Partida Rol por web

El momento ha llegado, pensó. Hacía horas que había visto a Dîn sobrevolando los campos al pie de la fortaleza. El halcón sabía que debía mantenerse alejado del peligro, aunque eso supusiese no disfrutar de la compañía de Menorath.

Los rugidos de los orcos retumbaron como truenos mientras arrollaban a los lanceros. Tenían órdenes y habían aceptado defender el lugar y a la dama Meyanna. Aunque el deber le importaba un comino, sabía que si no frenaban a la Sombra. esta terminaría esparciéndose. 

—El mejor orco es el orco muerto —escupió.

No tenía tiempo de pensar en cómo había terminado ahí, en mitad de la refriega. Solo sabía que haría cantar a su acero esa noche.

Solo esperaba que no fuese la última.

Lo inevitable había llegado al fin. Un agujero en las puertas, el fuego, y pronto una marabunta de apestoso seres oscuros entro en la fortaleza. Eran muchos, fuertes, y envalentonados. Seguramente temían más el látigo de su señor que la muerte bajo el acero enemigo.

Aceroamargo vio como las primeras defensas eran sobrepasadas, y al grupo solitario de orcos que corría hacia ellos. Los nervios recorrieron su cuerpo de nuevo, la tensión y la duda lo atenazaron por un segundo. Pero acto seguido, resuelto, embrazó con fuerza su escudo, cerró el puño sobre la espada, y se adelantó levemente para adoptar una postura cómoda, con las piernas separadas, listo para ser arrollado. Sabía que él solo no podría pararlos, pero el osado que se atreviese a intentar pasar, sufriría el frío beso de su filo, en cuanto el árbol blanco de su escudo fuese mancillado.

Una bola de fuego más estalló en la muralla donde el enano estaba subido. Todo empezó a arder como si en lugar de piedra aquello estuviera hecho de paja. Muchos soldados también ardieron, y otros optaron por lanzarse de la muralla al patio de armas antes de que las llamas lamieran sus carnes. Gramj pudo ver una escalera cerca de donde estaba él, pero si no se daba prisa en bajar pronto sería también pasto de las llamas.

Los orcos que asaltaban la fortaleza no parecían las simples criaturas con las que se solía asociar a aquellas criaturas. Al igual que en la frenética persecución que habían sufrido días atrás, aquellos orcos estaban bien armados, con cimitarras de negro acero y cotas de malla que cubrían sus cuerpos. Uno de ellos se lanzó contra Menorath, pero la espectacular entrada había consumido gran parte de su ímpetu y su ataque fue tan flojo que el montaraz no tuvo problemas en desviarlo con su escudo. Otro de los orcos se situó junto a Aceroamargo, pero el dúnadan fue más rápido y atacó primero. Aeth en cambio recibió un golpe en un costado, aunque por fortuna no revistió mucha mayor gravedad.

- No es que baje a ayudar, es que me han echado de la muralla.

Refunfuñaba, mientras intentaba escapar de aquel infierno ígneo. Los pies no le hacían la tracción que él quería, y se veía estampado en el patio, a la imagen y semejanza, de los que habían saltado, más por terror al fuego que por intentar salvar sus vidas. - No, si se habrán matado de la ostia ... Pensaba para si el enano, mientras veía que bajar no era tan fácil como esperaba.

- Que me caigo, que me caigo....

Ya estaban encima, la lucha que había llegado era algo más que una contienda por unas tierras o una riña entre señores, era por la supervivencia. Decidido, el gondoriano adelanto su pie derecho, esquivando con agilidad el primer lance de su oponente. Una finta acompañó a varios golpes de su espada, hasta que logro impactar con fuerza en la pierna. No dejaba de mirar alrededor, ninguna de aquellas bestias debían cruzar esa primera línea que había formado en torno a la dama.

Los músculos tensos, los sentidos aguzados y una cara compungida bajo el yelmo, era todo lo que tenían para acompañar al acero de las espadas en aquella defensa.

Menorath recibió la embestida del orco con su escudo y se dispuso a devolverle el saludo aprovechando que tenía la espada en la otra mano. Hizo cantar el acero en su dirección, buscando cualquier resquicio entre la cota de malla de la criatura.

—¡¿Pero de dónde salís?! ¡¿Quién os ha armado de esta forma?! —bramó.

Su oponente parecía estar a la altura. La refriega había estallado a su alrededor, aunque el guardamontes solo tenía ojos para su poco agraciada pareja de baile.

