Partida Rol por web

Tras veinticinco millas, mucho polvo y sudor el joven Peter llegó a Carver. Llevaba toda una jornada azuzando a un jaco gris que distaba bastante de lo que se consideraría un semental. Atrás quedó su hogar donde vivían una anodina vida su madre y su hermana más aquello no era suficiente, debía seguir si quería huir de aquella vida.

Tras azuzar a su caballo, éste se negó a dar un paso más y en señal de protesta se dirigió al abrevadero más cercano. Tras descabalgar, Peter finalmente se permitió el lujo de otear el paisaje del sitio al que acababa de llegar.

Carver era un pueblo, apenas más grande que el que había dejado atrás, una larga calle dividía el pueblo mientras diferentes construcciones se alzaban a cada lado. La más cercana al abrevadero tenía un porche que mitigaba el sol de justicia y un gran cartel sobre éste que rezaba: “Saloon El Álamo”

Las sombras eran duras y salvo en los porches, apenas se veían bajo un sol de justicia… Sólo en ese momento el joven se percató que tenía sed y que no había comido desde que resolvió marcharse al abrigo de la noche.

Tres hombres valientes y hábiles quedaban en pie, otros dirían que la suerte estaba de parte de aquel forastero, del chico del barman y del enterrador. Llevaban varias horas y muchos buenos hombres habían caído. No tan buenos pensarían otros si supiesen que no habían ido al sermón que se daba en esos momentos. Una tenue luz que apenas desplazaba a las tinieblas se filtraba por las contraventanas, cerradas para evitar que entrase el calor que emanaba un sol de justicia en aquel mediodía. Las ciegas estaban en ese momento bastante altas por lo que apenas quedaban unas rondas. No había whisky pues el Saloon no estaba abierto, se suponía que el barman lo sabía, más si alguien le preguntaba lo negaría. Entonces el forastero empezó a repartir bajo la atenta mirada de los caídos, un público expectante por saber cómo terminaría aquella timba…

Lo que más le gustaba a aquel canalla eran los feligreses: hombres fieles al altísimo que velaba por sus aburridas y pobres vidas, prometiéndoles un paraíso que nunca alcanzarían al morir. Él lo sabía: la marca de la horca que llevaba oculta bajo un pañuelo se encargaba de recordárselo, los chapuzas que tuvo por cómplices erraron el primer tiro. No errarían ninguno más.

El recuerdo de la oscuridad y luego la luz al volver a la vida permanecían… Aquello era todo lo que había. Él lo sabía, estaba seguro de ello.

Podría ser un buen hombre y confesárselo a alguien al abrigo de un buen whiskazo más no era un buen hombre, le gustaban los feligreses, hombres fieles a un altísimo que les entretendría mientras él estudiaba un pueblo vacío, listo que alguien como él tomase lo que quisiese. Sin embargo no era el único canalla: los cinco hombres también parecían haber dado la espalda al altísimo mientras custodiaban el banco.

Tras mucho polvo y sudor John One llegó a Carver, apenas llevaba unos pasos cuando decidió volverse para buscar a su compañero con la mirada… Nada… El desierto le devolvió la mirada al tiempo que un punzante dolor cruzó su rostro marcado por una fea cicatriz.

Se recompuso rápidamente, más la quietud del desierto no ayudaba a calmar una inquietud en su fuero interno… ¿Lo había vivido? ¿Le habían salvado? ¿No habría estado vagabundeando por el desierto alucinando por la pérdida de sangre? Aquello le recordó que sus labios estaban secos e hinchados, hacía mucho que había abandonado el oasis y el hambre atenazó su estómago.

Una figura cruzó el paisaje al galope rumbo a Carver, apenas llegó a la altura de la iglesia se detuvo. El caballo estaba reventado y se negó a avanzar mientras un caprichoso jinete trataba de azuzarle inútilmente.

Tras dedicar una mirada interrogante a su caballo le animó a avanzar

La sala olía a tabaco, a sudor, a ser humano sucio, a nervios y tensión ambiente. 

Desde el borde de la partida, Ben observaba como el forastero repartía las cartas. Su hermano se mostraba tranquilo. Había eliminado ya a seis rondas de rivales para llegar hasta ahi, y pasara lo que pasara se llevaba un buen puñado de dólares. 

