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Tercer día en Los Septuagésimo Quintos Juegos del Hambre:

Amanece un día más en aquel infierno, y esta vez es un día oscuro, con el cielo cubierto de nubes grises que indican que es muy posible que en cualquier momento comience a llover copiosamente. De hecho un escalofrío que recorre todo tu cuerpo te indica que será un día muy frío si los Vigilantes no cambian el clima reinante.

La noche que has pasado en aquel improvisado refugio-agujero en el suelo no ha sido del todo agradable pero el cansancio ha hecho mella en ti y ni siquiera te has dado cuenta de que has pasado media noche tiritando, aunque ahora te sientes destemplado, como con mal cuerpo por el cambio tan brusco de temperatura. Y, para colmo, tienes las manos entumecidas y arrugadas por culpa de haber soportado la humedad durante toda la noche.
Suerte que aún te queda algo de esa pomada casera que te fabricaste... piensas intentando encontrar al menos una razón para ponerte en pie un día más. Y de pronto, según te estás desperezando y estirando, escuchas un trueno no muy lejos de tu posición. Es muy posible que hagan que llueva.

Joder... Murmuró Sáuce por lo bajo, mientras observaba al cielo con el ceño fruncido. Sus planes tendrían que esperar. Incluso la comida, o el agua tendrían que esperar, por mucho que su estómago le doliese. Lo primero era lo primero

Y la lluvia lo cambiaba todo

Fue recordando, una a una, donde estaban todas sus trampas, para no caer en ninguna. Luego se puso manos a la obra

No tuviste un despertar lo que se dice agradable, aunque estando donde estabas eso habría sido incluso demasiado pedir, pero al menos seguías vivo un amanecer más. Poco a poco empezaste a desperezarte y ponerte en marcha, el tiempo apremiaba sobre todo teniendo en cuenta el mal aspecto que tenía el cielo y los truenos resonando en tus oídos a través de las ramas de los árboles, allá en lo alto, no hacía que la situación tuviese pinta de mejorar.

Con prisas y algo agobiado por la inminente lluvia pretendes mejorar el refugio donde has dormido, pero no hay por donde cogerlo, la oscuridad de anoche no fue buena compañera para con dicha empresa.Dispuesto a no desesperarte por este contratiempo aprovechas las ideas que invaden tu mente para crear algunos apaños con hojas grandes para intentar recoger algo de agua de lluvia, y además en los alrededores de la zona del "refugio" colocas varias trampas más mientras miras con pena el conejo que ya no huele muy bien tras un dia entero muerto.

Algo asqueado, aunque también lamentando lo que iba a hacer, Sáuce cogió el conejo muerto, de una pata... Y se lo llevó consigo. Andó durante un minuto, y luego lo lanzó, con todas sus fuerzas, lo más lejos que pudo. Por último, volvió sobre sus pasos. Ese conejo ya no le servía, por mucho que su estómago se quejara al respecto, y tenerlo cerca solo conseguiría que algún depredador lo oliese... Y viniera a curiosear. Recordando al muto del día anterior, tuvo un escalofrío

Cuando regresó de nuevo a su refugio, la lluvia ya parecía casi inminente. Desesperado, buscó algo, lo que fuera, con lo que cubrirse. Pero su refugio no tenía buena pinta... No, no tenía nada de buena pinta...

Comienza a llover mientras, desesperado ya, buscas un lugar donde poder refugiarte mejor. Comienzas a caminar y la lluvia se hace mucho más intensa, pero tras andar apenas unos 300 o 400 metros más allá de donde has pasado la noche te encuentras con algo que hace que casi sufras lo que los mayores deben llamar orgasmo, o quizá incluso lo hayas hecho dado que aún no sabes lo que significa eso realmente.

No muy lejos del río llegas a un lugar donde los árboles empiezan a estar más espaciados y, de haber habido sol, entraría mucha luz y claridad, pero también estás expuesto a ser visto muy fácilmente.

Sin embargo algo llama tu atención: un poderoso trueno resuena en tus oídos. Demasiado cerca, piensas asustado. Y entonces te parece ver entre las ramas de los árboles cómo un rayo cae muy cerca prendiendo fuego a la copa de un árbol alto. Acto seguido el caos inunda la zona de alrededor, puedes oír animales huyendo en todas direcciones, pero especialmente hacia el río, cerca de donde te encuentras.

