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La noche más oscura [+18]

Partida - La noche más oscura

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30/06/2022, 19:34
Desdémona

La elfa pálida asiente, casi de modo imperceptible.

—Eres sabia, eso te honra. Me encargaré personalmente de recordárselo a Mi Príncipe cuando dicte sentencia —dice, su melodiosa voz tornándose en un estilete de ébano que advierte en la oscuridad que empieza reinar en el claro donde la escaramuza está a punto de tornar a su fin.

Con Karan desplomándose al suelo convulsionándose y Kyuss desangrándose como un cerdo, las sombras del Hombre Cetrino acuden prestas para abrazar a la niña, tomándola de manos de Klamore. La kenku queda rendida a los pies de las tenebrosas siervas del enmascarado.

La Luna Negra avanza hacia Kyuss, implacable, su hoz dispuesta a ejecutar una sentencia de muerte.

—Patético hombrecillo. Te erigiste en la voz de tus allegados con descaro. Una oportunidad pediste. Una oportunidad te doy —La elfa aplasta con su bota allá donde el bardo debe guardar su virilidad, y lo hace con un golpe seco.

—Ahora pondrás tu lengua de plata a mi servicio. Exige rendición inmediata a los tuyos... —Desdémona desciende hasta situar sus labios cerca del oído hiperdesarrollado de Kyuss y susurra:

—O te dibujaré una nueva sonrisa en tu garganta.

Notas de juego

[Sigue...]

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30/06/2022, 19:47
El Hombre Cetrino

El Cetrino se acuclilla sobre Karan, observándole atentamente mientras sufre su ataque de pánico. Le estudia como un entomólogo hace con una mariposa moribunda, aguardando la expiración de su plazo de caducidad.

Es un fenómeno curioso. Uno diría que el replicante se está ahogando en una pecera de agua turbia. Al padecer esa sensación de asfixia, el Ladrón de Rostros empieza a mostrar su verdadera faz. Solo sus lágrimas de sangre coagulada permanecen inalteradas recorriendo sus mejillas cenicientas.

—Tcht, tcht, tcht... Te veo bastante desmejorado, Karan. ¿Crees que ahora puedes «serlo todo»? ¿Hm? Te lo advertí, ¿verdad? ¿Dónde está esa mujer que tanto quieres? Tu... «amiga». Oooooooh, la bella Arcadia... No la veo por aquí... Oh, claro. No ha venido. ¿Sabes por qué? Porque está protegiendo a su amantísimo y maloliente enano. ¡Ijijiji! —Rencoroso y burlón, el Hombre Cetrino deja escapar una risotada cruel.

Pronto, su voz se torna gélida y cavernosa. Alza una mano enguantada. Agita los dedos en señal de despedida.

—Ve con papá, Karan. Él te está esperando. Él nuuuuunca te fallará. Ju, ju, ju...

Notas de juego

O ponía esto o reventaba, en serio.

Mica, amigo, con cariño. ^^

[Sigue...]

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30/06/2022, 20:03
Dafne

Cuando Klamore se rinde ante Desdémona y las sombras del Hombre Cetrino toman a Ariadna, la pequeña hada Dafne enloquece.

—¡NO! ¡NOOOO! ¿Qué has hecho? ¿¡Qué has hechoooo!? ¡Lo prometiste! ¡LO PROMETISTEEEE! —Su vocecita resuena en Cwn Fangârd. El embrujo que condenaba al silencio el bosque se ha deshecho. Entrechocan los aceros entre los alabarderos de la Luna Negra y nuestros confundidos héroes, ahora capaces de oírse a sí mismos, también a sus malheridos compañeros en retaguardia.

El hada vuela rauda hacia la shadar kai, ajena al miedo, decidida a intentar darle una última oportunidad a Ariadna. Pero... ¿Qué puede hacer una pequeña hada estival contra la asesina del mismísimo Príncipe de las Sombras?

*SSSSSSHACK!*

Dafne cae inerte al suelo, sus alas destrozadas.

Notas de juego

[DRAMA ON]

[Sigue...]

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30/06/2022, 20:12
Spitz

Spitz se gira al escuchar el grito de Dafne y aterrado encoge las orejas.

—¡No, Dafne! ¡Nooo!

El ratoncito, conocido entre los suyos como el intrépido Aguijón de Sauce-Madriguera, salta con agilidad exquisita del hombro de Mîn retirándose la pringue mucosa que le ha llovido encima cuando el enano narizón ese les ha estornudado y se abalanza estoque en ristre contra la sombra que tiene a Ariadna. La habría ensartado de parte a parte de no ser porque la inmensa sombra con rostro vagamente humano que ha acabado con Karan lo atrapa en pleno salto y lo alza en el cielo.

Spitz siempre ha sido un pequeño guerrero en un mundo de gigantes.

Su última mirada va para Klamore.

¿Por qué?

La sombra lo engulle para siempre.

Notas de juego

[Sigue...]

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30/06/2022, 20:19
Corcho

El caos de la vanguardia ha distraído el tiempo suficiente al Terror de Villa-Galleta como para que la única voz que le resulte distinguible mientras agita el mayal desde el hombro de Arcadia sea la de su hermano y la de su protegida.

Cuando Corcho asimila el alcance de la emboscada en la que se han visto envueltos...

Cuando contempla a la niña en manos de los enviados del Príncipe de las Sombras...

Cuando ve a Dafne muerta y desmembrada confundiéndose entre la hojarasca del Cwn Fangârd...

Y cuando ve a su hermano ser devorado por la sombra colosal del Hombre Cetrino... El tiempo se ralentiza por un segundo. Y es suficiente.

Corcho alza una manita y aúlla:

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01/07/2022, 00:33
Darion

¿Qué haces cuando lo único que sabes hacer es luchar, cuando toda tu vida se ha basado en el supuesto de que sólo puedes ganarte la libertad por tu propio brazo? Las únicas leyes son las que consigues imponer con tu brazo, los únicos derechos los que conquistas y retienes con el poder de tu espada. Y sabes, en lo más hondo de ti, sabes sin lugar a dudas, que nunca jamás estarías dispuestos a aceptar los grilletes, a aceptar la esclavitud, a aceptar la ignominia. Libertad o muerte.

