Partida Rol por web

Las sombras de la rebelión: Castilla, 1520 [INCONCLUSA]

Muerte, daños, enojos, sangre y guerra

Cargando editor
20/06/2008, 23:33
Paulo de Cesena

La voz cavernosa suena más cerca de lo que desearías.

-Veréis a vuestra madre, niña. Y sabréis la verdad, y ya no temeréis más. Pero antes decidme, pues no se me escapa que sois muy inteligente para vuestra corta edad: ¿sabéis qué hace bellas a las cosas bellas?

Cargando editor
21/06/2008, 00:13
Beatriz de la Vega

No sabía si se había aproximado a ella. Tampoco quiso mirar para comprobarlo. En aquella situación no tenía cabeza para acertijos, pero intento buscarle respuesta-¿La propia escencia de la belleza?-habló al tiempo que le miraba, extrañada por su pregunta, temerosa de encontrarse cara a cara con él.

Cargando editor
21/06/2008, 13:44
Paulo de Cesena

El brillo de unos dientes aparece entre las sombras del carruaje. Paulo está sonriendo.

-La esencia de la belleza, sí. Ah, mi niña, pero ¿cuál es la esencia de la belleza? Pronto, muy pronto, lo sabrás.

El coche se detiene entonces bruscamente. Tienes la sensación de que habéis abandonado la ciudad y os encontráis a las afueras de Toledo. Paulo abre la portezuela, nuevamente rebozado en su capa, y sale sin decir nada. Entiendes que debes seguirle. Efectivamente, la ciudad imperial de Toledo se recorta a lo lejos, elevada en el horizonte. Frente a ti, y bajo el cielo nublado, se alza un palacio ruinoso y con todas las trazas de haber sido abandonado, a juzgar por las maderas que cubren las ventanas. Paulo abre las puertas y se introduce en su lóbrego interior...

Cargando editor
21/06/2008, 14:44
Beatriz de la Vega

Bajó del carruaje, de nuevo sin ayuda, sin atenciones por parte de aquel caballero. Miró, visiblemente asustada, aquel solitario y abandonado palacio, encogiéndosele el corazón al ver aquellas ventanas tapiadas. ¿En dónde demonios se estaba metiendo? Le parecía improbable que su supuesta madre estuviese en un lugar como ese... pero ahora estaba lejos de casa.

Miró hacia el horizonte, divisando la ciudad, llamando a gritos mudos a su tio. Ojalá él supiera dónde estaba y perdonase su falta cuando la encontrase. Temerosa, traspasó la entrada por la que Paulo había desaparecido, aventurándose al interior, a la oscuridad.

Cargando editor
22/06/2008, 13:07
Director

El interior de la casa te sorprende. Esperabas encontrar un lugar ruinoso y húmedo, lóbrego y abandonado. En su lugar, las débiles lámparas de aceite que hay en el suelo del pasillo de entrada iluminan unas paredes de piedra majestuosas y bien conservadas. En algunas de ellas cuelgan tapices, con lo que te parecen motivos turcos o arábigos. En otras, cuadros de impecable factura, semejantes a algunos otros que has visto en la catedral, y que reconoces como de la escuela flamenca. Pero a diferencia de los cuadros del templo, estos no representan motivos de la historia sagrada, sino personajes deformados, monstruosos o de una extraordinaria belleza, en situaciones que no alcanzas a comprender. Te sobrepones a las imágenes como mejor puedes, y continúas caminando.

Siguiendo el pasillo, notas que tus pies pisan en una suave alfombra de color granate, que atenúa con mucho el frío del caserón de piedra. A tu derecha vislumbras la puerta abierta de lo que en su día fue una cocina, hoy en desuso. Paulo sube las escaleras que hay al final del pasillo, y le sigues, aún temerosa por saber si puedes confiar en él.

Cargando editor
22/06/2008, 14:50
Beatriz de la Vega

No dejaba de repetírselo, ¿dónde demonios se había metido? Cada detalle, cada uno de aquellos cuadros, esa cocina en desuso, ventanas tapiadas, esa enfermedad que tenía Paulo, ¿qué significaba todo aquello?

Podía sentir la tensión, su corazón latiendo en su cabeza, sus manos, sus pies, todo su cuerpo. La voz de su consciencia no dejaba de gritarle que huyera, que se fuera de allí con alguna excusa, pero ahora no podía hacerlo. Además, quería llegar al fondo de aquel asunto, descubrir quién era el mentiroso y quién le mostraba el verdadero camino.

