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La noche más oscura [+18]

Partida - La noche más oscura

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24/04/2022, 09:25
Amo del Calabozo

Hace una semana, muy lejos de aquí

La Torre de los Cielos

 

La habitación está bañada por una miríada de llamas que danzan en los pabilos de las moribundas velas. En los estantes, el conocimiento y el saber atesoran el polvo de los siglos. Sobre una robusta mesa de madera yace un pesado libro, su vetusto lomo cuarteado y cubierto de pequeñas cicatrices por un uso obsesivo. Permanece abierto por su última página. Su poseedor sabe que ese no es su final.

El libro carece de título. Podría llamarse El fin de la eternidad. O quizás, El comienzo del infinito. Dado su grosor, un observador sagaz advertiría que solo puede albergar una gran historia. Incluso, la Historia de todas las Historias. Y, de hecho, así es.

A diferencia de un vulgar libro, este texto presenta una particularidad que lo hace único en su especie.

En este libro solo se escribe el futuro.

Toda letra en él manuscrita deviene en hecho cierto e incontestable.

Cada palabra contenida en él, pasará.

Observad ahora al anciano junto a la gran ventana que, con semblante cogitabundo, se atusa su frondosa barba blanca mientras examina el firmamento en una noche estrellada.

Aguarda estoico, un vigilante pétreo como una vieja águila sobre una atalaya.

—Ya llega —musita, lacónico y sombrío.

Haciendo gala del poderoso don que atesora desde su nacimiento, el anciano parece invocar a la estrella fugaz que rauda y cegadora surca el cielo rumbo hacia el Nororeste.

Una sonrisa triste surca su apergaminado rostro. Una sonrisa mucho tiempo oculta tras una tupida y larguísima barba.

Es la sonrisa de un hombre que jamás se ha equivocado.

—Que los dioses guíen tu camino, Toru... Nuestro Destino... está en tus manos —piensa en voz alta, sabiendo que, por primera vez en su larga vida, está encomendándose al Azar.

A su espalda, la pesada puerta de su estudio pugna sin éxito por abrirse.

—Debí suponerlo —dice una voz al otro lado. —No es fácil sorprender al Gran Profeta.

—No. No lo es, sin duda —replica el anciano con un deje apesadumbrado al tiempo que frunce el ceño.

Hay un breve instante de silencio en el cual una acerada respiración alcanza el oído del Profeta.

—Esta puerta no va a detenerme, Maestro.

—Lo sé… —El Profeta asiente con vehemencia e inspira profundamente mientras toma el pesado libro de su escritorio y se encarama con torpeza al alféizar de la ventana. El suelo queda a suficientes pies de distancia como para rememorar una larga vida.

 —Lo sé bien, Discípulo.

—Abrid ahora y dejaré vivir a los niños —advierte la voz al otro lado de la puerta con un siseo venenoso.

El anciano cierra los ojos. Una débil lágrima horada su faz.

—Ya están muertos.

Luego se precipita al vacío.

 

Ahora

Carfax, Baja Ciudad

La Taberna de la Canción Élfica

En el calor de la noche

 

La noche del estío empieza a tejer su manto de sombras sobre la ciudad.

No se trata de una noche cualquiera, claro. Pero, ¿cómo podrías siquiera intuirlo? Quizás ahí radica la magia de todo el asunto, el misterio de esta singular cita. Tener pleno conocimiento del devenir de tu propia historia te priva de sorprenderte ante lo inesperado.

¿Crees que alguien podría alcanzar semejante cualidad? Piénsalo. Anticiparse al propio  devenir del tiempo. Conocer el futuro mucho antes de que ocurra. Y cambiarlo a su voluntad.

Moldear… el Destino.

¿Lo crees acaso posible?

¿Sería una bendición…?

¿O una maldición…?

No contestes.

No le importas a nadie.

Eres un alma anónima en un mundo hostil. Tus sueños e ilusiones aún te pertenecen, pero cada día, de modo inevitable, no puedes dejar de pensar que te anegas entre quimeras.

Eres una polilla más en la gran ciudad de Carfax, atraída por las luces que titilan en el interior de la primera taberna que te sale al paso, una que resulta tan estimulante como la promesa de mojar el gaznate en algún amargo mejunje que te haga olvidar tus miserias y, con algo de suerte, refugiarte al calor de una fulana… O dos.

La Canción Élfica la llaman. No tienes idea de por qué. Tiene un amplísimo salón atarragado de malencarados parroquianos, duros mercenarios curtidos con horribles cicatrices y personajes de dudosa catadura moral. Ningún inocente. Dentro el ambiente es cálido, ruidoso y festivo, nada que ver con la soledad y el peligro con el que la neblinosa noche riega las calles. Según accedes al interior sientes el abrazo del fuego que late en el hogar, así como también el baile de ojeadas y vistazos que, al unísono, se posan en ti, calibrando el tipo de animal nocturno que eres.

Las miradas son rudas, mas no esperas piedad. Tampoco la ofreces. Eres un extraño. Uno más entre la legión de descastados que se entregan a las pasiones de la noche. Aquí no importa tu pasado. Cruzado el umbral, todo es un elíseo, un refugio. Métete en tus asuntos y nadie te incordiará. Te lo han repetido varias veces desde que cruzaste la Puerta del Wyrm. Quizás con una cachiporra incrustada en tus costillas. A lo mejor eres duro de mollera, claro. En tal caso, no durarás mucho.

Entérate: Aquí hay hombres libres porque rige la Ley. Es uno de los orgullosos mantras de estas gentes de ciudad.

Ahora, disfruta de tu noche. La cita no empieza hasta…

Un aullido te sobresalta.

—¡Eh! ¡No tengo toda la noche, amigo! ¿¡Qué va a ser!?

La ronca voz del tabernero te saca de tu ensimismamiento emergiendo con dificultad entre la algarabía. Es una voz cargada de cierta dosis de desgana acumulada tras un matrimonio con un balance de seis meses de felicidad. Un matrimonio que data de hace unos treinta años, para ser exactos. Se trata de un varón humano de semblante rudo, de imponente barba y ojos tristes y cansados, fornido como un oso pardo, y casi igual de velludo. Se seca las manos en el mandil rojo y deshilachado que cuelga de su cuello de buey.

—¡Tengo hidromiel de Espino Negro! ¡Tres piezas de cobre la jarra! —Anuncia atusándose el bigote con cierto énfasis, como sugiriendo que vas a faltarle al respeto si pides algo diferente.

Debe ser buena esa mierda, a juzgar por el coste.

Te diriges a la mesa más cercana en busca de un preciado instante de reflexiva soledad. No se te escapa la sonrisa cargada de salacidad que te regala la camarera, una muchacha joven de piel tersa y mejillas sonrosadas a la que una cascada de cabello negro como los ojos de Abydon baña sus hombros morenos.

A tu alrededor bulle la vida de la Baja Ciudad. De un vistazo observas una mesa en la que un truhan emperifollado con sus mejores galas embelesa a varios tipos con pinta de cazafortunas con historias sobre las últimas y jugosas noticias que laten en Carfax. Al tiempo, reparas en un puñado de soldados uniformados del Puño de Hierro que acceden al interior de la taberna a remojar el gaznate tras una jornada de guardia. El bullicio no cesa, pero ante su presencia las palabras emergen con más cautela. A los chicos del Puño les gusta hacerse notar por Baja Ciudad. Se vanaglorian al decir en voz alta que la noche de Carfax les pertenece. Ya te has topado con alguno de ellos antes. ¿Recuerdas a los de la cachiporra en las costillas? Por lo general son hoscos para cualquiera que no vista un uniforme. El suyo, en particular.

En una mesa una pandilla de mamarrachos cantan canciones regionales con un matiz ebrio sobre cabezas decapitadas pudriéndose al sol del mediodía mientras en el aire resuena el golpear de los dados de hueso contra la madera y el tintineo de monedas al cambiar reacias de dueño acompañadas de su cuota de vítores y maldiciones obscenas. En cierto momento tu estómago ruge acusador tras olfatear en el éter la fragancia de un suculento estofado con patata y manzana asada que desembarca entre un grupo de bribones que aplauden el inminente aletargamiento del hambre.

Entre tanto barullo, entre este pandemónium que es la Canción Élfica mientras la luna se alza sobre Carfax, otros forasteros, rostros sin nombre como tú, afincan sus posaderas en torno a la mesa que has ocupado, ingenuo de ti, pensando que, por fin, tendrías un efímero hálito de paz que degustar.

Es en ese preciso instante cuando reparas en la niña de piel pálida que te observa fijamente desde una mesa distante con penetrantes ojos, rodeada de silenciosos adultos, muchos de ellos encapuchados, ataviados con ropajes extraños, distintos a los que se lucen en el corazón de la ciudad.

De algún modo te sientes descubierto ante su mirada, indefenso como un recién nacido. Sus ojos son penetrantes como un escalpelo que somete a un riguroso escrutinio tu propia conciencia.

Hay algo fuera de lugar.

Entonces ella te dedica una sonrisa apacible y tu interior se ve inundado por una reparadora paz que no habías experimentado desde hace largo tiempo atrás.

Es extraño.

Sientes como si estuvieses justo donde tienes que estar.

- Tiradas (1)

Notas de juego

Arrancamos.

Aunque me dirijo a todos en primera persona porque no habéis formado grupo aún, seré muy específico y diré que el único que ha intercambiado miradas con la niña es...

*Lanzando D2*

Darion.

Esto lo haré mucho durante la partida para dirimir detalles con los que atrapar narrativamente a vuestros PJs. No busquéis criterios, simplemente apuesto por diferentes estrategias para engancharos a la trama. No puedo trataros igual. Sois todos raros y maravillosos.

Por otra parte, este arranque está pensado para que os presentéis entre vosotros. Vais cayendo en cascada sobre la misma mesa, intercambiando historias, pullas, rumores o lo que queráis. De momento, soy una presencia invisible, pero vigilante.

Presentaros con una descripción física más o menos detallada, por favor. Todo lo que escribáis podrá ser utilizado en vuestra contra. También a vuestro favor.

El que desee rolear con el entorno allí me encontrará. Por ahora, estáis solos.

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25/04/2022, 02:20
Vasanth

El humo azulado de incienso y narguile, formando espirales ondulantes que danzan su lento y sensual baile en el aire cálido de la noche. El aroma dulce y picante del té, la miel y las especias acariciando los sentidos. La luz trémula de las velas que, encerradas en jaulas decorativas de metal calado, proyectan un sugerente y vaporoso dosel de acogedora penumbra y oscuridad enigmática sobre los rincones de la estancia, invitando a la intimidad y a la conspiración cómplice. Las doce swaras celestiales, iluminando y exaltando el alma desde las cuerdas de artistas virtuosos que llenan el ambiente de una emoción tan honesta como elevada.

Todo eso y mucho más es lo que no encuentro en la llamada «Taberna de la Canción Élfica». En el mismo momento en que abro la puerta del establecimiento, por así llamarlo, el oportuno rumor de un trueno lejano, que cualquiera tomaría por el eco moribundo de una distante y pasajera tormenta de verano, dirige hacia mí más atención de la habitual. Qué coincidencia, ¿verdad? Inflando el pecho, repaso con la mirada el interior del local, mis ojos encendidos con el fulgor de un hierro al rojo. Humanos de vidas breves. Casi puedo notar su rancio hedor a descomposición antes incluso de que hayan muerto, e intento decirme a mí mismo que ellos no tienen la culpa de ser tan desgraciados. No son los únicos a los que veo en el antro, por supuesto; las grandes ciudades y su hermoso cosmopolitismo. Sin embargo, siempre son la humanidad y la trágica decadencia que acarrean como defecto hereditario las que llaman mi atención en primer lugar. Si para bien o para mal, depende del día; hoy todavía no he decidido qué va a ser.

