Partida Rol por web

-¡Buenos días nos de Dios, y que realmente lo sean! -Saludó Roi a sus amigos-. ¿Todo bien en la guardia de noche? Yo no tuve problema en mi turno.

El sol aún estaba asomando, cuando todos estaban ya sumidos en la ardua tarea de vestirse y prepararse con todos los aparejos de los caballeros de buena ley. Corazas y armas protegían ya sus cuerpos, y Roi ayudaba a su señor Joan a colocar sus armas y convertirlo en el gran señor que era realmente.

Ayudó también a sus amigos si lo necesitaban, y, una vez listo, se preparó para bajar al gran salón de nuevo, tras una noche de reparador descanso.

El jóven caballero se alegró al ver que a su Señor el sueño le había sentado tan bien. Parecía otro, más contento y educado con su primo. Sin embargo dejó escapar una mirada de reproche a su hermano Ramón; tendría mucha pasión cristiana, pero la sangre de la milicia sin duda no corría por sus venas pues parecía haber desatendido su guardia.

Respondió a Roi cuando éste informó sobre la suya, que la de él mismo también había sido tranquila. Después se aseó adecuadamente y se preparó para acudir al salón y dar parte de las viandas como dios manda con el resto de sus compañeros.

El padre Ramón había vuelto hacía sólo unos instantes a la sala donde se encontraban sus compañeros y el conde, et todos parecían sanos et salvos. Armándose estaban cuando los encontró.

Estirando el cuello primero hacia un lado, luego hacia el otro, recibiéndo respectivamente sonoros crujidos de las vértebras de su cuello. El suelo de la capilla no resultaba tan reconfortante para el cuerpo como lo era para el alma.

Sin apenas decir nada más que un breve "Buenos días os dé Dios", el sacerdote se dispuso a ataviarse con armadura, yelmo y armas, más no tensó la arbalesta pues no pretendía ofender a sus hospedadores con tan hostil gesto. Más eran los suyos preparativos de viaje que de batalla, mas viendo como había sido el camino de ida, no esperaba menos problemas en el de vuelta. Pensando lo cual, tomó algunas antorchas de reserva de la estancia y las metió en el petate, si volvian a ver a aquellos Mandagorrinos del Diablo, se las iban a ver con un navarro bien preparado.

En verdad Breixo había dormido de un tirón, después de una noche tan peculiar y el inesperado y agradecido suceso. Se desperezó aún tumbado en el lecho, luciendo la más grande sonrisa. Saludó a don Joan y a sus compañeros, se atavió con tranquilidad pero observando que nada se dejara y sólo le faltó silbar para mostrar su alegría. 

—Demos cuenta de un último copioso desayuno en este lugar. Mi cuerpo me pide reponer fuerzas de inmediato. Es que las mujeres que pululan por este castillo son bien fogosas.

El sacerdote enarcó una ceja y luego frunció el ceño ante el comentario de Breixo y a punto estuvo de recriminarle sus palabras y aún más su actitud, pero más bien optó por gruñir sonoramente y ser el primero en abrir la marcha hacia el prometido desayuno. Había dormido poco y mal y acosado por demoníacas imágenes de hombres árbol en llamas. Sin duda alguna sabía que estaba de mal humor y además el cuello le dolía horrores,

El humor de Breixo era inusual. Parecia algo cansado y hambriento, aparte de lo referido en sus palabras. ¿Acaso habría cumplido (finalmente) su particular objetivo de compartir cama con alguna buena moza o sirvienta del castillo? Et que así parecíale al señor Conde, et que Joan nada dijo, pues no quería mantener disputas con los suyos buenos hombres.

Vistiéronse entonces todos, armaduras en el cuerpo, et espadas y otras armas a los costados o espaldas. Ya habría tiempo de desembarazarse de nuevo antes de sentarse a desayunar. Et una vez abajo allí estaba don Jaume, esperando a los comensales del castillo, observando cómo los suyos criados et los de su padre iban y venían. Os alzó una mano y entonces os sentásteis con él. Tras unos minutos de amistosa charla, el primo del conde echo en falta a su padre Miquel, que no solía dormir hasta muy tarde. Pidió a un criado ir a avisarle, pues don Joan iba a partir y si no se levantaba no podría despedir al señor Conde. Tras unos minutos, el criado volvió algo descuadrado, diciendo que don Miquel se encontraba pálido, enfermizo, et que andaba como paralizado, como cansado.

