Partida Rol por web

Eso debería darme tiempo de sobras, concedió. La invisibilidad que podía conjurar por sus propios era más limitada, lo que le obligaba a actuar rápido y mantenerse alerta, impidiendo mantener todos sus sentidos en lo que sucedía a su alrededor. Por otro lado, esas limitaciones eran las que hacían que raramente se descuidara cuando se servía de ella, como había hecho en el templo, durante la primera incursión.

No hará falta gritar, replicó a Vika, aprovechando el conjuro que los mantenía en contacto.

- Cierto... - Sonrió levemente mientras su rostro se enrojecía. - Quería decir, eso que... - Guardó silencio.

Era una lástima que aquel hombre tan inteligente, avispado y habilidoso hubiera elegido a Mayra en vez de a ella. Vika lo entendía. La arcana era mucho más femenina que ella y sin duda su rostro era más hermoso. No podía competir con su joven amiga en la guerra y rival en el amor. Nunca lo diría, nunca lo reconocería, pero le hubiera gustado que fuera diferente, aunque por otra parte, aunque de vez en cuando surgieran los celos, aprobaba la relación entre Tobías y Mayra.

- Ten cuidado. - Le dijo, deseando que nada malo le sucediera.

—Allá vamos...

Mayra extrajo un pegote de goma arábiga, del tamaño de una moneda, en el que había envuelto una pestaña. Trazó unos círculos en el aire mientras pronunciaba las palabras de un encantamiento.

—Batin dari penglihatan, tak'kelihatan.

Mayra tocó a Tobías en el pecho, con el dedo índice y lo hizo desaparecer de la vista.

—Tienes siete minutos —le recordó—, y por favor, ten mucho cuidado.

Tened cuidado aquí también, respondió. Y estad atentos. Si alguien nos ha visto llegar, puede que esté pidiendo refuerzos donde sea que lleve el portal del templo.

Tras comprobar que la invisibilidad persistía tras unos segundos, Tobías avanzó en silencio hasta las ranuras de los muros, que había supuesto troneras para convertir el vestíbulo en una trampa letal. Se asomó sucesivamente, con cuidado de no hacer ruido, a las de uno y otro lado.

Tobías avanzó en completo silencio e invisible al resto de sus compañeros y de cualquiera. Descendió por las escaleras hacia el vestíbulo de columnas, ahora que se fijaba mejor, las columnas eran estalactitas talladas en la roca para darle forma de columna. La caverna había sido completamente tallada y le recordaba un poco a la forma que tenía el templo de fuera, solo que este estaba excavado mientras que el otro, se había levantado desde el suelo.

Las paredes estaban borrosas y los relieves apenas se podían distinguir. Los gnolls o cualquiera que hubiese profanado aquel templo antes, había pintarrajeado las paredes. La puerta de madera era nueva, estaba completamente cerrada y era muy robusta. Finalmente, tras la inspección superficial de la zona, se fijó en las saeteras.

Eran ranuras muy estrechas por las que podía caber una flecha o un virote. Se asomó con cautela un par de veces, pero en el interior no veía nada. Fue a mirar por otra y descubrió un virote descansando en la parte de abajo, como si el dueño de la ballesta hubiese dejado colocada la flecha en el arma y la hubiese dejado apoyada. La tercera tronera por la que observó le sirvió para ver lo que debía ser un gnoll dormido encima de una silla, roncando bastante fuerte.

Cuando, por fin, consiguió ver —y antes de eso, escuchar— a uno de los gnolls, Tobías se apartó de las troneras. Debía de haber más, y era de esperar que despiertos, pero no parecía que fueran a acribillarlos desde ambos lados en cuanto pusieran pie en la sala de las estalactitas.

En silencio, se escabulló por el pasillo que conducía al oeste.

No he visto más que a un gnoll tras las troneras, susurró, aprovechando el conjuro de mensaje, y está dormido. Voy a asegurarme de que no haya más en los ángulos muertos.

El explorador avanzó por el pasillo, los murales de las paredes estaban en las mismas malas condiciones, pintados, vandalizados y sucios. Probablemente por obra de los propios gnolls. El pasillo daba a un recodo que giraba al sur, las paredes y el suelo sucios de polvo y heces indicaban tránsito constante. Era un templo antiguo profanado por los Hombres Bestia o simplemente, abandonado a suerte de aquellas criaturas. Al final del pasillo, una puerta de madera, nueva como la que había en el vestíbulo de las columnas, le cortaba el paso.

En cuanto estuvo a un par de metros de la puerta, un perro comenzó a ladrar desde el interior.

Vika asintió. Era muy extraño que aquellos seres con apariencia de hiena, fueran tan malos defendiendo su territorio. Más cuando hacía poco que una serie de extranjeros habían penetrado tras sus defensas eliminando a algunos de los suyos. Fuera como fuera y por indisciplinados que fueran los gnoll, todo era muy raro.

- Bien... - Le susurró la luciferina. Aguardaría paciente una señal, si es que llegaba y si no, al regreso de Tobías, seguirían avanzando y quizás se encargaría de que el guardia dormilón no pudiera dar la señal de alarma nunca.

Tobías maldijo en silencio.

Tienen un perro, dijo. Ha debido de olerme. Aun así, no pueden verme, pero estad listos para entrar cuando os dé la señal.

Tobías se acercó a la puerta. Todavía contaba con ventaja. El perro podía ladrar, pero no podría verle, y dudaba que entre los gnolls hubiese alguno capaz de ver a través del conjuro de Mayra.

Rápidamente, se aseguró de que no hubiese trampas en la puerta, y abrió con cuidado.