Sin embargo, nunca supiste lo que significaba la palabra muerte realmente. Creías saberlo, porque has vivido junto con ella toda tu vida. Pero he ahí el quid: has vivido con ella. Pero la muerte, la de verdad, la única, la tuya, sólo sucede una vez. Y, ese es el problema, que nadie puede vivir la muerte; la muerte, por definición, sólo la puedes morir. ¿Cómo reconocer la muerte cuando llega? No lo haces, ya es tarde. Sólo mueres.

Darion movió su espadón brutalmente en todas direcciones y, en el gesto, vio no sólo una, sino incluso dos cabezas encapuchadas salir volando cercenadas, dejando tras de sí un volcán de sangre que le explotó en la cara. Pudo sentir la cálida linfa bañando sus labios. Pudo llegar a pasar su lengua por el viscoso líquido.

Sin embargo, la victoria fue efímera, pues todavía no habían caído al suelo esas dos cabezas cuando, tras la primera herida en un costado, llegó otra en el otro costado, luego otra más en el mismo y aún tres o cuatro más, quizá más. Sintió las alabardas entrando en su torso todo alrededor. Sintió, incluso, que mientras gritaban ceñudos, aquellas bestias lograron levantarlo en vilo con su multitud de alabardas.

Ahí estaba la gran mole negra, alzada en el aire, atravesada por las lanzas de esos repugnantes seres, supurando sangre y hiel por cada una de sus heridas. El guerrero apretaba sus dientes, entre los cuales empezó a acumularse sangre y un gruñido. Era un gruñido de dolor y un gruñido por empezar a cobrar conciencia de lo que estaba ocurriendo. Ahí estaba la muerte.

¿Esto era morir? ¿Esto? Desde la altura miró a los seres encapuchados que lo tenían ensartado y alzado, haciéndolo sangrar como a un cerdo. Les dirigió su mirada de negro fragua. Y, en esa última mirada, no los odió, sino que recordó los ojos de su madre. En esa mirada, comprendió que ellos eran como él: seres que también morirían un día. Y eso era todo. La muerte no era suya. La muerte era una y la misma. La muerte todo lo contenía.

—Madre…

Fue un simple susurró antes de que sus ojos se cerraran despacio.

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01/07/2022, 01:10
Arcadia

La danza de la espada. Por última vez. Todo ocurrió como si se encontrase sumergida en una pecera, el tiempo deslizándose a su alrededor como un lento fantasma. Era consciente de todo y de todos. El fuego de la batalla, el aroma de su sangre recién derramada, el miedo y la muerte cabalgando hermanadas. Es como volver al hogar.

La alabarda clavada en su pierna; metal y carne rasgadas. Goteaba su icor vital. Era el comienzo del fin. Podía notarlo. Una sonrisa afloró en su rostro blanco. El fuego, la presa, la ira. Padre, Magran. Una lengua de fuego surgió de su alma, recorrió el mango del arma y devoró al guerrero que la había herido. ¡Qué las llamas dieran cuentan de él! Retiró el arma de su pierna, trastabilló. No estaba bien. Se giró para contemplar con desesperación como eran diezmados.

El hechicero de las palabras sangraba profusamente. Acuchillado a traición, cortada su lengua. ¿Vivo? Golpeó un rostro horrendo con el mango de su mandoble, fintó, arrolló a un segundo con un golpe de hombres. El hechicero…tanto arte, tanta pena. Ya nunca escribirá un poema sobre mí.

La niña, Ariadna. Su promesa, rota. Había caído en manos enemigas. Quiso gritar pero decidió guardar esas fuerzas para el combate. Otra finta. Estaban por todas partes. No dejaba de girar. Alguien golpeó su cabeza, no se derrumbó pero faltó poco. Pequeña, te he fallado. Pero mi promesa es una deuda de sangre. Juró que la protegería con su vida. Las palabras tenían peso. Sorpresa, porque no eran palabras escritas en libros sagrados o grabadas en piedra. Eran sus propias palabras.

Klamore se había rendido. La miró con ojos tristes, sin acusarla. La comprendía. Vivir para pelear otro día. Una acción inteligente. Puedes rendirte. Debes rendirte. Pelea otro día, con ellos. Estaba cansada. De pelear, a diario, contra el mundo, contra sí misma. Otro giro, otro quiebro. Una sangre para ella. Sonrisa, dientes apretados. La sangre de su rostro ¿Era suya o de sus enemigos? Agotada.

En el centro, el tigre. Derrotado. Por sí mismo. El poderoso Vasanth. Salvo que nunca había sido el poderoso. Era como ellos, un fracasado, un paria, un desheredado. Uno de los nuestros. Y pensar que casi lo había desafiado. Lástima no haber entendido antes. Lástima haber estado tan ciega. En otra vida, quizás, Vasanth.

Quería llegar junto a Min. Una parte de ella creía que, si se reunía con su compañero, podrían salir juntos de ese atolladero. Porque juntos era un equipo, un dúo. El poder de la amistad. Él la había sacado del pozo una vez. La sacaría de allí. Min era su roca, su sustento. Pero ella estaba condenada. Siempre lo había estado. ¿Cuándo iba a dejar de ser la piedra atada al tobillo del enano, tratando de hundirlo en las aguas oscuras? Si llegaba a él Min no la salvaría, ella lo condenaría. Él no la abandonaría. Ella estaba sentenciada. El efecto dominó. Dejó de correr en esa dirección.

Te equivocaste, Min. Esta es nuestra última batalla, amigo.

Tenía un golpe sobre la ceja. Su propia sangre nublaba su vista. ¿O es que había recibido demasiadas heridas? Golpeó con el puño unos dientes amorfos. Se recostó contra una pared para no caer. Era un bosque. Allí no había paredes. Era Darion. Espalda contra espalda. Un instante de paz. ¿De lucidez? Él era guerra, no podía detenerse. Pero tú si puedes. Se dijo. Pero no quiero. Porque cuanto más se acercaba a la muerte, más nítido era su reflejo en el espejo.

