Partida Rol por web

A pesar de haber sido el viaje largo a la par de caluroso, la promesa de encontrar oro como para enriquecer toda su vida de riquezas le hacía soportar las penurias que hubiera por el camino. Al llegar y bajar lo primero que hizo fue estirar las extremidades y mover el cuello para crujirlo en un limpio movimiento, buscando después entre sus bolsillos un cigarro para encenderlo.

Las espuelas de sus zapatos resonaban con su caminar lento pero seguro, una espalda alargada y la mirada levemente altiva que mostraba seguridad y un escaso grado de prepotencia que solía camuflar con furtivas miradas y seductoras sonrisas.

Con las manos sujetando la chaqueta que llevaba, entró atraído por el conjunto de murmullo y el sabroso olor del asado, notando en su paladar cómo la carne se deshacía aunque todavía no la hubiera probado. Plantado en mitad del salón, aprovechó para echar un leve vistazo a todos y cada uno de los integrantes, guiñando un ojo a las mujeres que cruzara mirada con él.

- Caballeros, señoritas…- Alzando la voz lo suficiente para ser escuchado, se quitó el sombrero y, con un gesto elegante, hizo una leve referencia llevándoselo al pecho mientras agachaba levemente el cuerpo, imitando el estilo caballeresco medieval.- Hermana.- Miró por último a la mujer que iba ataviada con hábitos de monja mientras volvía a colocarse el sombrero.

Caminó hacia la barra, donde se habían agrupado un pequeño grupo, apoyando las manos sobre la madera mientras intentaba captar la atención de Nelly Grandma, quien a sus ojos parecía la mesera.

- Bella dama, ¿sería tan amable de servirme un trozo de deliciosa carne? – Dibujó en su rostro una encantadora sonrisa, escuchando poco después la petición de Lupita Calamidad.- Permítame invitarla, señorita.- De nuevo buscó con su penetrante mirada a Nelly, esta vez hablándole más bajo, como si estuviera contándole un secreto.- Sírvame también dos vasos con su mejor licor, encanto.

Maeve fue de las últimas en entrar y lo hizo llamada por la curiosidad. No quería dejar escapar la oportunidad de averiguar a qué venía tanto jaleo en aquel saloon. A fin de cuentas, todos acababan de llegar a ese pueblo supuestamente deshabitado. 

Tal y como imaginaba... pensó Maeve. La comida y el sexo solían ser buenos reclamos. Bien lo sabía ella después de haber regentado uno de los burdeles más conocidos del viejo oeste. Pero le extrañaba las confianzas que ya estaban cogiendo algunos para conocerse desde hace unos minutos. Ni siquiera ella había logrado sentirse cómoda con sus compañeros de viaje. 

En cualquier caso, no quiso ser menos y se dirigió a la barra para pedir una copa de vino. Entonces pidió una cerilla a Nelly y otro cigarro a Dave McCall. Y encendiéndoselo se puso a contemplar a sus nuevos compañeros de aventura...

La puerta de aquel lugar se abrió una vez más a la noche y, con dos zancadas, Clay “Wildhorse” Smith entró. Se quedó quieto allí, escuchando como la puerta se cerraba a sus espaldas y como la gente ya se divertía delante de él. Levantó una ceja, ni sorprendido ni desilusionado, sino más bien divertido. No hacía falta ser sheriff ni médico para saber donde encontrar a toda la gente a una hora como aquella, más teniendo en cuenta el largo viaje que acababan de hacer.

Dio dos buenos zapatazos al suelo y se sacudió los pantalones dejando que una nube de tierra se elevara de ellos y cayera lentamente al suelo formando un círculo casi perfecto a su alrededor. Se estiró y se quitó el sombrero y decidió que lo mejor sería tomar un trago y descansar un poco en compañía antes de planchar la oreja en algún rincón de aquel pueblo. Al acercarse a la barra, uno de los hombres que estaba allí, levantó su vaso y brindó hacia la puerta por la que acababa de entrar.