Cargando editor
23/06/2008, 22:57
Director

Subes las escaleras con dificultad. Los escalones parecen mal medidos, y has de hacer demasiado esfuerzo para ir de uno al otro. Cuando al final llegas al segundo piso, lo haces resoplando, y por ello, tardas en abrir los ojos.

Cuando lo haces, no puedes evitar lanzar un grito de sorpresa.

El segundo piso no tiene paredes. Es completamente diáfano, salvo por unas cuantas columnas delgadas que sostienen la estructura. Las ventanas de las paredes están condenadas con tablones, y la única fuente de luz que entra en la estancia proviene de una claraboya en el techo que ha sido velada por una fina tela negra. Aun así, puedes apreciar algunas figuras. El suelo parece cubierto por cojines y mantas dispersos en algunas zonas. No hay suficiente luz, pero te parece advertir una figura humana agazapada entre los cojines. Aparte de eso, no hay más muebles que una mesa baja, junto a una de las ventanas, y a pocos centímetros, una silla. En ella se haya sentado Paulo de Cesena.

Tu sensación de inquietud aumenta por momentos.

Cargando editor
23/06/2008, 23:10
Paulo de Cesena

-Niña, -dijo la voz del hombre desde el sillón-, aún tenemos una conversación pendiente. Pero antes, quiero que veas algo.

Se dirige a la sombra acurrucada en los cojines.

-Tu hija está aquí. ¿Es que acaso no vas a saludarla?

Cargando editor
23/06/2008, 23:19
Cayetana de la Vega

La sombra se incorpora lentamente, mientras produce un sonido de disgusto parecido al ronroneo remoloneante de un gato. La luz no la ilumina demasiado bien, pero esas facciones esculpidas en la sombra son la única prueba que tu corazón necesita: es ella.

Es tu madre.

Cargando editor
24/06/2008, 19:25
Beatriz de la Vega

Sus ojos escudriñaban, nerviosos, la forma de aquella mujer que, según decía Paulo, era su madre. ¿Su madre? ¿ella? No sabía qué hacer, si huir, si correr a abrazarla, si creerlo o no. Quedó inmóvil, anclada en el suelo, sumiéndose poco a poco en una emoción extraña y desconocida que la embargaba.

Las lágrimas volvían a saltársele, a huir, descaradas, recorriendo sus mejillas. Ahora más abundantes que antes. La verdad... ¿cuál era la verdad? ¿la que tenía frente a sus ojos?¿la que había dejado en Toledo? El corazón iba a salírsele del sitio, espectante, ¿diría algo su supuesta madre? ¿correría a abrazarla?

Cargando editor
24/06/2008, 20:23
Cayetana de la Vega

La figura se incorpora aún más. Lejanamente parece advertirte, mientras las lágrimas corren por sus mejillas.

-¿B-b-beatriz?

Intenta levantarse pero se desploma nuevamente entre los cojines. Nunca has visto a una persona comportarse así, más que a los amigos de tu tío cuando abusan del vino...

Al fondo, Paulo de Cesena os observa, reflexivo.

Cargando editor
24/06/2008, 21:27
Beatriz de la Vega

Al oir a aquella mujer pronunciar su nombre, un escalofrío recorre su espalda. Se acerca a ella, lentamente, y al llegar a su lado, se arrodilla, quedando a su altura. Quería mirarla, ver si en su rostro se reflejaban sus propias facciones. Ver si había algún vestigio de ella misma en sus facciones.

Alargó su mano, y acarició su rostro, temblorosa, intentando reconocerlo.

Cargando editor
25/06/2008, 00:46
Cayetana de la Vega

La mujer se deja acariciar, indolente. Su piel es tersa y suave, pero fría, como si la sangre no calentara sus pómulos con la debida fuerza. Hay debilidad en los brazos que intentan corresponder a tus caricias. Quieres abrazarla, salir de ese lugar horrible con ella, verla, ver su cara a la luz del sol, y escuchar por qué todo tu mundo ha sido una mentira hasta ahora, escuchar por qué tuvo que abandonarte cuando eras una recién nacida.

Pero sobre todo quieres que esté viva, que hable contigo. Esperas lo que cualquiera esperaría de una madre. Fortaleza. Pero sólo ves belleza glacial y abandono, y eso te parte el corazón.

