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La noche más oscura [+18]

Partida - La noche más oscura

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13/05/2022, 14:24
Karan
- Tiradas (1)
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13/05/2022, 23:25
Klamore

Klamore pensó al principio que aquello no iba bien; que no deberían estar allí. Sin embargo, al ver a la niña en brazos de aquel monje entendió que estaban exactamente dónde debían estar. Todo había sido guiado hasta ese momento. Y aun así, lo sentía... Pronto. Demasiado pronto para su gusto. ¿Estaban preparados? Apenas se conocían entre ellos. Pero tendrían que confiar en cada uno, confiar en todos...

Algo de lo que dijo aquel ser pareció afectar de más a la chica pájaro. Algo, que mezclado con la sangre de las manos cenizas cambió a la inocente y risueña de la Kenku en algo mas, algo clavado en su pecho que la hirió profundamente, llenándola de un profundo odio. -...niña...- Le producía asco usar aquella voz, pero era su única opción. -...inocentes... víctimas...- Su pico vibró con violencia, chasqueando. De pronto, pronunció un solo nombre, en la misma voz con la cual se había presentado a si misma. -Vin.-

Un chillido aviar traspasó la oscuridad, al tiempo que la emplumada figura rozaba con sus plumas su pico. La runa tomó un fulgor purpúreo, y un trueno pareció resonar en el aire cuando de su pico surgió un violento rayo de luz que pretendía golpear al hombre de niebla.* -...justicia...- Se escuchó la voz del enano provenir de su pico. -Vin.- Repitió, y pareció hacer más énfasis en ese nombre, sus amarillos ojos estaban brillantes. -...niña...- La voz de Arcadia. -...huir ahora...- De nuevo la voz de Min, sin ver al resto. Su mirada estaba fija en la figura en la niebla.

- Tiradas (1)

Notas de juego

*Guiding Bolt: Dudo que con un 13 le golpee xD pero tenía que intentarlo.

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14/05/2022, 03:57
Vasanth

Luna muerta en un cielo encharcado de su propia sangre. Noche amortajada en un velo pálido de niebla huidiza, que se aparta a nuestro paso para volver a cerrarse detrás de nosotros. Un frío inexplicable, que es más que frío, como el gélido lecho de los océanos en los que han naufragado miles de naves, cientos de miles de almas, presas del beso del agua o de las fauces de las monstruosidades del abismo. Y el silencio, sacudido por la febril trepidación que antecede a la muerte. La muerte, tan lejana que nunca me he detenido a pensar seriamente sobre ella, parece pender ahora sobre nuestras cabezas, invisible y traicionera.

No nos espera nada bueno. No sé por qué lo sé, pero lo sé, con la misma certeza con la que al despertar puedo notar que ya es de día aunque todavía no haya abierto los ojos.

Tan pendiente estoy de lo que aguarda en el callejón que se abre ante mí que no soy consciente de lo que ocurre a mis espaldas hasta que el eco de unas pisadas me alerta. Me doy la vuelta, sorprendido, y de repente ya no somos ocho, sino diez: un monje shou y una niña armada con una espada de aspecto singular han pasado corriendo hasta situarse a nuestra altura. Me doy cuenta entonces de que ni siquiera son sus pasos los que he oído; acercándose desde la retaguardia, lo que podría fácilmente confundirse con una aparición fantasmal o un demonio del infierno nos increpa con una voz que nada tiene de persona, humana o no. Las sombras y la bruma se retuercen y bailan a su son, y comprendo demasiado tarde que no tienen nada de natural: son sus armas, y ese ser las comanda con el simple esfuerzo de su voluntad.

Un gruñido ronco emerge de las negras simas de mi entraña cuando escucho al espanto reclamar a la niña como si fuese de su propiedad. Su risa deslavazada despierta en mí una furia que raras veces experimento.

—¡Si la quieres, ven a buscarla! —rujo, llevando las manos a las empuñaduras de Nakhara y Damstra, mientras por mi mente pasa un pensamiento, como una cuchillada:

Espero ser lo bastante rápido.

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14/05/2022, 09:51
Arcadia
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14/05/2022, 22:25
Darion

Darion no hubiera esperado a nadie. No le importaba realmente si la albina quería irse o no. Él había propuesto salir de allí porque, de alguna extraña manera, había empezado a notar una conexión con algunos de los presentes: esa albina y ese tigre. ¿Y qué había de esa extraña ave que hablaba con voces prestadas? Extraño. Sin embargo, aunque todos los presentes hubieran decidido quedarse, Darion no tenía la intención de encontrarse con más agentes de la ley que los necesarios. Ya había huido suficientes veces de ellos como para haberlo convertido en un instinto, un impulso natural inevitable. La ley de los hombres no merecía su respeto.

Por fortuna, o quizá no, finalmente todos ellos salieron juntos del lugar. Fue entonces cuando escuchó los pasos acelerados y volvió a verla a ella. La fragua de sus ojos se encendió durante un segundo, como la brasa soplada por un pequeño fuelle. La niña. Sin embargo, el fuelle empezó a soplar con una fuerza rabiosa, pues notó enseguida los rastros de la violencia: la niña estaba en peligro. Ella tenía el arma del ojos rasgados: Puede un hombre eludir su Destino, le había preguntado-afirmado el ojos rasgados. «¿Cuál ha sido el tuyo, hombre noble?», preguntó en silencio.

No. No puede un hombre eludir su Destino. Darion llevaba toda su vida abrazando el suyo y ahora esa niña se había cruzado en su camino por una razón. Por su Destino.

Pero ¿qué era esa niebla? ¿Qué era ese hombre cetrino? Sangre. Masacre. Furia. Rabia. La fragua de los ojos de Darion inflamándose de nuevo. Su mano buscó esta vez una de sus jabalinas, no su espadón, y la arrojó con fuerza contra ese hombre rodeado de niebla.

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15/05/2022, 11:54
Mîn Rompebuches

Mîn supo que algo no iba bien. No por haber estado escapando en compañía de aquellos desconocidos aventureros. Al fin y al cabo, más de una de sus antiguas noches de borrachera en cantinas acababan precisamente compartiendo jarras de cerveza con auténticos desconocidos y más tarde despertando resacosos en los lugares más inesperados. No, no eran sus compañeros lo que le hacía entrever aquello no iba bien. El monje... La niña... ¿Por qué habían sido llevados hasta ese lugar?

El enano se siente repentinamente molesto. No tenía problemas en enfrentarse con trasgos, orcos, orcas, elfos, humanos o lo que se le pusiera por delante. Con aquellas criaturas, sabía bien que podía herirlas en combate, derrotarlas, matarlas o huir de ellas. Aquella extraña presencia, en cambio... Mîn no tenía idea si se trataba de un espectro, un alma en pena condenada a vagar, un demonio o cualquier otro tipo de ser proveniente de otro plano de existencia. ¿Se le podía matar, herir al menos? Mîn esperaba que sí, aunque la presencia de aquella niebla dejaba claro que no era un oponente normal.

—¡Por el Martillo de Moradin! ¿Arguno sabe qué rayos es eso? —preguntó Mîn, mirando con desconfianza hacia la niebla, esperando que alguno de sus ahora compañeros pudiera ilustrarle al respecto.

El enano se situó junto a Arcadia y, tomando con fuerza su hacha, aguardó a que su compañera se lanzase contra el individuo enmascarado para secundarla en el ataque.

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15/05/2022, 16:30
Kyuss von Trier "FreshMeatCandy"

Terrible sustancia sin luz, amenaza henchida de poder, fatal presencia asesina. Kyuss pudo sentir aquella oleada de muerte, tan pesada, tan oleosa, que impregnaba su alma, penetraba en sus intrincadas formas; densa, penosa, le ahogaba el ser. 

Nunca antes había contemplado un pozo tan profundo de aflicción, un agujero triste, perverso, y tan fascinante. Atrapaba la vida en esencia. 

La cenicienta manifestación de pesadilla atraía con su masa específica la voluntad de von Trier, como un remolino maligno que se lo va tragando todo desde el fondo de una pila de piedra gris y maldita; hacia si, la negrura más degenerada.

Si tan sólo pudiera alcanzar una porción, libar tu horrible derrame, sorber parte de esa oscuridad insondable, y hacerla mía...

Los nervios de pálido se recogían bajo la piel, dejaba de sentir su carne y su ser iba abandonando huesos, tejidos, sangre y conciencia para verse irremisiblemente atraído por aquella presencia tenebrosa y magnífica, para abandonarse a su fluido de pena y sangre.

Aquellos valientes se preparaban contra aquel vacío, dispuestos a dar su vida en un impulso primordial de pureza. Improvisados adalides de sino aciago. Como si pudieran hacer algo por detener a la nefasta presencia. Un drama que Kyuss no sentía, empalagado de dolor corrompido y fatal. 

Apenas unas pocas fibras tenues y a punto de quebrar, los últimos hilos que impedían a Kyuss abandonarse a aquella tenebrosidad corrupta, ojos carentes de visión, dedos temblorosos, vacilantes, sin ser suyos ya. Ya no aspiraban aire sus pulmones, sino sombras. Bombeaba linfa su corazón mestizo, pero un caldo sin dueño, pues la esencia del bardo se iba. De los cartílagos y del esqueleto, de músculos y órganos, en busca del Hombre Cetrino y su malicia inmensa.

