Partida Rol por web

Aksel mira a Tarja unos largos segundos en silencio, como cavilando la situación, de manera fría. Su inexpresividad y su alargado mentón y el cuello hacia delante, como si la cabeza pesase muchisimo, le da un ligero toque equino, un tanto tozudo. Entonces, parece recapacitar.

-No, no me preocupaba el sofá, presisamente. Pero ha sido un atrevimiento por mi parte. Y no queria molestar.

No sabes por su tono si son palabras amables para dejarte espacio a una elegante escapatoria, si es que se arrepiente realmente, si le has "decepcionado" o es que simplemente, pues eso, no queria molestar.

La noche, sus terrores y sus promesas —vacilantes, al menos para dos de los tres vástagos— daba paso al día.

Y con el día llegaba el letargo, aquella bienvenida tregua al devenir de las aciagas peripecias en el bosque. 

La noche, sus terrores y sus promesas —vacilantes, al menos para dos de los tres vástagos— daba paso al día.

Tarja guardaba recuerdos aciagos, pero las pesadillas eran una de las cosas que se habían esfumado tras su transformación. Tal vez aquella noche... 

Entonces advirtió una luz intempestiva que perturbó la oscuridad de la habitación. A un lado, sobre una mesa de luz, advirtió el origen de tal indiscreción. Cogió el celular y leyó. Habían dos mensajes. Uno rezaba escuetamente

¿Estás bien?

Era de un admirador de su obra, frecuente visitante de sus exposiciones locales. Sebastian. Había intentado acercarse a ella, sin adivinar la naturaleza de la artista. Considerando lo tardía de aquella comunicación, Tarja no pudo evitar preguntarse a qué se refería. Sin embargo fue el segundo mensaje el cual despertó su curiosidad.

Señora Rolvsson. Tengo que entregarle una carta para usted de parte de una mecenas. Creo que puede ser un asunto importante y urgente. Por desgracia soy una persona muy ocupada y solo podría hacerlo durante la siguiente madrugada. Cualquier lugar del centro de la ciudad me vendría bien. Un saludo

El número no estaba agendado, pero no hubiera importado. El largo letargo se apoderaba de la vampiresa, quien comenzó a sumirse en aquel frío descanso, única concesión —¿o tal vez tregua?— otorgada a los de su especie. Antes de que sus ojos se cerraran por completo alcanzó a mirar la pantalla de su teléfono celular por última vez: habían tres nuevos mensajes sin leer.