Partida Rol por web

El mar moja tus largas barbas, mientras boqueas en busca de aire. A lo lejos, las llamas de tu drakkar ardiendo iluminan probemente la escena. Los cadáveres de tus compañeros pueblan el agua, dandole el aspecto de una morgue. Bendices a los dioses, que te dieron esa facultad de defenderte del mal y del dolor de los golpes. Mientras, aferras con fuerza tu espada y te sirves del escudo para flotar como puedes directo a la costa.

Después de duras brazadas, te recibe la calidez de la arena y la bendición del sueño.

Respiro honda y pesadamente. Claro no es la primera vez que casi me ahogo pero nunca es agradable.

-Benditos sean Odin y todos los Aesir.

Después de un tiempo breve tumbado me levanto.

-¡Hermanos! ¡Ulf, Ynglard podeis oirme!

Camino por la costa en busca de algún superviviente. Posteriormente al ser consciente de mi situación:

-"Será mejor que me mueva, si esos bastardos vienen en busca de algún botín varado no quiero que me encuentren."

Me muevo hacia el interior.

A lo lejos, detrás de la línea de costa, divisas suaves colinas aderezadas con bajo sotobosque y matorral. Cada cierto trecho se ven árboles raquíticos cubiertos de musgo por todos lados. La escena te extraña, pero tu cerebro, dolorido después del combate, las asimila sin pensar demasiado. Aún más lejos, donde las colinas tapan tu vista, divisas espirales de humo enroscándose y fluyendo de puntos muy cercanos.

A tu mente adormacida por el dolor, llegan imágenes y flashazos con los últimos instantes de tu barco y tus compañeros. Fueron masacrados vilmente en la noche, atacando amparados en la oscuridad con botes y barriles de aceite. No fue una muerte noble ni honorable, digna de los guerreros que eran y que nunca volverán a ser.

Un rugido de furia surge de tu garganta al sentirte ultrajado, y entre lágrimas elevas una silenciosa plegaria a los Aesir para que tus hermanos de armas puedan gozar ya de las delicias del Valhalla.

Camino apesadumbrado hacia las hogueras, me enjugo el llanto. Un guerrero no debe llorar, no me educaron así, en mi casa un momento de debilidad se catigaba con toda la dureza y así lo hago, me golpeo y con la espada me hago un corte, mi sangre cae al suelo. Mientras recorre mi cuerpo la siento no solo mia, es la sangre de todos los caidos, hermanos y compañeros.

-"¡¿Qué haces idiota?! no es momento de lamentarse, no es momento de flaquear, no ahora."

Intento convencerme aunque esas palabras no suenen más que a patrañas...

-"Tengo que sobrevivir, dar la noticia a sus familias, reunir unos pocos hombres tan locos como para seguirme y vengarles"

Miro el humo de las hogueras, lo contemplo, casi lo paladeo tomándome por un momento un respiro para calmar mi ánimo.

-Espero que sean amables aquellos cuyo fuego veo, no quiero matar a nadie para calentarme y comer, hoy no, aquí no.

Avanzas en contra del cansancio que te impulsa a tumbarte donde puedes y a dormir por siempre. Sin embargo, algo en tu interior te impide hacerlo, te impulsa a seguir adelante sin miedo. Tus pasos devoran la distancia que te separa del humo, a través de arena y colinas.

Cuando ya tu cuerpo se niega a avanzar, tus oidos registran voces en un idioma que no conoces.

 Agudizo el oido por si puedo al menos distinguir el idioma, echo mi cuerpo al suelo y me arrastro cautelosamente sin hacer ruido.

 - ¡Que no sean ellos, por Odin! No creo que pueda huir y mucho menos entablar batalla en este estado.

 En estos momentos por mi cabeza pasan las imágenes de una vida pasada, de una vida que ya no es la mia. Sólo una cosa se mantiene en mi ánimo

 - Huye, no mires, vive hoy, no sirve de nada perder tu vida sin llevarte las suyas contigo. Si he de vengar a mis camaradas será mejor que esté plenamente recuperado.

 Me alejo de la zona, procurando ir hacia el interior, y alejandome de las hogueras. Busco una cueva donde pasar la noche, si no hay (o no la encuentro) me tiro al raso y duermo agotado, vencido por el cansancio y el dolor.

La lengua despierta sentimientos poco recomendables en tí. Son los cantarines sones que escuchaste pocos instantes antes de que tu barco fuese asaltado y quemado.

A pesar de que eres consciente del ruido que haces al arrastarte, nadie te da la voz de alarma ni el alto. Parece ser que están demasiado ocupados hablando entre ellos en un idioma que ya empiezas a odiar.

Sin dificultad, oculto entre la maleza, puedes observar a un dos guerreros hablando, mientras beben de enormes jarras y cocinan una presa pequeña. Al lado, otros dos duermen, ajenos al posible peligro que les acecha.

