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La noche más oscura [+18]

Partida - La noche más oscura

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01/05/2022, 13:17
Amo del Calabozo

El ojos rasgados te regala una reflexión por respuesta a tu honestidad.

—Las luces más brillantes proyectan a su alrededor las sombras más oscuras, Darion.

La frase parece oscurecer el cetrino rostro de la joven que ha prendado tu ser, que posa sus ojos tristes en aquel imperturbable hombre.

Aún no ha dicho ni una sola palabra.

El ojos rasgados desvía una mirada a la infante bañada en el aura de un arcano juramento, aislando toda mácula de ternura. No es su padre, salta a la vista. Tampoco una suerte de mentor. Sin embargo, de alguna forma sabes que daría la vida por ella. Sospechas que lo que ata a la niña a este hombre trasciende el Tiempo y el Espacio.

Mencionas a Galawain. En sus ojos asalta un destello, imposible de discernir sus pensamientos.

Al cabo, asiente despacio.

—Entonces encomendáis vuestro camino a vuestro propio instinto. Los hijos de Señor de la Cacería son impredecibles. Entonces juzgo bien si considero que no creéis en el Destino, verdad —de nuevo, los interrogantes eluden al desconocido, quizás por miedo. Su rostro ajeno a toda expresión, excepto un semblante impávido, inescrutable.

—Decid, Darion. Puede un Hombre eludir su Destino… —Otra pregunta velada por el marcado acento del ojos rasgados.

No alcanzas a contestar.

La conversación se tuerce en cuanto un murmullo a tu espalda, próximo a la mesa copada con apostantes a los dados de dragón, concluye con un estruendoso golpe tabernario.

Alguien parece tener deudas que saldar.

* * * * *

Cuando Kyuss, -atraído por váyase a saber nadie qué canto de sirena-, se alza de la mesa en la que está departiendo con el rakshasa llamado Vasanth y la curiosa kenku llamada Klamore, basta un sutil giro de sus talones para toparse frente a frente, punta de nariz con punta de nariz, contra esa oda viviente a la aromatización e higiene corporales.

Venditti.

Y es cierto. De él emana un intenso y agradable olor, sin duda un combinado de especias de las más exóticas -alguno diría tóxicas- tierras de Faerûn. Un sahumerio sin duda agresivo para la pituitaria poco entrenada.

Resuena un ronroneo. Y no emana del rakshasa. No aún.

—Albricias… Así que... ¡Es cierto! —clama, hundiendo un delicado pero acusador dedo de nácar en el pecho del lutier cual espolón de una rapaz. —¡No lo creí posible! ¡Sentí que mis sentidos me embaucaban! No puede ser, me dije. ¡No, no y tres veces NO! Y sin embargo a mi olfato acudía el inconfundible aroma de las polillas revoloteando por doquier. ¡La reveladora fragancia de ese entrañable mustio, proclive a la más tosca y asonante rima! ¿Acaso la chistera más ridícula de Carfax parece revolotear por las inmediaciones sin rendir pleitesía a su más digno rival? Oh, cruel revelación: ¡He aquí a mi miccionador de calumnias favorito! ¡Camuflado como una burda escolopendra entre el vulgo! ¡Renuente a reunirse con su alma gemela, su mitad más luminosa y talentosa, su inagotable fuente de inspiración! ¡Oh, yo te maldigo, ramero petulante y advenedizo! ¡Kyuss Von Trier! ¡Tan sombrío, tan tristón! ¡Deprimente narigón, de proporción tal que diríase que aun en la senectud está en proceso de expansión! ¿Acaso has visto un fantasma, Kyuss? ¿Por qué arrugas tu sensual ceño en una mueca de singular oprobio? ¿¡Cómo osas compartir techo con tu más insigne antagonista, tu más recalcitrante y elegante némesis, y ni siquiera te dignas a dirigirme la palabra!?

Venditti, un huracán de color en el cubil de las sombras, azota la mejilla de Von Trier con un pañuelo de seda que chasquea el aire con el restallar de un látigo de espinadas esquirlas para luego llevar prestas sus ágiles manos a la chistera de Von Trier, que hunde en su testa sin piedad. A continuación se abraza a él con inusual fuerza en lo que más bien parece una presa callejera, aprovechando sin duda la confusión imperante.

Nada escapa al poder del amor.

—Perdonad, queridos desconocidos, mas soy un rival celoso —se justifica rápidamente ante el rakshasa y la kenku con una sonrisa perlada. —No temáis por mi despliegue de efusión. En el fondo soy un amante muy inclusivo. No en vano mi nombre incluye amar

Perfumada reverencia a testa descubierta. Ríos trenzados de oro brotan de la testa de este fantástico ser, sus ojos como zafiros reluciendo velados tras un antifaz púrpura, acaso un detalle festivo, carnavalesco incluso. Un motivo con el que arrojar una pátina de misterio a su armónico y afilado rostro.

—Amathys Venditti. El placer es siempre mío.

El zalamero bardo libera a Von Trier de su agarrón, le devuelve el aliento y palpa su vestimenta con ávidas manos.

—Kyuss, querido... Estos trapitos tuyos que podríamos denominar generosamente harapos envían un terriiiiible mensaje de auxilio. Alguien debe socorrerte con urgencia, mi raquítico truhan. ¿Ayunas regularmente? Parece que te estás consagrando a la desesperanza y el hastío. Ruega por mi ayuda y serás recompensado —dice soltándole a Von Trier un cariñoso -y alevoso- pellizco en la mejilla.

Tristemente, Venditti no gozará de mucho tiempo para deleitarse con presentaciones, pues su asalto a Von Trier y a sus misteriosos compañeros de mesa se ve interrumpido por el estallido de la violencia.

—Oh, qué inusual. Una cuita. Kyuss, por favor, detén este atropello. Adormécelos con tu insoportable cháchara. La violencia tiene la malsana costumbre de resonaaaaa*

Llueven jarras.

Bardos, a cubierto.

* * * * *

@Karan: «No sé si quiero decírtelo...»

Cicuta te deleita con una peculiar risa.

—Jujujé —ríe ante tu ocurrencia. —No tengo problema, nene. Si no tienes nombre, encontraremos uno para ti.

Plural.

Siempre lo hacemos.

Preguntas por la chica-miel. ¿La conoce? ¿Trabaja para él?

—¿La chica-miel? Hum… Podría ser… —replica un misterioso Cicuta, sus ojos siguiendo las trazas de los tuyos por el local.

Se ha dado cuenta de que te gustan los enigmas. Él también sabe jugar a ese juego.

—Lo que de verdad te hará romperte el coco es preguntarte si ella querría saber quién eres túJujujé —Cicuta ríe de nuevo y te obsequia con una acrobacia sin precedentes. El ajado mondadientes desaparece entre su maltrecha dentadura, solo para reaparecer a continuación en la punta de su lengua, íntegro, como nuevo.

—Magiaaaaa… —sisea el desagradable lumpen, muy satisfecho de su ardid. Uno que parece haber llegado a dominar.

Haces alusión a alguna posible propuesta indecente notando un aviso de tu estómago que calibra una total falta de apetito durante una semana. Período sujeto a revisión.

—Te gusta ir al grano, ¿eh? Eso siempre es bueno en los negocios. Dime, nene… Además de parecer espabilado y lanzar miraditas a la chavala, ¿Qué sabes hacer?

De repente, una albina le endiña un sillazo inopinado a un infeliz. Al diablo los trapicheos.

—Por la sexta teta de Ondra… —Los ojos de Cicuta bailan por el local a gran velocidad, pero se centran en una figura difícil de advertir esta noche para el que no sea jugador habitual de los dados de dragón. —Maldición. Esto se va a caldear, nene, te lo digo yo. Hora de largarse. ¿Quieres trabajo? La Última Ronda.

Cicuta hace un gesto con sus huesudos dedos y a su señal la chica-miel repta sigilosa entre la consternada multitud, rumbo hacia la puerta de la taberna. Te esfuerzas por intentar ver su rostro, pero la muy artera agacha la cabeza, velando sus rasgos bajo su capucha.

Algo capta entonces tu atención.

Escuchas a tu espalda al tabernero gruñón. Está fuera de sí.

Wilfred, el tabernero de la Canción Élfica

—¡Mierda, Zodge! ¿¡Para qué diablos te pago!? ¡Haz algo!

El que contesta es uno de los uniformados del Puño. Tiene la cabeza como un ladrillo de hueso recubierto con más piel de la necesaria, como atestiguan los pliegues que se forman en su nuca. Su tupida barba de un rubio regado de ceniza le confiere un aspecto imponente, rematado por una mirada glauca y acerada, flanqueada por los vestigios de antiguas cuchilladas.

Zodge

—Dime, Wilfred… ¿Has oído hablar del concepto horas extra? —Su voz suena como lo haría la de un oso que fuma con habitualidad en pipa.

—¿¡Qué!? ¡Tienes que estar bromeando! ¡Mira a esos inconscientes! ¡Van a armar una gresca aquí, delante de todos vosotros? ¡Tenéis que intervenir antes de que alguien salga herido! ¡Antes de que destrocen otra vez mi establecimiento!

—Wilfred, hazte un favor: baja la voz. Sí, eso parece, sí. Vas a tener algo de jaleo esta noche. ¿Y? —Zodge no se inmuta. Da una calada a su pipa. —Tal y como yo lo veo, mis chicos y yo hemos terminado nuestra ronda. ¿No es así, muchachos? Además, ¿Quiénes somos nosotros para privar a alguien del placer de estamparle una silla en la cabeza a alguien en tu taberna? Entiéndeme, Wil… —Otra calada. —Si estuvieses al corriente de tus contribuciones para promover la seguridad en tu local, podría entender tus gimoteos…

El tabernero enrojece de rabia, pero permanece en un prudente y quebradizo silencio.

—…Pero parece que no nos necesitas por aquí, Wil. ¿No es así? —añade Zodge escupiendo una vaharada de humo sobre los ojos de su interlocutor.

Te giras buscando a un fantasma.

Cicuta se ha ido.

* * * * *

Lo sé.

Estabais deseándolo.

La silla estalla en pedazos al impactar con violencia sobre la espalda de uno de los jugadores de dados de dragón. La mesa al completo se pone en pie, asombrada por lo inesperado del golpe, apartándose ante la súbita explosión de gélida ira desplegada por la albina ataviada en una armadura de placas. Esperad. ¿Al completo? No… La víctima, aturdida, aún no se ha alzado de su asiento, y hay un hombre, un tipo calvo con unas gruesas patillas plateadas y mirada de lobo que admira la escena con la misma indiferencia con la que una araña recompensa a una mosca que acaba de unirse a la cena. Ni se ha inmutado. Solo… observa.

