Partida Rol por web

Hunkel continuo corriendo a toda prisa con una preocupación creciente pues sus compañeros ya entraban en batalla y el aun no estaba con ellos, tampoco Thund que venía muy lejos aun. Sus compañeros tendrían que arreglárselas en inferioridad numérica por algunos instantes pues era imposible que llegase tan rápido a la batalla. Pero una vez estuviese allí, sin duda haría cantar a aquellos rufianes.

Al ver como se encaraban hacia él y desenvainaban sus espadas, Aeth se detuvo en seco derrapando en el suelo enfangado. El corazón le galopaba en el pecho, sentía sabor a hierro en la boca y le ardían los músculos, pero no era tan idiota como para lanzarse en una ira ciega contra cuatro hombres armados por su cuenta, y sabía que los demás no tardarían en darle alcance.

Deliberadamente lento, Aeth sacó su fiel maza mientras exhibía lo que esperaba que fuera una sonrisa cruel. Tendría que entretenerles un rato sin dejarse herir. - ¿Ya os habéis cansado de huir? Ratas bastardas y cobardes - dio un par de vueltas a la maza entre sus manos en actitud teatral. - Ahora sí que vais a pasar un mal rato. -

Más directo que Aeth fue el eothraim, desbocado como un caballo adelantó a Mithdúlin mientras éste cargaba su arco y superó a Aeth cargando contra los raptores de la dama Melyanna con toda su fuerza, aprovechando el impulso que llevaba en la bajada. El muchacho era todo palabrería y refinados modales, pero había que reconocer que luchaba como poseído por el espíritu de todos los nobles guerreros de su pueblo. Y más cuando la mujer a la que cortejaba diariamente se encontraba en un peligro.

-¡Morid malditos!. -Bramó lanzando una estocada convertido en un furioso remolino de agitada melena rubia.

El primero de los soldados se lanzó contra Aeth, quien le había provocado a sabiendas de que sus palabras le distraerían de su ataque, y así fue. La espada del soldado chocó contra la maza del dorwinrim sin mayores consecuencias para él. Aeth había sido listo, estaba en inferioridad numérica contra soldados reales, y hasta que no llegaran sus compañeros era mejor contener sus ofensivas y aguardar pacientemente.

Con la estrategia contraria llegó Eoden, con el corazón bombeando sangre en sus jóvenes venas a todo ritmo, su ímpetu llegaba a volverse osado por la temeridad con la que acometía sus golpes. Con el escudo detuvo lo suficiente el peligroso ataque de su rival para que no le ocasionara una herida grave en su cuerpo y tan sólo tuvo que lamentarse por el dolor del golpe. Eoden iba sin armadura, dejada atrás por las prisas de la situación en la que se veían envueltos, por lo que su osadía era doblemente temeraria. Sin embargo, con su espada profirió un duro golpe que dejó aturdido al soldado contra el que luchaba. Lo cual era una buena noticia para ellos pues, los otros dos soldados que se encontraban detrás de los primeros desenvainaron sus espadas y se prepararon para acometer contra Eoden y Aeth justo a continuación.

Entretanto, Mithdulin soltó su flecha y el arco chasqueo bajo la lluvia mezclándose con los sonidos del entrechocar de espadas y escudos. La flecha del elfo pasó de largo sin lograr alcanzar a ninguno de los cuatro soldados desertores. Unos cuantos metros más atrás Aceroamargo se movía cojeando por la resbaladiza pendiente con mejor soltura que cuando se encontraba con los dos tobillos en perfecto estado. Logró recorrer un buen tramo e incluso adelantó a Rossuon quien avanzaba tambaleante en los últimos metros de persecución. Hunkel había recortado una buena distancia con el grupo en cabeza y podía ver a unos cien metros como se desarrollaban los primeros compases del combate contra los raptores de la dama. Thund en cambio continuaba con su pesado caminar embutido en la pesada armadura.

Thund ya escucho el chocar de las armas y su corazón hendía del fragor por llegar al combate, mas aun le quedaba mucho terreno que recorrer, pero parecía que sus piernas cada vez estaban mas cansadas.

Aceroamargo iba acercándose pese al dolor del tobillo. Pudo distinguir que eran soldados quienes habían secuestrado a Lady Melyanna. ¿Qué diablos podía significar aquello? ¿Traición? ¿Desertores? ¿Agentes del Enemigo infiltrados en Bree?.Fuese como fuese aquel descubrimiento inflamó su corazón con furia y pese al dolor aumentó su ritmo. Era crucial que llegasen rápido en ayuda de Eoden, Aeth y Mithdulin pues podían verse en serios problemas contra sus enemigos. De hecho, Eoden, ya había recibido un buen golpe. 

A Rossuon se le cortó la respiración cuando estuvo a punto de caer al suelo tras tropezar con un adoquín. Frenó casi por completo su avance para equilibrarse antes de continuar, intentando olvidar la escena que ya se había imaginado con su cara contra el empedrado. 

Retomó su carrera con cautela. Escuchó las increpaciones de la batalla y el entrechocar de los aceros, pero no alzó la mirada. Su atención estaba concentrada en aquel camino empapado que aún amenazaba con derribarlo. -Aguantad- pensó mientras intentaba coger un buen ritmo de nuevo. 