—Hasta el final. Sin remordimientos, hermano.

Hermano, eso había pensado al conocerlo. Almas gemelas. Quizás podían haberse conocido mejor, hablar de sus heridas, sanar las del otro. No en esa vida. Se despidió de él con un grito, de nuevo a la batalla. Dafne había sido pulverizada. Spitz fue engullido por la oscuridad. Corcho taladró su tímpano con un grito de pérdida. Arcadia lo tomó entre sus manos.

—¡Fuera! ¡Corre! ¡Vive! ¡Cuéntales a todos lo que ha sucedido! ¡Vive!

Lo último era un ruego. Lo lanzó lejos. A salvo.

Una forma oscura se abalanzó sobre ella. Tensó los músculos. Golpeó. Una y otra vez. La criatura se escapó de sus golpes. Era como tratar de golpear la noche. Tensa, rabiosa, su espada chocó contra el suelo varias veces. La tierra tembló, el acero impactó por quinta vez. Una roca, el arma se quebró, la punta salió despedida hacia el cielo rojo sangre como un destello. Y mientras ella contemplaba su alma destrozada recibió una puñalada. El cuello. Otra, las tripas. Más sangre. Dolía. Trató de recordar lo que decía su manta del dolor.

El dolor es…el dolor…no me acuerdo…Pensó en pedir ayuda a sus dioses. A cualquiera de ellos. Al infierno los dioses, esto es cosa de meros hombres.

De alguna forma había terminado enfrente de la reina de las sombras. La atravesó con la mirada.

—Puta —dijo, clara, nítida.

Su rival al miró con pena. Podía darle una muerte clemente. Sus ojos eran claros. Ríndete, decían. Vive con los demás. Debería hacerlo. Pero...cuando uno bailaba sobre el borde del cuchillo era cuando se quitaba todos los miedos de encima, todos los accesorios de la personalidad. Era cuando su auténtico yo emergía. No podía rendirse. Por fin supo el motivo.

Soy Arcadia, campeona de los desarropados, los vagabundos, los fracasados y los corbarde, los poca pena de hecho. Peleo por aquellos por los que nadie quiere pelear. Por los que no pueden pelear. Por los que no se atreven. Soy Arcadia.

Ahora que por fin se había encontrado, debía perderse para siempre en el olvido. Podía haber aceptado una muerte clemente a manos de esa mujer. Pero, si vivir no había sido fácil, ¿Por qué debía serlo morir?

—No te mereces mis atenciones.

Se giró, quedaba una promesa que cumplir. Allí estaba, el bastardo que infundía miedo en los corazones, que asustaba a su gente. El hombre cetrino. Sobre Karan, torturándole con sus palabras, con su magia enfermiza.

—Cobarde —le gritó con todo el aliento que le quedaba —. ¡Déjale en paz! ¡Pelea conmigo!

Apretó los dientes. El arma estaba a punto de caerse de sus manos. Una promesa. Cuidaré de ti. Defensora. Su camino. Ahora que empezaba, debía terminar. Si se rendía, si dejaba caer el arma, ¿Qué sentido tendría todo? Ella era un símbolo. Una renegada, como todos, un fracaso torturado por el mundo. Una muestra de lo que el dolor y la ineptitud podía hacerle al alma. Por eso debía pelear. Para cuidar de los suyos. Para mostrarles que ellos, con sus defectos yoscuras pasiones, sus rotos, sus miedos y cobardías, eran tan grandes como cualquiera.

—Apártate de él —masculló —. Apártate de todos o sufre mi ira.

Apretó su arma quebrada, empezó a correr hacia el hombre cetrino mientras gritaba, el rostro desencajado, los ojos; clavos sobre él. Fintaría, haría girar su arma partida, le engañaría, un amago, un truco, un paso más para ganar distancia, estaría cerca de él, le rebanaría el cuello a la distancia de un beso.

 

No tenía oportunidad. Cuando su mente se oscureciese aún surgiría un último pensamiento lanzado contra la nada, igual que había saltado un pedazo de su mandoble contra los cielos. Gracias, Min.

Notas de juego

A mí me gustaría seguir jugando, aún muerto. Aunque no sé como es posible.

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01/07/2022, 11:23
Vasanth

El enemigo se quiebra frente a mi determinación, su carne cediendo a mis colmillos de acero. Somos imparables como el rugiente frente de tormentas que hunde flotas en la tumba oceánica del siempre famélico abismo. Los dioses nos contemplan hoy, sonrientes y ávidos de sangre. La gloria será nuestra. Así debe ser y así será.

No.

Nada es como debería ser.

En un momento de lucidez en mitad de mi euforia, mis ojos captan en el límite de mi visión una masa de sombras abalanzándose desde los confines del bosque. Sorprendido, me vuelvo justo a tiempo para ver cómo varias figuras siniestras y oscuras emboscan a aquellos de nosotros que se habían quedado más rezagados. Intento advertirles del peligro, pero mi garganta no emite ningún sonido. Impotente, contemplo cómo las tinieblas caen sobre ellos y los destrozan en cuerpo y espíritu, rodeadas por la indiferencia de un absoluto silencio.

La sangre empieza a correr, destellos rubí entre el gris, el negro y el verde, y no es la de nuestros enemigos. ¿Qué está pasando? ¿Qué está pasando? La mujer pájaro tiembla de miedo, con la niña humana en brazos. La afilada hoja de la Luna Negra está firmemente apoyada en su garganta. Uno, dos, tres latidos.

Eso es todo lo que tarda el honor en desaparecer.

