Partida Rol por web

Rebusco entre la mesa y los cajones en busca de algo que pueda ser útil.

Rebuscas en la mesa.

Los legajos son papeles con un montón de trazos que no alcanzas a descrifrar. ¿Algún tipo de escritura en clave o en un idioma desconocido? Algunos símbolos están dibujados formando círculos u otras formas geométricas. Tan sólo aciertas a descifrar una única palabra en tu idioma: 'portal'. Levantas el tintero y encuentras debajo una nota con números: 06-12-23. 

Hay tres libros sobre la mesa. Dos de ellos están escritos con una grafía que parece árabe. Parecen muy antiguos. Pasas las páginas con cuidado pero lo único que aciertas a comprender son las ilustraciones. Todas son siniestras y representan a criaturas deformes que rondan a hombres y mujeres que parecen aterrados. ¿Son tratados de demonología? El tercero es todavía más extraño porque su escritura se parece a la de las hojas. Ahora que lo miras con más calma te da la sensación de que es una escritura cuneiforme como la que podrías encontrar en tablillas sumerias antiguas. Pero el libro desde luego no es tan antiguo. Aunque se ve viejo es un producto de imprenta. ¿Quién editaría un libro con escritura cuneiforme? 

Abres el primero de los cajones con la esperanza de encontrar algo más que pueda servirte de ayuda. En su interior encuentras ¡un manojo de llaves! Lo revisas y encuentras una docena de llaves. Una de ellas te llama la atención sobre todas las demás: su cabecera tiene la forma de una calavera y toda su superficie está grabada con pequeños símbolos cuneiformes, similares a los de los legajos y el libro. El resto de las llaves varían en tamaños y formas pero ninguna se parece a las llaves modernas, todas son las típicas de una casa victoriana.

El segundo cajón está lleno de hojas en blanco.

Cuando abres el tercer cajón te quedas sorprendido mirando su interior. En él hay una mano momificada. 

En ese momento, el algún lugar sobre tu cabeza, se oye un ruido fuerte, como si algo pesado hubiera caído sobre el tejado de la casa. Y luego el ruido que podrían hacer tejas al ser arrancadas. En algún lugar a lo lejos se escucha un aullido gutural, que no se parece al de ninguna bestia que conozcas. Se te eriza la piel al escuchar una contestación idéntica que procede del tejado.

Me meto las llaves en el bolsillo a toda prisa y me lanzo sin pensarlo hacia la puerta entreabierta junto a la cama, tratando de huir y esconderme de lo que sea que está aullando en el tejado. Empiezo a notar como se me duerme el dedo meñique de la fuerza con la que agarro el atizador.

Al pasar junto al lecho con dosel siento un vuelco en el estómago. ¿Qué demonios había estado allí hasta hace un momento? Y lo que es más importante, ¿dónde se ha metido?

Atraviesas a toda velocidad la habitación para alcanzar la puerta del fondo. Sobre tu cabeza el ruido de las tejas se hace más intenso y comienza a descender. Sea lo que sea que está ahí arriba parece que está usando la bajada del tejado.

Irrumpes en la siguiente habitación, tropiezas con algo y caes al suelo. La escasa luz que entra por la puerta que has atravesado te muestra una habitación infantil: hay una cuna, un pequeño armario, una mesita llena de juguetes y bloques de madera. Lo que te ha hecho caer es un balancín en forma de caballito. 

Pero no tienes tiempo de pensar en eso. El ruido del tejado es infernal. Se oye otro aullido que responde al del tejado proceden de la parte inferior de la casa, el pantano. Demasiado cerca para tu gusto.

Intentas atravesar la oscuridad que te rodea. Parece que hay dos ventanales tapados por cortinas pero no ves ninguna salida de esta habitación.

-Mierda, mierda, mierda- repito una y otra vez dentro de mi cabeza. Soy incapaz de pensar con claridad completamente enajenado por la ansiedad y el terror. Una sensación de claustrofobia empieza a golpearme en el estómago y solamente puedo pensar en salir de aquella habitación, en huir de aquella casa.

