Partida Rol por web

Introducción.

El capitán francés Bertrand Barbeau y algunos miembros de la tripulación de la Liebre Parda (vosotros, qué casualidad...) fuísteis detenidos y encarcelados en los calabozos del muelle de Marigot, ciudad costera y capital de la isla de San Martín (ocupada por tropas francesas). Ocurrió tras protagonizar una pelea en la taberna del Cien Dolores, uno de los varios tugurios nocturnos de la ciudad. Ahora, tres días después, el grupo observa cómo el verdugo de la ciudad prepara en la plaza principal la horca sobre un cadalso, a la vista de la vecindad, dedicado al capitán y al resto de implicados por el delito de haber golpeado a dos guardias franceses durante la reyerta, y además por el hecho de ser piratas.

Abril de 1712. Mar Caribe. En mitad de la plaza, sobre el cadalso de madera, un verdugo introduce las sogas en el cuello de los condenados, y el público que abarrota el lugar espera la inminente ejecución. Dos soldados franceses procedentes del fuerte Louis de la ciudad permanecen con sus mosquetes tras los reos, y otros dos más entre el cadalso y la multitud...

Aún en el cadalso, Fink "El Viejo" seguía esforzándose por dar un aspecto de anciano frágil y desvalido. Mirada llorosa, temblor de piernas y balbuceos asustados... pero ni con esas había evitado dar con la áspera soga en el pescuezo.

Cierto era que durante la reyerta hacía tres noches no parecía tan viejo e inofensivo, especialmente cuando arrancó media oreja de un mordisco a aquel malparido.

En cualquier caso, allí estaba, fingiendo a medias y afrontando con ninguna dignidad su final próximo, a mano de unos estúpidos franceses por culpa del estúpido capitán francés al que se había arrimado en los últimos tiempos.

Miró a su lado durante un instante, posiblemente porque no soportaba mirar a la muchedumbre que esperaba ver con ansias cómo iba a ponerse paulatinamente morado mientras boqueaba como un pez fuera del agua, y a quien vio fue a Mark. ¡Ah, aquel condenado Mark "Ahabenloquesea"! Quién diría que iba a morir a su lado. Si esperaba algún tipo de consuelo, este se esfumó en aquel instante.

Fink tragó saliva, volvió a mirar al frente y empezó a murmurar débilmente un Padrenuestro bastante inventado e incorporando paradójicamente algunas blasfemias. Qué pérdida más grande para el mundo que ese día muriese un hombre *eructo* de ciencia como él.

Aquella plegaria inventada por el bueno de Fink devolvió a Mark al momento en el que estaban. Tres días. Tres días y todavía notaba dentro de la cabeza los martillazos del ron mal destilado. Y ahí estaba ahora, sentenciado por defender al único que francés por el cual levantaría los puños, su capitán. Malditos franceses, escupió en el suelo a pies del soldado.

Observó su alrededor y dedicó una mirada áspera y llena de rabia a todos los soldados a modo de últimas palabras, pues no era precisamente hablador que se diga. Por el rabillo del ojo distinguió el vuelo expectante de Manolito y le hizo sonreír, ese loro iba a vivir más que él.

Y algo vio, algo que llamó su atención. Con una sonrisa de amarillos pero intactos dientes, dio 3 golpes rápidos con el talón en el tablado del cadalso para que lo escuchara la tripulación que ahora se encontraba a su lado. ''Estad atentos que se viene fiesta'', ya había usado ese código en otras ocasiones, confiaba que no estuvieran tan cagados de miedo como para no reconocerlo.

Aquello no tenía buena pinta, parecía que sus amigos iban a pasar a mejor vida. Hernando estaba pensando a toda velocidad, algo podría hacer para evitar aquel terrible desenlace. Hasta Manolito, permanecía quieto y callado, mirando fijamente a los miembros de la tripulación que iban a ser ajusticiados. Pero parecía tranquilo, como esperando que Hernando tendría algún as escondido en la manga de su ya no limpia camisa.

La anterior noche, en cuanto olio la presencia de soldados, se espabilo los vapores etílicos, y pensó en posibles rutas de escape, ayudo a sus compañeros, pero en cuanto vio que aquello acabaría mal, unos pasos hacia un callejón, y se perdió en la oscuridad de la noche. El era así, terror a ser apresado, moriría tratando de escapar si fuera necesario. Pero sus compañeros ya sabían, que Hernando no les abandonaría. Haría lo que fuese por liberarlos.