Atónito, no puedo hacer otra cosa que mirar mientras Klamore entrega a Ariadna, y solo soy capaz de pensar, esto no está sucediendo. En algún momento la niebla se levantará, el sol brillará de nuevo, los muertos se levantarán del suelo y reirán. Todo es pantomima. Con los ojos desorbitados, la quijada colgando y un vacío espeso en mi corazón, veo cómo el cuerpo del hombre de piel de noche es ensartado por tantos lugares que no podría empezar a contarlos, y luego levantado en el aire como un grotesco estandarte de profanación, de humillación. Esto no es lo que ocurre en las historias de grandes héroes. Mudo por dentro, parpadeo lentamente, pasándome la lengua por un lado del hocico. Arcadia, la guerrera de plata, es herida una y dos y tres veces, su cuerpo girando como el de un derviche enloquecido, desesperado. No hay ningún honor en su sacrificio. No hay ningún honor en nada de esto.

Y de repente, lo siento.

Algo que jamás había sentido, que jamás debería sentir, se aferra como un parásito a mis entrañas. Es frío y duele y sacude, ¿qué es? Mis fauces se secan, mis ojos se humedecen sin control, mi corazón salta como loco dentro de mi pecho, ¿qué es? Me cuesta respirar, y sé lo que va a pasar pero no quiero creerlo, no quiero pensar en ello, no es posible, ¿qué es?

¿Qué es?

La mujer pájaro ha entregado a la Narradora al enemigo. ¿Ira? Von Trier y el ceniciento se han dejado sorprender por las sombras. ¿Frustración? Darion, Arcadia y el enano están siendo troceados delante de mí. ¿Impotencia? Y yo… Yo estoy en medio de todo, como una estatua inalterada por el tiempo, mis armas bajadas, respirando, mirando, sin poder creer, porque nada de esto debería estar sucediendo. Solo que es mentira. Está sucediendo, y yo no soy una estatua, y no soy intocable.

¿Qué es?

Es miedo.

En el momento en que la palabra se forma en mi mente, un engranaje del universo se quiebra, y ya nada es igual. Dicen que una estrella brilla antes de apagarse. Pero cuando se apaga, no queda nada de ella, ni volverá a haberlo jamás. Cuánto haya brillado ya no importa. Esa comprensión súbita explota dentro de mis entrañas como una cadena de mundos devorada por un demonio gigantesco, y me doblo sobre mí mismo, abriendo la boca hasta que las mandíbulas parecen ir a salirse de sitio, pero no grito. Es como si mi cuerpo quisiera purgar, expulsar, olvidar. Un ardor agrio sube por mi garganta cuando mi estómago se vacía violentamente delante de mis ojos incrédulos, salpicando el suelo en una vulgar y patética demostración de debilidad, de fragilidad mortal. Porque esa es la clave, ¿no?

Vasanth, eres mortal.

Soy mortal, y hoy es el día de mi muerte. El enemigo es real, cruel, implacable, y nos supera.

Hoy es el día de mi muerte.

Notas de juego

Todavía no me he rendido explícitamente, pero la voluntad de Vasanth está quebrada y ha caído por los suelos. Me parecía más natural escribir este post de «transición» antes de que Kyuss escriba el suyo. Una vez lo haga, ya me pronunciaré de manera concreta.

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02/07/2022, 13:00
Mîn Rompebuches

El enano intentó limpiar como pudo la mocusa que cubría su rostro, intentando contemplar algo más allá de aquella mucosidad verdosa y repugnante.

Ver a Klamore ofrecer a la niña a Desdémona hizo que Mîn se pusiera tenso. Conocía bien el sentimiento había anidado en el corazón de la mujer-pájaro. Debía estar asustada, temerosa de la muerte, prefiriendo que el rostro de aquella pequeña acabara atormentándola durante lo que quedase de vida, en vez de combatir heroicamente y caer en el fragor de la batalla. Mîn conocía demasiado bien ese sentimiento, puesto que él se había visto en una situación similar a Klamore. Podía haber actuado, podía haberse enfrentado a sus antiguos compañeros y no lo había hecho. Sabía lo que sucedería con Klamore, pues él mismo se vio en la decisión de la mujer-pájaro.

La facilidad con la que el hada había caído hizo que Mîn sintiera que se le encogía el corazón, aunque aún más aterrador resultó ver a ese pequeño y heroico ratoncito ser engullido por la misma sombra que, aparentemente, le había arrebatado la vida a Karan. Mîn escuchó el grito desgarrador de Corcho al ver morir a su hermano y, aunque el enano no gritó como lo hizo el roedor, todo el vello de su cuerpo se erizó. Y supo que había llegado su momento. No había podido llevar a cabo una gesta de la que se hablara en las canciones de los bardos y lamentaría que Arcadia no le sobreviviese y, sin embargo, estaba más que preparado para mirar a la muerte de frente y lanzarse contra ella.

—Habéis jodido al enano equivocado —aseguró Mîn, lleno de rabia.

Rompebuches lanzó un alarido y, tomando con rapidez su hacha de batalla, echó a correr hacia el Hombre Cetrino, sin dejar de gritar, totalmente fuera de sí y dispuesto a hundir su carne en aquel cuerpo fantasmagórico, a pesar de intuir que no podría matar lo que ya estaba muerto.

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02/07/2022, 17:21
Kyuss von Trier "FreshMeatCandy"

Abriéndose paso a dentelladas, desde lo más profundo de sus entrañas laceradas, el vigoroso impulso renacía en Kyuss con la forma de una terrible y despiadada criatura. Sin ojos ni oídos, sin zarpas ni patas; únicamente una gran boca ocupando toda la parte anterior que sería cabeza, al final de un cuerpo oblongo y vigoroso; una suerte de pez, anfibio o reptil, o algo más ominoso; cubierto de duro cuero conformando informes escamas puntiagudas y negruzcas. Todo en la cosa arañaba, cortaba, y causaba abrasión con el paso de su torso, que arrastraba y retorcía para avanzar dando espasmos.

Las fauces repletas de desordenadas hileras compuestas por dentículos heterogéneos, en forma y color, y aserrados, permanentemente ansiosas, con la que el ser masticaba y deglutía sin aparentemente cerrarla, horadando su camino inexorable a través de la voluntad y los tejidos del flaco, que mientras se desangraba.

Los ojos inyectados de sangre y comprensión, se sumergían sin remedio en los dos ópalos sin demencia ni piedad que aguardaban su respuesta. 