Ya hace prácticamente un año desde que me marché de Ranguri, abandonando la comodidad familiar de sus salones de piedra tallada con las formas sinuosas de sus mil dioses, y trocándola por la maravilla del descubrimiento de lo desconocido, un viaje destinado a abrir las puertas de mi alma, afilar mi destreza con la espada y escribir mi nombre en las canciones, tanto las de este continente bárbaro como las de aquel del que provengo. Desde entonces he caminado por montañas y bosques, he navegado por ríos y mares, y lo he hecho siempre con la mirada desnuda de un infante, con los sentidos y el corazón atentos, dispuesto a dejarme conmover por el tesoro de las experiencias que había de vivir. Y no obstante, lo único que he experimentado hasta el momento es decepción. Decepción y un tedio aplastante.

Eso es precisamente lo que siento mientras paseo la vista por la Canción Élfica, jugando a adivinar quién podría ser un digno oponente para mi espada, quién una adecuada noche de placer entre las sábanas y quién ambas cosas. No albergo muchas esperanzas, aunque nunca se sabe. Cuando me canso de estar ahí de pie, respirando con la fuerza de la brisa sofocante que mece el viridián de la selva malatrana, decido que este será un lugar tan bueno o tan malo como cualquier otro para llenar el estómago y, tal vez, hacer un poco de ejercicio. Cruzo el umbral de la taberna, y con paso lento y deliberado, me dirijo hacia alguna mesa desocupada que esté bien a la vista, fingiendo no prestar la menor atención a nadie. Tomo asiento con una parsimonia casi ceremonial, con los brazos en jarras y las manos reposando sobre la parte alta de mis muslos. Después de unos instantes, levanto el brazo derecho en ángulo recto, con mi mano abierta a dos palmos de mi cabeza.

—Tomaré un vaso del mejor elixir que se sirva en esta casa —declaro solemnemente, con los ojos cerrados. Mi voz, grave y poderosa, es prácticamente idéntica a la del trueno que he hecho sonar hace unos instantes para anunciar mi llegada.

- Tiradas (1)

Notas de juego

Hago una tirada de Carisma (Intimidar) para hacer una entrada dramática que impresione al público y lo acojone un poco (pero solo un poquito). Según se mire, también podría ser de Carisma (Interpretación); en ambas habilidades tengo el mismo modificador, así que dejo que decida Dewey. La dejo en oculto para llevarme una posible sorpresa con la reacción de los parroquianos en caso de fracaso espectacular XD.

Nótese que no voy disfrazado ni mundana ni mágicamente. Y sí, el sonido del trueno lejano lo he creado yo con mi truco ilusión menor. Soy así de diva XDDD.

¡Que empiece el espectáculo :D!

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25/04/2022, 04:37
Kyuss von Trier "FreshMeatCandy"

Al fondo del largo salón atestado de clientes, en uno de los tableros buenos, un puñado de habituales celebraba alrededor de una brillante lámpara de aceite. Entre ellos el estrafalario bardo del aterciopelado sombrero negro. Sus chistes obscenos hacían que el pequeño corro que le rodeaba explotara en jaurías de risas incontroladas seguidas por los quedos momentos en los que el hombre, prominente a causa de su estatura, susurraba sus chanzas, que volvían a causar la misma reacción una y otra vez. 

Se trataba de Kyuss von Trier, y no era un forastero en Carfax.

Madame Laurien, la puta más vieja, desdentada y pudiente de Baja Ciudad, rasgaba el barullo de la taberna con su risa estertórea, metálica y clueca, mientras una de sus tísicas zorras se abrazaba al fraile espigado y medio borracho que a buen seguro pronto tendría una bonita historia de la noche de La Canción Élfica para purgar. No menos ebrio, Cornelius El Calvo, adinerado y disoluto presidente del Gremio de Tejedores, demasiado pusilánime para hacer tratos con los de Lev pero lo suficientemente astuto para mantener su pequeña fortuna, y su vida.  Junto a ellos, el embotado y sudorífico Lomax, orondo galeno enrojecido y deformado a causa de lustros de brandy y vicio, moviendo su panza endurecida arriba y abajo a causa de su jolgorio.

Ríe, cerdito.

Entre aquella sublime colección de burgués decadencia, Kyuss parecía encajar a la perfección. Salvo por la pulcritud de su atavío, y lo volatinero en sus gestos.
Su propia sombra proyectada en el muro tras él acompañaba los ademanes teatrales que desperdigaba con sus brazos infinitos, hasta el zaquizamí, extendiendo los dedos largos, huesudos, artrópodos y afilados; esto le daba un aspecto femenino, arácnido, irreal. 

Largas uñas negras de escolopendra, repiqueteo nervioso, se clavan, se aferran y sangran. Nácares negros arañan de mi violín la teja como de sarcófago caja. 

Otro coro de carcajadas que von Trier consumió de inmediato, y un extranjero de tez oscura entró a la taberna, dejando colgajos de luna y de bruma enganchados a las astillas de la puerta, vetusta, sobada y grasienta. 

Otro más. De paso va otro. Alma sin nombre de algún pesar prisionera en busca de redención, un destino que no existe, un camino de miseria. El único que reconoces. Carfax no te traerá la paz.

La piel fina, limpia, blanca, lisa del bardo, de afeite y maquillaje, suavizaba sus rasgos angulosos a la vez que delataba cuidado y pocas horas de intemperie. El joven semielfo apenas contaba con medio siglo, pero había llegado a ser el nuevo Luthier del Gremio de Carpinteros y Ebanistas; uno bastante rico y deseado, por cierto. 
Los dientes, blancos, pequeños, de vivas aristas y numerosos tras unos bezos largos, elásticos, tiznados de cuervo. Boca burlona de lengua afilada, dicen algunos. 

Algunos en Carfax temen y de mi boca no dicen nada. Conjuran con su silencio el caro precio del secreto; desesperan a su muerte, que con ella, sus deudas pasto de gusanos sean. 

Hidromiel y estofado, sidra, ajos y sobaco. Así huele La Canción Élfica, y esta noche está concurrida; la entrada se abre de nuevo, y los del Puño de Hierro aparecen.

Un saludo, miran, ríen, hoy no buscarán gresca. Los perros bien engordados nunca muerden a su amo.

El bardo, en pie, era una esbelta figura. Alto, delgado, estirado, imposible. Se disponía a abandonar por esta noche a su risueño y distinguido grupo; libó de ellos unas últimas y etílicas carcajadas doblándose en una teatral reverencia, sin dejar de mirar al frente, y haciendo ondear en el aire la cola de su casaca, impoluta, abotonada y azabache. En su costado derecho, un negro estoque, en el izquierdo, un fino y corto talego, también negro.

En ese momento se abrió la puerta de nuevo.

Un estallido sonó en el cielo, lejano, como un trueno. Pero no olía a tormenta. 

A manzana asada sí, y a pies quizá. Pero no a tormenta.

Una imponente presencia hizo su aparición entonces, una suerte de hercúlea, felina criatura, civilizada sin duda. Un exótico visitante que, con sus casi siete pies, no pasaría desapercibido en el termitero que era Carfax, y al que, con bastante certeza, le había traído una búsqueda.

Muy, muy interesante. Te vas a encontrar problemas. Más temprano que tarde. Tu brillo atraerá más moscas que un cadáver.

Kyuss Von Trier saboreó el teatral momento que tuvo a bien proporcionar el exótico visitante a su revenida audiencia, capturó con deleite los detalles de tan artístico instante, y, divertido, se aproximó hacia el llamativo viajero, danzando a través de las mesas con cierta gracia mientras articulaba gestos fingidos de cautela, abriendo exageradamente la boca y crispando los miembros, que si bien hacían las delicias de su público, entregado a la pantomima, no pretendían servir de ofensa hacia el imponente recién llegado, que hacía gala de unas formas muy solemnes y educadas.

—Tomaré un vaso del mejor elixir que se sirva en esta casa

- Saludos, distinguido visitante. Kyuss von Trier es mi nombre, a Carfax os doy la bienvenida. Si lo tenéis a bien puedo acompañaros, y si os place, decidme; ¿sois artista?. - la voz del pálido era un susurro tranquilo, un rumor leve, un secreto humilde, reconfortante.

Un ojo albo, enmarcado en tizne, y otro negro, sin pestañas ni movimiento alguno, esperaban la respuesta, desde la cara del bardo, ahora seria.

Notas de juego

(edito errata, disculpas)

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26/04/2022, 00:01
Arcadia

La gente, el jolgorio, la ¿Música? Había una muchacha subida a una mesa, danzaba descalzas, las monedas doradas de sus velos translúcidos se movían con ritmo. Un hombre barbado vestido con los colores del arco iris tocaba unas cuerdas sujetas a una pieza de madera. Eso debía ser música. La muchacha reía, giraba, saltaba. A su alrededor, un corro; palmas, gritos, sonrisas. Un mundo vetado para ella. Intento como una supernova, efímero como un pestañeo. El hombre barbado cantaba: furcias, rameras, piernas calientes, algo así. Dedujo que la mujer era la elfa y aquella su canción, y que todo en aquel abotargado lugar giraba a su alrededor.

El aroma de la comida golpeaba su nariz como un puñetazo, la música, el ruido, la cacofonía de voces, penetraba en su cerebro impidiéndole pensar con claridad. Sus sentidos estaban colapsados. Mirase a donde mirase no veía más que un mundo radiante lleno de estímulos que no entendía y al que no podía, quería, pertenecer. Un fantasma en la casa de los Dioses.

Caminaba detrás de Min. En medio de aquel torrente de emociones, Min era su roca, su ancla, su brújula. Min no se achantaba por las voces, miraba entre la muchedumbre y veía a donde quería ir. Seguramente a por alcohol. Min se desenvolvía en esos ambientes como pez en el agua. Min comprendía y a la vez, era ajeno a todo. ¿Qué sería de ella sin Min? Una flecha perdida un campo de batalla sin vencedores. Con Min tenía un rumbo, un sentido.

Aquel sitio era Carfax. Lo mismo le daba. Importaba que Min estuviera allí. Uno viaja siguiendo el corazón de sus amigos, no el suyo propio. ¿Aquello era suyo o uno de los salmos que había leído en los libros sagrados? Esperaba que fuera suyo. Porque es bueno, es real. Min era real también. El resto se le antojaba…difícil.

Caminaba como con miedo. Pero no era miedo, claro. No en el amplio sentido de la palabra. Una mujer alta estilizada por la guerra, forjada a golpes. Mejor explicado, a ostias. Hierros candentes y cuchillos habían sido su educación. Su rostro estaba intacto, media melena, una belleza extraña, peligrosa, joven, con ojos de cervatillo, pálida como la nieve. Una armadura de placas, un espadón a la espalda, martillo de guerra, escudo, jabalinas. Todo el kit de peligro. Y caminaba como una niña perdida en el bosque. Miraba a un lado, a otro, sorprendida, curiosa, inquieta. Y triste.

Aquella era una historia en la que nunca iba a participar.

—Eh, Min, ¿Has visto eso? Ese gato-hombre ha cabalgado el trueno para llegar hasta aquí.

Esperaba a que gruñese. Porque si Min gruñía, significaba; eso ya lo he visto. Y si Min ya lo había visto es que en Carfax esos sucesos eran comunes y entonces no tenía por que preocuparse y podía dejar de hacerse preguntas que solo le llevaban a más preguntas.

Y se chocó con un gigante.

Ella era alta, el hombre más. Estaba con dos compinches. Un tipo tuerto, mal aspecto, de piel amarillenta, como si estuviera enfermo, una colección de cuchillos en su cinto. El otro calvo, buenos músculos, no dejaba de sonreír como si fuera el único capaz de captar la broma del entorno. Quizás la broma era ella.

El tipo grande tenía la furia grabada en su rostro y en sus palabras.