Fue entonces cuando varios criados y el propio Jaume, con un suspiro que dejó escapar de "¡Padre!", se levantó de la mesa y subió con gran prisa a la alcoba de su padre. Quedásteis allí sentados.

Eso era lo último que se esperaba el jóven Rodrigo. Se levantó de inmediato de la mesa, se enfundó el arma y salió corriendo detrás de Jaume.

Qué le habría pasado al de Cartagena? Por dios que no hubiese sido nada grave que no era momento para malentendidos para con su señor el Conde.

La terrible noticia hizo que el portugués se pusiese en pie de un salto. Llamó a uno de los pajes que rondaban la estancia, y le indicó como pudo:

-Um médico, um doutor.. Ve por él. ¡¡Corre!!

Siguió a Rodrigo y los demás hacia la alcoba del enfermo, con ánimo de prestar ayuda o hacer alguna cosa si se le requería.

Uno de los criados asintió nervioso y excitado a Roi. Salió corriendo de allí, teniendo en su mente la intención de avisar a otro criado, el tipo más mayor de la plantilla de don Miquel, que sabía hacer vendas y curas et algunas otras cosas, tanto a animales como a personas. Luego Roi siguió a Rodrigo, que ya iba tras de don Jaume, et que don Joan y Breixo y el Padre Ramón levantáronse, saliendo de la estancia para avistar lo que ocurría.

Tras unos momentos de incertidumbre, subísteis todos a la alcoba de don Miquel, cerca a la vuestra, pero la entrada estaba agolpada de soldados y criados, mirando hacia dentro. Oíais tras el tumulto que Jaume hablaba a su padre, y el criado que hacía las veces de médico dando pautas al señor del castillo, tales como "abra la boca, señor" o "intente respirar fuerte". Cuando os hicísteis un hueco para mirar, vísteis a don Miquel aún con las prendas de dormir, tomado de la mano por su hijo et el médico a la siniestra, intentando diagnosticarle. Finalmente, el criado sentenció.

-Hay polvos muy extraños en su boca, como adheridos al paladar -dijo-. Luego un soldado señaló y alertó que algo había arrojado en el suelo, junto a la cama de Miquel. Se agachó para verlo... ¡Era un rastro! ¡Un rastro como de polvo también! El médico lo analizó con la mirada y dedujo que era el mismo que el señor tenía en la suya boca, los cuáles eran probablemene la causa de la intoxicación de éste.

-Lo han envenedado -dijo-; o al menos lo han intentado.

Miquel estaba como algo ido, evadido de sus sentidos, sin poder moverse (paralizado) y un poco aturdido.

¡Cierto es! -apuntó don Jaume soltando la mano de su padre et agachándose para ver el rastro de polvos-, et por ahí sigue el rastro... ¡Apartad! -ordenó a la muchedumbre agolpada en la puerta, incluida vosotras-. Quienquiera que intentara envenenar a mi padre fue despreocupado, ¡soldados! ¡Tras de mí! -ordenó el primogénito de Cartagena-.

Et que no hubo que rastrear mucho: al final de pasillo aquel reguero arenoso y fino zigzagueante marchaba a través del pasillo del castillo. Con avidez don Jaume y sus soldados seguíanlo, et que vísteis que aquel rastro no se detenía y se internaba en... ¡la alcoba de don Joan! Su primo Jaume se quedó mirando a la puerta, incrédulo, con los ojos abiertos; luego se dió la vuelta y regresó hasta la entrada de la alcoba de su padre, donde el propio conde y vosotros veíais el espectáculo.

¡SEÑOR CONDE! -dijo Jaume en una mezcolanza entre rabia, ira y descrédito-. ¡¡Habéis sido vos!! ¡¡HABÉIS INTENTADO MATAR A VUESTRO TÍO, MI SEÑOR PADRE, EN SU PROPIA CASA!!

¿¡¡Qué...!!? -susurró incrédulo vuestro amigo Joan con los ojos muy abiertos-.