-Traedlos hacia aquí- gritó el enano intentando que sus compañeros fuesen inteligentes y retrocedieran para permitir que los demás llegasen a la batalla lo más rápido posible.

El enano por su parte, seguía corriendo, no avanzaba gran cosa, pero al menos esperaba no ser el ultimo en llegar. Por suerte, llevaba su ballesta.

Había resistido el primer embate del soldado, pero no podía confiarse, el resto de mercenarios aún estaban lejos y dentro de poco se las tendría que ver con dos enemigos a la vez, o tal vez más si el eothraim continuaba recibiendo heridas con su actitud tan imprudente, aunque efectiva.

Aeth blandió su maza a los lados agitándola aunque sin demasiada fuerza, más preocupado por detener las siguientes estocadas que por asestar un golpe contundente al enemigo

La furia de Eoden servido para aturdir momentáneamente a uno de los rivales a los que se enfrentaban, pero otros dos se sumaban ahora al combate contra Aeth y él por lo que dirigió su siguiente ataque con rapidez hacía el nuevo oponente, buscando que corriera la misma suerte que su compañero.

Entre tanto había visto pasar una flecha lanzada por Mithdúlin, quien se mantenía unos metros atrás con su arco. Con un grito le advirtió del peligro de disparar con el arco si no alcanzaba a sus rivales.

-¡Cuidado! ¡La dama está justo enfrente!.

Aeth lanzó un golpe débil con su maza, más buscando entorpecer el ataque de su enemigo que infligirle daño alguno. Lo cual tuvo bastante éxito para detener el ataque del soldado que se incorporaba a la lucha, pero no de aquel con el que Aeth ya había cruzado un par de golpes. Como si ya conociera sus intenciones, el soldado logró esquivar la defensa del dorwinrin y coló su espada corta bajo la maza de Aeth. El hecho de no llevar armadura por las prisas de la situación hizo que el daño provocado por aquella estocada fuera mucho peor. La hoja de la espada rival se clavó en sus carnes y le hizo sangrar considerablemente. Aeth notó el frío acero seccionando su interior.

Mientras el elfo cargaba una nueva flecha en su arco, Eoden aprovechó para arremeter contra el segundo soldado que se acercaba a ellos. Ambos cocaron aceros sin que ninguno de ellos resultara herido o golpeado por su contrario. Eoden se encontraba cansado tras la rápida persecución y sus golpes no eran tan efectivos como desearía el joven.

Entre quienes todavía se acercaban a la carrera hasta el lugar de la batalla, Aceroamargo ganó algo de distancia para acercarse cojeando hasta donde estaban sus compañeros peleando. Rossuon logró coger algo de ritmo y Hunkel apuró su paso para recortar un gran trecho a los metros que todavía le restaban para sumarse en ayuda a la batalla.

Mithdulin chistó cuando la flecha se desvió para acabar dando contra un barril cercano. Sin duda, la urgencia del momento y el dolor en el costado y la pierna le hacían perder la concentración. Mientras tensaba una nueva flecha, vio el golpe que recibía su compañero y escuchó la advertencia de Eoden. Fue entonces cuando se dio cuenta de lo temerarias que estaban siendo sus acciones: Aeth carecía de armadura y el resto de sus compañeros todavía estaban lejos como para presentar batalla; por no hablar de una flecha perdida podría acabar impactando en Melyanna. Tenía que calcular sus opciones, pero carecía del tiempo para elaborar una estrategia más elaborada.
Su instinto lo guió a situarse junto a Aeth y su atacante: avanzó unas zancadas hasta colocarse a una distancia a la que no pudiese fallar, y situándose de tal forma que resultase imposible que la flecha se desviase hacia la joven dama.
Casi sin pestañear, exponiéndose a un ataque del segundo soldado pero bien preparado para un tiro certero, soltó la flecha.
 

Hunkel estaba ya maldiciendo para sus adentros, pues no comprendía porque Aeth no se daba prisa y retrocedía estratégicamente. El por su parte continuo con su avance, que de momento llevaba buen ritmo y probablemente ya pronto podría estar en línea de disparo, y por ello empezó a marcar su paso para acercarse al lado derecho de la calle.Hunkel estaba ya maldiciendo para sus adentros, pues no comprendía porque Aeth no se daba prisa y retrocedía estratégicamente. El por su parte continuo con su avance, que de momento llevaba buen ritmo y probablemente ya pronto podría estar en línea de disparo, y por ello empezó a marcar su paso para acercarse al lado derecho de la calle.

Rossuon alzó la mirada del empedrado un instante. La situación en combate no pareció favorable para sus compañeros y se forzó a aumentar el ritmo. No tenía más opción que llegar cuanto antes para ser de utilidad, y esperaba que no fuera demasiado tarde. Dejo caer sus ojos y se concentró de nuevo en cada zancada, pretendiendo mantener aquel ritmo. 

- ¡Vamos, vamos...!

Apremió a Hunkel y Aceroamargo a la vez que intentaba darse impulso a sí mismo. 

siguió corriendo...