—¡Me has tirado encima la mitad de mi bebida!

Ese trueno si podía entenderlo. En la tormenta, el trueno precedía al relámpago. Ella fue el rayo. Tomó la jarra medio vacía de la gruesa mano del gigante y le tiró el resto del contenido sobre la cara. A su alrededor, todos se apartaron varios pasos. Menos los compinches, que se cerraron sobre ella.

Al fin algo que podía entender.

Dejó de caminar encorvada, de pisar el suelo como si estuviera repleto de huevos. Tensó sus músculos como se tensa un arco ante de la batalla, alzó el mentón, su corazón empezó a bombear hielo y fuego por sus venas a partes iguales. El cervatillo había huido. En su lugar, no quedaba nada salvo un vacío.

Analizó la situación. Tres hombres, el de los cuchillos iba medio borracho, estaba retrasado dos pasos y tenía un taburete en su camino. Su amigo era una masa de músculos, lento. No tenía su arma a mano. No quería pelear. El gigante estaba rabioso. Atacaría el primero. Finta, golpe de escudo, cabezazo, golpe circular, tres muertos. Y puedo sentarme en ese taburete.

Entró alguien. La guardia. La ley. El Puño de Hierro. Los ánimos se calmaron. Ella no. Se quedó en su puesto, esperando un ataque, un golpe. Cualquier cosa que pudiera procesar. El tipo grande volvió a girarse. No quería problemas con la ley. Volvió la música, el calor, las risas. Y ella volvió a sentirse perdida.

—Eh, Min. Vaya costumbre tan extraña la de bañarse en esa cerveza. Creí que la gente se la bebía. ¿Debí tirarle algo más encima para aplacar su furia?

Una botella entera de ese icor, o una mesa, quizás. Con Min no tenía problema de hablar de cualquier tema. Él siempre la escuchaba, lo sabía por sus gruñidos, y nunca se reía de ella. No sabía mucho del mundo pero a Min no parecía importarle.

Llegaron a la barra sin más incidentes. Tomó asiento. Había un hombre generoso que preguntaba lo que deseaban. Al principio, no supo que responder. ¿Qué deseaba? Desear implicaba tener un corazón, un anhelo. Sabía qué deseaba su credo, su juramento. Pero ella ¿Arcadia? ¿Qué deseaba? Tardó en comprender que la respuesta era mucho más sencilla. Como casi siempre.

—Leche.

Miró al jolgorio. No sabía que le había llevado a Min hasta allí, pero ella lo seguiría hasta el mismo infierno. Aquel lugar se le parecía, seguro. Había más elfas, más canciones. Se le ocurrió que ella podría bailar así, si no tuviera esa pesada armadura sobre su cuerpo, la de metal y la que ella misma se había fabricado. Y el cuerpo lleno de cicatrices y quemaduras, claro.

Y entonces la vio. ¿Cómo no verla? Sabía que Magran a veces ponía pruebas en su camino, y que Woedica gustaba de presionarla mediante acertijos y retos. Su deber. El Deber Sagrado. Sus ojos si podían captar eso. La niña iba más allá de aquello. Atraía su atención, pero no tenía que ver con lo divino, sino con la parte de su alma que estaba rota y el barro, con lo mundano. Una niña perdida en un mundo adulto.

—Eh, Min —dijo una vez más, muy seria —. Hay una niña.

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26/04/2022, 19:08
Darion

Quizás estés pensando, con un ligero fastidio: «Oh, otra vez esa historia, esa vieja historia. El cliché del hombre con más cicatrices en el alma que en la espalda». Quizás. Esa vieja historia.

Piensa, en cambio, si alguna vez tu espalda fue rozada por el restallar de un látigo; si alguna vez escuchaste la voz de tu amo o, peor, del peón de tu amo, humillando cada rincón de tu ser cada día; si alguna vez pasaste una noche queriendo dormir para tener las más horribles pesadillas y así escapar por un minuto de tu vida real, de tu jodida vida real; si alguna vez viste a un hombre arruinar tu vida en un parpadeo, en un ritual macabro que reduciría el canibalismo a una inocente práctica culinaria. Si esto te ocurrió alguna vez, adelante, márchate, sigue caminando, esta vieja historia posiblemente no tenga nada que enseñarte. Si no es así, entonces, siéntate, ponte cómodo y sigue leyendo.

Darion entró por la puerta como miles de hombres lo hicieron antes, como lo seguían haciendo aquella noche y como lo seguirían haciendo hasta que el tiempo barriera aquel lugar hasta sus cimientos: sin claridad sobre qué le esperaba la rancia noche y sin una especial preocupación por ello. Había recorrido las calles de aquel lugar arrastrando la sombra negra que iba dejando su alma al caminar; pues era su alma, y no su cuerpo, al que ya era tan ajeno, la que provocaba la sombra que se veía tras él.

«Y los verás reír», decía el salmo que recordó al abrir la puerta, «los verás bailar sobre el pecado, sobre su propia inmundicia, que ellos tomarán por néctar divino y virtud. No los odies, aleja el odio de ti, pero no permitas que extiendan su podredumbre. Tú serás el puño de la divinidad que protegerá al mundo de su inmundicia».

De su garganta, pero no de su boca, salió un suspiro ronco y grave que sólo él escuchó, mientras su mano se cerraba y sus dedos se apretaban durante apenas un segundo, quizá dos. Aunque el lugar estaba lleno de olores, de luces, de ruidos, de sabores y de texturas, su cuerpo se rehusaba a percibir esos aromas apestosos y entremezclados, igual que sus ojos eran ajenos a las luces, sus oídos se hacían los sordos a los ruidos, su lengua raspada no tenía intención de degustar nada y su negra piel no tocaría nada de cuanto le rodeaba. Era sólo su alma, su espíritu, el que estaba realmente presente en ese lugar, siendo su cuerpo nada más que una extensión de aquella.

Pero, entonces, entre tanta sordidez, entre el barullo de una pelea que en aquel momento no entiende, pero que piensa que él también podría haber protagonizado, sólo una cosa brilla en ese lugar. Hay algo real allí. Una sola cosa. Es la mirada de esa niña. El resto de personas allí presentes veían su cuerpo, veían 1,90 metros y 95 kilos de negrura, músculo y cicatriz. Veían a un hombre negro de mediana edad, de un cuerpo imponente y fornido bajo las ropas abrigadas. Veían un rostro curtido que incluso alguien podría haber llamado apuesto, surcado por algunas arrugas propias de un hombre que ya ha pasado hace mucho tiempo una juventud que prefiere no recordar y adornado con  una barba espesa que en otro momento debió ser de un negro intenso, pero que ahora empezaba a motearse del color de la ceniza, como lo hacía su ensortijada melena, reunida en trenzas pastosas. Y veían sus ojos, sus ojos color fuego de fragua, pero con un calor y una profundidad en los que podía adivinarse un abismo en el que ningún hombre en sus cabales querría hundirse.

El resto de personas allí presentes quizá veían eso. Un cuerpo. Pero ella no. Ella vio algo más. Ella lo vio a él. «Y de la oscuridad saldrá la luz. Despreciada, humillada, insignificante para el hombre que sólo tiene ojos en la cara pero carece de visión», decía aquel otro salmo. Si todavía pudieran formarse lágrimas en las fraguas que Darion tenía por ojos, se habrían humedecido al ver la sonrisa de la niña. La noche ya tenía sentido. Aquel espantoso antro preludio del infierno ya tenía sentido. Esa sonrisa y esa mirada eran el sentido.

Darion sabía que debía ir a la mesa que le correspondía, en la cual intuyó a un felino de solemnidad intimidante, a un ser extrañamente encorvado, a una mujer de mirada perdida, a un enano. Pero sus pies lo llevaron como un autómata hacia aquella sonrisa y aquella mirada, desviándolo de lo que supuso que era su propósito inicial. Se detuvo frente a ella, de pie, como si los encapuchados no existieran. Sus fraguas habían empezado a martillear, haciendo que el fuego dibujara un incipiente brillo en sus ojos. La mirada, pero sólo la mirada, no el resto del rostro que se mantuvo imperturbable, era interrogante. ¿Acaso eran necesarias palabras? ¿Ella las necesitaba? Él no.

Con los ojos, simplemente, le preguntó todo lo que valía la pena preguntar, al mismo tiempo que se ofrecía ante ella, como su paladín, como su soldado, como su acólito.

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26/04/2022, 21:47
Klamore

Una Kenku miraba al cielo. El parque de juego de las aves, allá donde, inalcanzables, se creen los príncipes y princesas del mundo bajo sus alas y revolotean intentando atrapar estrellas. Cielo es libertad. Cielo es cadenas rotas. Cielos es conocimiento sin límites. Cielo nocturno con sus millares de ojos brillantes que miran al mundo entre susurros misteriosos. ¿Que ve un Kenku al mirar al cielo? Con melancolía, ven un imposible. Cubiertos de plumas, el cielo les está vetado. Un ave que no puede volar...

Pero esta Kenku no miraba el cielo entristecida. No, sus ojos amarillos estaban abiertos con la curiosidad casi infantil, buscando... ¿que puede buscarse en las estrellas? O mejor, ¿qué puede no buscarse en ellas? Como pergaminos en un idioma desconocido, la plumífera figura seguía avanzando, ansiosa de por fin ver lo que--

¡POCK!

Mecachis... ¿Conocen la triste historia del sabio que, con su mirada siempre viviendo en las nubes, no notó la grieta que se abría en el suelo a sus pies hasta que ésta le tragó vivo? Estas grietas y sus dietas extrañas. ¿Por dónde iba? ¡Ah, si!

Klamore se frotó el pico luego de haber chocado con él en la puerta de la taberna. Su pico resultaba quizás lo más llamativo en ella. De un lado y de otro podía verse un relieve, como si hubiera sido tallada cual pieza de madera. ¿Que había tallado? Difícil decirlo, nadie parecía ponerse de acuerdo sobre las formas que podía ver. Tampoco podían preguntarle a su dueña, pues ella se limitaba a repetir lo que la última persona que la viera hubiera comentado sobre su pico. Así que no había nunca una misma respuesta. ¿Se molestó la Kenku por su tropiezo? Un poco, claro. Pero como si esa hubiera sido la señal que había estado esperando, se introdujo en la taberna sin ninguna duda en sus gestos ni en su mirada.

Se reacomodó la capa por encima de su emplumada cabeza, buscando un espacio libre en el cual sentarse. El único que había tenía unos vecinos de lo más curiosos. La ave los miró parpadeando de uno a uno, repitiendo el gesto más de una vez con curiosidad, como si quisiera grabarse sus rostros en la retina. Finalmente, con lo que pareció un gesto de conformidad, tomó asiento con un gorgojeo.

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26/04/2022, 23:55
Karan

Risas de mercurio me acuchillan el cerebro, cascabeleo chirriante, tan ansiosas por ser oídas, se entremeten y entrometen, intrusas, y no, no, no me dejan pensar. Caquinos histéricos, alimentados por un alcohol que casi puede verse flotar en el aliento de estos bullangueros. Uno de ellos es especialmente ruidoso. Ríe con tantas ganas el muy infeliz, que la arteria carótida se dibuja en su garganta, visible como un gusano que le corriese por debajo de la piel. Pero incluso en un lugar tan podrido de una ciudad tan podrida es fácil reír cuando la vida te ha dado pocos motivos para llorar, de modo que asisto resignadamente al baile de falsedad y de inconsciencia que se derrama delicuescente a mi alrededor como una miríada de colores que saben insípidos o a hierro en mi lengua.

No os envidio. A ninguno.

