instante, sin que ni el tiempo de una simple inspiración haya pasado, realiza una profunda reverencia ante el monje, y le responde, al alzarse de nuevo.

-Como he dicho, mi espada y mi vida están ahora a tu servicio, y es para mi un Honor que confíes en ellas para representarte y dirimir esta cuestión. Se gira levemente hacia el ronín- No es que no confíe en tu destreza, samurai. (Y remarcó esa palabra, dando a entender con ello que así le consideraba, no un simple ronín). Pero considero que es mi deber y mi derecho aceptar este duelo. No sé si mis heridas puedan mermar la capacidad de mi cuerpo. Desde luego, no lo lograrán con mi voluntad.

Y dando dos pasos hacia la samurai-ko que ha lanzado el reto, se prepara, como tantas veces en su dojo, como tantas veces con su sensei. Solo que ahora, si la muerte la lleva, obtendrá la Gloria entre los suyos.

La mariposa azul, la pequeña Yugure, piensa en su padre. Sonríe...

-Dime, Yugure-chan, ¿qué ves en ella?

-¿En la mariposa? Veo su belleza, su delicadeza etérea.

-¿Y no te asusta su fragilidad, su vulnerabilidad?

-No, padre, sus alas son fuertes. Ella es efímera, pero no su vuelo, sólo parece ser débil. Cruza grandes distancias sin desfallecer, se enfrenta al viento, no la atrapa la araña fácilmente. Me gusta la mariposa, porque en su esencia está tanto el equilibrio como la dureza.

-Como tú, mi pequeño Atardecer...

Dando un paso atrás y dejando paso a Yugure-san, Doji Ukide exclama:

- Para mí será también un Honor ser representado por tal representante del clan Grulla, y un Honor mayor el ser considerado un igual para tí siendo un simple ronin. Confío en tí, estoy seguro de que este duelo será memorable, y que tu voluntad se hará con la victoria.

Ukide-san mueve la boca en una sonrisa torcida y piensa: Vuela alto, pequeña mariposa, vuela alto, eres nuestra salvación.

Mientras Yugure se coloca en posición, con la mano sobre el mango de su katana, sin tocarlo y con la palma hacia arriba, como si ofrecese un regalo, la posición legendaria de su escuela, su enemiga se coloca en frente en una postura más convencional, ligeramente ladeada, con la mano sujetando la empuñadura.

-Te enfrentas a Sayuki, Yugure-san. Hija del Cielo Abierto y de las Estrellas que no Lucen.

Tras esas palabras el silencio se hace en la ciudad abandonada, incluso entre los soldados enemigos, que con disciplina mantienen sus armas empuñadas, pero sin dirigirse palabra alguna entre ellos. Shitsuro, Natsuki, Ryu y el monje que les acompaña pueden ver la escena desde un poco más lejos ya que la calle desciende ligeramente hasta la plaza donde se desarrolla. Pero la verdadera tensión de las dos mujeres que se miran a los ojos, mientras la nieve de deshilacha a su alrededor, preparadas para medir sus fuerzas y la pureza de su alma, son realmente los compañeros acorralados en el callejón: Ukide el ronin, Emiko la joven, Kaeshi el bravo y Keiji el monje.

Apenas solo unos pasos separan a una de la otra, y la anticipación del golpe parece alargarse mientras ellas lo buscan, lo tantean en su interior. Un paso en falso y la fatalidad cae sobre los magistrados. Keiji-sama pararece bajar la cabeza, suplicándole a las Fortunas que su decisión haya sido correcta. Yugure en esos instantes, mientras los copos de nieve parecen quedarse estáticos en el aire, se convierte en una palabra de Esperanza.

Seguí a Seppun y los demás con la katana desenfundada y presto a acabar con cualquiera enemigo que se cruzara en nuestro camino, directos a ayudar a nuestros compañeros. Me detuve al igual que ellos al encontrarnos rodeados y con la clara disposición a empezar un duelo por el destino de todos.

Escuché las palabras de los contrincantes, y las de mis compañeros de armas. Observé la disposición de las tropas y calculé nuestras posibilidades. Existen más de una formas de salir con vida de aquí, pero está claro que si esa samurai mantiene su palabra, será la mejor. - Ni por un momento dudaba de la capacidad de la grulla ni de los demás samurais que habían ofrecido su vida y su espada para luchar por el monje.

Se mantuvo alerta, preparado, si bien no podía ser de ayuda en un duelo, lo sería tras él en caso de que las palabras de estos guerreros no valieran nada.