Partida Rol por web

La pelirroja no respondió a tu elogio, más pendiente de las características del establo. Avanzaste unos pasos hacia la derecha, donde te pareció ver un lugar mejor resguardado y menos sucio. Tu caballo se hizo el remolón, nervioso. No era un palacio, pensabas.

-No me gusta- Brevea no se movió del sitio, atisbando en la oscuridad. A ti, unos pocos metros en el interior, te cayó algo en el hombro. Una asquerosa araña del tamaño de una pequeña taza, que se despeñó hasta el suelo,  tus pies. Otra más se posó en tu cabeza. Aparecieron más desde cualquier rincón oscuro acosando a tu montura y bailando alrededor de tus botas. A la vez, varios ojos amarillentos os enfocaron envueltos en penumbra. 

De pronto, algo saltó sobre ti. Un animal rabioso maullando igual que un demonio. Un gato norme. Y luego otro. Y otro más se colgó del cuello de tu caballo. Y un cuarto se lanzó sobre Brevea. Todos ellos de hirsuto pelaje gris, sus maullidos rechinaban en tus oídos.

- A mi me da igual dormir en cualquier lado y tampoco voy a hacer ascos ni a la cerveza ni la carne. - comentó de pasada Arvak. Los establos estarían bien, lo que puede soportar un caballo también lo podría soportar él.

Viendo que Arkra ya había pagado, asintió con la cabeza y le siguió. La próxima ronda iba a ir por su parte, el Conde era generoso y un buen hombre y no tenía problema de dinero.

-¡¿En los establos?! JAJAJAJA. ¿Habéis oído? -un coro de risas desagradables y burlonas de los otros clientes se unió a las carcajadas sarcásticas del tabernero, que solo cesaron por cansancio o por vuestras caras de enfado. Para entonces la moneda de Arkra ya había desaparecido.

El establo y la penosa cena os parecieron bien. Al poco, una chiquilla sucia y vestida con harapos os trajo una bandeja con cervezas y cuatro humeantes cuencos llenos de un caldo grasiento y trozos de carne negruzca. A Zeleria todo aquello le daba mala espina, algo no encajaba, y sus sentidos estaban por completo en alerta. Antes de que pudiéseis degustar semejante manjar dispuesto a la mesa, se plantó delante de vosotros una de las tres mujeres, la más alta, poco agraciada, de pelo escaso y pajizo, rasgos arrugados pero semblante alegre, y una mirada en la que lucía una clara y arrogante ebriedad. Vestía una larga y sucia túnica azul, que desentonaba con el lugar, sus mangas pringosas ribeteadas de un descolorido hilo rojo; no llevaba calzado alguno. 

-¡Desventurados viajeros! Vuestras miradas perdidas claman la oscuridad que envuelve vuestras almas y destino. Leo la falta de Fe en vuestras expresiones blasfemas. Necesitáis mi bendición, mi consejo, tanto o más que los que aquí desperdician vida y cuerpos. Os lo daré. Pero no gratis. Oh, solo por una jarra de cerveza.

Aquel esperpento se lo decía todo. La paranoia de vuestra interlocutora se dejó ver en sus ojos desquiciados. No os dio siquiera tiempo a responder. Sacó de su funda la daga que llevaba al cinto y la alzó amenazante. La clientela no movió un dedo ni se alteró. Las otras dos mujeres morenas de piernas de flamenco sonreían pidiendo guerra y el tabernero dale que dale al viscoso paño repleto de grumos asquerosos.

- ¿Que no me ofrecéis ese trago? ¿No? ¡Os bendeciré igualmente! -aulló la loca. Y se lanzó a por Zeleria, la más cercana a ella, puñal en alto y soltando babilla por su boca entreabierta en una mueca feroz. 

Zeleria empezaba a sospechar que no debían probar bocado, cuando aquella mujer de bajos instintos acudió a ellos con una verborrea insoportable. La cimmeria escuchó impasible lo que tenía que decir y cuando está, de forma sorpresiva lanzó puñal en alto hacia ella, se sobresaltó. Realmente no esperaba aquella reacción, pero aún así trató de reaccionar. 

Retrocedió haciendo chirriar su silla contra el suelo y trató de ponerse rápidamente en pie para esquivar aquel ataque. Su siguiente instinto sería el de golpear duro a aquella maldita demente. Sería un golpe rápido, con el puño cerrado y al mentón, de los que dejan sin sentido de buenas a primeras.

-¡¡Aquí tienes tu trago, espantajo!! - Me incorporé ligeramente mientras la rubia cimmeria intentaba evitar el puñal y lancé el contenido de mi jarra a los ojos de la ramera.  Suficiente ayuda para que Zeleria diese buena cuenta de ella, no me preocupaba.

Volví a sentarme en mi sitio, más interesado en la extraña reacción, o falta de reacción, de la clientela, el posadero y las otras putas.  -​​​​​​No la mates.  Quizá haya algo de verdad entre sus balbuceos.  ​​​​​​No había probado bocado todavía.  La carne seca ya había resultado un duro desafío para mi estómago y el guiso no era en absoluto apetecible.