Y de repente (porque estas cosas siempre pasan de repente), como si pudiesen leer mis pensamientos, (¡tal vez alguno pueda, debo tener cuidado!), dejan de reír y empiezan a pelear (ha sido esa mujer, la de los cabellos blanquecinos, debería darle las gracias). Ahora están distraídos, pienso. Cuando están distraídos, es más fácil robarles. Es lo único bueno de estos agujeros. Por eso estoy aquí. No porque esté perdido. Por eso, y por los rumores. Es curioso lo poco escuchada que se siente la gente en medio de una multitud, precisamente cuando más personas pueden escuchar. Hablan y hablan, y yo me bebo sus palabras. Palabras que ayudan a encontrar personas que ayudan a encontrar cosas u otras personas que ayudan a encontrar dinero.

Caras. Caras nuevas, me refiero. No la de la elfa esmirriada de rasgos luengos y ojos almendrados que danza al son de una canción procaz, ni la del tipo barbudo de pómulos anchos y frente huidiza que la canta, ni la del tabernero fornido y velludo como casi todos los taberneros fornidos y velludos que conozco. No. Caras que me son desconocidas y, por tanto, más difíciles de emular, como estrellas rutilantes en medio de un mar de caras aburridas, todas distintas pero iguales. Me muero de ganas de hundir mis dedos en el proverbial fango de sus rostros y probarme sus identidades.

¡Fíjate, Karan! ¿Has visto cómo relucen?

La curiosidad mató al gato, dicen, pero debía de ser un gato muy estúpido. A mí es lo que me mantiene con vida. Así que aparto mi mano de la empuñadura de mi daga, a la que por instinto o por costumbre ya se había dirigido con afán de cortar algunas bolsas, y me deslizo, sinuoso, hacia una posición desde la que ver y oír mejor a los recién llegados. Decido hacerlo bajo mi aspecto actual, que de hecho resulta, y esto es deliberado, una de mis formas menos llamativas: la de un joven de rostro olvidable y cabellos del color de la paja sucia, de estatura media y escasa corpulencia. Demasiado anodino para que la mayoría repare en él, aunque dotado de unos ojos pálidos y levemente asimétricos concebidos para infundir desasosiego a quienes sí lo hagan.

El primero de ellos es como un tigre si los tigres caminasen erguidos. Y como uno de ellos se mueve, elegancia opulenta, aunque el trueno con el que se presenta tiene la sutileza de un martillo enano. Aun así, es de lejos el que más llama mi atención… Bueno, son sus joyas lo que me interesa, a decir verdad, pero aún no tengo muy claro si son auténticas o meros abalorios.

El segundo es un hombre que se hace pasar por un espantapájaros, o un espantapájaros que se hace pasar por un hombre. Negro y blanco, o blanco y negro. Tiene los ademanes de un noble, pero nadie con sangre azul en sus venas pisaría este lugar, y a él se lo ve demasiado cómodo. Incluso pide una bebida, intuyo que con intención de bebérsela. Ej.

Luego está la joven de pelo de plata. Brilla su armadura, brilla su espada. Brilla toda ella, menos su mirada. Tiene el físico y el porte de una guerrera, pero a juzgar por su modo de comportarse, la batalla más dura la está librando en su interior, oculta a los ojos de quienes la rodean. Excepto, quizá, el enano que la acompaña. Él parece compartir con ella alguna clase de relación. Por un momento se me pasa por la cabeza que sean amantes, pero ella da la impresión de estar demasiado… desconectada.

El siguiente en entrar es un hombre maduro, alto y fornido. Su rostro está marcado por las arrugas de la edad y algo aún más profundo. A él también lo han herido, oh, sí. Quizá por eso se muestre modesto, callado. Un solitario, incluso. Desde luego, no hace nada por acercarse a nadie… pero, espera. Algo entre la caterva lo saca de su introspección, polilla a la llama. Sigo su mirada con la vista y me encuentro con una niña. No tenía ni idea de que este fuese un local familiar…

La última cara extraña es la de un cuervo. Parece que esta es la noche de los animales, que paradójicamente resultan más humanos cuando se ven rodeados de bestias. Pero, ¿quién quiere ser humano? Inclino la cabeza, ligeramente entretenido, ante la inusual visión. Creo que me gustan los pájaros.

Me mantengo inmóvil, en silencio, ladrón de historias, atento en mi rincón a cualquier conversación que pueda darse entre estos particularísimos individuos, y me estremezco en mi tensa expectación. Creo que esta noche se avecina más productiva de lo que me había permitido suponer.

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27/04/2022, 12:57
Mîn Rompebuches

La Canción Élfica.

Mîn Rompebuches habría pasado de largo con aquella taberna de no ser porque sentía cierta sequedaz en la garganta y además Arcadia había sido la primera en sugerirle entrar. Pero no le gusta ese nombre ni lo más mínimo. No por la calidad de su cerveza, la cual aún desconocía, sino porque quien dirigiese esa taberna debía de ser uno de esos amantes de los elfos, y eso para un enano como Mîn era motivo de desconfianza.

A estas alturas, podrás suponer que a Mîn Rompebuches no le agradan especialmente los elfos. ¿Cómo culparle? A su padre no le gustaban, y tampoco a su abuelo. Mîn no iba a librarse, por tanto, de ese evidente recelo hacia los "orejas picudas". Siempre tan remilgados, tan finos y esbeltos... No le gustaban. Si veía a uno de ellos, caminaría hacia el otro extremo de la calle.

Al entrar, le bastó con un barrido de mirada a su alrededor para notar que estaba repleta de parroquianos de toda clase y calaña, pero no precisamente de ninguna buena. El lugar adecuado para recibir un encargo provechoso, de no ser por el nombre. A una taberna se le llamaba El Trasgo Manco o El Perro Mojado, algo más impersonal. Cuanto más sonase a sumidero de ladronzuelos, más confiable sería para Mîn. La Canción Élfica era una declaración de intenciones para el enano. Arcadia pudo notar cómo su compañero carraspeaba al entrar, ligeramente molesto.

—Ñh... Ya lo decía yo —indicó el enano, echando un vistazo a su alrededor, fijándose en la cantidad de extraños individuos que había en el local—. En un sitio como este, no te pue's encontrar na' güeno.

Mîn Rompebuches tampoco es que transmitiera la imagen de un paladín enano. Llevaba el martillo de guerra apoyado sobre el hombro, el hacha de guerra enana colgada del cinto y con una cresta que fácilmente podía hacerle parecer un gallo rechoncho. La cota de mallas que llevaba le quedaba... más o menos. Algunos días daba la impresión de que se le ajustase bien y otros días daba la impresión de que le fuera a estallar.

—Espero tengan güena cerveza —pronunció tan rápido Rompebuches que no quedaba la menor duda de que había pasado por alto alguna palabra.

Al escuchar a Arcadia mencionar al gato-hombre, buscó a aquel sujeto con la mirada. Gruñó nada más fijarse en quién era al que se refería su compañera. Tipo peligroso, anotó mentalmente. Menos no acercarse. Desde luego, aquella era de lejos la taberna en la que más tipos extraños había visto. ¿Habría también muchachos con cabeza de perro?

Su compañera se había metido en problemas. Había tomado una jarra medio vacía y le había tirado el contenido a la cara a un hombretón. Mientras lo hacía, Mîn analizó a aquel sujeto. Si había problemas y llegaban a las armas, ¿por dónde resultaría más adecuado atacar? ¿Hachazo en las espinillas o puñetazo en la nariz? Palpó su martillo, pensando si el Machaque-Meñiques podía ser el mejor movimiento para ayudar a Arcadia en el enfrentamiento. Ese era un golpe que siempre daba resultado. Por fortuna, la sangre no llegó al río. Cuando llegaron los guardias, los ánimos se calmaron y no hubo necesidad de que Mîn interviniera.

—Ha estao bien —le dijo a Arcadia, cuando le planteó si debía haberle tirado algo más encima al grandote—. Aunque es mejó que no tires cerveza. La bebía sabe bien, se pue' aprovechar. Mejor usa una silla. Golpearás más fuerte. —El enano se encogió de hombros—. Menos problemas.

Mîn solicitó una jarra de espumeante cerveza y dirigió una mirada a su alrededor mientras bebía. Ese era el mejor momento de cualquier viaje. El descanso del guerrero. Nada como una buena cerveza saciando la sed y un cómodo taburete en el que apoyar el trasero. Permaneció únicamente centrado en su cerveza hasta que Arcadia le mencionó a la niña.

Alzó la mirada de la jarra en la que estaba bebiendo y miró a su alrededor hasta ubicar a la niña. No sabía qué hacía allí, pero no era el mejor sitio para una pequeña. No, señor. Siempre había pensado que había que alejar a los niños de aquellos antros de criminalidad, jolgorio y buen alcohol. Era lo mejor para su porvenir.

—¿Una ninia? —pronunció, a duras penas, mientras terminaba de darle un buen trago a la jarra. Gruñó, molesto—. No debería estar aquí. Este no es sitio pa' niños —Había algo amargo en su tono al terminar esas palabras—. Pue' que sea hija der' que lleve la taberna. No tie' sentío que ande por aquí.

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27/04/2022, 19:01
Amo del Calabozo

 

Las voces se apagan y la carne y el hueso se tornan sombras a tu alrededor. Entre la penumbra, como una boya a la que agarrarse en un vasto y furioso mar, flota la mortecina luz que parece emanar de la tersa piel de la niña. Sus ojos son del color de las turquesas, un verdiazul que embauca y embelesa. Su cabello es de un color castaño claro como un trigal bajo el sol del verano. Es muy joven, al menos su cuerpo lo es; pero su mirada… Ah, Darion, sus ojos te observan desde lo profundo de un mar en calma, atesorando la experiencia de un venerable anciano. Ni siquiera sabes qué ignota intuición te hace colegir esto. Solo… lo sabes.

La misteriosa niña.

Sus ojos obnubilan a Darion.

Hay más cosas que sabes, Darion, hijo de Darius.

Sabes que has despertado la suspicacia en los ojos rasgados de los hombres que rodean a la niña.

Uno de ellos, fuego en las venas, se gira clavando sus lascas de carbón al rojo vivo en ti. Es un extranjero venido de una tierra lejana, nada que ver con la niña. Su atavío austero es propio de monjes. No de los que predican sobre dioses y religiones, sino de los que están entregados a la contemplación y a esculpir sus cuerpos como armas vivientes. Alguna historia has escuchado sobre estos legendarios guerreros, hombres y mujeres con puños de hierro, capaces de desviar flechas en vuelo dirigidas hacia sus corazones con un estoico y preciso giro de sus manos desnudas.

El extraño retador te dirige con sequedad unas palabras para las que careces de réplica. Al fin y al cabo, no hablas su idioma. De hecho, es la primera vez que escuchas este dialecto. En cambio, sus ojos, negros como la garganta de un pozo, te transmiten un mensaje que puedes entender con facilidad.

Piérdete.

Es la pesada respiración del hombre que permanece al lado de la niña la que cambia por completo el devenir de los acontecimientos. El aire que espiran sus pulmones golpea la mesa como el martillo el yunque de la fragua. La misma contundencia. La misma sosegada perseverancia. Y como bien sabes, el hombre que con su mutismo invoca el silencio a su alrededor es digno de temer.

El Ojos Rasgados.

—Quién eres —dice con un profundo y marcado acento en la lengua común, eludiendo los signos de interrogación. No es una pregunta. Es una orden. No una a acatar por la obediencia a una estricta jerarquía militar. Es un deber moral a cumplir. Un honor con el que obsequiar a un forastero.

La mirada de este hombre es tan dura como la del anterior, mas en ella no late una innata sospecha. Te observa de una forma peculiar. Te sientes analizado. Calibrado. Este hombre es acero. Irrompible. Inquebrantable.

Un detalle te asalta: la empuñadura de su ornamentada espada, una que pende de su fajín, no tiene guardamanos.

Tu intuición también trabaja para ti en esta ocasión. Albergas la certeza de que este hombre se mueve por un férreo código, similar al que tú te adhieres para evitar caer en la absoluta perdición.