Con un pequeño brinco tras el susto te diriges corriendo al refugio encontrado:

¡Por fin! Aunque, por una parte, le daba pena abandonar sus trampas y el pequeño refugio que se había montado antes, aquel lugar era mucho mejor... Y, en esos momentos, era lo único que tenía. Corrió a refugiarse bajo el techo salvador, mientras murmuraba una plegaria a quién quiera que le estuviera oyendo. Una vez dentro, su mente comenzó a dar vueltas

Lo primero, afianzar el lugar. Vigilar que no haya animales, o insectos peligrosos. Luego, buscar un buen lugar para esconderse hasta que la lluvia amaine. Y, por último, asegurar la entrada con una trampa improvisada. Eso último sería más difícil, pero no tenía nada que hacer hasta que cesara la tormenta... Y los otros tributos, por desgracia, seguían allí afuera

Claro que no eran lo único que rondaba por la Arena...

Con un escalofrío, Sáuce se puso manos a la obra

Te lleva más tiempo del que pensabas conseguir trepar por el derruído muro de piedras para colarte en el interior de aquel refugio en medio del bosque. Algunas piedras están sueltas y estás a punto de resbalar en varias ocasiones pero finalmente caes dentro agotado por todo lo sucedido y te arrastras a una esquina.
El suelo es mitad barro y mitad baldosas rotas, casi inexistentes, y casi toda la superficie está encharcada dado que apenas queda un trozo de techo que haya protegido el lugar de esta horrible tormenta. Te sientas en el frío suelo de una esquina donde aún queda techo y te acurrucas allí, mientras el culo se te queda helado, a pensar en qué hacer ahora con aquel maravilloso lugar que has encontrado.

Tras un momento de tranquilidad te levantas y asomas tu cabeza con cuidado a través de algunas rocas. La verdad es que el muro está lo suficientemente alto como para que no se vea que hay alguien dentro, y cualquier animal no podría colarse dentro, pero también es cierto que esos mismos inconvenietes te fastidian a ti, que te cuesta horrores entrar y salir del lugar.
Viendo que no va a dejar de llover por el momento vuelves a salir, con dificultad, y rastreas la zona de alrededor en busca de algo que pueda serte útil para "remodelar" aquel refugio, pero salvo ramas mojadas y arbustos no hayas nada de interés.

Regresas al lugar en cuestión y, antes de dedicarte a refugiarte dentro durante un rato o unas cuantas horas, montas alguna trampa alrededor, esperando que se active si algo o alguien trata de acercarse allí.

Sáuce se quedó parado, pensando, durante unos segundos. Estaba cansado, y harto. Tenía frío, y aquello no daba señales de mejorar. Además, hacía tiempo alguien le contó que cuando bajaba en calor corporal lo peor que podía hacerse era quedarse quieto, así que la opción de tirarse a descansar tampoco le parecía viable. Para colmo, la humedad del ambiente iba aumentando, y eso solo hacía que la sensación térmica disminuyese. Se había mojado un poco al salir para montar un par de trampas, y ahora sus ropas estaban empapadas. Decidió quitárselas: Una cosa era tener frío, y otra tener frío y además estar mojado. Intentó hacer pequeños calentamientos para entrar en calor. Luego volvió a considerar la idea de hacer más trampas

Con esa lluvia, nunca se sabe que vecinos desesperados por un techo en el que refugiarse puede llegar a encontrarse uno

Lo principal es asegurarte de que allí dentro estarás lo más a salvo posible, y a ello te dedicas por completo durante un rato. Puedes estar contento del resultado pues has montado varias trampas muy buenas alrededor del refugio, con sumo cuidado estudias las zonas donde las has colocado para poder evitarlas sin problemas y vuelves al interior.

Esperabas que la lluvia amainase una vez encontrases un lugar donde refugiarte, como si sintieras que solamente era un castigo de los Vigilantes por no haberte visto involucrado en ninguna pelea, pero por desgracia no es así, y sigue lloviendo cuando, tras aplicarte la pomada en las manos mientras tiritas de frío, te quedas dormido de puro agotamiento durante un rato.

Al cabo de un rato un ruido fuera llama tu atención y el sonido de un animal quejándose lastimeramente te indica que una de tus trampas ha surtido efecto.