- ¡Maldic...! - No había llegado a formular aquél pensamiento por completo cuando sintió cómo la afilada espada penetraba en sus carnes y la sangre manaba de la herida. Era profunda, y el brazo le dolía horrores. En esas condiciones sabía que no sería capaz de manejar la maza con suficiente destreza para aguantar por mucho tiempo, y para colmo eran dos contra uno, pero no tenía muchas opciones si no quería ser morir atravesado por una espada.

Ignorando el dolor se forzó a poner la maza entre los soldados y su cuerpo, confiando en poder aguantar hasta que Eoden terminara con los demás soldados o hasta que los demás les alcanzasen, aunque sus pensamientos hacia el resto de mercenarios estaban plagados de improperios por aquella tardanza que bien podía costarle la vida.

El dolor del tobillo no impidió a Aceroamargo avanzar rauda hacia el combate, pero ese último sprint le estaba pasando factura. El dolor iba en aumento, lo que hacía que el pie del joven guerrero vacilase y no respondiese en ocasiones. Parecía, mientras avanzaba que el Numenoreano estaba a punto de perder el equilibrio de su renqueante avance...

-¡Vamos!. -Gritó desesperado ante la situación en la que se encontraban. Al parecer, Aeth se encontraba en dificultades y los demás compañeros no llegaban para sumarse al combate. Se preguntaba que estaría pasando allí atrás, pero no tuvo ni un respiro para poder girar la cabeza  y comprobarlo, pues su rival no le daba tregua.

Eoden se movió más rápido que su rival y consiguió hacerse hacía un lateral para ganar ventaja y superar su defensa, con ello conectó un buen golpe sobre el soldado desertor y le dejó aturdido desarbolando el ataque que preparaba y haciéndole retroceder un par de pasos. Afortunadamente para Eoden, pues su anterior rival ya se recuperaba del primer golpe del eothraim y preparaba una nueva acometida contra él.

Prácticamente al mismo tiempo, Mithdúlin se acercó lo suficiente como para que la puntería no le fallase en esta ocasión, dejando la distancia suficiente para que la flecha tomara el vuelo necesario para volar hacía su objetivo con fuerza. El arco del elfo chasqueó con rabia bajo la lluvia como si un trueno hubiese estallado allí mismo, y el destello de la flecha apenas fue perceptible para el ojo de ninguno de ellos, pues salió despedida como un relámpago hacía el soldado. La flecha se clavó en el muslo del rival de Aeth, que profirió un terrible aullido de dolor y comenzó a sangrar abundantemente por la pierna herida.

Aeth, herido tras el anterior intercambio, lanzó su maza más a la defensiva que buscando golpear a su rival. Sin embargo, la flecha de Mithdúlin había hecho perder la concentración del soldado que sin querer se colocó en la trayectoria de la maza del explorador, quien ni mucho menos pretendía atacar con ese certero movimiento. Afortunadamente para él, el golpe no fue muy fuerte y no tuvo que lamentarse más que por la flecha que llevaba clavada en el muslo. El dolor, no obstante, no le impidió conectar un segundo ataque contra el dorwinrim, aunque con mucha menor fortuna que el anterior, pues su espada se perdió en el aire lejos de Aeth.

Mithdúlin se había colocado demasiado expuesto para conectar aquel disparo tan bueno, y eso provocó que el último de los soldados se abalanzara contra él. La espada silbó en el aire igual de potente que la flecha que el elfo había arrojado anteriormente y el elfo sólo pudo girar la cabeza hacía su atacante antes de que el filo de la espada se clavara en el lateral de su cráneo. El bardo cayó inmediatamente de rodillas, el arco se soltó de sus manos inertes y después su cuerpo se derrumbó sobre el suelo. El agua embarrada que discurría hacía la puerta Este de la ciudad pronto quedo teñida por un reguero rojizo que manaba del elfo.

A todos los demás, quienes todavía seguían corriendo por la empinada pendiente bajo la lluvia, les pudo el cansancio más que la urgencia y aflojaron el ritmo que llevaban para poder sumarse en la ayuda a sus compañeros. Especialmente a Thund, quien apenas había avanzado unos metros en los últimos minutos debido al cansancio que le provocaba tener que cargar con la pesada armadura. La excepción a esta situación fue Rossuon, quien dio un notable acelerón final para adelantar a Aceroamargo y situarse ya cerca del objetivo.

Afortunadamente Matha no tuvo que lamentar más que el duro golpe que le habían propinado en la cabeza, Dimrod le había colocado una almohada y confiaba en que se recuperara con los cuidados del enano. Mientras tanto, el eriadoriano caminaba de un lado a otro de la habitación carcomido por la incertidumbre de qué estaría pasando con Melyanna, a la que habían secuestrado en mitad de la noche.

Matha finalmente recuperó la conciencia y Dimrod agradeció a los Valar su piedad arrodillándose junto a ella. Inmediatamente colocó una mano sobre el enano y se dirigió a él.

-Rápido maese Gramj, id a buscar ayuda. Avisad a la guardia de la ciudad. Yo cuidaré de Matha.