Partida Rol por web

El guerrero enano con un gesto contrariado por la iniciativa de Gerald, que había obviado el plan de pequeño trovador, se adentro junto a sus compañeros en el salón. Colocando su escudo a la espalda y su martillo sobre el cinturón, agarró con ligereza su gran hacha y cruzó las cortinas.

- También les acompaña desde la Forrrtaleza de KrrrâkDum un serrrvidorrr, Thognarrr Hachamellada -se presentó el enano, apoyando la cabeza de su hacha en el suelo y sus manos sobre el pomo del mango, mientras hacía una reverencia con la cabeza-.

- Ahh, ya veo. Un pequeño grupo... y armado. Quizás deberiais acercaros al trono y postraros ante mi, para que vea que no habeis venido amenazando mi reino. No quisiera tener que acabar con un grupo del que se puede aprender tanto. Tambien podríais decirle al otro compañero que teneis que deje de esconderse. ¿Con qué intenciones habeis venido?

La mano del rey se acercó un poco a la empuñadura de la espada, sin llegar a alcanzarla aun.

El enano avanzó entonces hacia el rey y se arrodilló próximo al trono, sin desviar su atención de la mano del monarca.

- Perrrseguimos a un grrrupo de saqueadorrres que se adentrrró es vuestrrra forrrtaleza majestad.

A Gerald no le gustaba nada cómo pintaba todo aquello. Estaba claro que aquel supuesto Rey de Ultratumba era un mal tipo: las imágenes lo habían dejado claro y cristalino. Entonces, deberían cargar contra él, como han hecho contra los otros enemigos que se han encontrado en las catacumbas. 

Pero, ¿Y si era demasiado fuerte para ellos? Sí, quizás era mejor actuar con cautela, al menos de momento. Si era capaz de ver a la gente tras las paredes, ¿qué otros poderes ocultos podía tener? No podían confiarse. Quizás su Dios no le daba los poderes necesarios para poder distinguir el Bien del Mal, pero si su intuición era cierta, el alma de aquel tipejo era más oscura que la tiña.

Suponiendo que tuviera una alma, claro.

Camino hacia el interior con aire despreocupado pero con una sombra de incertidumbre corroyendome las tripas.

-Disculpad mi tardanza, mi señor.-Digo acercándome.-Tiendo a ser bastante precavido... máxime cuando me adentro en terreno desconocido. Izhan es mi nombre y soy un hechicero descendiente de los dragones rojos.

- No estoy tras las cortinas señor, sino que estoy postrado ya a sus pies, en anticipo a sus deseos- dijo con una elegante y profunda reverencia - lo que ocurre es que soy bajito, y entiendo que vuecencia no esté acostumbrado a tener que bajar la mirada - fue la respuesta del gnomo a las palabras del monarca.

- Es cierto que las eras transcurren en el exterior, buen rey, y que sus gentes han olvidado incluso la existencia de este sitio y la historia de la mano que lo gobierna,- retomó la conversación tras la aparición e intervención de sus compañeros - pero permitidnos dar caza a aquellos que han entrado en su morada con la intención de saquear sus estancias, como antes lo hicieron con las de los que nos enviaron aquí, y cuénteme su historia para que el mundo de ahí fuera no olvide la grandeza y el poder de los verdaderos reyes. - continuó diciendo en su intento de fascinar al monarca para dejar vía libre a los demás.

Tras saludar amablemente a cada uno de los que se iban presentando, se dirigió al gnomo que era el que parecía haber establecido la conversación que mas le interesaba.

- Asi que se han olvidado de este reino. Quizás deba... aplastárlos - hizo una pausa, su gesto se relajó - o más bien llamar su atención de algún modo. No está bien que las gentes de una tierra se olviden de quién la comanda. ¿No creeis? Yo que hice tanto por ellos.

Pero contadme. ¿Cómo es? ¿Sigue siendo una tierra brillante? ¿Qué criaturas la moran ahora?

Tras escuchar las palabras de que alguien habia entrado añadió:

- Está claro que alguien ha entrado cuando vosotros mismos estáis aqui delante de mi trono. Pero... - se mesó la barbilla - Ya recuerdo. Fue hace siglos, o quizás minutos. Varias personas, no sabria decir si eran dos o eran diez. Pasaron por aqui, si. Se adentraron en las profundidades de mi fortaleza sin pedir permiso. Hay... hay una puerta secreta. Puedo mostraros donde está, si asi lo deseais. Sería de gran ayuda que os librarais de las ratas que husmean donde no les corresponde.

Gerald estaba asombrado; ¡Menuda labia que se gastaba Wistle! No solo había conseguido que aquel mal bicho les viera como aliados, sino que además les abría las puertas secretas de su morada. Impresionante...

Será para nosotros un honor serviros y liberar vuestra fortaleza de estos intrusos. - Dijo, tratando de apoyar los cuentos y las patrañas del bardo.

Si fuerais tan amable de indicarnos el camino, su alteza...

El mediano tomó por buenas las palabras del sacerdote y solo añadió un escueto - los deseos de vuecencia son órdenes - al tiempo que volvía a hacer una nueva y profunda reverencia. Por el momento no quería decir nada más para no confundir en su propósito a quien había perdido la noción del tiempo.

El hombre se levantó del trono y bajó lentamente las escaleras dirigiendose hacia vosotros. Se acercó a una pared mientras le mirabais con impaciencia, y al segundo siguiente...