Arcadia es la primera en contemplar la amplia y musculosa espalda de la mole de trenzada cabellera pelirroja que se pone en pie despacio, lista para comprobar quién ha roto la silla a sus espaldas como un cobarde. Estamos hablando de una espalda con anchura suficiente para tatuar en ella un animal pequeño -¿Un kraken?- o un mapa de caminos de Aguasprofundas, la Ciudad de los Esplendores. Comentarios del cartógrafo inclusive.

Cuando la figura se gira por completo, recompensa desde las alturas a Arcadia y a Mîn con una mirada ambarina y salvaje, su rictus una mueca bestial rematada por dos inconfundibles colmillos que emergen desde sus labios inferiores.

La silla ha ido a hacerse pedazos en la espalda de una mestiza, mitad orca, mitad promesa de dolor.

No existen reglas escritas en una tragedia pero, a menudo, todas tienen en común un terrible malentendido como epicentro. Y así, tanto Mîn como Arcadia comparten al instante un idéntico pensamiento: esta gargantúa no es de los que roba a los vivos para dárselo a los pobres. Encaja bastante mejor en el perfil de los que desprenden a los muertos de las que fuesen sus posesiones tras decapitarlos de un tajo.

Pragmáticos los llaman en el arrabal.

El error, en todo caso, tiene nombre de mujer.

—Tienes una curiosa forma de suicidarte… Has roto mi racha, furcia escuálida —escupe entre gruñidos, toda su musculatura tensándose como la de una pantera dispuesta a desgarrar la yugular de su presa.

—Aparta, tapón, no vayas a hacerte daño —dice como despectiva advertencia al enano, su rabia focalizada en la albina. —Esto es cosa de hembras…

La mestiza no usa una silla para replicar a su adversaria. Oh, no. Usa un convoy de mercancías despeñándose por una ladera. Al menos, eso parece su puño cuando vuela súbito, directo a la ceja de Arcadia. Suena crack. Ruge el respetable enardecido por el olor de la sangre. Aúlla un coro de ebrios merodeadores ávidos de violencia, formando un cerco entre los contendientes. Pocos son los que se retraen ante el crujir de huesos y el chasquido de los nudillos en aquella taberna embrujada.

Arcadia trastabilla tras el terrible puñetazo, sangre manando de una herida abierta en la ceja recorre su rostro de marfil. Empero, no cae. Definitivamente, no es una cervatilla. Un borracho grazna algo ininteligible a su oído mientras le agarra el trasero. ¿Quizás unas indecorosas palabras de ánimo?

—¡Vuaaaamossssh, gatitaaaaaa*Hic*!

Quizás.

Luego la empuja para que se enfrente a esa torre de músculos.

No hay escapatoria. ¿Alguna vez la ha habido?

—¡Te sacaré las tripas por la boca y luego saltaré sobre tu estómago hasta que vomites el corazón! —ruge la mestiza, tendones de acero dibujándose en su cuello, sus puños tornándose en martillos propulsados por la furia.

Es solo una vaga intuición, pero algo, un no sé qué que flota en el éter, parece indicar que esta semiorca sería más que capaz para llevar a cabo tal amenaza con un rigor muy literal.

En la noche más oscura se enciende la llama de la ira.

Es contagiosa.

Notas de juego

@Kyuss: Tu post es genial, pero la emboscada ya estaba lista desde mi última intervención, querido amigo. ;-D

@Todos: Arcadia y Mîn han iniciado una aparatosa pelea tabernaria. Todos vais a cobrar de un modo u otro, pues soy muy fiel al canon: Battle Royale Mode ON.

Todos podéis narrar a continuación una secuencia de batalla como tengáis a bien entender. Cuando llegue mi turno, narraré quién os zurra (a algunos con más seriedad, a otros más cómicamente) y avanzaremos de escena.

*Pero Dewey, ¿eso quiere decir que puedo fliparme?*

Correcto, es puramente narrativo, así que podéis fliparos un poco que no lo veré mal. Al contrario.

Pero cuidado... Todo lo que escribáis es susceptible de ser utilizado en vuestra contra.

Os estoy vigilando.

Algunos matices os hago:

1) Solamente Arcadia y Mîn pueden declarar de modo específico en su narración a la mestiza semiorca como objetivo dada su proximidad. A los demás os queda lejos entre el tumulto que se va a liar. Suponed que os ataca el primer ebrio malandrín que tengáis a mano con intención de descargar su ira tras una intensa semana de trabajo en el puerto de Carfax. Podéis incluso describirlo vosotros mismos, tal es mi confianza en vosotros.

2) A Vasanth, Klamore y Kyuss esto les pilla con Venditti mariposeando por allí. Un duelo a bofetadas entre Kyuss y Venditti será muy bien recibido por mi parte. Es más, replicaré de modo específico si esto se da, pero lo dejo a decisión de Kyuss. Proteger al bardo de los alborotadores también es una opción, digo, pero no sugiero. ^^

3) A Darion esto le pilla solo con los extranjeros. Será lógico que proteja a la niña de algún golpe errático o de algún beodo volador. A tu gusto, Spu.

Y dejo para el final a mi Lowly Tarnished...

4) Karan, eres el único de los PJs al que voy a dejar una mínima opción de escapar relativamente ileso de la contienda dado tu low profile. Hazme en oculto una tirada de Acrobacias/Sigilo [La que prefieras] solo en el caso de que quieras escapar de la algarabía que estalla en tus narices.

Si quieres seguir el rastro de alguien, hazme una tirada de Percepción. Todas tus tiradas serán enfrentadas.

Suerte.

Dudas, al off.

Oh, si alguien quiere zurrarse con otro PJ, que lo indique en el off y le indico cómo proceder.

Sí, soy un profesional de la soflama. XD

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02/05/2022, 00:33
Kyuss von Trier "FreshMeatCandy"

Al punto de darse la vuelta para rodear la mesa, como tenía pensado el pálido, se encontró acorralado por su engalanado agresor, que desplegó su peculiar entremés, con el consiguiente disgusto para von Trier, que observaba, a la espalda del tunante, ir fraguándose una reyerta.

-No me toquéis, os lo ruego, ¿por qué me tocáis? - refunfuñó Kyuss von Trier, buscando las vigas del techo con gesto de hastío por si allí encontraba aguantaderas.

- Os presento, aquí un señor, aquí una dama- refiriéndose a Vasanth y Klamore.
>> Aquí de mi primo el primogénito, a mi cuidado por lerdo, y para que nada malo le ocurra, disculpadme, me lo llevo

¿En esta noche de francachela, ríos de almas desesperanzas, mi cena, mi ágape, festín de mi ánima; de la tragedia pitanza, y tengo que degustar el caramelito cargante, la diva estravagante, este zote corriente, este pimpollo irritante?
Oh, por Shar, no quería esto. 

- Las débiles acuarelas que impregnan estas paredes se derriten, como el tiempo, como la carne sobre los huesos, como la vela triste de la vida, a causa de este hedor en el éter, el Drama. ¿No lo hueles?, ¿No puedes captarlo? Oh, mi Vibranti de Amarello, mi tumor garrapiñado. Os presto mi nasa creciente, así me ahorro tu peste, oh, mi amargante amarraco, tu festiva ignorancia me ofende, ajustaos ese antifaz de fellatio, librad de legaña los obscenos ocelos y ved, no mirad, ved, que aquí no sois más que tramoya, decorado, un atrezo mal pintado.

En ese momento comenzó la pelea, Kyuss agarró a Venditti como si de su pareja de baile se tratara y le hizo girar justo a tiempo para apartar a ambos de la trayectoria de un plato que volaba lateralmente, desparramando restos de patata y manzana asada en su estela, y yendo a aterrizar en una mesa de antes cantarines borrachos, que ahora ya no cantaban tanto.
Esquivando cuerpos y mobiliario, luchaba con el otro bardo en su extraño baile, amalgama de negro y plumón teñido.

- Trasiego tu desesperanza, me nutro con tu anatema, diminuto tornasol, catador de humores, expositor de mercado. Triste es la historia del mundo, triste es el alma insondable. Triste el universo, tristes dioses, triste yo. Vos sois un mal chiste, un pedo mal calculado, unos calzones mojados, la risa del condenado, la del marido cornudo, la del gato acorralado. Sobrecargas mis sentidos, con tu falta de armonía, y tus palabras vacías, excusa de gatillazo.

- ¿Qué es la vida sino la muerte más lenta?¿Y qué es de la muerte sin drama?. Lo que vos vulgo llamáis es mi sagrado compango, sus pesares, sus torturas, sus demonios, su caída. Ahorraros vuestros chistes, vuestro mariposeo malsano, no me arriméis la coquilla, aprended a estar callado, y no me robéis más mi rato.

Kyuss aplicaba su escasa fuerza contra su rival de baile, para moverlo a través de la pelea, esquivando puñetazos, jarras, sillas y hasta una pata de palo.

Habría sido complejo clasificar los bufos gestos que reflejaban sus caras, enfrentadas a escasos milímetros; placer, pánico, resentimiento, pugna o una mezcla variada, sería difícil de definir, a juzgar por los bizarros gestos, los vertiginosos giros que ambos, en su baile daban, y el creciente alboroto alrededor.

 

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02/05/2022, 02:57
Vasanth

Cuando la receptora del portentoso sillazo se levanta de su asiento para encarar a la soldadita de cabellos de luna, me quedan dos cosas claras al instante. La primera es que, como a menudo sucede, ya no hay vuelta atrás. No hay nada en el mundo que pueda evitar lo que está a punto de ocurrir. La segunda es que, sea lo que sea, promete ser emocionante. Mis ojos contemplan con interés a la hembra de medio orco. El movimiento de la musculatura bajo su piel mientras se prepara para responder a la afrenta de la humana es casi tan hipnótico como el fuego de su mirada. Yo mismo siento cómo mi cuerpo se prepara para lo inevitable, como si el súbito silencio que se ha formado en la taberna fuese una esfera de energía que me bañase, dando vigor a mis músculos y agudeza a mis sentidos. Me doy cuenta de que la disputa entre las dos mujeres, humana y medio humana, es solo el punto inicial de una cadena de acontecimientos imprevisibles que, como mínimo, va a sacudir toda la taberna. Y nada podrá impedirlo.

Me muero de ganas.

Tan atento estoy a las coloristas amenazas que la guerrera agredida dedica a la agresora, que solo soy vagamente consciente de la amistosa conversación que tiene lugar entre el señor von Trier y su amigo de cabellos de sol. No obstante, lo poco que oigo me hace comprender por qué el primero le tiene tanta inquina al segundo; su lengua es tan afilada como sus orejas. El gandharva incluso llega a propinar a Kyuss un golpe, si es que se puede llamar así, con un delicado pañuelo de seda. Qué travieso. El atrevimiento del rubio hijra hace que mi mente conjure involuntariamente la imagen del mismo, atado de pies y manos con cintas de esa misma seda, mordaza y ojos vendados incluidos. Sería divertido oír sus grititos mientras intenta liberarse en vano, o mientras finge intentarlo. Sin embargo, en estos momentos estoy más interesado en otro tipo de acción, y todo apunta a que no tardaré en tenerla.

