Partida Rol por web

Los perros cayeron uno detrás de otro ante los efectivos golpes de los tres compañeros y Syrid se dio cuenta que para matar a ese tipo de enemigos más rápidos y en continuo movimiento había hecho bien en cambiar de arma, pues de esa forma abrir cráneos, partir lomos o quebrar patas resultaba más fácil.

Pero pronto tuvo que volver a cambiar a su arco ya que, una vez más y después de que los cadáveres de los canes reposasen a sus pies, los elfos volvieron a hacer acto de presencia, en esta ocasión con ballestas, y viendo la loca carrera de sus dos compañeros dispuestos a acabar con todos sus enemigos, con una eficacia letal, prefirió cubrirles las espaldas disparando a una distancia prudencial para que ellos hicieran estragos entre las filas enemigas.

Una vez eliminada con éxito la guardia del barón, siguiendo el camino por el que llegaron los agresivos elfos, tras unas puertas negras, llegáis a lo que parece alguna clase de emplazamiento militar. El estilo excesivo, opulento, sustituido por un estilo eficiente, pero infinitamente más lujoso de lo normal es un cuartel militar.

Veis innumerables cuartos con sedosas camas de mullidos colchones, cocinas, almacenes y armerías, ahora vacías. Da la impresión que el grueso de los ejércitos han salido de la fortaleza, tal vez a saquear las ciudades próximas. Encontráis comida en abundancia y, junto a una sala oscura, vacía y sin muebles, una estancia que contiene una una botica, pociones e ungüentos curativos.

Druth había acabado con aquellos ballesteros elfos con asombrosa facilidad. El gaitero pelirrojo había demostrado ser un guerrero mortífero, en especial a la hora de matar elfos, quizá porque siempre había tenido un poco de tirria a aquellos bellos seres de modales estirados y orejas puntiagudas. Cuando el último de los ballesteros cayó, el héroe dedicó un gesto de asentimiento a sus dos compañeros, orgulloso de ver que ellos también habían mostrado unas dotes para el combate increíbles. Formaban un excelente equipo, incluso con la misteriosa desaparición de Gideon.

Una vez derrotados los elfos, habían continuado avanzando y la siguiente sala que había llamado su atención se encontraba repleta de ungüentos y pociones curativas. Druth no había sufrido heridas en combate por el momento, por lo que decidió permanecer apoyado contra la pared, en silencio, con los brazos cruzados sobre el pecho, para que sus dos compañeros pudieran proveerse de todas las pociones que necesitasen.

Syrid se daba cuenta que no estaba sirviendo de mucha ayuda a sus compañeros ya que ambos parecían auténticas máquinas de matar, en especial el pelirrojo que, hacha en mano, diezmaba a los enemigos con suma facilidad. Pero por lo menos le quedaba el consuelo de servir de apoyo en los momentos difíciles.

Los elfos apenas duraron un suspiro ante los embates de Druth y Theodore, dando por finalizada de aquella forma tan rápida el ataque que el Barón Nalnwalme les había preparado y dejándoles así el camino libre para continuar hasta su meta final.

Las siguientes estancias, como todo en la morada de ese Barón, seguían mostrando el lujo que ya habían visto con anterioridad, aunque en este caso era un poco más austero ya que por su aspecto parecían ser las habitaciones destinadas a la guardia.

Tenía la oportunidad de descansar y Syrid estaba tentada a echarse sobre uno de aquellos cómodos colchones, aunque también podría aprovechar para comer algo, pero antes que el descanso o saciar el hambre, lo que la norteña quería era curar las heridas que llevaba arrastrando todo ese tiempo y, para su suerte, en la siguiente habitación encontró lo que andaba buscando.

Revolvió entre frascos y matraces con líquidos y polvos de todos los colores, etiquetados convenientemente para reconocer más fácilmente el contenido de cada uno de ellos y, buscando lo que pudiera aliviarle el dolor y curarle las heridas, acabó dando con un pequeño frasco de color ambarino que se bebió de un trago, sintiendo casi instantáneamente como las fuerzas volvían a ella.