Cargando editor
25/06/2008, 00:52
Paulo de Cesena

Desde su sillón, tu misterioso "amigo" esboza una sonrisa enigmática.

-Tenéis lo que queréis, mi niña. Y ahora decidme, ¿cuál es la esencia de la belleza?

La pregunta te coge por sorpresa. Te parece del todo inoportuna e impertinente, en un momento así, y de repente tu corazón sólo alberga odio por ese hombre, sus falsas promesas y sus interrogatorios estúpidos. Estás a punto de protestar, airada, por su falta de sensibilidad cuando los dedos exangües de tu madre se cierran férreamente sobre tu brazo. Su cara expresa un terror incontrolable.

Paulo de Cesena se ha levantado de su asiento. Con una celeridad inverosímil. Imposible. Inhumana.

Cargando editor
25/06/2008, 01:48
Beatriz de la Vega

Aún embargada en aquella emoción, por aquel momento en el que su mundo se rompía, escuchó de nuevo esa pregunta. ¿Por qué demonios preguntaba algo así en aquel momento? Sin duda aquel caballero era descortés. Iba a decirle lo que se merecía, cuando se levantó con aquella velocidad inhumana. Eso unido al terror que mostraba la mujer, la que supuestamente era su madre, hizo que la misma Beatriz sintiese ese miedo profundo.

Dejadnos... dejadnos ir-quería salir de allí, sentía, sin saber por qué, que corría un grave peligro en aquella habitación. Le temblaban la voz y el pulso, mientras apretaba la mano que tomaba su brazo, intentando transmitir la seguridad que no tenía en ese instante.

Cargando editor
26/06/2008, 00:57
Cayetana de la Vega

La mujer, cuyos ojos parecen haberse despertado por un momento fugaz de su ensimismamiento se alza violentamente, interponiéndose entre Paulo y tú. Erguida, es una mujer completamente distinta, su piel, blanquísima, refulge ahora a la tímida luz de la estancia. Es una imagen terrible de belleza y energía, parada frente al extraño hombre, al que mira con los ojos inyectados de cólera animal, como si fuera una leona protegiendo a sus cachorros.

-¡No! ¡No Beatriz, monstruo! ¡¡No la tendréis, no la tendréis nunca!!

Cargando editor
26/06/2008, 01:07
Paulo de Cesena

Detenido ante ella, con una imperceptible sorpresa al ver bloqueado su camino, el hombre alza una ceja, como si hubiera de transigir una vez más con el capricho impertinente de una niña consentida. Sin embargo, tras ese gesto de hastío, dirige su mirada fijamente a tu madre, una mirada turbadora y terrible. Luego comienza a hablar, y aunque no deja en ningún momento de enfrentar su mirada a la de Cayetana, entiendes que te está hablando a ti...

-Temo, hija mía, que no podré dejaros ir... no sin que hayamos terminado nuestra pequeña conversación... Os preguntaba, seguro que lo recordáis, que hace que las cosas bellas sean bellas. Supongo que al responderme que la... esencia de la belleza queriáis decir algo así como que hay algo dentro de las flores o de vuestra bella madre que les dotan de belleza. Un principio ordenador del caos, algo que desde el interior de las cosas las hace más perfectas y hermosas. Eso pensaba ese aguafiestas de Platón, claro. Pero os equivocáis, os equivocáis ambos, hija mía. La belleza no está en las cosas...

Notas, de repente, como de manera gradual ha ido desapareciendo la determinación de tu madre, que no puede dejar de mirar al hombre con una cara en la que aprecias el regreso de su habitual enajenación...

-La belleza, niña, está fuera de las cosas. Está en nosotros, que las miramos. ¿Es algo que está en nuestros ojos? Ah, pero eso es pensar como Platón, pero al revés. No. No hay belleza en nuestro interior, esperando lanzarse sobre los objetos para demostrarnos que son bellos. La verdadera esencia de la belleza... hija mía... es muy distinta. ¿Alguna vez te has preguntado por qué es hermosa una maldita rosa? ¿O esta mujer que ahora intenta rebelarse a mi control?

Hace una pausa mientras sonrie abiertamente. Tu madre cae desplomada nuevamente, y los ojos del extraño hombre te buscan.