-Gracias, todo un detalle. Más aún sin conocernos-le dijo mientras se apoya a su lado en la barra y pedía otro con un gesto de su mano.

Echó un vistazo alrededor, observando atento a todas las personas reunidas allí. El Pequeño Buddy ya estaba sentado a la mesa de poker, menudo elemento. Había despotricado lo suyo desensillando los caballos, lo mismo que el resto de los que habían trasportado en la carruaje durante el camino. No estaban acostumbrados a viajes tan largos y duros. Pero nadie había reparado en los cuidados que los caballos también necesitaban si querían que les durasen lo más mínimo y, a falta de un mozo de cuadras, Clay había tenido que darles paja y cerrar bien el establo para que los lobos no se dieran su festín particular esa noche. Tendría que buscar a algún muchacho para que se encargara de esos temas, quizás el muchacho del otro carromato aceptaría el trabajo. Hablaría con él, con el pequeño Honey, como le había bautizado nada más verlo. Un chaval tan joven en aquel lugar no tardaría mucho en caer como las pulgas.

-Al igual que todas estas mujeres bonitas, estas tierras no van a ser fáciles de manejar. No entiendo qué le ven a ponerse en peligro por un trozo de tierra, salvo que quieran alejarse de su pasado-susurró en voz alta para él, mirándole el trasero a Maeve, una de las mujeres que había traído hasta allí-O volver a empezarlo en otro lugar-levantó su vaso y se lo bebió de un trago mientras veía como Dave McCall comenzaba su ataque a la bella jovencita. El viaje en el interior del carruaje tenía que haber sido divertido, lástima que en el pescante no se hubiera enterado de nada. Aunque supuso que no tardaría en darse cuenta si Dave era correspondido o no por Maeve, ambos tenían caracteres peculiares y fuertes por lo poco que había llegado a ver durante el viaje. Chasqueó la lengua, alejando su atención de aquellos dos, que le importaban más bien poco una vez que los había llevado a destino, centrándola en una mujer mayor que avanzaba por la sala con una bandeja llena de carne. Se acercó a ella y, con un rápido movimiento de su cuchillo, ensartó uno de aquellos humeantes filetes-Dios se lo agradezca. Después de un largo viaje, esto se agradece-le dijo a la vieja Grandma.

Lucky evaluaba las posibilidades de aquel pueblucho abandonado. Desde que tenía memoria buscaba fortuna en todas sus variantes, y mas veces de las que no la había encontrado, aquel sitio no podía ser una excepción.

Observó a sus circunstanciales compañeros y compañeras de viaje. Destacaban un vaquero con los dientes mas blancos que había visto en su vida y otro tan pulcro que parecía que había salido de esos circos orientales ambulantes que se iban poniendo de moda. 

Como no podía ser de otra manera, organizó una partida de póker. Toda oportunidad era buena para tratar de obtener una ventaja económica y un rato de diversión, pero no pudo disimular su incomodidad ante la mujer que se había puesto a jugar. No porque fuera mujer, mientras tuviera dinero que apostar eso a Lucky no le importaba. No, eran esos cabellos rojos los que no auguraban nada bueno. 

Pensó en levantarse y marcharse de allí en ese mismo momento, pero algo lo hizo quedarse. Pudiera ser orgullo, pudor o necesidad de emociones. Pero estaba seguro de que lo lamentaría.

No obstante, siguió sonriendo. Era un profesional, después de todo. 

Volví a entrar en aquel lugar, vi una mesa en la que se estaba organizando una partida de poker.

Siento la mirada de sus compañeros, parecían no confiar en ella, se sentó y no se le ocurrió otra frase más que esta
"Aparte de usar cartas para adivinar, se como usarlas para divertirme."
Después pidió una copa de buena Ginebra a aquella amable anciana, empezó a jugar.
¿Quizás halla fortuna en estas áridas tierras?