Desdémona. ¿Acaso no os seguiría?

La muerte y el pálido eran viejos conocidos. Podía decirse que siempre había habido una relación respetuosa entre ellos, como si de dos familiares lejanos y bien avenidos se tratara. Un pacto entre caballeros. Un acuerdo entre viejos amantes. Sin embargo, el bardo nunca había estado en una batalla, donde la muerte es más brutal, se torna mezquina y ruin, y se ceba con las vidas jóvenes de los que protegen viejos intereses de otros. Aún así, sabía que esta no podrían ganarla.

Estaba viendo como sus compañeros trataban de contener con su carne y con su acero aquella tempestad maldita, un ataque orquestado por poderes insondables para ellos, a los que se habían enfrentado, pero que desconocían, así como del secreto de la niña.

Al tiempo que la pequeña Dafne fue abatida, el aire volvió a dejar pasar el sonido, y la quietud sobrenatural del bosque se tornó guerra y miseria. 

Estúpidos. Ciegos, sordos, mis generosos camaradas. Nunca es lo que parece. Asequible entrega la vuestra, arcana, insondable la causa. Oscura y desconocida, ¡Cejad, cejad!. Pronto os rendís a la muerte, y al secreto que contiene, por no renunciar a vuestra importancia personal. 

El gran Vasanth, herido, superado, sin posibilidades, codo a codo con el campeón enano, conteniendo por momentos a un grupo de aquellos engendros con el resto de su bravura, en una especie de baile funesto de oro, fuego, piedra y moco. Dignos en su derrota, Mîn a punto de entregarse al rojo escuadrón infame.

Vivid otro día, guerreros. Miedo. A vos también os devora. 

Arcadia y Darion, espalda contra espalda, en el centro de un cerco pavoroso, de dientes y filos, cada vez más estrecho en torno a ellos. Brutales y magníficos. Apenas vivos. Ensartados, sajados exhaustos, vencidos.

Karan, confundido, aislado, torturado por el amo de las sombras, que se ensaña y le dedica su particular martirio. El Hombre Gris, el Cetrino; una especie de padre sádico y atento, antinatural y horrendo. Un vástago deshecho. Había recuperado su sombra. Espía, traidora. 

Klamore, domeñada, ¡Viva! Está viva, no deseo más muerte. Por más que trago, se derrama, se escurre, fluye por mis costuras, rotas; quiero evitarlo. Protegerla a ella, su desconocida cruzada, al destino aciago de esta compañía. 

- Necios. ¡Necios!- gritó Kyuss a sus espaldas, mientras miraba a la elfa, con una voz rota, sin música, pero suya de nuevo - Deponed las armas, guardad vuestras preciosas vidas, miraos unos a otros. ¿Acaso sabéis de qué va todo esto?. ¿Vosotros, guerreros, aún no habéis aprendido cuándo comenzar una lucha y cuándo no hacerlo, nos arrastráis a la muerte por vuestro desconocimiento?. ¡Si tan siquiera supierais quién es quién en el tablero?. Os lo ruego, rendíos ahora, y quizá haya un amanecer más. De otra manera, no dejaréis nada. Nada. Dais vuestras vidas por nada. Desprecio.

Sin dejar de mirarla, torciendo la testa como si de un ave se tratara, irreversible, tétrico, el bardo esbozó una sonrisa, como de calavera, y bajó la cerviz en señal se sumisión.

- Basta, os lo ruego- musitó, implorando por las vidas de todos.

 

- Tiradas (2)

Notas de juego

Utilizo Inspiración de bardo como acción adicional para darme 1d6 a mi tirada de Persuasión para tratar de detener esta carnicería.

No utilizo truco o hechizo alguno, sólo mis palabras, ya que he recuperado mi voz.

Me dirijo a Desdémona, claro, porque mis compis no me iban a hacer mucho caso, creo. Si es que puedo hacerlo, claro. A discreción de Dios AKA Dewey.

He sacado el mínimo (Lengua de plata me garantizaba ese 10).  Olvidé sumar mi +7 en Persuasión (los nervios), así que el resultado sería 23. Si es que se puede utilizar.

Disculpad por tardar en postear.

 

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04/07/2022, 14:43
Amo del Calabozo

Las miradas de los alabarderos revelan una mixtura de miedo y admiración hacia el titán negro mientras lo contemplan tembloroso, ensartado a unos palmos del suelo, musitando palabras sin sentido. Por ello, cuando Darion, hijo de Darius, cae al suelo sobre sus rodillas al borde de la muerte, esos seres de pesadilla deciden no correr riesgos y apuñalan y acuchillan sin piedad al hombre de mirada de fuego, un fuego que comienza a apagarse consciente de su propio e inexorable final. Apenas nota a los enanos narigudos saltar sobre sus anchas espaldas, ahora entumecidas según la sangre abandona rauda su cuerpo. La vida se le escapa a través de las vetas cavadas en su torso desnudo por cuchillos aserrados.

El bárbaro cree escudriñar algo entre la bruma, esa bruma que se teje como un denso sudario neblinoso que amenaza con fagocitar los árboles del Cwn Fangârd. Allí, a lo lejos, entre la oscuridad pero imbuido de ese halo rojizo que rezuman los farolillos que penden de los troncos, permanece una criatura erguida sobre un tocón. Un majestuoso e imponente ciervo le regala una mirada con desdeñoso orgullo. El altanero astado parece invocar en él una lúcida reflexión final: en el mundo de lo salvaje la crueldad nunca permanece ahíta. La muerte acecha tras cada esquina. Cada aliento es una feroz lucha. Cada vida alimenta un hambre voraz. Todos somos depredadores. Todos somos presas. Nadie es inocente.

Darion muere desangrado como un animal salvaje, aferrado por pura inercia a su descomunal espada, sus ojos buscando a Ariadna, la niña a la que de algún modo intuitivo e irracional supo que debía proteger desde que se cruzaron en la Canción Élfica.

