Partida Rol por web

Et en habiendo cruzado la pueta, una vez dentro visualizásteis la plaza de arma, et una pequeña iglesia pegada a una esquina de la muralla, así como una herrería y dos establos. La actividad en el castillo era grande, con soldados aún entrenándose y siervos yendo de una lado para otro.

Poco a poco, viajando con la compañía del caballero Jaume y sus soldados, el portugués aprendió más cosas sobre la zona, pues conocer costumbres y lugares de España aun era para él cosa pendiente. Tomó confianza con la escolta, y trataba de hacerse entender con ellos, además de buscar alguna que otra partida de dados con que entretener sus horas de descanso.

Parecióle a Roi el castillo un lugar tranquilo en que reposar. Los habitantes parecían atender prestos a sus labores, y al ver pasar la comitiva que formaban, algunos inclinaban la cabeza con respeto.

Al ver los soldados entrenándose, añoró el poder batirse con ellos. Temía que tanto viaje tranquilo hubiera desgastado sus reflejos, y observó a quienes ponían a prueba su destreza. Cuando fuese posible, el portugués decidió que pediría permiso para entrenar con ellos. Mientras tanto, prosiguió con la comitiva.

Agradeció el pardo aquel alto en el camino para la menuda merienda, pues el culo le dolía un infierno de tanto ir a caballo. Después de sus impresiones iniciales, no le pareció tan mala la compañía, pero él mantuvo su habitual trato distante, incluso con sus compañeros de viaje. Ya de noche, al llegar al castillo de don Miquel, no experimentó demasiado jolgorio, no fuera a ser que todavía les estuviera reservada una sorpresa desagradable. Breixo, por otra parte, no dejó de arrojar miradas libidinosas a las mozas de buen ver que se cruzaron en su camino. Hay alguna que otra fermosa potra por estos lares, vive el Diablo...

Et que andábase el bueno de Breixo pensando en las mozas del castillo, las criadas y sirivientas, cuando varias figuras salieron de la fortaleza y os hicieron detener en el propio patio de armas, como saliendoos al encuentro. Todos hombres de a pie, soldados, y entre uno de ellos un señor con ropas elegantes, pelo largo y barba poblada. Don Jaume enseguida lo reconoció, sonrió y se apartó a un lado, dejando que os viera (sobre todo a vuestro amigo el conde).

El tipo quedose mirando hacia arriba, hacia los caballos. Su rostro era como impasible, no tan condescediente como el de Jaume, sino mucho más serio. Luego habló.

Asique vos sois ahora el Conde... -dijo haciendo una reverencia-. Mis condolencias. Mi hermano don Constantí era muy apreciado por mí.

Padre, ya pued enviar de vuelta los correos -dijo Jaume-: el señor Conde se retrasó por el viaje, pero aquí está. ¿Queréis que mande disponer habitaciones al servicio? -el hombre, que no era sino don Miquel, el tío de Joan, asintió, y don Jaume despareció, diseminándose los soldados que venian con vosotros por el castillo-.

Recibo las condolencias con gratitud -respondió don Joan, no muy dado a las palabras desde el episodio anterior-. Vengo a daros el pendón del abuelo Constantí, como voluntad de mi padre. Et que dárselo querría en otrora, no ahora tras el viaje procedido. Mañana, tal vez, en habiendo descansado.

Fue en éstas que se acercaron mozos de cuadra, os apeásteis de los caballos, y los fueron a llevar al establo.

Por supuesto -respondió su tío Miquel-. El banquete de mañana a mediodía recibirá la oración para vuestro padre et haremos la entrega, si vos place, señor conde -propuso-. Et agora descansad, pues habitaciones suficientes contamos para vos. Es vuestra casa.

Et con una reverencia marchó adentro del castillo, y entonces varios criados os hicieron seguirles. Fuísteis a los aposentos a dejar vestras pertenencias y bajásteis al comedor para una cena privada (sólo entre vosotros), que duró poco. Et en no mucho tiempo os condujeron a las respectivas alcobas de a dos. A don Joan se le dispuso una alcoba aparte, como conde que era.

Era ya cumplida hora de descansar. Roi no recordaba haber dormido en cama tan plácida, sobre todo después de lo acontecido en los bosques. Liberarse de la armadura sintiéndose seguro era un alivio, pero, aún así, dejó sus armas prestas al combate a su alcance, como su padre le enseñó que un buen caballero ha de hacer siempre. 