Aquel farol no le había salido bien del todo. Pero Jane tampoco estaba preocupada. La mesa cada vez se iba animando más, y en aquel momento se encontraban jugando un hombretón grande que se hacía llamar pequeño Budy (la mujer no pudo evitar soltar una carcajada al escucharlo) y un tío con unas gafas muy raras y una sonrisa más extraña aún, que no paraba de mirarla. Qué petardo. 

Sin previo aviso, la damita con acento francés y fanática del tarot se sentó a la mesa con ellos. Y no solo eso, sino que se había pedido un copazo de ginebra. Jane dejó escapar una risotada, mezcla de la incertidumbre y la agradable sorpresa, y rodeó los hombros de la francesa con un brazo -¡Sí señora, así se habla! Estoy segura de que nos lo vamos a pasar bien -y alzó su vaso de whisky para brindar con sus compañeros de juego. 

Tommy Zheng se abrió paso en aquel local junto a sus compañeras de viaje hasta llegar a una mesa atraidos por el olor de la comida.

Había sido un viaje largo y ahora tocaba reponer fuerzas. Betsy ya había empezado aquella labor con entusiasmo tan pronto como aquella amable anciana les había ofrecido un plato de carne. Sin duda era generosa, porque había ofrecido alimento a todos los allí reunidos a pesar de que su elevado número seguramente amenazaba las reservas de alimento que pudiera tener cuando estaba sola.

Betsy le ofreció unirse a ella y comer algo y Tommy no lo rechazó. Asintió con la cabeza.

- ...

Y simplemente con eso comenzó a comer.

Notó que algunos allí le miraban como a un crío, o quizás solo era desconfianza por sus rasgos y él lo malinterpretaba, pero no le importó demasiado. Ya había superado la veintena y era consciente, porque ya le había pasado antes, que los occidentales tenían muy poco tino a la hora de calcular la edad de los suyos, así que ya casi lo asumía por algo normal.

En aquel local se había reunido gente de lo más dispar. Desde mujeres hartas de vivir bajo el yugo de su sexo a hombres libertinos con el descaro impreso en su genoma, pasando por una monja y algún que otro hombre y mujer que inspiraba confianza, como el pequeño Buddy o la señorita Calamidad. Desde luego si aquella era la semilla que debía germinar en una nueva comunidad, iba a ser una comunidad muy interesante y única.

Dio otro bocado.

Tendría que empezar a pensar cuál sería su lugar allí. Le gustaba el trabajo duro y las herramientas, quizás pudiera ser el hombre para todo del lugar. Veía mucho hombre muy acostumbrado a no tener que realizar más esfuerzo en el día a día que cargar con su pesado ego, así que probablemente nadie le disputara el puesto.

Ross sonrió una vez más al ver el tipo de personas que se habían juntado, sin duda un grupo de lo más variopinto, así que dando un último trago aquel vaso casi vacío, se colocó de nuevo el sombrero y se despidió, con un ligero toque sobre éste, de su compañero de viaje y ahora también de bebida, Alison Cassidy.

Caminó con calma hacia la mesa de poker mientras pasaba cerca del mocoso (Tommy Zheng) y le quitaba un trozo de carne, Marston le guiñó un ojo y sonrió mientras continuó su calmada caminata hacia dicha mesa.

Una vez cerca de los jugadores decidió quitarse el sombrero y saludar a los demás con un agradable -Buenas- Cualquiera diría que aquella amabilidad procedía de un asesino que había matado a más de 50 personas por unas simples monedas. -¿Les importa si me uno?- Sonrió de nuevo y se sentó en una de las sillas vacías.

Tras las primeras manos comenzó -¿Así que todos han venido por las riquezas de este lugar?- Continuó mirando las cartas de su mano mientras se disponía a escuchar las posibles respuestas e intentaba saber quien sería de más confianza y quien de menos.

