Partida Rol por web

Las puertas se abrieron con un sonoro chirrido, inundando la oscuridad con una luz anaranjada de antorchas que hirió los ojos del joven.

Ante él surgió un gran salón, muy distinto a la torre que descansaba sobre su cabeza, si es que aún seguía allí, claro. No tuvo tiempo de recrearse con el estilo gótico de las columnas y arcos que se alzaban hasta el alto techo de la estancia, pues al otro lado del inmenso salón se encontraban dos criaturas. En cierto modo le recordaron a los pequeños diablillos de la armería, aunque estos eran bastante más grandes.

Estaban discutiendo acaloradamente en una lengua que Derfel desconocía, pero sonaba a un dialecto que bien se podía hablar en los círculos más profundos del infierno.

En el momento en el que las puertas se abrieron, las negras pupilas de sus ojos amarillos se posaron sobre el intruso. Tras un par de segundos de duda se lanzaron hacia él, uno trepando como una araña por el techo abovedado, y el otro prácticamente arrastrando su barriga por el suelo como un reptil.

Después de un rato bajando prácticamente a ciegas por esas escaleras que le internaban en las entrañas de la tierra, se encontró con otra puerta que se abrió sin demasiada dificultad.

Después de acostumbrarse a la luz que lo inundaba todo, los ojos de Derfel se abrieron como platos cuando vio ante él una sala majestuosa que no tenía nada que ver con la austeridad de las estancias que se había encontrado hasta ahora en la torre. Pero el disfrute de esa imagen duró poco, ya que justo en el lado contrario de la sala había dos criaturas que rápidamente repararon en su presencia.

Los dos seres se lanzaron a por el guerrero, uno por el techo y el otro por el suelo. Derfel se separó de la puerta y corrió hacia el centro de la sala para no tener obstáculos cerca que le molestasen durante la inminente lucha. Durante la carrera asió la espada con las dos manos y se la llevó al costado derecho para lanzar un fuerte tajo al monstruo que venía a por él cuando se encontraron en el centro del salón. 

La criatura reptante se deslizó por el suelo como una sombra. Aquella velocidad sin duda no era de éste mundo. Aunque en esa ocasión fue más un inconveniente que una ventaja.

El guerrero, viendo que aquella cosa se le venía encima, se lanzó hacia ella con su espada fuertemente asida con sus dos manos y lanzó un poderoso tajo de abajo a arriba que, unido a la fuerza de la embestida del demonio, lo lanzó por los aires expulsando un generoso chorro de sangre que se extendió por el suelo, así como por el pecho y el rostro de Derfel. Afortunadamente, aquella sangre negra y viscosa, no era corrosiva como la de los pequeños diablillos de la armería.

Mientras, el otro demonio llegó hasta la posición del aventurero y se dejó caer en el suelo sin hacer ruido, como un enorme gato.

Esperó prudentemente a que su compañero herido se levantase, buscando sorprender al joven con un nuevo ataque combinado.

El joven guerrero notó, como si lo viviese a cámara lenta, como se iba abriendo la carne de su atacante al contacto con el filo de su espada. Una vez rechazada la embestida de la bestia, Derfel quedó en guardia con la espada en alto. En ese momento pudo notar por el rabillo del ojo como el compañero de su atacante se descolgaba del techo. 

Esperó el tiempo prudencial para que el segundo monstruo se incorporase y se acercase un poco más y en ese momento Derfel giró sobre si mismo lanzando un fuerte tajo a la altura donde supuso que se podría encontrar el cuello de la bestezuela.

El ataque con su espada fue bastante certero, aunque no lo suficiente. Había conseguido herir a la segunda criatura que emitió un alarido de dolor, pero no consiguió hacerla retroceder, más bien lo contrario.

El demonio salto sobre Derfel, encaramándose al peto de su armadura. Mientras con sus garras traseras arañaba la superficie metálica de la cota de escamas para afianzarse en su posición, con las delanteras asestó un fuerte golpe en el cráneo del chico, que haciendo acopio de fuerzas empujó a la bestia, devolviéndola a su posición junto a su compañero.

Bajo la melena rubia del aventurero comenzó a manar un hilillo de sangre que le apelmazó el pelo en aquel lado de la cabeza.

Por un momento al joven guerrero se le nubló la vista con el golpe que recibió en la cabeza. Trastabilló unos pasos hacia atrás y como pudo se quitó al demonio de encima lanzándolo junto a su compañero.

Se repuso como pudo y volvió a lanzar un nuevo ataque a este último demonio que parecía estar en mejores condiciones que el que se llevó el primer tajo.

Aunque no era capaz de acabar de una maldita vez con aquellos engendros del infierno, al menos sus ataques servían para debilitarlos y evitas que su embates fuesen lo suficientemente poderosos como para causarle daños serios.

En ésta ocasión, ajeno al ataque sufrido por su compañero, el primer demonio consiguió colarse por debajo de la defensa del guerrero y arañarle con sus aceradas garras en la parte trasera del gemelo izquierdo, haciéndole doblar ligeramente la rodilla para calmar el dolor.

