Partida Rol por web

Fue entonces cuando, teniendo delante de vosotros el cuerpo de Bartolomé, un ruido ensordecedor comezó a llegar a vuestros oídos: unos nubarrones comenzaron a llegar de repente, como si la belleza de aquel radiante día se marchitara rápida y fugazmente movido por el estado de vuestras almas, como desamparadas. Era cuestión de minutos que aquellos negros cúmulos llegaran sobre vosotros y descargaran un tormenta, lo cual, además, oscurecería aún más el día. Quizá la noche llegaría pronto por ello.

Florencio cierra los ojos de Bartolomé con la mano.

- No quiero ser insensible pero no podemos perder tiempo aquí a riesgo de que nos alcancen el monstruo o la tormenta, un solo fallecido ya es demasiado.

Tras ello, recuerda que él mismo ha recibido un golpe en la pierna, y tras recoger su cuchillo del suelo intenta aplicar un leve tratamiento, con tan mala suerte que tan solo consigue abrir más el corte.

In nomime patri, amen- Una vez terminado su silencioso rezo por su compañero se agachó cargó sobre sus hombros el cuerpo inerte del mendigo como si fuera un jabalí recien muerto.

No pienso de.dejar el cuerpo de Bartolome a merced de los lobos o demonios. Debemos volver, como bien dice ma.maese Florencio la tormenta se acerca.- añadió mirando al cielo.

Ante el cuerpo inerte del pobre Bartolomé, el juglar cerró los ojos y en silencio pronunció una oración por el alma de aquel que había sido su compañero de fatigas en los últimos tiempos. El trueno que retumbó por todo el paraje le hizo volver a la realidad, negros nubarrones que no presagiaban nada bueno se acercaban rápidamente y la tormenta pronto estallaría sobre ellos. No podían quedarse allí por más tiempo.

- ¿Puedes caminar? -Se acercó a Florencio para ver la fea herida que tenía en la pierna.- Venga, nosotros te ayudamos. Lo mejor que podemos hacer es refugiarnos en la majada mientras dure la tormenta. Allí estaremos seguros. Cuando escampe... entonces... -tragó saliva antes de continuar- deberíamos volver para enterrar el cadáver del pobre monje o buscar la manera de acercarlo al pueblo.

Cargar con el cuerpo no era fácil para un hombre, y aun tan siquiera hubiera sido más provechoso llevarlo entre dos o tres, pues en ambas formas tardaríais bastante en llevarlo a cualquier parte. Sin embargo, digno entierro han de tener los hombres que viven bajo el Señor, desde el mayor rey hasta el más pobre indigente.

Y avanzando entre los árboles muy lentos, tomando de nuevo la vereda que bajaba aquella loma hasta Ad Fauces, se hizo definitivamente de noche. No había luna, y aquello era un pequeño detalle que no hacía en vosotros sino tener que forzar un poco más la vista, entre la impenetrable oscuridad de los campos hurdanos. Además, en qué duda cabe qué podría ir peor la situación... Aunque así fue. Tras haber caído la noche comenzó a formarse un gélido viento (estábais a cierta altura), y parecía proporcional el buen tiempo que os daban a gozar los calurosos días por la mañana con la ferocidad de aquel viento, ¡qué frio! ¡os llegaba hasta los huesos! Además y por si fuera poco, oíais ruidos. Crujidos, ramas, pisadas, animales sin duda, lobos quizá... ¿sería de nuevo aquel ser del cuerno? ¡Ojalá que así no fuera!

Sin embargo, un rayo de luz (nunca mejor dicho), iluminó vuestro camino desde un lateral. Mientras descendíais por la vereda hacia la aldeíta, una luz como de antorcha apareció al lado de un camino, como dentro de una especie roca alta que no era parte sino de la falda de aquellas lomas. En realidad se presentó ante vosotros una entrada como de cueva u escondrijo (muy ancha y alta), y nada más entrar había una antorcha puesta en la pared, ardiendo.

Sin duda alguna que aquello era un refugio bien avenido, al menos alejado de animales de la noche o el frío que os picaba hasta en la nuca... y con un muerto encima, ¿quién os diría que no le acompañaríais hasta el otro mundo en breves instantes ante tal panorama? No era la majada del leñador, pero algo os recordaba a él: junto a la entrada de esa cueva, apoyada en la roca había un hacha. Un hacha de talar.

Podéis hacer una tirada de Conocimiento de Área (CUL), si queréis.

Entre cargar con el cuerpo del difunto Bartolomé y ayudar al herido Florencio el camino de regreso fue bastante duro y se les hizo demasiado largo, tanto que la noche se les echó encima rápidamente y con ella un frío mortal arrastrado por el viento. En aquellas circunstancias era imposible avanzar con un mínimo de seguridad y los ruidos que se oían a su alrededor lo único que estaban consiguiendo era que el pobre Xuan temblara, no sólo de frío sino también de puro miedo.