Un atesorado recuerdo, que se resiste a salir de su ratonera, sabiéndose acechado, reúne valor y se asoma a su oído.

- Como hoy ez un día ezpecial, para que eztén contentoz contigo, ¡he hecho tartitaz para que lez llevez a todoz!

La voz de ella.

Un chillido aviar traspasó la oscuridad, al tiempo que la emplumada figura rozaba con sus plumas su pico. Aquella extraordinaria criatura parecía tener algunas de las claves de los sucesos de esta noche, y sobre aquella figura desesperada y ominosa.

Kyuss pudo verla. En el lugar en el que la kenku lanzaba su luz contra la abyección, ahora contemplaba a la niñita de inmensos ojos y manos regordetas,  la cabecita llena de rizos castaños, su piel prístina, su claridad; su inocencia más sagrada que los dioses. 

Y al tiempo que toda la escena se materializaba en una única, fugaz lágrima que quiso descolgarse por la mejilla del bardo, pudo sentirlo, porque había regresado a su ser atormentado, a su frágil espantapájaros, a su refugio de osamenta y pellejo, cálido esta vez, consciente y decidido.

Posando a Lady Edevane con delicadeza en el suelo, sin tan siquiera mirarla, ni a ninguno de sus compañeros, comenzó a caminar hacia la figura, alzando la voz para ser escuchado, y terminando en un largo susurro, lleno de inquina, y dedicado al ser que a buen seguro no se iría sin su arancel en sangre y vida.

Podéis alimentaros del odio y del miedo. Dejar ennegrecer vuestra esperanza, cubierta con la pátina que deja la vergüenza de vuestros sangrientos pasos. Vuestro es ese poder, el de buscar venganza y sangre como pago por las lágrimas derramadas, ahora secas, en surcos viejos, polvorientos, de amargas batallas casi olvidadas. No os podrán culpar si vos sois nadie, si buscáis nada, si sólo os posáis aquí y allá, y sorbéis el néctar dulce y confiado de la ignorancia ajena, vetusto frutal de ramas repletas. Tenéis derecho a beber las estrellas, a leer en la noche lo que la boca no dice, a dar la vida por una señal, ¡Oh, Dioses, Destino, Tragedia! Código de conducta, honor de vuestros ancestros, el paso firme, la fe, el sustento. Podéis matar por ellos. Macabro entretenimiento, pues; ¿qué es la vida, mas que la carga del espíritu, la vana ilusión a la que nos aferramos y que no nos deja ser, ver, creer?. Como la arena que se escurre entre los dedos. Como el tiempo. Así es la vida sin pureza. Como la que pretendéis poseer. 

¡No es tuyo el poder para decidir si es nuestro el derecho, ya que no hay nada de justo en tu presencia!¡Atrás!. No, no hemos de permitir que atrapes esta inocencia. No, y no te digo, ser impío sin rostro ni nombre, ser de sombras pervertido. No, te digo, no hemos de permitirlo. Retrocede, déjanos pasar, ser miserable y vacío. El dolor que arrastran tus sombras han despertado mi brío, ladrón de recuerdos, atrás, no encontrarás inocencia en nosotros que puedas fagocitar. ¡No, no, no! ¡Esta noche no!¡Atrás! 

Notas de juego

Kyuss lanza el conjuro de Encantamiento nivel 1 SUSURROS DISCORDANTES, con la intención de hacer retroceder a la presencia, y dar una oportunidad al grupo de huir. Incluso a costa de su integridad. Qué cosas.

Kyuss no cree que con armas convencionales se pueda acabar con esa criatura.

Kyuss cree que Klamore tiene respuestas y tratará de protegerla.

 

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16/05/2022, 00:33
Arcadia

Para alguien que seguía la senda de los dioses, y que se había desviado solo un poco de sus preceptos, resultaba evidente que había titiriteros en la extraña noche. Una pelea en la taberna de la que solo unos pocos habían salido victoriosos. Una purga, una prueba para separar a los débiles de los fuertes. Reunidos en las afueras, un nuevo enemigo aparecía. De la nada, cargando sombra y niebla, misterio y muerte. Palabras, eso es cosa de poetas. Ahí solo hay un hombre. Y los hombres caen ante un acero afilado.

Había sido entrenada para enfrentar monstruos, horrores y demonios, y aunque estos solo parecían existir dentro de su cabeza, estaba lista para aquello. Una criatura extraña, un hombre con poderes siniestros. Sus manos estaban manchadas de sangre. Puede que fueran meros trucos para tratar de hacer llegar el miedo a sus coraones. O quizás podía controlar a las sombras, convirtiéndolas en diablos y monstruos. Lo mismo daba. No había ningún motivo para que decidieran inmiscuirse en el camino del peligroso hombre. Hasta que habló. Quería a la niña.

Había muchas cosas que Arcadia no entendía del mundo. Sus juramentos eran un puñado de piedras que se mantenían desafiando toda una corriente de locura y pena. ¿Se había inclinado ante el inmaculado altar de Woedica para prometer proteger a todo tipo de infante? ¿O ante las fulgurantes antorchas, en el templo de Magran? Ninguno, a los dioses no les importaban los niños. Salvo ella, porque era especial. Un juego cruel, una pieza en un esquema superior.

Se lo había prometido a ella misma, recordó, en una noche de dolor, desesperación y culpabilidad. Una palabra que pesaba como el hierro. A ella le importaba la niña. No porque fuera especial, ni porque formarse parte del esquema de algo más grande, como intuía ahora. Le importaba porque estaba desvalida, perdida. Y en tiempos tan oscuros, alguien debía alzarse para proteger a aquellos que no podían hacerlo. Nosotros hacemos la justicia, había dicho Min.

Sintió al enano a su lado, preparado para cargar. Pero ella ya estaba en movimiento. Había escuchado las palabras de Klamore. Huir. Pero era algo que no podía hacer. A un enemigo se le da muerte. Así se terminan los problemas. No podían simplemente escapar. De hacerlo, siempre estarían huyendo de un fantasma. Había que pelear, arriesgar el pellejo y ver a qué se estaban enfrentando.

El tigre lanzó un desafío. Ella no gastaría palabras. Que los que tenían sangre caliente malgastasen sus energías en una declaración de intención. Ella, como una saeta carga en la ballesta, solo tenía el objetivo de dar muerte.

El gigante de ébano había tomado una de sus jabalinas. Un movimiento inteligente, prudente. Tantear el terreno. Ella no estaba tan cuerda. En cada ataque podía todo su empeño, todo lo que había aprendido a lo largo de su tortuosa vida. Matar o morir, aquí o ahora. Cargar de frente nunca le había hecho bien a nadie. Nunca aprendía. Lo que parecía un acto de locura sin medir era un meditado hecho en la frialdad de su corazón. Cuando una mujer cubierta de metal cargaba contra ti empuñando un arma que podía partirte por la mitad tu atención se iba a ella. Así que, si iban a huir. Ella sería su escudo. Eso era lo que hacía un paladín.

A veces olvidaba que ya no lo era.

El acero en su mano, el metal rechinando a cada paso, la respiración acompasada a cada paso, a cada pequeño salto, los músculos tensos. La mente en calma, la muerte a la espalda, sonriente. El acero osciló en sus manos, un movimiento de péndulo, de guillotina. Partiría a ese hombre por la mitad. Y ya que era la noche de los dioses y de sus intrigas, aquel golpe iría dedicado a ellos. ¡Qué se haga en mí tu justicia, Woedica!

Una nueva batalla que no comprendía. A veces los caminos se cruzaban y chocaban, sin más. La gente no sabe porque cae la nieve. La gente tiene frío. Pero la nieve tampoco entiende del frío de la gente.

- Tiradas (1)

Notas de juego

Los dados me odian. Dudo que logre impactar, pero, de hacerlo, Arcadia usará daño radiante gastando un espacio de conjuro. Y si es herida, Hellish Rebuke. Vamos a ver de que pasta está hecho ese tipo.

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16/05/2022, 13:43
Karan

La mano de la niña se hunde en la mía con más fuerza que un puñal, aunque no sé quién de los dos es el que aprieta. Supongo que los dos. Al fin y al cabo, ambos estamos asustados como ratones, y por razones no del todo distintas. Nuestras vidas.

—¡Corre, ratoncita! ¡Corre! ¡Corre! —le espeto a la niña con la voz áspera de Fei mientras nos precipitamos calle abajo raudos como flechas, el apodo aflorando a mis labios sin ninguna premeditación. No tengo ni idea de hacia dónde nos dirigimos, pero cualquier dirección que se aleje del ladrón de sombras y su niebla asesina será buena. Creo.

Tu-tum, tu-tum. Los pulmones empiezan a arderme y las rodillas a dolerme cuando llego a algo parecido a una plaza. Tu-tum, tu-tum. Hay gente, una buena distracción para dar esquinazo a nuestros perseguidores. Tu-tum, tu-tum.

Shhh. Espera.

Reconozco al hombre tigre, y a la mujer cuervo, y al espantapájaros, al gigante y la guerrera y el enano. Qué bien, qué bien. Por lo poco que vi en la taberna, parecen capaces. Al menos, si después de la que montaron han salido enteros, puede que haya una posibilidad. Casi parece buena idea quedarse y pelear. Casi.

