—Nuestros aliados los tanarukk de La Legión Atormentada —te volvió a explicar solícitamente Rhalgromuz. Te lo había dicho hacía unos días, pero para ti era como si hubiera pasado un año y medio—. Orcos con sangre infernal. Estas huellas son demasiado pequeñas y ligeras para ser de nuestros aliados. Probablemente sean de elfos. ¡Y los elfos son nuestros enemigos!
»Debemos evitar seguirlas, Bertrand, especialmente porque parecen recientes —te aconsejó el quásit—. A decir verdad, debemos evitar a los elfos a toda costa.
Lo cierto es que Rhalgromuz tampoco tenía demasiada idea de hacia dónde se dirigían las huellas, pero como al abad, mentir se le daba mejor que rastrear. De modo que viajaste durante más de hora y media en dirección al noreste. El suelo empezaba a escarparse y elevarse en dirección a las colinas que parecían cada vez más cerca. Escuchaste entonces el áspero sonido gutural de unas voces que provenían de un claro cercano.
—¡Hablan en Abisal! —le dijo Rhalgromuz, con un tono tan aliviado que parecía estar meándose encima.
Cosa que no supiste si era cierta, puesto que Rhalgromuz seguía invisible como el cobarde que era. Oíste que batía las alas frenéticamente en la dirección que había escuchado las voces.
Bertrand viaja explorando hacia 07.02 durante una hora y media más, terminando la primera guardia del día 1 de la semana 1. Ha avanzado 2 millas durante esta guardia. Le faltan 3 para cambiar de hexágono.
Tiene un encuentro.
Motivo: Supervivencia
Tirada: 1d20
Resultado: 8(+1)=9 [8]
Tirada oculta
Motivo: Días
Tirada: 1d10
Resultado: 1 [1]
Tirada oculta
Motivo: Media hora
Tirada: 1d8
Resultado: 3 [3]
Tirada oculta
Motivo: Encuentro
Tirada: 1d20
Resultado: 10 [10]
Ante aquella revelación, Bertrand se quedó intranquilo. Cierto era que habían decidido que los elfos eran sus enemigos, pero... ¿eran aliados los tipos que hablaban abisal? Tampoco lo tenía muy claro. A decir verdad y aunque Rhalgromuz siempre se había mostrado amable y bienintencionado con él, era posible que ocultara algo. Esperaba que no, pues su amistad era sincera y desinteresada, pero... ¿y si sí?
Bertrand alzó la mirada por tal de detectar al grupo de infernales que se acercaban, pero sólo encontró una rama. El golpe contra ésta fue terrible y Bert casi cayó al suelo aturdido, pero se recompuso se ocultó, bastante mal por cierto, tras unos arbustos. Allí empezó a analizar todo lo que había pasado desde que conociera a ese quásit. ¿Estaba tratando de engañarle de alguna forma? Desde luego, casi todo habían sido desgracias desde que viajaban juntos. Todo salvo quizás la fiesta con Don, eso si fue bueno y divertido, pero... ¿lo demás?
Motivo: Averiguar intenciones
Tirada: 1d20
Resultado: 20(+8)=28 [20]
Motivo: Percepción
Tirada: 1d20
Resultado: 1(+1)=2 [1]
Motivo: Sigilo
Tirada: 1d20
Resultado: 7(-3)=4 [7]
Avanzaste hasta el claro para tener una perspectiva mejor de lo que estaba pasando, escondiéndote malamente entre los matorrales. Había una docena de criaturas, parecidas a orcos pero más robustos y achaparrados, con el pelo erizado, cuernos o crestas a los lados de la cabeza. Mostraban dientes afilados y colmillos que sobresalían prominentemente de sus mandíbulas inferiores. Olían a azufre.
Merodeaban por el claro, que se había convertido en un improvisado campo de batalla. Había varios elfos despatarrados por el suelo, y los tanarukk iban de uno en uno, rematándolos de uno en uno con puñales dentados e irregulares para después registrarlos en busca de algo útil que rapiñar.
