Partida Rol por web

Es misma noche, oíais, ya acostados, cómo los sirvientes aún iban y venían por los pasillos exteriores. Seguramente muchos de los hombres vasallo de don Miquel quedáransare allí a dormir tras aquel banquete de comilona y vino. Aquel ajetreo duró hasta bien entrada la madrugada, hasta que finalmente dejó de oirse actividad más allá de la puerta de vuestra alcoba, et el sueño os venció.

* * *

Mientras tus compañeros dormían a pierna suelta o entre horribles sueños, tu te despertaste de pronto*, et escuchaste pasos en el pasillo, como pasos descalzos. También oías un leve jadeo justo detrás de la puerta de tu alcoba. Poco a poco parecía oirse menos, quizás quien hubiese allí detrás se estuviera alejando.

Al padre Ramón también le pareció prudente que el joven se quedara a dormir con ellos, más se guardó sus pensamientos para sí. No creía que el tío y primo del joven fueran a atacarle en plena noche violando los santos lazos de la sangre y de la hospitalidad, aunque bien sabe Dios que el hombre, desde Caín, Abel y Abraham, con frecuencia acaba con la vida del hermano y del hijo.

No, en este caso lo que temía el sacerdote es que el joven vagara por el castillo y ofendiera de nuevo a anfitriones y huéspedes y se buscara la ruina. Que no era la noche momento para tales querellas, sino para el descanso, la reflexión y encomendar el alma a Dios por el día siguiente.

Así, como en la noche previa y tras una hora de ser incapaz de pegar ojo atenazado por las visiones de endemoniados hombres de madera, mandragorinos o mandragorrinos, que los había llamado el joven Joan; el sacerdote se dirigió a la capilla del castillo cuyo camino ya conocía, dispuesta a rezar al Señor hasta que éste tuviera a bien concederle el sueño aunque fuera de rodillas o en el suelo de la capilla.

El portugués, luego de tales palabras dispensó su presencia, y se retiró a sus aposentos encomendándose a estar presto si algo sucedía o su señor le requería.

Ciertamente estaba cansado, aún a pesar de haber dormido la noche anterior, y fue un alivio quitarse las armas y disfrutar de un sueño reparador que pos suerte en nada se vió interrumpido.

Antes de que llegase, pidió a Dios por su familia allá tan lejana, recordándolos en sus oraciones y buenos deseos, y prometiéndose a sí mismo escribirles con noticias de sus aventuras tan pronto como le fuese posible. Sin duda no les contaría nada que les preocupase, pero sí que les enorgulleciera. Con la morriña de su hogar, y el olor que evocaba de los ricos pasteis de Belem, Roi se durmió, apacible y profundamente.

El jóven caballero tenía un mal presentimiento. Si bien no atacarían al Conde a la luz del día y menos durante un festejo, no sería muy improbable que lo hicieran de noche, en la sombra. Asi que le pareció una soberbia idea la de Señor el quedarse juntos en un aposento.

Amigos - dijo en un susurro una vez hubiese reunido a los presentes- debemos hacer guardias. No olvidarse que en cualesquiera de los lugares el mal acecha, no hay que relajarse y estamos aqui para escoltar al Conde.

Una vez acoradas las guardias, Rodrigo quedó más tranquilo. Cuando le tocó dormir, rezó su plegaria nocturna como buen cristiano y cerró los ojos. El sueño le llegó rápido y ninguna imagen se lo interrumpió. No había nada de lo que arrepentirse, o ninguna bestia lo suficiente horrible para perturbar la férrea mente del guerrero santo.

Fue disponer las guardias y enseguida se entregaron a un sueño reparador Rodrigo y Roi. Breixo sonrió al verles caer cuales angelitos, y no tardó en armarse un concierto de suaves ronquidos. Al Padre Ramón Múrgula, sin embargo, pareció tocarle el ejercer el papel de alma en pena. El sueño le eludía, casi como a Breixo, que no conseguía pegar ojo. Don Joan también parecía inquieto, aunque estaba profundamente dormido; muchas sensaciones para el joven conde, esa noche no se libraría de pesadillas. Cuando el Padre Ramón abandonó la estancia, el pardo sintió cierta modorra, en medio de la oscuridad nocturna.

Se sobresaltó al escuchar pasos en el pasillo. Con todo el sigilo que fue capaz de reunir, pegó el oído a la puerta y oyó a alguien jadear. El sonido se difuminaba, como si se estuviera alejando quien lo emitiera. 

Breixo no se lo pensó dos veces, abrió la puerta con sumo cuidado y, tragando saliva y armándose de valor, salió. Le asaltó un siniestro presentimiento.

Justo antes de que el Padre Ramón se fuera a la capilla a orar, Rodrigo Manrique propuso* hacer las guardias pertinentes, et todos aceptaron de buenas. Ramón marchóse justo cuando Breixo quedaba ya despierto, et justo cuando Rodrigo y Roi se comenzaron a recrear entre las sábanas, con más o menos acierto entre pesadillas o agradables sueños.