El escudo de Theodore crujía con cada impacto, pero logró aguantar hasta que se encontraba a menos de un metro de los arqueros. Estos enemigos eran habiles en combate a distancia, pero muy debiles cuerpo a cuerpo, por lo que para Theodore solo fue un entrenemiento más acabar con ellos. Sus gritos al ser apuñalados le provocaban cierta satisfacción, despues de todo, aquellos seres intentaban matarlos.

Una vez acabó con todos, caminó hacia la siguiente habitación, fascinandose con la gran cantidad de brebajes y pocimas que el barón poseía. Toco la tela de las camas y notó cierta familiaridad con ella, seguramente provenía de sus tierras. Llegó hasta  el estante que contenía los brebajes y buscó entre ellos alguno que curara sus heridas. Cuendo lo encontró lo bebió, su sabor era amargo, mucho más que los que preparaban en la orden, sin embargo lo bebió.

Se sentó en una de las numerosas camas y revisó el estado de su escudo. Si bien se encontraba muy desgastado y lleno de agujeros de flecha, aún le era útil.

Tras reponer las fuerzas, deambulasteis por inmensos salones, uno tras otro. Algunos parecen salones de baile, otros solo contienen tapices o cuadros. Conforme avanzáis, veis menos sirvientes, el aire se enrancia y las paredes, arcones y sillas almacenan polvo, telarañas y musgo.

Veis letrinas polvorientas, cocinas abandonadas y en desuso; celdas llenas de insectos y musgo e incluso una sala, una antigua sala de despiece o matadero reconvertido a sala de tortura, con una trampilla enrejada como suelo, bajo de la cual huesos blanquecinos, hace años desprovisto de carne alguna, yacen cubiertos de telarañas.

Os da la impresión que aquí solían vivir, hace años, centenares o miles de elfos... y que las incursiones continuas de Nalnwalme también habían mermado el poderío del Barón. La decadencia de esta parte de la Torre es más que evidente.

Druth se sintió de lo más extrañado a medida que avanzaban. Ya cada vez se veía a menos sirvientes y el deterioro de aquella zona se hacía evidente allá donde miraran. Era como si nadie hubiera estado allí durante décadas o incluso durante siglos. El abandono y el deterioro de aquel lugar resultaba palpable y el pelirrojo, desconfiado como era, estaba seguro de que esa zona albergaba una amenaza que aún no habían descubierto.

Sabiendo que los peligros podían acechar en cualquier esquina pero consciente de que juntos podían hacer frente a cualquier tipo de enemigo, el héroe del Oeste tomó nuevamente su gaita y comenzó a tocarla para hacerse salir a la amenaza a la que se enfrentaban, si es que había alguna. Una melodía comenzaba a extenderse por las estancias de Nalnwalme, tratando de dotar de alegría a aquel lugar en el que no parecía quedar nada vivo.

Theodore caminó hacia las otras habitaciones y a medida que avanzaba, el lugar cambiaba poco a poco, volviendose mucho más deteriorado y abandonado. A pesar de no ver amenza alguna, si algo había aprendido en aquel lugar era a no fiarse d elas pariencias, por lo que se mantuvo a alerta.

En medio de su caminata, comenzó a escuchar la extrana melodía que su compañero tocaba. Al principio se sobre saltó, luego pensó que quizás generar ruido podía alertar a los enemigos.

Syrid sintió como recuperaba las fuerzas con rapidez lo que le hizo pensar que el barón Nalnwalme tenía que ser todo un experto en pociones curativas y demás brebajes. Mucho más animada, siguió a sus compañeros echando un vistazo por los dominios del barón en la Torre, sorprendiéndose al ver el deterioro, el abandono y la suciedad que impregnaba todo a medida que avanzaban. Esas estancias que estaban viendo en esos momentos demostraban una decadencia que el barón parecía querer ocultar en las primeras estancias y, desde el punto de vista de la norteña, mostraban una cara mucho más verosímil del Nalnwalme de la actualidad.