Y allí estaba el, absorto en sus pensamientos, listo para morir tratando de liberar a sus amigos.

-Tranquilo Manolito, tranquilo, que esto aun no ha terminado.- No muy lejos estaban otros miembros no capturados de la tripulación, a una señal suya, un puñado de desesperados piratas tratarían de dar una oportunidad a sus compañeros del patíbulo. O al menos esa era la idea, pero de momento Hernando, no veía como podrían ser de ayuda sin morir todos en el intento. Tan solo estaba esperando una oportunidad, una distracción, y esta aun no había llegado, y el tiempo se les estaba acabando. 

El cadalso era frío y las maderas rechinaban. Los ojos expectantes de los habitantes de Marigot, allí congregados, acompañaban a los reos, una fila de piratas y marineros de la Liebre Parda, entres los que se encontraba el capitán Barbeau, Fink El Viejo, Mark Ahab y otros varios que iban a ser ejecutados en cualquier momento. Mientras Manolito revoloteaba de acá para allá (para volver siempre al hombro de su buen amo) Hernando observaba oculto entre la población natural de la ciudad y otros compañeros de navegación cómo una "pequeña gran" porción de la tripulación iba a pasar a mejor vida.

Ambos tres, además, pudísteis advertir* que aparte de la soldada francesa sobre el cadalso (escoltando a los condenados) y los que había  delante del mismo (como línea de seguridad entre los maderos y el público), un conjunto de soldados adicional descansaba en la plaza, cubiertos y atentos bajo los soportales de los edificios laterales (un total de ocho), por lo que la idea de un enfrentamiento entre la multitud se deducía, si acaso se propiciase, en un episodio desfavorable y sangriento para cualquier contendiente...

Entonces el Verdugo comenzó a colocar a cada uno de los reos (quien andaban subido en inestables baldas y con manos sujetas a la espaldas) las sogas pertinentes para el infame e inminente espectáculo.

¡Ramera descarriada! -le espetó Barbeau al verdugo, a quien no se le veía el rostro por el capuchón que llevaba-. Esta soga aprieta demasiado... No soy un pirata cualquiera: ¡soy el mismísmio Bertrand Barbeau! Lamentarás este infame trato... ¡Ugghh! -el verdugo, entonces no hizo sino apretarle más el lazo en el gaznate...-.

Ninguno de tus compañero pareció verlo, pero tú sí... alguien, alguien entre la multitud: una extraña figura encapuchada... la viste, y enseguida ya no estaba... ¡desaparecida! ¿Qué acababas de otear?

El público comenzó a aclamar, pues estaba impaciente por aquel espectáculo, y a golpe de gritos comenzó a solicitar el comienzo del proceso. Entonces uno de los soldados se colocó sobre el tablado del enorme cadalso de madera, desenrolló un pergamino, y comenzó a leer en alto el documento de sentencia por los delitos cometidos:

Por orden y mandato de las leyes del Virreinado de la Corona y del Gobernador de Marigot -comenzó a decir-, procedo a leer los delitos de los presentes individuos: Desacato con violencia contra un oficial del ejército, piratería, y por último todos sus pertinentes derivados: bandidaje, asalto en alta mar, vagueza, robo y asesinato. ¡La sentencia es la horca! -y el público rugió mientras la banderas de la corona francesa ondeaban en las murallas de la fortaleza portuaria de San Louis de la ciudad. ¡Verdugo! ¡Prepárese! -le ordenó-, y éste se cuadró un poco-. El soldado que había leído la sentencia se dio la vuelta y comenzó a hablar a los reos, de uno en uno.

¿Cuáles son vuestras últimas palabras? -os preguntó-.

La situación era muy fea, no pintaba nada bien aquello, además de los soldados que se encontraban junto a sus compañeros, bajo unos soportales había otros ocho soldados franceses, listos para sofocar al instante cualquier intento de levantamiento. Y para empeorar aun más las cosas, las gentes del lugar sentían un verdadero odio por los piratas, por lo que de esta parte no cabía esperar ninguna ayuda.

Manolito se estaba impacientando, como a el mismo le estaba ocurriendo, no se había dejado atrapar, para luego poder ayudar en la liberación de sus compañeros, no para ser un mero espectador de sus muertes.

