Partida Rol por web

Tarja sonrió divertida ante el comentario de la adicción. -Gracias Ingvild, eres un cielo.

A la Toreador le gustaba ser buena anfitriona, y también cuidar de las personas de las que en cierto modo, se sentía responsable. Por ello se tomó un instante para valorar el estado general de la bibliotecaria antes de aceptar su invitación. Solo en caso de que sus invitados hubiesen sido muy comedidos, se habría servido del cuello de la joven bibliotecaria. De no ser así, recurriría a su bendita nevera, como la noche anterior.

-Te lo agradecería -respondió ante la propuesta de investigar los préstamos a partir de las bases de datos.

Había algo más que le resultó extraño, aunque tal vez no fuese nada. Tenía esa percepción seguramente porque la pasada noche estuvo cargada de sucesos increíbles.

-¿Un viejo? -se quedó pensativa un instante-. Los ancianos son muy madrugadores, como si fuesen conscientes de la cuenta atrás en sus vidas y quisieran competir ganando tiempo al propio sol. -Rió despreocupada al darse cuenta de que había expresado sus pensamientos en voz alta. -Este hombre que viene tan pronto, supongo que lo hace después del amanecer. ¿Verdad? En horario abierto al público. ¿Has visto algo inusual en él o en sus manos? ¿Puedes hablarme de su aspecto físico, como su cabello o si tiene barba?

En ese instante sonó su móvil y leyó el mensaje. Luego miró a Ingvild esperando sus respuestas, tras las cuales se reuniría con Aksel y Ellinor.

No tardó en regresar junto a sus compañeros.

-Creo que deberíamos partir ya para asegurarnos hablar con el Príncipe antes de que comience el evento. Pienso que hemos de explicarle todo, pero llevarle solo el anillo. Irina no está y prefiero que por el momento no quede expuesto -no mencionó el cuadro pero era evidente que se refería a él.

Tarja tenía un estudio en el piso superior que utilizaba como taller de pintura y pequeña biblioteca personal. Allí pintaba y guardaba sus obras. Ahora, dispuesto entre sus cuadros, se ocultaba otro más, y allí permanecería si todo iba bien, hasta su regreso.

-Solo una cosa más...- añadió pensativa-. ¿Puedo ver el anillo? Tal vez sea una tontería, pero he recordado que el invitado del Trémere, el señor Moser, lucía uno enorme en su mano la noche que le conocimos.

La joven compararía la alhaja de su recuerdo con la que sostendría en breve. Tal vez llegase a alguna conclusión. Luego lo fotografió desde varios ángulos y lo devolvió.

Les acompañó hasta la puerta, tras asegurarse de quedar debidamente cerradas las cortinas y persianas. Después conectó la alarma, cerró con llave y les guió no hasta la furgoneta aparcada, sino hasta su propio coche. Esperaba hablar con ellos durante el trayecto de cómo exponer al Príncipe la situación de lo acontecido la pasada noche. 

La anciana se tambaleó un tanto, y con una mirada soñadora, se dejó caer sobre aquel vetusto y sucio banco al que tanto había criticado minutos antes.

Ingjald pudo comprobar como Dika regresaba de los lavabos —aún más sucios si cabe que el banco— con la ligereza de quien acaba de alimentarse hasta la saciedad.

Una tercer silueta apareció por el extremo opuesto de la estación. Separados por las vías del tren, Sarah les contemplaba con una sonrisa de oreja a oreja al tiempo que se limpiaba de la comisura de sus labios un fino rastro carmesí.

—¿Todos satisfechos? Si no nos apuramos, llegaremos tarde a la reunión con el jefe.

Tras lo cual dió unos pasos hacia atrás para tomar carrera y se lanzó por sobre las vía del tren en un salto digno del hombre araña, aterrizando a medio camino entre los dos cainitas.

—¿Qué? Las cámaras no funcionan. De eso me encargué durante mi primera visita a la cabaña de Ingjald. Aún nadie ha venido a repararlas.

Ingvild estaba anormalmente pálida. Resultaba evidente que los dos besos precedentes le habían debilitado bastante. Aún así, exclamó entusiasmada.

—Venga, Tarja, sólo una probadita —propuso sonriendo con coquetería, dejando al descubierto el blanco de su cuello.

Comenzó a describir al viejo del arte mientras aguardaba a que la toreador se decidiera.