Preciosos, haced el favor de callar. Está a punto de armarse —ronroneo, con un filo amenazante en la voz, sin girarme siquiera a mirar a los otros—. Los valientes, que den un paso al frente. Los demás ya pueden ir poniéndose a cubierto.

Como firma a mi sentencia, el crujido del puñetazo que la medio orca propina a la mujer de cabellos de luna resuena por toda la taberna. Eso es exactamente lo que todos estaban, estábamos, esperando. Como si una llama hubiese encendido un reguero de pólvora, el clamor de todos los parroquianos inunda mis oídos, y el salvajismo se impone a la razón cual crecida torrencial derribando un dique. No pasan ni dos latidos que esos desgraciados ya están atizándose los unos a los otros sin más motivo que la ponzoña dulce que corre por sus venas, nublando sus sentidos tanto como su juicio. En ese preciso instante siento un ardor irrefrenable, un impulso irresistible de darle una lección a toda esta escoria.

De pronto, un golpe seco, romo, inesperado, en mi mandíbula. No duele, pero molesta. Vuelvo el rostro a la diestra, iracundo. Ante mí se encuentra un humano de buen tamaño, aunque no lo bastante como para poder considerarse grande, al menos comparándolo conmigo. Incluso desde la distancia que nos separa puedo oler el hedor del alcohol en su barba mal acicalada. En su puño encierra el arma del delito, una botella vacía que ni siquiera ha conseguido romper. Alfeñique. El hombre, envalentonado por la embriaguez, trata de descargar contra mí un segundo botellazo, pero yo soy más rápido, y aprisiono su antebrazo con mi zarpa, clavando mis garras en su piel. Sin sentir el dolor, el despojo intenta golpearme con su otra mano, que también atrapo. Tiro entonces de él, de modo que mi rostro bestial queda a escasas pulgadas del suyo. Es entonces cuando se da cuenta, demasiado tarde, del error que ha cometido; además de su borrachera, ahora huelo algo distinto. Su miedo. Sus ojos, tan abiertos que puedo ver sus pupilas suspendidas en un mar de blanco, son un espectáculo de lo más satisfactorio.

Tienes agallas para atreverte a importunar a un príncipe demonio, mortal.

Con un veloz movimiento, mis fauces se cierran sobre él, exactamente en el punto donde su hombro y su cuello se encuentran. El infeliz emite un grito desgarrado que resulta sumamente agradable, pero también decepcionante; solo era un mordisquito amistoso, ¿a qué viene tanto griterío? Irritado, doy un fuerte empujón al tipo, que va a caer encima de la mesa que había a sus espaldas, rodando sobre ella y cayendo al otro lado.

Pobrecito.

Con un rugido feroz que hace temblar toda la taberna, me encaramo sobre la mesa de dos rápidos y elegantes pasos, saltando inmediatamente al otro lado de un potente brinco. Mi cuerpo, paralelo al suelo, gira sobre sí mismo en el aire, envuelto por vuelos de mis ropas carmesíes de un modo que me hace parecer un enorme pájaro de fuego congelado en el tiempo.

Ugr hava aapako uda sakatee hai!*

En el momento en que mis pies tocan el sucio entablonado de la taberna, un golpe de viento tan súbito como poderoso surge desde el punto en que he aterrizado. Este es tan solo el comienzo de un aullante vendaval que se desata por todo el lugar, lanzando platos y cacharros en todas direcciones y haciendo perder pie a la turba enfurecida en que se ha convertido la concurrencia.

—¡Soy Vasanth, hijo del cielo y del infierno! —exclamo, asumiendo una posición amenazadora al tiempo que el ensordecedor viento sacude las contraventanas de la posada en una cacofonía estentórea de golpes y chirridos—. ¿Quién osa desafiarme?

Notas de juego

Ugr hava aapako uda sakatee hai!: En hindi, «que el viento feroz se te (se os) lleve». De cara a interpretar a Vasanth, asumiré que el kuong, la lengua del reino de Kuong de Malatra (equivalente de la India de los Reinos Olvidados) suena como el hindi. De vez en cuando meteré alguna palabreja o expresión en sánscrito, pero el sánscrito es demasiado antiguo y se conserva demasiado poco de él como para buscar la traducción de frases completas :).

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02/05/2022, 19:25
Klamore

El caos tomó el control de la escena de una manera inesperada. Inesperada, si, quizás para muchos, pero no para la fémina aviar, que sabía que buscaba algo. Esperaba algo. Seguir al conejo blanco al agujero; Kyuss sería ese conejo, quizás... O la estrella que le había despertado tanta curiosidad. Klamore no se movió de su silla, donde estaba bastante cómoda, y dedicó unos momentos a mirar lo que pasaba. De hecho, se inclinó hacia una mesa cercana, tomando justo a tiempo una jarrita allí abandonada por su dueño que había estado a punto de volcarse cuando el insensato que creía poder hacer daño al tigre cayó sobre la misma. Con un nuevo gorgojeo y esponjado sus plumillas, observó la pelea que se desarrollaba alrededor de ella, bebiendo de su nueva cerveza, o lo que fuera que tuviera esa jarrita. La paladeó alegremente, y soltó un suspiro. Ah, que agradable velada.

Sin embargo, no había forma de salir indemne de aquella pelea. Por mucho que la Kenku deseaba limitarse a disfrutar de aquel momento, como quién observa a través de un cristal, enseguida se vio involucrada cuando un trozo de madera que alguna vez fue una mesa paso muy cerca de su cabeza. La avecilla parpadeó varias veces en confusión, quizás preguntándose como había esquivado el errático viaje de aquel objeto, y bebiendo otro sorbo, hizo un encogimiento de hombros, y pasó las plumas de sus dedos sobre su pico. Las marcas en el pico, aquellas difíciles de interpretar, tomaron un brillo purpúreo, y de pronto, en tres puntos distintos de la taberna ocurrió algo muy curioso. Un hombre estaba a punto de golpear a otro con una silla y de pronto, ¡pop!, el hombre se convertía en silla. En otra mesa, un miembro del Puño de Hierro tomaba la forma de un sombrero florido. Un tercero, sin esperarlo, era ahora una bota de cuero.

Klamore se sintió satisfecha, aunque debemos ser sinceros: ni ella misma tenía idea sobre que pajolera había hecho, ni a quien. Simplemente había sentido el favor de su Dios aprobando su acción y para ella eso había sido suficiente. Bebió otro trago, y miró alrededor tratando de buscar alguna otra silla o mesa con menos posibilidades de ser atacada. Se puso en pie y fue caminando por la taberna esquivando y mirando con curiosidad como se desarrollaba la pelea.

- Tiradas (1)

Notas de juego

La transformación dura solo un turno (6 segundos), si alguno quiere aprovechar la descripción y ser testigo de cómo su oponente es transformado y destransformado, adelante n.n 

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02/05/2022, 23:49
Darion

El Destino. Darion no era hombre de filosofías, sino de acción. Su cabeza bullía en salmos memorizados, sí, pero eso no era un libre pensamiento como agua de tormenta, sino que era agua que fluía en un claro y delimitado cauce. Sin embargo, sabía que los hombres solían llamar Destino o bien a su pasado, que no podía ser cambiado, o bien a su futuro, que eran meras ilusiones. No, claro, ningún hombre puede eludir eso.

De su boca no salió ninguna de estas reflexiones, sólo una mirada profunda y seria al hombre que le hablaba. Sentía que, fuera lo que fuese que había en esa taberna, giraba alrededor de esa mesa. Todo aquel lugar era un decorado para lo que realmente sucedía en escena: la mesa de la niña y los hombres de ojos rasgados. Sin embargo, el caprichoso decorado se inmiscuyó de pronto en el escenario, pues la mujer armada de ojos tristes había comenzado un atroz combate con una monstruosa semiorca. Mala idea.

Había participado de demasiadas peleas tabernarias como para saber qué ocurría cuando volaba un golpe: que a este le sucedían cientos. Aunque su cuerpo tardó en reaccionar, sus ojos lo hicieron inmediatamente, al acecho de cualquier peligro; no para él, desde luego, sino para quien ya había decidido que protegería: la niña. En la mesa de al lado, Darion descubrió unos ojos. Unos ojos salaces. Unos ojos pútridos. Unos ojos vidriosos por el vicio y el crimen. Unos ojos que gritaban «degenerado». Unos ojos que eran capaces de manchar con sólo la luz que salía de ellos y que estaba, en particular, depositada sobre la niña. En mitad del torbellino, esos ojos repugnantes saltaron de su sitio con el objetivo de alcanzar a la niña.

Darion se puso en pie, sin aspavientos, sin acrobacias, sin soltura de baile. Se puso en pie como un oso se pondría en pie; con la misma lentitud, pero la misma contundencia. Sólo tuvo que estirar su brazo, pues aquellos ojos salaces pasaron a su lado justo en aquel momento. Su mano rugosa y grande agarró su cuello como si fuera una simple ramita y tiró hacia arriba. El putrefacto hombrecillo se elevó en el aire y Darion lo arrojó de espaldas sobre aquella misma mesa, sobre aquellas jarras de cerveza.

—¿Te gustan las niñas, hijo de puta? Aquí tengo dos.

Y, tras decir aquello, estampó primero su puño derecho y luego su puño izquierdo sobre aquellos ojos turbios y obscenos. No fueron puñetazos, realmente; un puñetazo habría golpeado. No. Esos puños no golpearon. Esos puños aplastaron. Al golpear, Darion sabía que eso que había sentido contra sus manos eran globos oculares estallando.

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03/05/2022, 15:39
Arcadia

Silba la muerte, canta la espada. El mundo y sus normas. La mujer a la que había golpeado se levantó y le devolvió el golpe. ¿Sus costumbres? No, algo había hecho mal. Min le había dicho que cogiera la silla. Hubiera sido mejor emplear una mesa. Sintió el dolor, tan nítido, tan vivo, pero no lo aquejó. Su rostro era inmutable. Ahora se encontraba en su elemento. Sin dudas ni titubeos. La mujer orca tensó sus músculos. Arcadia sacó su pesado espadón, presentándole. Una excelente pieza para el tablero de la guerra. Entendía que a su alrededor todo iba a resolverse con puñetazos, navajazos y jarras lanzadas al aire.  Ella solo sabía pelear de una manera; a muerte.

La parte aguda de su inteligencia que había sido entrenada para captar los detalles ocultos durante una contienda tomó nota del hombre de gruesas patillas plateadas y su reacción, de titiritero, así como de la menuda figura de cabello encendido que se escabullía de la escena. No era tan necia como para no saber que era víctima de un engaño. Estaba bien así, no tener deudas que pagar con  siete palmos de acero le ponía nerviosa. Y no solo serían esos dos, a quien tarde o temprano encontraría en la ciudad. También iba a pagar todos los miembros del Puño de Hierro. Por su actuación tal laxa, nula, a la hora de hacer cumplir la ley. Iba a ser una buena matanza.

