Partida Rol por web

Aún seguía extrañado por lo acontecido, y el ver llegar a sus amigos alegró al portugués, que intentó explicarles de inmediato lo acontecido:

-Amigos, nao sei que pensar.. Creo que ví a la menina. La buscábamos los del pueblo et eu, como sabéis.. En la espesura vimos a una menina aquí mesmo. Sucia, andrajosa. La llamé para que no se asustase, y estaba eu acercándome despacio a ela, cuando se levantó, y se introdujo en este arbol -lo señalé. Había dos, y por uno se introdujo la niña -. Lo estaba mirando ahora mesmo.. Llegué a pensar que era coisa do Demo la súa desaparición, mais.. ahora veo que su tronco es hueco y va a la raíz.. ¡Es una entrada a unha cueva! No puedo asegurar que la menina fuese Felipa, la que buscábamos, pero lo que sucedió es muy curioso.. ¿entraremos?

¿tres hombres juntos? Pues así más o menos

Rodrígo posó la mano con firmeza en el hombro de Roi. El caballero portugués había hecho un buen trabajo.

No estaba acostumbrado a liderar, pero no podía quedarse quieto mientras aquella pobre chiquilla estaba asustada dentro de una oscura cueva con a saber qué peligros.

Observó la entrada, calculando si los fuertes hombres podrían pasar por ahí con sus armaduras y todo.

- Hagamos unas antorchas antes de internarnos a por la pequeña.

- Esperad - dijo Ramón poniendo la mano sobre el hombro de su hermano Rodrigo. No había duda que aquel era el más valeroso de los cuatro, pero quizás no el más juicioso.

- Si lo que nos espera ahí dentro es el diablo, bien nos valiera encomendar nuestra misión a Dios - la cara del padre Ramón se ensombreció un momento - y de nuestras almas, llegado el caso.

Dicho esto les conminó a arrodillarse un momento, incluyendo una mirada severa a Breixo que parecía ordenarle que se arrodillara como todos los demás y que por una vez no soltara sus heréticos comentarios.

-Vuesas mercedes -dice Roi, refiriéndose a los habitanes del pueblo que les acompañaron-, poden retornar a la aldeia et contar el suceso. Si tardamos en retornar, Deus non o quixer, acudidnos ou pedid auxilio.. Yo estoy listo -dijo a sus amigos con su peculiar acento, tras comprobar sus armas y el buen estado de sus cosas. Esperó a la bendición y a que sus compañeros también estuviesen preparados.

Breixo hincó la rodilla ante el padre Múrgula y aguardó la oportuna bendición, exhibiendo su sarcástica sonrisa.

— Sólo espero no comenzar a arder cuando me bendiga, padre. Venga, que si hay demonios allí dentro, hay prisa.

El padre Ramón lanzó una mirada asesina a Breixo, como si en verdad deseara que tamaño hereje saliera ardiendo o al menos sus labios quedaran sellados durante un rato por la gracia divina.

Pidió a todos que se arrodillaran e incluso los campesinos que acompañaran a Roi hasta el árbol lo hicieron, aún cuando la atención de Ramón apenas había recaído en ellos. Dirigió en voz alta la oración en común de un Padrenuestro y terminado éste, mantuvo a todos arrodillados mientras con la mano diestra les hizo la señal de la cruz sobre la frente, la mano derecha y la empuñadura de sus armas. Benditos los caballeros y Breixo, se arrodilló el mismo, se santiguó et repitió el gesto sobre una de sus hachas. Hecho esto se llevó a los labios el crucifijo y la bolsa que llevaba colgados al cuello, los beso y se puso en pie, levantado a los demás.

Entonces, como recordando a los dos destripaterrones que murmuraban rezos mientras mantenían bajas las cabejas et cerrados los oculos, se acercó a ambos y les posó la mano sobre la testa como bendición.

Si hacía falta alguna señal de que el rito había sido concluido, ésta fue el claqueteo del cranequín, con el que tensó la cuerda de la ballesta. Si habían de enfrentarse al mal, éste llevaríase un virotazo antes de probar las hachas y espadas de los buenos cristianos.

Era hora de adentrarse en la gruta.

El padre Ramón hizo arrodillar a los suyos compañeros, et que en una bendición sacra y rápida (por la fuerza de las circunstancias), quedó limpias de impureza los filos, et que los filos harían igual contra aquello que tocase si mal llevaba en su interior. Tras la ceremonia, era hora de internarse en aquel agujero.

Nada más internaros, acusásteis el fuego de vuestra antorcha, et aquesta iluminó la zona. El descenso no era muy pronunciado, pero conducía a las entrañas del bosque, de la tierra. Poco a poco, el pasillo excavado dejaba ver que en sus laterales y techo crecían y se revolvían raíces, raíces de los árboles que habría sobre vuestras cabezas, en el exterior. En pocos minutos ya no veíais la salida... Acto seguido, el pasillo se ensanchó. Aquello era una cueva, pues la luz de la antorcha no alcazaba a concretar las paredes de aquí o allá... En dicha planicie subterránea y rocosa había, muros de roca natural, tal que pilares interiores naturales.