-¡Maldito bastardo!- gritó Derfel cuando notó en la pierna la "caricia" que el demonio al que había dejado de lado le intentaba hacer.

El guerrero se encogió un poco de dolor, pero aún así, el demonio quedaba por debajo de él, hecho que aprovechó para volver a levantar su espada para volver a descargarla contra su atacante

En el momento en el que la hoja trazaba un mortífero arco en el aire, una punzada de dolor hizo que la pierna de Derfel se doblara, reduciendo notablemente su efectividad. Un nuevo tajo atravesó el pecho de la criatura que comenzaba a dar signos más que evidentes de exanguinación.

Aún en su lamentable estado, ambos enemigos consiguieron urdir un ataque combinado. Mientras uno lanzaba zarpazos a las piernas del guerrero, el otro trataba de sacarle los ojos con furia. Varios arañazos cruzaron la cara del chico haciéndole sangrar, nada grave, seguramente ni siquiera le dejarían cicatriz, pero molesto.

Le estaba costando deshacerse de sus adversarios más de lo que esperaba. Sin duda eran duros de pelar, pero no le quedaba otra que seguir luchando si quería seguir con vida.

Como pudo, alejó a sus atacantes para colocarse a una distancia en la que pudiese volver a utilizar su espada, aunque esta vez el ataque no fue tan efectivo ya que empezaba a acusar el cansancio y las heridas que estaba recibiendo.

La fuerza del golpe fue sensiblemente más débil que en anteriores ocasiones, pero tal vez la suerte, tal vez el desgaste al que había sometido a sus enemigos hizo que, al tiempo que la punta de la espada se dirigía hacia delante, el demonio, errando al calcular la distancia que le separaba del guerrero, saltó como un batracio en dirección al intruso.

La espada entró limpiamente por debajo del mentón y salió sin dificultad por la base del cráneo, sesgando a su paso músculos y arterias.

El engendro cayó inerte a los pies de Derfel emitiendo un gorjeo que se fué extinguiendo ahogado en su propia sangre.

Mientras, el otro, aprovechó el momento para soltar una dentellada que se clavó profundamente en las protecciones del antebrazo de la armadura, tanto que las atravesó parcialmente desgarrando la piel y la carne.

La cosa se estaba poniendo fea por momentos. Los ataques demoniacos cada vez tenían más efectos negativos sobre el guerrero, aunque por suerte uno de los engendros del infierno, el que sufrió el último ataque, no daría más problemas.

Su compañero aprovechó la bajada de guardia del guerrero para lanzar un tremendo mordisco que ni siquiera las protecciones de su armadura pudieron parar, por lo que Derfel ahogó un grito cuando notó cómo los dientes de la bestia se clavaban en su carne. Golpeó con el puño la cara del demonio que tenía enganchado cual sanguijuela con la única intención de que se separase de él. Le hicieron falta dos golpes con el puño libre para conseguirlo. 

Una vez desenganchado del demonio volvió a asir su espada con las dos manos, pero esta vez notó cómo la fuerza de su brazo herido valía para poco más que para sujetar el peso de la espada que le correspondía. Lanzó un débil tajo con más intención que fuerza esperando que fuese suficiente para deshacerse de su atacante.

Pero no lo fue.

Gravemente herido, el demonio siguió debatiéndose con furia dándose cuenta de que su vida pendía de un hilo, pero ya no tenía fuerzas para seguir plantando cara a su enemigo. Se lanzó sobre el cuerpo del guerrero haciéndole caer de espaldas contra el suelo.

Sintió el abrumador calor del cuerpo de la criatura atravesando el peto de acero de su armadura. El fétido aliento quemándole el rostro y aquellos ojos amarillos clavados en los suyos a escasos centímetros mientras se iban opacando y apagándose hasta extinguirse completamente el brillo que contenían.

La bestia había muerto.

Derfel y el demonio quedaron en una posición que recordaba a dos amantes reencontrados después de una larga ausencia. El joven empezó a rebuscar en el cinturón su cuchillo para terminar el trabajo, pero de repente, la laxitud del cuerpo de la criatura y sus ojos sin vida le indicaron que no sería necesario. Cogió aire y haciendo acopio de las fuerzas que le quedaban se giró hacia un lado para quitarse el cuerpo inerte de encima. Una vez liberado de ese peso se quedó tumbado boca arriba unos minutos para recobrar el aliento y recuperarse un poco.

Durante un rato se dejó llevar por la majestuosidad del salón en el que se encontraba. Tumbado en el suelo sus ojos se perdían en el alto techo siguiendo las sombras que formaban los arcos y las columnas. Le empezó a invadir una sensación de irrealidad, como si se encontrase dentro de un sueño, o de una pesadilla... Pero un fuerte pinchazo en su brazo herido le hizo volver a la realidad. Poco a poco se fue incorporando de su posición hasta quedarse sentado en el suelo. Repasó las heridas que había sufrido en su enfrentamiento con los demonios y se alegró al comprobar que ninguna era mortal. La más dolorosa era la que tenía en su brazo. Apretó las cintas que ceñían la armadura y notó que la presión aliviaba un poco el desgarro que había sufrido en él.