Arcadia no gastó saliva en responder a las huecas palabras de su rival, sus sentidos estaban en otra parte, por encima de todo. Analizando, pensando, elucubrando. Solo hablaba cuando quería jugar la carta de la intimidación. Y no era el caso. Pero,  a veces los dioses eran favorables. En menos de un parpadeo se empezó a levantar un fuerte vendaval dentro de la taberna. Le pareció escuchar una voz grave diciendo “SOY BRASAST … DEL INFIERNO”. La lista se ampliaba, otro nombre para más tarde. Ahora, aprovecharía la tormenta.

—Tu golpe ha desatado poderes que están por encima de tu entendimiento —dijo, dejando que el viento silbase alrededor de su metal, que agitade sus cabellos.

Ella se mantuvo erguida; acero y músculo en perfecta sintonía capeando la tormenta. Casi daba la impresión de que los vientos provenían de ella, siendo su furia el origen de la tempestad. No lo era, claro, pero sus palabras, su actitud y su mirada, como dos puntas de lanza, así trataban de intimidar a su rival*. Aunque puede que sea tan estúpida que no sepa reconocer el miedo cuando lo ve. El miedo era una buena herramienta. Una vez dejabas que te arrebatase todo lo que tenías se convertía en un excelente aliado, una forma más fácil de destrozar a tus enemigos. Una ventaja. Ella usaba todas las que tenía.

Tan solo habían pasado dos suspiros, una maldición y un parpadeo y Arcadia ya estaba cargando**. Movimientos ágiles, entrenados, medidos, golpeos amplios destinados a partir en dos a su rival. No tendría especial cuidado si su arma golpeaba a otro por el camino, salvo con Min, claro. Sería cauta para evitar que su arma se encallase en otros cuerpos. Solo quería eliminar a la mujer furiosa para pasar a su siguiente objetivo.

—Min, ¡Creo que la próxima vez esperaré fuera!

Notas de juego

*Quiero intimidar a la mujer orca, y a todo aquel que le esté mirando. ¿Debo tirar?

**De nuevo, si debo tirar por perfección, dímelo ;)

 

En mi caso no añado daño alguno a nadie, ya que el daño que promulga esta chica es mortal. Si alguien tiene que tener sucia la conciencia, que sea el máster.

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03/05/2022, 19:39
Karan

El interior de la taberna empieza a cargarse de una energía invisible pero palpable. Bzzz… Allí, en la esquina más alejada, dos hombres malcarados se encabritan porque el ruido no les deja oírse mutuamente, y total, para lo que había que oír. Bzzz… En el centro, otro borracho derrama la cerveza a causa de un sobresalto y decide culpar al tipo que tiene al lado. Bzzz… Las líneas confluyen y las aristas convergen en un prisma hecho de estupidez humana, exactamente igual que un avispero que acabase de recibir una pedrada. Zumbad, avispitas, zumbad, qué pena que no tengáis alas.

Una salva de invectivas y rimas intelectivas, pretendidamente mordaces, articuladamente excesivas, baila que te baila en dos lenguas incisivas. Y luego bailan sus dueños, espantapájaros negro y a-dorado rival, cual dos cuerpos despojados hundiéndose en el canal.

Baila también la plata en la cabeza y en las manos de la artífice de este artificio. Y baila el hombre-tigre, enorme, imposible, líneas de seda y garras. Oh, y además sopla el viento, como si la fiesta necesitase aún más pirotecnia.

Mientras, Karan lo observa todo, asqueado y fascinado a partes iguales. Igual que si contemplase una rata preñada aplastada en el camino por un carro, plagada de moscas y gusanos. Disgustado pero morbosamente incapaz de apartar la mirada. ¿Qué tendrá la violencia? Tan elocuente. Tan definitiva. Así es la humanidad, la misma humanidad entre la que me crie y que nunca me ha aceptado.

No formo parte de esto.

Echándome la capucha sobre la cabeza, me doy la vuelta sin decir una palabra, deslizándome cerca de la pared en dirección a la puerta. Como si nada de esto fuese conmigo. Nada de esto va conmigo. Con pies ágiles, apenas soy consciente del cuerpo tendido que evito dando una larga zancada, sin mirar a nadie. «La mejor forma de ganar una pelea consiste en no estar cuando empiece», oigo a mi instinto gritarme mientras me alejo, con un nombre quemando al rojo blanco en mi mente: La Última Ronda.

- Tiradas (1)
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04/05/2022, 13:30
Mîn Rompebuches

En un primer momento, Mîn estaba deseoso de ajustar cuentas con el ladrón... hasta que se dio cuenta de que la musculosa persona a la que Arcadia había golpeado no era precisamente el hombre con quien había chocado antes, sino una colmilluda semiorca de gran tamaño que fácilmente hacía que Mîn y Arcadia pareciesen sus hijos.

Pese a ser un enano borrachín, Mîn era lo suficientemente inteligente como para saber cuando una pelea no era recomendable. Y aquella era una de esas ocasiones. A una semiorca de semejante tamaño se le perdonaba todo... incluso que le llamase tapón. Le habían llamado cosas peores, la verdad. Si entrecerraba los ojos, Mîn estaba dispuesto a decir incluso que aquella semiorca era guapa. No, definitivamente no quería problemas con alguien de su tamaño.

—Señoras, no deberíamos sacar conclusiones percipitadas tan pronto. Todo ha sío un malentendío... —comenzó a decir Mîn, hasta que el puñetazo de la mestiza a Arcadia le indicó que la situación había llegado ya a un punto de no retorno.

Al ver que Arcadia intentaba devolver los golpes a la mujer semiorca, Mîn no lo dudó ni un instante. Había llegado el momento de la gresca. De los mamporros. Y sabiendo que no era una pelea justa en cuanto a tamaño, Mîn decidió no jugar limpio a la hora de enfrentarse con la semiorca. Sabía que solo había una forma de hacer caer una torre tan alta. El enano tomó su martillo, dio media vuelta y echó a correr para alejarse de las dos contendientes. Cualquiera que le viera, pensaría que estaba huyendo y dejando tirada a su compañera Arcadia, pero nada más lejos de la realidad. Cuando ya se había alejado unos metros de Arcadia y de la orca, el enano tomó carrerilla y corrió nuevamente en dirección de las dos féminas, martillo en mano y casi patinando en el proceso. El enano pretendía tirarse al suelo en cuanto viera que pasaba cerca de la posición de la orca para intentar asestarle un pequeño martillazo en uno de sus pies.

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06/05/2022, 17:10
Amo del Calabozo

El Ladrón de Rostros revela su auténtica naturaleza: un corazón de ratón. Y como roedor que es, cobarde y escurridizo, atisba el momento exacto, el instante propicio para abandonar la Canción antes de que se desate una batalla campal.

Vive hoy. Lucha mañana, si eso…

¿Su privilegio? Mañana conservará todos sus dientes.

Adiós, ratoncito.

No te pongas muy cómodo.

* * *

Notas de juego

Dejamos de marcar a Karan por ahora.

Karan, te vienes conmigo de paseo. Seguimos de momento en esta escena tú y yo.

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06/05/2022, 17:12
Amo del Calabozo

Abandonas la Canción Élfica con rápidas zancadas eludiendo a esos beodos insectos que se deleitan partiéndose la boca con lo primero que tienen a mano y la más que previsible represalia de los muchachos del Puño de Hierro. Tienes la intuición de que el tabernero acabará cediendo al soborno más temprano que tarde, y eso te consuela porque has hecho valer uno de los rasgos que te mantiene con vida hasta el momento en tu corta vida: sabes anticiparte a los problemas.

Ahora solo resta que tu mollera retenga la idea de evitar sentarte en sitios concurridos.

¿Crees que podrás hacerlo?

No tienes ni la más remota idea de dónde estará La Última Ronda, pero Cicuta no parece un noble de rancio abolengo ni el nombrecito parece digno de una taberna de Alta Ciudad. Apostarías el poco oro que te queda en la bolsa a que Cicuta es uno de esos criminales que sobrevive como puede en las Afueras, así que quizás estés buscando un tugurio de mala muerte, un lupanar o, ironías de la vida, una cuchillada en la ijada.

Sin organizar demasiado tus ideas, te diriges con paso veloz al callejón más cercano para dar esquinazo a cualquier patrulla del Puño que pueda asistir al tal Zodge y sus muchachos. Sabes, y así lo has visto antes a tu llegada a Carfax, que estos matones del Puño usan unos peculiares silbatos para llamarse entre sí en casos de necesidad. También sabes que jamás dan una intervención por terminada sin romper algunos huesos. No les gusta que les tomen por blandengues. Así que, como buen ratoncito, lo mejor es mantener cierta discreción y evitar ser visto incluso en las calles aledañas a la maldita Canción Élfica.

Desvías un instante la mirada en tu huida, solo para ver de refilón a los ojos rasgados venidos de no sabes qué lejana tierra salir por una de las ventanas que dan a una de las callejuelas. Sacan a la niña que estaba con ellos en el local. Proverbial resulta su celo protector y más enigmática su presencia allí. Aunque Carfax es una ciudad cosmopolita, estos forasteros se las arreglan para desencajar con sus ropajes ceremoniales, sus armas curvilíneas y sus ojos afilados grabados en sus rostros como las muescas que deja un cincel en la arcilla. La niña, claro, es un capítulo aparte.

¿Sabes qué? No es de tu maldita incumbencia.

Y es ahora, justo en el momento en el que te dispones a poner pies en polvorosa, es cuando te topas de frente con un completo desconocido.

*Thud*

Un golpe seco en el hombro. Ha aparecido de repente, deambulando por la misma callejuela. Otra silueta solitaria y errabunda como tú. Otro peligro que eludir.

El callejón está bastante oscuro y te apartas de él con la velocidad de una escurridiza víbora. Por puro instinto, tu mano danza en las sombras acariciando la empuñadura de tu acero. Un solo vistazo te basta para percatarte de que ante ti no tienes a un vulgar atracador. Ni siquiera parece un criminal esas liendres que plagan las Afueras.

Este… ¿Hombre?

¿Quién, o qué es?

—Bonita noche, ¿no crees? —dice dejando escapar un suspiro melancólico.

Su rostro es del color de la leche, brillante y pulido. Sin arrugas. Sin cicatrices. Limpio. Perfecto. Sus labios no se mueven, ni siquiera cuando habla. Están congelados en una mueca serena, paciente. Destellan unos ojos dentro de huecos para ojos. Brillan como las luciérnagas que revolotean de noche en los pantanos. Viste una túnica sencilla y gris de arpillera. Aunque está impoluta a la vista, la brisa nocturna transporta hacia ti un hedor dulzón, ligeramente metálico.