En tu guardia, tras escuchar unos pasos tras la puerta, abriste una rendija de la misma y vistes algo inusual, al menos en el castillo del bueno de don Joan y su madre doña Ana, que aquesas cosas non veíanse: una mujer vestida con una túnica de seda transparente avanzaba por el pasillo caminando muy grácilmente. Su cuerpo era extremadamente singular: una belleza andante. Estaba apunto de doblar el pasillo y supiste, a buen seguro, que ninguna criada vestía de tal guisa o caminaba tan lascivamente por entre los pasillos, et menos en altas horas...

El sacerdote se había visto interrumpido justo cuando salía hacia la capilla. La presencia del conde no iba a evitar que cumpliera con sus obligaciones monásticas o con las de su conciencia. Aquellas figuras de madera seguian embrujando sus sueños y aunque no sentía remordimiento alguno por destruirlas, haber quemado el pueblo de András no le había hecho ni pestañear, que campesinos eran a fin de cuentas; la presencia de siervos del Demonio tan cerca y tan reales le seguía pareciendo cosa de espanto.

Así pues, se limitó a asentir cuando Rodrigo señaló la posibilidad de hacer guardias y salió hacia la capilla dispuesto a orar hasta alcanzar la iluminación o el sueño. Si aquella idea de hacer guardias le parecía inoportuna e incómoda, no dijo nada. Pero de poco iban a servir sus cuitas, primero por encontrarse entre parientes y amigos, si no siervos feudales por los lazos de la ley y del designio divino. Si bien es humano romper tales votos y la precaución de Rodrigo tuviera alguna justificación, lo que carecía el plan era de objeto, dado que poco, o más bien nada, iban a hacer cinco hombres armados contra setenta que había en la fortaleza, ni iban a aguantar asedio alguno recluidos en una sola habitación y con nula reserva de comida o de líquido más allá del contenido de sus orinales.

Pero todo esto lo guardó el sacerdote para sí, rumiándolo mientras se dirigía a la capilla del castillo sin otra vestimenta que su hábito y sin más arma que un pequeño cuchillo al cinto, que portaba más por costumbre que por temor. Su armamento defensivo y ofensivo reposaba en la habitación junto con sus demás posesiones¹. Apenas se oían ruidos, ya fuera porque la fiesta había terminado por agotamiento de sus participantes, bien porque la capilla distaba, gracias al Creador, de aquella parte. El sonido de sus pasos le resultaba reconfortante, ojalá el buen Dios se apiadara de él y le permitiera descansar aquella noche, aunque fuera, como la anterior, en el suelo de la capilla.

Semejante aparición era el perfecto anzuelo para el más incauto. Aquella era una visión celestial... pero también podría ser una imagen obrada por el Diablo. Padre Belcebú, si te place, ten a bien no engañarme esta noche, se dijo Breixo.

El pardo apresuró sus pasos para ir en pos de la misteriosa mujer, esperando darle alcance... y confiando en que no se desvaneciera como un espejismo si conseguía tocarla.

—Detente, ¿qué hace una moza como vos deambulando por estos pasillos en medio de la noche? —procuró que su pregunta no trascendiera el murmullo.

Seguiste a la mujer por el pasillo, rompiendo quizá el protocolo de guardias que habías pactado con tus compañeros. Al doblar la esquina pedregosa y afilada, vístesi que la mujer del camisón entró en la alcoba de don Miquel, el tío de don Joan. Una vez allí, apoyástes la oreja en la puerta y a los pocos instantes escuchaste ruiditos de dos personas retozando en la cama. Esto se alargó unos 10 minutos, hasta que don Miquel emitió un suspiro de satisfacción. Lo pasos ligeros, como los de antes, volvían de la habitación y parecían que procedían a salir de allí.

Los nervios nunca fueron buenos compañeros del que espera guardar sigilo en medio de la noche. Parecía que don Miquel había tenido lo que al pardo se le negaba, maldita la suerte de los poderosos. Quizás Breixo se equivocó al juzgar a la moza como fantasma. De todos modos, estaba causando tal estruendo intentando esconderse que toda la guardia de don Miquel debía de estar avisada de la presencia de un merodeador por los pasillos.

La mujer, una vez salió de la habitación, vio una sombra que torcía tras la esquina, y se dio perfectamente cuenta de que alguien estaba allí. Ahora era innegable que alguien se escondía por los pasillos, por lo que, lejos de intentar huir, fue tras de tí con un bamboleo de caderas muy penetrante, muy atrayente... Se centró entonces en tu silueta, y te divisó, acercándose lentamente. Mientras lo hacía se fue quitando la parte de arriba, dejando ver sus senos mientras avanzaba. Acto seguido, una vez estando delante de tí (te habías quedado como petrificado de la impresión y la lujuriosa belleza delante de tu ojos) acabó por quitarse el camisón entero, quedándose desnuda. Entonces te fue quitando la ropa lentamente, en pleno pasillo a oscuras, al tiempo que te besaba el cuello repetidas veces...