Aún no se había acostumbrado al hábito que tenía su compañero pelirrojo de tocar su instrumento en momentos del todo insospechados, así que cuando la gaita sonó y tomada de imprevisto, Syrid pegó un respingo asustada porque creía que nuevos enemigos se acercaban. No era el caso pero aún así, recelosa como estaba, no apartó sus manos de sus armas por si acaso necesitaba hacer uso de ellas a toda velocidad.

Volvéis al camino principal tras horas buscando una forma de avanzar. En esta zona hay más lámparas, todo está más limpio y el lujo es más ostentoso.

Tras una serie de puertas doradas, llegáis a una enorme sala, tan grande como una catedral.

Estatuas de mujeres semidesnudas flanquean el puente de vidrio y de metales preciosos que lleva hasta un gigantesco trono hecho de oro y platino.

Esta es, sin duda, la sala desde donde el Barón Nalnwalme gobierna, fruto de centenares de años de saqueos y expolios.
Ascendéis con precaución los escalones que llevan al otro extremo de la sala.

Tras el trono, que ahora veis y el cual está hecho de huesos humanos, hay una puerta de acero de aspecto imposiblemente sólido cubierta de runas palpitantes.

Los continuos cambios entre el lujo y el abandono eran palpables a medida que avanzaban por los dominios del Barón. Todos esos cambios demostraban a ojos de Syrid que Nalnwalme ya no tenía tantas riquezas, y pudiera ser que poder tampoco, como antaño por lo que se debía haber visto obligado a dejar algunas de sus estancias en manos de la decrepitud y el abandono.

Pero no era así con la imponente y enorme sala en la que entraron, llena de metales preciosos y de estatuas de mujeres con tan poca ropa que Syrid se sonrojó ligeramente al pasar ante ellas, pero no por ello dejaba de apreciar la belleza y grandiosidad de aquel lugar que, visto el trono que había al fondo, tenía que ser donde el Barón gobernara a todos sus súbditos.

La norteña se encaminó hacia ese trono que, cuando llegó a su lado, se dio cuenta con cierta repulsión que estaba formado de huesos humanos por lo que Syrid, quizás a modo de respeto por aquellos que habían muerto y habían sido utilizados para que se sentara el Barón, ni siquiera se atrevió a tocar, aunque sí se fijó en la puerta que había detrás y donde latían, de forma seguramente mágica, cantidad de runas que Syrid observó con detenimiento.

Druth observó maravillado que la sala que tenían ante así lucía mucho más limpia y lujosas que las estancias que habían dejado atrás. ¿Estarían acercándose a las dependencias privadas del Barón Nalnwalme?

La mirada del gaitero pelirrojo se posó de inmediato en las estatuas de esas mujeres semidesnudas, y no pudo evitar desear que aquellas esculturas tomaran vida propia. Aunque por otra parte esperaba no tener que combatir a más oponentes en esa nueva sala. Sus ojos se posaron más tarde en el inmenso trono, que parecía haber sido esculpido con huesos humanos, y tras él se divisaba una puerta de acero repleta de runas. Él nunca había sido muy letrado y apenas sí sabía leer, por lo que miró a sus compañeros y se encogió de hombros.

En momentos como ese echaba de menos a Gideon. Se preguntó dónde estaría el joven mago.

La siguiente habitación impresionó a Theodore. La gran sala era la más grande que había visto en su vida y aquellos lujos le parecían sorprendentes. Sin dudas, las numerosas estatuas femeninas llamaban su atención y no lograba comprender como aquello podía ser algo decorativo.

Al acercarse al trono se percató de que se encontraba formado por huesos humanos y sin ningún pudor lo tocó para verificar si eran reales.