La repentina visión de aquella luz consiguió ponerle los pelos como escarpias pero al comprobar que lo que iluminaba era la entrada de una cueva, que en la imaginación de Xuan vislumbró como un acogedor refugio, su ánimo se tornó más optimista. Y mejor que pasar la noche a la intemperie, soportando aquel frío que parecía de ultratumba y siendo un cebo para todas las alimañas del bosque... mucho mejor sería arriesgarse a investigar aquella cueva.

- ¿Véis el hacha? Seguro que el leñador también encontró refugio en esta cueva.

- No te digo ni que si, ni que no, pero ¿y el cuerpo del que nos habló el fraile?

En la mente de Florencio tan solo aparecían imagenes de hombres transformandose en monstruos grotescos como el que se habían encontrado

Jamás hubiera pensado que el cuerpo del pobre Bartolome pudiera pesar tanto, durante la larga caminata pensé muchas veces en dejarlo y volver mañana, pero el mendigo era un hombre temeroso de Dios y no merecía que su cuerpo fuese devorado por las alimañas cual vulgar bandolero.

Poco a poco cae la noche y las temperaturas se desploman, necesitabamos encontrar un refugio donde resguardecernos o pereceriamos antes del amanecer.

Xuan fue el primero en ver aquella luz, y nos guió hasta la entrada de aquella cueva, si queríamos sobrevivir tendríamos que pasar la noche allí, aunque el hacha en la puerta me daba muy mala espina.

Un lenyador no no no dejaría su su ha.ha.hacha en la entrada de de una cueva i.i.i.igual que jo no voy a de.de.dejar mi arco.- les dije a mis compañeros expresando mi inquietud, aunque por desgracia mi tartamudez había vuelto a hacer acto de presencia.

Dejé el cuerpo de Bartolomé en el suelo, cerca de la entrada dentro de la zona iluminada por la antorcha.

Éxito.

Llegaste a deducir (más bien quizá pudo ser corazonada) antes de dirigiros y entrar en la cueva que, de haber permanecido durante algo menos de una hora bajo aquel frío, podría haberos ocasionado graves consecuencia y perjuicios. Recordarste alguno de tus anteriores viajes en los que pasaste frío alguna vez y aquella situación en la que ahora estábais no sería sino cuantiosísimas veces peor. Lo sensato era resguardarse en algún sitio.

Rodrigo dejó el cuerpo bajo el fuego de la antorcha, la cual estaba en la entrada de la cueva, a modo como de recibidor de cualquier palacio de villa. Tras ello, pareció como si de repente un hermoso y cálido ambiente comenzara a inundaros: el interior de la cueva parecía ofrecer refugio y calor. Sin embargo, pese a este momento de agradecimiento, descubrísteis cómo en el interior de la cueva había también iluminación. No fue hasta atravesar la entrada, agachándoos un poco, cuando contemplásteis qué acontecía allí dentro:

Vísteis un gran espacio natural, un refugio perfecto, el cual estaba iluminado con sucesivas velas colocadas como entre las rocas. Gracias a su luz, pudísteis observar el espectáculo tan dantesco que allí se amontonaba: al fondo, en el suelo o dispersos por la pared, había decenas de calaveras, arrojadas como en montón en esa esquina, e incluso podían divisarse dos o tres cadáveres hechos huesos, como si aquellos que perecieron llevaran allí hartos años en tal estado. Alguno de los tales incluso tenía sobre sí alguna gran roca caída por algún desprendimiento, aprisionando su torso y costillas. Además, había como un palo o estaca clavada en la tierra, con una calavera en su alto. ¿Quién diantres sería el autor de tan macabra visión?

Por otro lado vísteis manchas en el suelo, rojizas, casi negras, muy oscuras, ¡ERA SANGRE!, estaba impregnadas en algunaas rocas de la pared de enfrente y por el suelo. Además, anduvísteis un poco por la sala rocosa y vísteis que aquel rastro parecía proceder de otro de los laterales, en el cual había como una abertura o hendidura... era un agujero. Si, nada más acercaros vísteis una escalera de palos muy estrecha (y maltrecha) que descendía a algún lado (ésta estaba colocada hábilmente dentro de aquel agujero descendente)... ¿Dónde estaba el leñador?

Florencio esá punto de mojar los calzones con semejante escena.

- Aaaaahhh, no no, a parar hemos ido a la guarida del monstruo seguro, no, vamonos, vamonos ahora mismo.

Sin embargo a pesar de sus palabras no movía un musculo, el gélido viento y la promesa de tormenta podían ser tan peligrosos si le pillaban al aire libre como un monstruo en una cueva.

- Madre del amor hermoso ¿dónde nos hemos metido? -Un escalofrío recorrió a Xuan y no era precisamente por el frío reinante. La visión que había tenido de aquella cueva como un refugio seguro contra las alimañas y el frío se había borrado de su mente al ver aquel espeluznante panorama.- Sólo falta el fuego y el olor a azufre para creer que hemos llegado a las puertas del infierno.