El hombre tercia una mirada de soslayo a la niña y esta, una oleada de recalcitrante serenidad, asiente muy despacio, dirigiéndote una breve y tímida sonrisa.

Parece triste.

Como tú.

—Siéntate. Y explica qué te trae aquí. No hay vientos favorables para el que no sabe a dónde va —sentencia el ojos rasgados tras una pausa, cruzado de brazos en una apostura adusta y severa.

A sus palabras las sucede un silencio. De nuevo, no está dándote una opción. Te sentarás a su mesa.

Los monjes, mudos como espectrales habitantes de una necrópolis, te ofrecen asiento. No tienen nada que objetar. Y si lo tuviesen, se atragantarían con ello. Puedes estar seguro.

Irónicamente, es el hombre que antes te lanzó una cáustica mirada de advertencia el que ahora comparte el pan contigo sin enfrentar tu mirada.

Ninguno ha probado su bebida.

Como tú, como otros tantos que tú ignoras, son extraños en el Paraíso.

* * * * *

Kyuss von Trier.

Siempre interesado en conocer gente notable, ¿verdad?

Aaaaah… Demonio de lengua plateada… Zalamero truhan de chistera engalanada.

Pero no has sido muy precavido, ¿no crees?

Uno de tus iguales, raudo de mente, aún más de lengua, no te pierde de vista entre el tumulto.

Uh, ju, ju, ju… ¿Quién será? ¿Quién? ¿Quién? ¿Quién?

No te impacientes, pequeño. Eres ajeno a tal detalle, claro. El hombre-tigre-tronador te ha deslumbrado con su manto de arena llameante surcada por rayas negras y su pretenciosa magia. Te hacía menos impresionable. Mucho menos que el populacho, desde luego. Pero aunque tus ojos y oídos están focalizados en una mesa con creciente –y extravagante- público al que deleitar con tus… monsergas, hay una parte de ti que aún te es fiel.

Me refiero a tu larga y superlativa nariz, la que detecta una traidora y embriagadora fragancia en el éter. Enhorabuena, caramelito de carne fresca. No es nada fácil distinguir un perfume tan sofisticado en este microclima tabernario, pero la aguda protuberancia que preside tu inquietante rostro tiene ese raro don.

Sientes un hormigueo trepar por tu espina dorsal.

Un hormigueo que responde a un nombre.

Un que pronuncias entre arcadas y temblores.

Venditti.

Oh, sí.

Es él.

Evocas una inconfundible composición olfativa asociada al que se vanagloria de ser tu muy personal némesis en este nido de víboras llamada Carfax. Flotando en el aire bailotean partículas que combinan en sutiles y matizadas proporciones el aroma de un lenguaraz y viperino ser, engañosamente bípedo -¡SABES QUE ES UN REPTANTE!-, ungido con la calumniosa voz de un divo proveniente de una familia de alta cuna.

Venditti.

Oh, sí.

Es él.

En alguna parte de este enervante pero adictivo y diminuto cosmos urbano, ese salaz y desafiante hijo de una ramera con ínfulas –posiblemente llamada Yvonne-; ese ruin y afeminado efebo dotado de una proverbial y algunos dirían que preternatural habilidad para regatear a la sífilis; ese hábil y astuto conspirador, afín a la más exacerbada sodomía al que una vez sorprendiste en -¿O quizás él te invitó a?- uno de los baños públicos, beneficiándose nada menos que a tres -¡SÍ, TRES!- saludables mozas al mismo tiempo en un alarde de concupiscencia tal que habría dejado a esa zorra de Ondra a la altura de una frígida plañidera…

En definitiva: ESE… está acechando, observándote.

Venditti.

Oh, sí.

Es él.

Y tú te maldices pensando… ¿¡Pero por qué huele tan bien!?

Amathys Venditti, Barde Extraordinaire

Némesis personal de Kyuss Von Trier

* * * * *

Karan.

El ladrón de historias.

El tedio te invade y te subleva por momentos en tu solitario refugio, apartado en un rincón de la barra y esquivando las miradas ariscas del tabernero, el único tipo que parece del mismo mal humor que tú.

Solo hay un pequeño detalle que te salva de ser devorado por la desidia. Algo que hace latir tu corazón con desbocada emoción.

Hay otro ladrón en la taberna. Y es muy bueno.

Chica. Delgada. Dirías que pelirroja, pero no le ves bien la cara. Manos hábiles. Manos rápidas. Manos espoleadas por el hambre. Se agencia varias bolsas valiéndose de la distracción colectiva que supone la vistana que danza en éxtasis sobre la mesa al son de la melodía que teje su compañero al laúd. Alterna técnicas clásicas regalando una sonrisa inocente a aquellos con los que finge tropezar con otras más osadas. Al cabo, desliza el dinero en el regazo de un tipo calvo y semblante peligroso y hierático que juega a los dados una gran mesa, muy concurrida.

—La curiosidad mató al gato, nene.

Te estás preguntando de dónde viene esa voz que remarca uno de tus últimos pensamientos, pero lo cierto es que sabes de sobra la respuesta.

Resuena áspera en tu propia cabeza, como si te hubiese arrebatado tu propia sombra. Lo cual es irónico, ¿no crees, cambiapieles?

Así empieza un buen chiste: un ladrón de caras se topa con un ladrón de sombras en un bar embrujado…

Cuando giras la vista alarmado ante la insólita invasión de tu valiosa intimidad, te topas con los ojos glaucos y penetrantes como un cuchillo de un hombre que podría cambiar tu vida de forma terminante, en el sentido de que podría acortarla con una más que probable intoxicación por acero en los riñones.

Pálido como un cadáver, famélico y malencarado, el desconocido masca un mondadientes –el único que parece tener, a juzgar por su estado- mientras te deleita con su mejor risilla de hiena.

Cicuta.

Es malo para la salud (ajena).

—¿Has visto a un fantasma? Je, je. Me llaman Cicuta. Dicen que acorto la vida. Je, je… —Desde luego, parece más capaz de eso que el aguardiente que está degustando, piensas. Toda una hazaña. —Yo digo que a veces, no siempre, alargarla es una crueldad, ¿no crees?

Sus ojos saltones y taimados te hacen sentir incómodo en un sentido vago. Es como si tu cuello se encogiese temiendo un golpe que no llega, pero que podría hacerlo en cualquier momento. Este hombre mira desde la profundidad de alguna grieta que parece permitirle escudriñar bajo tu piel. Bajo tus muchas pieles.

No es, en todo caso, una debilidad tuya.

Es un talento innato que él ha desarrollado en el Infierno.

—Si te digo la verdad, a mí no me gusta demasiado. Rima fácil con Joputa, je, je. A más de uno he tenido que quitarle la manía, también te lo digo. Pero uno no elige su nombre, ¿verdad, nene?

Tras dar un trago al matarratas que está bebiendo golpea la barra con la palma de la mano.

—Eh, Wilfred, si eres tan amable… Pon dos reconstituyentes. Uno p'al zagal y otro p'al primo hermano.

Cicuta echa un vistazo a tu bebida y entorna sus ojos añiles componiendo una mueca siniestra trufada por el mordisqueado mondadientes que yace unido a sus labios con una mezcla de pegajosa y amarillenta saliva y amarga costumbre. No ha perdido esa intranquilizadora sonrisilla desde que apareció como si emergiese de tu espalda.

—Y qué, ¿tienes lengua? Ojos ya sé que sí… —dice, enseñando sus dientes sembrados de caries. —¿Cómo te llamas, nene? Tendrás nombre, ¿no?

Recuerdas una regla elemental que a menudo rompes en tu vacuo intento por integrarte en el lugar al que no perteneces.

En las fiestas, no te sientes, Karan.

Nunca sabes quién podría sentarse a tu lado.

* * * * *

Arcadia.

Descuidada, frágil y a la vez imponente Arcadia.

Una cervata huida del Bosque de los Reyes, ahora sola entre una cosmopolita jauría de lobos.

Una temible guerrera atrapada en el cuerpo de una niña vagabunda. Temerosa si no comprueba nerviosa que el cordel que pende de su cuello sigue ahí, donde debe estar. Ese cordel que invisible te ata al barrilete barbudo que responde al nombre de Mîn. Solo una desquiciada como tú podría ver algo en ese viejo enano cuyos mejores años quedaron en el pasado largo tiempo ha.

Tu peor pesadilla es sobrevivirle, lo sé.

El terror atávico del perro sin amo.

Tiempo al tiempo, cervatilla. Tiempo al tiempo.

Observo que vistes dos armaduras, pero solo una visible. Bien, sabes que no es el acero lo único que hiere.

Tu conato de trifulca tabernaria no ha dado sus frutos. Deseabas hacer daño a esos hombres, ¿verdad? Eso puedes entenderlo… La violencia es un idioma que has aprendido a hablar con fluidez. Pero hay algo que has ocultado, ¿verdad? También deseabas que te hiciesen daño a ti. No llegas a comprender por qué, pero el sabor de la sangre que mana de tus propios labios te resulta demasiado adictivo. Oh, si tan solo pudieses beberte tus propias lágrimas… A buen seguro dejarías de beber leche.

Sin embargo, lo quieras o no, este no es tu terreno. Tampoco el de tu incómodo Amo, ese que no se junta con comeflores por temor a un contagio. Y para cuando adviertes a Mîn de que hay una niña en mitad de la Canción Élfica como suceso destacable, en el momento en que pides leche y el tabernero te lanza una mirada que aúna incredulidad y desprecio, en ese preciso instante en el que Mîn enfatiza que nada bueno puede salir de un lugar llamado la Canción Élfica…

Te sientes más liviana.

En concreto, a la altura de la cintura.

Mi pequeña Arcadia, te han birlado la bolsa.

Oh, no temas, tu vergüenza es compartida.

A Mîn también.

Una cervatilla entra en un tugurio de lobos...

Me encanta esta historia.

- Tiradas (1)

Notas de juego

Resumen de situación:

Darion, en presencia de desconocidos y urgido a dar explicaciones.

Kyuss, con temblores en la espalda (¿Emoción? ¿Pavor? ¿¡AMBAS!?) y charlando con Vasanth. A la mesa se ha sentado la silenciosa y enigmática Klamore.

Cerca, muy cerca, Arcadia y Mîn se acaban de dar cuenta de que les han birlado la bolsa con todo su dinero. Turno movido para la pareja, que han de decidir qué hacer a continuación. Fregar los platos de Wilfred es una opción real. BECAUSE GRIMDEWEY IS READY FOR ROLE!

Y Karan, mi pequeño Karan, conversando con un extraño.

Adelante, mis valientes.

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28/04/2022, 01:49
Vasanth

Mientras espero a que quien sea que se encargue de servir las bebidas me traiga lo que he pedido, hago lo posible por abstraerme del exceso de estímulos que parecen empeñados en irrumpir a martillazos a través de los muros de mi refugio mental para sobrecargar mis sentidos. Es incluso peor de lo que había juzgado en un primer momento. Además de la espantosa música, repetitiva y de mal gusto, y de la cacofonía de gritos y risotadas poco elegantes, son sin duda los olores lo que más me ofende, esa mezcla dulzona y agria entre alcohol, sudor, vómito y posiblemente hasta mierda que se combinan para dar forma a un hedor suficientemente confuso como para no ser inmediatamente insoportable, pero lo bastante repulsivo como para resultar irritante. Se parece a un dolor de muelas leve: se puede vivir con él, pero eres incapaz de ignorarlo hasta que desaparece. Erguido en mi asiento en una impecable postura de altiva paciencia, miro de reojo a mi alrededor, preguntándome cómo pueden estas gentes vivir de este modo y si verdaderamente hay algo que yo pueda aprender de ello. Soy el primero que adora una sana medida de sordidez en sus experiencias, pero lo divertido se vuelve patético tan pronto como deja de ser una cuestión de elección consciente para convertirse en el producto de la simpleza y la falta de aspiraciones.