Apenas unos segundos antes de que sus ojos ambarinos se congelen para siempre en el vacío y su alma parta de viaje hacia la Rueda, encuentra los ojos glaucos de Ariadna parpadeando con dificultad, como lo harían los ojos de alguien que despierta de una terrible pesadilla. El encuentro entre ambas miradas es breve, pero significativo. También oportuno y sobrecogedor: una revelación le golpea como el látigo que su espalda ha paladeado demasiadas veces.

Jamás hablará con ella. Jamás podrá jurarle lealtad, aunque el motivo en el que repose ese desquiciado juramento por el que ha entregado la vida no esté al alcance de su sapiencia. Los perros tampoco conocen el motivo que les impele a adorar a sus amos. Empero, eso no condiciona ni lo más mínimo su lealtad o su entrega. Y si bien Darion ha fracasado en su misión personal, sus extraños compañeros de viaje podrán contar algo de él a quien quiera escucharles. Algo que será una verdad inmutable.

Darion, hijo de Darius, murió libre.

* * *

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04/07/2022, 14:50
El Hombre Cetrino

Como si de la última carga compartida se tratase, Mîn y Arcadia arremeten a la desesperada contra el Hombre Cetrino, ese siniestro personaje que contempla la escena con un donaire enigmático y expectante. Su risita histriónica resuena en el claro del bosque ahora que el silencio sobrenatural se ha disipado. Tras él, sus sombras balbucean de modo ininteligible, aguardando su señal, impacientes, presas de una excitación ultraviolenta. Él agita sus emociones como el amo azuza a los perros en la caza.

El Cetrino se frota los dedos con avidez. Permanece estoico en su lugar, junto al moribundo Karan.

—Mira, Karan. Tus amigos quieren jugaaaarrrrr.

Basta un mero pensamiento. Las sombras se abalanzan contra ese dúo de valientes y desesperados, ese dúo imposible que lleva toda una vida aguardando este momento: un enano algo tosco pero de corazón noble y una fanática albina, una vidriera hecha añicos, suturada en la vana creencia de que aún existe redención para ella.

Mîn, el Rompebuches.

Arcadia, Orejarrota Melenaplata, tal y como la bautizó el desaparecido Corcho.

Ambos son el bastión del otro.

Ambos están dispuestos a dar la vida en la hora más oscura.

El Cetrino ha adiestrado bien a sus sabuesos. Las sombras rodean y atacan sincronizadas, buscando los puntos ciegos, flanqueando y hostigando con sus largos miembros sembrados de afilados espolones. Babean. Chillan. Aúllan. Son pavorosos oponentes que se funden con el entorno. Aparecen. Desaparecen. Sajan. Rajan. Una y otra vez. Incansables.

El enano y la albina han luchado juntos en demasiadas ocasiones para que esta treta resulte efectiva. Unen espalda con espalda y se defienden con uñas y dientes, a sangre y fuego. Mîn aplasta con el martillo a una de las sombras con un golpe que parece hendir una pila de lodo. El chillido del espectro le hiela la sangre. Arcadia traga sangre y canaliza su rabia para cortar en dos a otra aberración con un golpe que parece más la guillotina que deja caer Woedica sobre sus enemigos en el cadalso. El golpe recibe su recompensa: un espeluznante alarido recorre Cwn Fangârd como el canto de una arpía. Juntos son imparables. Juntos son imbatibles. Juntos han llegado hasta aquí por una razón.

No pueden evitarlo. Intercambian una breve mirada cómplice como en tiempos pretéritos. Empiezan a creer.

El Cetrino emite un gruñido de insatisfacción. Uno que Karan conoce bien. No le gusta este espectáculo. No es su espectáculo. Los ojos dorados del enmascarado le dedican una mirada de soslayo. Una que Karan empieza a conocer bien. Una que empieza a temer.

—Tu amiga me cae mal, Karan…

El Cetrino comanda a la gigantesca sombra con rostro aguileño hacia el dúo. La abominación se mueve con una agilidad insospechada, vaporosa, flotando por el bosque, agitando la hojarasca como un torbellino. Karan balbucea. Su Padre camina de nuevo.

Muy mal…

Un aterrador alarido precede a la tragedia. El vendaval sombrío tiene rostro. Abre la boca, dispuesto para devorarles en la más absoluta oscuridad. Este oponente tiene la envergadura suficiente para atacarles con una crucial ventaja.

Profundamente mal…

Arcadia lanza un tajo descendente propulsado por su misma alma y marca el rostro del espectro con su acero. No es suficiente. Mîn golpea con su hacha, que se hunde en el cieno que da forma a los brazos del engendro. La criatura, iracunda, agarra a ambos con sus fantasmagóricas manos. Tiene una fuerza insuperable. Los alza como si de dos cachorros se tratasen y los estampilla contra el suelo, sin piedad.

En el aire flota el inconfundible aroma de la fatalidad.

El Cetrino agarra su daga de oscura y larga hoja, una cuchilla delgada, afiladísima. Un escalpelo diseñado para dispensar piedad entre los moribundos en el campo de batalla.

—Lo hago por ti, Karan.

>> Lo hago por tiiii… —canturrea mientras el enmascarado camina, entrelazando su leyenda negra con la gesta de los héroes.

Una risita cruel escapa de sus labios de alabastro. La risita del Hombre del Saco.

Qué equivocado estaba el replicante.

Qué peligroso es el Ladrón de Sombras.

El enmascarado camina con parsimonia hasta los caídos. Su paso tiene la cadencia de un péndulo. Su aterradora y sumisa mole de rutilante cieno negro aplasta a Arcadia contra el suelo entre pavorosos alaridos de odio, hundiéndole el rostro en la grava, haciéndole tragar tierra y hojas que saben a otoño. Solo un ojo de la albina atisba inyectado en sangre a Mîn, pugnando por un único aliento más para despedirse, agradecida. El enano está tendido en el suelo, bocarriba, los zarcillos de esa aberrante prolongación del Cetrino estrangulándole. Arriba solo hay una maligna luna, gobernando en la más insondable oscuridad. No hay estrellas. No hay esperanza.

