Partida Rol por web

Lágrimas de Poder

Crónicas

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25/11/2013, 01:37
Alice Payne

Palacio de la Memoria

Derek Strom - Estrellas de una noche sin luna.

Cuando se atrevía a levantarlos del suelo, sus ojos eran de un suave color azul, un paso intermedio entre el hielo más puro y un cielo sin nubes. A primera vista era un simple y atractivo rasgo, pero cuando Alice los observó de frente... por un instante, supo que aquellos ojos podían ver los verdaderos secretos del mundo. Por un fugaz segundo, fue consciente de que aquel joven podría mirar su misma alma y juzgar si era digna.

Por supuesto, sólo fue una sensación: cuando volvió a parpadear, el chico simplemente parecía querer decir algo. Dudo durante breves momentos, pero finalmente se armó de valor para dirigirse a ella- La verdad es que me moría de ganas de conocerla -confesó emocionado- En Samael circulan muchas historias sobre usted, y ahora puedo adivinar que todas son ciertas.

Desde luego, su rostro reflejaba la admiración que sólo los jóvenes pueden mostrar por sus héroes- A la mayoría de la gente la percibo como hogueras en una estepa oscura. Si tienen el Don, sus hechizos revolotean a su alrededor como polillas -se inclinó con entusiasmo en la silla que la propia Alice le había ofrecido- Pero usted es distinta. Su fuego está casi apagado...

No, es más bien como si algo lo cubriese. Si me acerco muchísimo puedo sentir que sigue ahí -extendió ligeramente la mano, casi como si pudiese notar el calor- Pero de lejos no veo absolutamente nada... y aun así las energías arcanas cubren ese vacío como nunca antes había contemplado. Si tuviese que describirla, diría que es como las estrellas de una noche sin luna...

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26/11/2013, 23:45
Alice Payne

Pensamiento Sumergido

Fracción Onírica - Hija de Baal.

Lilith, altiva, miraba desde lo alto del balcón. Las luces rojas iluminaban la penumbra de aquella habitación, envuelta en penumbra. La puerta del local, cerrada, o mejor dicho, sellada. Las ventanas, bajadas, con las cortinas echadas y algunos armarios contiguos dispuestos contra el cristal, inhibiendo el paso a la luz.

La mano de la súcubo se alzó y liberó a su alrededor, desde los dedos, un torrente de magia que se pegó a las paredes y comenzó a combarse hacia el interior. La música comenzó a sonar. Todos los empleados se giraron, indistintamente de su sexo, edad, o condición. Lilith siguió liberando por sus dedos la esencia de las ánimas, con un semblante impasible de fría belleza. No subía ni bajaba el pecho al respirar, pues no respiraba.

Los empleados comenzaron a sudar. Hacía un calor sobrenatural. Comenzaron a sentirse agitados, revolucionados. Las súcubos comenzaron a quitarse los cuernos que llevaban por disfraz en diadema y a barrer con los brazos las gotas de sudor que resbalaban por sus frentes. Había una intensa carga sentimental en el ambiente, y toda ella gritaba Lujuria a orden de Lilith. Olía a humano de forma intensa. Todos sabían porqué estaban allí reunidos.

La casi líder sectaria comprendía sus frágiles y complejas mentes, sencillas en realidad si las mirabas desde el punto de vista de Edamiel. Los moldeaba. Los torturaba psicológicamente incrementando su anhelo. Fuera, aquello estaba vacío, sin más, con el burdel cerrado por una noche. Por dentro las feromonas contaminaban el aire.

Aquella mujer de ni siquiera veinte años, de cuerpo y curvas pluscuamperfectos, llevaba un vestido transparente, rojo, rasgado, sin ropa interior debajo. Los pechos se marcaban bajo la tela. Sobre las piernas, un pantalón de cuero teñido de rojo sangre, ceñido, marcado bajo la piel como un guante. Tampoco llevaba nada debajo. Su propio sudor brillaba de forma tenue.

Pulseras claveteadas en la muñeca derecha. Un piercing de metal en la fosa izquierda de la nariz, rompiendo una perfecta simetría en su rostro angelical, o demoníaco según se mire. Un colgante cayendo desde el ombligo. Otra perforación en una oreja. Sus ojos, de un violeta claro. Su cabello, en aquel instante, un reflejo cromático del arco iris, largo hasta el trasero.

Y entonces, la mujer desplegó dos alas rojas, translúcidas, como las de un murciélago. No eran sólidas. Abrió las fauces y enseñó un par de caninos afilados como cuchillas. Las venas se marcaron con signos de la muerte. Sus manos se convirtieron en garras. Y entonces, Alice se despertó.

- ¡Hilda!- gritó la madamme alzándose de un salto de su sillón-. Compra en otros viñedos.