Miro a la niña, y luego al monstruo con piel humana que nos persigue. Él es otro tipo de cambiaformas, pero a mí no me engaña. No.

Paso de largo al variopinto grupo sin dirigirles palabra alguna, y tuerzo con la niña la primera esquina que encuentro. Habría podido advertirlos. Habría podido decirles lo que he visto, avisarlos de la niebla asesina y el hombre que la controla. Pero no es mi problema, ¿verdad? Sabrán apañarse. ¿Verdad?

¿Verdad?

No estoy seguro. Y si caen ante la niebla, la persecución continuará. Y no podemos huir eternamente. De eso estoy convencido, sí, estoy convencido.

Desde la relativa seguridad de la esquina tras la que nos hemos ocultado, mi vista baja hasta la espada que empuña la niña. Hoja del Estío, creo que lo llamó la Muerte. A lo mejor es mágica. A lo mejor puede matar a la niebla, y a la misma Muerte.

—Eh, ratoncita. ¿Puedes darme eso? —le digo a la niña sin esperar realmente una respuesta. Tomo la espada en mi mano y salgo de nuevo a la calle, con la cabeza baja, acercándome discretamente—. Tú espera ahí, ¿vale? Pórtate bien —añado, llevándome un dedo a los labios para indicarle que se esté callada.

Cualquiera que pase junto al callejón no verá ninguna esquina, ni ninguna entrada, sino una pared que continúa la fachada hasta pasar de largo. Espero que la ratoncita esté a salvo.

Allá vamos.

- Tiradas (1)

Notas de juego

Mecánicamente, he pasado junto al grupo, he realizado la acción de esconderse como acción adicional gracias a Acción Astuta, he cogido la espada y he utilizado imagen silenciosa para crear la ilusión de que la calle continúa, ocultando así a la niña (aunque sea en plan provisional).

He hecho una tirada de Sigilo en oculto para representar un poco todo esto, y ya me dirás si tengo que hacer algo más.

P.D.: Sorry, chicos. Parece que este primer turno no voy a pegar mucho, pero a partir del siguiente me uno a la refriega XD.

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16/05/2022, 20:07
Amo del Calabozo

Horror.

Tu memoria esputa un terrorífico recuerdo de niñez, uno que creías olvidado tiempo ha.

Una canción recitada con la quebradiza voz de alguien que profesa un indescriptible pavor a la oscuridad y a los terrores que abraza en la noche más oscura.

Pequeño Kyuss, tú conoces ese rostro inexpresivo tallado en alabastro que habita en el corazón de la neblina que acecha en la callejuela.

Es tu miedo más profundo. Un miedo primigenio. Oculto, enterrado, muerto. Y ahora, resucitado ante tus ojos.

El ladrón de sombras.

El ladrón de recuerdos.

El Hombre Cetrino del viejo cuento.

Existe.

Y cuando la pequeña Brenda tomó de la mano a aquel extraño de rostro alabastrado, preguntó:

—Señor, ¿vais a hacerme daño?

El Hombre Cetrino respondió:

—En cierto sentido.

No es la respuesta que espera una víctima atendiendo a la tradición, desde luego.

El Hombre Cetrino palmeó su cabecita, tranquilizador.

—Solo voy a quedarme con tu sombra, niña.

—¿Por qué? —preguntó la pequeña, confundida.

El Hombre Cetrino consideró la respuesta.

—Bueno... podríamos decir que soy... un coleccionista.

Notas de juego

Pasaste la tirada de Historia.

Eres libre de ampliar el malestar que te provoca esta revelación, por supuestísimo. A más amplíes, más fáciles serán las tiradas de recuerdo.

En esencia, y es lo más relevante por ahora, recuerdas que el Hombre Cetrino es el villano principal de un viejo cuento que te leyeron muchas veces de niño. Ignoras cuál era el nombre del cuento, solo que en él salía este terrorífico antagonista, un tipo que se dedicaba a robar las sombras a los niños. ¿Para qué? ¿Con qué propósito? No puedes recordarlo.

¿Te fascinaba su figura? ¿Te aterraba hasta causarte insomnio? ¿Qué supone para Kyuss reencontrarse con esta figura antes solo concebible en sus sueños?

Preguntas, preguntas, preguntas. ;-)

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16/05/2022, 20:31
Amo del Calabozo

El monje consigue poner al resguardo a la niña tras el muro de músculo y acero que compone este insólito grupo formado tras el incidente que mañana por la mañana será denominado por toda Baja Ciudad como La noche más larga de Wilfred Flanagan.

Ajena al miedo, Arcadia se adentra en la niebla acero en mano, dispuesta a abatir al hombre de la máscara de alabastro. Alcanza a escuchar el crujido de la jabalina al quebrarse contra el muro de la callejuela dada la tremenda fuerza con la que la ha proyectado Darion, hijo de Darius. La niebla parece susurrarle en los oídos promesas de dolor inimaginables. Lascivos propósitos se injertan bajo los pliegues del cerebro. Blasfemias inenarrables pugnan por brotar de su boca como los capullos de las flores de la ira. Aterradoras dudas siembran su mente con las semillas de una existencia vacua, carente de propósito. Todos sus miedos alzan sus lanzas cual falange dispuestos a hundir con una lluvia de estocadas su muerto corazón. 

¿Qué está ocurriendo?

Hiende la neblina con su acero aguardando a ser recompensada con el crujir del hueso y el cálido beso de la sangre en las mejillas. Desea acallar las voces que restallan en su cabeza como el látigo de un opresor, pero en su lugar su mandoble astilla el pavimento. La nada aguarda su golpe soberbia, incólume. No puedes dañar lo que no ves. Más aún: no puedes dañar lo que no existe.

A cierta distancia, resuenan las palabras de tonos cambiantes de la mujer-cuervo. Un sortilegio, a buen seguro. Un rayo de luz divina surca el éter golpeando con furiosa cólera la niebla sobrenatural, y aunque esta es una entidad incorpórea, provoca un alarido demasiado humano que rasga la oscuridad y libera la demencia, quebrando primero a la albina, que cae pesadamente de rodillas sobre los adoquines, sus oídos sangrando, sus ojos bañados en blanco. Mas el grito fantasmagórico encuentra perfecto canalizador para su reverberante eco en el callejón, retumbando como un trueno en todos los allí presentes, liberando la esencia y botín de aquella mortífera criatura, un diabólico parásito mental.

Todos salís propulsados en el aire fruto de la explosión sónica.

Ninguno de vosotros es siquiera capaz de concebir que vuestro destino acaba de cambiar.

Fundido en negro.

- Tiradas (1)

Notas de juego

*El Guiding bolt golpea A LO GRANDE*

La Neblina Mental es vulnerable al daño radiante, por lo que sufre el doble de daño. Bien intuido ahí, Klamy y Arcadia. I'm proud.

Klamy ha hecho un one-hit-ULTRAKILL. No hay más que hablar. ¿Habéis visto? Si la partida es muy sencilla. No vais a morir ninguno...

Seguid soñando. XD

*Fei adquiere la Hoja del Estío [Espada corta +1]*

Bien, esto se pone muy interesante.

Vuestro siguiente post va a consistir en contarme un recuerdo de vuestro PJ. Debe ser importante. A más simbólico, mejor.

Tirad 1D8 cada uno, en abierto. No pasa nada si se repite algún resultado. Poned como motivo: Recuerdo.

No os paréis a narrar cómo os quedáis inconscientes. No me interesa eso ahora: id directos al sueño. Ya me encargo yo de decorar un par de detalles en la próxima entrada, pero esto tiene que ser abrupto y salvaje. Después podréis despertaros, resituaros y ver... qué ha pasado.

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17/05/2022, 00:48
Arcadia

Adentrarse en sus recuerdos era como sumergirse en un río de aguas turbulentas. La visión era turbia, no podías pescar nada y sabías que de tocar fondo el lodo te atraparía siempre. No solía mirar atrás, era confuso. Una miríada de cristales rotos, dolor y lágrimas, derramadas. Un puzle que no podía armar. Tampoco deseaba hacerlo.

Oscuridad, siempre oscuridad. Se encontraba suspendida en el aire gracias a cuatro regias cadenas que apresaban sus extremidades. Brazos y piernas estaban abiertos. Entre sesión y sesión solían recoger las cadenas, dejarles descansar en el suelo. No lo habían hecho. O se habían olvidado o volverían pronto.

No recordaba la naturaleza de sus captores. ¿Eran los fanáticos de Magran quienes la habían capturado después de traicionar a la Orden de los Caballeros del Fénix? ¿O los lunáticos que servían a Woedica habían descubierto su tapadera? Recuerdos, confusos, perdidos. Ojalá, olvidados. Con seguridad había matado a muchos por el camino. Estaban muy enfadados. Sus huesos estaban a punto de desligarse de su cuerpo, sus articulaciones estaban al límite, entre la rotura y el dolor insoportable. La tortura se les daba bien. El abyecto siempre es hábil cuando nadie devuelve el golpe.

Sudaba. El hedor que emanaba de su cuerpo le recordaba su propia debilidad, su fragilidad. Tenía el rostro húmedo, sed y hambre, un dolor agudo en el bajo vientre. Resistía.

—Cuarenta y ocho. Cuarenta y ocho. ¿Sigues ahí?

Silencio. Durante un momento temió que ella hubiera muerto. Era su única compañera.

