Partida Rol por web

Aquella locura había alcanzado límites insospechables. El padre Guerín recitaba extrañas palabras que Vivant repetía convencido, mientras Abeillut observaba la aberración con los ojos abiertos de par en par. ¿Acaso se habían vuelto locos? No podían confiar en aquel sacerdote, ¡bajo ningún concepto! Él había vuelto a los soldados contra ellos. ¡Tenían que comprender que era una trampa!

- No... - maldijo - Frianses loco.

La rabia invadió al bereber, que alzó su flissa, arrojándose contra aquellos que cometían la enorme locura de confiar en Guerín. ¡Tenía que morir! No será capaz Sadar de atacar a un compañero de expedición, pero no tenía reparos en segar la vida del sacerdote antes de que terminase de pronunciar las palabras que sin duda desencadenarían nuevas desgracias. Silencioso como era él, se deslizó entre sus compañeros, que parecían más pendientes de discutir entre sí, y aprestó su flissa para descargarla contra el sacerdote.

Justo cuando Vivant pronunciaba la última palabra de aquella frase, una brillante y afilada hoja curva cayó de arriba a abajo para ensartar al moribundo Guerin. Aquella estocada sería la definitiva. El Barón que contempló en primera persona como aquella sombra sarracena, había aprovechado el tumulto de la situación para finiquitar al sacerdote, estuvo a punto de gritar en clara señal de protesta. Deseaba decirle que era un estúpido por acabar con el único medio que podría sacarles de esa ciudad enclaustrada como un barco en una botella, pero no pudo... De repente, la runa que poseía en sus manos comenzó a zumbar mientras Dominique sentía su gran poder. A cada segundo que pasaba, la piedra calentarse más y más. El diletante estaba desconcertado, pero entonces comprobó como la sangre derramada de Guerin, comenzaba a migrar hacia aquel objeto que sostenía en su mano, al tiempo que la temperatura de su mano subía. Aquella runa succionaba la sangre derramada como si fuera algún tipo de parásito, pero era incapaz de detenerlo, pues aquel objeto estaba fuertemente anclado a su mano.

- Uuuunnnn sacrificioooo... Siempre hace falta un sacrificiooooooagh...- dijo Guerin ante la cara mezcla de terror y sorpresa que se formó en el rostro de Vivant y Abeillut. Tras esto, el hereje murió, pero casi sin poderlo explicar, el noble prosiguió recitando las palabras que le había enseñado Guerin, sumiéndose cada vez más en un estado intermedio entre la consciencia y el sueño. La piedra cada vez quemaba más...

Abeillut alzó su flissa. Estaba dispuesto a acabar con aquella pesadilla. - ¡¡MAESTRO!!- gritó desencajado Duvalier mientras veía como el guía estaba dispuesto a cercenar la cabeza de Vivant. Entonces sucedió...

Una enorme criatura descendió desde las alturas de aquel templo impío, para atormentar a los que allí se hallaban. Se trataba de una enorme araña de abdomen abultado de color purpúreo. Sus patas alargadas, peludas y negras, se movían con presteza, dotando a aquella aberración de velocidad y destreza. Pero el detalle más aterrador, eran esa hilera de ojos rjizos sobre unos recios quelíceros de color negro.

La araña descendió hasta apostarse en la parte superior del arco de piedra. Su tamaño era realmente amedrantador, superando la envergadura de un búfalo. La criatura rozó sus peludas patas traseras, creando un estremecedor sonido a la vez que una voz se formó en cada una de las mentes que estaban allí...

- Yo soy Bera. La elegida Del que no puede Ser Nombrado, y este es el reino que mi amo me entregó para que me divirtiera. Jamás abandonaréis mi ciudad... ¡¡Jamás!!- al tiempo que el cuerpo de la araña se azuzó violentamente. Por contra Vivant, ajeno a todo aquello, seguía sumido en su trance mientras recitaba una intrincada letanía que lo tenía completamente abstraído. 

- No sois los primeros que buscáis el poder de una de las runas del Signo Amarillo... Desde que cayera aquí el cruzado que lo portaba, muchos imperios han buscado el favor de mi amo... ¡¡Pero ninguna criatura tomará el papel que pertenece a mi especie, malditos primates*!!- volvió a zarandearse nerviosa, mientras sus patas seguían rozándose una con la otra. - ¡¡Nunca volveréis a vuestro mundo!! ¡¡Seréis el alimento de mi nuevo desove!!... Y tras vosotros llegarán más hombres ávidos de poder... así que... ¡¡¡¡MORIIIIIIIIIIIIIIIIIIDDD!!!!- y tras esto, comenzó a descender el gran arco de piedra con aviesas intenciones.