En voz muy baja, se dirigió a su loro, que en estos momentos descansaba en su hombro, mientras le miraba de forma expectante:-¿Manolito, has visto algo? Mira a ver si hay algo por ahí, que nos pueda ayudar.- Y le ayudo a remontar el vuelo, para que echase un vistazo a los alrededores. O algo aparecía en los últimos momentos, o aquello iba a ser un lamentable espectáculo, en lo que lo único que lograrían si trataban de liberar a sus compañeros, era aumentar el número de muertos de la tripulación. 

Tocaba esperar, a ver si Manolito, desde las alturas, era capaz de ver algo que a el entre la multitud se se escapaba. Y sino, pues habría que morir luchando, antes que dejar que ahorcasen a sus compañeros. Morirían todos, pero se llevarían a algunos malditos franceses por delante. 

Fink hallábase cabizbajo, sintiendo la recia soga en su cuello y escuchando los insultos furibundos de la muchedumbre ansiosa de muerte, cuando un violento golpe en la frente que, si no fuera por la soga que medio lo sujetaba, lo hubiera tumbado hacia atrás.

La sangre caliente y pegajosa empezó a entrarle en los ojos, brotando allí donde la piedra le había acertado de lleno. ¡Malditos salvajes! ¡Lo iban a matar apaleado antes de lo que haría la soga!

Entonces, aún mareado, por el golpe vio cómo se plantaron frente a él dos verdugos encapuchados, ambos idénticos. Sólo cuando el tipo se dirigió a él para preguntarle por sus últimas palabras dejó de verlo doble.

Haciendo acopio de su más lamentable teatralidad Fink respondió al verdugo enfadado.

— ¡Golfo ignorante, estás a punto de asesinar al más brillante —*cough cough*— cirujano del Caribe! Estas manos... ¡Estas manos —intentó zafarse, pero las cuerdas ataban firmemente sus muñecas — han sanado miles de pacientes! ¿Qué miles? ¡Millones! Una vez extraje una bala de cañón de la cabeza de un marinero que había sufrido un desafortunado accidente, ¡y vivió! — un par de segundos más — ¡No podéis hacerme esto, gurriatos barbáricos!

Algo llamó la atención de Mark, pero cualquiera que viese la expresión de su rostro se daría cuenta que el antiguo ballenero no entendía nada.

 - Fink, ¿has visto eso? Ese tipo ha desaparecido así sin más -susurró sin girar la cabeza- ¿acaso tienes amigos de esos rarit* PLAS * Un botellazo interrumpió a Mark. 

Los pequeños cristales caían al suelo excepto aquellos que se engancharon en la barba, mientras Mark miraba al suelo sacudiendo la cabeza. Cuando volvió a levantar la mirada, la multitud chillaba y el soldado le preguntó por sus últimas palabras.

 - Nos veremos en el infierno. 

Tras su airada declaración, miró a Mark lo que le permitió la sangre que se le colaba tozuda en el ojo izquierdo.

— ¿Eh? ¿Qué? ¿Amigos raritos? Ah, ya. ¿Te refieres a esos petimetres afeminados que conocimos en...? — entonces se quedó pensativo y abrió mucho los ojos— ¿Ha desaparecido?

Aquel ave era extraordinaria. Con sólo el susurrar de su amo, Manolito alzó el vuelo, como teniendo en su pequeña mente bien ordenada la comanda de Hernando, y comenzó a revolotear sobre la plaza del cadalso. Mientras tanto, tras comentar vuestras últimas palabras, dos botellazos impactaron de pleno en el rostro y cuerpo de Mark y Fink... Los vidrios se rompieron en sus cuerpos y les provocaron gran dolor*

Entre las últimas palabras de Mark sobresalió la breve descripción de alguien que no supo concretar demasiado y Fink no entendió del todo qué quería decir. Por contra, en la mente de Hernando estaba el hecho de morir matando, aunque fuera de manera desesperada.

Pero algo extraño (y maravilloso) aconteció. La luz refulgió un poco más aquel caluroso día en Marigot.