Echo una mirada fugaz a los ventanales cubiertos e inmediatamente después mi mirada se va al techo de la alcoba. -No te acerques a las ventanas!¡Vendrán a por ti y te matarán!- me digo mientras desando mis pasos hacia el distribuidor de las escaleras, tropezando con los muebles y las paredes en mi desquiciada huída.

Una gota de sangre se vierte por el dedo indice de mi mano derecha, la fuerza con la que estoy agarrando el mango del atizador me ha hecho clavarme las uñas en la palma hasta abrir una herida en ella.

Sales a la carrera del dormitorio infantil y atraviesas desesperado la gran alcoba. Instintivamente te apartas de la ventana pero al tocar las sábanas de la cama sientes un repentino escalofrío recordando la figura desaparecida. Resbalas al pisar una parte de la colcha que está sobre el suelo y mientras intentas recuperar la estabilidad oyes, casi sientes, como algo se desliza por la pared exterior de la casa, como si unas enormes uñas rayasen la pared exterior.

Y entonces, cuando alcanzas el distribuidor que da a las escaleras y a las otras puertas, es cuando recibes la confirmación de tus temores. Escuchas el tremendo estruendo causado por un ventanal siendo destrozado cuando algo lo atraviesa, a lo que sigue el ruido seco de un cuerpo cayendo sobre el suelo de la alcoba en la que estabas hacía unos segundos.

-¡Joder!- digo al escuchar los vidrios rotos y el golpe sordo de lo que quiera que sea que ha caído al piso de la alcoba. De pronto me doy cuenta de que es la primera palabra que he dicho en alto dentro de ésta maldita casa.

Bajo a toda prisa por las escaleras hasta la puerta principal y empiezo a probar llaves para intentar salir de éste infierno en el que me he visto inmerso,

Desciendes las escaleras a toda velocidad. A tus espaldas oyes pasos en la habitación y el crujido de cristales rotos.

Pruebas las llaves intentando mantener la calma. Aún queda tiempo antes de que lo que sea que haya arriba se de cuenta que estás aquí. Intentas hacer el menor ruido posible y calibras que llave podría entrar en la cerradura de esta maldita puerta. Tiene que ser una grande. 

Te tiemblan las manos pero encuentras tres que podrían encajar. Arriba oyes los pasos en el repartidor.

Pruebas la primera. No encaja. De arriba te llega el ruido de los pasos que se aproximan a las escaleras.

Pruebas la segunda ¡encaja! ¡gira! Pero no te dará tiempo a abrir la puerta antes de que lo que sea que esté arriba se asome a las escaleras.

Por alguna razón que no alcanzo a comprender, la sangre que golpea mis sienes con fuerza deja de castigarme de repente. Me siento más centrado pero a la vez soy más consciente de que me situación es cada vez delicada.

La relativa alegría de escuchar el click que acciona el mecanismo de la cerradura se ve empañado por el sonido de los pasos que bajan por la escalera, y me doy cuenta de que no me va a dar tiempo a salir de allí y escapar sin ser visto.

Arranco el llavero de un fuerte tirón procurando mantener el manojo sujeto y así evitar un tintineo delator y me dirijo a la cocina lo más rápido que puedo, pegado a la pared opuesta a la escalera para evitar ser visto. Si mi mente trastornada no me juega una mala pasada, en la cocina había una puerta que daba al exterior.

La libertad tan cerca y tan lejos.

Retiras el llavero con cuidado y retrocedes rápidamente hacia el salón para intentar regresar a la cocina. Cuando entras en el salón oyes arriba un movimiento en lo alto de las escaleras. Sea lo que sea que te persigue está ahí arriba, pero se ha detenido. Escuchas una respiración muy concreta: está olfateando el aire. 

No piensas quedarte para que siga tu rastro. Sorteando la gran mesa del salón e intentando hacer el menor ruido posible alcanzas el pasillo trasero y, a través de él, nuevamente la cocina. ¡Y ahí está la puerta! Oyes los crujidos de unos pies pesados descendiendo por los escalones de la entrada.