—Sigo aquí, cuarenta y siete —respondió una vocecilla, cada vez sonaba más frágil.

Les llamaban por números, eso cuando no las insultaban o las humillaban de forma verbal. Les habían arrebatado el nombre. Con ella había sido fácil, nunca había tenido ninguno. La habían entrado para situación como aquella. Cuarenta y ocho había sufrido más. Ella si había tenido un nombre, un pasado, una familia. Una vida. Ojalá pudiera llamarla por su nombre.

—¿Me cuentas otra vez esa historia? La de las hadas.

Era mucho pedir. Los torturadores no tardarían en volver. Necesitaba algo de fuerza. Distraerse, sacar su mente de su cuerpo, aunque fuera durante unos minutos, sería suficiente.

—¿No te cansas de ella?

—¿Tú te cansabas de escucharla de los labios de tu madre?

—No, pero no era la historia. Me gustaba escuchar a mi madre.

Yo nunca tuve madre, ¿Podrías serlo tú? Qué tontería, claro que no. Me gusta escuchar tu voz, sentir que no estoy aquí sola, en la oscuridad. Tú también necesitas esa historia, cuarenta y ocho. Tu fuerza está en el amor que una vez vertieron en ti. Yo tengo que conformarme con las migajas que les robo a otros. Por supuesto, su línea de pensamientos fue traducida de forma más simple.

—Por favor.

Silencio, casi se podía escuchar como toda su fortaleza se iba agrietando por la presión, como un lago helado por el que caminase la figura descomunal de la desesperación.

—Está bien —tintineos de cadenas, ella estaba tan incómoda como ella —. En el reino de las hadas el sol sale dos veces en el día, las aguas son cristalinas, tan puras que puedes ver tu rostro como si de un espejo se tratase. Sus torres son de piedra blanca, sus puentes, de alabastro. No conocen la palabra guerra. Música y arte son sus únicos dioses. Cada solsticio, las pequeñas hadas bailan en honor a su reina, que las cuida y las proteger como una madre. Ella es su benefactora, la guardiana de todas las hadas. El escudo que no cae, el escudo que siempre se alza...

Su voz se quebró. El sonido grave de una puerta al abrirse, pasos. Las ruedas del carro en el que cargaban con los elementos de tortura.

—¿Cómo se llamaba la reina, cuarenta y ocho? Nunca consigo acordarme. ¿Cómo se llamaba?

Cuarenta y ocho estaba llorando. Le hubiera gustado abrazarla.

—No podré soportarlo. No otra vez. El dolor, sus cuchillos, sus manos. El fuego. Sus ojos. Sus ojos malvados, mirándome, destruyéndome. No podré soportarlo una vez más.

No tenía fuerzas para llorar, solo para sollozar. No le dijo el nombre.

La puerta de la celda se abrió. Intentó fijarse en las figuras. El torturador era siempre el mismo, un bastardo al que llamaban speck. Sus ayudantes no. El más alto y espigado era más técnico, más detallista y preciso en su trabajo, tenía conocimientos de medicina. El rollizo era el peor, era quien menos dolor infringía. A él solo le gustaba una sola cosa. Jadeaba como un cerdo cuando las humillaba. Era insaciable. El tercero era más corpulento, apenas hablaba. Fue él quien entró en la sala. Será fuego, entonces.

En el carro había un brasero prendido, diferentes tipos de hierros y cuchillos hundidos en el carbón ardiente. Cuarenta y ocho empezó a llorar. El torturador graznó una risa, almas opuestas atrapadas en la misma moneda lanzada al aire.

Calentaron un hierro con forma de espiral. No intentaron asustarla como otras veces. Ella no tenía miedo. El dolor era su hogar. Aplicaron el calor sobre su espalda, hicieron rodar sobre su carne la herramienta levantando jirones de piel ya quemada, abriendo viejas heridas. Ni un solo grito salió de sus labios. La habían enseñado bien. El silencio era la única arma que tenía contra el torturador.

—¿Hoy tampoco vas a gritar, cuarenta y siete? ¿Cuándo vas a deleitarnos con tu voz? —su sonrisa era diabólica, su voz igual que un cubo lleno  de orines y sandijuelas —. Está bien, pasaremos a tu amiga. Ella siempre es más…efusiva.

La escuchó llorar, suplicar. No era la primera vez. Pero era diferente ¿No? Porque sería la última.

—¿No tienes nada más para mí, cerdo?

El torturador se detuvo, sorprendido. Era la primera vez que había hablado desde que se habían conocido. Hizo regresar el carro a su lado.

—Hablas, pues.

—Claro que hablo. Soy la guardiana de los secretos que buscas. ¿Crees que tienes la llave correcta para abrir esta puerta? Eres un hombrecillo triste y patético, un mediocre incapaz de romper la voluntad de una mujer. Estoy desnuda y encadenada, pero no puedes entrar en mi mente.

—¡Como te atreves! ¡Soy el maestro inquisidor de…!

—De la mierda.

Él debió ver en su mirada una llama más intensa que cualquier hierro candente. No solo no estaba doblegada, sino que estaba muy lejos de estarlo.

—Hoy trabajaremos solo contigo.

No recordaba bien los detalles. O quizás los recordaba todos muy bien pero no quería revivirlos. Se habían enseñado con ella, con cada ápice de ella. Pedazo a pedazo. No había parte de su cuerpo que no estuviera aullando de dolor o llorando. El taimado ayudante no solo era un amante del fuego, se había revelado como un sádico. También amante de la carne. Los había agotado a los dos. Una victoria. Los hombres, derrotados, habían abandonado la celda, olvidado el carro de sus herramientas atrás.

No sabía que parte de ella era la que estaba goteando, pero escuchaba el correr de su sangre al derramarse sobre el piso. Volvieron a quedarse sola.

—¿Cómo…?

Habló, se asustó de su propia voz. Sonaba rota, destrozada. Esta vez la habían hecho daño de verdad. Tuvo que tomar aire para volver a formar las palabras.

—Cuarenta y ocho. ¿Cómo se llamaba? La reina de las hadas. ¿Cuál era su nombre?

Silencio. Esperó en vano. Una parte de ella quería creer que se había dormido, como otras tantas veces. Entonces había escuchado su respiración y eso había sido suficiente para mantenerla cuerda. No escuchaba nada. Había muerto. Por las torturas, de hambre, de sed. De frío o de pena. De miedo. La celda le pareció el lugar más grande de todos en cuantos había estado, y el más vacío.

Quiso llorar. Pensaba que ya no podría hacerlo. Aún le quedaba alguna, por lo visto, que derramó por una amiga de la cual no sabía el nombre. No había podido salvarla. Se había quedado sola. Otra vez. Otra vez.

La oscuridad se cerró sobre ella. Las sombras quisieron tomarla, poseerla. Desesperación, abandono, miedo. Rendirse, es lo que quería. Dejar de luchar, sucumbir, aceptar la derrota que se negaba a ver. Recordó en ese preciso momento, al filo del abismo, el nombre de la reina de las hadas. Arcadia, que en la lengua antigua significaba escudo. Arcadia.

Era un bonito nombre.

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Notas de juego

Te lo pongo en privado ya que desconozco si debería ir en abierto o no.

Edit: Pues nada, abierto para el público.

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17/05/2022, 03:04
Vasanth

Encojo los ojos al abandonar la semioscuridad del soportal, sumergiéndome en la resplandeciente y dura luz de la ya avanzada mañana. Los altos edificios de piedra de Ranguri parecen blancos al incidir sobre ellos el brillo del sol, que gobierna un cielo prácticamente desprovisto de nubes, deslumbrándome. Todo parece envuelto en un halo ondulante que hace que el aire adquiera una tonalidad de un dorado deslucido, polvoriento. Tengo que hacer un esfuerzo para reprimir el impulso de protegerme la vista con una de mis manos. Tal gesto habría sido una muestra de debilidad. Cientos de dioses me observan, juzgándome desde sus nichos de piedra, como si sus ojos inertes pudiesen ver lo que esconde mi corazón.

Blanco, esmeralda, azul y siena. Barro, estiércol, sudor, polvo, especias y frutas. Las voces de los humanos, como un tumulto distractor. Campanadas. Colores, olores, sonidos. Me siento momentáneamente aturdido frente a la gran cantidad de estímulos a los que me veo expuesto repentinamente. A cada paso que doy, mis pies se hunden ligeramente en el suave limo que cubre la plaza, que está sumida en una bulliciosa actividad. Y sin embargo, lo único de lo que soy consciente es de las miradas. Ya hace algún tiempo que alcancé la edad suficiente como para empezar a visitar la ciudad mostrando mi verdadera apariencia, sin engañar los sentidos de los mortales, aunque acompañado por mi hermana mayor, Parvati, y por algunos criados y guardias; y sin embargo, todos los ojos clavados sobre nosotros, todos los silencios repentinos, las sonrisas que desaparecen, me dicen que aún no se han acostumbrado a nuestra distinguida presencia. Puede que nunca lo hagan. Puede que sea lo mejor, tal vez.

Cierro los ojos e inspiro profundamente el aire cálido y sofocante, dejando que los sonidos propios del mercado me inunden. Tantos matices distintos y vibrantes, unidos en perfecta conjunción para dar forma a la vívida experiencia de la vitalidad humana. Las voces de los hombres, oscuras y densas, mientras chapotean en los pocos charcos que quedan de una llovizna reciente. El golpeteo de las pezuñas de las reses, profundo como un timbal, aunque sutil, mientras sus dueños se saludan con interjecciones impostadas.