La noticia del estado de don Miquel alteró notablemente a Breixo, que enseguida empezó a preocuparse por su propia salud y no pudo dejar de preguntarse si él también había sido envenenado por la ardiente fémina de su encuentro nocturno. La actitud de don Jaume solo sirvió para sacar al pardo de sus casillas y se le ocurrió intervenir, procurando mantener (muy a duras penas) la calma:

—¡Vive el Diablo si tengo que escuchar tamaña calumnia hacia mi amigo y señor! Don Jaume, contenéos y atended, pues muy gratuitamente culpáis a vuestro primo cuando puedo demostrar su inocencia. Esta pasada noche, mientras hacía guardia en la estancia que compartía con don Joan y mis compañeros de viaje, sorprendióme un ruido en los pasillos. Salí a investigar y hallé a una moza ligera de ropa que se adentró en la habitación de vuestro señor padre y por los sonidos que pude escuchar de su interior pareció procurarle gran placer. Vuestra sospechosa podría ser tan alegre ramera. Quizás lo que buscase fuera causar el mal no sólo a su familia, don Jaume, sino también a mi amigo. Admito que, después de retozar con don Miquel, la vi salir y... ejem... la perdí el rastro. Pero creo firmemente que ha sido esa maldita bruja.

Y bien claro estaba que habían intentado inculpar a don Joan.

-Lo que dice mi compañero es cierto pues todos nosotros dormimos en la misma habitación he hicimos guardias. Podemos dar fé de ello. Pero si no creeis nuestras palabras, decidme, por qué ibamos a dejar rastro tan claro y quedarnos a ver cómo inculpaban a nuestro Señor? Que dios aclare vuestra mente jóven Jaume pues necesitaremos de vuestras astucia para encontrar al verdadero culpable que no quiere más que enemistaros con vuestro primo.

Roi corroboró asintiendo las palabras de sus amigos:

-Sim, así foi. Guardamos a Don Joan, et no hubo más molestias a la noche que los sonidos que Breixo mencionó. Ni el máis torpe de los esbirros dejaría un rastro tan claro acusando a alguén, quieren que el meu senhor de Guadalest parezca culpable, está claro. Mais ahora lo principal es que o vosso tío esté bien, que un médico lo cure, et el mesmo podrá decirnos qué ocurrió. 

Sin duda las ganas de culpar al de Guadalest eran exageradas. Ojalá Dios quisiera que el envenenado sanase, para poder así dar testimonio de quien quiso acabar con su vida.

El sacerdote y caballero había permanecido callado hasta entonces, sobre todo por el dolor del cuello, que se le extendía hasta la mandíbula y uno de los hombros. Estaba molesto. Estaba molesto por el dolor que sentía y porque aún no había siquiera desayunado y ya estaban armando jaleo. La multitud apostada en la puerta, los empujones, los gritos y aquel hombre, aquel pecador que por ende era señor del castillo, parecía estar enfermo, si no, moribundo.

Ramón abrió por fin la boca, con el dolor de mandíbula que ya casi le llegaba hasta el oido apenas había entendido nada de lo dicho por el portugués pero parecía claro que aquella situación no haría sino enfangarse más y más por momentos.

- El banquete de anoche y la celebración ulterior - el sacerdote marcó con desagrado el término "celebración" - fueron llenos de excesos et no es raro que el cuerpo, como el alma, se hacen mella ante tales abusos - recalcó con fuerza esta última palabra, quizás con más celo del que hubiera demostrado en circunstancias más favorables.

- Aún es más, si como dice Breixo, don Miquel fue visitado anoche por una meretriz, pues de todos es sabido que estas mujeres con frecuencia, fruto de sus bajas pasiones, son víctimas de tratos con el Maligno et es igual de cierto que todas las mujeres no tienen sino un escorpión entre las piernas - dijo con disgusto.

- Dejar un rastro por el suelo que se dirija hacia la estancia de Don Joan, que además, a fé de mis hermanos ni siquiera la ha ocupado, parece el más burdo de los embustes y la más estúpida de las trampas - señaló -  ¿O acaso creeis que como en las fábulas que se cuentan a los niños un asesino deja un rastro de migitas de pan? ¿Acaso somos los presentes niños que aún maman del pecho de sus madres? - dijo, no carente de sorna. Habría que ser muy necio para haber preparado tal embuste y aún más para creérselo.

- Breixo - dijo volviéndose al pardo - mostradnos donde creeís que puede ocultarse la mesalina a la que os habeís referido.

Justo después de la exclamación de don Joan (que habíale cogido muy sorprendido tal acusación), el primo de éste, don Jaume, se puso rojo y encolerizó tras el comentario de aquel subordinado del conde, ese Breixo. Ese tipo tenía la lengua muy larga.

¡¡Cómo podéis hablar así de mi señor padre, plebeyo!! -le gritó desde el otro extremo del pasillo-. Et que luego los comentarios de Rodrigo apoyando al primero, de Roi intentando defender al suyo señor, et el colofón final de del Padre Ramón no hicieron sino embravizar al primogénito de Cartagena.