Sáuce se despertó, sobresaltado. Estuvo tentado de salir corriendo para ver que ocurría, pero rápidamente racionalizó la situación, y se detuvo. No, no debía confiarse. En los juegos, quién se confiaba lo pagaba caro. Pero tenía tanta hambre...

Silenciosamente se arrastró hasta la entrada del refugio, intentando ser invisible. Primero vería qué había atrapado. Luego, si procedía, acabaría con él... Y luego, aunque siguiera lloviendo, reuniría leña

Iba a ser difícil hacer fuego con madera mojada. Pero tenía mucha, mucha hambre

El sedante y monótono sonido de la lluvia cayendo te había permitido quedarte dormido con facilidad a pesar del frío, de la incomodidad del lugar en el que estabas y de los truenos que seguían resonando aquí y allá.
Sin embargo un sonido fuera de tu refugio te despierta de repente. Parece que un animal ha caído en una de las trampas que colocaste en los alrededores y, aunque con cierto miedo, quieres asomarte a ver qué es, qué has atrapado esta vez.

Intentando no hacer ruido te levantas y trepas un poco por el muro con cuidado de no tocar donde no debes, aunque alguna piedra resbala desde tu pie. Desde tu posición puedes ver no muy lejos cómo un ciervo de mediano tamaño está gimoteando con una de sus patas traseras atrapadas en el hueco que dejaste lleno de piedras puntiagudas. El animal, totalmente empapado, mira hacia donde estás pues te ha oído perfectamente y, al verte, sus quejidos suben de volumen. Parece que trata de librarse de las piedras que le impiden huir pero no puede.

Entre aliviado y ansioso, Sáuce comenzó a buscar cualquier objeto con el que rematar al animal. Un ciervo era una presa demasiado valiosa como para dejarla escapar, pero no era tan inocente como para lanzarse a por él con las manos desnudas. Una coz bien dada, y tendría algo más que un estómago vacío para lamentar. Rápidamente, se agachó, tanteando el suelo con manos y ojos para agarrar cualquier pedrusco lo suficientemente afilado o pesado como para servirle de arma

Luego corrió hacia su presa, con el ansia del depredador bullendo entre las partículas de adrenalina que comenzaban a arremolinarse en su interior. Un cazador, una presa indefensa. Un combate injusto, desproporcionado. Una gran satisfacción

La ley de la selva

El hambre y la pura supervivencia del hombre contra el animal te hace salir despedido de tu refugio. El flequillo se te pega a los ojos por la lluvia pero ello no impide que consigas encontrar en un rápido vistazo una piedra grande con una de sus puntas más o menos puntiagudas que servirá para tu propósito.

Con una rapidez fruto de la desesperación corres hacia las patas traseras del animal, las que tiene atrapadas con la trampa que pusiste, y las destrozas de un solo golpe haciendo que el ciervo grite de dolor y se revuelva todavía más. Sabe que su vida está a punto de terminar, cuando abandonas su parte trasera y te acercas a la cabeza, en su mirada ves el horror de saber que va a morir. Pero es una mirada que en estos momentos no te dice nada, ni siquiera puedes plantearte sentir lástima por el animal, debes alimentarte y ese ciervo ha tenido la torpeza de caer en una de tus trampas.

El cazador gana, el animal cazado pierde.

Aunque sigue vivo empieza a salirle sangre de la boca antes de que sigas golpeándole, esta vez en la cabeza, con la piedra, que rápidamente se empapa de la sangre del animal. Ves como intenta golpearte a la desesperada con sus pequeños cuernos pero está tan malherido que más bien bambolea la cabeza sin saber qué hacer.

Aún le queda un suspiro de vida, su destino está en tus manos y su mirada, ahora ya perdida, apenas te dice nada, y sus lamentos han dejado de oirse a tan alto volumen, ahora mismo está tratando de respirar antes que de gritar por su vida, que se escapa...