Encomendó su alma al señor, y pocas palabra hicieron falta para que el portugués conciliase el sueño.

El Padre Ramon no acababa de encontrarse comodo en aquella fortaleza, pues aunque murallas et hombres armados eran la compañia habitual de un caballero de la Orden, aquellos hombres no eran sus hermanos y aun estaba por ver el recibimiento que el joven Joan tendria a manos de su tio, por mucho banquete que se hubiere organizado.

Et en estos pensamientos el sacerdote salió de las habitaciones que les habían asignado y donde había dejado sus posesiones a buen recaudo y preguntando hora a unos siervos hora a unos soldados marchó a la capilla de la fortaleza dispuesto a agradecer al Buen Dios el haberles librado de los terrible engendros arbóreos que no conseguía quitarse del pensamiento.

Rodrigo se había esperado otra cosa. Todo parecía mucho más tranquilo y normal, no un nido de víboras como creía iba a encontrar el castillo de Miquel de Rugat. Aun así no bajó la guardia, pues un soldado siempre estaba presto a la batalla.

Después de la sabrosa cena, el jóven caballero se despidió de sus compañeros y se fue a la capilla a rezar. Había sido un viaje arduo en el que habían encontrado unas terribles criaturas del averno y quería darle gacias al Señor por haber guiado su mano y la de sus amigos para acabar con aquellos seres inmundos.

Asi que, antes de dormir debía concluir sus plegarias. 

Breixo quedóse dormido enseguia, et que el caballero Roi, no queriendo sino asimilar lo mismo visto, hizo lo propio, casi sin querer. Más ávidos estuvieron sus compañeros et que Rodrigo y Ramón marcharon a la capilla a orar, pedir a Dios y poder calmar su atormentada alma que por momentos estaba en zozobra en un mar de dudas. Tras un breve tiempo, ambos volvieron el tiempo justo para dormir tras una durísima jornada de viaje, por no mencionar los sucesos de la anterior...

Al día siguiente, el ruido del trasiego de la mañana os despertó. Tras vestiros salísteis de la alcoba, dispuestos a encontraros con don Joan, et juntos a desayunar. Los siervos os llevaron hasta la alcoba de aqueste, et que luego os acompañaron al salón. El de Guadalest señaló toscamente que había dormido bien, empero sabíais bien que sus ojos delataban una noche en vela total (quizá pesando el asunto del condado de Cartagena et su legítimo dueño...).

El desayuno lo hicísteis sólos, en el salón principal, et que los siervos os invitaron a salir rápido de allí, alegando que había que preparar el banquete para el medio día. Ya habíais visto pasar piezas de carne, sacos y algunos barriles por los pasillos, directos hacia las cocinas, y la servidumbre parecía trabajar en demasía. Nada más salir, don Jaume, el primo del señor Conde, os salió al encuentro.

Buenos días tenga Vuaced -le dijo a Joan mirandoos también a vosotros-. Con gusto mi padre vos atendería, pero ha tenido que viajar a Cartagena. A la vuelta vendrá con los suyos vasallos, et todos rendirán honor a su señor padre, don Joan. Don Miquel me dijo que vos atendiera como es debido, et que si gustáis visitar el castillo o los alrededores, o tal vez ir de caza, puedo tomar soldados et acompañarvos...

Salísteis a pasear al patio de armas.

Et vuestro padre se ha ido, ¿sin más? -dijo sorprendido, aunque no esperó respuesta-. Ya veo: veréis, primo. Trata a mis hombres como si fuera yo mismo. Ninguna gana tengo de caza u otros divertimentos, pues de duelo estoy. Servidles como si me servís a mi, et presto. Esperaré hasta la hora del banquete en mi aposento o la capilla.

Don Joan dióse media vuelta el subió de nuevo al castillo. Don Jaume se quedó mirandoos con cara de pocos amigos.

El sueño fue antes pesado que reparador, pero Breixo no podía quejarse. Amaneció con la cabeza amodorrada como si padeciera resaca. Se abofeteó para despabilarse y se sumó a sus compañeros, presto a desayunar. El rostro de Joan indicaba que el sueño le había sido esquivo durante la noche; cuántas tribulaciones se veía obligado a soportar el muchacho, recién estrenada su nueva condición. Cosas de poderosos, lo que quitaría el sueño a un mastuerzo como Breixo sería alguna travesura del Demonio en medio de la noche, y no fue así.