Tu estómago ruge con fiereza, y la bestia que constituye tu interior clama venganza. Sabes que no te sería difícil acercarte y degollarlos.

Mientras tu mente divaga, uno de los normandos se levanta y anda tranquilamente hacia tí, lejos de la protectora luz de la hoguera. A pocos pasos de tí, para y comienza a orinar, cantando suavemente. A cada palabra, tu ira crece por los malditos sones de su voz.

Me levanto sin hacer ruido. Como el lobo que acecha a su presa, me muevo hacia el enemigo, calmado, tranquilo, paladeando su sangre antes incluso de que brote. Aferro con fuerza mi espada pero todavía la tengo abajo, no quiero que un posible destello descubra mi posición.
Una última mirada atrás para cercionarme de que no tengo invitados indeseables y ataco.

El pobre desgraciado levanta las manos en un infructuoso intento de defenderse, pero tu espada secciona sus dedos y su garganta. Con un gorgoteo cae al suelo, muerto antes de parpadear. De su cuerpo salen sus heces y excrementos, que manchan la tierra que ibais a invadir tus fenecidos compañeros y tú.

Afinas el oido para ver si en el campamento han oido algo, pero los sones de lo ronquidos y de la comida haciendose no indican anda.

Mientras la sangre salpica mi cara sonrío sádicamente. Sin perder un segundo arrastro el cadáver al interior de los matorrales y lo registro, introduzco mis manos en todas y cada una de los orificios que muestren sus ropajes.

-"Tranquilo, tus compañeros pronto se unirán a ti al otro lado"

Susurro mientras lo desvalijo.

Apenas hay unas monedas de cobre, aunque sí hay una daga y unos brazales de cuero. Su torso luce una pequeña armadura de cuero que te quedaría enorme, con lo cual, poco protege y más te complica la vida para golpear. En la cabeza luce un pequeño frentón, más similar a una corona que a un yelmo. Sin embargo, algo te llama la atención: sus ropas están secas y parecen cálidas.

Sin pensármelo dos veces, me pongo sus ropas, el calor (gracias a Odín) desentumece mis articulaciones, enfundo la daga y me cojo las 6 monedas de cobre. Tras colocarme también la armadura de cuero, cojo mi espada, cojo el escudo y me dirijo al campamento enemigo, el hambre y la euforia provocada por cobrarme la primera vida de los asesinos de mis hermanos, aceleran mis pasos que no dejan de ser lo más silencioso posible.

-"Uno fuera, solo quedan tres"

Sigilosamente te acercas al cocinero, que ni siquiera es consciente de que estás detrás de él. El olor de la carne cocinándose te llena las fosas nasales, y hace que tu estómago ruja y tu boca salive. El hambre y la sed son cada vez más patentes por la presencia de la comida. y lo mismo parece aplicarse al normando.

Me acerco cada vez más rápido, por un momento olvido que estoy en desventaja numérica.

-"Dos durmiendo y uno cocinando, es ahora o nunca"

Salto como una fiera ambrienta (y en estos momentos es lo que soy) y le asesto el primer golpe al cocinero.

De nuevo la espada surca el aire y corta algo más que eso. El desgraciado se desploma con un pequeño grito, con tu espada clavada hasta la dentadura. Los sesos y la sange te salpican, y un estremecimiento por el golpe recorre tus brazos y tu torso. Sin embargo, te sientes bien. Ya van dos muertos.

Mientras te regocijas por la muerte de ambos, un ronquido excepcionalmente fuerte se saca de tu ensoñación. Entre las mantas, el otro desgraciado se gira en sus mantas y respira profundamente. El otro durmiente, ni siquiera respira fuerte.

Me giro sobresaltado por el ronquido del futuro cadáver. Me giro a los normandos que están durmiendo, camino hacia ellos observándoles, degustando la inminente victoria. Avanzo con pasos quedos como la madre que al pasar al lado de la cuna de su hijo no quiere despertarle. Guardo la espada y tras taparle la boca al primero de ellos le degollo con un rápido movimiento. Para el segundo tengo preparado algo especial, si mis hermanos, sangre de mi sangre, murieron ahogados, él no va a ser menos. Le tiendo una cuerda alrededor del cuello y aprieto con todas mis fuerzas. Cuando deja de moverse le corto el cuello pero despacio, disfrutando. Posiblemente sea poca la sangre que se ha derramado a cambio de la vida de mi familia, pero por esta noche será suficiente.
Me acerco a la cerne hecha, miro hacia atrás con el rostro impávido:

-"Niños es hora de la cena"

No puedo evitar que en mi rostro se dibuje una sonrisa. Ceno y bebo,por fin puedo dormir.