Se puso en pié, recompuso su equipo e inspeccionó visualmente la sala desde donde se encontraba para determinar cuál sería el camino que tomaría.

Observo que en una esquina de la misma había una oquedad que podía corresponder a una puerta, por lo que se dirigió hacia allí para ver si podía seguir avanzando.

El hueco correspondía a la entrada de una especie de caverna excavada en la roca de la pared, al principio era apenas lo suficientemente ancho para que el guerrero avanzase sin tener que andar de lado, después se iba ensanchando hasta bifurcarse en dos caminos.

La luz que llegaba, junto con unos murmullos de voces, indicaban que ambos desembocaban en el mismo lugar, por lo que Derfel tomó el camino de la izquierda y siguió avanzando.

Unos pasos más adelante las voces fueron cobrando nitidez amplificadas por las paredes de roca.

-¡No! ¡Así no! Hay que cortar del vientre al cuello, luego abrir el tórax, y…-.

-¡No seas ridículo!- interrumpió una segunda voz –Lo que hay que hacer es rajar el cuello de lado a lado y sacar la tráquea por el hueco-.

El joven no tenía muy claro de lo que hablaban aquellas voces, pero desde luego no le estaba gustando nada. Mientras escuchaba seguía avanzando por el corredor hasta llegar al final del mismo.

-Ja, ja, ja. Eso está muy bien si quieres hacerle cosquillas. Pero si realmente quieres que sufra…- continuaba la conversación.

El aventurero prefirió no seguir escuchando.

Al asomarse con cuidado para no ser descubierto pudo ver una caverna de dimensiones ciclópeas, completamente vacía a excepción de un altar tallado directamente en la roca rodeado por dos braseros en los que ardían unas ascuas de un extraño color verdoso.

Allí, junto al altar, se encontraban dos caballeros de negra armadura, sus  rostros ajados dejaban claro que no pertenecían al mundo de los vivos desde  hacía mucho tiempo. Sus facciones secas y momificadas mostraban no  obstante una crueldad infinita.

-¡Vaya! ¡Más peleas!- Pensó el muchacho mientras observaba la escena que se desarrollaba al lado del altar. Estaba claro que en ese lugar sólo iba a encontrar lucha y peligros. 

Pensó por un momento si dar la vuelta y volver al salón del que venía para buscar otro lugar al que ir, pero seguro que lo que se encontrase en otro sitio no sería muy distinto a lo que había allí. 

Finalmente decidió acercarse sigilosamente a los caballeros apergaminados que tenía frente a él y se dispuso a luchar contra ellos. El componente sorpresa le había sido de gran utilidad en ocasiones anteriores.

Derfel comenzó a caminar hacia los caballeros muertos intentando hacer el menor ruido posible. Casi iba arrastrando los piés por el suelo para no impactar contra él. Pendiente y muy concentrado en cada uno de sus movimientos fue acortando la distancia que le separaba de su destino.

Había que reconocer que el joven guerrero se movía con el sigilo de un felino. Cada paso que daba era tan leve como un susurro, todo su cuerpo estaba sincronizado para moverse en completo silencio, pero la distancia a recorrer en un terreno completamente diáfano era demasiado grande y cuando llevaba algo más de la mitad del camino uno de ellos se giró lo suficiente como para verle venir.

Para su sorpresa, los caballeros no se lanzaron a matarle como habían intentado los demonios. Simplemente se limitaron a asir el mango de su espada y adoptar una posición ligeramente defensiva.

-¿Quién eres tú?- preguntó uno de ellos. Desde tan cerca su voz sonaba terriblemente rechinante en los oídos del guerrero -¿Te envía Mormo a liberarnos?-.

Aquellas preguntas descolocaron al joven que al instante comprendió que aquellas cuencas vacías no veían la carne terrena, si no más allá y el estar cubierto de sangre y vísceras de demonio le daba un cierto aura oscuro que los caballeros tomaron por el de uno de los esbirros demoníacos... por el momento.

Iba concentrado en su avance cuando el repentino giro de uno de los caballeros le hizo quedarse quieto cual estatua de piedra, y cuando el caballero comenzó a hablar, Derfel sintió como si toda la sangre abandonase su cuerpo de golpe.

Derfel no tenía claro que pudiese hablar, tenía la boca seca como el esparto y la lengua totalmente inmovilizada, pero si no decía algo pronto la actitud de los guerreros podía cambiar y volverse menos dialogante. 

-Mi nombre es Derfel, y no sé quién es Mormo, pero os ayudaré a salir de aquí si me decís dónde estoy- Dijo intentando imprimir en su voz el máximo de autoridad del que se vio capaz.