El desayuno le pareció parco, como si los señores de Rugat les indicaran que debían mantener una dieta de recogimiento y sobriedad; eso, o no querían gastarse los víveres en estos forasteros. Por otra parte, la jeta de Don Jaume se le antojó risible y merecedora de ser arrastrada por heces de cerdo. Una pena no poder escarmentar a tan ilustre individuo sin pagar las consecuencias.

Breixo se dirigió a sus compañeros y, con el tono más confidencial que pudo lograr, les dijo:

—¿Y ahora qué hacemos? ¿Seguimos a nuestro señor y amigo, o nos entretenemos con algún pasatiempo?

Rodrigo había descansado como un bendito. Le habían enseñado a dormir siempre que tuviera oportunidad, ya que en batalla se debía estar atento y los sentidos despiertos.

Y eran esos mismos sentidos los que le avisaban en no separarse de su señor por muy tranquila que estuviese yendo la visita. Ya se sentía mal por no haber montado guardias como debieran haber hecho la noche anterior frente al aposento del Conde, ahora no iba a perderle de nuevo de vista.

Os acompaño don Joan - dijo ceñudo el guerrero, dejando claro que no aceptaría un 'no' por respuesta.

La noche, por fortuna, transcurriò tranquila, y Roi pudo descansar como su cuerpo le pedía. Hacía varias noches ya, desde que partieran del castillo y tantos sobresaltos se les precipitaran, que no descansaban como era debido. Ya restablecido, sin duda era hora ya de volver a ser el caballero acompañante que Roi era.

-Tamén vos acompanho. Ayer no visité la capilla et, si vades, estarei gostoso de participar nas plegarias*. Si alguno de los que no durmieron quisiera descansar, hacedlo. El conde no quedará solo -dijo, refiriéndose al Padre Múrgula y a Manrique.

El padre Ramón parecía ser el único que no había conseguido pegar ojo. No es que extrañara el lecho, que a fin de cuentas no era ni mejor, ni peor que a lo que sus huesos se habían acostumbrado en las fortalezas de la Orden. No, se trataba de sus sueños, a pesar de haber orado hasta casi caer dormido, no había logrado que cada vez que intentaba cerrar los ojos viera a aquellos hombres-árbol, hora persiguíendoles, hora ardiento, hora rollendo huesos hasta dejarlos limpios de carne y túetano.

Cuando se levantó por la mañana, por llamarlo de alguna forma se encontraba cansado y malhumorado y se limitó a soltar un gruñido cuando deglutió el espartano desayuno. Ahora, el joven Joan les decía que iba a recogerse en la capilla. Ramón ya creía haber pasado allí mucho tiempo y si el Buen Dios estaba dispuesto a ayudarle con sus pesadillas, no sería allí.

Por ello cuando todos convinieron en acompañar al joven conde a la capilla, incluso el malhablado y herético pardo, el padre Ramón soltó otro gruñido ininteligible y se dispuso a ir con ellos hasta la capilla, rezaría las primeras oraciones allí y aceptaría el ofrecimiento de don Jaume de visitar las defensas, quizás así, centrándose en su deber como milites christi, se viera libre de sus negras visiones.

Tanto Roi como Rodrigo marcharon del patio de armas hasta la capilla, casi a la par y tras de su amigo el Conde. Por su parte, tanto Breixo como el padre Ramón decidieron hacer tiempo conociendo en detalle el castillo del señor de Cartagena, por lo que le siguieron.

Don Joan, entonces, pareció conocer bien el camino a la capilla, pueseto que a nadie le preguntó cómo llegar. Los criados miraban para abajo a su paso, et vosotros íbais detrás. Una vez en la estancia, éste empujó la puerta y vísteis la recogida capilla de techos de bóveda curvada y columnas redondas y bien pulidas. Seis pequeños bancos a la par de dos habia allí, agua bendita en la entrada y una pequeña imagen de un cristo crucificado. En un lateral, una pequeña sobre una especie de atril lleno de velas. Una cortinilla en un reclinatorio hacía las veces de confesionario improvisado.

El conde, entonces, se arrodillo en uno de los bancos, sin siquiera deciros nada. Fue entonces cuando se puso a orar, y escuchábais el siseo de sus labios hablando con Dios.