De repente, mi atención se distrae al captar unas notas robadas al viento, acordes puntuales entonados por cuerdas que pertenecen a un instrumento tocado por unas manos desconocidas, una perfecta sincronía de sonidos y silencios, que fluctúan con la cadencia eterna del mismo tiempo. Y el tiempo me llama y me arrastra, llevándome a otro momento, a otro lugar, y yo lo sigo al umbrío jardín de mis recuerdos.

Ya no estoy en la plaza. Mis pasos me han alejado de Parvati, de la multitud, de la luz. La apartada callejuela está sumida en una acogedora penumbra, transitada únicamente por algunos viandantes ocasionales que, inexplicablemente, parecen ignorar el son que ha embriagado mis sentidos. ¿Acaso son sordos? ¿O la música suena solo para mí? O quizá la melodía sea algo ordinario para ellos, algo vulgar. El chara, un humano de larga barba, cabellos cenicientos y piel oscura y arrugada como la corteza de un árbol, parece ajeno a mí. Ni siquiera mi aspecto verdadero lo ha perturbado, y continúa haciendo sonar hermosos acordes con su sitar, nota sobre nota que, poco a poco, van creando algo que es más que sonido. ¿Cómo es posible? Es extraño. Ver tocar al humano me desconcierta y me asombra como nada que haya presenciado jamás. Parece en perfecta calma, en un estado de serenidad elevada que me veo incapaz de describir, pero que me hace sentirme como si una pared me hubiese golpeado sin avisarme. Algo enorme y a lo que no puedo poner nombre estalla dentro de mí, y abro la boca en busca de aire. La música me hiere profundamente, me hace envidiar al humilde humano por no ser como él, por no tener lo que él tiene, por no formar parte de… ¿De qué? ¿Qué es esto? Es algo tan doloroso y tan bello al mismo tiempo, que solo sé que necesito más. Se ha despertado en mí un hambre que no sabía que tenía. Mi mente pugna por comprender. ¿Qué estoy viendo, qué estoy sintiendo? De repente, tengo miedo. Algo importante se está escurriendo entre mis dedos, algo fundamental, y sé que está estrechamente relacionado conmigo, con la esencia de lo que soy. No quiero perderlo.

¿Qué estás haciendo, hermano? La voz de Parvati me sobresalta, haciéndome volver a la realidad. Me giro hacia ella. Mi hermana me está mirando con esos ojos suyos que no dejan ver lo que está pensando. Intento contestar, pero nada sale de mi boca. Estoy tan sacudido por dentro que soy incapaz de hablar. Parvati se inclina para que su rostro quede a la misma altura que la mía, apoyando su mano en mi hombro—. ¿Qué estás haciendo? —repite, pero su mirada me está haciendo otra pregunta diferente. Me estremezco involuntariamente.

No… No lo sé —balbuceo. Desvío la vista unos instantes hacia el músico callejero, confundido, como si verlo pudiese inspirarme una respuesta que no podría encontrar ni por todo el oro del mundo—. Nunca había sentido… Es algo que no puedo…

Entiendo —murmura Parvati con una sonrisa. Su mano se desliza lentamente hasta mi cara. Me acaricia cariñosamente. No obstante, sus ojos, como dos fuegos verdes, no muestran ese mismo afecto. De pronto, su gélida voz traspasa mi cuerpo, haciéndome estremecer por segunda vez —: Ise apane chhaatee se phaad do*.

Abro la boca para protestar, pero no puedo. Sin embargo, esta vez no es la conmoción. Es mi hermana quien lo está haciendo. No puedo moverme en absoluto, por más que quiera. Intento cerrar los ojos, pero mis párpados se niegan a obedecer. Trato de correr, pero mis pies están clavados en la tierra. Y entonces, dolor. Parvati me está arañando la cara, lentamente, trazando un recorrido insoportable por mi mejilla, mi mandíbula y mi cuello hasta detenerse en mi pecho. Allí hunde sus garras, tan profundamente que es como si me estuviesen apuñalando. Quiero gritar, preguntar por qué, qué he hecho, suplicar perdón; pero mi garganta no emite sonido alguno. Solo las lágrimas que corren por mi rostro son prueba de mi tormento.

Alégrate, Vasanth —ronronea mi hermana, con algo demasiado parecido a la satisfacción—. Si fuese padre, o madre, sería mucho peor.

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Notas de juego

Ise apane chhaatee se phaad do: «Arráncalo de tu pecho».

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17/05/2022, 13:09
Karan

Advertencia de contenido: El siguiente texto incluye referencias a abuso y maltrato infantil, y descripciones explícitas y detalladas de una agresión física a un menor. Por lo tanto, puede resultar ofensivo o molesto a algunas personas.

El niño mira la pared.

En la soledad de su cuarto se siente a salvo. Es una habitación normal, algunos dirían que pequeña, pero allí nadie lo molesta, y tiene todo lo necesario, con su ventana diminuta por la que muy de cuando en cuando se cuela algún rayo de sol; un camastro irregular de sábanas grises y húmedas; un arcón de madera a sus pies en el que sus modestas pertenencias solo ocupan una minúscula parte.

El niño mira a la pared.

Es en efecto una habitación pequeña, pero para el niño no hay nada más grande, todo un universo contenido en apenas ochenta pies cuadrados. En ella, él es amo y señor de todo cuanto sucede. De todo cuanto es. En su mente, imagina historias de magia y aventura de las que él es el protagonista, en las que tiene el poder de un dios, y es respetado. Amado.

Sí, el niño mira a la maldita pared. Es mejor que mirar por la ventana a un mundo al que no pertenece, un mundo precioso lleno de niños preciosos que lo contemplan con un desdén precioso. Y es mucho, muchísimo mejor que mirarse a un espejo, aunque por suerte en su cuarto no hay ninguno. Las líneas y vetas de la pared de madera no devuelven el odioso reflejo de ese niño feo y gris, flacucho y harapiento que supuso una maldición para sus padres y que merece toda clase de castigos. Ese niño malo. Y que no es lo bastante fuerte como para hacer nada al respecto.

El día ya está avanzado. Una observación aparentemente sencilla, pero con implicaciones terribles. La noche anterior, su madre le ordenó que hoy se levantara temprano para ayudar a su padre a descargar el pescado para la venta. Sucio, maloliente pescado. Oh, odia el pescado, ¡cómo lo odia! Con sus ojos acuosos y lastimeros, y sus bocas abiertas en una infeliz mueca hambrienta de aire, incapaces de hacer otra cosa por sus vidas que ser pescados y morir. Así que no se acordó. Se había quedado dormido. Solo que eso no es cierto, ¿a que no? Ha estado despierto toda la noche, con los ojos muy abiertos, y desde el mismo momento en que el alba empezó a despuntar, sintió la obligación y el miedo y el odio herirlo como una puñalada en las tripas. Pero en vez de levantarse, se cubrió con las sábanas, con la esperanza de desaparecer. De que todos lo olvidaran. Y soñó despierto, soñó que era un caballero, o un príncipe, o un dios. No podía gobernar el mundo, pero podía gobernar el pequeño espacio que había entre sus sábanas. Eso no se lo quitaría nadie. Nadie.

Ahora está sentado en un rincón, mirando a la pared. Ha oído la puerta de casa; su padre acaba de llegar. El silencio es espeso como la brea. Se pregunta por enésima vez en su corta vida cómo es posible que el silencio sea capaz de esconder tantas cosas, y siente que se asfixia, como uno de esos débiles y asquerosos peces en la red.

La puerta se abre de par en par. Tiene miedo, está temblando, pero sabe lo que tiene que hacer. No levantes la vista, se dice a sí mismo, mirando aquellos pies embutidos en zapatos de cuero engrasado que tan bien conoce. No escuches sus palabras, pero asiente a todo lo que diga. Y sobre todo no, no, no abras la boca. Todo pasará, tarde o temprano. Siempre pasa.

Alcohol.

El olor llena las aterradas fosas nasales del niño, que ha aprendido a identificar ese olor dulzón y pungente en todas sus variedades, y a saber que nunca presagia nada bueno.

Lo próximo que siente es un manotazo. Luego un empujón. Gritos. Corre o rueda o se arrastra, intentando ganar espacio, y gimotea en un vano intento por placar a la bestia. Quizá no sea merecedor de amor, pero puede dar lástima. Una lástima que no llega.

Abre de par en par unos ojos que no sabe que ha tenido cerrados cuando siente un puño estrellarse en su cara con un crujido. Comprueba que, de alguna manera, la pelea ha llegado hasta el salón, y el siguiente golpe lo manda dando tumbos hasta la cocina. Luego, todo lo que existe son las manos grandes, callosas, brutales en su cuello. Mira a su alrededor sin comprender, su padre encima de él, en sus ojos una fiera determinación. Busca a su madre, ¡mamá!, ¡mamá!, con la mirada, pero está ahí parada, con una tensión cruel en la mandíbula. A la espera. Y de pronto quiere morir, quiere que todo acabe, quiere que el mundo vuelva a estar bien, como estaba antes de haber nacido.

Se asfixia.

Pescado.