Aquello era el colofón que confirmaba toda la mentira que había vivido hasta ahora. Para mí era fácil de entender, pero era comprensible que aquellas sencillas mentes marciales se negaran a aceptar toda la verdad. Suponía que sólo el bereber podía entender todo aquello, pues su mente pimitiva estaba en mayor contacto con el mundo mágico que los espíritus ilustrados franceses... Pero era ese maldito moro el que había matado a Guerin... O que nos había salvado, al ofrecer el sacrificio requerido para el ritual. Nada más apropiado como fin para el sacerdote. Dar su vida por Hastur... ¡Qué afortunado!

me hundo en las letanías de los dioses, ajeno a como su marca se hunde en mi carne y me marca para toda la vida... ¡Qué dicha más grande ser marcado por Él!

No veo nada, no oigo nada. Soy Uno con Él. Siento la Conexión con Él. Él es Todo mi Mundo, y Yo Estoy en Él.

Lacroix estaba alto de traidores a la patria. Agarro con fuerza el artefacto que había encontrado con intención de enviar a Vivant con el perro de Guerin. Pero entonces...ESO apareció. Y la cordura del teniente no pudo más. Todo lo que había aguantado con la tormenta, las mujeres arpía...y ahora esa araña que podía hablar. Todo emperezo a estrujarle la cabeza con fuerza.

El teniente se quedo rígido, mirando fijamente aquel ser de pesadilla. Sus dedos estrujaron con fuerza el metal que portaba en las manos, el gatillo se presionó. Y una ráfaga salió volando al azar por la estancia.

Todo ocurrió en apenas unos instantes. Abeillut surgió de la nada y apuñaló al sacerdote mientras, del techo descendía la visión más horrible que Barraud viera hasta el momento.
Un enorme arácnido de aspecto atroz hizo acto de presencia y en su cabeza, Jean-Pierre pudo escuchar la voz de aquel ser.
El cañón del arma, que había estado apuntando hacia Vivant y Guerin, giró sin que el sargento fuese consciente de ello hacia la enorme criatura.
Presa del pánico, sus dedos tiraron del gatillo y el plúmbeo proyectil salió disparado en medio de una nube de humo.

Abeillut quedó paralizado por completo ante la aterradora visión de aquella gigantesca araña. Las palabras que parecían surgir de su interior hablaban de cosas que no tenían sentido para el bereber. Nada de aquello era comprensible, ni tan siquiera lejanamente. Pero, de algún modo, todo pareció cobrar un extraño significado en lo más profundo de su mente. Las vetas de su conciencia se resquebrajaron, mientras sus ojos quedaban invadidos de un brillo incandescente, y una sonrisa asomaba a sus labios, tiñendo su rostro aún manchado con la sangre de Guerín de una sórdida máscara de delirio.

- ¡Allah akquba! - gritó, sin moverse del sitio, mientras su mirada atemporal permanecía clavada en aquella que se denominaba a sí misma siervo de un dios perdido.

Resultaba imposible saber qué cruzaba en ese momento la mente de Abeillut. Su conciencia, destrozada en mil pedazos, intentaba ahora reconstruirse de la nada, recobrando la percepción de una realidad que no era tal. Las creencias de Abeillut se habían hundido en un pozo, del que afloraban nuevos monstruos, mucho más terribles y siniestros que los de las leyendas de sus abuelos. El bereber aferró la flissa con más fuerza, aún en silencio...

Abeillut quedó sumido en un estado cercano a la catatonia. La supersticiosa mente del árabe, dada a los mitos y leyendas que abundaban en los pueblos del desierto, acabó por sucumbir a la terrible criatura que se apostó sobre el arco de piedra. Los ojos en otro tiempo almendrados del bereber, tomaron un aspecto tan glauco como enfermizo a medida que la araña comenzaba a descender por la superficie pétrea de aquella ciclopea estructura. Si aquello era verdad, si aquel ser era real, el más fatal de los destinos no tardaría en atraparlo.

Aferró la flissa con la fuerza de sus antepasados, mientras musitaba una letanía en favor de Allah, el único y más grande. Estaba preparado para recibir el terrible y frío osculo de la muerte... Pero súbitamente, cuando la denominada Bera, Reina de Sodoma se cernía sobre el estupefacto Abeillut y el abstraído Vivant, un mosquete crujió en aquel templo sin nombre y por mil veces maldito. 