Rhalgromuz empezó a hablarles en aquel idioma que era como el crepitar de las llamas, pero pronunciado con su voz chillona parecía bastante menos ominosa de lo que debería. Los tanarukk se pusieron en guardia y gruñeron lo que parecía una orden. El quásit se les apareció, alzando las manos en un gesto de indefensión y se puso a hablar con ellos. Bajaron las armas y se pusieron a hablar con él y, en un momento dado, Rhalgromuz te señaló con la garrita y todos los taranukk miraron directamente en tu dirección.
—Tengo una noticia buena y una mala —dijo, y tras expresar tu preferencia continuó:—. La buena es que nuestros amigos pueden llevarnos al campamento de la mujer de sangre demoníaca.
Los tanarukk empezaron a caminar directamente en tu dirección.
—La mala es que ella no está en La Torre de Lucien. No han podido avanzar debido a la fuerte resistencia de unos elfos.
- Estúpidos elfos... - Dijo lo suficientemente alto como para que aquellos buenos chicos le escucharan.
Fue entonces cuando salió de su disfuncional escondrijo y se mostró en todo su esplendor ante aquellos jóvenes. Aunque quizás no fueran tan jóvenes. Diferenciar la edad en aquellos tanarukk no era cosa fácil. Fuera como fuera, parecían buena gente. Estaban tratando de llegar a la Torre y un grupo de remilgados orejas picudas se lo estaba impidiendo. ¿Por qué? No tenía ni la más remota idea, pero impedir la lobre circulación de las personas, desde luego no era algo que pudiera hacerse a la ligera. ¿Qué sería lo próximo? ¿Toque de queda? ¿Prohibición de reunirse con las personas que uno deseara? No, definitivamente, los elfos lo estaban haciendo mal.
- Mi nombre es Bertrand Dotter. - Se presentó. - Soy el Abad de Puente... - Carraspeó. - Seguir de... - ¿Cómo se llamaba la diosa a la que servía? Ni la más remota idea tenía. - Fiel devoto de la matanza. - Determinó. Eso estaba bastante claro para todos. - No está bien eso que os están haciendo estos melindrosos elfos... - Negó con la cabeza. - Os ayudaré. - Dijo con determinación. - Pero contadme, ¿cuántos son ellos? ¿qué armas poseen? y sobre todo, ¿por qué no os dejan ir a a Torre?
Los tanarukk siguieron avanzando, hasta que llegaron a su altura y te agarraron con dureza por los brazos.
—No hablan tu idioma, Bertrand —dijo Rhalgromuz, y esbozó una sonrisa cuajada de dientes afilados—, y no es su cometido contestar tus preguntas. Ni el tuyo hacer tus estúpidas preguntas, sino obedecer. Si necesitas saber algo la mujer de sangre infernal te lo dirá. Y ahora no hagas ninguna tontería de las tuyas y acompáñanos al campamento de la Legión Atormentada.
Las cosas se ponían feas. ¿Quién hubiera imaginado que un buen amigo como Rhalgromuz le iba a tender una trampa? Desde luego, no él. Lo que si tenía claro era una cosa, Rhalgromuz no era de fiar. Si al final las cosas salían mal y acababa encerrado, apaleado o algo peor, no dudaría en rebanarle el pescuezo si en algún momento tenía la oportunidad de liberarse de sus captores.
- Pensaba que... - Tragó saliva. - ...éramos amigos. - Le dijo con fingida tristeza, cuando lo que en realidad sentía era rabia e ira.
No le quedaba más remedio que colaborar. Aquellos tipos parecían peligrosos, además de ser feos como el culo de un mono. Le iban a llevar frente a Lachard, una mujer a la que había querido mucho, pero bastante más peligrosa que cualquiera de aquellos malandrines del infierno. Y allí estaba la otra cuestión: ¿por qué demontres estaba allí? ¡Con lo bien que podría haber estado viajando en una dirección diametralmente opuesta a la que estaba siguiendo! O quizás.... simplemente quedándose en su tediosa y aburrida abadía llena de sociópatas como él.