—De verdad, se vé como Jack Nicholson en Los Infiltrados. Calvicie de hombre, el resto del pelo gris y desprolijo, barbita candado igualmente desprolija. Tiene una colección de lentes más variada que la mía —rió con ganas al recordarlo— Es un desastre. Viene en bata a la biblioteca... ¡en bata! Pero no, Tarja, te aseguro que no es... uno de ustedes, ni nada que se le parezca. Toma café y fuma sin parar, y suele abandonar el edificio al mediodía  —añadió como conclusión a su razonamiento.

Ellinor ofreció el anillo a la toreador, quien lo examinó atentamente.

Todos fueron capaces de identificar los símbolos que llevaba grabados en el aro como runas nórdicas. El anillo consistía en dos pequeñas piedras de algo parecido a la obsidiana y una piedra algo más grande y prominente, cuyo color verde recordaba al jade. 

Sonrió quedamente, y se tomó unos segundos para pensar en lo que estaría por acontecer. Las incógnitas que se planteaban podían ponerle nervioso, pero por ahora mantenía un talante sereno. En principio poseía coartada, y había 'intentado salvar los cuadros y seguir las órdenes de la Primogénita Toreador', así que esperó que todo quedara en una declaración como testigos. Habría que ver hasta qué punto se tensaba la cuerda con el Sheriff, pero no quedaba otra que pasar por ello. No se planteaba ni en broma no asistir, pues eso le señalaría a ojos de muchos, y supondría su final

Así que sin más mudó la sonrisa por una fina línea en sus labios que denotaba frialdad. -Vamos -dijo, escuetamente, con la intención de dirigirse ya al Elíseo de los Camarilla

Mientras entregaba el anillo a la Toreador, aprovecho para revisarlo otra vez. No consiguió recordar si había visto ese anillo en otro lugar. Parecía que el anillo no era un simple anillo decorativo, parecía que tenia algún significado a mayores. La malkavian fijo su mirada, concentrándose en las runas grabadas tratando de asociar estas con algo conocido, puede que un orfebre famoso. Trato de buscar algún hilo, por fino que fuera, del cual tirar en busca de más información.  

Dika sonrió de medio lado con un encogimiento de hombros. A él le importaba más bien poco si su amiga queria hacer un numero de trapecismo sobrehumano en las vías de tren. El asunto de la mascarada no era una de sus responsabilidades. Y si ella queria confiar en que no había cámaras a parte de las que conocía, adelante.

-Eso es divertido- comentó mientras se ponían en marcha. -Yo me lleve la cena al baño con la excusa de que la cámara no debía vernos fumar hierva.- Lanzó una mirada al inútil aparato.

¿Que se les vendría ahora encima? Suponía que aguantar más y más egos. Esperaba que la reunión estuviese tan encauzada con formalidades que no tuviesen que hacer nada más que asentir y decir "su excelencia tiene razón, "sí señor", "no podría haberse dicho más claro" y comentarios similares.

Si terminaban pronto con la charada, podría entregar la carta de la toreador y sería al fin libre. Tenía muchas cosas que hacer. Como por ejemplo averiguar que se escondía tras los eventos sobrenaturales del Sognsvann.

Un brillo verdoso atravesó los ojos de Tarja mientras sopesaba la tentación.

-La próxima ocasión -sonrió a Ingvild. Era mejor su sangre que la almacenada en la nevera, pero no quería dejar a la chica más mustia que una planta sin riego.

Se acercó a la cocina seguida por la bibliotecaria, que relataba el aspecto del afanoso lector. Bebió una copa y rió. La rubia era muy divertida. Barbita candado. ¿Qué demonios era una barbita candado? ¡No lo había oído en su vida! Pero era muy gracioso, sin duda.

-Gracias Ingvild -suspiró todavía con la sonrisa dibujada en sus labios-. Está bien saber que Jack Nicholson anda por aquí, infiltrado -le guiñó un ojo y se dirigieron junto a los demás para salir todos del loft.

-Gracias Ellinor -cogió el anillo que la Malkavian le entregaba para examinarlo con detenimiento. No había pasado mucho tiempo desde que viese al señor Moser, pero con la intensidad de los acontecimientos parecía que de aquella noche hiciese una eternidad.

Después de analizarlo se lo entregó a Aksel.

-Me gustaría saber tu opinión -sonrió al Ventrue, apoyando una mano en su hombro. Luego miró a ambos. -¿Recordáis cómo era el anillo del señor Moser?

Aksel cogió el anillo de los finos dedos de Tarja. Lo ojeó con expresión de ignorancia. Puso cara grave, y le dio unas vueltas. En cierto momento casi pareció que lo oleria o se lo meteria en la boca para saborearlo, pero no. Claro que no.

- La verdad es que no me dice gran cosa. Aunque...

Aksel iba sentado en el asiento del copiloto.