Aceroamargo lanzó un golpe bajo que destrozó la pierna del orco y le hizo caer al suelo retorciéndose de dolor. En circunstancias normales podría haberlo rematado, pero antes de que pudiera preparar la espada para clavarla en el rival caído, otro orco ocupó el hueco que el primero había dejado para atacar al dúnadan. Menorath cruzó espadas con el orco que había intentando punzarle con su cimitarra, pero ninguno de los dos logró herir al contrario.

La situación era caótica en Ilmaryen, los enemigos continuaban entrando en tromba por el hueco abierto en la puerta, y los defensores retrocedían poco a poco. El muro donde estaba el enano Gramj estalló en llamas y varios guardias terminaron carbonizados, el enano saltó a tiempo lanzándose al techo de paja de las caballerizas, pero el techo se vino a bajo por su peso y el enano se encontró de pronto en el interior de la construcción cubierto de heno hasta las barbas. 

Thangon lanzaba hachazos a diestro y siniestro, partiendo el escudo de su rival, Dimrod luchaba como si su hombro no estuviera resentido, mientras que Faramis hacía caer su centelleante espada como si fuera un relámpago sobre los rivales, segando vidas orcas sin miramientos.

El gondoriano había cercenado la pierna de su enemigo, pero no tenía tiempo de rematarlo, pues enseguida otro orco ocupó su lugar. La esperanza no era algo que Aceroamargo perdiese con facilidad, pero viendo como habían cedido las murallas, y como los defensores se veían obligados a retroceder, era consciente de que probablemente no saliesen de allí bien parados. 

Retiro su espada, goteaba sangre oscura, lo más rápido que pudo, para lanzar su filo contra un nuevo objetivo. Allí delante, otro de aquellos infestos seres ya se abalanzaba sobre él. Interpuso su escudo mientras recobraba una buena posición. Ya preparado, alzo su arma para asestar varios golpes acompasados al movimiento de sus pies. Los orcos iban bien pertrechados, con oxidadas armaduras capaces de detener los cortes y estocadas. Tenía que ser más listo, y buscar los puntos débiles para acabar cuanto antes con cada oponente.

A su alrededor, todos estaban igual de atareados que Aceroamargo. Su preocupación mayor, era no dejar pasar a ninguno de aquellos asquerosos seres. Meliana estaba en medio de todo aquello, tenían que aguantar.

El enano había dado un buen testarazo, pero tanto el tejado como el heno de abajo, habían amortiguado su caida bastante bien. Sólo su orgullo había recibido un "zapatazo", pero prongo se ventaría, mandando a los orcos al mismo lugar del que jamás hubiera debido salir. Sin quitarse las briznas que le habían ensuciado, ni molestarse en otras lindeces, sean higiénicas o de compostura, recuperó el arma que se había resbalado y asiéndola como se le había enseñado años atrás, cargó contra esos invasores pieles verdes. 

- Aceroamargo necesita mi ayuda, y para allá que voy. No pensaba dejar que el edan se quedara con toda la gloria de esta batalla, y menos aún, que lo hirieran, si él podía evitarlo.

—¡No pasarán! —bramó Menorath mientras empujaba al orco con su escudo.

Con una finta, aprovechó que el momento de desequilibrio de su adversario le ofrecía una apertura y ensartó su espada. La herida le salpicó sangre fresca y negra. Gruñó.

—¡No he venido hasta aquí para morir! ¡Os hicimos caer antes y caeréis una vez más!

Aceroamargo recibió a un nuevo rival y cruzó espadas con él procurando buscar los puntos más débiles de la cota de malla que lucía el orco, logrando encontrar un punto donde su espada pudo lamer la carne negra de aquella alimaña. El orco apenas sintió el golpe y contraatacó inmediatamente replicando a Aceroamargo y golpeándolo en un lateral, aunque afortunadamente la armadura absorbió la mayor parte del golpe. Entre tanto, Gramj lograba salir de las caballerizas de una pieza y corrió a situarse junto al gondoriano, dispuesto a resistir hombro con hombro junto a él las embestidas de los invasores.

Cerca de allí, Menorath entablaba combate con otra de aquellas criaturas, logrando golpear primero, el guardamonte logró lanzar un tajo que hubiera sido mortal de no ser porque la cota de malla del orco con el que se enfrentaba le salvó la vida. El orco contraatacó brutalmente, lanzando un terrible tajo contra Menorath que le hirió gravemente. Aquellos orcos eran más duros y fuertes que los que habían enfrentado hasta entonces.