Barraud que había dejado al inconsciente Descoteaux en el suelo, quemó la pólvora de su arma y el metálico y esférico proyectil impacto en una de las ocho patas de aquella araña infernal. Bera gimió con un sonido acongojador al tiempo que desvió la atención hacia el tirador valón. Como ungida por la propia fuerza del demonio, la enorme araña saltó sobre el guía aterrizando sobre el suelo del lugar. Actos seguido, recorrió la mitad de la distancia que la separaban del tirador en un suspiro.

En su trayecto, Duvalier aterrorizado descerrajó su pistola, pero la bala no halló premio a diferencia del alférez Farrè, que sí hizo diana aunque no afectara demasiado a semejante bruto. Por su parte, Lacroix apretó instintivamente la pequeña palanca del mosquete extraño que encontrara en el templo y entonces aquel artilugio sacado de las mismas entrañas del abismo, vomitó una cola de proyectiles que aunque no alcanzaron a aquel retorcido ser, si consiguieron detenerla en su furioso avance...

Tenían que reaccionar rápido.

Mientras tanto, la runa se hundía más en la carne de Vivant que hacía tiempo que se había entregado al ritual que Guerin le enseñara. Ya no existía nada más importante que aquella macabra salmodia que surgía de su interior sin consciencia de lo que hacía. Cada vez quemaba más aquel artefacto, aumentando el dolor que lo perforaba. Entonces, el gran arco de piedra, se encendió en un arco iris de extraños caracteres y fórmulas irresolubles...

Kweeeeli... xesha... lobumnyama...

Seguía absorto en mi propio mundo, en mi propia Verdad, que convertía el dolor abrasador del Signo Amarillo en un dolor placentero, un dolor orgásmico. El dolor de la cópula con Él. Copular con un dios tenía que doler.

... kunkwantya, vula iingcango...  zakho ngeli

Mientras mi frente se perlaba de sudor, ajeno a los gritos, los disparos, los seres. Allí había otro guardian, lo presentía, pero no pasaba nada. Formaba parte de los ritos de iniciación. Morir para resucitar renovado.

El teniente recuperó la cordura a tiempo de ver como aquella grotesca araña que se abalanzaba sobre el bueno de Barraud, se frenó en seco ante la hondonada de aquel bizarro mosquete. El teniente se quedo observando el extraño artefacto.

Si tuviésemos esta arma en nuestro ejercito, los enemigos caerían como moscas. No has de pasar media hora cargando bala a bala!

Pero no había tiempo que perder, con su mente nublada había aprendido como disparar el mosquete, así que con una sonrisa medio loca, deslizó el dedo hacia el gatillo otra vez.

-¡¡A por... ESO chicos!! ¡Muere ser infernal! ¡Plantaré la gloriosa bandera francesa en tus entrañas!!

Barraud se quedó parado ante la ráfaga surgida del arma que sostenía Lacroix. La cadencia de fuego era sorprendente, pero nunca lograría equipararse a la puntería y pericia de un buen soldado francés. Con todo, logró detener el avance del horrendo arácnido.

Una vez efectuado su disparo, empuñó con fuerza el mosquete y se lanzó al ataque*. Debían parar a semejante monstruosidad antes de que se recuperase.

Gritando como un loco para apartar el miedo de su mente, Jean-Pierre se abalanzó contra su oponente y clavó con fiereza el acero en el abotargado cuerpo.

Tras la descarga de la primera ráfaga de aquel endemoniado arma, Bera prosiguió su terrorífico avance contra aquellos que la habían desafiado. La Reina estaba deseosa de hacer una demostración de su terrible poder, pero nuevamente Lacroix accionó aquel mosquete que escupía fuego a la velocidad del rayo. Por segunda vez, la ráfaga pasó desviada de la gran criatura, que a pesar de su tamaño se movía con rapidez y agilidad. Cuando llegó a la altura de Duvalier, el rostro del anticuario se quebró presa del más horrible de los pavores, pues tenía frente a él una criatura venida de otro mundo y otra era, ungida por la furia de los siglos...

Bera cerró sus quelíceros alrededor del hombro del brazo que sostenía la pistola. Charles gritó acongojado por el dolor, pero era demasiado tarde para él, con sus patas delanteras, dobló el cuerpo del anticuario hasta que sus vértebras se fracturaron con un chasquido horripilante. Una vez más, Duvalier gritó presa del dolor, pero fue la última, pues su cuerpo cogió una tonalidad negruzca al tiempo que perdió el tono de su cuerpo. La malévola arañas lo había matado...

