Partida Rol por web

Los hombres forcejeaban desesperadamente por aquel pedazo de roca. Parecía poseer una valor de gran importancia para ambos y no estaban dispuestos a dar su brazo a torcer.

- ¡¡Por favor Vivant!!... ¡¡Dejádme que os muestre el ritual!!- protestaba el sacerdote mientras intentaba inmovilizar el brazo del noble diletante. Mientras todo aquello sucedía, Duvalier observaba la escena con aire de incredulidad, pues ciertamente, aquello se asemejaba más a un chiste surrealista, que a la realidad misma.

- ¡¡Maestro, por Dios!!- exclamó el joven anticuario mientras decidía a quien ayudar en aquella reyerta más propia de críos que de hombres...

Al ver todo aquello, la Puerta de Dios y, sobretodo, los guardianes recién nacidos, me vuelve la razón por unos instantes, los justos para ceder a los ruegos del sacerdote y de mi aprendiz.

Dudaba que aquel fanático pudiera entender la sutileza de aquel escenario, pero no tenía opción. Parecía que, al fin y al cabo, Él quería que el sacerdote también disfrutara de su Presencia mediante el Signo Amarillo.

Vite!

Grito, como una orden al sacerdote. Ordenándole con esa sencilla palabra que cumpla su cometido. Sé que no es nada sin mi. Sin mi no es más que un proscrito a ojos de la Iglesia. Yo lo puedo ocultar. Proteger. Y él también lo sabe. Ha estado esperando aquí mi llegada. Sólo yo puedo ayudarle para preparar su venida. Deposito la piedra en la mano del ansioso Guerín.

Hasta ahora nadie nos ha molestado, pero desconozco si eso puede cambiar. Observo las recién nacidas con una mezcla de fascinación y repulsa.

¿Qué clase de ser puede crear algo así? Un Dios.

La escena podía resultar cómica si no se tenía en consideración el horrible contexto en el que estaba teniendo lugar. Al fin se reencontraban con Vivant, ¿pero qué demonios estaba haciendo? Un vistazo más amplio reveló que el alto techo estaba sembrado de una miríada de huevas, en el interior de las cuales se adivinaba un espeluznante movimiento. Aquello fue demasiado. De pronto, los brazos de Barraud perdieron su fuerza y dejó caer al sacerdote al suelo, quién golpeó secamente el empedrado al aterrizar. Con el corazón acelerado, el joven sargento aferró el arma y apuntó alternativamente a los dos hombres que forcejeaban. Se encontraba totalmente abrumado y superado por la situación.

Y finalmente se toparon con Guerin. La situación era de lo más extraña. El sacerdote forcejeaba por una piedra con Vivant, al que el teniente daba por muerto, mientras Duvalier observaba. Todo eso en un mar de...¿¡¿bolsas fetales de mujeres!?!?!

Fuera como fuese, el teniente consiguió sobreponerse a la aterradora sala, habían vivido ya tantas cosas...

Este observo como su compañero Jean-Pierre dudaba a quien disparar. Para el teniente de dragones no había duda alguna. Su objetivo era el traidor a la patria de Guerin. Luego ya les tocaría a Vivant o Duvalier si estos también se habían vuelto locos.

Levantó el mosquete hacia Guerin, una sonrisa afloro a sus labios...

El proyectil impacto a Guerin mientras el teniente, satisfecho, dejaba caer el mosquete y sacaba el arma extraña que había encontrado antes.

Un nuevo horror afloró de las entrañas de aquel templo maldito, o lo que quiera que fuese. Abeillut tragó saliva viendo aquel espectáculo dantesco, temeroso del significado que pudiese tener todo aquello. Sin embargo, pronto volvió su vista hacia Guerín, que forcejeaba en la distancia con Vivant, a quién habían creído perdido, y a buen seguro muerto. El teniente no lo había dudado dos veces antes de abrir fuego, pero Sadar era reacio a disparar hacia el lugar en el que un compañero se encontraba, y tampoco disponía de un arma de gran alcance con la que hacerlo. Aferrando su flissa, volvió a dirigir la mirada hacia las extrañas estructuras que colgaban de las paredes, las cuáles se sentía incapaz de comprender. Quizá aquello fuese un nido, como aquellos en los que las arañas del desierto ponían sus huevos. Tal pensamiento le estremeció, e hizo que un escalofrío recorriese su espalda.
 