Detrás del soldado tenía a Melyanna, a Faramis y a sus compañeros. Tenía que dar lo mejor de sí mismo, defender a la dama como había prometido. Era más que eso, aquella batalla era decisiva, tenían que aguantar.

El orco apenas sintió el espadazo que Aceroamargo le había propinado, a cambio, el gondoriano recibió un fuerte golpe en el costado. De no ser por su cota de malla, seguramente tendría una costilla rota. Se trató de recuperar, afianzando los pies en el suelo y recomponiendo su defensa tras el escudo.

Alzó de nuevo su espada, buscando esta vez poder incapacitar al monstruo que tenía delante, con el único afán de matar al siguiente. Pero no le iba a ser tan fácil como con el primero.

El golpe que Menorath acababa de recibir parecía especialmente "duro". Igual no podría seguir el combate, así que, como "recien llegado", y sin demorarse más, aporreó al "bicho" que había atacado al dunedain de la capucha verde. -Espero que esté bien muchacho. Y como tal aporreó al enemigo. 

Sin tereresarte mucho por el afecto de su ataque, le preguntó: - ¿Cómo estás chico? Apretando los dientes, por el esfuerzo de llegar y golpear.

Menorath agradeció que Dîn estuviese lejos de aquella escena. No quería que su buen amigo le viese retrocediendo de aquella forma, mucho menos herido. Debían resistir, pero con sus fuerzas diezmadas y el asedio estaban en clara desventaja. Su ánimo empezaba a decaer.

Pero no pensaban rendirse. No había llegado hasta ahí para morir miserablemente, y mucho menos a manos de un orco. Antes de exhalar su último suspiro regaría la tierra con sangre negra.

Gramj quería sumarse cuanto antes al combate para ayudar al guardamontes herido, pero el orco al que se enfrentaba Menorath fue más rápido que ninguno de ellos, especialmente que el enano, que con aquella pesada coraza puesta se movía lentamente. El orco lanzó un fuerte tajo a Menorath que logró herirle bajo la armadura de cuero endurecido que el guardamonte lucía. Inmediatamente respondió, y aunque pudo superar la defensa rival, la gruesa armadura del orco logró absorber la mayor parte del daño y apenas sintió nada. Gramj se sumó al combate, pero la caída y la carrera le habían hecho perder todo el fuelle y su golpe fue débil y fácil de esquivar para el rival. Otro orco adyacente al que Menorath enfrentaba había visto llegar al enano, y le recibió con un golpe de cimitarra que afortunadamente la coraza de Gramj logró contener.

Aceroamargo recibía también una estocada recta que sorprendía su defensa y le golpeaba en el hombro, aunque sin mayores consecuencias. El descendiente de Numenor supo responder con un hábil movimiento y superó el negro escudo que sostenía el orco para encontrar un hueco bajo su cota de malla que logró herirle levemente.

Una sección que defendía la entrada que habían abierto cayó y los orcos lograron entrar en tropel y redoblar sus esfuerzos. La diezmada y débil defensa de Ilmaryen no servía para nada, todo hacía indicar que terminarían perdiendo esa batalla. Faramis hizo sonar su cuerno, haciendo retumbar los ladrillos de la fortaleza, pero no daba la sensación de que pudieran cambiar las tornas, cada vez más defensores caían bajo el imparable yugo enemigo. Ahora los enemigos les doblaban en número.

La mirada de Faramis se cruzó con la de Aceroamargo durante un breve instante. El comandante asintió, recordándole lo que debía hacer. Ya les había hablado de ello. Cuando todo se convierta en horror y muerte, les había dicho, usad el túnel secreto para salvar a Melyanna.

El enano no esta dispuesto a dejar impune aquella afrenta. Lucharían en retroceso, así los caidos sería una fuente de problemas, el suelo pisoteado, los objetos que caían ... y así tendrían una leve, pero interesante ventaja. De todas maneras el odio le hizo atacar con todas sus fuerzas al ser que le había hecho un "chichón" a su peto.

- Una marca más de que el combate es un honor...y un horror.

Era evidente. Todo a su alrededor se derrumbaba. Su última estocada había sido diestra, pero apenas había rozado a su enemigo. Debían retroceder.

Apenas escuchó el cuerno de Faramis y había dejado de arengar al resto de guardamontes. Solo podía centrarse en protegerse y no recibir más golpes, pues lisiado no serviría de mucho. Además, todavía recordaba cual era su misión principal. El cometido que le había dado el príncipe.

Dije que no caería aquí hoy y no lo haré. Aunque no me de por vencido, no soy ningún soldado. No derramaré mi sangre por el honor o por la testarudez. ¿Qué gloria hay en defender un montón de piedras que ya está perdido?