Tobías abrió la puerta sin dificultad, la cerradura ni siquiera estaba reforzada. El perro ladró con más fuerza y del interior le llegó el gruñido de unos gnolls protestando por los ladridos del chucho. Abrió ligeramente para ver a través de una rendija. No podía ver al perro desde donde estaba, pero comprobó que había varios petates amontonados en el suelo, por lo menos media docena. Algunas armas estaban apoyadas en la pared, ballestas y espadas.

Los gnolls de dentro se quejaron, hablaron entre ellos y gruñeron. Desde donde estaba tampoco podía verlos.

Desde el quicio de la puerta, podía confirmar que la cámara constituía unos barracones de algún tipo, quizás para la comodidad relativa de los vigilantes de esa zona. Sin embargo, poco más podía ver, así que, confiando en la protección que le otorgaba la invisibilidad, empujó la puerta lo justo como para poder colarse en el interior. 

Al abrir la puerta, chirrió como si se hubiese abierto un portal al Averno. Tobías pensó que media guardia gnoll se le iba a echar encima y se mantuvo muy quieto, de todos era sabido que si uno se quedaba quieto, no lo podían ver, estuviese invisible o no.

-KAW! Kaw rau ib zaug, ntxhaiv -gritaba uno de ellos.

El perro siguió ladrando en su dirección. En uno de los petates uno de los gnolls se incorporó como un resorte, parpadeó, bostezó abriendo mucho el hocico y enseñando dientes, y volvió a tumbarse como si nada.

El perro estaba encadenado en una esquina, Tobías pudo ver un rastro que se dirigía hacia una pared norte. Uno de los gnolls lo golpeó en el morro para que se callara mientras otro se levantaba y cogía una de las espadas que había en la pared y se dirigía directo hacia donde él estaba.

-Kuv mam pom tias ua li cas -anunció a los demás-. Ca sab rua lwm tug.

El que golpeó al perro se levantó muy molesto, le dio una patada al que se había vuelto a dormir, dio varias vueltas sobre sí mismo y luego se dirigió a la pared norte y desapareció. Había otra puerta de madera que conducía al este.

La perplejidad de Tobías ante lo que sucedía en los diminutos barracones duró tan solo un momento. Por suerte, por mucho que pudiesen sospechar de lo que estaba pasando, solo el perro podía localizarle. Todo lo que los demás podían hacer era… sospechar. O eso esperaba Tobías.

El explorador sacó de su bolsillo una moneda de cobre y la arrojó fuera de la habitación con fuerza, haciendo que rebotara, o tal vez rodara, hasta el fondo del pasillo. Al mismo tiempo, se apartó del camino del gnoll que se dirigía hacia él, pegándose a la pared, y desde allí, avanzó de puntillas hacia el lugar en la pared norte por donde había desaparecido uno de los gnolls.

La moneda rebotó por el fondo del pasillo y alertó al gnoll que había cogido la espada. De inmediato salió corriendo por el corredor para buscar el origen del sonido. Por su parte, Tobías saltó entre los petates con cuidado, el perro se abalanzó sobre él, pero la cadena lo retenía. El gnoll rebullía en su camastro, intentando dormirse otra vez. Cuando llegó a la pared norte, descubrió una puerta camuflada en el muro. Se podía ver en el suello las huellas del constante ir y venir de los gnolls.

En ese momento la entrada se abrió por el otro lado y el gnoll desaparecido reapareció haciendo aspavientos, gritando algo en su idioma. Tobías tuvo tiempo de ver una habitación en la que había más gnolls y las saeteras que apuntaban al vestíbulo de columnas.

Tobías esquivó al gnoll haciendo una pirueta, y sin pensárselo mucho, se metió en la habitación de las saeteras. Dentro, fue consciente de que no tenía un plan. Por otro lado, se dijo, quién necesitaba un plan cuando no podían verle. No tenía claro cuánto tiempo más seguiría siendo invisible, y no era la mejor idea preguntar cuando estaba rodeado de hombres bestia, así que, fuera lo que fuere que hiciera, habría de ser rápido.

La habitación era una suerte de puesto de vigilancia o almacén, donde los gnolls deberían estar vigilando, efectivamente, el vestíbulo del templo. Uno de ellos estaba sentado en una silla frente al agujero, con la ballesta en la mano y el arco apoyado sobre una piedra en el muro cuya función, en otro tiempo, debió ser para sostener algún tipo de iluminación. Probablemente, ni siquiera esas ranuras en el muro fuesen saeteras, pero los Hombres Bestia le habían encontrado otra utilidad. A su lado tenía un manojo de virotes dispuestos. Otro de los gnolls había dejado la ballesta en su silla y se había levantado para coger virotes de un barril de la esquina. El tercer gnoll estaba colocando el virote en el arma y terminaba de ajustarlo para apuntar hacia la saetera.

El resto de la habitación tenía una mesa sobre la que había algo de comida mordisqueada. En la pared opuesta había espadas apoyadas en el suelo, un escudo, algunas mazas, lanzas y cuchillos.

El grupo esperaba instrucciones de Tobías, que había dejado de hablar hacia unos minutos. El pequeño gnoll se había descolgado la mochila y miraba por la entrada del vestíbulo con curiosidad.

-Oye, ¿y qué hacéis aquí? -le preguntó al grupo, lleno de curiosidad-. ¿De dónde sois?

Tobías se acercó a la ballesta que el gnoll había dejado sobre la silla, la cogió y la metió en su morral encantado. Esos hombres bestia eran beligerantes, y por lo que había observado, no demasiado brillantes. Esperaba que, al no hallar la ballesta en su silla, sospechara de sus compañeros. Quién si no iba a ser el responsable de quitarle la ballesta, ¿un tipo invisible que se hubiese colado a la habitación?