Fuera como fuera, al menos parecía que no le iban a llevar a palos y no iban a quitarle su equipo, ni el de la buena Tyris a la que tanto echaba de menos. Sus rubios cabellos, sus ojos azules y sus pechotes voluminosos que saltaban alegremente al caminar... tomó aire profundamente. Sí, aquella joven era una muchacha por la que valía la pena perder la cabeza.
- ¿Dónde estará ahora? - Se preguntó. - ¡Oh sí! Malvas y gusanos... - Recordó. - Buen juego, Malvas&Gusanos, el juego de rol©.
Tus ansias de rebanar el pescuezo de Rhalgromuz se iban a encontrar con la frustrante pared de localizar a una criatura invisible y voladora. Oh, sí, pronto ibas a sufrir en tus carnes lo que tus predecesores habían padecido. Rhalgromuz era una criatura muy escurridiza y muy cobarde, con un arsenal casi infinito de medios para escapar de tus intentos de asesinato.
Ajenos a todo, o tal vez sin importante un ardite, los tanarukk reemprendieron la marcha. No te habían maniatado, ni pedido que entregaras tus armas, pero era obvio que te vigilaban en todo momento. Cuando llegó el momento de parar y hacer el campamento, Rhalgromuz habló con ellos. Sin muchas ceremonias hurgaron en tu mochila y empezaron a repartirse entre todos, con un alborozo ruidoso y malévolo, tus raciones de viaje.
Cayó la noche y los orcos semiinfernales se turnaron para hacer guardias de dos en dos. Si pensaban que podían atacarlos los elfos o si te vigilaban a ti, era difícil decirlo. Tras comerse nuevamente tu comida para desayunar reemprendisteis la marcha hacia el noreste.
Una hora después viste aparecer un campamento fortificado en lo alto de la colina. Habían talado los árboles de alrededor para ver acercarse a cualquier intruso. Habían levantado una empalizada de afiladas estacas de madera, y dos altas torres desde las que controlar el terreno alrededor.
Los tanarukk cambian de rumbo y se dirigen hacia 05.02, desandando las 3 millas que había recorrido Bertrand y recorriendo 1 millas más en esa dirección. Faltan 2 millas más para cambiar de hexágono. Montáis el campamento y ninguna bestia perturba vuestro descanso. Los tanarukk se comen tu comida (-13 raciones de viaje).
Amanece el día 2 de la semana 1. Los tanarukk reemprenden el camino hacia 05.02. Durante la primera guardia llegáis al Campamento de la Legión Atormentada.
Tirada oculta
Motivo: Encuentro
Tirada: 1d12
Resultado: 8 [8]
Los tanarukk te guiaron a la tienda más grande del campamento. Era de lona carmesí, y sobre ella ondeaba un estandarte, que representaba un par de labios femeninos perforados con una espina de hierro de la que goteaba una sola gota de sangre. Los guardias de la entrada, un par de Tanaruk con armaduras completas erizadas de púas te registraron y te confiscaron tus armas y equipo antes de entrar.
Te introdujeron en la tienda de un empellón. Allí estaba Lachard, discutiendo acaloradamente con un tiefling con armadura de combate y un demonio con un único cuerno en la parte posterior de la cabeza. La hija de Umsaralem había cambiado desde la última vez que la viste. Seguía siendo la mujer morena y delgada que conocías, pero le habían crecido un par de cuernos cortos y rojos en las sienes. Sus ojos eran completamente rojos, del color de la sangre y sin pupilas, y le habían crecido un par de alas coriáceas en la espalda.
Lachard sonrió, mostrando un par de colmillos ligeramente más largos de lo que sería normal.
—Dejadnos —ordenó, y el tiefling y el demonio abandonaron la tienda a regañadientes.
Lachard se dirigió hacia ti lenta y deliberadamente, como un felino que jugueteara con un ratón antes de comérselo. Sus pies descalzos hollaban las ricas alfombras que cubrían el suelo de la tienda.