El cuchillo se hunde en la garganta una, dos, tres veces. Chac, chac, chac. ¿Cómo ha llegado a su mano? Un sonido nauseabundamente liberador. Chac, chac, chac. ¿Qué está pasando? Todo el odio y el miedo y el odio y la desesperación y el odio. ¿Qué ha pasado? El padre está muerto, aún tiene una mano en el cuello para tratar de contener la sangre. No ha servido de nada. Huele a sangre. Al niño se le ocurre que el olor a sangre y a pescado se parecen. La madre grita. No para de gritar, le zumban los oídos. Cállate, ¡cállate! Así que también está muerta. El niño levanta la vista, espantado, y más espantado aún por no estarlo lo suficiente. Levanta la vista, y alcanza a ver un atisbo de su reflejo en el cristal de la ventana. Pero no es él quien le devuelve la mirada, sino el padre.

¿Qué?

La madre pronuncia con dificultad un nombre en su último estertor.

—Karan…

El niño soy yo. El niño soy yo. 

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Notas de juego

P.D.: ¿Cambio ya el avatar y el nombre del PJ de nuevo a Karan?

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17/05/2022, 18:54
Darion

Como Micaelian, advierto yo también del contenido. Por si acaso.

¿Sabes por qué mis ojos tienen el color de la fragua?

Nací en la oscuridad. Mi mamá no me dio a luz, me dio a oscuridad. En las profundidades de las grutas mineras de Arroyo Vinlawos, así nacemos los niños, entre húmedas y frías paredes oscuras, brotando de úteros oscuros y siendo recogidos por manos oscuras y besados por labios oscuros. Dice la leyenda que hace cien generaciones, nuestros antepasados tenían la piel blanca como el resto de humanos, pero que el polvo del carbón llegó a introducirse tan profundamente en los cuerpos de las mujeres esclavas que tiñó sus úteros de negro y, entonces, todos los niños nacemos negros desde entonces. Puede ser; al fin y al cabo, si no creemos en las historias, ¿qué nos queda para creer?

Las suaves palabras de mi mamá acurrucaron mis primeras noches (¿y qué no es noche en estas cavernas en las cuales la única luz proviene de nuestros ojos y de las tenues antorchas que nos rodean?); pero la piedra negra y el pico con el que la horado se convirtieron pronto en mi única meta en la vida. Mi papá me enseñó a leer, un rastro apenas visible de humanidad, con un viejo libro de salmos que quizá alguien extravió aquí. ¿Es eso humanidad? ¿Qué es humanidad aquí abajo, en la oscuridad de los látigos que castigan nuestras espaldas y las palizas diarias, del hambre, de las cadenas que hacen sangrar nuestros tobillos y nuestras muñecas?

—¡Mamá! —grito esa noche maldita—. ¡Papá!

¿Así que esto es el exterior? Emunk el Cíclope, Emunk, un humano con un solo ojo, nos ha arrancado a papá, a mamá y a mí de las oscuridades de la gruta para mostrarnos, por primera vez para mí, las oscuridades del cielo abierto. Pero no hay estrellas, sólo unas profundas nubes negras, aunque no será hasta años después que sabré qué son estrellas y qué son nubes. Esto es la noche verdadera, no la de las cavernas. Pero Emunk no es nuestro amigo, Emunk siempre ha castigado nuestras espaldas, Emunk está aquí para disfrutar.

—Emunk te va a mostrar algo, niño —me dice el Cíclope—. Emunk se va a divertir.

¿Cuánto tiempo ha pasado? Los golpes caen sobre el rostro y el cuerpo de papá y mamá uno detrás de otro, sin descanso, con el mismo furor y la misma saña con que aquellas bestias emiten sus risas al aire.

—¡Emunk se divierte, hijo de una puta negra! ¡Emunk se divierte! ¡Yiiiiijaaaaaa!

¿Qué es este escozor en los ojos? ¿Son mis lágrimas también negras, pues me nublan la vista y me impiden ver todo lo que ocurre? Emunk sigue descargando sus golpes y los cuerpos de papá y mamá caen al suelo. Entre mis lágrimas llego a ver a papá, cuyos deformados labios por los golpes pronuncian aún un salmo, su último salmo:

—Él es mi roca, mi amparo, mi liberador, es mi dios, el peñasco en que me refugio. Es mi escudo, el poder que me salva, mi más alto escondite. Lo invoco a él y quedo a salvo de mis enemigos.

Y, tras la palabra «enemigos», su cabeza es aplastada por una piedra pesada.

—¡¡Emunk se divierte, hijo de puuuuutaaa!!

¿Qué es este escozor en los ojos?

—¡No mires, Darion, no mires! —grita mamá—. ¡No mir…!

—¡¡Calla, furcia!!

Su cabeza rueda, segada por una espada filosa, hasta quedar a sólo unos centímetros de mí. Ella me mira. En sus ojos no hay odio, no hay rabia, no hay dolor. En sus ojos hay amor. En sus ojos brilla el color de la fragua. Mamá.

¿Sabes por qué mis ojos tienen el color de la fragua?

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17/05/2022, 23:38
Kyuss von Trier "FreshMeatCandy"

El beso del aire del este acariciaba el inmenso campo de trigo, dorado, acogedor, suave y mágico.

Las espigas maduras susurraban sus deseos, y chismorreaban quedas ante los dos infantes; a la orilla del refulgente gualdo mar, sobre una vieja estera, habían preparado su pausa.

Higos, miel, tomillo, un puñado de avellanas. Dulce de chocolate amargo. Pan de nueces, queso y sangría. Toda la atención de ella para el flaco. Que comiese, que nutriese su carcasa, pálida y párvula.

El chico no tenía más hambre que el del tiempo con ella. Con los anillos de su pelo, el regocijo de sus ojos morenos, ese aroma a frutas; su piel de alabastro...

- Espera... ¿no irás a irte ahora, verdad?. Prometiste quedarte... prometiste... quedarte...

>>... conmigo

La niñita sonreía, y asentía; el temor de él así marchaba, suspendido en la brisa suave, promiscuo entre incontables partículas que les rodeaban; que hasta el polvo del suelo bailaba su regocijo, engalanado en pequeña tolvanera, como un espíritu alegre sobre la sombra alargada de ambos, que ante el sol delator, casi al ocaso, anaranjado en el estío en retirada, se juntaba en una sola.

- ¿Y me despertarás si me quedo dormido?. ¿Aguantarás despierta?

- Claro que sí, bobo. Te lo he prometido. Pero a cambio...

>> ¡Me quedaré tu sombrero! - la niña quitó su chambergo al pálido, y salió corriendo contenta; la mastina, siempre cercana y atenta, acompañó a la niñita en su danza alborozada.

Kyuss infante la miraba, como quien ve la esperanza.

Quizá ella pudiera impedir que volviera. Quizá podría olvidarla.

Esa adusta figura que en sueños le visitaba.
El hombre del cuento.

 

 

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18/05/2022, 01:43
Klamore

-¿Estas dormida?-

Klamore movió la cabeza en negación, mirando el cielo despejado y descubierto sobre sus cabezas. Vin a su lado se giró hacia ella sobre la madera desvenjecida, una sencilla capa cubriendoles del frío nocturno. Vin repitió la pregunta, con una risita. -¿Estabas dormida hasta que hablé?- La avecilla imitó aquella risita infantil, e hizo un gesto vago. Ni sí, ni no. Nunca estaba segura.

-Ah, tenías uno de esos "sueños", ¿no?- Esta vez, la kenku asintió, y Vin repitió el gesto con ella. -¿Que viste?-

Hubo un silencio momentáneo, antes que Klamore señalara sobre sus cabezas. -...estrellas...-

-Estrellas.- Repitió Vin. Era aquella una simbiosis curiosa, donde Klamore imitaba a Vin porque era su naturaleza, y Vin imitaba a Klamore porque eso hacen los niños. Así se divierten, y aprenden. -¿Que hacían las estrellas?- La kenku negó primero, levantando uno de sus dedos emplumados. -Una estrella. ¿Que hacía una estrella?-

La mano emplumada cruzó frente a sus ojos y empezó a caer hacia la madera. -¡Ah, una estrella fugaz! Quizás es que tienes que pedir un deseo cuando sueñas. ¿No lo has intentado?- Klamore fue quien se giró hacia Vin, mirándole, luego negó. -¿Nunca has deseado algo? ¿Con todo tu corazón?- Un nuevo gesto en los hombros de la figura de plumas. No se. Desear cosas no había sido algo que supiera hacer. No sabía que deseaba ser libre hasta que lo fue. No sabía que deseaba no estar sola hasta que Vin apareció. No era la vida perfecta, correr por las callejuelas, robar comida, y buscar desvencijadas casas en las Afueras donde pasar la noche. Pero no deseaba nada mejor. Klamore era feliz con lo que tenía.

-¿Y ellos? ¿Estaban también?- Vin buscó entre sus pertenencias el dibujo que había hecho la primera vez que Klamore le logró explicar aquel sueño. Los dibujos eran simples: una figura alta y delgada acompañada de una mucho más baja y rechoncha. Un hombre que era una mancha oscura y ojos encendidos. Un gato muy grande. Un sombrero con nariz y extraña mueca en labios. Una silueta sin rostro. Y en medio de todo, un ciervo astado... Klamore asintió de nuevo. -¿Y el anciano pequeñito?- Otro asentimiento.

