Partida Rol por web

Si los orcos creían que por estar tullido no era una amenaza, Aeth estaba empeñado en demostrarles lo contrario. Aún era cauteloso en sus ataques, pero ahora que había logrado encajar el primer golpe no iba a perder su ventaja; por ello continuó insistiendo en sus golpes, siempre apuntando al mismo lugar, para que el peso de su maza se encargase de quitarle todas las fuerzas que le quedaban al enemigo frente a él.

Una cota de malla bien cuidada, con todas sus protecciones convenientemente mantenidas, era lo que separaba a un soldado de sus heridas y la propia muerte. Tenia que confiar en ella, pero Aceroamargo no la había cuidado como se debía, sumido en su propia vergüenza había llegado a la dejadez. Pero los últimos acontecimientos, desde que se embarco en aquella empresa y mas aun después de haber recibido varios impactos, se propuso cambiar aquello. En adelante dedicaría parte de su descanso a limpiar y bruñir con aceite su armadura, afilar la espada, y mostrar con orgullo quien era. Un puto soldado del altísimo ejercito del mismísimo Góndor, no un soldado cualquiera era el nuevo Señor de Cor Wilishar, y horaria a su padre como era debido.

La espada volvió a la carga, con fuerza y decisión, casi sin pensar en su propia seguridad. El escudo, bien embrazado, acompañaba cada movimiento del gondoriano en su baile mortal con el orco. No dejaba de mirar alrededor, temeroso de que nuevos enemigos lo sorprendieran mientras centraba sus esfuerzos para acabar el monstruo que tenia delante. Estaba algo abstraído por ello, tenia que concentrarse y tratar de dar muerte a los enemigos lo antes posible.

"Meto cimitarra, saco tripas", rezaba una execrable tonadilla orca de combate. Menorath los había escuchado varias veces, acechando entre los árboles antes de atacar alguna aldea. Ahora mismo, sin embargo, se sentía de la misma forma. Derramar sangre negra por dinero era extrañamente placentero. Odiaba sentirse así.

Su espada chocó contra la cimitarra de otro jinete de lobo. Bestias inmundas. Pensaba usar su acero para devolverlos a todos a las sombras de las que habían surgido. 

Allí entre las ruinas caídas años atrás de la construcción que gobernaba la ladera de la montaña, en la inclinada pendiente, los guardamontes y el grupo de escoltas de la dama Melyanna defendían con uñas y dientes la posición mientras las caravanas subían tiradas por las mulas. Los animales estaban siendo llevados al límite por las fustas de los carreteros y avanzaban lentamente mientras las ruedas de los carros patinaban en la lluvia incesante.

Dimrod hacía bailar su espada de lado a lado hiriendo de muerte a orcos y huargos por igual, luchaba con tremenda fiereza y hacía retroceder a los enemigos que se arremolinaban a su alrededor. Esto sirvió para que los guardamontes retomaran la posición allí donde se había abierto una brecha en la defensa de lanzas, logrando que huargos y orcos retrocedieran. No pudieron ver a sus compañeros de nuevo ya que el devenir de la lucha los había alejado de su posición inicial.

Menorath se movía con gran rapidez por el campo de batalla, tras lograr eliminar a uno de los huargos se encaró al jinete que había quedado aturdido tras caer del lobo muerto. Pero la emoción y las ganas de eliminar a los orcos rápidamente le hicieron precipitarse en su ataque y su impacto fue algo más blando de lo esperado, golpeando contra la cota de malla del orco.

Entre tanto, Aceroamargo intercambiaba nuevamente golpes con el orco, logrando hacer valer su posición de ventaja, con las ruinas y la altura a su favor, para lograr herirle levemente en un costado. El orco contraatacó, pero las heridas le habían debilitado considerablemente y no logró que su cimitarra salvara la distancia entre ambos.

Aeth, soltó un golpe terrible contra el lobo que había dejado aturdido en el anterior envite. A pesar de contar con un solo brazo y levantar una pesada maza que le obligaba a moverse lentamente, logró impactar con severidad en la cabeza del lobo, que cayó al suelo y no volvió a levantarse. El orco fue a golpear al dorwinrim pero una lanza le atravesó la gartanta.