Alcanzas la puerta de la cocina y, para tu sorpresa, te encuentras que el cierre de la misma consiste en un pasador ¡y que éste se encuentra por dentro! Podrías haberla abierto cuando saliste del sótano pero con los nervios ni siquiera te molestaste en examinarla. Echas un vistazo por la cristalera cubierta por una rejilla metálica: da a un porche trasero en el que una mecedora se mueve rítmicamente empujada probablemente por la brisa nocturna. El pantano rodea toda la cosa.

Sin pensarlo mucho, como casi todo lo que estoy haciendo entre éstas cuatro paredes, descorro el pasador de la puerta y salgo al fresco aire nocturno intentando recordar donde estaba el embarcadero. Con mi inseparable atizador en la mano, corro hacia la izquierda intentando llegar hasta los arboles y de allí al embarcadero.

-¡Por Dios, que haya una barca!- rezo a pesar de no ser demasiado creyente y dudando de que en éste pantano Dios tenga cabida.

Recordando la posición del embarcadero corres hacia allí rodeando la casa. En mientras te alejas del edificio oyes el aullido de lo que quiera que estuviese dentro, amortiguado por las paredes. 

Alcanzas el abrigo de los árboles contemplando desesperado la enormidad del pantano que rodea la isla en la que se alza el edificio. El embarcadero está ahí, a unos cuatro metros. ¡Y hay una barca! Una antigua y desvencijada barca de madera, que parece más hundida que a flote. 

Te vuelves a mirar hacia la casa. Podrías alcanzar el embarcadero en una carrera rápida, aunque deberías salir de tu cobertura de los árboles.

El instinto de supervivencia me arrastra por las tripas hacia el embarcadero, la salida de aquel lugar maldito, de ésta pesadilla. Pero el sentido común, o el horror que se ha enquistado en cada una de mis acciones me mantiene clavado en el fangoso suelo del bosque.

Agazapado, temblando por la humedad que se cala en mis huesos y el terror que me producen los aullidos en el interior de la casa.

Te mantienes oculto pese a que tu instinto te empuja hacia la barca.

Y de pronto, cuando la puerta principal es arrancada de cuajo, es cuando te das cuenta de que has tomado la decisión correcta. 

Una figura se recorta contra la oscuridad del umbral de la casa. Se trata de un individuo enorme, que debe medir más de dos metros porque se encorva para pasar por debajo de la puerta. Va disfrazado con unos ropajes que le hacen parecer un enorme macho cabrío, con máscara de y cornamenta incluida. El disfraz es tan perfecto que no eres capaz de distinguir donde empieza y donde termina, aunque eso te parece normal debido a la oscuridad. Al menos quieres convencerte de que es así. 

El demonio da un par de pasos en el umbral del porche de la casa y lanza un nuevo aullido demencial. Un escalofrío recorre tu espalda cuando oyes una réplica en algún sitio lejano, más allá de las aguas del pantano. Después el individuo se agacha ligeramente y mueve su enorme busto como si estuviera olfateando el aire.

Miras a tu alrededor.

Podrías intentar escabullirte entre los arbustos hacia la parte trasera de la casa. O quizás en una carrera desesperada intentar alcanzar la barca, confiando en que el cabestro sea tan lento como aparenta su tamaño. También puedes permanecer en silencio oculto, rezando para que no te vea. 

La visión de aquella criatura imposible me deja horrorizado. No obstante, la propia naturaleza sobrenatural que emana del macho cabrío hace que el miedo parezca algo ajeno, como si todo el terror que atenazaba miss vísceras fuera producto de una macabra alucinación.

-Sabe que estoy aquí- pienso cuando le observo husmear el aire -No sabe dónde me escondo aún, pero sabe que hay alguien cerca. La sangre fría que ha inundado mis venas me hace trazar una especie de plan tan disparatado como la situación que estoy viviendo.