-Que raro, ¿no crees? ¿Nunca los has visto?- Encogimiento de hombros. Subió la mirada hacia el cielo, y Vin hizo lo mismo. -Una vez vi una estrella fugaz. Le dije que quería una amiga. Entonces te encontré. Eres mi mejor amiga, Klamore.- Vin bostezó, y se abrazó a la avecilla que seguía mirando al cielo.

-...mejor amiga... Vin...-

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19/05/2022, 11:41
Mîn Rompebuches

Mîn se hallaba en una taberna, no muy distinta a la que había pisado esa misma noche. Maloliente, llena de gente de todas las calañas y con un claro alboroto que provocaba que fuese necesario hablarse a gritos con la persona que tenías al lado si querías que esta llegase a escucharte.

Pero Mîn era distinto. Más delgado, con una barba más corta, hacía no mucho que simplemente había sido pelusilla, y con el cabello negro cortado en forma de tazón. En su cinto portaba el hacha y el martillo, aunque tan solo iba cubierto por una armadura de cuero muy ligera. Moloch a menudo decía que era tan blanda como el propio Mîn. Aunque esa noche, al enano no le importaban ni sus armas ni su armadura. En su puño derecho, cerrado, cargaba con una pequeña bolsa de monedas de oro. "Tu parte, Mîn. Entiendo que haya sido difícil esta vez, pero el mundo a veces lo es" le había dicho Artie el Guapo, lanzándole aquella pequeña bolsa con su parte del pago. El trabajo había sido difícil, no por el esfuerzo, sino por lo que Mîn se había visto obligado a ver y pemitir. Podía consentir muchas cosas, pero él no mataba ni abusaba de inocentes. El contrato nunca había indicado que habría viajeros dentro de ese carruaje. ¿Sus compañeros lo sabían? ¿O simplemente no les había importado? El bardo incluso le había lanzado aquellas monedas con una sonrisa en los labios. Una sensación de incomodidad recorría todo su cuerpo. Había sido el último trabajo. Ya lo había decidido.

Los localizó en una mesa apartada. Artie el Guapo tocaba el laúd mientras mantenía a una muchacha apoyada en su regazo. A su lado, Moloch devoraba un plato de hígado poco hecho, aunque al menos el colosal semiorco utilizaba cubiertos. Mîn lanzó aquella bolsa de monedas sobre la mesa, cayendo a poca distancia del plato del bárbaro y la jarra del bardo.

—Lo dejo —anunció, sin más.

Levantaron la mirada hacia él. Artie primero había mantenido su sonrisa ladina, ese gesto tan estúpido que Mîn siempre había adorado pero que desde que regresasen a Luskan le había resultado enfermizo y grotesco. Después, la expresión del bardo cambió, mirando al joven enano con gesto sombrío. A su lado, Moloch fulminaba a Mîn con la mirada. Desde el momento en que la bolsa de moneda había resonado contra la mesa, el semiorco había sabido lo que ello significaba.

—¿Todavía sigues con eso? —le preguntó Artie, mientras hacía un gesto a la joven que le acompañaba para que se retirase, despachándola de forma un tanto brusca. La voz del bardo era suave y delicada cuando cantaba, pero ahora era mucho más dura y cortante—. Vamos, Mîn. Esas personas iban a morir. Se sentenciaron a sí mismos desde que subieron a ese carruaje. Si no hubiéramos sido nosotros, habrían sido otros.

—El contrato era por los cofres. No necesitábamos hacer eso a las mujeres... —alcanzó a decir, con voz temblorsa, mirando al bardo—. Ni a los niños... —evitó mirar a Moloch, aunque fue incapaz de no fijarse en su collar repleto de pequeños dientes.

—Vamos, Mîn. El mundo es cruel. ¿En qué diferencia esto a esa tribu de trasgos de hace un año? ¿O a esos ogros del mes pasado? Nos pagan por hacer lo que otros no tienen arrojo de hacer, y somos muy buenos en ello —dijo el bardo, mientras tomaba su jarra y le daba un trago, sonriendo—. ¿Estás seguro de que quieres echarte para atrás? Aún recuerdo la noche tras la primera misión. Me diste las gracias por darte esta oportunidad. Mîn, tú disfrutas de esto.

El enano sabía que no podría hacer nada contra la palabrería del bardo humano. Era un gran orador y, si seguía escuchándolo, hablándole de los buenos tiempos, terminaría por convencerle de nuevo de que permaneciera junto a ellos. Hasta que la culpa y los remordimientos volvieran a acecharse.

—Ya lo he decidido —reveló el joven Mîn, cabizabajo.

—El enano no tiene agallas —habló por primera vez Moloch, con una voz muy grave y acerada, mientras jugueteaba con el tenedor que tenía en su mano—. Te lo dije, Art.

Los ojos del bardo miraron a Mîn con ira. El enano ni siquiera era capaz de mantenerle la mirada, con los ojos posados en la madera de la mesa. Mîn sintió miedo. Sabía que sus dos compañeros de grupo eran lo suficientemente brutales como para saltar sobre él y matarle allí mismo, delante de numerosos testigos, aunque ello supusiera una posterior frenética huida de la ciudad. Sabiendo que Artie sabía escrutándole, Mîn hizo acopio del poco valor que le quedaba y, dándose la vuelta, le dio la espalda a sus compañeros y se dispuso a abandonar la taberna.

—¡Si sales por esa puerta, ya no habrá marcha atrás, Mîn! —le gritó Artie, lo suficientemente alto como para el enano pudiera oírlo entre el gentío. Moloch se disponía a incorporarse, pero el bardo le hizo un gesto para que permaneciera sentado—. ¡Eres un cobarde, Mîn! -vociferó, mientas el enano se alejaba—. ¡Siempre has huido de las responsabilidades! ¡Vamos! ¡Huye, cachorro! ¡Huye! ¿No es eso lo que llevas haciendo toda la vida?

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19/05/2022, 20:05
Amo del Calabozo

Atención, este mensaje contiene referencias oníricas y, por ende, esencialmente crípticas.

El Amo del Calabozo no se responsabiliza de las pérdidas de cordura que puedas sufrir.

Léase con atención.

 

Lo primero que divisas es una majestuosa torre en el horizonte.

La torre se suspende en el éter como solo pueden hacerlo las torres que pueblan los sueños. Ninguna traza de magia rodea la construcción, pero de algún modo percibes, sientes, una vaga energía arcana flotando, crepitando en el aire.

Escuchas el murmullo de un oleaje en algún lugar, pero si hay un mar en algún lugar de este escenario se escapa a tu mirada, perdida en la parte alta de la torre, donde un brillante pico parece capaz de eviscerar las nubes de tormenta que se dibujan en el cielo.

Esta torre, te dices, es capaz de desafiar al firmamento.

Observas al hombre que otea el horizonte desde la ventana, iluminado por la trémula llama que baila en el pabilo de una vela moribunda. Lo hace con pesar, como si las estrellas encerrasen para él un enigmático y siniestro mensaje que solo él puede descifrar.

Sus rasgos delatan a un hombre que nació viejo.

Su voz transporta la melancolía de una vidriera astillada.

—Se acerca el momento… —dice, y sus ojos marchitos escudriñan con celo las estrellas para luego acompañar a los tuyos hacia el pesado libro que reposa en un atril, abierto por su última página.

—¿Es posible otro futuro? —susurra presa de una impostergable melancolía.

* * *

Ahora visualizas a este mismo anciano manteniendo una conversación entre susurros con uno de sus Guardianes en la privacidad de su estudio.

Afuera es de noche. ¿Es esto relevante?

—Escúchame bien, Toru —El viejo habla a un hombre arrodillado ataviado con una túnica verde jade, una espada curva pendiendo de su cinto.

—La estrella caerá en algún lugar alrededor el Paso del Therno, a varias millas del bosque de Cwn Fangârd. Debes traerla aquí.

>> Los secretos del Libro de las Profecías dependen de ella. Has de partir esta noche, ahora mismo. Lleva contigo a tus hombres más fieles, pues en verdad puedo asegurarte que ante nosotros se cierne la noche más oscura.

Cuando el monje encapuchado alza la mirada, sus ojos rasgados no dejan resquicio a la duda.

—Así lo haré, Profeta. No os fallaré —afirma con la ingenuidad del que desconoce su destino.

—Hay algo más… —desvela el anciano, la desesperación asomando en su voz. No está acostumbrado a hablar de lo que ignora.

—Hablad. Estoy a vuestro servicio.

Las lágrimas afloran en los cansados ojos del viejo, lágrimas saladas que desafían un sagrado voto de silencio.

—¿Maestro? ¿Qué os ocurre?

El Profeta se cubre el rostro, presa de la vergüenza y la impotencia. En un instante de debilidad, quizás sea la piedad ante la tragedia, quiebra por primera vez su secreto juramento.

—Solo puedo salvar a uno, Toru… Solo a uno

* * *

Las sombras apuñalan a sus huéspedes deseosas de liberarse del yugo de la carne. Rasgan y acuchillan sin piedad, una y otra vez, presas de un demencial frenesí. Riegan las paredes y el brillante encerado de mármol con lágrimas y esputos de sangre.