Gramj había logrado desarmar al enemigo contra el que se estaba enfrentando, así que decidió liquidarlo de una vez por todas con un potente golpe que impactó en el hombro, partió su brazo y lo lanzó al suelo, terminando aplastado por sus propios compañeros que avanzaban para ocupar la posición que él dejaba.

Tras el impacto inicial, parecía que ahora las cosas se tranquilizaban un poco y los defensores lograban eliminar a varios enemigos y evitar que las bajas fueran numerosas. Dos guardamontes cayeron por culpa de los arqueros montados que atacaban desde la lejanía, pero ambos cayeron como respuesta de los lanceros. El cuerno de Eresgal resonaba una y otra vez haciendo retumbar la montaña, mientras el grupo trataba de mantener la posición, aunque habían actuado lo mejor que habían podido hasta entonces, y les había ido bien, el contingente enemigo seguía siendo muy superior en número.

- Bien, un bicho de regreso a su infesta madriguera.

Estaba satisfecho consigo mismo. Había conseguido liquidar a un enemigo, pero no podía quedarse de brazos cruzados. Era el momento de continuar con su labor, así que en cuanto otro monstruo quedase a su alcance, le lanzó otro casporrazo, con la misma intención del anterior: - Mandarlos tan lejos que ni su alma tenca capacidad para encontrar el camino de regreso.

Los guardamontes de Eresgal habían comenzado a ganarle terreno a los jinetes de huargo —no en vano era su terreno—. Dimrod y los hombres de Melyanna también se defendían con uñas y dientes, manteniendo a raya a sus atacantes.

Menorath le sonrió al orco que tenía delante, segundos antes de asestarle un tajo con la intención de liberarle de la ligera carga que babeaba sobre sus hombros.

Aferraba con fuerza la empuñadura de su espada y mantenía el escudo cerca del cuerpo, lo que no había evitado que se salpicase con sangre negra. El sudor, la humedad y acero empezaban a pesarle, pero le animaba lo cerca que estaban de la victoria. Tenía que acordarse de darle un premio a Dîn cuando todo terminase.

Satisfecho de sí mismo, Aeth se encaró contra el jinete orco solo para descubrir que le habían ahorrado la satisfacción de acabar con él en persona. A pesar de la superioridad numérica de sus enemigos habían logrado detenerlos, quien sabía por cuanto tiempo; solo les quedaba aprovechar su posición mientras la situación aún les fuera favorable y desear que la caravana tuviese tiempo de llegar a la construcción sobre la colina.

El dorwinrim se acercó a la primera línea, donde los enemigos golpeaban con más fuerza, dispuesto a reforzar el muro de guardamontes para evitar que los sobrepasasen.

Mientras se batía con el orco que tenia delante, Aceroamargo no podía evitar lanzar furtivas miradas hacia lo alto de la colina, donde otra batalla tenia lugar. Esa lucha era con el barro, la lluvia, y la ardua tarea de poner a salvo las carretas y a los inocentes. Al gondoriano le hubiera gustado ir a echar una mano, pero sus habilidades eran de mas ayuda allí donde estaba.

Los arqueros, alejados, estaban haciendo estragos con sus flechas. Poco podían hacer, mas que aguantar y protegerse de los disparos. Primero tenían que asegurar la defensa, antes de que algunos jinetes pudieran dar caza a los orcos montados.

Volviendo al combate, su arma se alzó de nuevo. El monstruo que estaba ante sí parecía debilitado, o al menos sus golpes. Esmerándose lanzó el filo de la espada contra él, tenia que terminar rápidamente con su vida, para poder volver a cerrar filas junto a sus compañeros. Su escudo bien embrazado lo acompañaba en cada envite, golpe tras golpe veía como aquel ser se zafaba de la muerte.