—Bertrand, mi amor, por fin has llegado —ronroneó, pasándose las manos por las caderas y volviéndolas a subir hasta sus pechos—. He estado esperando este momento durante muchos, muchos días.
Lachard se paseó el dedo índice por los labios, mientras te miraba de arriba a abajo.
—Dime, Bertrand, ¿te gusta lo que ves?
Voluntad CD 16 o hechizado.
A Bertrand no le importaba compartir su comida con unos buenos amigotes. No obstante, aquellos tanarukk no parecían ser demasiado simpáticos. De hecho, ni tan siquiera le pidieron permiso para rebuscar entre sus cosas y eso definitivamente no estaba bien. Era evidente que Rhalgrumuz le había traído hasta una trampa de la que no podía escapar. Debía afrontar su destino, si es que era ese y tratar de salir lo mejor parado de aquella situación.
El tiempo que pasó entre que llegaran a ese campamento y finalmente le condujeran hasta la carpa roja donde se encontraba Lachard, lo pasó precisamente pensando en si realmente Lachard estaba detrás de todo aquel asunto o si en realidad eso también había sido una mentira. Sin embargo, de que su vieja amante estaba detrás de todo aquello, estaba bastante seguro. Tenía algo así como una corazonada que le decía que en efecto, al final de aquel viaje estaría Lachard.
Y no se equivocó. Cuando los tanarukk, tan secos y antipáticos como siempre le hicieron pasar al interior de la tienda, una diabólica Lachard se reveló ante él. No le sorprendió demasiado que luciera cuernos y colmillos afilados. Las alas si le parecieron bastante sorprendentes, así como también su cola. Sin embargo, el color rojo le favorecía incluso en sus ojos ahora del color de la sangre. Mentiría si le contestaba a Lachard que no le atraía su nuevo aspecto.
- Faltaría a la verdad si dijera que no. - Habló finalmente. - Ha sido un camino duro. He pasado muchos, muchos días sorteando dificultades. Las primeras en la abadía... - Desveló. - Tuve que matar al padre Ander y a... - Tragó saliva. - ...a tu marido. Lord Tisef. Aunque esa muerte se la puedes adjudicar más a Rhalgrumuz que a mi, ciertamente.
Bertrand empezó a rebuscar entre sus ropas. Parecía no encontrar lo que buscaba, aunque finalmente dio con ello. Introdujo la mano en un bolsillo de su hábito y extrajo un pequeño cilindro y una vez lo abrió, desenrolló un pergamino y lo leyó en alto.
- Esto es tuyo, ¿verdad? - Le preguntó a Lachard. - He venido a por ti. ¿Y ahora qué? ¿Dónde tenemos que ir?
Motivo: TS VOL
Tirada: 1d20
Dificultad: 16+
Resultado: 11(+5)=16 (Exito) [11]
Lachard miró la nota que le tendías.
—De mi puño y letra —confirmó—, escrito poco después de que nuestra Señora me liberara de los grilletes de aquellos que fingían amarme, pero en realidad despreciaban todo lo que soy realmente.
La Baronesa caminó a su alrededor, hasta colocarse detrás de ti. Colocó sus dedos en tus hombros y acercó sus labios a tu oreja para murmurarte:
—Ahora Bertrand, es la hora de liberar a nuestra Señora de los grilletes que la mantienen cautiva bajo Nar Kerinoath, la Ciudadela Durmiente, la Torre de Lucien. Ella nos ayudará a vengarnos de Mitra y de sus ignominiosos seguidores. Y yo seré una Reina, hermosa y terrible como la mañana y la noche. Traicionera como el mar, terrible como la tormenta y el relámpago, más fuerte que los cimientos de la tierra. ¡Todos me amarán y desesperarán!
Lachard introdujo su lengua en tu oreja, y después te mordió el lóbulo.
—¡Y tú serás mi Rey!
