Partida Rol por web

Francesco impactó con su hombro sobre el muro formado por los dos hombres, pero no con la fuerza suficiente como para evitar que sus espadas buscaran el sabor de su carne.

-¡Hijos de puta! -rugió Francesco al pasar entre ellos. Aunque todo aquello resultaba mucho menos peligroso que un Tremere, seguía sin acostumbrarse al corte del acero. Y las llamas siempre eran llamas, ya fueran mágicas o prendiendo de una antorcha.

En cierto modo, la persecución estaba justificada. Él había creado a Astrid y ella había provocado esto. Fue consciente, de pronto, de que la gauta habría muerto de no ser por su afortunado renacer.

Pero todos estos pensamientos no detuvieron su acelerada carrera a través de las calles de la ciudad, en dirección al puerto.

Francesco corrió con su amada sobre los brazos, girando a través de la callejuela y saliendo del camino para evitar al Vampiro y sus hombres, quienes, alertados, habían empezado ya a correr tras ellos. Astrid, de pronto lo golpeó en el hombro.

-!Suéltame! ¡Sé correr sola! -protestó, ya plenamente despierta-. No soy como una de esas remilgadas chupasangres de Europa.

-Y sin embargo ardes de igual modo si te alcanza el fuego -espetó Francesco, dejando a Astrid en pie sobre el suelo. Señaló el humo que salía de la posada conforme el fuego se hacía con el lugar-. Hemos sido atacados por un vampiro pelirrojo y su séquito de ghules. Confiaban en que estuviéramos dormidos el tiempo suficiente como para reducir el lugar a cenizas sin que nosotros nos percatáramos. 

Lo que planteaba algo interesante. Algo en lo que había pensado no hacía ni dos noches. 

-Debemos marcharnos de aquí, Astrid. No están lejos. 

Una flecha flamígera silbó en el aire clavándose golpeando en el suelo prácticamente a sus pies, dando veracidad a las palabras de Hakan.

-¡Joder! ¡Vamos, no te quedes atrás! -dijo ella mientras empezaba a correr.

No tenía que repetirlo dos veces. Francesco salió a la carrera siguiendo los pasos de Astrid tan pronto vio la flecha clavarse junto a él. Maldijo a Hakan den Svarta y maldijo, ya puestos, a su propia Chiquilla. 

Y todavía quedaba un cabo suelto, si es que se dirigían al puerto y otras tierras: Jarl. No iba a dejarle ahí ahora que se había convertido en su fiel compañero. 

Hakan aulló y ambos siguieron corriendo hacia el corazón de la aldea y de ahí hacia el puerto, compartiendo con sus perseguidores el objetivo de llegar hasta el borde del mar.

El trote del caballo y el rozar de las espadas era una ominosa presencia a sus pies, materializada de tanto en tanto por las sádicas flechas que buscaban con avidez morder sus pieles no-muertas.

Tras doblar la tercera calle desde la plaza Francesco divisó las velas de los barcos fondeados en el muelle. 

Hacer las cosas bien, o al menos correctamente, suponía negociar con algunos marinos la posibilidad de que le llevaran hasta Dinamarca, buscar el modo correcto de meter en el barco a Jarl sin despertar sospechas, mantenerse dentro de los límites de lo ordenado y legal...

Y lo que más probablemente iba a ocurrir era que robara un maldito barco junto a Astrid. Aunque no tenía la menor idea de cómo iba a hacer para navegarlo...

-¡Al puerto, Astrid! ¡Ya puedo ver las velas! ¡Pongamos mar de por medio entre nosotros y esos bastardos!

-¡Corred! ¡Atrapadlos! -ordenaba el Vampiro a voz en grito.

Su negro corcel galopaba por la calle como una inminente amenaza. Entonces Jarl, surgió corriendo de entre las sombras y azuzó al caballo, que se puso de mano retrasando al perseguidor.

-¡Maldita sea! -exclamó la Gauta corriendo veloz como un salvaje tornado.

Completamente hecho a su nuevo cuerpo, el antiguo Salubri, ahora Gangrel, se movía a través de las calles con una soltura sin par. Saltó por encima de un barril tumbado, apoyó una mano sobre la tabla de un puesto ambulante y saltó con gracia y sin detenerse al otro lado. Astrid y ella se movían a la par, en una hermosa y salvaje carrera.

-¡Jarl, vamos muchacho, no te quedes atrás!

Creador y Chiquilla corrieron con imposible velocidad, hasta que se abrió antes sus ojos el puerto de Lomma con los barcos y barcazas durmiendo mecidos en los amarres.

Francesco divisó una pequeña balandra de un solo mástil y supo que quizás, con ayuda de Astrid podría gobernarla, siendo un barco de calado suficiente como llegar a Britania de un solo viaje si así lo deseaban.

Tras ellos los pasos de los hombres de Ornard les apremiaban a tomar una decisión.

La decisión estaba tomada. No había otra alternativa y no había tiempo para pensar. Tomó la dirección hacia aquella balandra. No supo cómo o por qué, pero se sentía capaz de hacerla funcionar, y eso le bastana pese a que jamás había sido un marino. Probablemente tendría que ver con su condición como retornado de la muerte.

-¡Astrid, ahí! -indicó a su amante-. ¡Nos vamos de esta maldita ciudad, no puedo hacerlo sin tu ayuda!

-¡Joder, no! -dijo mirando hacia el barco y hacia sus perseguidores-. Joder no quiero huir. No quiero viajar a la puta Europa -volvió a mirar a ambos lados y saltó grácilmente a la balandra-. Joder, Francesco te odio. ¡Y vosotros, no os olvidéis de mí, porque volveré! -gritó hacia los siervos de Ystad.