¿¡¿¡Dormís en nuestras alcobas, coméis de la nuestra comida et habláis de brujas et del Maligno presentes como si hablárais de gallinas!?!? -seguramente, si uno escuchara bien, las voces podrían llegar hasta las murallas del castillo-, ¡¡GUARDIAS!! ¡APRESAD A ESOS HOMBRES! -estaba claro que se refería a vosotros-. Luego hizo una señal a uno de sus soldados para que accediera a la contigua puerta de la alcoba de don Jaume. A los pocos segundos salió, et salió con una bolsa de cuero negro que asomaban polvos similares al reguero repartido por el suelo. Jaume no podía creer lo que veía. ¡¡JOAN, que es vuestro tío!! ¡¡SEÑOR CONDE!! -dijo entonces muy serio y decidido-, no puedo arrestaros por la vuestra condición de nobleza, empero que sí que puedo retarle a duelo bajo los ojos de Dios... ¡¡Por el nombre de mi padre et este castillo, sacad vuestra arma et defendéos!!

Entonces la vaina que llevaba Jaume al costado restalló cuando comenzó a sacar su espada. Los soldados a su servicio iban a por vosotros*. Los criados comenzaron a dispersarse por las habitaciones o al fondo del pasillo, temoroso por la inminente lucha.

¡Primo Jaume! -dijo incrédulo el señor Conde ante la propuesta de deteneros et a la del duelo de espadas-. Se quedó mirando a los soldados con su propia mano en el mango de su espada, pero en viendo que iban a por vosotros, no se atrevió, aún, a desenvainar, esperando que recapacitara...

El sacerdote observó atónito como aquella gente desenvainaba espada y se disponía a morir o ser muerta. Viendo que los hombres de Jaume se echaban sobre ellos, dió un paso atrás, et fue una suerte que se hubieran dispuesto para el combate, pues de haber ocurrido tal afrenta la mañana anterior apenas hubieran llevado encima más que los hábitos.

Ramón descolgó el escudo que llevaba a la espalda y lo dejó caer sobre su hombro izquierdo, asiéndolo con la mano zurda en un mismo y entrenado gesto. Cubierta la mano por el escudo sacó una de las hachas del fin, más mantuvo esta detrás del escudo para que su gesto no fuera percibido por aquellos que tenía enfrente. Formaría un muro de escudos con sus compañeros que cubriría el pasillo. Sin embargo ni aún así tendrían posibilidad de dejar la fortaleza e incluso ni siquiera el edificio con vida.

- ¡Jaume, recuperad el sentido! ¿Os alzareís en armas contra un pariente y contra vuestros huéspedes? - gritó mientras retrocedía y se cubría con el escudo - ¿Matareís en vuestra a casa a hombres de Dios?

- ¿Acaso añadireís a la desgracia de vuestra familia y de vuestro padre un pecado mortal? - en verdad el sacerdote pensaba que aquel desplante por parte del joven era fruto de su irreflexión, su miedo y su juventud. Pero hasta los más necios son capaces de causar calamidades terribles por los motivos más banales.

El caballero esperaba que sus palabras tuvieran efecto en el joven, pero no arriesgaría la vida si no hacían. Si alguno de sus hombres se lanzaba sobre él, intentaría proteger su vida e incluso herirle o matarle en defensa propia¹.

Es que se habían vuelto todos locos o lo habían planeado asi para tener una escusa para matar a su señor. Sea como fuera Rodrigo no era hombre de mucha palabrería y ante la ausencia de cualquier órden, tan solo sacó la espada y usó el escudo para defenderse.

- Señor Conde, qué hacemos? Atacamos?

No fueron muchas las palabras intercambiadas, pero sí intensas. Desde luego que Roi no se quedaría desarmado ante tal afrenta y posible ataque. 

Desenvainó su espada y en silencio se encomendó a Dios. Sus amigos apelaron al buen juicio del de Rugat, pero parecía que sería en vano.

-¡¡Voto a tal, nadie será preso aquí!! Sodes presto para acusar, no tanto para escuchar ni entrar en razón -dijo, dirigiendo sus palabras a Jaume de Rugat-. Si non queredes por las buenas, ¡por Dios que por las malas será!

Dicho ésto, preparóse para defenderse del ataque del soldado que se le venía encima, y atacarlo convenientemente tratando de desarmarlo, para vender cara su vida defendiendo al Conde de Guadalest.