Gramj había logrado eliminar a su rival anterior y alzó su pesada maza para enfrentar a un nuevo orco y la dejó caer con vigor en cuanto uno aceptó el desafío de enfrentarse a él. El orco logró engañarle con un movimiento de esquiva y la maza del enano impactó en el suelo. El enano, pudo ver a través de sus pobladas cejas como el orco se abalanzaba sobre él para apuñalarle con su cimitarra aprovechando el fallo del enano. A Gramj solamente le quedaba confiar en la resistencia de su armadura para aguantar el golpe. Pero entonces pasó algo extraño, el orco vio como la empuñadura de la cimitarra se le resbalaba de las manos, hizo un extraño baile con las piernas tratando de evitar que el arma le saliera volando, y cuando al fin consiguió aferrarla con fuerza dio una estocada recta y directa que bien podría atravesar fácilmente a un jabalí. Solo que en lugar de golpearle al enano, el orco golpeó el suelo y partió su cimitarra en varios trozos. Anonadado, se quedó mirando a Gramj como un pasmarote con la empuñadura de la cimitarra rota todavía sujeta en la mano, casi como si esperara que él pudiera explicarle que acababa de pasar.

Menorath se colocó frente al orco y actúo con menos prisas en esta ocasión. El orco seguía aturdido tras la caída de su montura, y el guardamontes, confiado en que las cosas estaban saliéndoles muy bien, asestó un tremendo golpe con su espada en la cabeza del orco que cayó de espaldas gravemente dañado aunque todavía con vida. El cráneo del orco sangraba profusamente, pero logró incorporarse y alzar la cimitarra para mantener la pelea en marcha. Aunque estaba tan malherido que prácticamente se encontraba a merced de Menorath. 

Aeth corrió a ocupar las primeras líneas de la defensa, lo que le llevó más tiempo del previsto al tener que esquivar varios hombres que se mantenían fuertemente en la lucha contra algunos huargos que habían logrado saltar la primera fila. Nada más llegar a la posición que pretendía ocupar, fue recibido por una cimitarra negra que se coló bajo su armadura de cuero endurecido y se clavó en su hombro izquierdo. Aeth sintió una punzada de dolor y sintió como se debilitaban sus fuerzas en el combate tras el duro golpe.

Aceroamargo creyó que le estaba ganando terreno al orco, pero éste se movió rápidamente en esta ocasión y saltó sobre él blandiendo la hoja de su cimitarra frente al numeroneano, que afortunadamente logró esquivarla y despejar los golpes más peligrosos con su escudo. Su contraataque fue feroz, rajando la pierna del orco y obligándole a retroceder cojeando.

A pesar de que habían resuelto con gran fortuna y habilidad aquellos primeros asaltos de la batalla, el grupo de guardamontes continuaba sufriendo pérdidas mientras se veían obligados a retroceder y perder la ventaja que las rocas de las viejas ruinas les estaban dando hasta el momento. Lo estaban haciendo bien, pero la orda de enemigos era todavía demasiado numerosa para ellos. Además, aquellos orcos eran más duros, fuertes y mejor armados de los que se habían encontrado hasta entonces.

El enano repitió el gesto, con toda la intención de hacer que la cabeza del orco hiciera lo mismo que su rota cimitarra, así que descargó el golpe con toda sus fuerzas. Era su oportunidad.

 - ¡ Y no rompas las cosas! Le lanzó, entre dientes, a la vez que sus músculos, concentraban toda su fuerza en el golpe.

El orco se mantenía sorprendido, mientras el enano veía una oportunidad. - Tu hierro ya no es tan peligroso como antes. El miedo al enemigo se había reducido bastante ya que en animal había perdido parte de sus dientes. Pero, orco a orco, no era un problema. Era, lo que otros podían estar haciendo. Esto podría ser un señuelo, o incluso peor, una avanzadilla. Podría venir algo peor tras esto, o una distracción para flanquearles.

- Tenemos que terminar con esto pronto.

La tarea a la que se enfrentaban no era nada fácil. Superados en numero, trataban de mantener las posiciones repeliendo embestida tras embestida. Pero las cosas se complicaban, y en desventaja se vieron obligados a replegarse, perdiendo la poca ventaja que las rocas podían ofrecerles.

Mientras cedían terreno, la espada del gondoriano cortaba el aire para cubrirse de los ataques orcos. Eran acosados continuamente por el enemigo, y había que cerrar filas. Alzando su arma, buscaba herir a su oponente, incapacitarlo aunque fuese lo suficiente para darles un respiro.

- ¡Aguantad compañeros, aguantad! - dijo Aceroamargo tratando de alentar a los que estaban mas cerca de el.