Los esqueletos, la calavera clavada en aquella estaca, la sangre... todo aquello le puso los pelos de punta a Xuan que reculó un paso en dirección a la entrada, pero el sonido del viento y el aullido de algún animal tampoco invitaba a volver al exterior. Con paso inseguro se acercó al agujero en el suelo y con espanto contempló la escalera que descendía.

- Lo que os decía, bajando a los infiernos.

A pesar del miedo que sentía, se dedicó a fisgar a su alrededor por si descubría algo que le indicara quién o qué podía ser el ocupante de aquella cuerva.

¡Deu meu!- las palabras de Xuan y los huesos amontonados le helaron la sangre más que la ventisca. Se llevó la mano a la boca para pedir silencio a sus compañeros mientras rebuscaba sin éxito junto con el juglar por la cueva intentando hacer el menor ruido posible.

Si de algo estaba seguro era de no querer saber que clase de demonio subía y bajaba por aquellas escaleras. Y de no ser porque sabía que el frío que hacía fuera acabaría con su vida antes de llegar a la majada habría echado a correr como alma que lleva el diablo.

En contra de todo lo que le dictaba su instinto, y tan solo por no quedarse solo en la entrada de la cueva, se adentra tras sus compañeros.

Los cadaveres diseminados captaban toda su atención, y al ser incapaz de apartar su mirada de ellos, finalmente se acercó más a ellos y les echa un vistazo con cuidado de ni siquiera rozarles.

Ninguno de los tales, oséase, vosotros, descubrió algo más allá de los huesos y esqueletos amontonados, así como de los restos de sangre que parecían ser de no hacía mucho, quizá algun día o dos. ¿No bastaría aquel rocoso y tenebroso lugar para poneros la piel de gallo amaneciente y pelos de erizo con el simple hecho de estar allí? Sin duda que sí, pero fue lo que oísteis en ese momento lo que más miedo os produjo.

Un sonido, procedente del tal agujero, emanó de aquella abertura hasta vuestros oídos; lejano, distante... pero lleno de eco y lamentos. Algo así como alguien hablando e incluso algún que otro grito, aunque no dístinguíais si era animal u hombre.. ¿qué habría allí abajo? Ni los cofrades de la Vera Lvcis atreveríanse a entrar allí armados de espadas y crucifijos, pues el temor a la muerte y al diablo mismo rondaría tras sus orejas como la Parca llevada por un lobo a un rebaño de ovejas sueltas... Sin embargo, no veíais al leñador de Ad Fauces, aunque si su hacha... ¿estaría abajo?

Busqué a mi alrededor buscando alguna roca lo bastante grande como para tapar el agujero y que fuese lo que fuese que moraba en aquella gruta quedara sepultado para siempre, pero no vi nada.

Salí un momento fuera de la cueva por si encontraba algo pero no había nada, tal vez con el tiempo suficiente podríamos haber talado un árbol, pero hacía mucho frío y el ruido atraería sin duda a los moradores de la cueva.

Entré de nuevo en la cueva, y con la voz más baja posible les pregunté a mis compañeros. - ¿Que ha.ha.hacemos? - mientras sacaba mi cuchillo de los trapos en los que iba envuelto pues sabía que si tenía que defender mi vida el arco no era muy útil en una cueva.

Si la visión del interior de la cueva le había puesto los pelos de punta a Xuan, aquello no fue nada comparado con los sonidos procedentes de aquel pozo hundido en las entrañas de la tierra. Gemidos, algún grito y... susurros. Susurros que le hacían temblar de miedo más que si fueran gritos de socorro.

Reaccionó al oír las dudas de Rodrigo y, acercándose a la entrada de la cueva, agarró con fuerza el hacha del leñador y volvió a entrar con paso inseguro.

- No sé dónde andará ese pobre hombre pero su hacha me vendrá bien en caso de apuro.

Sin dejar de temblar de puro pánico, se acercó a la entrada de lo que él estaba convencido que sería el infierno e intentó prestar atención por si distinguía con claridad algo de lo que se hablaba o gritaba allí abajo.

Florencio estaba muy inquieto, daba vueltas de un lado a otro ahora intentando apartarse de los cadaveres, ahora alejandose de la entrada de la cueva.

Finalmente la curiosidad puede más que su miedo y se inclina sobre el agujero para contemplar el fondo.

Allí no había rocas que tapasen ni la entrada de la cueva, ni el agujero descendente donde estaba la escalera*, como intentaba buscar Rodrigo. Mientras Xuan agarraba con fuerza el hacha, Florencio ponía la oreja, pero sobre todo la vista.

Lo único relevante es la sangre, reciente de uno o dos días, que hay en el suelo y en la roca del agujero que desciende. También te fijas que las velas parecen recientes (obviamente, al estar encendidas, alguien las puso, pero esas velas no duran mucho encedidas, por lo cual tuvo que ser hace poco). No hay nada de importancia entre los cadáveres o entre las rocas.