La idea de ser el rey de Lachard le seducía en cierta manera. No podía negar que aquella zorra tenía un gran sex appeal, significara lo que eso significara. Se lo había escuchado decir a Don McLean y parecía ser algo bueno que tenían las mujeres. A decir verdad, el palabro le sonaba muy bien a Bertrand, así como otros como borderline o wifi, aunque de esos términos tampoco conocía el significado y para que engañarnos, estaba casi seguro de que Don tampoco tenía ni pajolera idea sobre que demontres querían decir.
Fuera como fuera, Lachard era mucha mujer. Quizás demasiado para el bueno de Bertrie. A decir verdad tenía sus dudas y sentía cierto temor. Su mayor preocupación era el rabo. Lachard tenía uno bien rojo y bien largo y Bert nunca había yacido con alguien que tuviera el rabo más largo que él. Sí, el rabo de Lachard era en efecto, el mayor temor del buen Abad. Todo lo que había dicho acerca de liberar a "no se quien" y vengarse de "no se quién otro", ni tan solo lo había escuchado el pobre Bert. Su mente funcionaba a toda velocidad, pero no en ese sentido, sino en otro muy diferente.
Y es que Bertrand estaba imaginando el momento en que Lachard la abrazaría enorme y rojo rabo y le lanzaría contra un lecho para tomarlo como si fuera una virginal e inocente muchachita. Imaginar a esa mujer medio humana medio sirva de Baal, le ponía realmente efervescente y el capullo de Bert estaba totalmente enrojecido y casi echaba humo. Creía que el corazón le iba a salir del pecho, pues lo cierto era que palìtaba con fuerza, no el corazón, sino otra parte de su cuerpo, claro está.
- ¡Claro, claro! - Dijo tratando de encontrar las hebillas de su coraza por tal de desajustarlas y retirarla, aunque lo hizo sin éxito alguno por el nerviosismo que sentía. - Lo que tu quieras, Lachard... - Resopló con el aliento entrecortado por la excitación. - ...lo que tu quieras... - Repitió cachondo como una mona.
Lachard esperaba algo de ti que no terminaba de llegar.
—Entonces, Bertrand, ¿qué haces que no partes para allá inmediatamente? —dijo en un ligero tono enojado, separándose de ti, de pronto fría y distante como una montaña nevada en el horizonte—. Ponte a las órdenes de Kaanyr Vhok y que te asigne a una cuadrilla. Sírveme bien y tendrás tu recompensa.
Se detuvo y miró por encima del hombro, con indiferencia.
—Fállame y yo misma ordenaré tu muerte.
Bertrand ha descubierto una nueva localización:
07.04. Nar Kerinoath (la Ciudadela Durmiente, la Torre de Lucien)
- ¡Oh, si! - Exclamó. - ¿Para ésto me quería esta maldita furcia? ¡Eres realmente imbécil, Bert! - Se dijo a si mismo.
- Aunque eso ya lo sabías... - Susurró alguien dentro de su bolsa.
- ¡Tú calla! - No lo dijo en voz ata, sólo lo pensó.
En el fondo sabía que hablar con Botella de Licor de Cereza, era una práctica bastante disfuncional, típica de un miembro nada adaptativo en una sociedad moderna como en la que creía encontrarse. No por ello iba a dejar de hacerlo, aunque se cortaría de conversar en voz alta con Botella delante de gente como Lachard. Aquella mujer le daba miedo, casi tanto como le excitaba su presencia. - Estúpida Botella... - Concluyó.
- Enseguida iré para allá, Lachard... - Anunció. - Iré a esa Torre y liberaré a nuestra Señora... - Dijo con firmeza. - ¿Y luego que Bert? ¿Sabes a caso que diablos quiere esa mujer? La Diosa de la Matanza, no suena a alguien demasiado cariñoso. ¡No señor! - Tomó aire. - Bueno... ya veremos como sales de esta Bert...