Dos almas danzan al mismo tiempo, entrelazadas en un ritual tan antiguo como el propio tiempo. Una tiembla, efímera y parpadeante, mientras otra la rodea lentamente, imponente y dominante. El cazador observa a los ojos de la presa con un respeto instintivo, inconsciente, fruto de milenios de evolución. Sangre y miedo, respira un rezo inaudible, que susurra entre las hojas, las gotas de lluvia y ramas húmedas. Los ojos del sometido le devuelven una mirada resignada, consciente del final que le augura. Y, aún así, los músculos entran en movimiento, los lamentos no se ahogan, y la savia sigue fluyendo. Ya que la vida es un plato muy dulce como para dejar de luchar por ella, por muy decisiva que sea la sentencia pronunciada

Pero no hay vanas esperanzas. Solo lucha, lucha, lucha

Sáuce decide poner fin a su sufrimiento. Sus ojos, salpicados por los retazos de una rabia primigenia, captan la imagen de la piedra afilada, alzándose hacia arriba como el filo de una guillotina inclemente. Luego, muerte

Un último y sonoro golpe en la cabeza del animal hace que deje de moverse, de respirar y de vivir, todo en un mismo instante. La presa se ha rendido ante el cazador, que levanta su arma improvisada triunfante mientras mira con ojos hambrientos al ciervo muerto que se muestra ante él.

La lluvia sigue cayendo a mares y tienes que apartarte el sucio flequillo de la cara para poder ver con claridad antes de proceder a intentar sacar carne de aquella caza.

Una vez la adrenalina fue descendiendo, Sáuce comenzó a pensar en las consecuencias de lo que había hecho. La primera fue la más inmediata: Estaba calado hasta los huesos. Su pelo estaba mojado, su cuerpo, destemplado, y aquella pequeña escapada acabaría por pasarle factura

Genial

Decidió resolver ese pequeño contratiempo cuando antes. Liberando al ciervo de su trampa, le arrastró como pudo hasta su refugio improvisado, no sin esfuerzo. El animal pesaba más de lo que había creído, y el suelo resbaladizo y pedregoso no facilitaba la tarea. En más de una ocasión tuvo que desencajar la cabeza o el trasero, que se trababan a cada hueco o resalto con el que topaban en el camino. Pero al final logró volver a su previo resguardo, aún chorreando, pero con la satisfacción de haber hecho un buen trabajo

Lo primero que hizo fue quitarse la ropa mojada, y escurrirla. Hacía algo de frío, sí, pero nada comparado a lo que sufriría si se quedaba bajo la lluvia. Reuniendo fuerzas, decidió dar unos pocos saltitos, y mover los brazos de un lado a otro, para entrar en calor. Luego se paró durante unos segundos, y reflexionó

Entonces llegó el siguiente problema: El olor. Sí, ese animal era lo mejor que le había pasado desde que estaba allí, pero no todo eran buenas noticias: No podía comérselo crudo, a menos que quisiera arriesgarse a pillar alguna enfermedad... Lo que en ese lugar equivalía a una muerte segura. Tampoco podía permanecer mucho tiempo junto a él: A la larga, comenzaría a oler, y atraería a otros animales. No, tenía que darle un buen uso... Y pronto

Así que comenzó a despellejarle. Usó piedras afiladas, la tapa de la lata de conservas, y sus propias manos, para ayudarse. En esos momentos, habría matado por un maldito cuchillo

Una vez consigues, no sin bastante esfuerzo, llevar a tu presa a la esquinita recogida del refugio donde estabas hasta entonces, te encuentras en la situación de no saber muy bien qué hacer o por dónde empezar.
Calado hasta los huesos y tiritando te quitas la ropa y tratas de dejarla secar, aunque es poco el espacio al que no llega el agua de la lluvia incesante. Agarras alguna piedra algo afilada y decides empezar por despellejar al animal, empezando por las zonas que parecen más comestibles. Te basas un poco en tus conocimientos de perros para intentar deducirlo.

Sin embargo el hecho de quitarle la dura piel al ciervo te cuesta más de lo que pensabas. Entre el frío y el hambre tienes menos fuerzas de lo habitual y cada pasada te cuesta más que la anterior. Así pues para cuando te das cuenta de que ya debe ser algo tarde apenas has conseguido arrancar la piel de las dos patas traseras que tienen aspecto de muslo de pollo pero más grande.

A pesar de que sientes que has perdido el tiempo y apenas has hecho nada, has conseguido apartar dos buenos trozos de carne de ciervo, de ambas patas traseras, y despellejarlas a conciencia. Con eso tendrás para unas cuantas raciones de comida, al menos hasta que se estropee, si no lo cocinas antes de que eso suceda.
De lo reunido puedes separar, con dificultad, los huesos de una de las patas, para lo que pueda servir. Uno es largo y fuerte pero el hueso que se une con la pezuña parece demasiado frágil y estrecho. Dicho de paso, la pezuña no te cuesta demasiado separarla de esos huesos y los músculos.