Tras una larga disputa, Vivant relajó la tensión de sus brazos y asumió que debía entregar aquel pedazo de roca a Guerin. Dio unos pasos para separarse del sacerdote, mientras éste alzaba sus manos para iniciar lo que parecía una salmodia. Miró aquel enclave milenario con orgullo y inspiró con fuerza el aire que envolvía aquel lugar perdido entre los mundos y el tiempo... casi podía sentir su poder...

De repente abrió los ojos y vio un ligero descello. No. No. No. No podía ser... ¡¡Habían llegado!! Corrió para poner a salvo al hereje sacerdote, pero ya era demasiado tarde. El proyectil disparado por Lacroix viajaba en trayectoria certera al encuentro de Guerin. Durante unas fracciones de segundo, Dominique pudo contemplar le diminuta esfera de plomo rotando sobre su eje, mientras se trasladaba en su camino. Pero no pudo evitarlo.

La bala entró por la espina dorsal del sacerdote y salió por su pecho. Un disparo magníficamente letal. Guerin se desmoronó y la piedra cayó a su lado ante la incredulidad de Vivant que cayó de rodillas.

Una runa se dibujaba en la extraña roca cuyo tamaño no superaba el de una palma:

Lo veo todo, pero ya es tarde. Me inclino hacia delante, como intentando detener lo inevitable con mi simple voluntad.

Nooooooo!!!

pero veo como como el sacerdote se derrumba. Caigo, de rodillas, anodadado. Todos mis esfuerzos en vano. Recojo la runa y con ella en la mano, sacudo al sacerdote, con furia.

Maldito sea, Guerin! El ritual! El ritual! hemos de salir de aquí! Hemos de volver!

El teniente se lleno de felicidad al ver como el maldito traidor caía al suelo. Luego miró con extrañeza como Vivant se arrodillaba al lado del cura y le preguntaba sobre un ritual.

Creo que este se ha vuelto tan loco como el cura...

Agarrando el artilugio que creía que era un arma con las dos manos, levanto la voz hacia Vivant.

-¿De que está hablando?

Con un disparo certero (y con la mente más despejada que Barraud), Lacroix terminó con la vida del sacerdote loco.
Verle caer causó una grata impresión en los compañeros, pero pronto dirigieron sus miradas llenos de preocupación hacia Vivant. ¿Qué le pasaba? ¿También había sucumbido a la demencia?

- Vamos, señor Vivant. Debemos salir de aquí cuanto antes.

Guerín se derrumbó ante el disparo de Lacroix, certero como siempre el teniente de dragones. Abeillut observó la escena con estupefacción. No podía creer que hubiese sido tan fácil. En cierto modo, aquel sacerdote se había cubierto a sí mismo con una pátina de invencibilidad, haciendo sentir al bereber que era inalcanzable, imbatible. Y sin embargo, no había resistido un solo instante ante la destreza del oficial francés, que había terminado con su vida sin que le temblara el pulso.

- ¡Tiniente! - gritó Abeillut - ¡Lio habís liogrado! ¡Siaserdote muerto!

Celebraba el bereber, tal vez inconsciente de su destino*, la muerte de aquel hereje idólatra que había hecho enloquecer a tantos franceses. Vivant, en cambio, no parecía disfrutar del espectáculo, sino todo lo contrario: lamentaba aquella muerte como si fuera la de su propio hermano.

El hijo del anticuario permanecía absorto ante el sacerdote abatido. Cuando la bala entró por su espalda, un grito asustadizo y apagado surgió de las cuerdas vocales del siempre apático Duvalier, pero cuando su mente logró integrar todo el terror amenazó con tomar control del joven aprendiz del Barón de Denon.

- ¡¡Maestro!!... ¡¡Por Dios!! ¡¿Cómo vamos a volver?!...- exclamó Charles mientras en sus manos sujetaba una pistola cebada y preparada para disparar. - ¡¡Jamás saldremos de aquí si él...!!- continuó a la par que señalaba el cuerpo yaciente de Guerin.

- ¡¿No se dan cuenta del terrible error que han cometido?!... ¡¿No verdad?!...- insistió profundamente enfadado, mientras Vivant examinaba el cuerpo del pater.

Vivant sacudía le cuerpo del sacerdote, como si así pudiera devolverle la vida, o al menos unas palabras si aún quedaba un hilo de vida en él.

Maldita sea, Guerín! Responda! El ritual! El ritual!