Ese momento fue aprovechado por Barraud, el cual se lanzó por un lateral de la Reina, hincando la bayoneta de su mosquete en el duro exosqueleto de aquel nefario ser. 

Tal y como se había disuelto en medio del aire, la mente de Abeillut se conformó nuevamente, trayendo su conciencia de vuelta al mundo de los vivos... o a dondequiera que se encontrase realmente el bereber. Disquisiciones metafísicas aparte, estaba claro que Sadar había vuelto en sí, pues pronto un grito afloró a sus labios, al verse tan cerca de aquella temible criatura.

- ¡Ah! - gritó - ¡Malditia criatiura!

Se echó a un lado, viendo cómo la inmensa araña segaba la vida de Duvalier sin el menor esfuerzo. Adiós al arrogante francés, y vuelta al horror de aquel templo infeccioso. No se lo pensó demasiado Abeillut, que trató de deslizarse hacia un lado, como acostumbraba a hacer, para así ganarle la espalda al infecto arácnido, y de ese modo poder sorprenderle, y causarle nueva herida.
 

Abeillut intentó rodear a la criatura y así asestarle un nuevo golpe, pero el ataque lateral de Barraud, provocó que última instancia la criatura se girara y fijara sus múltiples ojos rojizos sobre el bereber. El guía rezó, pues aquella criatura majestuosa, lo aterrorizaba enormemente. El árabe permaneció paralizado por el pavor, pues a pesar de la emoción que lo impulsaba a la refriega y a abalanzarse sobre aquella araña descomunal, la mirada que le profirió Bera consiguió estremecerlo...

pero cuando todo parecía que el pobre Abeillut sería la nueva víctima de la monstruosidad, Farrè se abalanzó justo por su flanco con su sable de caballería en todo lo alto. El alférez estaba malherido de un brazo, pero a pesar de eso, se lanzó a tumba abierta contra aquella imposible aberración

- ¡¡LACROIX, MON AMI!!- gritó mientras descargaba un poderoso tajo - ¡¡DESCARGA EL MOSQUETE JUNTO A SU CUERPOOOO!!-  entreteniendo a Bera con los golpes de su afilado sable de caballería que a duras penas conseguía perforar el quitinosos exosqueleto de aquel arácnido gigante...

En un arrebato de locura (quizá el mayor de los vistos hasta ese momento), Abeillut se arrojó en dirección a la araña. Sin embargo, a diferencia de lo que otros intentaron, él prefirió tratar de aferrarse a su lomo, no sin antes colocar la flissa entre sus dientes. Con gran agilidad, dio un salto hacia la criatura, aferrándose al vello de su costado, monstruosa imitación de los pelillos de las arañas de la Tierra. Todo pareció ir bien por un momento, y sin embargo...

En un arranque de gallardía tribal épica, Abeillut se abalanzó con la espada que durante generaciones acompañara a sus familiares entre los dientes. Su idea era subir al lomo de aquella araña de tamaño superior a un búfalo y hundir el filo de su flissa con la fuerza de su peso. Sadar era un tipo ágil, rápido y fuerte, con lo que realizó un portentoso salto sobre Bera . Algo sin duda, digno de ser recordado. Para el bereber, aquello podía ser una tarea que resultara fácil a ojos ajenos, pero entrañaba mayor dificultad de lo que se observaba a simple vista. Aquel ejercicio lo había realizado multitud de ocasiones con caballos, pero en esta ocasión, la montura era mucho más terrible y letal...

Cayó sobre dorso de la araña. Se aferró con todo su alma a la matas de vello que cubrían el cuerpo de tan desagradable criatura. Abeillut sonrió pues parecía que todo marchaba por buen camino. Pero eso fue su perdición.

Bera al notar el peso del guía zarandeó su cuerpo con rabia y vigor, haciendo que Abeillut saliera despedido contra el suelo. El bereber chocó con una violencia desmedida contra el suelo, quedando magullado durante un buen rato.

Justo cuando el árabe golpeó el frió y legamoso suelo, la descomunal criatura se abalanzó con su afilados quelíceros ávidos por morder la carne del valiente alférez, pero en esta ocasión, Gerrard se alejó de tan ominoso destino.