No sabiais ni el porqué ni el cómo habia sido tan rápido. Brincando hacia atrás, el hombre habia desenvainado sus espadas y estaba al lado de Thognar. En el momento en que hizo esto, la ilusión se desmoronó a su alrededor. El trono enjoyado se convirtió en un simple asiento de piedra. La larga cabellera del hombre pareció retorcerse bajo su corona y desaparecer en el suelo. Su piel, ahora gris y arrugada, reveleba ciertas zonas de hueso y músculos. Su armadura, hundida y corroida, parecía injertada en su cuerpo allá en los lugares en que la carne desaparecia y daba visión a los huesos. La corona habia perdido todo su esplendor y parecía incrustada en su craneo. Sus ojos, sin párpados, parecian arder en la más profunda de las locuras.

- ¡Vulgares ladrones! ¿¡Cómo osasteis venir aquí!? - gritaba mientras atacaba a Thognar, por suerte sin mucha puntería - Ahora compartireis mi dolor. Caballeros, ¡A las armas!

La estatua, hasta ahora inmóvil, del caballero de la esquina, se transformó entonces en un lancero esqueletico, montado sobre un inmundo corcel hecho de huesos. El claqueteo que venia del pasaje oeste, sugeria que mas problemas estaban a punto de llegar.

-Se os ha dicho la verdad, señor.-Digo alzando la mano.-Pensabamos que se trataba de saqueadores de tumbas y que en este lugar nadie quedaba ya con vida. Pues nadie arriba recuerda que vos reináis sino sólo que sus preciados ancestros y antiguos señores están aquí dentro. Ellos nos han pedido que acabemos con ellos para que no saqueen esta fortaleza, más si no nos creéis y nos atacáis, habremos de combatir. 

El gnomo aunque sorprendido por la situación reaccionó rápido, sacó su escudo y sorteando al rey muerto buscó cerca del trono la puerta secreta de la que instantes antes les hubiera hablado. Quizá si conseguían entrar en ella podían escapar de aquél combate.

Malickud rodeó al falso rey y entonces pudo ver que, por el pasillo, cabalgaba otro de aquellos esqueletos armados, ¡e iba directamente hacia él!

Al mismo tiempo, el segundo de los esqueletos armados con lanzas saltaba sobre el hechicero. La lanza le atravesó el pecho, haciendole caer de rodillas. El falso rey se había cobrado su primera víctima.

El falso rey se enfrentaba al enano. Trató de golpearle con la espada, haciendo una fea herida en el torso del enano, el segundo ataque, con su fuerte puño esquelético, a punto estuvo de golpear el suelo, mas que la cabeza de su robusto contrincante.

Gerald quería estabilizar a Izhan, y entendía que aquello era importante, pero en el Marco General de los Acontecimientos, sin duda no era lo más importante.

Primero, lo urgente. Después, lo inmediato.

Gerald dio un paso para alejarse del peligroso caballero y sacó el símbolo sagrado del Caballero Rojo. Levantándolo en alto, empieza a recitar una oración protectora que, espera, sea capaz de detener a aquellos seres sin vida.

¡Alejaos de la Fuerza del Caballero, viles criaturas! ¡Volved a la Oscuridad que jamás debisteis abandonar!

Una luz rojiza empieza a emanar del símbolo sagrado de Gerald y, pese a encontrarse en el corazón de unas temibles catacumbas, el clérigo siente la reconfortante presencia de su deidad a su lado, insuflándole nuevas energías y animándole al combate.

¡Adelante, compañeros! ¡A por ellos! ¡Por la Justicia!

El guerrero enano quiso reaccionar agarrando su hacha fuertemente con ambas manos para golpear a su enemigo pero su gesto sorprendido por el repentino ataque que había sufrido fue inútil.

- ¡Nadie llama vulgarrr ladrrrón a Thognarrr! ¡Arrrgh!

El gnomo que no podía hacer frente a la carga retrocedió unos pasos para cubrirse con el trono mientras desenvainaba la espada dispuesto a echar una mano a sus compañeros en cuanto se presentase la oportunidad.

En un intento de reacción, Thognar lanzó un ataque que erró estrepitosamente. Mlickud tomaba nuevas posiciones y mientras, en el suelo, Izhan luchaba por mantenerse con vida.

Los caballos parecían estar ya sobre ellos, el gnomo se defendió, esperando que alguno de aquellos seres saltara sobre él en cualquier momento. Pero no fue así.

El clérigo levantó su símbolo sagrado en el aire y lanzó una plegaria al caballero rojo. Del símbolo brotaron unos rayos rojos que iluminaron la estancia. El rey -o falso rey- no pareció verse afectado y continuó con su frenesí de ataques, pero los otros dos enemigos salieron corriendo al imponerse sobre su voluntad el poder divino del dios protector.

Todo esto no pareció agradar al monarca quién, enfadado por el uso de la magia divina, saltó sobre el clérigo, olvidándose del enano y dejándole detrás. La estocada con la espada bastarda fue certera y se hundió en el abdomen de Gerald, causandole una muy fea herida. Sin embargo, éste fue lo suficientemente rápido como para rechazar con su escudo el puñetazo que también le habia lanzado el muerto viviente a la cara.

Gerald contempla la escena: uno de sus compañeros al borde de la muerte, otro incapaz de darle a un sirviente menor del auténtico enemigo, y otro escondido detrás un trono.

La cosa pinta mal...

Pero jamás podrá decirse que un Sirviente del Caballero Rojo se rinde ante la adversidad. Había llegado el momento de cambiar de táctica, y más valía poner tierra de por medio entre él y su enemigo... y esperar que sus aliados acudieran en su ayuda, claro.

¡Chicos, cubridme! Si yo caigo, los caballeros volverán, y entonces SÍ tendremos un problema. Ahora solamente tenemos que enfrentarnos a este despreciable traidor.

Gerald da un paso hacia atrás y lanza su invocación.

¡Caballero! ¡Que el Traidor sienta tu Ira!

Inmediatamente, una espada larga hecha de energía pura aparece y ataca al esqueleto del antiguo rey.