Aeth casi se derrumbó. Sus sentidos lo habían engañado y por instinto había intentado parar la hoja de la cimitarra con un escudo que ya no podía llevar. Cansado y dolorido, a duras penas fue capaz de librarse de la hoja oxidada del orco y devolver un débil golpe en su dirección, pero le costaba todo su esfuerzo mantenerse en pie. No sabía si los guardamontes resistirían, pero comenzaba a pensar que él no aguantaría por mucho más.

El guardabosques clavó su espada en el orco que tenía a sus pies, visiblemente animado por el éxito que estaban teniendo sus compañeros.

—No sois dignos ni de derramar vuestra negra sangre en esta tierra, bastardos.

Con el rabillo del ojo, comprobó que los hombres de Dimrod no lo hacían demasiado mal, aunque uno de ellos parecía estar sufriendo bastante*.

Gramj enfrentó un nuevo envite contra el orco que se había roto su propia arma, aquel ser infecto pretendía utilizar el escudo como arma o al menos como una defensa mejor para esquivar los golpes del enano. Pero el mazazo que le propinó Gramj fue tan potente que partió por la mitad el escudo negro y grasiento del orco. Por si no fuera poco haber perdido la espada, ahora se enfrentaba al enano con las manos desnudas.

Entre tanto, Aceroamargo se veía obligado a retroceder para mantener la línea defensiva, al igual que todos ellos, cosa que aprovechó el rival para lanzarse de nuevo sobre él numenoreano. Pero Aceroamargo le había hecho perder tanta sangre que el orco se sentía debilitado y su ataque fue bastante flojo y previsible. Aceroamargo detuvo el golpe con el escudo y contraatacó, aunque estaba más preocupado de infundir ánimos a sus compañeros para que trataran de aguantar la posición que de atacar, lo que provocó que su espada no alcanzara al objetivo. El orco clavó la mirada cansada en Aceroamargo, estaba jadeando y sangrando por sus heridas, perdiendo fuerzas a cada segundo.

Aeth también estaba agotado, el combate manejando la pesada maza y los golpes que había recibido comenzaban a hacer mella en su ánimo y su espíritu. El orco esquivó el golpe del dorwinrim y lanzó su cimitarra hacía delante con la intención de pinchar a Aeth, quien afortunadamente logró esquivar el golpe. Aún así sabía que no le quedaban muchas más fuerzas.

Menorath, parecía enfrentarse a un rival moribundo, pero nada más lejos de la realidad. El orco logró sacar fuerzas de flaquezas y lanzó una estocada para la que Menorath se tuvo que esforzar en esquivar. El ataque del guardamontes logró impactar en el objetivo, pero la cota de malla que estos orcos lucían absorbió la peor parte del golpe.

Dimrod, mientras tanto, se deshacía de un nuevo rival hundiéndole la espada en el abdomen. El grupo se estaba defendiendo bastante bien, a pesar de la situación crítica de Aeth, no obstante perder la ventaja que les proporcionaban las rocas fue devastador para la defensa de la caravana de suministros. Hasta ocho guardamontes cayeron bajo el peso del enemigo y ahora les superaban en cinco a uno.

Gramj lanzó otro golpe, mientras le gritaba, haciéndole responsable que se rompieran cosas, como el escudo que se acababa de ir a freir monas.

- ¡Que no rompas las cosas te he dicho!

El orco estaba perdiendo el equipamiento por momentos. Se le rompe el arma, o más bien la rompe él. Ahora su escudo sigue sus pasos, pero por el efecto del mazazo. Tenía que romperle la cabeza, y se estaba resistiendo, haciendo que la destrucción de objetos, fuera lo que precediera a su muerte.

Al dorwinrim la maza cada vez le pesaba más en el brazo. Estaba exhausto, y se sentía como un monigote de entrenamiento siendo apaleado a gusto por un infante. Se esforzó por asestar un golpe más, pero no se veía capaz de continuar. Había llegado el momento de retirarse.

Menorath dejó en el suelo al orco que tenía a sus pies. Ya se encargaría de rematarlo más tarde, o quizá podría hacerlo otro guardamontes. Lo importante era cumplir las órdenes que le habían encomendado, incluso en una situación tan adversa como aquella. Además, los hombres de Dimrod había demostrado se bastante competentes en combate, y eso merecía su respeto. Más en alguien como Aeth, a quien le faltaba un brazo y, a punto de caer, se defendía como el que más.

