Partida Rol por web

La tensión había descendido un tanto ahora que parecía que el combate se iba a realizar sin duda. No obstante, Natsuki no acaba d fiarse de semejantes usurpadores y permanece atento. El arco pasa a descansar junto a la flecha en su espalda, pero su mano anda cerca del wakizashi. Se siente desprotegido y por precaución no se acerca mucho al centro del grupo, manteniéndose en una posición desde donde ganarle la espalda a algunos de los enemigos, pudiendo vigilar a la vez sus movimientos.

Ambas mujeres se escudriñan una a otra. A escasos pasos, los filos dispuestos a cantar su balada de sangre y metal. Con vuestro destino reposando en la mano suave y firme de Yugure contenéis el aliento y las palpitaciones del mundo, de las montañas que os rodean, parecen ralentizarse, expectantes a que una de ellas dé el golpe. Pero la busqueda de errores en su postura y defensa es meticulosa y ninguna de las dos quiere dar el mal paso que acarre la ruina.

El silencio es agobiante y está cargado de significado. Hasta el viento parece haber acallado su aullido.

Hasta el crujir levísimo de la nieve bajo sus pies, hasta el soplo del viento entre sus cabellos, cada pequeña variación que forma parte del tapiz de su entorno se trama para acompañar su balanceo, su cadencia.

Intenta que su mente se llene de vacío, que esos pequeños asomos de sus sentidos simplemente desaparezcan. No querría oir, no querría sentir. Sólo que su espada aleteara, segura, cuando fuera el momento preciso.

Pero Yugure no puede alejar de sí, como habría querido, esos estímulos, incluídas esas punzadas de dolor que intentaba por todos los medios acallar...

... y la nieve se hunde ahora con fuerza cuando la pierna le falla, cruzada por un relámpago que proviene de su herida...

En cuanto Yugure-san pierde la concentración a causa de su herida, sin vacilación su oponente, que estaba esperando ese instante, se lanza a la velocidad del relámpago. Dos zancadas desacompasadas, como un lobo que ha encontrado la yugular de su presa. Yugure consigue desenvainar pero su oponente pasa por debajo de su espada y desenvaina la suya. La hoja resplandece como la luz que llueve de las tormentas y golpea a Yugure con un golpe trepidante. Pero medido. Ante vuestros ojos Sayuki vuelve a envainar su katana. Un Hoja Kakita, como la que lleva Reyken-sama.

Por la mejilla de la joven Yugure corre la primera sangre, un filamento carmesí que pronto se acaba perdiendo por debajo de su barbilla. Un corte preciso le recorre el pómulo. El duelo ha concluido y lo habéis perdido. De pronto la desesperanza y todo el cansancio del viaje cae sobre vosotros como el peso de las montañas que oprimiese vuestros corazones.

Las reacciones entre los soldados que os rodean son bastante entusiastas, con vítores por su líder, hasta que ésta levanta la mano y les hace callar de único gesto. Se dirige al monje, sin siquiera cruzar una mirada con la joven Grulla que ha sido vencida en duelo.

-El ronin, el Seppun y usted, os venís conmigo, Keiji-san. Para el resto... abandonad la ciudad y sería mejor que abandonáseis estas tierras. No os traerá nada bueno quedaros aquí.

Keiji-sama aprieta los puños, pero asiente.

Mira a Yugure, en sus ojos sólo hay comprensión, ninguna muestra de que se arrepienta de su elección como representante del duelo. Se acerca a ella y le tiende la katana que trajísteis desde Yasamura.

-Keiji-san os devuelve la katana que le prestásteis, Yugure-san. Muy agradecido.

Y comienza a andar hacia el castillo, acompañando a Sayuki, Hija del Cielo Abierto y de las Estrellas que no Lucen.

El rostro de Yugure es una máscara perfecta, no hay en su faz señal alguna de que acaba de ser vencida, si no fuera por ese trazo escarlata sobre el níveo de la piel.

Y por esa sombra en el fondo de sus pupilas.

Cayó la mariposa, padre, fallé, a la primera... también te fallé a tí, mi joven amigo, aunque no transmitas más que comprensión. Me avergüenzo, no por mi orgullo solamente, por el vuestro también.

Recibe de las manos de Keiji la preciosa Hoja, y sólo entonces se permite bajar la mirada, cuando dirije al monje una reverencia. Sabe que no quiere que la espada llegue al Kyuden, por eso la ha dejado a su cuidado.

Ukide-san mira con tristeza y cierta ternura a Yugure-san y comenta:

- Fuistes muy valiente al aceptar el reto con las heridas que tienes, y estoy orgulloso de ello. Participaste como una verdadera samurai, algo a lo que yo no puedo alcanzar.