En aquel momento no se le pasaba por la cabeza que era imposible que un ritual, del tipo que fuera, no lo podría explicar con tres palabras. No lo podía creer. No se podía perder todo por la bala de un teniente ignorante*.

Era sordo a las palabras de Barraud y del resto. Guerin debía darle las respuestas. DEBÍA dárselas.

El sacerdote abrió pesadamente los ojos cuando el diletante golpeó su pecho. Notaba que se le escapaba la vida, pero tuvo fuerzas para hablar: - Monn... sieeeeur. No hay mucho, cof, cof, cof... tiempo... Coja el talismán. Cof, cof, cof.... ¡¡aaagh!!... El Signo Amarilloooooagh...- susurraba a duras penas el sacerdote mientras con su mirada intentaba buscar la runa que se había desprendido de sus manos.

Guerin tenía claro que sus restos yacerían allí, pero en Vivant veía un poderoso activo. Debía cruzar al otro lado. Debía llegar hasta el Corso con el poder que le haría dominar sobre la faz de la tierra...

Está aquí! Aquí!

Era lo primero que había cogido, y aún lo tenía en la mano. Le dejó acariciarlo un momento, como para darle fuerzas para que el fanático sacerdote pudiera continuar.

¡Que más! Rápido!

El teniente echo un rápido vistazo alrededor* Luego volvió a centra su atención en Vivant.

-¿Qué es toda esta pantomima Vivant? Ese hombre era un traidor. ¿Quiere explicarnos que está pasando?

El hijo del anticuario, dio un paso para interponerse frente al teniente. Mantenía la pistola bajada, pues no quería ensalzar los ánimos que estaban realmente tensos. Poco a poco, intentó explicar de la forma más sencilla posible qué sucedía:

- Es difícil de explicar teniente, pero... Estamos en otro mundo, en un lugar perdido...- argumentaba con un timbre de voz que se entrecortaba a cada sílaba. Charles, sabía pelear, pero no deseaba enfrentarse en duelo a aquellos hombres bregados en cientos de combates y reyertas...

- ... La runa es necesaria pa... para el ritual que puede devolvernos a nuestro mundo...- concluyó a la espera de que sus palabras fueran aceptadas por Lacroix, Barraud, Farrè y el guía bereber...

- ¡¡SANDECES!!- gritó Farrè furioso que intentaba controlar la hemorragia de su brazo derecho. La herida que le propinara una de aquellas criaturas arácnidas, continuaba sangrando.

- ¡¡Todo esto no es más que una blasfema tomadura de pelo!, ingeniada por un traidor a la patria!- estalló el alférez perdiendo visiblemente los papeles.

El sacerdote cogió la mano de Vivant que sostenía la runa y la apretó para que se cerrara con fuerza. Luego, con mirada perdida, se dirigió al noble:

- Re... Repitaaa conmigoo, agh...- Su voz se entrecortaba por el dolor - Kweeeeli... xesha... lobumnyama...- Respiró profundamente, mientras un reguero de sangre salía por su boca. Vivant notó como sus pantorrillas se humedecían de un líquido caliente y espeso. Guerin se desangraba...

... kunkwantya, vula iingcango... ¡¡Repita conmig Viiivant!!...  zakho ngeli- 

Me esfuerzo por repetir esas sílabas imposibles, fijándome en los labios temblorosos del sacerdote.

Por fortuna tenía a mi discípulo presente, que me ayudaba a bregar con aquellos soldados ignorantes.

Kweeeli... Sh... Xesha.... lobumnyama...

Notar la sangre del sacerdote sobre mí me desconcertó por unos instantes, y a continuación me generó un extraño placer.

... kunkwantya, vula iingcango... zaj... zakho ngeli

El sargento se quedó parado, boquiabierto ante la escena que se desarrollaba a su alrededor.
Lo que Duvalier acababa de revelar, Barraud ya lo sospechaba desde hacía un tiempo; todo era demasiado espeluznante y carente de sentido para la realidad que todos conocían.
No obstante, escucharlo de boca de otro y con tanta seguridad, causó que Jean-Pierre sintiese un terrible escalofrío que recorrió todo su ser.

Momentos después Vivant, siguiendo las órdenes del sacerdote, entonó una horripilante letanía que erizó el vello de todos los presentes.
- ¿Qué significa todo esto? - dijo, con un hilo de voz apenas audible - ¿Qué está pasando?