Es entonces cuando reparo en que alguien ha escogido este poco juicioso momento para aproximárseme. Su estampa es extraña, reuniendo los rasgos armoniosos de los gandharva, o «elfos», como se los conoce en estas tierras, y la entropía inherente a la fisionomía humana, dando como resultado una apariencia desangelada y un tanto siniestra. No obstante, más que su estrafalaria presencia y su tétrica indumentaria, lo que más me llama la atención es su forma de moverse, impostada como la de una marioneta, que me haría arquear una ceja si no fuese porque tal gesto delataría mi desconcierto. El desconocido me saluda con una cortesía que estimo excesiva, aunque no voy a reprochar un intento de mostrar respeto, por afectado que sea. En este momento, por lo menos. El extraño se presenta con un nombre en el que creo distinguir varias partes, por lo que debe de ser importante; al menos, tengo entendido que esa es la costumbre entre los faerûnios. Sin embargo, visto el talante del recién llegado, me inclino más a pensar que se trata de un personaje tan fabricado como todo lo demás en su persona. Tras mostrar la deferencia de pedir permiso para sentarse en mi compañía, el tal Kyuss von Trier quiere saber si soy un artista.

—Hm —respondo, con un sonido gutural que quería ser una carcajada pero que en resoplido se queda—. Sois perspicaz, joven medio hombre. Mas, si veis lo que veis, ¿por qué preguntáis? Pues, ¿acaso preguntaríais al mar si es agua?

Con un gesto despreocupado, dejo resbalar por mi brazo la correa que hasta ahora sujetaba un sitar a mi espalda, tomando el instrumento entre mis manos y situándolo en mi regazo. El sitar, hecho de madera de teca de un color oscuro y ligeramente rojizo, tiene un aspecto antiguo, y presenta ornamentos de un metal cuyo color se asemeja al del oro envejecido. Por un momento parece que vaya a tocar el instrumento, mas únicamente taño una cuerda, emitiendo un shadja puro y resonante, «la nota que da a luz a las otras seis». La nota solitaria queda colgada en el aire, como si se resistiese a dejarse morir en este ambiente tan cargado de ruido.

—Mi nombre es Vasanth. Podéis sentaros donde gustéis, pues no soy dueño de más asiento que de aquel que da apoyo a mis posaderas.

En ese instante advierto una segunda presencia, la de una kenku que nos observa con insolente curiosidad al señor von Trier y a mí antes de sentarse en mi mesa. Imagino que lo que acabo de decir también vale para la persona cuervo, así que me limito a ignorar a la emplumada criatura por el momento. En algún lugar de la taberna creo oír un conato de violencia, del que decido hacer caso omiso hasta que me afecte, o hasta que me aburra tanto que decida involucrarme en el altercado.

—Decidme, Kyus von Trier: ¿Vuestra curiosidad obedece a motivos personales o meramente profesionales?

Dhaivat, la nota divina, sigue a shadja como interludio entre mi pregunta y la respuesta de mi extraño acompañante mientras le clavo la mirada sin parpadear.

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28/04/2022, 14:09
Amo del Calabozo

A tu alrededor, un vasto mundo de posibilidades.

El hecho: estás en un nido de ladrones y tu bolsa -y la de Mîn- ha desaparecido. Cualquiera podría haberte quitado el dinero en un breve descuido. Hay auténticos expertos con un proverbial talento aligerando los bolsos de los incautos en esta maldita ciudad.

¿Cómo saber quién ha sido?

El dinero, ese cobarde voluble y traicionero, se pierde como gotas de agua en un torrente.

¿Habrá sido el calvo al que agrediste para vengarse de ti? Cuando diriges tu mirada hacia él, solo ves odio, ni mácula de artero ardid para perjudicarte. Su boca murmura contra ti, lo sabes, pero son murmullos funestos. Es el Puño de Hierro el que con su presencia ha evitado el derramamiento de sangre antes. De lo contrario, el acero habría entonado su canción.

¿O habrá sido alguno de esos sospechosos individuos que están bebiendo en la barra, cuchicheando entre sí?

No... No.

Ha sido esa mole pelirroja que hace ostentación de su (tu) dinero en la mesa de dados.

Tiene tu bolsa...

Estás segura.

- Tiradas (1)

Notas de juego

Adelante, mi pequeña Arcadia.

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28/04/2022, 17:14
Kyuss von Trier "FreshMeatCandy"

Un Kyuss infante corría en la noche, sus pies buscando ágiles la mejor pisada entre las rocas húmedas y romas del bosque, por un sendero de corzos, jadeando entre velos de luna llena.
Tras él, la mastina oscura galopaba, riendo nubes de vaho caliente en la noche helada, dejando escapar una lengua infinita entre las poderosas quijadas.

Juntos alborotados, siguiendo ríos, cortados, a través de lodo, prados, atravesando cercas, caminos, senderos y pastos. Cada noche el bosque como destino. El monte como aliado.

Una noche debió de comer algo, la perra, planta infecta o alimaña. Algo malo para ella que la acabaría matando. Aquella noche fue la última que correría con von Trier, casi párvulo.

La siguiente mañana, la perra estaba tendida, de lado, maloliente, y con apenas hálito. Kyuss se acercó a ella, le daba flacos abrazos, sentía los débiles golpes del corazón de aquel animal en su panza abotargada.
Sentía culpa, y tristeza, y el aroma tumefacto de la decadencia; su primera amiga. La muerte llegaría pronto. 

El niño von Trier, ya lo entendía. De la muerte conocía. Y de la culpa. Entendía muchas cosas, pues tenía un espejo dentro que se ocupaba de instruirle. De las ideas y argumentos mil aristas le mostraba.
Lo que miraban su ojos, lo que enseñaba el espejo.
La maldición de tu padre, Kyuss bastardo medio elfo.

Media decana agonizó la perra, y no hubo remedio ni depuración que su vida salvara. 
Durante esas noches y días el pequeño estuvo con ella; creativos días fueron, triste roto niño Kyuss, y el espejo salió fuera, charco de orín de animal casi muerto.
De su pluma brotaban sonetos, canciones, cuentos que recitaba a la perra, como si sus palabras de niño pudieran hacer algo por ella.
No dormía; escribía, recitaba, bailaba, inventaba tumbado junto a la moribunda mastina hasta que una fría mañana simplemente se apagó. 

Kyuss infante no respiró una palabra, discurso o canción alguna durante bastantes días, tras la muerte de su perra, en que estuvo recluido, solo y marchito.
Con su espejo.

 

Kyuss elevó un largo dedo índice, afilado en una uña de ébano, firme, estirado, académico. 
Lentamente se lo acercó a su oído siniestro, mientras entrecerraba los ojos en un gesto de placer, separando el cristalino armónico que había brotado del extraordinario citar de la algarabía del local, que tras la vibrante y limpia única nota, ahora se antojaba áspera como una lija desbastando un zoquete de abedul.
Era un sonido verdaderamente hermoso. una gota de oro puro en un lago del cristal más fino. 

-Sería interesante preguntar al mar tal cosa, y a ciencia cierta su respuesta sería de lo más reveladora, pues, ni todo el mar es agua, ni todo el agua es mar, ni toda gente con un instrumento a la espalda ha de ser artista. Bella factura, sin duda, duramen de teca oscura, impecable veta recta, imponente artefacto; observo mimo y celo en cuanto a su mantenimiento, y lo celebro, buen Vasanth, ya que ser luthier es mi sustento, y el orden y el cuidado de los instrumentos no pueden ser más...

En aquel momento Kyuss dejó de hablar, y, como una fina y larga arda que asoma de su madriguera, olfateó el aire varias veces, con su prominente napia, girando la cabeza y aguzando el oído.

Oh por Shar, qué novedad. Blondo arlequín con ínfulas, falso faisán sodomita; no podías resistir el hedor de la miseria, una noche es demasiado para no traer tu presencia. Príncipe glamuroso, triste títere pomposo, previsible hijo de cerda. ¿Acaso no reptas mis pasos, te entretienen mis migajas, rebuscas en mis deshechos, te mueres por mis secretos? Amathys Venditti Chivanni de mierda. Sabes cosas. Yo sé otras. ¿Es travesear lo que deseas esta noche? Sucio cachorrito mío, henchido de pluma y vicio, juguemos pues y recuerda, que ollas en mi dehesa.

Tras la breve interrupción, y tras un nada disimulado gesto de repugnancia, von Trier, dejando sus largos brazos a la espalda, volvía a esbozar una elástica sonrisa mientras se inclinaba, aún sin tomar asiento, girando la cabeza para mirar a la kenku, con los ojos bien abiertos.

-En cuanto a vos, honorable amiga, os presento mis respetos, siempre y cuando, claro está, que deje sus dedos quietos. En cuanto a mi bolsa respecta, claro; en el pan de los demás no me meto. Ya os he dicho mi nombre, Kyuss von Trier, y como me temo que el vuestro nunca lo sabré, para no faltarle al respeto, os llamaré Kenku, a no ser que tengáis inconveniente, entonces hacédmelo saber.

¿Será capaz de reproducir, como se cuenta, cualquier frecuencia en el acto? Diosas, esto es fantástico, extraordinaria criatura, infinito diapasón, molde de melodías, contenedor de canción.

>> La Celebración de los Gremios está cerca, habrá banquetes, hogueras, música y juegos, guerra de verduras, desfiles, mascaradas y danza. Los vistani van llegando, ellos preceden la fiesta.

Basta manta de arpillera con olor a frito y vino, para cubrir unos días el cadáver ,macilento y agusanado de esta maldita ciudad, herida de muerte, purulenta, repleta de epidemia y parásitos. Más grande es ya la garrapata que el perro. El perro está muerto.

>> ¿Sois feriantes, viajeros, buscavidas o tan solo visitantes en busca del pintoresco encanto de Baja Ciudad, en Carfax, donde os doy la bienvenida?

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28/04/2022, 18:14
Klamore

Igual que en cualquier parte del mundo, donde un grupo de personas variopintas que no se conocen entre ellos coinciden, se estaban sucediendo acciones y conversaciones de distinto tipo. Un sagaz cronista podría estar atento a dos o más de ellas, pero sería incapaz de verlo y escucharlo todo. Menos aún, por tanto, podría la Kenku prestar atención a algo más que no fuera lo que ocurría ante ella. ¿O quizás sí atendía, pero no lo mostraba? Cómo fuera, los ojillos brillantes estaban sobre el gran tigre y el alargado ser, absorbiendo sus palabras deleitada.

Aquel llamado Vasanth no dedicó atención alguna a la recién llegada, y por tanto, la misma avecilla dejó también de interesarse por él. Aunque una sonrisilla se le había asomado el escuchar como hablaba de hacer preguntas al mar. Fue, sin embargo, la respuesta de la segunda figura lo que atrajo de inmediato la mirada de la Kenku. ¿Era aquel la razón por la cual estaba allí, pescando estrellas? Le miró con una expresión divertida, aunque al sugerir que fuera de dedos inquietos hizo que sus plumas se esponjaran con algo parecido a enojo. Solo unos segundos, pues de inmediato parecía la misma risueña criatura emplumada. Puesto que parecía que era su turno en contestar, empezó con una pequeña reverencia. -...mis respetos...- La entonación era un eco perfecto de la voz del hombre que se presentase como Kyuss Von Trier. -...mi nombre...- Su voz cambió entonces a una más bien infantil, difícil aclarar si femenina o masculina. -Klamore.-

Se enderezó con lo que pareció un gesto orgulloso, antes de proseguir, con la misma voz de Von Trier. -...visitantes en busca...- Se llevó una garrita a su cabeza, rascando, y finalmente, al parecer sin ser capaz de encontrar la palabra adecuada, se encogió de hombros. -...Celebración de los Gremios...- A pesar de repetir sin poder entonar aquella frase en forma de pregunta, la manera en que la Kenku inclinó la cabeza dió a entender que sentía curiosidad por la mencionada fiesta.