¿Por qué siempre tenia que ser asi? Su maldito hermano mayor destacando, mientras él caía en primera ronda aun sabiendo qué tenían sus rivales en la mano. O casi. Ese maldito forastero le habia engañado con su doble pareja de jotas y seises, dejándole fuera ante las risas generales. 

Algun dia él lo haria mejor que su hermano y mostraria su valía, ya verian todos, yalo verían...

Sin embargo, en ese momento y a pesar de sus quejas interiores, Ben estaba en su salsa. Esa era una partida de las que contaban los forasteros en El Álamo, el saloon que regentaba su familia en Carver. la tensión se mascaba en el ambiente, y ben se concentraba en observar la mesa y el entorno para ver si alguien hacia algun gesto raro que mostrara trampas o malas intenciones con las armas. Tampoco es que pudiera hacer mucho en ese caso, ya que los 2 barmans iban totalmente desarmados, pero mejor prevenir que curar. 

Ya estando dentro de este maldito lugar me senté en el lugar más recóndito que mis ojos pudieron encontrar, no quería llamar la atención de algún maleante que se encontrara pasando el rato o algún sucio borracho que decidiera pasarse de listo conmigo. Elegí una solitaria esquina, a la cual ni siquiera le llegaba la luz que pasaba por las ventanas, manteniéndose oscura y silenciosa, sin que nadie se fijase en ella, ¡pero no importa! sería mi hogar durante las próximas 12 horas, porque al fin y al cabo tengo un plan. ¡Pero claro, si soy genio! ¡¿cómo no voy a tener un plan?! - pensé, mientras miraba los alrededores de este lujurioso antro, queriendo tener una vista completa de todo lo que pasaba en el lugar. ¡No quiero gente al lado, ni detrás mío mientras esté dentro del Saloon! .. esa será mi regla número uno, sino la respeto, no cabe lugar para relajarse - volví a meditar, mientras me preguntaba si sería adecuado pedir algo para beber. Seguramente el barman sospecharía de mí si no pedía nada, y eso me jugaría en contra justo cuando menos lo necesitaba.

Pasados unos veinte minutos decidí levantarme, caminé a paso firme y seguro hasta el barman, queriendo aparentar ser un tipo duro para que nadie se metiera conmigo, no quería quedar en ridículo frente a nadie - ¡al primer instante se aprovecharían de mí! - Sin mirar al barman a los ojos exclamé: Eh, dame un vaso del whisky más barato que tengas .. err porque me he dejado el dinero en casa. - ¿"por qué me he dejado en casa"? ¡y ésto qué es! ¡a la próxima me inventaré algo mejor! - Tomé el vaso de whisky y me lo llevé hasta mi mesa, no sin antes dejar un billete sobre la mesa del barman. 

Durante las próximas dos horas no hice nada más que jugar con la navaja de afeitar que había robado de mi antiguo hogar. Entre tanto le daba un mínimo sorbo al vaso y echaba una ojeada a mi entorno para ver qué sucedía. ¿Y ahora qué? porque parece que mi plan no ha funcionado, tendré que pedir una habitación y ver de qué forma puedo hacer algo de dinero aquí para seguir con mi ruta. - pensé de forma que me lo repetía una y otra vez.

Recordando que no había comido desde hace muchísimas horas, salí de este lujurioso palacio que todos llamaban "El Álamo", me dirigí hasta mi caballo y abrí un bolsillo de las alforjas que tenía puestas el desgastado animal. Saqué un trozo de pan junto con mi cantimplora, me acomodé en los peldaños del edificio. Allí mismo, me alimenté hasta que lo consideré pertinente, ya para volver a meter mi cantimplora dentro de la alforja, y enrollar mi pan en ese mismo lugar.