Teniendo ya el verdugo las sogas en cada uno de vuestros cuellos, un estruendo entre el público alertó tanto a los soldados franceses como al mismísimo gobernador de la ciudad ( quien estaba sentado con su familia en primera fila). En medio de la muchedumbre una muchacha comenzará a gritar señalando horrorizada a una oxidada jaula abandonada en el suelo (junto a los espectadores, y muy cerca de la posición de Hernando). La jaula tenía la abierta, y de ella comenzó a emanar como de la nada, de una forma prodigiosa, un reguero infinito y exagerado de ratas dirigiéndose a todas direcciones (cabe decirque de la jaula salían muchos más roedores de los que podrían caber en ella...).

¡Por las barbas de San Bartolomé! -masculló el capitán al ver el gran reguero de ratas surgido como de la nada entre el público-.

¡Maldición!  ¿¡Una plagaaa!? ¡Aah! ¡Soldados! ¡Soldadooos! -el gobernador francés no sabía como actuar y su familia gritaba alertada también-.

Enseguida el público comenzó a gritar y a huir despavorido, causando en la plaza un caos demencial entre alaridos y encontronazos. Si aquel día el espectáculo era el cadalso, éste sentimiento se acababa de diluir para vuestra sorpresa. Además, la gente comenzó a ser mordida por las ratas y al mismo tiempo se oirán varios disparos.

Mientras los soldados franceses intentaban poner orden en el caos (a raíz de sus capitanes y los quejidos del gobernador), desde las alturas de algún tejado saltó ágilmente* sobre el cadalso una figura encapotada y con capucha (¿se refería a ella tal vez Mark?), quien con gran habilidad cortó la cuerda de algunos de los condenados con un cuchillo; al mismo momento se giró para evitar un golpe de la culata de un mosquete procedente de uno de los soldados franceses...

La figura comenzó a luchar contra algunos soldados de la ciudad sobre el cadalso...

 - ¡A ese me refería, Viejo! -bramó- ¿¿es un pertismeister afeminado de esos que mencionabas??

Mark no entendía nada. Pero no iba a desaprovechar la oportunidad. Intentó meter la barbilla en el hueco que dejaba la soga sobre su gaznate, pero estaba demasiado apretada como para deslizarse. Las manos atadas tras la espalda no ayudaban mucho.

 - ¡AAARRRRGGGG! Desatadme las manos, piltrafas -rugió a los prisioneros que el encapuchado había soltado- ¡esas posaderas francesas van a probar la punta de mi bota!

El cuerpo de oso de Mark se removía como un animal amarrado a un árbol. Mañoso poco, bruto mucho.

Soltaba patadas al aire cuando veía que algún soldado pasaba cerca de él.

Fink observaba sin dar crédito el devenir de la situación, con ratas y encapuchado incluido. Luego miró al tipo misterioso que peleaba con una agilidad pasmosa contra los soldados franceses, entrecerrando los ojos para ver quién carajos era.

— Uhhh... Pues no, no es uno de los que yo tenía en mente, me temo. — respondió a Mark.

Entonces se dio cuenta de que podía aprovechar el caos para escapar y también reaccionó, tironeando y forcejeando con las cuerdas.

— ¡Vamos Mark, muchacho! Yo te sacaré de ahí, mi peludo amigo, y me deberás una. Ya casi me he soltado, ¿ves? Sólo un poco más... — decía, pero lo cierto era que se estaba liando más en las condenadas cuerdas, y para colmo a poco estuvo de perder pie y quedarse colgado por el cuello, ahorcado por su propia inutilidad. — Ugghhh — concluyó elocuentemente cuando él mismo tiró involuntariamente de soga del gañote.

Aquella era la oportunidad que Hernando estaba esperando. Algo extraña, aquellas ratas que salían sin parar de una jaula, donde sin duda no podían entrar, era cosa de brujería. Y aquel ágil encapuchado que luchaba contra los soldados. ¿Quién podría ser? Pero las oportunidades, no están ahí para desaprovecharlas, y aun menos cuando la vida de los compañeros están en juego. 

Así que se acerco con sigilo hasta uno de los soldados, lo que consiguió sin que este se percatase y le soltó un fuerte golpe con su sable por la espalda. Atravesándole y haciendo que cayese al suelo. A continuación se acercó con cuidado a sus compañeros para desatarles con el sable. 

Trata de pasar desapercibido, moviéndose con cautela, para no llamar la atención del resto de los soldados, aunque tras su ataque, esto no resultará sencillo.