Et lo que vísteis allí no era cosa baladí, et vuestra alma se encogió de veras: seres humanoides de seguramente tres o cuatro varas de altura (tal vez más), andaban tumbados aquí y allá (unos más cerca y otros más lejos). Sus ojos, piel y venas no eran sino como de la textura de los troncos de árbol, et que sus piernas, brazos y dedos eran ramajes provistos de hojas secas... Et que todos parecían dormir...

Esparcidos por el suelo, parecía que había huesos aquí y allá, no muchos, pero tirados por doquier, todos ellos de un tamaño más bien pequeño.

Qué criaturas salidas del averno eran esas! Rodrigo se santiguó con la mano con la que empuñaba el arma en cuanto vió a esos seres con forma de arbustos. Estuvo tentado de ir directamente a prenderles fuego con la antorcha que portaba en su mano zurda, pero luego se acordó de que estaban buscando a la pequeña y se refrenó; si se ponian a combatir y la niña se encontraba cerca, podría llevarse algún tajo sin quererlo. Que dios le perdonase.

Aunque parecían dormidos, el jóven soldado se mantuvo alerta. Hizo un gesto de silencio a sus compañeros y comenzó a buscar en las oscuras sombras por si encontraba señal de Felipa.

Roi, tras el descenso, no podía creer lo que sus ojos le mostraban. En la semioscuridad de aquel demoníaco lugar, unos seres espantosos jamás vistos se hallaban, llenando de espanto el alma del portugués. Más horror le causó aún el ver los restos de huesos que yacían por doquier.

Se santiguó también, como su amigo Manrique, pero no pudo articular palabra, pues tampoco sabía qué decir. Sin duda el demonio estaba detrás de aquestas bestias.

Buscó rastro de la niña por la estancia, a la vez que desenvainaba despacio la espada, procurando no hacer ruido alguno. Las criaturas semejaban árboles, pero quizás tuviesen buen oído. No convenía despertarlas.

Ramón fue el tercero en entrar, justo detrás de Rodrigo y de Roi que se habían prestado a abrirles el paso. Sin embargo el caballero no estaba dispuesto a dejar que un zafio bárbaro como Breixo le hiciera de menos siendo el último, ergo, se pegó a la espalda de los otros dos caballeros y descendió con ellos.

Cuando vieron a la luz de la antorcha a todas aquellas bestias del infierno a su alrededor el sacerdote no pudo evitar empezar a rezar en voz baja, bisbiseando una y otra vez - Pater noster, et Filii, et Spiritus Sancti, Pater noster, et Filii, et Spiritus Sancti, Pater noster, et Filii, et Spiritus Sancti... - no sólo es que estuvieran virtualmente rodeados por aquellas cosas, ni que el tamaño de cada una de ellas bien podía doblar el de un hombre adulto, sino, su piel, su forma, su... - maldita sea si aquella hasta parece respirar - el sacerdote quedó horrorizado y sólo el hecho de que estuviera rezando (o intentándolo) impidió que quedara con la boca abierta de par en par cual papamoscas. Para el sacerdote estaba claro que aquellos seres devoraban niños hasta el tuétano y que debían ser destruidos, sin embargo lejos de enarbolar el hacha Ramón se limitó a echarse la mano al cuello hasta el crucifijo y la bolsa que allí colgaban.

PNJOTIZADO.

Madre mía... -dijo Breixo muy en bajito-, jamás podría yo imaginarme tal cosa... -veía los "hombres-árboles", o lo que fuera, y no daba crédito-. ¿Creéis que estará aquí la chiquilla perdida? -preguntó casi retóricamente debido a su incertidumbre en ello-.

Ramón caminaba justo detrás de Rodrigo y de Roi, que abrian paso. Cuando Ramón estaba a punto de recomendar a sus compañeros que se movieran con más cuidado, piso él mismo una ramita seca, que crujió y se partió bajo su pie. Quizás el aviso llegara demasiado tarde...

Mientras caminaban por la enorme sala, Ramón iba murmurando oraciones y no perdia de vista a los durmientes hombres de madera. Por un momento le pareció ver algo en la semioscuridad, justo fuera del alcance de las antorchas. Parpadeó y no volvió a verlo, quizás sólo habían sido imaginaciones suyas...

— Muy silenciosos los tres, ilustres caballeros, así ya da igual que servidor guarde cuidado en su caminar —susurró el pardo, acompañando sus palabras con un suspiro de fastidio, ante el ligero estruendo provocado por sus compañeros.

El pardo bien podía haber agradecido al genio que gobernaba su esquiva suerte el haber conseguido ser sigiloso, en una de las raras oportunidades que se le brindaba. Pero aquel hipotético duende de su fortuna ya se cobró su pago, al no permitirle descubrir detalle que le recordara a una niña, salvo los huesos rotos que poblaban el suelo y cuya procedencia era bastante cuestionable. Si los puñeteros caballeros no hubieran armado tanto jaleo, quién sabe...