Cojo el libro que me he guardado hace un rato, ese que no soy capaz de entender y enciendo mi zippo.

Coloco la llama bajo el libro y lo prendo fuego, dejándolo en el suelo detrás de un arbusto. El olor a humo será más penetrante que el mío y me ocultará durante un rato.

Mientras, me escabullo entre los árboles tratando de encontrar una vía de escape alternativa. Un pensamiento fugaz pasa por mi mente: este es el lugar donde he visto la figura blanca desde el interior de la casa.

Dejando tras de ti el libro, del que empieza a emanar un humo negruzco, te escabulles entre los arbustos. Por el rabillo del ojo ves como la enorme criatura - ahora tienes claro que no es un disfraz - empieza a avanzar hacia el sitio que ocupabas un poco antes, hacia el origen del fuego. Con la esperanza de que eso lo entretenga te alejas hacia la parte trasera. 

¿Y la figura en camisón? ¿Dónde está? 

No lo sabes. Lo único que alcanzas ahora a ver es el porche trasero. Esto es una isla y estás atrapado con esa cosa. 

Oyes un aullido que proviene del lugar donde dejaste el libro. Es un aullido distinto. ¿Suena a dolorido? ¿Por qué? ¿Se habrá quemado con el libro? 

También notas esa extraña sensación que se tiene cuando alguien te está mirando fijamente. 

-¿Qué ha sido eso? ¿Dolor?- pienso al escuchar el grito de la criatura. Una idea cruza mi mente como un relámpago, aunque queda en un segundo plano cuando siento unos ojos clavados en mí. Probablemente, en otro momento y otro lugar hubiese pensado que eran cosas mías, pero ahora mismo me revuelvo en busca de lo que quiera que sea que me está observando.

Sé que no tengo mucho tiempo, que la bestia pronto se dará cuenta de que no estoy allí, por lo que escudriño mi alrededor mientras me acerco de nuevo a la casa con una idea clara, los libros.

Antes de salir de la zona de árboles hacia la puerta trasera miras a tu alrededor. Te observan pero ¿desde dónde? Entonces, cuando levantas la vista, lo ves. En el segundo piso, en la ventana, una figura se acaba de apartar del cristal. Por un momento piensas que en algún sitio has visto esa figura hierática, pálida, de rostro anguloso y malhumorado. Luego caes en la cuenta: ¡el cuadro de la habitación! Era el hombre del cuadro. 

Intentas ubicar la ventana. Tiene que estar en alguna de las puertas que no exploraste en la segunda planta, las que quedaban a la derecha del pasillo. 

¡El hombre del cuadro! ¿Pero cómo es posible? Poco a poco empiezo a ser consciente de que me enfrento a fuerzas que escapan a mi comprensión. Éste hecho, por extraño que parezca, lejos de hacerme huir, me impulsa a continuar, a sobrevivir.

Entro en la cocina de nuevo, directo al salón de la chimenea, donde recogí el libro para llevarme los dos que quedan. Me sorprende la facilidad para desplazarme por la vivienda, como si hubiese estado aquí desde hace tiempo. Recojo los libros sin ninguna ceremonia y salgo corriendo escaleras arriba, a la habitación donde dormía “la presencia”. Recuerdo que allí había varios libros más y aquella mano… Un escalofrío recorre mi espalda.

Acumulo todos los libros sobre el escritorio, junto con los legajos y papeles en blanco, todo lo que sea susceptible de arder y lo prendo con mi mechero.

El tacto del zippo me retrotrae a una época más feliz de mi vida, cuando mi padre aún vivía.

Te lanzas a la carrera hacia la cocina y rápidamente atraviesas el pasillo pero justo cuando llegas al primer salón, donde recogiste las cartas, oyes el inconfundible sonido que provocan los pesados pasos del macho cabrío en el hall de la entrada. Escuchas también su respiración entrecortada, afectada sin duda por el humo. 

Estás en medio del salón, a medio camino hacia la puerta, pero aunque no la veas sabes que esa cosa está allí, al pie de las escaleras.