¿Puedes robar un rostro hierático congelado en un lechoso y mortuorio color blancuzco?

¿Acaso podrías privar a este extraño de lo que carece?

Conozco un chiste. Empieza así: un ladrón de caras se encuentra con un enmascarado en un callejón…

—Eres un hombrecillo triste y deslucido, ¿verdad? Consuélate admirando la luna, muchachito. Mírala. Mírala con atención —dice mientras se frota los dedos de las manos y alza su rostro para contemplar la luna llena que ejerce de emperatriz en el cielo.

Entre los pliegues de la túnica intuyes algo alargado con la vaga forma de un dispensador de muerte por desangramiento. Estás nervioso y no vas a reconocerlo, pero tienes miedo y crees confundir el entorno que te rodea, sobre todo porque aunque estás a solas con este extraño y estás bastante seguro de que no hay nadie más en las cercanías, las sombras que acechan en los muros del callejón parecen moverse como si bailasen al son de una trémula llama, siguiendo en muda procesión al misterioso individuo de mirada sobrenatural.

Pronto se teñirá de sangre… ¡Ahahahaaa! —Su risita estridente y atiplada arroja una esquirla demencial al éter.

Enigmático, prosigue: —Ahora, si me disculpas, tengo una pequeña transacción que llevar a cabo.

>> Aunque antes, me llevaré esto… Por las molestias…

Sientes un inusual frío recorrerte tu enjuto cuerpo. Te sacude de los pies a la cabeza una sobrecogedora tiritera. Entumecido, escuchas tus dientes castañear de modo involuntario.

El hombre se aleja de ti, y con él despierta en tu interior una duda irracional.

¿Qué se ha llevado?

¿Qué echas en falta?

Nada. No se ha llevado nada.

¿…Verdad?

No puedes evitar desviar una furtiva mirada a las paredes de la callejuela. Más te vale arrancarte los ojos si no quieres enloquecer, porque te aseguro que esta noche, Karan, Ladrón de Rostros, las sombras marchan al paso del hombre de la máscara de alabastro, como un fiel séquito haría tras las huellas de su Rey.

Y la última de la estantigua te resulta reconocible…

Es la tuya.

—Vete a casa, hombrecillo triste y deslucido… Vete ahora que puedes, porque esta noche… Aaaaaah… Esta noche, las pesadillas salen de cacería… Ahahahaaaaa…

El extraño camina implacable, sus pasos en una única dirección.

La Canción Élfica.

Conozco un chiste.

Empieza así:

Un ladrón de caras se encuentra con un enmascarado en un callejón…

Pero solo uno sale con sombra.

Notas de juego

Anótate un nuevo Defecto en tu ficha: Sin sombra.

Ya te explicaré qué significa... >;-D

Opciones lógicas que tienes: puedes huir como un conejo, en cuyo caso no te pediré tirada de nada. Simplemente saldrás de escena y entenderé que te diriges a las Afueras o a donde tú me indiques.

Alternativamente, puedes seguir a este misterioso tipejo con la firme convicción de que te ha hecho algo chungo. En tal caso, te voy a pedir una tirada de Percepción/Investigación. La tirada de Sigilo que hiciste en la Canción fue tan buena que seguiría teniéndola en cuenta un poquito más.

Hagas lo que hagas, haz en oculto una TS de Constitución, DC 14.

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06/05/2022, 17:24
Amo del Calabozo

En un primer momento, Zodge y sus hombres no tienen un motivo especial para catalogar esta trifulca como algo inusual. Otra bronca de taberna, otro día en la oficina. Esa es exactamente su línea de pensamiento hasta que Lapzig, uno de sus hombres, se convierte en un sombrero. El veterano, su rostro sembrado de terribles caricias de antiguos aceros, va a espetar con ronca voz un…

—¿¡Pero qué clase de brujería es…!?

Cuando pasa a integrar el censo poblacional de las vetustas botas de viaje.

Cuando recupere su forma original, cosa que hará exactamente en un minuto, alguien –y entiéndase alguien en el más omnicomprensivo de los sentidos- va a pagarlo muy, muy, muuuuuy caro.

* * *

—¡Es enooorme el muy hijo de puta! —comenta un cuchillero de las Afueras valorando la posibilidad de que incluso apuñalando por sorpresa al colosal negrazo que acaba de hundir sus pulgares en el cráneo de Kramer el Lascivo, la hoja de su daga podría doblarse ante esa tupida selva de músculos que parece extenderse por su espalda.

—¡Tiene músculos que nosotros no tenemos! —añade otro, que no da crédito a las proporciones del gigante bárbaro.

—¡Jodidos mutantes! ¡Los del Puño ahora dejan entrar a cualquiera! ¡Esta ciudad se va a la mierda! ¡Suerte que tenemos a Blazko! ¡Yo digo que todos a una y a por él, muchachos! —exclama aquel al que llaman Sulfuro, el jefecillo del grupo, un tipo de humor particularmente corrosivo.

—¡Eso! —replica el primero, conocido como Lenguaraz, relamiendo la hoja de su cuchillo. Es lo mismo que aplicarle una fina capa de veneno.

—¡Venga, joder! ¡Todos a una! —grazna el segundo, denominado Puerca, envalentonado por la ola de moral con la que les ha obsequiado su ácido cabecilla.

—¡UUUUUUUUUUUOOOOOOOOOOOOHHHHHHHHHH! —ruge la Bestia.

—Coño… Que me ha asustado el puto Blazko… ¡Casi me cago encima! —protesta Puerca, palideciendo.

—¡Centraos, hatajo de inútiles! ¡Somos cuatro y un ciego contra un solo negro!

—Dicho así, no parece mucho… —musita un dubitativo Lenguaraz.

—¡Vamos allá! —ordena Sulfuro situándose en retaguardia.

—Pero, esto… Tú primero, ¿no? —inquiere con voz quebradiza el cobarde Lenguaraz.

—¿¡Qué!? ¿¡Por qué!?

—Bueno… A ver, tú lo has propuesto, ¿no? Debes… Esto… Debes liderar con el ejemplo y todo eso, ¿no…?

>> *Glups* ¿…No?

—¡Mastuerzo, yo soy el jefe! ¡Y soy el que dice quién va en primer lugar! ¡Hmpf!

—Ah, claro… Tiene sentido. Creo.

—¡Enfilando, que es gerundio! ¡Tú primero, Lenguaraz! ¡Por zoquete! ¡Y ahora… caaaaaargueeeeen!

—¡UUUUUUUUUUUOOOOOOOOOOOOOOOHHHHHHHHH!

Y he aquí que esta banda de canallas, deseando asistir al viejo promiscuo de Kramer -ahora rebautizado como Gato de Yeso-, agarran un banco entre todos –más bien lo agarra el gigantón Blazko, los demás se sujetan como pueden a sus patas y se alzan en vuelo- y, tras tomar carrerilla, se abalanzan sobre Darion dándole tratamiento de baluarte inexpugnable y embistiéndole con el ariete improvisado sin atisbo de piedad. La escena no está exenta de cierta hilaridad, pues esta pandilla de haraganes tiene con ellos a un bigardo que es muy capaz que sostener el banco él solito en excelsa exhibición de fuerza y acometer al bárbaro con los matoncillos ahí colgados, retando a la ley de la gravedad.

—¡Blazko, endereza! ¡Endereza, idiota! ¡Que nos la pegaaaaaa*

Blazkowitz

El golpazo ocasiona un terrible estruendo. Ruedan por los suelos truhanes y bárbaros provenientes de las minas de carbón por igual. Los ojos rasgados tienen clara su prioridad. Empiezan a escapar de lo que podríamos definir de la riña tumultuaria por la ventana más próxima al callejón lateral de la Canción. Recibiendo con estoicismo puñetazos y patadas, el negro Darion ve a la niña ser arrastrada entre un torrente de brazos afuera. Está a salvo. Al menos, eso quiere creer.

Los que están muy lejos de quedar a salvo son esa panda de advenedizos que atacan a Darion con cobardía, pues suya es la FURIA.

Hombre negro. Infierno blanco.

* * *

Al desafío del rakshasa y a su consiguiente vendaval mágico-dramático, responde el público circundante con una espantada general. Cualquiera se la juega con el tigre que declama ser hijo de demonios y otros animales rayados.

—¡’Ioputa el tigre! —suelta un don nadie al que le faltan pies para alcanzar la velocidad de crucero deseada hasta la puerta… del Wyrm.

¿Acaso nadie tiene el valor suficiente para satisfacer las ansias bélicas de nuestro gatito?

—¡UUUUUUOOOOOOOOOOOOHHHHHHHHHHH! —exclama una montaña de músculos arrojando por el aire a Darion, hijo de Darius, que va a caer dando tumbos próximo al rakshasa.

Aaaaaah… Parece que sí.

—¡Aplástalos, Blazko! ¡Aplasta al negrata y al hombre tigre! ¡Ay, que me mato! —ordena un estridente pillete con un terrible moratón en el ojo mientras señala tembloroso a Darion, agarrado torpemente al banco que sostiene el titán bobo sobre su cabeza.

Por elocuente respuesta, Blazko blande el banco que antes le ha aplicado a Darion en la zona lumbar como si las aspas de un molino de muerte se tratasen. Todo su rostro está contraído en un rictus que demanda crujir de osamentas y alguna que otra llave de candado. ¡Menudo animal!

En el ínterin en el que Darion recobra la verticalidad intuyéndose el inicio de un segundo asalto, un tembloroso y despeinado Wilfred se sirve un copazo.

—Esto no lo va a cubrir el seguro…

* * *

Arcadia tiene una ventaja capital en su lance: tiene un arma que podría matarte tanto con su filo como con su propio peso. Y así, cuando asienta con firmeza los pies en el suelo y lanza un devastador tajo horizontal hacia la semiorca que le hace frente, la sangre salpica la Canción en exaltación de la violencia.

Nuestro experto en estrategia enana, Mîn Rompebuches, que en ese momento corre a toda velocidad –sentido figurado- rumbo a amartillar el pie de la semiorca -sentido literal- en lo que podríamos denominar una sutil muestra del arte de la guerra (enana), se topa con un obstáculo inesperado en su camino que se precipita sobre su cara como un felino acorralado.

*SPLUTCH!*

Cegado momentáneamente, Mîn trastabilla y cae rodando, convirtiéndose en improvisado escollo para un enorme negro que es embestido por unos golfetes que chillan improperios colgados de un banco. Diablos, ¿qué llevaba la bebiba que le han servido? Esa mierda debe ser muy fuerte.

Mîn nota algo cálido y líquido pringarle la cara. Sangre. Se mira el pecho, donde nota algo que palpa su cota de malla. Algo muy muerto. Se trata de una mano seccionada. Qué desagradable. No grita de la impresión porque es un machote. Al menos no es la suya, ni la de Arcadia, lo que supone todo un consuelo.