* * *

—¿Me recuerdas?

La voz resuena dentro de su cabeza. Íntima. Furtiva. Un intruso que tiene la llave de la puerta trasera de tu hogar a buen recaudo. Un allanador de la mente.

—Yo no te he olvidado. Cómo olvidarte. ¿Recuerdas lo que me dijiste entonces…?

Palpitaciones.

Patético.

Sobre sí, advierte el vuelo de la túnica gris de arpillera. Un olor rancio y penetrante. Una máscara de alabastro. Una máscara que sonríe.

La hoja negra de la daga reposa en la palma de su mano. Dormida. Meditabunda.

—Es el momento de la despedida. Hora de morir.

La sombra ejerce más presión sobre el rostro ceniciento de la albina. La hunde en la tierra. Su cráneo va a reventar. Nota la tierra húmeda por el rocío penetrar en su garganta. La presión amenaza con sacarle los ojos de las cuencas.

El Cetrino se gira hacia Mîn. Se agacha sobre él al tiempo que la liana de cieno negro le libera de su presa, devolviéndole el aliento.

—Me refería a ti, claro.

La daga entra en la carótida sin previo aviso. Dibuja un cuarto de luna menguante en el cuello del enano.

Llueve rojo sobre el Hombre Sanguíneo.

Rojooscurocasinegro.

—Yo soy Artie.

La daga aún tiene sed. Rasga el abdomen. Invade las entrañas de Mîn. Las comparte con la tierra. Guirnaldas de carne flotan sobre Cwn Fangârd. El Cetrino tiene brazo de cirujano. Firme. Preciso. Una incisión perfecta.

—Yo soy Moloch.

La luz se apaga en los ojos del Rompebuches, sobrecogido por un helor que le arrebata la sensibilidad de sus miembros. El enano queda hipnotizado por la maldad que rezuman las pupilas doradas de su asesino.

—No me viste venir.

Despacio, el enmascarado gira su rostro regado de rojo sangre y dedica un elocuente vistazo al único ojo tembloroso de Arcadia. La albina nota la presión relajarse en la parte posterior de su cráneo. Todo gira a su alrededor. Solo observa la daga del Cetrino, goteando ebria en las manos sembradas de vísceras.

Pedacitos de Mîn.

—Basta.

La voz proviene de Desdémona, La Luna Negra.

El Cetrino ladea la cabeza.

—Es suficiente. Han entendido el mensaje y aceptan la rendición. Serán llevados ante El Príncipe. Él decidirá su destino. Y su probable fin.

>> Es mi última palabra.

El enmascarado se encoge de hombros.

—Faltaría más. Solo soy un humilde servidor. Vos lo sabéis bien.

El Cetrino se limpia la cuchilla en el brazal de cuero que protege sus muñecas y chasquea los dedos. Su adlátere sombrío alza a la destrozada albina en el aire como un títere sin apenas hálito de vida.

—Además... No tengo que hundir mi cuchilla en tu carne para matarte —susurra, cargado de rencor.

Tras llevar sus manos a la espalda, se aproxima a Karan. El dulzón y ferroso hedor de la sangre es mareante.

—Creo que te he allanado el camino. ¿Soy, o no soy un buen amigo, Karan? ¡Jiiiijijijiiiii! —musita a su oído, sus palabras trufadas por una sádica risa.

Los alabarderos rodean a Vasanth, disuadiéndole de intentar alguna temeridad. Alguno mira con ojos hambrientos el festín que supone el cadáver fresco del enano, aún caliente. Solo un bocadito, se dicen. El enano, como saben por experiencia propia, sabe mucho mejor que el humano de piel oscura. Demasiado músculo. Demasiado tendón.

Los enanos narigudos cejan de apuñalar el cadáver de Darion y se acercan cautelosos al cuerpo inerte del Rompebuches. Por si acaso, lo someten a un apuñalamiento preventivo. Nunca se sabe cuando uno de esos enanos narigudos puede estar haciéndose el muerto.

La última visión de Arcadia antes de desvanecerse queda grabada a fuego en su memoria.

Enanitos devorando carne.

Carne prohibida.

Pedacitos de Mîn.

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05/07/2022, 20:18
Arcadia

Arcadia no había tenido muchos amigos a lo largo de su vida. En verdad, solo había tenido uno. Min. Su profeta particular, su hermano de armas, su compañero y confesor. Su guía. En resumen, un auténtico amigo. Había aportado a su vida más luz que sombras. Ya no volverían a recorrer las calles de apretadas ciudades en busca de un trabajo mal pagado o cerveza barata. Tampoco acabarían las noches filosofando sobre todo y nada, alargando charlas que tocaban temas como el deber, el honor o la cantidad de patatas al horno que tiene que llevar un buen estofado. Esa etapa había terminado. Y no volvería.

Lo que a otros hubiera hundido en las sombras, a ella la transformó. Si el hombre cetrino pensaba que iba a llorar o a quedar desolada, si pensaba que iba a destruirla, estaba muy equivocado. No se podía romper lo que ya estaba roto. Y aunque todo aquel espectáculo de canibalismo y carne devorada estaba enfocado a causarle sufrimiento a ella, provocó justo lo contrario. Uno solo se da cuenta del valor de las cosas cuando las pierde. La pérdida vuelve loco al cuerdo, pero al que ya es demente le ofrece consuelo. Al menos una vez tuvo algo. Una vez perdido, ya no podía ser arrebatado. Sus memorias, sus recuerdos, la fortaleza y y calor que había recibido. Si eso no tiene valor, nada lo tiene. Perdida y hundida, anclada a un alma que no era la suya. A la deriva pero firme con esa cadena. No era algo que otro pudiera romper.

Tragó polvo, cenizas y sangre. Antes de ser engullida por la noche, y por la muerte, logró decir algo. Su último pensamiento, y su útimo latido, fueron para Min, pero su última palabra fue para el cetrino.

—Patético…

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06/07/2022, 04:07
Vasanth

Dafne. Spitz. Darion. Mîn.