Me aseguré que mi rifle estuviera en su lugar, cubierto con una manta y enganchado al caballo, de forma que no se pudiera apreciar a simple vista. El único objeto que traía conmigo mismo para defenderme era esa pobre y desgastada navaja de afeitar, la cual ultrajé a ese viejo borracho que alguna vez lo consideré mi padre. Teniendo en cuenta las circunstancias, no decidí tomar mucho riesgos, por lo que me volvía a adentrar en el edificio que tenía justo a mi lado y hablé con el cantinero: Eerr.. ¿sabe dónde puedo conseguir una habitación? quiero decir, ¿una habitación disponible en este pueblo? - esperé que me diera una respuesta afirmativa, después de todo no podría seguir mi ruta si antes no descansaba. El desierto era durísimo, y por el sólo hecho de ser un pobre crío no creo que tuviera una mínima compasión conmigo.

Si Dios existía debía estar entre las tetas de la morena que observaba la partida desde la pared, asomado al generoso balcón de su apretado vestido rojo. Menuda mujer. En cuanto acabara aquella maldita mano los dólares volarían de la mesa de juego a la entrepierna de aquella jaca. Vaya que si volarían.

Se lamió los labios resecos. El ambiente estaba cargado, hacía un calor de pelotas y apenas se veía una mierda entre el humo del tabaco que flotaba en la sala. Se sentía en su salsa. Dejó la baraja a un lado cuando terminó de repartir las caras a los jugadores que quedaban y paseó la mirada por aquellos perdedores antes de echarle un ojo a su mano. Sería una basura, como había sido hasta el momento, pero joder, había tenido la suerte del diablo de su lado el tiempo necesario para haber llegado hasta ese punto.

Sonrió mostrando unos dientes sucios y desiguales y se ajustó el pañuelo que siempre llevaba bien apretado en torno al cuello. Se fijó en el zagal que revoloteaba alrededor de la mesa y sorbió sonoramente por la nariz.

- ¡Mozo! - Llamó con una voz rasgada muy desagradable - ¡Ponme algo que tengo el gaznate seco! ¡Lo que sea, aunque sea agua del puto abrevadero - Insistió y esperó a que los demás miraran también su cartas.

La tensión se palpaba en el ambiente, no en vano la entrada aunque no muy alta, apenas 5 dólares tenía una buena recompensa, 25$ para el primero. El segundo recuperaría lo invertido, el resto se los quedaría el barman por las molestias.

Los dos contendientes miraron sus cartas, el zagal no pudo evitar una mueca de desagrado al observar aquella mano...

-Ya os dije que está el puto bar cerrado, quisisteis echarla durante la misa en lugar de por la noche y luego estamos como estamos. No obstante beberé como una puta esponja en la partida de esta noche a vuestra salud. -Y con una sonrisa de lo más abierta metió toda su apuesta a la pila

-All in.

-All in. -Le respondió el enterrador casi al momento. Parco en palabras toda la partida, incluso pasaba con golpecitos en la mesa. Su compañía más habitual no le habían hecho un hombre locuaz.

Otro forastero entró en el local, se estaban poniendo de moda los forasteros en aquel lugar. Ajeno al estado de aquel local e ignorando la partida que se estaba gestando en esos momentos proclamó a viva voz:

-Eh, dame un vaso del whisky más barato que tengas .. err porque me he dejado el dinero en casa.

Un coro atronador de voces resonó en la sala. 

-Otro que no va a la misa de los domingos. -Bramó una mujerzuela de compañía de la que destacaba un prominente busto. -Veo que esto está lleno de chicos malos. -Añadió en un tono más sensual al hombre más próximo, ella nunca descansaba de su labor.

-Tal vez deberíais plantearos abrir, haríais negocio. -Apuntó otro

-Idos a tomar por culo. ¡Queda poco! -Calculó. -Cuando vuelva el patrón se abrirá esto y ahora callad de una puta vez que le toca al forastero. A este paso no acabamos en la puta vida. -Maldijo a voz de susurro, quería recoger aquello cuanto antes. El sheriff no estaba informado quería que siguiese así.

La frase de su hermano hizo que se fruncieran varios cejos. La mayoria dd locales sabian que "el patrón" de hecho en ese momento era el impertinente chico sentado a la mesa, pues su padre estaba de viaje y le habia dejado el saloon a cargo. Ben miró a su hermano y su mal genio. No le gustaba. Mucho hombre duro en esa sala del saloon en esos momentos poco dados a soportar improperios. Decidió tomar una decisión unilateral, le gustara o no a su hermano.

Bien muchachos, el bar está abierto! Sólo se sirven pedidos en el piso de abajo!