El enano se percata en ese instante de que su compañera de fatigas acaba de mutilar a la semiorca a la que podrían conocer en lo sucesivo como La Manca Sensual (protagonista quizás de algún salvaje si bien húmedo sueño del propio Mîn), cuyos ojos parecen voltearse como si fuese a desmayarse por el traumatismo. Por desgracia, los hijos del linaje de Gruumsh suelen presentar cierta adicción por los despliegues más descarnados de ultraviolencia en honor a Magran y su flamígero coño. Y si el bueno de Mîn tenía la esperanza de que este asunto fuese a concluir como una sana y deportiva (¿?) bronca de taberna, todo se va al Infierno cuando la semiorca, entrando en trance y gruñendo ajena a la pérdida de sangre o a su más elemental integridad física, placa a Arcadia como si de un muñeco de trapo se tratase y las placas de metal de la pesada armadura estalla contra la tarima, astillando huesos y rasgando piel.

Mîn se pone en pie pesadamente, maldice la orina de caballo que sirven en este antro de elfos, manda a la mierda a la panda de borrachuzos que la están liando colgados del banco giratorio, agarra su martillo, escupe sangre mestiza que le ha untado el mostacho de un grasiento color negro y, cuando se dispone a cargar para ayudar a la albina, se sobrecoge al ver cómo la enorme semiorca, aprisionando a la cervatilla psicópata con el muñón ensangrentado a la altura del cuello, le arranca la oreja de cuajo de un bocado.

Sangre para el dios de la Sangre.

* * *

- Tiradas (2)

Notas de juego

Antes del último mensaje, algunos apuntes:

Vasanth y Darion rolean un combate en modo Tag Team contra el jayán llamado Blazko. Ambos han de hacer una Tirada de Salvación de Fuerza con dificultad 15 (D20 + el bono de FUE en su caso + 2 si son competentes en esta tirada de Salvación). Spu, en tu caso, es D20+5. Si activas tu Furia bárbara, tendrás Ventaja y podrás lanzar dos dados y quedarte el mejor.

Os dejo aquí el daño que hace este animalaco: D12+5. Si superáis la TS, solo recibís la mitad, redondeando hacia abajo. Si no la superáis, recibís el daño entero.

*Dewey lanza*

Temed al Amo del Calabozo.

Arcadia y Mîn rolean el desenlace del enfrentamiento con la bella semiorca que a nuestro enano obnubila. Arcadia y su rival se han marcado de por vida en cierto sentido. Las dos están en el suelo, la mestiza aplastándole la tráquea a la albina. Ragman tiene una excusa para ponerse en modo grimdark (¡ENCHUFAO!). Aquí solo voy a pedir una decisión a Mîn: ¿Vas a matar a la semiorca? ¿O simplemente vas a tratar de incapacitarla? Your choice.

Como sois dos contra uno, aquí lo bonito es que los dos tengáis una parte interesante en el duelo. Sugiero pues que primero postee Rag narrando el sufrimiento de su albina y luego Mîn termine el lance con una dramática TS de Fuerza enfrentada a la semiorca. Si Mîn vence, evita que la semiorca le aplaste la cara a Arcadia. Si no lo hace, la mestiza va a darse un festín. Aquí hemos venido a jugar con el DRAMA, ¿no? ^^

Dejo la TS de la semiorca.

*Dewey lanza*

TEMED AL AMO DEL CALABOZO.

Pajarita, recomiendo que te reserves para el final. Algunos podrían necesitarte. Como declaraste pulular por la taberna observando el caos a tu alrededor, asiste a quien quieras. O no. XD

Y nos falta Kyuss, ¿no? :-D

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06/05/2022, 17:42
Venditti

Pero un momento…

¿¡Dónde están los bardos!?

¡Dramáticos sucesos sin bardos es lo mismo que unos encurtidos sin anacardos!

Kyuss y Venditti.

Venditti y Kyuss.

La extraña pareja, danzando en mitad del caos con las mejillas pegadas el uno al otro, eludiendo golpazos y puñaladas por doquier, testigos de todo, protagonistas únicamente de un baile de amor loco.

—Oh, por favor, Kyuss… Deja de recitar esquelas, ¿quieres? Ya tendrás ocasión de besarle los pies a Berath cuando tu alma lúgubre transite su camino a la Rueda. Hm. Querido, debo saber la verdad: ¿Has practicado en mi ausencia? —inquiere el bardo enmascarado, a todas luces satisfecho con el despliegue de danzarines pasos con el que le deleita su sombrío parternaire.

Si Kyuss pretendía responder, nunca lo sabremos, pues el artero Venditti lleva un afilado dedo rematado en púrpura a sus labios para luego colocarle entre sus equinos dientes una de las florecillas silvestres que decoran el plumaje de su sombrero. Cuida el elfo de dorados cabellos de no hurgar durante el proceso la regia napia de su ¿amado? ¿odiado? rival, mas le resulta complicado habida cuenta de las proporciones digamos peninsulares de tan monárquica y esbelta nariz. Kyuss tiene que reprimir una arcada. ¡Esa flor sabe a rayos! ¡Demasiado primaveral para su humor gótico! ¡Maldito sea Venditti y su sombrero/jardín botánico!

—Ah, ah, ah… No respondas, mi amado Kyuss, sé que has tomado clases particulares para igualar mi gracia natural, oh, mestizo triste y depresivo. Reconozco este sutil paso corto, cortesía sin duda de la egregia Diva Candelaria. Jamás pensé que rebajases tu desgarbada y arrítmica dignidad para hurtarle algún movimiento a esa altiva gnoma con insoportables aires de grandeza. ¿Te haría sentir insignificante, verdad, florecilla de pitiminí? Quiero decir, más aún. Giro a la izquierda. Rapidito.

La pareja esquiva con gracia a un morlaco embistiendo al gigante negro con lo que parecía un banco del que colgaban… ¿Personas?

—Excelente sincronización, petunio. Ese bamboleo ha quedado soberrrrbio. ¿Sabes? Este despliegue de violencia física sin sentido me aburre terriblemente, Kyuss. Si al menos fuese violencia verbal como la que tú me obsequias, podría quizás interesarme moderadamente… ¿Pero esto? Tsk. Hm, cuidado: Individuo dantesco a tu espalda.

Con un donaire cargado de estilo, Kyuss efectúa un quiebro, regatea al gañán que dedica una mirada incrédula al dúo y le propina un certero puntapié que asegura la depuración de la raza humana en Carfax.

—Impresionante. Reconozco el toque de Diva Candelaria cuando lo veo, sin duda. He ahí tu contribución a rebajar la estadística criminal de Carfax. Acabas de superar todo un año de trabajo de los matones del Puño de Hierro. Enhorabuena, Kyuss. Sigo siendo tu agente.

Entonces se sucede la ignominiosa traición.

La zarpa de marfil de Venditti desciende hasta clavarse en el flacucho trasero de Kyuss como la garra de un libidinoso halcón.

—Supongo que sabes que han de ser los hombres los que tomen la iniciativa en el baile, ¿verdad, querido? Así que, si me permites… Bailemos ahora según las reglas clásicas: Mi turno.

Venditti, esbozando una sonrisa provista del mismo filo que una daga en la medianoche, arrebata el liderazgo de la danza a su pareja y empieza a componer unas piruetas de órdago por doquier mientras alguna que otra mano cortada sobrevuela el aire.

Qué nochecita.

—¿Sabes que hay un reservado en este cuchitril? —revela un zalamero Venditti. —Es mi lugar predilecto para compartir confidencias, secretitos y, en general, otros fluidos corporales. Ven conmigo, amapolo. ¡Te lo enseñaré!

Y en esto que el salaz bardo, probado en el arte de promocionar lugares de discutible asueto en mitad de la tormenta marcial que ha estallado en la Canción, arrastra ahora al infeliz Kyuss y a su florecilla con sabor a dentífrico hasta una salita algo oculta y alejada del vórtice de entropía, justo para descorrer las cortinas oscuras que aíslan el reservado y toparse con una mujer humana con rostro cariacontecido.

Un momento... Kyuss conoce a esta mujer.

—Oh, vaya, vaya, vaya. ¿Qué tenemos aquí? ¿Una voyeur? ¿Hace un trío, Doña Flor?

Venditti.

Qué truhanaco.

Notas de juego

Kyuss, hasta llegar al reservado, puedes postear para tus compañeros.

Cuando llegues al reservado, posteas Solo para el Amo del CalabozoA MENOS que la kenku -que es la única que está observando la situación sin meterse en berenjenales- se aproxime con curiosidad. En tal caso marcas a Klamore también.

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06/05/2022, 17:47
Amo del Calabozo

Notas de juego

La mujer que te has topado con Venditti te resulta familiar.

Dirías que es la aprendiz, la asistente o la asesina personal de alguien importante en Carfax.

¿Recordarás quién es?

¡Tira Historia a DC 11!

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06/05/2022, 19:58
Karan

Me alejo de la Canción Élfica, feliz de dejar atrás a esos brutos pendencieros, aunque una parte de mí, curiosidad insatisfecha, piensa en los sucesos que acompañarán a esa extraña gente y que nunca veré. El hombre tigre, la chica cuervo, el espantapájaros, el gigante extranjero, la mujer de plata y su enano. Y la niña escoltada por una guardia de individuos exóticos… Será divertido enfundarme sus rostros, notas de color en un tapiz plano y gris. Ah, cuánto lamento marcharme. Pero lamentaría más quedarme y acabar con un ojo morado o una costilla rota.

Deambulo por una calle, la Última Ronda, que se parece a otras tantas, la Última Ronda, con un nombre como único destino. La Última Ronda, que no se me olvide. Y reflexiono sobre lo perdido que estoy, siempre de acá para allá, de recado en recado, de calle apestosa a calle apestosa, con el maldito nombre de un lugar que seguro que será mucho peor que aquél del que vengo. ¿Estas son todas tus aspiraciones, Karan? No vales para nada, Karan. Eres una maldición de los dioses, Karan. ¿Dónde está mi hijo, Karan? ¿Qué hiciste con él, Karan? Devuélvemelo, Karan.

No deberías haber nacido. Karan.

—Cállate. ¡Cállate, cállate, cállate! —le digo a nadie. Es decir, a mí. Porque yo soy nadie, y no hay nadie más conmigo, ¿verdad?

Mentira.

Como salida de la nada, una figura me observa, y algo eléctrico se me activa dentro. ¿Cómo es reconocer a un ángel, o a un fantasma, o a la muerte? Así. Lleva una máscara, de hierro, o de plata, o de algún otro metal, y eso ya me acaba de poner muuuy nervioso. ¿Sabe quién soy? ¿Conoce mi poder? Me pongo en guardia, esperando un golpe que nunca llega. En vez de eso… me habla de la luna.