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28/04/2022, 22:50
Arcadia

Dolor y dinero, hermanos separados al nacer.

Dolor. De niña había conocido el auténtico significado de esa palabra. Todas las letras, todos sus pliegues y recovecos. Su cuerpo había sanado, sus heridas se habían cerrado. Quedaban las cicatrices, las medallas, los signos acusadores de un pasado nada agraciado, de una vida diferente. Intensa como la llama de una hoguera en mitad de ninguna parte. Las peores eran las heridas internas. Las que no podía ver, curar e identificar. Las sentía, claro. A cada paso, con cada decisión, con cada palabra que salía de su boca. Sus demonios personales. Habían forjado a golpes su cuerpo para que se mantuviese siempre erguida, una torre ante la adversidad. Por dentro era un espejo hecho añicos que se reflejaba en sus pedazos, una y otra vez, sin llegar a centrar la imagen en algo concreto.

Dinero. Una necesidad que complicaba las relaciones. Si tenías mucho, podías abrir puertas y cerrar bocas, también asegurarte un puñal en la espalda. La dorada máquina que movía el mundo, decían. Ella siempre pensó que era el amor. Claro que el dinero era tangible, podías contarlo, admirar su brillo, guardarlo, gastarlo. El amor no podía verse. No podía entenderse. Era como sus heridas, invisible. Solo que a ella le estaba vetada tal emoción. Se la extirparon junto con muchas otras; alegría, dicha, esperanza. No podía recuperarlas.

Pero el dinero sí.

Notó la ligereza de su cinto. Sus ojos captaron el robo artero. Sintió vergüenza al principio. ¿Cómo puede ser que siempre me pase lo mismo?. Luego observó que a Min también le habían arrebatado la bolsa. Si el ladrón era tan hábil como para burlar los agudos sentidos de su compañero, ella no tenía nada de lo que avergonzarse.

Le hizo un gesto a Min para que mirarse a su cinto, no tardaría en comprender. Ahora no podía pagar la leche.

El Puño de Hierro estaba allí. Una parte coherente de su cabeza le susurró que sería prudente denunciar el robo a los hombres que eran ley allí. Esa parte aún confiaba en las normas de los hombres, los reyes y las ciudades. Si, si acudía a ellos podía traspasarles el problema, seguir el protocolo de la gente, del mundo. Danzaría con ellos al final de la noche. Ellos lo solucionarían. Pero ¿Acaso no era ella la hija de Woedica? ¿Acaso no había rezado cada noche, ensangrentada, envuelta en un sudario de lágrimas y flagelos, en su altar, hasta convertirse en su heraldo? ¿Por qué depender de otros, inútiles, perros holgazanes, que en lugar de cumplir con su deber caminaban por la taberna, bebiendo, jactándose? La ley era laxa en Carfax, una burla. El puño de hierro se había oxidado. Ella no necesitaba a esos hombres frágiles.

No estaba enfadada. El dinero le daba igual. Ella podía pagar en acero y sangre en cualquier establecimiento. Pero Min era de seguir esas normas. Y a Min si que le gustaban esas piezas brillantes que guardaba en su bolsa. Incluso diría que le hacían feliz.

Inspeccionó la taberna, ceñuda, su mirada de cervatilla asustada se convirtió en la del halcón del cetrero que busca su presa. Encontró al ladrón. Sus ojos no podían mentir. ¿O si? Todo su cuerpo mentía, ofrecía una imagen que no mantenía, torcida y recta, sana y loca, fría y torturada, un amasijo de hierros arrugados dentro de su cabeza con bordes afilados. Si, sus ojos podían mentir y su parte aguda le dijo que allí había algo, un engaño, una mentira que no debía creer. Pero que eligió creer. Una risa en el fondo de su cráneo y una pregunta que flotaba como el globo escarlata de un niño atrapado en una alcantarilla subieron hasta su cerebro. “¿Y qué más da?”. Si era o no el ladrón, ¿Acaso tenía peso tal consideración?. Era una excusa, un medio. Entre el gentío se sentía sucia, perdida, una niña otra vez entre las fauces de un mundo que solo quería herirla, dañarla, humillarla. Por suerte, podía convertir esos mundos alegres e incomprensibles, llenos de color y vicio, en algo que entendía mejor, como una masa de carne sanguinolenta y sesos aplastada en mitad de la calzada.

—Extrañas costumbres, Min. Pero como dicen, allí donde fueres…

Cogió una silla, se movió entre la gente. Si a su llegada había parecido asustada y perdida ahora sus pasos marcaban el ritmo de su corazón acelerado. Era como una saeta, sin duda ni amages. Llevó la silla arrastrando hasta que se colocó detrás de la figura. En un momento glotona, haciendo bailar los dados. SU bolsa en su cinto. Elevó la silla por encima de su cabeza y usó todas sus fuerzas para descargarla contra su espalda tal y como Min le había indicado. Nada de cerverza derramada.

—Esa bolsa es mía, chacal.

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29/04/2022, 01:19
Darion

Darion había aprendido a caminar ajeno a cuantas cosas de su entorno fueran superfluas. Aquellos encapuchados habían sido superfluos incluso hasta cuando aquel extraño le habló en una lengua que no comprendía. Sólo cuando el hombre de la respiración pesada como acero le habló consideró necesario separar su mirada de los ojos de la muchacha que no era tan muchacha. Darion movió pesadamente sus ojos hacia esa dirección al escuchar aquellas dos palabras: «Quién eres».

En su cabeza escuchó muchas palabras. Soy el hijo de puta. Soy el negro bastardo. Soy la escoria esclava. Soy canciones en la oscuridad mientras horado la mina con mi pico para sacar un poco más de sucio metal, canciones oscuras como humo mientras cavo nuevos agujeros en el suelo con mi pala para enterrar a uno de mis negros y esclavos compañeros cuyo cuerpo no pudo aguantar más el suplicio. Soy la esperanza para quien no tiene esperanza. Soy la venganza rabiosa. Soy el que vistió una bufanda intestinal mientras cabalgaba con los ojos vidriosos. Soy la furia de Galawain.

—Darion.

La palabra salió de las profundidades de su garganta, oscura, negra, seca y ronca como aquellas minas en las que había trabajado desde que tuvo fuerza para levantar un pico y hasta que tuvo el ánimo para clavarle ese mismo pico en la cabeza a un detrito de ser humano.

Se sentó despacio. Pesadamente. Todo en Darion era pesado. Posó sus manos —sí, también pesadamente— encima de la mesa, con sus callosas palmas apoyadas sobre la madera. No tocó la comida ni la bebida. La ignoró. Paseó lentamente la mirada por todos los ojos rasgados que lo rodeaban hasta que detuvo la mirada en el que le había exigido explicaciones. De la garganta y la nariz de Darion salió una respiración —pesada— que se transformó al salir en una especie de ronco asentimiento.

Finalmente, miró de nuevo los ojos eternos de la niña y se quedó mirándolos un rato en silencio, antes de devolverla al hombre de respiración de acero, preparando en sus labios una respuesta a por qué estaba allí. En su mente resonó un salmo: «Y el Señor de las Bestias les concederá la libertad que les fue arrebatada en el paraíso, antes de que el mal entrara en el mundo por la mano del hombre».

—Galawain, señor. Yo no me muevo por los vientos, sino por el olfato. He sentido ese olor, ese rastro. Es un viejo rastro, hecho con la sangre de miles de inocentes. Y el rastro me ha traído hacia aquí, no sé por qué. Pero sé reconocer un halo de luz cuando lo veo en mitad de la oscuridad, por minúsculo que sea. Éramos capaces de guiarnos por el brillo de nuestros ojos entre aquellos negros pasillos horadados en la roca. Y en mitad de esta oscuridad que nos rodea —dijo levantando ligeramente la cabeza para mirar alrededor— aquí hay una luz —dijo devolviendo la mirada a los ojos de la niña.

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29/04/2022, 12:25
Mîn Rompebuches

Mîn se encontraba tan centrado en su jarra de cerveza que no podía imaginar ni por un momento que le hubieran robado. Claro que, encontrarse en una taberna con todo tipo de individuos, solo era de esperar que alguno de ellos tuviese las manos más largas de la cuenta. Al notar el gesto de Arcadia, Mîn se giró hacia su compañeraun instante hasta percibir lo que la mujer estaba queriendo indicarle.

—¡Por el Martillo de Moradin! ¡Que nos la'an quitao! —fue la repentina y efusiva exclamación el enano, notando que en efecto acababan de birlarle la bolsa del dinero.

Un cúmulo de emociones se apoderó en ese momento del guerrero enano. Aunque sobre todo ira. Mucha ira. Estaba furioso ante la posibilidad de que alguien no solo le hubiera robado, sino que lo había hecho sin que llegase a darse cuenta de ello. Fuera quien fuera, estaba seguro de que debía ser un ladrón habilidoso, pues al alcohol no había hecho aún efecto en el enano como para que pudieran arrebatarle sus pertenencias sin que se hubiera dado cuenta. Pensó en la niña a la que habían visto antes. Ya era casualidad que hubiera una niña en aquella taberna con un nombre tan deprimente, pero más aún que les hubieran robado justo después de haber mirado hacia la pequeña. ¿Sería compañera de los ladrones, tal vez a modo de distracción?

Mîn notó que Arcadia tenía pensado recuperar las bolsas del dinero por las buenas... o por las malas. Había localizado al ladrón y, cual sería su sorpresa cuando vio que la mujer se tomó sus palabras de la forma más literal posible, tomando una de las sillas y descargándola contra la espalda del supuesto ladrón. Su primera acción fue mostrarse sorprendido por el movimiento de Arcadia. Tras esto, no pudo evitar pensar que Arcadia era una digna compañera para cualquier buen enano.

No iba a dejarla sola. El enano se encaminó hasta donde se encontraba el ladrón, y se llevó rápidamente su mano al hacha, listo para agarrarla de un momento a otro y defender a Arcadia del ladrón o sus posibles compinches si tenían ganas de gresca.

—¡Quietecitos todos! —advirtió, a posibles parroquianos que estuvieran deseosos de actuar contra Arcadia o contra él—. No nos gustan los ladrone'.

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29/04/2022, 17:26
Karan

 Poesía en movimiento. La joven se mueve con desparpajo, bailarina desapercibida, entre los parroquianos que parlotean, ríen y en general se concentran en ser mo-les-tos en vez de cuidarse de unas pertenencias que claramente no son dignos de conservar. No siento pena por ellos, no señor, pero aún no he decidido qué debo sentir por la ladrona de seda. ¿Irritación por adelantárseme? No, me lo merezco por no haber sido más rápido. ¿Admiración? Puede, aunque creo no equivocarme al pensar que la destreza que percibo en esos deditos de araña nace tanto de la práctica como de la necesidad, así que quizá la desconocida sea merecedora de conmiseración, si es que estoy en posición de dársela, je. ¿Embeleso? Sin. Duda. No alcanzo a verle la cara, pero al contemplar su cabellera encendida (que no en llamas), solo me viene una palabra a la mente.

Miel.

Dulce empalagosa miel. Trampa para moscas miel. ¿Eres una mooosca, Kaaaran?

Espera. Alguien. Detrás. Tensión. Acero.