El pequeño Buddy se levantó de la mesa, alzó su vaso de Whisky lo más alto que pudo y dijo:

-Brindemos, riámonos y divirtámonos ahora, se avecinan tiempos dificiles-

William H. Boney podía observar a través de una pequeña rendija desde la puerta de la cocina. Aunque nadie le había vuelto a ver desde que llegaron al pueblo, fue el primero en llegar al Saloon y ofrecerse a ayudar a Nelly- su  pasado como tabernero y cocinero fusión indio-americana le empujaron estrepitosamente a arrimar el hombro- Allí había pasado las últimas horas aderezando los platos de la riquísima carne que había cocinado y aún y todo, su traje se mantenía brillante e impoluto

-Por fin me toca a mí!- dijo clavando su mirada en aquel corte de vacío casi sangrante que tenía frente a él.
Introdujo cuidadosamente el pico de una servilleta  bajo su camisa, se remango perfectamente ambas mangas y se dispuso a degustar la pieza acompañada de un vaso de agua fresca que Nelly le había traído del pozo de la parte de atrás de la taberna.
Mientras saboreaba la carne, escuchaba atentamente las conversaciones entre el jolgorio que comenzaba a adueñarse de la sala.
- Todos estamos aquí por el oro. Todos? No, no lo creo. - Farfulló entre dientes mientras oteaba a todos y cada uno de los nuevos moradores de Miller's Hollow

Alice escuchó a aquel hombre preguntar "si todos estaban aquí por las riquezas"... Lo cierto es que sí, pensó Alice... para ella, quizá el oro no fuese lo más importante, pero sí iba en búsqueda de la suerte, de la fortuna, de una nueva vida más prósera...eso desde luego- se reafirmó en su pensamiento-.

La chica se atrevió a tomar la palabra (ya estaba acostumbrada a callar las broncas en el Motel y tener que hacerse escuchar entre voces más intensas que la suya) - Creo que todos hemos emprendido este viaje a este pueblo perdido por algo, ¿no es así?...oro, riquezas, dejar el pasado atrás y empezar de nuevo...Al final todos estamos aquí por lo mismo. Buscarnos nuestra propia suerte- Dijo mientras se dirigía a la barra a por una copa. Al fin y al cabo, había que brindar porque al menos algo en los últimos días había salido bien: Habían llegado a Miller´s Hollow.

- Por Miller´s Hollow- Dijo mientras alzaba el vaso.

Nelly agradecía los comentarios que le dedicaban, y la ayuda. Y tampoco despreciaba alguna moneda, si ésta caía en su bolsillo, o en la batea de la entrada, puesta ya con ese fin.

-¡Cof cof!  ¡Comed, comed y bebed! ¡Ah! ¡Y no rechazo ayudas de plata, amigos! -Repartía platos y sonrisas, todo a la vez.- Nada de pensar en el mañana, jejeje. ¡Hoy es hoy, y estamos aquí, hemos llegado bien, enteros y bien! ¡cof! 

Bueno, Nelly muy muy bien no parecía estar con su tos eterna, pero se movía sin cesar, alegremente, entre las mesas y la cocina, servía, limpiaba, hasta daba pequeños abrazos a uno y a otra. 

Se plantó ante el Guapo Will, y le zarandeó el sombrero a modo de carantoña, justo cuando éste tragaba un sorbo de agua. Lo que hizo que la derramara sobre la mesa, pero Nelly se rió, como una niña traviesa. Y era difícil enfadarse con ella.

-¡Jejeje! Menudo ayudante tengo. ¡Voy a tener que apartar a las mujeres de ti, chiquillo! ¡cof!

Y se giró hacia una de ellas, que alzaba su copa en un brindis, como estaba haciendo el chicarrón de Budy. La abuela hizo lo mismo con la jarra de agua sobre la mesa. La alzó, y gritó eufórica:

-¡POR MILLER'S HOLLOW! 

(¡cof!)

La hora antes del alba es siempre la más oscura y la más fría. 