Corriendo delante de los atronadores vítores y la furibunda mirada de su hermano, Ben, se dirigió a toda prisa al piso de abajo para abrir el Saloon. Ya discutiria comn él cuando esto hubiera acabado...

Ante aquel anuncio del menor de los dos hermanos un ensordecedor griterío inundó la sala y se fue desplazando paulatinamente escaleras abajo hasta que la puerta se cerró dejando a los tres contendientes solos. Tres hombres valientes y hábiles aunque otros dirían que la suerte estaba de parte de aquel forastero, del chico del barman y del enterrador. 

- Muy bien - Carraspeó mirando al enterrador. Como le incomodaba ese silencioso hijo de puta y como deseaba partirle la cara cada vez que daba esos putos golpecitos en la mesa. Les crispaba los nervios. Se llevó la mano al cuello y resiguió con las yemas de los dedos la marca que la quemadura de la soga le había dejado allí - Muy bien... - Repitió, mirando las cartas que le habían tocado. Malas. Muy malas. Puso sus cinco pavos en la mesa.

- Jodidamente bien - Miró su dinero, miró el montón en el centro de la mesa y luego al barman. Putos faroleros... O no. Joder - A la mierda. All in - Había tenido suerte hasta el momento, ¿Por qué no iba a tenerla? Y si perdía, pues ya ahogaría su miseria en whisky y tetas.

Fue al paso hasta el banco sobre su caballo robado, con el arma en la cartuchera colgando del muslo derecho, como le gustaba. Aquel hierro era su cruz y lo único que necesitaba. Ni Altísimos ni bajísimos. Su fe estaba puesta en hierro y el cobre, que mataba a quién no se podía comprar. 

Los cinco hombres armados que custodiaban aquel templo del dinero parecían tan religiosos como él mismo, todos llevaban los símbolos de su credo, junto con sus mejores y mas amables sonrisas, que en canallas como aquellos eran ceños y muecas.

Saludó a los cinco tocándose el ala del sombrero mientras los estudiaba desde detrás de las gafas de sol. Menudo invento aquel que protegía los ojos tanto del sol como de las miradas indiscretas. No recordaba de dónde las había sacado, pero no pasaba un día sin alegrarse de tenerlas con él. Un botín protegido por cinco hombres bien merecía la pena, pero necesitaría al menos triplicar a los custodios para poder hacerse con el premio. Y no tenía contacto, dinero o soplos allí en Carver.

- ¡EH! - Llamó con voz quebrada, desagradable - ¿Dónde puede un hombre remojarse el gaznate y meterla en caliente en este pueblo? - Preguntó al grupo, esperando que fuera el que ostentara el mando quién contestara, para medirlo a él y sus hombres.

Sobresaltado por el movimiento, John se llevó instintamente la mano al revólver en su cinto. El jinete se detuvo junto a la iglesia, o más bien lo hizo su jamelgo, agotado. Era una escena patética.

John se fijó en el hombre para intentar adivinar su procedencia, sus intenciones y, sobre todo, si podía ser peligroso.

-Sigue circulando... -Respondió uno de ellos, de tez morena y cabello grisáceo, mientras agarraba su arma con más fuerza. Parecía pretender así dar énfasis a sus palabras -. Encontrarás el Álamo. Tienes un abrevadero maravilloso y fijo que alguna yegua allí.

Tras ello el grupo rompió en carcajadas estruendosas riéndose de su propia broma. Mientras uno de ellos susurró:

-Putos forasteros...

Aquel joven de aspecto y comportamientos patéticos era un pueblerino que parecía suplicar que le matasen, al menos por deferencia a su caballo. Claramente un forastero al no parecer muy seguro en a dónde debía encaminarse. No tardó en optar por la solución más próxima: el edificio tenía un porche que mitigaba el sol de justicia y un gran cartel sobre éste que rezaba: “Saloon El Álamo”Saloon... Parecía tener las mismas necesidades primarias que su jaco. 

El resto del pueblo no era muy grande: una larga calle dividía el pueblo mientras diferentes construcciones se alzaban a cada lado. La calle estaba bastante vacía y todo el mundo parecía estar en el interior de la iglesia.