Al parecer, la suerte de Breixo había dado un inesperado (y muy bien recibido) giro. Tanto que buscaba una hembra dispuesta a la fornicación y mira lo que se había encontrado en medio de la noche. Pero no lograba ahuyentar los escalofríos que tan singular aparición le provocaba. Aunque con semejante entrega, se hacía harto difícil detener a la espléndida mujer y detenerse a sí mismo para dedicarse un buen rato a reflexionar.

Donde la mente fallaba, el cuerpo tomaba iniciativa. Breixo alargó la mano para estrujar los apetecibles pechos de la mujer. Le agradó comprobar que no se desvanecía como un fantasma*, que era de carne bien distribuida y todo en ella representaba un pecado digno de perder el alma. El pardo se dejó querer y le correspondió con ademanes más propios de un animal de granja, con besos que eran como mordiscos y manoseos que dejaban marcada la piel de la misteriosa moza. La entrepierna de Breixo amenazaba con estallar si no había una pronta satisfacción.

Et que allí, en medio del oscuro pasillo y cuando todos dormían, la mujer te quitó las prendas de arriba y te llevó al más deseoso de los placeres, et anduvísteis fornicando largos minutos, aunque en realidad todo fue bastante rápido. De la impresión y el desgaste, la mujer había arrancado un trozo de tus ropas, y de esta manera tus deseos (que habían perdurado desde que llegaste) habían sido complacidos, con tan casual forma que apenas creíaslo. Acto seguido cerraste un poco los ojos, descansando de tanto y tan ardiente placer, et que al abrirlos ya no había nadie allí: la mujer había desaparecido. Ciertamente debió ser rápida, ya que ni su camisón retirado del suyo cuero yaciá en el suelo. Sin más preámbulo, volviste a tu habitación, la alcoba donde aguardábais, et que entonces te echaste en la cama de plumas y dormiste profundamente.

En habiendo decidido el Padre Ramón no volver a hacer guardia porque así no lo merecía la creencia de peligro alguno en el castillo, despertaste cuando era tu turno. A punto de seguir dormido anduvísteis, et vístes cómo Roi dormía, et cómo Breixo se recostaba ya en su lecho, dándose la vuelta, habiendo acabado el suyo turno. Estuviste tiempo despierto, mucho tiempo, y nada en realidad ocurrió. En aquel castillo, et más tras un festín importante, dominaba la quietud et la tranquilidad. Nada ocurrió durante tu turno.

Et que el últmo en hacer la guardia fuiste tu; et así, que cuando despertaste víste a Rodrigo recostarse sobre su lecho, en habiendo ya acabado su turno, et que te dispusiste a levantarte y guardar vela. Ciertamente, te diste cuenta que no hacía ni falta el aquello, ya que la quietud y la tranquilidad de aquel castillo, en más habiendo sido después del festín tal, era total. Nada ocurrió durante tu turno.

Oraste. Oraste y oraste, y finalmente no quedó por orar nada. Nada quisiste saber de las guardias con tus compañeros, y es que en estando en sitio ajeno et convidado, hacer guardias no te parecía sino de mal gusto et de insulto al anfitrión. El suelo de la capilla non parecía tan dura como aparentaba, y pronto los gallos dieron su merecido a todos los habitantes del castillo. Nada ocurrió durante tu noche.

El día amanecía, y el sol se colaba por los ventanucos de vuestra alcoba. El conde don Joan de Guadalest estaba allí, durmiendo como el que más, et que por aquesto despertó el últmo de vosotros. Por la puerta, tras un ligero golpe, entró el Padre Ramón, que habíase quedado dormido orando en la capilla del castillo. Breixo, Roi y Rodrigo, entre dulces sueños o pesadillas, llamaron al conde, despertándolo. Et que mientras estaban allí vistiéndose*, alguien tocó a la puerta. Una voz anunció que era Jaume, et que quería ver cómo habían dormido "sus mercedes" tal como dijo, et que vos esperaba a todos para desayunar abajo.

El conde don Joan acabó de vestirse, et desde entonces pensó que, lejos de ser como el suyo padre, su primo Jaume parecía el más educado de su familia, o tal vez el que tuviera más luces. Quizá fuera el hermano que nunca tuvo.

Enseguida bajamos, Jaume, me muero de hambre -dijo el conde-. En cuanto vistamos et tomemeos las armas. Agradecería si pudiera ir vuestro servicio ensillando los nuestros caballos et preparando el viaje de vuelta. Et así quedó mandado don Jaume.