Aún había gente en el saloon antes de que rompiera el sol, aunque la mayoría ya se habían dirigido a sus nuevas casas. Aquellas cabañas alineadas de madera eran como las bayas que ofrecen los arbustos en primavera: Solo había que alzar la mano para tomarlas. 
Aún así, aunque fueran invisibles en la oscuridad, hubo ya las primeras miradas de recelo, por ver quién había escogido la más grande o la más sólida, la que estaba a la entrada del pueblo o la que se encontrara encima de algún establecimiento al que marcar propiedad viviendo encima. 
El pueblo había estado de celebración, pero cuando empezara la rutina en el pueblo muchos ya pensaban en establecer sus propias leyes y reclamar lo que pensaban que les correspondía de aquel tesoro de madera y cristal. 

Nunca llegaron las leyes. Nunca empezó esa rutina. 

La familia noruega de puritanos se había establecido en una de las casas más modestas queriendo evitar problemas. Por eso la matriarca se extrañó cuando vio a su hija pequeña salir corriendo de la casa. Despertó a su marido y, sin esperar, encendió un candil y se asomó al cuarto de sus cinco hijos, para ver qué pasaba deseando que alguno de los forajidos no se hubiera metido en la habitación de sus vástagos con abyectas intenciones. 
Es irónico que aquella imagen del mal fuera la última que iba a tener una mujer entregada a la religión que quiso empezar de cero. La luz iluminó a sus hijos siendo destripados por el mismo ser que ser un segundo después acabó con su vida. Su marido antes de morir fue quien efectuó el primer disparo que se oyó en el pueblo. 
Al oírlo algunos se despertaron y eso fue lo que les hizo no morir en su sueño. En la oscuridad de sus nuevos hogares vieron garras y dientes con olor a pólvora. 
Alguno tuvo tiempo para desenfundar y disparar, alertando a su vez al resto. 
La gente del saloon salió a la calle central al oír la creciente oleada de gritos y disparos. 
Llegaron a tiempo de ver como un antiguo coronel salía disparado de la ventana de su casa y se estampaba muerto a sus pies. 
Todos sacaron sus armas, pero los ataques parecían venir desde todos lados. 
Desde el interior de las casas se oían gritos. Todos pusieron su supervivencia a prueba: Corrían, se escondían, atacaban o intentaban agruparse para saber al menos a qué se enfrentaban. 

- ¡Nos atacan desde dentro! ¡Por todas partes! 

- ¿Qué está pasando? 

- ¡Bestias salvajes, son bestias salvajes! 

Ni los gritos ni los disparos que se lanzaban en la noche eran capaces de acallar la agonía de las víctimas que morían ni el extraño rugido que corría por los tejados. 

A esas alturas el polvo de la gente que corría en todas direcciones se confundía con el de la pólvora. 

Y entre toda aquella humareda apareció la silueta inconfundible de los indios. 

Habían rodeado el pueblo en sus caballos. 

Ahora no parecía haber escapatoria pero aún así los supervivientes corrían deseando morir bajo los cuchillos y flechas de los salvajes que devorados por aquel horror inexplicable que parecían haber desatado dentro del pueblo. 

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La pequeña Jenna se escondía en la capilla de piedra tras escapar de su casa.
 Había visto cómo un monstruoso lobo gigante se había comido a sus hermanos. 

Y mientras corría por el pueblo escuchó los gritos y los disparos. Se escondió en un porche cuando oteó a otro de esos seres en el tejado del saloon, a punto de saltar sobre los que habían salido al escuchar todo el alboroto. 

El tejado cedió y la criatura peluda se hundió en el piso. No importaba. Saldría. Había más. Los iban a matar a todos. 
Escondida estaba mientras se tapaba los oídos ante la pólvora y los gritos. 
Vio a mucha gente correr fuera del pueblo. A la oscuridad de los campos. Donde seguro que aquellos monstruos podrían matarles fácilmente. 

Entonces vio una antorcha y al indio que la portaba. Junto a él otros jinetes salvajes. Mamá siempre le decía que los indios eran criaturas no bautizadas y que ni siquiera tenían alma. 
Otros vaqueros del pueblo debieron pensarlo también porque empezaron a dispararles. 
Los indios trataban de ponerse a refugio. 