—¡Aguanta, compañero, la ayuda está en camino! —bramó, acercándose como una exhalación para proteger al mercenario a espadazo limpio. 

Todo parecía desmoronarse a su alrededor, las líneas se rompían por la muerte de compañeros, o sencillamente por que el cansancio comenzaba a hacer mella en los defensores. El enemigo, mucho mas numeroso, se aprovechaba de esa ventaja lanzando una y otra vez oleadas de ataques que minaban las fuerzas y la moral. Pero un simple vistazo atrás, ver como los civiles trataban de ponerse a cubierto, empujando las carretas por el barro, imprimia una perentoria necesidad de contiuar.

Arma en mano y con su largo escudo bien embrazado, lanzaba sendos espadazos a los enemigos que se le acercaban. Su objetivo era acabar con el que a duras pena resistía los envites del gondoriano. Una vez mas, el filo bajo veloz en busca de la cabeza enemiga, arrancarla de sus hombros solía ser una efectiva manera de terminar con su vida.

La situación cada vez se tornaba más peliaguda para los guardamontes y la compañía de la dama Melyanna, los enemigos les superaban ampliamente en número y, tras superar la mejor zona defensiva que tenían los defensores, lograron hacerles retroceder hacía lo alto de la montaña provocándoles gran cantidad de bajas e incluso empezando a rodearles por ambos flancos. La lucha era cada vez más encarnizada, y por cada orco o huargo que caía, lo hacían también dos guardamontes. Un vistazo rápido al campo de batalla les permitió ver a Dimrod blandiendo su espadón a dos manos y cercenando la cabeza de un huargo de un solo movimiento, y a Eresgal apuñalando a un orco en las tripas mientras hacía sonar su cuerno una vez más, como si aquella acción desesperada fuera a dar a sus hombres las fuerzas necesarias para eliminar a los enemigos. También vieron como Rossuon caía cuando una cimitarra le atravesaba el pecho y únicamente pudieron ver que el enano Thund permanecía en la lucha, al resto los habían perdido de vista en medio de aquel caos. 

El enano Gramj ya empezaba a acusar el cansancio, a pesar de encontrarse con un enemigo sin espada ni escudo con que defenderse, y al que había dejado ligeramente aturdido en el anterior golpe, no consiguió rematarlo con un golpe que salió más relajado y flojo de lo que el enano hubiera deseado. El orco, que estaba visiblemente algo mareado desde el ataque anterior, en lugar de devolver el golpe alzó sus manos para protegerse del siguiente impacto.

Aeth ya daba por perdido el combate, y sabía que estaba demasiado malherido como para poder sobrevivir siquiera a la lucha contra el orco, quien siendo consciente de la situación sonrió con la malicia propia de aquellos seres y preparó la cimitarra para asestarle el golpe de gracia tras esquivar la pesada y lenta maza del dorwinrim. Pero entonces, Menorath apareció moviéndose como una centella y propinándole un duro golpe que hirió al orco en una pierna y logró herirle. Aquella criatura había tenido suerte de tener buenos reflejos y ver a Menorath llegar por el flanco, lo que le permitió preparar su defensa. Su contraataque no fue tan efectivo y, aunque su espada logró golpear a Menorath en un lateral, el guardamontes no tuvo que lamentar daño alguno.

Aceroamargo realizó un movimiento rápido, fuerte y preciso con la intención de cercenar la cabeza del enemigo y separarla de su cuerpo para terminar de una vez por todas con su molesta presencia. Algo que no consiguió, aunque por muy poco. El afilado filo de la espada del gondoriano rajó el cuello del orco provocando que le saliera sangre negra a borbotones y terminara ahogandose de rodillas.

Había que terminar con esto pronto. Si se domoraban demasiado, la ventaja sería para ellos. 

Mientras el orco, intentaba protegerse con sus propias manos, Gramj, que había recuperado el control de su arma, y la había asido en condiciones, le soltó el casporrazo, que esperaba fuera el último. Entonces se percató. Otro compañero estaba herido. Había que cerrar filas entorno a él. 

- En cuanto termine contigo, me reposiciono, para protegerle.

Entonces repitió lo de antes al orco: - Y no rompas cosas. Mientras su martillo descendía contra él.