—Sí, es bonita… —es mi estúpida respuesta, la vista al cielo, momentáneamente abstraído. Estúpida, pero cierta—. Y brilla igual sobre todos. Nosotros. Sin distinciones.

En ese momento, la Muerte Enmascarada me toma por la muñeca. Me invade. Me ultraja.

Me viola.

—¿Qué haces? —siseo—. ¡No me toques! —Solo transcurre un instante, y la Muerte se aleja, y yo siento como si me hubiesen quitado un peso de encima. Literalmente. ¡El enmascarado se lleva algo mío! —Espera. ¡Espera! —Ni caso. Se va.

Aturdido, aterido, aterrado, solo acierto a ver un rastro de sombras arrastrándose tras la Muerte. Y entre ellas, la mía. Mi sombra. Mi compañera, la única que nunca me ha abandonado. Hasta hoy.

La recuperaré. Sé que lo haré, oh sí. Es lo único que sé. Y guiado por la locura, o la curiosidad, o el orgullo, o lo que sea que me guíe por esta calle que se parece a otras tantas, voy tras el enmascarado en silencio. Y ahora, mi destino es mucho más que un nombre.

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06/05/2022, 23:38
Vasanth

Plantado en lo que debe de ser el centro de la taberna, o un punto muy cercano al mismo, con una ventisca que me tiene por núcleo barriendo el local y sembrando el caos por doquier, me tomo unos instantes para observar mis alrededores. Contemplar el estallido de discordia generalizada que se ha desatado en el interior de este antro despierta un fogonazo de euforia en mi pecho. Las emociones más puras, como la alegría, el horror, la ira o el deseo, merecen ser celebradas, pues son el combustible de la vida. El dolor, el placer, la risa, el llanto… ¿Qué sentido tendría la existencia sin todas esas cosas que nos demuestran que somos más que un sueño inconsciente? Y, con tantos siglos como me quedan por delante, ¿cómo experimentar una emoción intensa y honesta sin sacudir un poco las cosas?

De pronto, un varón humano grande y fuerte, de negro cabello ensortijado y anudado y piel del oscuro color de la tierra de mi país sale de entre la maraña de gente que me rodea y cae dando tumbos junto a mí. Lanzo una carcajada salvaje al verlo, preparándome para responder en caso de que decida atacarme. No obstante, en el momento en que el hombre se incorpora, nuestras miradas se encuentran durante un instante. Entonces sucede algo muy extraño, una sensación sin precedentes: una parte de mí se reconoce en esos ojos. ¿Quién lo hubiese dicho? Los ojos de un humano… tan parecidos a los míos. El momento se alarga, estirándose en el tiempo mientras me pierdo en los matices áureos y ambarados de esos iris. Algo me llega desde ellos, algo poderoso y descarnado, puro, que sin embargo soy incapaz de comprender, como si tratase de leer un libro escrito en un idioma que conozco, pero cuyas frases estuviesen escritas del revés. Ladeo ligeramente la cabeza, confuso. No entiendo, y eso es algo a lo que no estoy acostumbrado. Pero, de algún modo, siento que este humano es más que otros. Alguien digno, tal vez. Y es entonces cuando sé, de un modo instintivo, que no somos enemigos, sino aliados.

Un grito enfurecido me saca de mi ensimismamiento. Una mole humana de tamaño impresionante (esta sí) surge de entre el gentío siguiendo a mi nuevo amigo, profiriendo alaridos de ira desarticulada. Entre sus descomunales manos, el gigantesco hombre enarbola un banco de madera, de esos que están pensados para que se siente una persona al lado de otra, solo que de este cuelgan personas. Personas que, lejos de estar aterrorizadas, jalean al bruto para que ataque. En cualquier caso, el enorme salvaje parece tener toda la intención de cargar contra nosotros con esa cosa. Oh. Y yo que pensaba que esto iba a ser una simple y sana escaramuza entre amigos.

—Parece que tenéis talento para atraer los problemas, humano —le digo al hombre de piel de noche, sin que mis palabras suenen en ningún momento a reproche o a lamentación. Entonces, clavándole la mirada al gigante del banco, me relamo un lado del hocico, abriendo mucho las fauces—. En cuanto a ti, más te vale soltar ese palo, no sea que te golpees en la cabeza y acabes aún más idiota de lo que ya eres.

Y, viendo que, tal y como esperaba y deseaba, el necio desoye mi sabio consejo, empiezo a susurrar una madeja de palabras, apenas un murmullo que se pierde en el viento sin que nadie sea capaz de oírlo, con los ojos ardientes atravesando al gigante. Solo él puede oír lo que digo, pues mis palabras queman directamente la blanda materia de su mente, como una marca de hierro al rojo, convertidas en el aullido silbante de mil tormentas, la afiladura estridente de mil aceros, el lamento de mil almas en pena, el juramento de muerte de mil demonios coléricos:

Aapako mera saamana kabhee nahin karana chaahie tha, nashvar!*

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Notas de juego

* Aapako mera saamana kabhee nahin karana chaahie tha, nashvar: «Nunca deberías haberte enfrentado a mí, mortal». A Vasanth le encantan las frases lapidarias, como podréis observar ^^.

Naturalmente, uso susurros discordantes, sea cual sea la mecánica que usemos al final. ¡Aquí hemos venido a jugar! Como en cualquier caso tengo que tirar daño, lo hago: le clavo 13 puntacos de daño. ¡Ahí es nada!

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07/05/2022, 01:29
Arcadia

La primera sangre que se derrama no era la más importante, pero si la más humillante. Lenta y torpe, mujer del diablo, lo único que podrías matar así es el tiempo. Acero y sangre, la mano de su rival volando como un ornamento más de la taberna. Rabia y furia, creciendo, el fuego que se propagaba. Ella era hielo. Otro corte, una intención. La medio orca la derribó. Eso está mejor. Caía. El peso de su rival sobre ella. Contundencia. Un ariete de cabellos en llamas y piel verde como la grima. Sintió sus huesos chocar contra el metal de su armadura, estallar, como si estuvieran hechos de cristal. Dolor, amargo, intenso, el sentido de su vida. Tan familiar, tan antiguo, que formaba parte de sus latidos, de sus lágrimas. Parte de su historia maldita.

Un momento de turbación. Había perdido el arma. Yo soy el arma, recordó. Dolor, intenso, en su oreja. O en la ausencia de ella, y una cola sangrante siguiendo la estela de su carne. Ahí iba un pedazo de ella, otro que ya no volvería y que le dejaría una cicatriz. Una más. En su frenesí, sujeta por el muñón sangrante de la guerrera, Arcadia fue abriendo sus boca, mostrando sus dientes uno a uno, como soldados presentándose a una batalla. Un gesto extraño, roto, turbador. Una sonrisa.

Alzó la mano y la clavó en el rostro de su adversaria. Lo más sensato hubiera sido coger el martillo, golpearla con el escudo. Se guiaba por su instinto. Era como regresar a su infancia. Su mano estaba recubierta de metal. Su mano era hierro. Acarició el rostro de su rival como una amante despechada. Un rostro crudo, duro. Hundió el pulgar en el ojo de la mujer. No importaba el tamaño; ojos, nuez, entrepierna. Ahí era donde debía atacar. Uno más; yugular.

Era una estratagema, un desvío de atención. Hundió el pulgar esperando una reacción. Dolor, miedo, instinto de supervivencia. Un instante de vacilación, de debilidad, que abriera una ventana, que le permitiera liberarse de su presa cerrada y mostrar su verdadero ataque. Le mordería la yugular como un animal rabioso. Y ya no la soltaría.

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Notas de juego

He tirado, no sé si bien. Breve, como la vida!

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08/05/2022, 05:31
Kyuss von Trier "FreshMeatCandy"

El callejón oscuro amplificaba las apresuradas zancadas de dos mancebos a la fuga, en esta misma Ciudad Baja, otra noche del recién renacido estío un puñado de años atrás.

El repiqueteo de las suelas finas contra la calzada y las risas de los jóvenes, convulsa algarada de vida quebrando el sueño de los arrabales, seguido por un tropel acusador y  revuelto, que les increpaba a vivas voces, pues cerca de media docena serían los hostigadores.

Y, llegando a la empedrada, esa que sube rabiosa, que ni las mulas se agarran, vemos a los dos flacos, llorando de risotada y sayo en ristre, y es que llevaban robada una púrpura sotana.

Curiosa estampa el binomio, de singular atavío. Uno atezado y opaco, el otro colorido y rimbombante. Por un momento, una ojeada risueña de cómplices ojos amigos, y emprenden la cuesta arriba; ahora vemos a los buscadores, cuatro alguaciles del Puño, y un quinto elemento chocante. 

Desnudas sus copiosas carnes, con la ayuda aislada de su fláccido bandullo para cubrir las pudendas, reducidas a un pingajo, y como único atavío un capuchón de cuero con la forma de una testuz de jamelgo. Su cuerpo desvaído, felpudo y cubierto de exudación, respirando agitado y señalando a los jóvenes con un rollizo dedo acusador, estrangulado por un inflado sello clerical.

Hilarante, su tesitura grotesca, descalzo, sin vestir y corriendo sin aliento.

Añoso penco grasiento, amigo provecto de ortos ajenos y vicios viejos.

- ¡Atrapadlos, que no huyan, quiero a esos dos delincuentes!- gritaba a los subalternos, que encaraban el repecho con desgana y sin brío.

Kyuss y Venditti coronan la enorme cuesta, y ante ellos se enciende Carfax. Esta noche hay fulgor en las calles, palpita la villa, es la Feria de los Gremios.

Pierden a sus seguidores gambeteando en la caterva, y les inunda la fiesta.

Carromatos coloridos, fruslerías forasteras, naipes, dados y trileros. Visitantes bisoños de bolsillos llenos. Pícaras y cacos locales trasegando su faena. La arena de los divorcios, el pan de ergot de centeno. Augures vistani, música y juegos. Acertijos, mascarada y la Noche de los Locos. Por siete días el burgo es exceso y caramelo, es jarana y misterio; es pasión y dividendo, platea perfecta de nuestros bardos, que cantando caminan hombro con hombro abrazados, jaraneros y fraternos en la noche de Carfax.

- Deberíamos ocultarnos, réprobo bufón, pues con esa fragancia tuya no eres fácil de extraviar, ¿es necesaria tanta flor? ¿Pues no nos están buscando?, ningún colegio de Bardos...

- Oh, mi cenizo dulzón. Mi carboncito de azúcar, ¿Pretendes privarme pues del folclore eruditario de nuestros conciudadanos?... Uy, querido, muy mal me parece tal hecho, malo, malo y tres veces malo, Kyuss amado, no temas tanto, que se te avinagra el gesto, además, ¿no creerás que tu trompa portentosa tiene igual? tú y sólo tú olerás mi rosa, mi glamuroso espantajo.