-Es el miedo... el miedo, mi niña, es el orígen de la belleza. Tememos que la rosa se marchite y muera, y el miedo a ese futuro hace que en su presente resplandezca. Vuestra pobre madre... es una mujer hermosa, con un gran miedo a dejar de serlo. Y no sabe que es precisamente ese miedo el que hace que los demás, cuando lo sienten, aprecien su belleza. Vos, niña, vos, mi dulce Beatriz, sois bella porque sois frágil. Porque el temor a la muerte se revela entre las luces de vuestra joven piel. Porque quien os mira adivina que la edad os ha de convertir en polvo: ese terror, ese miedo a que desaparezca lo que ahora contempla, es lo que os hace ser bella... Pero no temáis... yo puedo daros esa belleza para siempre... a cambio... a cambio de vuestro miedo...

Cargando editor
26/06/2008, 11:15
Beatriz de la Vega

Atónita observó como la mujer montaba en cólera y se interponía entre ella y Paulo. Muerta de miedo, quedó inmóvil, petrificada, patidifusa tras ella, y cuando se desplomó, sintió un miedo aún más profundo al encontrarse con los ojos del hombre. No entendía sus palabras, ¿su belleza para siempre? ¿es que acaso iba a matarla para embalsamar su cuerpo y conservarlo bello por los siglos de los siglos?

Y, ¿cómo es que pretendéis conservar la belleza por siempre? Mi carne, al igual que... la vuestra, es mortal, y perecerá sin remedio, así como el Señor lo ordena, así como ocurre siempre en el ciclo que el mundo ha seguido desde el mismo día en que Adán comenzó a caminar por sus campos-hacía esfuerzos para no desplomarse ella también, sintiendo como sus piernas temblaban, bajo sus faldas.

Si me queréis a mí, si queréis matarme para conservar la belleza que pueda haber en mi semblante, adelante, pero recordad, que tarde o temprano todos pagamos por nuestras acciones, y cargar con mi muerte, con mantener a... mi madre retenida aquí, no será beneficioso para vos cuando tengáis que rendir cuentas ante San Pedro, para que os deje pasar a La Gran Casa-le miraba firme, casi retándole, pero muriéndose por dentro, sintiendo como el pavor la consumía.

Cargando editor
26/06/2008, 17:53
Paulo de Cesena

El hombre afiló aún más su sonrisa.

-Es curioso que mencionéis a Adán, niña. Veréis. Dicen que Adán tuvo dos hijos, y uno de ellos tuvo miedo de que su ofrenda no gustara al Creador. Y así cometió el primer acto de belleza sublime. ¿No es hermoso? El miedo originó la belleza y la belleza venció a la muerte. Como vos la venceréis, mi niña, justo como vos la venceréis...

Su mano se ha cerrado en torno a tu cuello. El tacto es frío, duro, pétreo. Nunca un hombre te ha tocado, a excepción de tus familiares, y nunca habías sentido tanto temor.

No sabes si cerrar los ojos, o si la muerte premiará que la recibas de frente. La mirada de Paulo de Cesena se difumina y oscurece toda la habitación. Te marea, te easfixia.

Piensas: ojalá entre mi tio en la habitación y te ensarte con su espada. Y también: ojalá que llegara Pedro Lasso y te partiera en dos con sus propias manos. Y además: ojalá estuviera aquí Garcilaso tomándome la mano, o mi prima María riendo estúpidamente, o Catalina equivocándose en sus rezos.

Piensas: soy joven aun. No existe la muerte y esto es mentira. Una pesadilla, un mal sueño. Pero eso significa, entonces, que tu madre está muerta y que nunca la verás de nuevo.

Y de repente, todo se hace oscuridad. Y ya no sientes ningún miedo.

Cargando editor
26/06/2008, 18:28
Beatriz de la Vega

Iba a robarle la vida. Gritó, aterrada. Luchó, forcejeó, tomando con ambas manos la de aquel hombre, intentando que la soltase, pero se le iban las fuerzas, místicamente, comenzaba a desvanecerse, a soltarle, a perder la consciencia de dónde estaba, de lo que la rodeaba, de su vida misma, del miedo que tenía.

¿Estaba muerta? ¿Estaba soñando? Abrió los ojos, al menos creyó que los estaba abriendo, pero no había nada. Sólo el vacío, sólo la oscuridad...

Tenía miedo, pero ahora se sentía tan bien... Ya nada le importaba, se sentía liviana, tremendamente liviana, como si estuviese flotando en un abismo. Esbozó una sonrisa, profunda, plena, radiante de felicidad y de paz. Si era joven o no, eso ya no tenía cabida... ahora sólo quería abandonarse, dejarse caer en esa nada.

Una nada que la llenaba.