Las cosas se ponían feas, las defensas caían y el enemigo se les abalanzaba. Mientras trataba de protegerse, Aceroamargo solo alcanzaba a dar débiles golpes a sus oponentes, sin lograr incapacitar a ninguno y viendo como llegaban más enemigos.

Con el hombro resentido, miró alrededor para ver como le iba a sus compañeros, a duras penas aguantarían aquella embestida. Ni el clamor del cuerno de Faramis sería suficiente, pero al oírlo sus ojos se fijaron en él. Cuando Eketta asintió supo que el momento había llegado, tenían que escapar, poner a salvo a Melyanna.

Trató de ubicar la biblioteca, el camino más rápido hasta ella. Desde allí a la bodega, atravesar el mosaico, e ir en busca de los caballos para huir hacia Fornost. Su moral le empujaba a quedarse, a combatir fuera cual fuera el final y a defender la plaza hasta el último aliento. Pero tenían una tarea de hacer, una vida que proteger, y había dado su palabra.

- ¡Vamos, retirada! - grito buscando la complicidad de sus compañeros y de Dimrod, aunque no estaba seguro de contar con todos ellos. Confiaba en que los hombres de Faramis los cubrirían su huida.

- ¡Sigamos el plan, protejamos a Melyanna! - grito mientras retrocedía.

Lanzó un último espadazo al orco que tenía a su derecha, mientras se parapetaba con el escudo del otro enemigo. Se movía hacia atrás lentamente, asegurándose de no ser alcanzado pero también de no dar la espalda a la contienda.

Aceroamargo había dado una orden, y el plan era el que comentaba, así que ya se había terminado el momento de jugar con los monstruos esos. Los odiaba. Los odiaba desde lo más profundo de su ser, así que otro día les buscaría, porque más odiaba que su homor o su palabra quedaran mancillados, así que, sin dudarlo, empezó a seguir el ejemplo del compañero, luchando de una manera defensiva, y respondiendo con golpes de diversión, para que no fuera más que una trata. Cuando se concentrasen, cuando el espacio para que menos orcos pudieran arremeter contra ellos, ya les sacudiría, pero por ahora, había que defenderse.

Aceroamargo recordó las instrucciones dadas por Faramis, y en vista de que la situación comenzaba a pintar muy mal para los defensores de Ilmaryen y de que la ciudad probablemente no tardaría en caer, sugirió a los demás retroceder cubriéndose e ir a por Melyanna para sacarla de allí. Pero antes de que pudieran moverse, los orcos ya se les echaban encima. La situación era caótica, habían perdido de vista a Aeth, y tan solo ellos tres estaban juntos.

Un orco salió contra Aceroamargo atacándole por su flanco izquierdo y estrelló su cimitarra con una contundente fuerza contra el escudo del numenoreano. El escudo detuvo todo el golpe, pero el sonido en la madera dejó testimonio de como debía haber sido el impacto, Aceroamargo incluso notó que su hombro se resentía tras aquel golpe. Pero gracias a su escudo no tuvo que lamentar ninguna herida. Otro orco saltó a por él por el otro flanco, Aceroamargo interpuso la espada, logrando desviar lo suficiente la cimitarra del orco para que no supusiera un peligro. Respondió el numenoreano manteniendo una posición defensiva, el golpe no fue muy fuerte pero sí bien colocado, y logró provocar unas molestias a uno de los orcos.

Menorath atacó pero estaba cansado y herido y cada vez le costaba más levantar la espada. Al igual que Aceroamargo se veía superado por dos orcos, el primero de ellos falló también su golpe ante las esquivas del guardamontes, pero el segundo logró impactarle en una pierda, tajando alguna vena de la que comenzó a brotar sangre en una fea herida. El guardamontes cayó al suelo, ya no le quedaban fuerzas para aguantar más, estaba muy malherido y solo podía aguardar su negro destino, como el de tantos otros que caerían defendiendo Ilmaryen.

También Gramj se tuvo que enfrentar a dos orcos. El primero de ellos le atacó logrando impactar en su coraza, que ya había recibido unos cuantos golpes bastante feos en aquella batalla pero que había salvado al enano de un desenlace peor. El segundo de ellos saltó sobre el enano con un devastador golpe de cimitarra que Gramj trató de compensar interponiendo con fuerza su martillo. El enano tuvo que agradecer que su coraza fuera fabricada en una de las mejores herrerías enanas, porque a cualquier otro guerrero aquel devastador golpe le hubiera atravesado por la mitad.