Jenna quería decirles que se equivocaban. Decirles que no eran hombres con alma, ni indios sin ella, los que les habían atacado desde dentro de las casas. Pero había gastado toda su voz cuando escapó de aquella cabaña. 

¿Es que no lo veían? ¿No veían que pese a que algún indio fue derribado por los vaqueros desesperados ellos no devolvían el ataque y se limitaban a ponerse a cubierto? ¿No se daban cuenta que los salvajes bordeaban el pueblo y cabalgaban tras los huidos para protegerles y no para rematarles? 

Pronto todos se dieron cuenta. 
Porque atravesando de nuevo el tejado por donde había caído salió a la luz de los primeros rayos del alba la criatura 

Y frente al terror de los que aún quedaban por allí... los padrenuestros y los gritos... los que remataron al hombre lobo fueron las flechas de los indios. 
Habían venido a por los hombres lobo. 

Jenna vio el cuerpo del monstruo tirado en la plaza y salió a verlo. Entre sus fauces aún tenía resto de las ropas de sus hermanitos. 
Y Jenna se desmayó. 

Cuando Jenna se despertó ya era de día. Habían pasado horas y los supervivientes, junto a los indios, habían enterrado a todos los muertos. Sabía que su familia entera estaba entre ellos, así que en vez de ver sus tumbas se aferró a su muñeco. Era el último recuerdo que tendría de ellos. 
Quedaban 20 habitantes en el pueblo, además de ella y de los indios. 
Todos estaban desolados y perdidos reunidos alrededor del cadáver de aquel hombre lobo, mascando la propia tragedia de su destino. 
Pero no habían estado juntos toda la noche. Algunos fueron traídos por los indios desde los campos cercanos, otros parecían haber estado escondidos en sus casas, otros corriendo y disparando a ciegas. 
- ¿Qué es eso? Es un monstruo

​- Es un hombre lobo... creí que solo existían en los cuentos de los niños

- Pues ahora existen más que los niños. Salvo a esa cría han matado a todos, y a los amish y a los mexicanos y al reverendo y al coronel y... 

- Tenemos que irnos de este pueblo. Está maldito. Probablemente esos monstruos devoraron a sus antiguos ocupantes y... 

- ¿Y se pusieron sus ropas? ¿Os habéis fijado que ese hombre lobo lleva la ropa del sacerdote? 

La sombra de un caballo hizo a Jenna mirar para arriba. El jefe indio se había aproximado al grupo. De día daba casi más miedo que de noche. Y encima dijo

- No lleva su ropa. Lleva su piel: Ese hombre lobo ERA el sacerdote. 

Y el hombre blanco que habitaba en este pueblo no fue devorado por los hombres lobo. 
Este...

Ha sido siempre un pueblo de hombres lobo. 
 

"Mi nombre es Ala Negra. 
Cuando el abuelo de mi abuelo era niño y los Apache eran los jinetes de estas tierras, un hombre blanco de más allá del mar llegó a este pueblo con algunos de sus congéneres. Su mirada oscura que asustaba a nuestros animales, pero nunca imaginamos que no era hija de los dioses, sino de las pesadillas. 
Se llamaba Miller y tomó un pequeño asentamiento antiguo y construyó este pueblo que fue durante décadas la guarida de su manada. De día son hombres blancos. De noche son depredadores monstruosos. 

Nuestro pueblo los combatió, pero su máscara como humanos les hizo recibir la ayuda de otros hombres blancos. Vosotros nunca sabéis quién es vuestro propio enemigo. De día les engañaban. De noche les mataban o convertían en otros como ellos. Y su poder creció. 

Mi padre, el gran Cuervo Matalobos, logró destruir a Miller. Con su jefe muerto y todas las tribus del valle unidas logramos expulsar a su manada del pueblo. Para impedir que volvieran a estas tierras cerramos el paso. 

Todo este tiempo hemos sabido que algunos de ellos seguían vivos. Escondidos. Matando de noche. Sonriendo de día. Les hemos seguido cazando. Hemos seguido manteniendo este pueblo en el olvido. 