Se había metido en un buen lío y todo ello por pensar con el pene en vez de con la cabeza. Vivía bastante plácidamente sepultado en burocracia en aquella abadía llena de continuas y molestas interrupciones y de gente irreverente como eran el difunto padre Ander, Mitra le tenga en su gloria, o la demente cocinera Clotis, a quien debería haber despedido mucho tiempo atrás, pero al igual que Lachard, le provocaba pánico. Con todo ello, cuando caía la noche, podía encerrarse en su celda y beber tranquilamente licor de cereza o tocarse aliviando sus sufrimientos y pensando en la misma zorra que le había llevado hasta allí para capitanear un grupo de demonios en una misión suicida.
Resopló resignado. - Ya que estoy aquí... - Negó levemente con la cabeza. - No soy de los que dejan cosas a medias...
Y es que a Bertrand le enseñaron que cuando se empezaba algo, debía acabarse. No solía hacer caso a esa norma, pero por una vez la cumpliría. Ya era hora de empezar a madurar y asumir las consecuencias de los actos de uno. Podía empezar por allí, liberando a una diosa maligna que posiblemente cambiaría el mundo así como lo conocían y eso que... Bertrand no creía en ella y deseaba el perdón de Mitra...
- Sólo una cosa... - Alzó un dedo. - Obtuve cierto material en mis viajes. Creo que parte de él es mágico, pero debe identificar sus propiedades. ¿Crees que alguien podría... - Hizo una leve pausa. - ...ayudarme con eso?
—¡He dicho...! —dijo, interrumpiéndote. Sus ojos pegaron un fogonazo—, que te pongas a las órdenes de Vhok. Él se encargará de todo. No me vuelvas a molestar con esas minucias, Bertrand.
Lachard se recostó en un diván e hizo un gesto indolente con la mano en dirección a la salida de la tienda para que te largaras.
—Mi destino es más elevado —zanjó, y te ignoró como si ya no estuvieras allí.
Saliste de la tienda de Lachard y preguntaste al primer soldado Tanarukk que encontraste por el nombre que te había proporcionado Lachard. Te señaló la segunda tienda más grande del campamento, cuya entrada estaba custodiada por dos enormes orcos infernales con armaduras erizadas de púas. Te dejaron pasar a regañadientes, sus gestos hostiles indicaban que apenas toleraban tu presencia allí.
La tienda del general de La Legión Atormentada era de sencillez militar, y había armas, armaduras, y planos estratégicos por doquier. También estaba tus armas y tu equipo sobre una mesa. Kaanyr Vhok era un tiefling alto y corpulento. Tenía un ademán imperativo y un aura de mando.
—¿Qué haces aquí, escoria? —te preguntó—. Sé breve. No tengo tiempo que perder, ni paciencia con los de tu calaña.
La gente allí no era muy amable. Eso era un hecho constatado. No entendía muy bien que les costaba a todos esos demonios y seres malignos varios, el pedir las cosas con educación y con buenos modos. Un "por favor" o un "gracias", no habían matado a nadie que él supiera. Ahora que se había revelado lo que la maldita zorra de Lachard necesitaba de él, casi hubiera preferido quedarse en su Abadía, donde el tedio y la monotonía hubieran acabado por matarle, aunque para eso faltasen muchos años. En cambio, en ese campamento de hijos de perra, la muerte podía llegarle al girar en cualquier esquina.
- Muy buenas tardes... - Dijo, aunque al escucharse, ya supo que había empezado mal. Le dijo que fuera breve y un saludo sin duda era algo de lo que podría haber prescindido. - Me envía Lachard. - Esa información si era necesaria. - Quiere que me ponga a tus órdenes y me asignes a una cuadrilla. - Si, eso también era imprescindible decirlo. - Y me ha dicho que puedo llevarme mi equipo y que tú te encargarás de identificar una serie de objetos mágicos que llevo conmigo para que los use en la misión a la que sea asignado.
Aquello no era completamente cierto, pero tampoco era mentira. Bertrand le preguntó a Lachard acerca de si alguien podría identificar aquellos objetos, con ese: "Él se encargará de todo." Siendo "Él" Vhok, entendía que podía pedírselo a ese malcarado demonio. Sólo esperaba que no se pusiera intensito, ya suficiente había tenido con la furcia de Lachard...