- ¡Callad ya, faisán de tragaderas, no soporto vuestra cháchara incesante, vamos pues, no me seáis cargante, y ocupémonos del compromiso. Que no es temprano, la noche escapa...

-Nada escapa al poder del amor, Vontrier, querido mío, recuérdalo.

***

Una tempestad de violencia se había desatado en La Canción. Kyuss no había querido tal contingencia aquella noche, tenía diferentes planes. Tampoco había sido su deseo el atropellado zapateo con su colorida sombra, con quien protagonizaba su ingeniosa huida. 

Primero perdió de vista a Vasanth y a Klamore.

Atiende en tu gozo, rakasha, tu citar, pues debes vigilar de percances que lo pueda lastimar. ¿Y mi plumífera amiga?. Oh, por Shar... ¿Se sabrá cuidar?

Aquello iba de desaparecer, porque así también lo hicieron los garrulos del Puño que hace un instante estaban plantados ahí donde ahora no había más que restos; una bota, un sombrero, abandonados para que alguien en breve los lanzara como arma o se limpiara los humores.

A quien sí que reconoció Kyuss, después de la primera sangre, era al cabezón de Blazco y sus bárbaros de las afueras, entonando su tonada predilecta de babas, sangre y violencia. 

Bahorrina sin sustancia

Todo un despliegue de verborrea, cuando una mano cercenada saluda a su mezquina audiencia.

Hay partes de nosotros que veremos marchar, hay otras que sólo pueden tenerlas los demás. Diosa, se complicará todo, muy veloz, qué desperdicio, os matáis por de matar vicio, justicieros de salón, desnate para pensantes; aquí viene a agarrar ídolos la parca y la ruina, hmmmm que aroma más embriagador, alguien acaba de hacer de sus palabras orina, exótico torbellino. Los foráneos se march... ¡Pero qué es esto!¿Traición! ¿Pues no coloca en mi boca su veneno en salazón? Apartad vuestra flor traidora, guardaos vuestro conjuro, no me piséis, os lo ruego y no me toquéis el... Maldito Venditti artero. Artista de medio pelo, a veces tienes acierto. Espero que ese petardo de Candelaria no haya hablado más de la cuenta, o... pardiez, sí que se nota, la práctica y el amaestramiento, qué liviano, que ligereza en mis vuelos... oh, caramba, un gigante, este no porta drama, más bien lleva él solo, y repleta de truhanes, la bancada de Wilfred, pobre diablo, su costilla es peor que estos. Prefiere...¿Quieto!¿Dónde va éste?, aguarda, qué veo, hermanos cofrades, uno negro de piel, otro con fauces de fuego. Qué yunta más enjundiosa. Como el enano prudente y su loca ensangrentada. Qué desperdicio, ejército de desdichados, tanto drama y yo liado.

-¿Dónde me lleváis, tarado?¿No os vale con un baile? Omitid los trucos de pánfilo y decidme, ¿Qué pretende vuestra excrecencia?

¿Buscáis algo? no es mi caso, claro, lo que despierta más anhelo es aquello que sin saber que se busca, se encuentra, y después se vuelve a perder.

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08/05/2022, 13:22
Mîn Rompebuches

Arcadia había conseguido mutilar a la semiorca, seccionándole una mano, pero Mîn estaba seguro de que aquello no solo no iba a aplacar a la piel-verde, sino que iba a enfurecerla todavía más. La situación no iba a acabar con unos cuantos porrazos y cada uno por su lado. No. Si la semiorca había perdido la mano, lo más probable es que se lanzaría contra Arcadia con toda su fuerza.

—Ostia puta... —masculló el enano, intuyendo lo que tocaba ahora.

Mîn observó cómo la semiorca placaba a Arcadia con una inmensa fuerza, dejándola bastante dolorida. Aunque aquello no fue ni mucho menos lo peor. Aquella guerrera era tan brutal que, incluso a pesar de la pérdida de sangre, había conseguido aprisionar a Arcadia y le arrancaba la oreja de un solo mordisco. Contemplar aquello simplemente le estremeció. Un par de puñetazos, una patada, agarrarle del cabello y golpearle la cabeza contra una mesa, pero... ¿acababa de arrancarle una oreja a Arcadia?

—¡Por las barbas de Moradin! —dejó escapar el enano una exclamación.

Mîn no vaciló ni un segundo. Vio que Arcadia intentaba morder en la yugular a su oponente, aunque no se detuvo a comprobar si su amiga acababa con la semiorca. Armado con su martillo, se lanzó con todas sus fuerzas en dirección a la semiorca, buscando descargar su martillo contra la espalda para derribarla y quitársela de encima a Arcadia. No creía que fuese capaz de matar a esa mole de un solo golpe, aunque intentaría golpear con la fuerza suficiente como para que el golpe fuese letal.

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08/05/2022, 22:31
Darion

Como suele ocurrir con los cobardes, tampoco aquel vicioso desgraciado actuaba solo, sino que una caterva de miserables lo seguía, entre los cuales se encontraba un coloso capaz de arrastrar a todos los pigmeos detrás. Como si fuera el baluarte que protegía a aquella niña de los degenerados, lo asaltaron con un banco como ariete, golpe que lo hizo rodar antes de que el coloso alopécico lo hiciera volar varios metros allá. En su viaje por los aires, Darion llegó a ver a la niña huyendo con los encapuchados de ojos rasgados. «Que Galawain te acompañe, niña de luz».

Si aquellos canallas pensaban que con el ariete habían abierto las defensas de Darion, en realidad se equivocaban. El único portón que habían derribado era el que contenía la furia de Darion. La Furia Negra. Notó tambores retumbando en sus sienes, notó viejos gritos reviviendo. «¡Trabaja, puto negro!». «¡Vamos, mierda esclavo!». «¿Has visto cómo llora tu padre, hijo de puta?». «Ahora vas a saber lo que es el dolor». Ah, los recuerdos, los putos recuerdos, palabras escupidas con rabia, rabia que se acumula en un corazón como una costra que pudre más y más un cuerpo y un alma. Tambores retumbando en sus sienes. Sangre, olor a sangre en sus encías aun antes de derramarla, como si el deseo que acumula en su interior fuera capaz de provocar el sabor anhelado. Sangre y acero. Sangre ferruginosa. Galawain está pidiendo un sacrificio y Darion es su sacerdote.

Se puso en pie sin mucho esfuerzo, con el pecho inflado por una respiración pesada y caliente como el aliento de un dragón, con la fragua de sus ojos encendida por el golpeteo de miles de martillos brutales. En ese momento, notó una extraña y mística presencia a su lado. En mitad de aquel estúpido y arbitrario caos, el enorme negro sintió como si por un segundo lo hubiera rodeado la quietud de una jungla bengalí; pero, claro, la quietud de una jungla bengalí es sólo el discreto escondite de la rapacidad felina. Y allí estaban esos ojos, mirándolo como de entre la espesura selvática, amenazantes y, al mismo tiempo, confundidos, como un depredador que dudara por apenas un segundo si él es el cazador o el cazado o quizás ambas cosas.

Las cejas de Darion se cerraron en un gesto que devolvió la misma complicidad que encontró en la felina mirada y en sus palabras.

—No atraigo problemas, criatura. —No sabía cómo llamar a ese ser y «criatura» parecía ser una palabra tan inadecuada como cualquier otra—. El problema soy yo.

Y, tras decir esto, Darion echó sus dos manos al espadón de su espalda, se giró hacia el coloso alopécico y se arrojó contra él. De su garganta salió un sonido que no podríamos llamar un grito, tampoco un rugido; quizás, incluso, tampoco podríamos llamarlo un sonido, pues no era tanto el oído el que lo percibía, sino el alma. Con ese no-grito y no-rugido, Darion se arrojó salvajemente para abrir en canal al coloso con un golpe en su mismo cráneo.

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Notas de juego

Además de aplicar la Furia, aplico el Ataque temerario: «Solo puedes activarlo al principio de tu turno, antes de atacar. Cuando lo haces, obtienes Ventaja en tu próximo ataque (lanzas dos dados, te quedas el mejor)».

Hago tirada de Daño, aunque desconozco si le hago el daño o no, que la tirada de Ataque ha sido 16. ¿Cuál es la dificultad para acertar en la cabezota al coloso alopécico?

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09/05/2022, 03:39
Klamore

Klamore se movía con la habilidad propia de su raza, una destreza a la par de la sabiduría que podía poseer alguien como ella. No era inteligente precisamente, pero el número de experiencias a su corta edad, junto al llamado que había recibido a través de sueños, le permitían ver el mundo de cierta manera. Se podía decir que aquella avecilla de ojos curiosos no lo era sólo como rasgo físico, sino que realmente podía ver cosas. Ciertas cosas.

Se había sentido irremediablemente atraída a Kyuss, y mientras se agachaba para evitar ser derribada por un hombre que era lanzado hacia un lado, fue comprendiendo por qué le llamaba la atención. No lo conocía, y sin embargo, sabía que él... Su atención pasó a otro lado de la sala. Fue testigo del momento en que el humano de piel oscura y el tigre humanoide se reconocieron como hermanos, no de sangre pero de alma. Si, así era como debía ocurrir, estaba segura de ello. Tenía que decirles, avisarles que... Y de nuevo se despistó hacia donde una mujer de grandes proporciones tumbaba a otra de cabello de plata. Vio al enano, y asintió. Pero algo no estaba bien, la chica de pelo blanco tenía ambas orejas... ¡Ah, ahora sí! La Kenku se mostró conforme mientras parte de la oreja de aquella mujer volaba por los aires. Ahora sí era todo correcto. Tal como debía ser.

Pero faltaba alguien. ¿Acaso en eso se había equivocado? No, el número era correcto, debían ser seis. Bueno, quizás es que el momento aún no había llegado. Pero cinco de seis... Tocaba unir los hilos. Para eso, primero tenía que evitar que la mujer platinada acabara en pedacitos. La ave realizó un movimiento de sus dedos emplumados, señaló encima de la semiorca... Y un yunque cayó desde el techo, golpeando muy cerca de las dos guerreras. Klamore chasqueó el pico, y miró hacia los otros dos, que parecían tener menos problemas con sus oponentes. -¡... Vasanth, hijo del cielo y del infierno!- Repitió el estruendoso rugido, y luego el silbido que imitaba el sonido de la sitar. Se aseguró de haber llamado su atención, y le hizo señales hacia donde enano, semiorca, y humana se debatían con la intención de desangrarse entre ellos.

Luego volvió a girarse en si misma. Ya con cuatro reunidos estaba conforme. Pero, ¿en donde estaba Kyuss? Dio un paso atrás, esquivando un zapato de tacón lanzado con claro atino, y siguió avanzando por la taberna en la dirección en que había creído ver desaparecer al bardo y su florido acompañante.

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Notas de juego

Invoco Spiritual Weapon y trato de dejarla caer sobre la semiorca. Pero creo que no acierto xD (no sé que tenía que sumar...)