El teniente había vuelto a fallar la ráfaga. Era muy difícil controlar esa arma cundo empezaba a escupir. Entonces vio cómo la araña enorme se deshacía del guía bereber y cargaba contra su amigo Farré.

-¡¡Farré!! -Gritó el teniente. Acto seguido se puso a correr con el moderno mosquete en las manos y enganchó el cañón al abdomen de la araña mutante.

-Cómete esto, ¡cerda!

El horrible arácnido combatía con una ferocidad inusitada. A los compañeros les estaba costando muchísimo abrir un hueco en su magnífica defensa.
Lacroix descargó el extraño artefacto muy cerca del abdomen de la criatura, escupiendo fuego y metal. A su vez, Barraud volvió a cargar contra ella con la bayoneta, pero el acero resbaló sin causar daño sobre el quitinoso cuerpo.

Kweli... xesha... lobumnyama... kunkwantya, vula iingcango...  zakho ngeli

Repite Vivant, con más seguridad, energía, como si el signo que se clava, ardiente en la carne, le diera energía. El dolor se transforma en fuerza. Intuye que cuando acabe la invocación, el dolor se transformará en placer. Él está con él, y la unión con un Dios ha de doler.

Lacroix aprovechó que aquella araña descomunal bregaba con Barraud y Farrè para acercarse y descargar el fuego mortal de aquel mosquete infernal. Viendo el poder que poseía dicho artefacto, fabuló en su mente imaginando al ejército francés armado con dicho objeto. No habría nadie en el mundo capaz de resistir a la fuerza de la Grande Armée y todos los territorios del planeta sucumbirían al poderío galo...

Pero allí estaba, luchando contra la Reina de Sodoma. La criatura que un dios ancestro y prohibido, puso para regir y condenar a los habitantes de aquella ciudad a un destino de escarnio perpetuo, en un punto desconocido del universo... ¡¡Cuánto había cambiado el cuento que se explicaba en la biblia!!

Sin pensarlo se apostó junto al abdomen alzado de aquel ser. Apretó los dientes y descargó una lluvia de plomo que alcanzó en multitud de ocasiones a Bera. Pero el exosqueleto de aquella araña era dura y recio, consiguiendo evitar daños mayores. Aun así, varias fueron las balas que abrieron brecha en su cuerpo mientras un icor amarillento grumoso comenzó a fluir de sus heridas.El tremendo arácnido rugió de dolor, pero antes de que pudiera reaccionar, el alférez embistió por su lateral hincando su sable hasta el mango. Nuevamente la reina de aquel pagano templo, rugió lastimada. Gerrard intentó extraer su filo, pero quedó incrustado en la la quitina de aquella endemoniada criatura.

Mientras todo esto sucedía, Vivant sostenía la runa del Símbolo Amarillo, entonando la letanía que instantes antes el Padre Guerin le mostrara. El arco de piedra, refulgía iluminado por runas, criptogramas y fórmulas ininteligibles, mientras un zumbido ensordecedor comenzaba a aflorar en aquel punto olvidado de la historia. Aquella runa exigía sangre, y así se la cobraba absorbiendo parte del líquido vital del diletante, que era incapaz de salir de su macabro trance. Entonces sucedió.

La realidad se quebró y desde las aristas del ciclopeo anillo de piedra, surgió una materia viscosa similar al algua, creando lo que a simple vista parecía una película voluble. La materia creció intrínsecamente hasta confluir en el centro de aquel anillo. El zumbido proseguía repicando con vehemencia. Cuando toda aquella masa creó una imagen similar a un espejo, se iluminó y a través de ella, se pudo contemplar un valle árido en el que se alzaban pirámides... 

¡¿Podía ser eso Egipto?! ¡¿Podía ser aquello una puerta de salvación a su mundo?!

Él había escuchado mis súplicas y me mostraba el camino. Grande era Su Voluntad y Poderosa Su Llamada. No podía ignorarla.

Me incorporé, pesadamente, y me dirigí al portal, sin vacilar ni un instante. Era un instrumento en las manos de Él. Me sentía débil y la mano me dolía terriblemente, pero no podía fallar ahora. No ahora que estaba tan cerca.

Paso a paso me acercaba hacia el Otro Lado. El nuestro... O no. No dejaba de ser Su Voluntad.

Este no es nuestro lugar, caballeros...

Murmuré, en un tono, y usando unas palabras que no parecían, en absoluto, adecuadas para la situación de un enfrentamiento a muerte con un ser salido de algún pozo negro de locura.