Y volviéndose al resto del grupo exclama en alto:

- Me alegro de haber compartido esta misión con vosotros, ojalá volvamos a vernos, compañeros.

Doji Ukide, con la cabeza ligeramente declinada, sigue los pasos por donde el monje caminó, dirigiéndose al mismo incierto destino.

Emiko se levanta apoyandose en la katana enfundada.

-Yo también voy, no voy a dejar a mis compañeros de viaje solos. Hasta aquí hemos llegado, ahora no hay sentido para volvernos unos y otros sí. Pese a mis heridas, si no me permitís ir con vosotros os seguiré a la fuerza. Lo que tenga que pasarle a Keiji-san, Yugure-san y a Ukide-san también me pasará a mí.

Y dicho esto se termina de incorporar y se pone a la altura de Yugure y le tiende una mano para levantarse. Mantiene una mirada firme y fría, sin mirar a nada ni a nadie, pareciendo poder escrutar el destino que los depara a todos.

Natsuki sacude la cabeza. No parece entender mucho de lo que está ocurriendo. Pero tiene claras las opciones que hay y avanza para ponerse junto a Emiko. La enfrenta y alza una mano para que esta la atienda. Habla con ella en un tono cortés. -

Emiko-san, seguir este destino sería igual a quedar aquí como "invitados" de estas personas cuyo origen de su legitimidad desconocemos. Creo que podemos ser de más ayuda al clan Dragón en otra parte.

Árbitro, ¿veo a mi caballo? En teoría se lo llevaron los compañeros de la vanguardia..

El grupo de soldados se cierra en torno a Keiji-sama, Ukide y Shitsuro, sin que el resto podáis hacer nada. Yugure, vencida, que excluida, cerca de Emiko y Kaeshi. Natsuki se abre paso hacia donde están para hablar con la más joven del grupo que parece alterada por los acontecimientos.

Sayuki se vuelve cuando oye las palabras y clava su mirada de acero en Emiko.

-No te pongas en evidencia, joven Grulla. Estos son los prisioneros que se acordaron, tú no me sirves de nada.

Emiko se altera profundamente pero intenta recuperar el control. Esa samurai-ko la ha insultado, pero jura ante los dioses que se tragará sus palabras algun día... en un combate singular a muerte... cuando ella no esté herida como está en este momento...

Con el vaho que empaña su mirada aún velando sus pupilas, Yugure ve partir a la comitiva con los tres compañeros que su fracaso ha condenado. Persiste absorta durante unos instantes, ajena a los comentarios de los demás, demasiado entristecida por esa sensación de pérdida. Y quizá de culpa.

Finalmente se gira hacia su prima Grulla, y le tiende la mano, para ayudarla a levantarse, como ella le ha pedido. Consciente ahora de las palabras de una y de otro, asiente al comentario del Unicornio.

-Vamos, Emiko-san. Nuestra palabra es lo que cuenta, y éste duelo ha sido un pacto de Honor. Lo he perdido, y ahora debemos atenernos a las consecuencias. La samurai-ko lo ha respetado, es nuestro turno de hacer lo mismo.

Y apretando los labios, reticente a añadir nada más ante los soldados, o quizá dolida aún consigo misma, se dispone a deshacr el camino, de nuevo de vuelta hacia el serpenteante sendero que les llevó hasta el pueblo.

 Observé el encuentro reacio a aceptar las condiciones que se imponían, pero nada podíamos hacer desde nuestra posición salvo ver con impotencia el duelo de voluntades de los duelistas. Esperaba el momento oportuno para actúar, aunque la samurai-ko había hablado honorablemente nada me hacía pensar que mantendría su palabra en caso de Yugure-san ganase el duelo...

No sabría decir si la samurai-ko mantuvo su palabra porque su honor así lo requería o porque ya tenía lo que quería y confiaba en nuestra voluntad de creer en el Bushido para marcharnos sin causar más problemas, al que decía, era su territorio.

Me acerqué a ayudar a Yugure-san, envainando mi arma y presto a observar hasta que no era más que un punto lejano a Sayuki, sus prisioneros y su guardia.

Bien decis, Yugure-san. Nuestro honor nos impele a que abandonemos este lugar, e igualmente, nos pide que no olvidemos los juramentos que nos hicieron venir aquí. No olvidemos que debemos demostrar una firme determinación y no dejarnos avasallar ante las adversidades a las que las fortunas nos someten. - digo solemne.

Viendo que los compañeros apoyan su comentario y parecen todos de acuerdo, aún atento a lo que Emiko pueda responder, Natsuki se acerca a su caballo y coge las riendas para preparar la marcha.

-Vámonos, no nos queda nada que hacer aquí y corremos peligro, pero volveremos...