Me sorprende acordarme de cada uno de sus nombres, incluso ahora que ya no importa. Una a una, las desdichadas criaturas van encontrando su horrendo e injusto final. Y yo solo miro. Miro y parpadeo, lentamente, creyéndolo pero sin llegar a creérmelo. Hay como una extraña desconexión entre mi mente y mi corazón. Debería sentir horror. No siento absolutamente nada. Solo una totalmente improcedente y absoluta…

Calma.

Es inquietante, pero ni siquiera eso me hace sentir peor. O mejor. Estoy como flotando, como si nada importase realmente. Todo empieza y todo termina en algún momento. Excepto los astros inmortales. Tengo la extraña sensación de que nada es real, de que nada puede afectarme, y al mismo tiempo, no merece la pena intentar evitar nada. Porque todo es inevitable, pero a la vez irrelevante, falso. Incluso, si me concentro, puedo llegar a sentir como si el bosque fuese en realidad el escenario de cartón de un titiritero, y nosotros no somos más que marionetas que ni sienten ni padecen. Nuestra muerte no importa. La destrucción del mundo no importa.

Suspiro, cayendo de rodillas en el más absoluto de los silencios. Estoy derrotado. Me da igual. Mis compañeros están muriendo. Me da igual. Yo también voy a morir.

Me. Da. Igual.

Ya no miro. Ya no pienso. Solo espero, hueco, muerto por dentro, con una tranquilidad antinatural.

Una lágrima cae al suelo, disolviéndose casi inmediatamente en la humedad del sotobosque.

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06/07/2022, 19:36
Karan

Morirse es aterrador. Siento que me hundo, y me ahogo, y desaparezco, y me... muero. Morirse es aterrador, sí, pero estar muerto es otra cosa. Siempre lo imaginé como algo terrible, espantoso. El olvido, de los demás y de uno mismo. La total ausencia de huella, de rastro. Un instante eterno hecho de tiempo sin tiempo. ¿Tiene sentido? Si duermes sin soñar, solo cobras consciencia del tiempo transcurrido tras despertar. Pero, ¿y si no despiertas?

Pero no.

La muerte es otra cosa; es frío, es oscuridad, es silencio. Paz. Y durante un momento, siento que estoy en brazos de una amiga, o de una hermana. En un lugar al que pertenezco y que me pertenece a partes iguales. Libre de preocupaciones, porque, ¿qué puedes perder cuando ya has perdido la vida?, olvidado por gente a la que nunca le he importado y que nunca me ha importado, sin ser nadie, ni nada, ni pretenderlo. Libre al fin.

Pero no.

El frío me repele, la oscuridad me rechaza, el silencio me repudia, y soy devuelto, no, arrojado con dolor y con angustia al mundo de los vivos. Ni la muerte te quiere, Karan.

Toso, a falta de algo mejor que hacer. Aún siento el pulso hincárseme en las sienes, las sienes, las sienes. Y veo los cadáveres. Darion. Mîn. Muertos. Y al Ladrón de Sombras. Y a la mujer violácea. Vivos. ¿Por qué? ¿POR QUÉ?

No hemos podido hacer nada, y la ratoncita ya no está. La ratoncita ya no está.

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08/07/2022, 01:20
Kyuss von Trier "FreshMeatCandy"

Kyuss cerró los ojos, saciado de dolor y desesperación. El brío de la batalla había dejado paso a un yermo de muerte y horror. Silencioso, latente, terrible, solamente quebrado por el astillar de huesos  y el chasquido de los tendones separándose de las articulaciones, y el deglutir rabioso de aquellas bestias sin madre.

Los muertos. Son niños, plácidamente dormidos, ajenos a la brutalidad de este bosque.
Todos fuimos infantes algún día, puros todavía, de clara mente y blanca carne, que los engendros arrancan y tragan.
Fueron  furia y acero, y cayeron. 

Mi corazón palpita, acusador y obsceno, provocador en mi cuerpo prisionero. ¡Oh, Venditti, si pudieras verla!. Mis ocelos se niegan, apenas vivos, a contemplar los de mi nueva aya, a buscar de mis preguntas las respuestas que no quiero conocer. Mi piel, fría, hueca de carne y de sensación, rehúye el contacto del suelo de este bosque antinatural, infame,  de estas ropas sucias de vileza, de la capa de sangre que me cubre y me atormenta, del hedor de la noche más oscura, irreversible... patética.

Un cielo muerto, sin estrellas; avisa del destino aciago de los de vida prestada, los que quedamos, desprovistos de esperanza y fuerza. Otros cinco niños sin sombra y sin sueños.
No puedo bailar para vosotros esta noche. No puedo mirar vuestros rostros, no tengo palabras ni música ni acertijos ni trucos ni hechizos. No tengo nada. No quiero traer aquí mis recuerdos. Vuelvo a estar vacío.  

Quisiera dar descanso en mis entrañas a la Aguja del Hombre Cetrino. La desearía si aún cupiera en mí el ansia, o el deseo, o mi flaco poder, coagulado en un charco oscuro a la luz ominosa de los farolillos escarlata. 

Quiero volver a casa. 

Podría llevaros conmigo...

Podríamos acudir a la Feria...

La consciencia abandonó al pálido. 

Un Kyuss infante dormido en el suelo del bosque.

Y por un momento, si hubiera habido un observador atento, habría visto un único lucero, tímido en el cielo, lejano y asustado, apenas con hálito, insignificante y débil. 

Y durante un parpadeo, un momento sólo, un respiro, no era de noche en el bosque. Y no eran árboles vetustos, sino trigo claro, limpio. Brillante como oro fundido. Mecido por el aire suave del sur, que venía acunando una tormenta de estío. Y von Trier niño en un gran corro, desordenado, en el suelo. Y a su lado Klamore, Arcadia, Vasanth y Karan. Todos niños. Y entre ellos, un niño Darion, un niño Mîn. Sin temores, sin monstruos, sin dioses, sin dueño. Jugando a ser inmortales, sólo por un momento; un sueño.
 

Notas de juego

Hasta siempre, Darion y Mîn.