Oyes que deja de llover tan copiosamente mientras percibes que empieza a disminuir la luz solar, pero algo llama tu atención en la lejanía. Parece que una parte del bosque está ardiendo.

No es justo

Pero... ¿Qué era justo en los Juegos? Sucio, hambriento y solo, Sáuce debía hacer frente al fío y a los animales salvajes con la única ayuda de su ingenio y sus pocos conocimientos sobre el tema. La lluvia amenazaba con aumentar el riesgo de hipotermia, y los otros tributos rondaban por la zona, eso sin contar a esa amenazante criatura de la Cornucopia. Pero, no contentos con ver su estado deplorable, los Vigilantes decidían mandarle un incendio

No era justo

Se tomó unos segundos para observar las llamas, en la lejanía, absorto en su frustración. Luego reaccionó, y comenzó a amontonar, rápidamente, las pezuñas y los huesos más duros encima de uno de los trozos de piel más grandes. No había tiempo para exquisiteces, así que añadió al conjunto también la botella de agua llena y la lata vacía. Luego la enrolló alrededor en forma de hatillo, e intentó improvisar un nudo decente. No había tiempo para buscar un palo, así que decidió llevar la bolsa improvisada de piel y restos en una mano, mientras con la otra cogía uno de los huesos más duros, sin motivo aparente. Quizás se sentía más seguro con un palo en la mano

Miró de nuevo a las llamas. Estaban cerca. Y el fuego corría demasiado. Apresurado, se vistió con la ropa, ya medio seca, y salió del refugio, en dirección contraria, llevando consigo la bolsa de piel. Todo lo que llevaba encima pesaba. Pero renunciar a aquello que le había costado tanto conseguir era más difícil aún que soportar el peso, así que hizo de tripas corazón, y, sin hacer caso a la lluvia, corrió. Simplemente corrió

Observas asustado aquel incendio que amenaza con llegar tarde o temprano a tu refugio. Con rapidez y dejándote llevar por la simple y llana supervivencia, coges lo que consideras más necesario de cuanto tenías contigo, y creando con cierta dificultad una especie de bolsa o hatillo, sales del refugio.

Aún está muy lejos el fuego pero prefieres no arriesgare tras comprobar que se dirije hacia tu posición. Intentas centrarte un momento para saber hacia dónde huir exactamente. No tardas en caer en la cuenta de que el río no debe andar muy lejos, hacia el Norte, donde entre los árboles se intuye la enorme silueta de la montaña.

Todo lo que llevas encima te pesa bastante, más de lo necesario, pero no piensas dejarlo atrás y, aunque te haga correr más despacio, cada vez que miras hacia atrás, ves el incendio más lejano. Lo estás dejando atrás sin mucho problema, aunque se ve claramente que sigue avanzando pues además de la intensa luz que despiden las llamas a veces llega a tus oídos en sonido de árboles crujiendo y cayendo al paso de las mismas.

Tras lo que te parece una eternidad, cansado y con los brazos casi exhaustos, llegas al río. Miras hacia el lugar del incendio y cómo avanza con ferocidad, aunque tardará bastante en llegar a tu posición, en caso de que llegue.

Si alguien tenía mala suerte, ese era, desde luego, Sáuce. En momentos como aquel hubiera deseado que Briggitte siguiera con él. Aunque la chica era una enemiga potencial, cuatro manos trabajaban mejor que una, y a estas alturas ya habría podido probar bocado. Su estómago rugía, desesperado, pero aún no podía pararse a cocinar. El fuego no tardaría en llegar, y debía gastar sus fuerzas restantes en encontrar algún lugar seguro. Quizás en la montaña... ¡Sí! En la montaña habría alguna cueva, algún lugar donde esconderse. Con un poco de suerte...

No, no podía confiar en la suerte. Esa perra no dejaba de jugarle malas pasadas

¿Pero qué hacer, entonces? Por ahora, seguir el río parecía una buena opción. Con algo de suerte, acabaría por encontrar un lago o... Algo. Lo que fuera. Se permitió un par de minutos para retomar el aliento y descansar los brazos, aprovechando que el fuego parecía darle una pequeña tregua. Luego comenzó a seguir el río hacia arriba, intentando no pensar en el dolor que recorría todo su cuerpo, tanto por el hambre como por el cansancio.