Una niña de cabellos dorados yace oculta hecha un ovillo bajo una litera. Se cubre la boca para ahogar su respiración con la vana esperanza de que el coro de gritos y lamentos abotargue los oídos de los asesinos, manteniéndola así indetectable. La sangre de la pequeña Martha gotea a través del colchón, bañando sus mejillas, tiñéndolas de un cálido tono carmesí. Un insoportable hedor a herrumbre lastra el aire que respira.

Llora horrorizada, pero no grita. No puede. Solo… tiembla.

Todos sus amigos mueren en cuestión de escasos segundos. A la carnicería sucede el funesto silencio de la muerte, el preludio del tránsito que las almas inician a la Rueda. Los gritos… Los alaridos, han cesado para siempre. El crimen se ha consumado. Solo persisten esas estridentes risitas.

De repente, pasos.

Sabe que se trata del hombre del cuento, el que siempre se frota sus manos pringadas de sangre. El que atrapa a niños. El que esclaviza sus sombras. El que hace máscaras con sus huesos. Padre Shalfey siempre habla de él. Le teme. La mano derecha del Soberano.

El Hombre Cetrino.

¿Cómo ha escapado?

—Muerte al Usurpador y a su infecta prole… Larga vida al Príncipe —musita su risueña y sádica voz mientras recuenta su botín.

—Uh-Uh-Uh… Falta una… ¿Dónde estás, pequeña liendre?

La niña cierra los ojos. Aguanta la respiración.

—Oh, no tengas miedo… Es un pequeño sacrificio para un tránsito a un mundo mejor. Además… No te dolerá. Te. Lo. Pro. Me. Toooo. Hmmm… ¿Cómo se llama, hijas mías? —inquiere, sin dirigirse a nadie en particular mientras sus dedos enguantados tamborilean su mejilla de alabastro.

Las sombras que le rodean, una por cada cadáver, pequeñas y raquíticas, afiladas y sonrientes, susurran a su oído.

—Bss-ss-Bss-ss-Bs-ss…

—¿Oh…?Así que… Tu nombre es… Ariadna —replica satisfecho.

La niña cree que los latidos de su corazón bastarán para delatarla. Sus dos manos no servirán para acallar su respiración aterrada.

—Sal, Ariadna. Tus amigos desean jugar contigo.

>> Sal… O me enfadaré mucho, mucho... ¿Quieres verme enfadado… Ariadna?

La niña rueda por el suelo presa del pánico y corre.

Corre.

Corre.

Lo hace hasta que le duele el pecho.

Hasta que le queman las piernas.

Nunca parece suficientemente lejos de esa risa.

Ahí estáááásssss… Uh, ju, ju…

* * *

Ahora puedes ves a través de los ojos de un hombre que sostiene en su diestra una peculiar espada de hoja curva, una cuchilla que adopta un brillante tono rojizo anaranjado en presencia de unos seres de pesadilla que empiezan a acecharle.

El fulgor de la hoja parece disuadir a estos lúgubres asaltantes de abalanzarse contra él, al menos por el momento.

—Atrás, malditos seáis… ¡Atrás! —advierte mientras retrocede, su rostro enmarcado por una pátina de sudor.

Con su brazo izquierdo soporta al hombro a una niña inconsciente.

Ante él aparece una figura enmascarada que empieza a resultarte aterradoramente familiar.

Interesante… Una Hoja del Estío. La cuestión es, hombrecillo, que solo tienes una espada y un brazo hábil. En cambio, yo… —Las sombras ríen como un coro de maníacos y desenvainan sus cuchillos al son que dicta el Hombre Cetrino.

—…Soy legión.

Notas de juego

Habéis recolectado los siguientes recuerdos flotantes en la Niebla Mental:

2, 4, 5, 6

El resto se pierden como lágrimas en la lluvia.

Arcadia, Darion y Vasanth despiertan en primer lugar.

Kyuss, y esto es de justicia, es el último en hacerlo.

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20/05/2022, 11:41
El Hombre Cetrino

Luego despiertas bañado en tu propio sudor, en algún lugar perdido de tu memoria, reviviendo ese recuerdo que te ha asaltado furtivo y simbólico a la vez. Es una parte esencial de ti, ubicada en algún lugar recóndito de tu misma alma. Algo que te define y sobre lo que te yergues.

La piedra basal sobre la que se sostiene la torre.

Sigues preso de tu recuerdo, pero algo ha cambiado…

El Hombre Cetrino ha penetrado en tu mente como un allanador nocturno, y donde vistes a un torturador y su obra inmortalizada en tu cuerpo ultrajado y sembrado de cicatrices, el enmascarado aparece ante ti para susurrarte al oído una confidencia cómplice.

Rota. Yo soy Speck. Yo soy Cuarenta y Ocho. No quiero tu sangre. Tampoco tus huesos. Ni siquiera quiero tu frígido sexo. Me quedaré con lo único que te importa. Lo haré añicos ante ti.

Donde vistes a una hermana apuñalarte el pecho con sus garras, él te susurra.

Indigno. Yo soy Parvati. Ruges con la fuerza del trueno espoleado por el miedo a ser descubierto como lo que eres: un vagabundo intrascendente, la deshonra de tu estirpe. No se cantarán canciones sobre ti. Perecerás en el olvido.

Donde viste al esclavista de un solo ojo aplastarle la cabeza a tu padre, él te susurra.

Esclavo. Yo soy Emunk, negro. Tu rabia te consumirá cuando comprendas que no puedes devolver la vida a aquellos que perdiste. No puedes proteger a los que te rodean. Tu muerte será tan brutal como tu vida. No esperes piedad.

Donde viste a tus viejos camaradas repudiarte, él te susurra.

Cobarde. Yo soy Artie. Yo soy Moloch. Te haces viejo. Te haces lento. No me verás venir. Soy la paranoia que alimentas en tu fuero interno. Tu final arrastrará a otros a la locura. Tus remordimientos serán tu perdición.

Donde te niegas a ver un último abrazo, él te susurra.

Incomprendida. Yo encontraré a Vin. Regaré la tierra con sus entrañas. Te dejaré encontrarla con un hálito de vida solo para que la oigas gritar mi nombre. Nadie comprenderá jamás tu dolor.

Donde ves un recuerdo de infancia, el último agradable que posees, él te susurra.

Triste. Pequeño payaso. Yo soy el Hombre del Saco. Dejaré tu sombrero en su lápida. Si es que recuerdas su nombre. Serás el último en caer. ¿Estaré mintiendo…? Eso te devanará los sesos.

Donde te viste a ti mismo en el espejo, él te susurra desde el otro lado.

—Víctima…  Asesino. Sé lo que hiciste… Yo seré tu Juez, tu jurado y tu verdugo. Y el veredicto…

>> Es culpable.

El Hombre Cetrino extiende su mano y dibuja dos trazos de sangre descendiendo de tus ojos. Dos lágrimas coaguladas.

—Jamás olvidarás el rostro de tu padre.

En un ejercicio de supervivencia, vuestra mente pugna desesperadamente por expulsarle. Y antes de que recuperéis la consciencia en esa callejuela de Baja Ciudad, el Hombre Cetrino alcanza a vaticinar:

—No volveréis a ver amanecer.

Despertáis. Y cuando lo hacéis, la luna se ha tornado rubí y el cielo parece desangrarse de una puñalada en el costado sobre vuestras cabezas. Empieza a lloviznar. Retumban truenos en la lejanía. Se avecina tormenta.

Una lóbrega oscuridad abraza las calles de Carfax y las aureolas de los dispensadores se han tornado de un enfermizo rojo sangre.

¿Qué está ocurriendo?

Notas de juego

Guiño, guiño, referencia, referencia.

Y os hablo a varios de vosotros, evidentemente.

Llegado a este punto, pregunto: ¿Estáis más perdidos que el barco del arroz? Dejadme en el off vuestras teorías. No voy a deciros nada, es solo para saber cómo vais siguiendo la historia. ^^

@Karan: Sobre las lágrimas de sangre reseca que te ha grabado el Hombre Cetrino... No puedes quitártelas. Al menos, no sabes cómo. Artillería para rolear, amigo.

Los que despertáis antes que Karan, le veis tal cual es. Los que lo hagáis después, le veréis, intuyo, bastante nervioso y con el aspecto que Mica decida.

Y por si acaso, hacedme una tirada de Percepción, DC 16. Karan, tú estás exento.

@El resto: Cómo interpretáis esta aterradora invasión onírica es cosa vuestra. Me da igual que roleéis como vuestro PJ se sobrepone, solo quiero que sepáis que el Hombre Cetrino ahora os conoce un poco mejor, lo que redundará en una relación más interesante con este peculiar antagonista.

Creo que no os han tocado malas pistas para jugar, aunque ha sido una pena que saliesen tantos recuerdos repetidos.

Os voy a dejar un turno para reponeros y comentar intensamente la jugada. Creo que va siendo hora de dejar claro que vuestro oponente os lleva ventaja. Si la cosa se pone interesante entre vosotros, igual os dejo dosVenditti y Edevane despiertan junto a Kyuss en último lugar. Postearé con ellos el lunes.

Noche profunda en Carfax. Esto empieza a ponerse interesante.

Hacedme unas tiradas de Historia y Religión, a ver si os echo un cable con alguna pista más.

La escena toca a su fin a mi regreso el lunes.

Va siendo hora de que los héroes (?) reclamen su lugar en la historia.

¿O acaso tenéis miedo?