A Syrid la llamaba la atención las brillantes runas de la puerta pero, cuando se acercaba para contemplarlas mejor algo captó su interés, algo que le pareció ver en el trono hecho con huestos y que pertenecía a Nalnwalme. Desvió su interés por el momento de las runas para acercarse a los brazos del trono donde, entre los huesos, le pareció ver un mecanismo oculto que no dudó en manipular.

Ante su asombro, varias baldosas alrededor comenzaron a descender dejando al descubierto unas escaleras. Desvió su atención de las escaleras a la puerta y de ésta a sus compañeros, pensando que si alguien quería mantener tan oculto un camino como aquel, debía ser porque escondía algo importante.

—¿Descendemos? —Preguntó a sus compañeros sin disimular la curiosidad que le causaba aquella escalera—. ¿O preferís intentarlo por la puerta? —Por su parte tenía bastante claro que prefería bajar por la escalera ya que temía que aquellas runas fueran difíciles de interpretar.

Druth observó que su norteña y pelirroja compañera había descubierto un segundo camino por el que podían continuar avanzando hacia las estancias de Nalnwalme, unas escaleras que parecían haber causado la curiosidad de Syrid. El guerrero no dejaba de observar aquella puerta con runas y tuvo la sensación de que, al otro lado, sólo les aguardaban horrores. Las escaleras, en cambio...

El héroe del Oeste siempre había sido parco en palabras, por lo que toda la respuesta que Syrid obtuvo fue que Druth señaló con su hacha en dirección a las escaleras, pensando que serían mucho más seguras que la misteriosa puerta.

Theodore vio como su compañero señalaba las escaleras y parecía que la arquera también deseaba ir por aquel lugar. Se acomodó su escudo y observó la extraña puerta. Aquellas runas le parecían de temer y por todo lo ya vivido en la torre, podía esperar cualquier cosa tras ella. Así que finalmente se decidió.

—Por las escaleras.

Bajo el trono, unas antorchas se iluminan mágicamente, decorando la sala con luz verdosa.

Allí veis, en ordenadas filas, varitas y elixires de potencia, amuletos de regeneración. Casi todos los arcones y alacenas están vacías. El Barón debió de llevarse la mayor de los objetos consigo mismo. Sin embargo gracias a la escasez de utensilios os permite observar que hay una pequeña puerta tras una de las alacenas.

Tras seguir avanzando por el único camino posible, el olor a putrefacción lo cubre todo. Hay apilados numerosos cuerpos, decenas, mutilados y parcialmente quemados junto a un portón de madera.

Clasificados, se hallan lo que pudieron haber sido pertenencias de aventureros fallecidos.

Armas y armaduras de aspecto gastado, varitas y amuletos. Bajo la mugre y el polvo, donde todavía se aprecian en dichos objetos símbolos de la luz, la naturaleza y el orden. Basura inservible para el barón y sus secuaces, pero no para héroes.

Nada más tocar esos objetos, notáis como un brillo tímido aparece en su superficie, latidos de poder puro que claman venganza.

Tras el portón de madera se oye el graznido unos cuervos...

Druth se sorprendió de ver todos los elixires, potenciadores y varitas que había en la estancia. Todo apuntaba a que el Barón había intentado llevarse la mayor parte de ellos, pero había tenido que dejar algunos tras de sí. A él nunca le había agradado la magia, aquellas cosas eran para Gideon, pero decidió aproximarse a una de las varitas, bastante ancha y de aspecto resistente, y decidió llevársela consigo.

No fue lo único que encontraron. La puerta que había detrás de una de las alacenas reveló numerosos cadáveres mutilados y quemados de otros aventureros que, antes que ellos, habían acudido a la Torre Infinita. Observó los numerosos objetos que los sirvientes del Barón habían apilado y, de entre todos ellos, escogió un escudo que esperaba que le protegiera de los combates que estaban por venir.

Habiendo cargado el escudo a sus espaldas, Druth decidió entonar una nueva melodía con su gaita, en honor a los valerosos hombres y mujeres cuyos restos habían encontrado. Sus muertes no serían en vano.