—Sh, sh, shhh… —digo llevándome un dedo trémulo a los labios sin volverme a mirar al inconsciente que ha creído sensato acercárseme por la espalda. Un descuido que no repetiré, me digo a mí mismo, relajando el puño en torno al pomo de mi espada—. Estoy admirando una obra de arte, ¿es que no lo ves? —añado con voz gélida. Luego, por fin, me vuelvo para mirar al idiota, y no puedo evitar que mi nariz se arrugue ofendida ante su particular aroma. Ej. Ante mí tengo a un tipo que parece salido de un albañal, cosa que, admirablemente, no parece preocuparlo en lo más mínimo. En cuanto a mí, hace tiempo que aprendí a no despreciar a nadie por razón de su apariencia… Al fin y al cabo, cualquier semblante puede tener su utilidad, a repugnante que sea. Repugnante e idiota. Repugnidiota. Pero hay que reconocer que el movimiento de ese palillo es hipnótico—. La chica-miel. ¿La conoces? —inquiero, escueto, refiriéndome a la mujer de rojos cabellos—. ¿Trabaja para ti? —Dos preguntas. Demasiado. Espero a que el humano las procese mientras escucho su inusual presentación. Un nombre venenoso. Algo sobre una rima a lo que sinceramente no le encuentro la gracia (¿qué tiene la gente en contra de las putas y sus hijos?, las pescaderas son mucho peores). Una amenaza bastante mal disimulada (oh, sorpresa) y una pregunta. Quiere saber si tengo nombre—. Más de uno, según qué día —le respondo sin un ápice de humor en la voz. Sin un ápice de nada, en realidad—. Pero no sé si quiero decírtelo. —Bajo la vista hacia la copa que me ofrece el tal Cicuta. Decido que no la quiero, Cicuta, así que me limito a mirarlo a los ojos, Cicuta, rígido y mudo, hasta que se da por vencido—. ¿Qué quieres? —pregunto al fin—. En estos lugares uno solo encuentra… una, dos, tres cosas. Amenazas. Información. Propuestas. Y ya me has dado lo primero y lo segundo —«Aunque la información sobre tu nombre valga tanto como tu pescuezo», es lo que pienso y no digo—. ¿Tienes lo tercero?

Justo en ese momento, la mujer peliplata estrella un taburete contra la espalda de un tipo. Bien, parece que al final habrá pelea y yo no estoy en medio. Suelto un resuello que quiere parecerse a un suspiro que quiere parecerse a una risa, pero si estoy riendo, nadie podría saberlo a ciencia cierta. Yo el que menos. Dedico unos instantes a evaluar la situación y a decidir si merece la pena meterme. Y en tal caso, a favor de quien.

Oh, eso está claro, bonito.

Del que tenga el dinero.

Notas de juego

Edit: Alguna que otra corrección menor. No es necesario volver a leer.

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30/04/2022, 03:18
Vasanth

La respuesta de von Trier me sorprende, arrancándome momentáneamente del estado de hastío y desprecio con que había entrado en la Taberna de la Canción Élfica. El más leve atisbo de una sonrisa complacida se dibuja en mi hocico.

—Hm —resoplo de nuevo, ladeando ligeramente la cabeza mientras observo el singular rostro de Kyuss—. Sabia respuesta, medio hombre. ¿Quién iba a decirlo? Ciertamente, Kyuss von Trier, ni todo el mar es agua, ni todo el agua es mar. No esperaba encontrarme con tal reflexión a estas horas ni en estos pagos. Decididamente, hay cosas que son más de lo que parecen, y vos sois la más interesante que me he topado desde que he llegado a Carfax.

Cambiando lentamente de postura, rodeo el cuello de mi sitar con el brazo en un gesto relajado, casi indolente, escuchando las explicaciones de mi nuevo conocido. Aprecio una cadencia musical en sus palabras, una cierta tendencia a la rima que encuentro de lo más entretenida.

—De modo que lutier, ¿eh? Asumo entonces que estaréis versado en el cuidado de estas hermosas criaturas. —Mis agudas zarpas tamborilean delicadamente sobre la madera pulida con esmero de mi instrumento, con un ritmo hipnótico—. ¿Habíais visto alguna vez un sitar de Malatra? ¿O una flauta bansuri? —inquiero, llevando la garra zurda a la caña de bambú perforado, de dos pies y medio de largo, que llevo prendida al fajín, y la deslizo por su sujeción para mostrársela al artesano—. ¿Estáis familiarizado con las músicas carnáticas y las del norte del país del que provengo?

El afilado ser no llega a responder a mis preguntas, pues algo lo ha distraído. Al mirar en dirección a aquello que lo ha perturbado, veo a una deliciosa criatura, probablemente un gandharva, de apariencia de hijra, cabellos como el sol e interesante indumentaria. El instrumento que sostiene entre sus manos, muy similar a mi propio sitar, me dice que se trata de un chara, o comoquiera que aquí se los llame. Solo me hace falta ver la expresión en el rostro de Kyuss cuando me devuelve su atención para constatar que no le tiene ningún aprecio. Qué divertido.

Von Trier procede entonces a saludar a la kenku que se ha sentado junto a nosotros, haciéndome recordar que existía. No tengo la culpa de que esas cosas solo empiecen a ser interesantes al cabo de un buen rato de conversación; hasta entonces, es prácticamente imposible saber qué están pensando. Con todo, decido hacer gala de mis buenos modales, y dedico a la criatura aviar un cordial asentimiento de cabeza en señal de saludo.

—Buenas noches, persona cuervo. —Pensando que será mejor no hacerle preguntas demasiado complicadas al pájaro, creo que me limitaré a aquellas que puedan responderse con un simple «sí» o «no»—. Entonces, ¿vos venís a esa feria? ¿Es algo famoso por aquí? —Vuelvo a mirar al medio hombre—. No había oído hablar de esa «Celebración de los Gremios». Suena a que se trata de un acontecimiento importante. Quizás uno en el que alguien como vuestro amigo… —señalo con la cabeza en dirección al trovador hermafrodita—… o como yo pueda obtener cierto renombre y prestigio de su oficio. Mas, ¿quiénes son esos «vistani» que mencionáis? Jamás había escuchado tal nombre. —Kyuss pregunta a continuación cuál es nuestro propósito en esta ciudad, a lo que esbozo una sonrisa feroz que muestra todos mis dientes—. Soy un caballero errante, músico, poeta y guerrero sin par, que recorre el mundo buscando dejar una huella indeleble en los anales de la historia. También soy un diletante en busca de solazarse en las experiencias más únicas y reveladoras. Decidme, medio hombre: ¿He venido al lugar adecuado para hallar aquello que deseo?

Como respuesta a mi pregunta, el contundente y sonoro restallido de la madera al partirse me hace darme la vuelta. Según parece, la mujer que hace unos momentos estaba en el centro de una trifulca inminente se las ha arreglado para provocar otra, rompiendo una silla en la espalda de alguien. Empezando a sentir el latido del tambor de guerra en mi garganta, me levanto de mi asiento y me yergo cuan largo soy, los ojos centelleando con un hambre abrasadora.

Mira tú por dónde —murmuro con un profundo ronroneo que está al borde de convertirse en un rugido desatado.

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30/04/2022, 21:03
Kyuss von Trier "FreshMeatCandy"

Las Afueras de Carfax están en la noche; bullente actividad. Los pobres no duermen, la gazuza no les deja, y la tiniebla fresca de recién empezado el verano cubre su escasez, y parecen menos sucios, al ponerse menos ropas; bajan a los ríos a cantar y embriagarse, a danzar y abandonar su virtud y sentirse reyes; dioses en ningún caso.
Unos miserables del treceavo armando jarana, y uno se para a mear en el tronco de un abedul. Y con el chorro ruidoso la espanta. De repente, aparece; de donde no había nada. Roto su disfraz perfecto, desde la corteza se eleva molesta con el desgraciado.
La moteada polilla.
Toda intuición, desembarazo y unos sentidos muy finos. No es saciarse lo que busca, comió hace mucho ya y no volverá a hacerlo más, pues no lo necesita, aunque quizá beba una lágrima, o una gota de sangre, pero nunca leche, o cerveza, porque es caprichosa y singular. 
No te sientas perdida.
Revolotea curiosa, robando momentos e historias desde su escondite a la vista de todos; nadie repara en ella, esa es su defensa maestra.
Su instinto de libertad le sirve de salvoconducto para atravesar la entrada del Wyrm sin arancel. Insignificante lepidóptero, ellos no quieren, no creen, no esperan; que la presa se convierta en depredadora, que los bebés maulladores se conviertan en cazadores fuertes y que los perdidos encuentren su propia iluminación. Miraréis pero no me veréis, porque me creéis superfluo. A mí, testigo de vuestro ritual.
Un murciélago magnífico surge de entre las sombras, enormes negras alas de membrana de sombra y muerte, se aproxima, la polilla, analiza, instintiva, todo tiene un sentido si sabes donde va el rumbo. Prudencia. Oído. Esquiva, vieja hembra resabiada, como vetusto paladín enano, que tras sus largos días sabe tan poco que aún no sabe que él lo es todo.
Continúa su viaje sin más mapa que las estrellas, que hacen de guía hasta la taberna. Se posa en una ventana iluminada, camuflada con la mugre, y observa un puñado de criaturas, unas oscuras, otras brillantes y otras que son otras pieles; coinciden en su interior. Los ve como en sueños.
Sobre la Canción Élfica, en la pizarra del cielo, un lucero quería brillar más de lo habitual.

- Oh, no, no os enojéis, venerable emplumada, pues mala es la fama que persigue a vuestra raza. No afirmo que vos hayáis de serlo, pero veréis como aligerar talego ajeno es afición en Carfax, y los que más empeño le ponen, suelen vestir uniforme; oír a Darío, sé verla al revés.

- La Celebración de los Gremios está a punto de empezar; una completa semana. ¿Los vistani, decís?, sus breves visitas siempre llevan la magia, las cartas, la canción y los secretos. Alegres nómadas peligrosos, siete días y se marchan. Saben de maldiciones y de otras fantásticas cosas.

- Estaré encantado de continuar esta charla con tan nutritivos visitantes, anhelo aprender sobre las bases musicales de allá donde vengáis, y podría enseñaros mi taller, pero me temo que es mal momento, no por mi parte, que la noche es joven, sino porque advierto ... movimiento.

- Si ahora me disculpáis... - Kyuss extrajo sendas tarjetas de uno de los imperceptibles bolsillos de su levita, tendiendo una a Vasanth y otra a Klamore.

Kyuss Von Trier, Luthier, Plaza de Weyfinn, Distrito del Arte, Carfax. 

En ese momento, se oyó el crujir que anunciaba la inminente pelea, momento en el que Kyuss, danzando como una lenta tolvanera, rodeó parsimoniosamente la tabla hasta colocarse tras los dos visitantes, tocándolos ligeramente con su meñique izquierdo, primero la cabeza emplumada de la kenku, y después la del imponente Rakshasa.

-Pato... pato también tú... nos vamos a divertir 

Después, se perdió en el bullicio.

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30/04/2022, 23:26
Klamore

Una vez que la atigrada figura pareció percatarse de la ave, ésta también presto atención hacia él. -Vasanth -Dijo en la misma voz ronca y exótica, al segundo siguiente del pico tallado surgió el sonido de la nota del sitar que el tigre había tocado al querer mostrar su instrumento. De aquel simple y sutil modo Klamore daba a entender que reconocía la existencia del artista, y que lo había grabado en su impredecible mente de pajarillo.

Tal y como esperaba, la respuesta que el atrayente ser soltara a su pregunta dejaba más dudas que respuestas, haciendo que la plumífera se erizara con emoción nada contenida. Seguía sin saber que era la Celebración de los Gremios, y tampoco le había quedado claro a quien se refería con los visanti, solo que se trataban de un grupo que deseaba conocer. Cuantos misterios podría enlazar, cual hilos finos de seda en un gran matiz, para dar un sentido al caos de sus pasos, nunca un camino concreto.

-Pato. Caw -De nuevo un suave gorgojeo escapó del pico, como si riera a lo que Kyuss dijera, mirando la tarjeta y luego en la dirección donde, al parecer, estaba por empezar una cliché, o quizás no tanto, pelea de taberna.