Hasta ahora. 

Cada vez somos menos. Nos preocupamos de matar a los monstruos que sonríen de día y matan de noche. Y nos olvidamos de vosotros, los necios, los ciegos ante la sombra del mal y que nos quitaban nuestras tierras y mataban a nuestros hombres. 

Sois vosotros los que habéis roto el escudo que os protegía de los hombres lobo"

Alguien rompió el silencio sepulcral. Por mucho que aquellos indios les estuvieran dando respuesta, parecía que al odio ancestral que profesaban a los salvajes no se le podía añadir ni una sola gota de reproche: 

- ¿Y por eso abristeis el paso? Ante vuestro inminente final, ¿Permitisteis el regreso de estas bestias para vengaros del hombre blanco? 

Ala Negra bajó de su caballo y se acercó a Jenna mientras se agachaba y la tocaba suavemente la mejilla: 

- Al revés. Hemos aprendido que no podemos luchar contra ellos nosotros solos. Que debemos confiar en vosotros. Que debemos enseñaros la manera de cazar a estas bestias. 

No sabemos qué es lo que les ata a los hombres lobo a este lugar, pero pensamos que si abríamos el paso volverían al pueblo. Así ha sido. Os damos nuestro saber y nuestra magia, nuestras armas y nuestros lazos con la tierra para que juntos hagamos lo que ni el hombre blanco ni el piel roja pudo hacer por separado. 

- ¿Pero dónde está el resto de hombres lobo? ¿Han desaparecido? ¿Se han escondido en las colinas? 

​- No. Está entre vosotros. Tres o cuatro de vosotros sois hombres lobo. No habéis venido por lo que dijisteis a Miller's Hollow. Vuestras caras de horror y asombro son falsas. Teníais pensado acabar con los otros compañeros de viaje y reclamar vuestro antiguo hogar. Y lo vais a seguir intentando cada noche. Pero nosotros ya hemos dado a varios de vosotros dones que serán útiles para acabar con esa camada del mal. 

Los veinte vaqueros se miraron entre ellos. Se habían reunido allí tras la masacre de la noche. No habían permanecido juntos. Cualquiera de ellos podría haber sido uno de los atacantes y haber vuelto a su forma humana. De hecho... varios de ellos, imposibles de precisar también, habían estado con los indios en ese tiempo. 

¿Quiénes eran hombres lobo? ¿Quiénes portaban los dones de los indios? ¿Quiénes tendrían que confiar en su humanidad y su astucia para salir de allí con vida? 

Ala Negra les explicó entonces a todos cuáles eran los dones que habían sido compartidos, aunque calló decir quiénes eran los receptores*

- Pero no penséis más en qué pasó en las horas anteriores. El destino ya ha sido sellado. 
Ocupaos de alimentaros y descansar un rato en la seguridad del sol. 
Porque después tendréis una importante misión. La de decidir quién de vosotros es hombre lobo y ante nuestro totem llevarle a...

Los supervivientes empezaron a revolverse. Después del aturdimiento inicial, tanto los que no habían oído aún nada de esta historia, como los que habían tenido algún encuentro con los indios como, por supuesto, los propios hombres lobo que disimulaban, no entendían por qué tenían que permanecer allí. Y menos aún que tuvieran que esperar a ser devorados cada noche mientras decidían quién de ellos no era quien decía ser. 

- No tenéis otra opción. Solo pueden quedar tres o cuatro de ellos de momento. Mi pueblo ha muerto para tratar de impedir que esa plaga destruya nuestro planeta. No los tendremos más cerca que esto. Debéis ser valientes y aceptar la misión que os ha sido encomendada. 
No podemos dejar que abandonéis este pueblo sin dudar si es el mal quien trata de escapar. Abatiremos a quien intente huir. 
Hemos derramado nuestra sangre para impedir que nadie entrara y ahora lo haremos para impedir que alguien salga. 

Ya está pronunciado:  descansad y asimilad lo que ha ocurrido. En unas horas volveremos a hablar.