¿Gatos tigre? ¿Aquí? Pensaba que solo era rumores y leyendas… y aún así, los situaba mucho más al norte…

Dardo no sabía si le daría tiempo a alcanzar su maza en las alforjas de Uva, pero era prioritario salvar a los caballos… y bueno, a Brevea, pero ella podía cuidarse sola. Dando un alarido que sonó infantil y precipitado hasta en sus odios, Dardo se lanzó a la refriega, tratando de alcanzar en las partes blandas a aquellos gatos. No era necesario matarlos, solo magullarlos lo suficiente para que huyeran… a no ser que tuvieran mucha hambre, claro.

¡Aguanta Uva! – gritó. – Me ocuparé de esos gatos. Brevea… ¿estás bien?

Después de ese corto monólogo, ya no hubo sino zarpados y golpes y rociadas de sangre por doquier.

Arvak prácticamente ni se inmutó cuando la ramera se dirigió a ellos soltando su verborrea. En cuanto alzó el cuchillo movió rápidamente su brazo para sujetar el de la mujer e inmovilizarlo.

- ¿Quieres una cerveza? Te daré la mía, pero a cambio de que me respondas alguna pregunta.

Miraba a los allí congregados por si alguien fuera a tener alguna reacción fuera de lugar.

La pobre mujer tuvo poco que hacer con los tres aventureros. El brazo fue interceptado e inmovilizado, la cerveza regada en su cara y ojos. Zeleria se apartó veloz igualmente y después sin esperar a más descargó su puño contra la atacante. Solo quería noquearla pero o bien la fulana tenía un cuello muy débil o la cimmeria no frenó su fuerza. Se escuchó uh crack procedente de su cuello y el cuerpo de la mujer no se desplomó del todo sobre el suelo ya que Arvak la sostenía por el antebrazo.

Tras un silencio absoluto de segundos, el sonido de címbalos y una flauta ocupó el interior de la deprimente taberna. De pronto, todo el mundo se puso a bailar. Eso no fue lo peor: las cabezas comenzaron a berrear y emitir gemidos y lamentos en un idioma que no conocéis, gutural y ronco, clavando sus pupilas lechosas y muertas en vosotros.

Aprovechando el desconcierto, una de las putas se acercó, danzando, a Arkra. Sonriente, le abrazó y ciñó su cuerpo al suyo. Olía a sudor y su aliento a tumba. Quería bailar con él. –Habéis matado a mi hermana. Esto aumenta la cuenta, cachorrito –dijo sin soltar la sonrisa de su fea y maloliente boca.

Los cuatro tunantes de aquella mesa se pusieron en pie de un salto blandiendo sus espadas, a uno de ellos se le cayó una bolsa de las manos, desparramándose su contenido en la mesa y el suelo aceitoso: un montón de monedas de oro. El posadero comenzó a azuzar a todos los parroquianos, y todos a una, danzando como diablos al ritmo de la frenética música, se abalanzaron sobre vosotros.

La pelea se estaba poniendo fea, pero no hay gato que ocho vidas tenga ni palo que lomo no curta

- ¡Acercáos si queréis que desparrame vuestras entrañas por el suelo! - Les amenazó.

Y no era una amenaza vacía, lo haría si aquellos extraños personajes no cambiaban su hostil actitud. Lo que estaba claro era que allí no podían quedarse. Por ello, Zeleria recogió su mochila y se la colgó a la espalda con la intención de salir de ahí en cuanto pudeira.

Lo que acababa de suceder le bastó a Zeleria para saber que no saldrían de allí por las buenas. Por ello desenfundó su espada y la blandió con ambas manos. Al primero que se le acercara le daría un buen tajo. También estaba claro era que algo extraño estaba sucediendo. Aquella aldea no era normal y su habitantes tampoco. No sabía muy bien que era, pero  desde el principio su actitud y sus reacciones no eran lo que se podía definir como normal.

Brevea desparramó las tripas de gato sobre tu caballo, pisoteó algunas arañas y rajó la garganta de un segundo felino. Las monturas retrocedieron, ansiosas y asustadas, y la pelirroja se le hacía difícil manejarlas a todas.

-¡Échame una mano, y larguémonos de aquí! ¡Por Mitra!

Tu maza silbó y hundió el cráneo de otro gato. Golpeó en el vientre al segundo que se lanzaba a por ti con las fauces babeantes. Uva relinchó y tiró de las correas. Casi te caes. Las arañas se arremolinaban alrededor, algunas treparon por tus botas.  

Uno de los asquerosos felinos saltó a tu espalda y clavó las uñas en tu ropa.

-¡Hay más! –gritó la chica. Aunque tú bastante tenías con los arácnidos, el animal salvaje sobre ti y a una Uva que amenazaba con huir al galope. 

Estaba claro que habíamos subestimado al enemigo… lo que parecían cuatro gatos muertos de hambre eran toda una manada (¿desde cuando los gatos-tigre atacan en manada?)

Repartió unos cuantos golpes más para crear un camino libre para los caballos y trató de sacarlos de las ruinas del establo antes de que rompieran las bridas y salieran al galope. Después intentaría ayudar a Brevea… si llegaba a tiempo

Sentí asco al verme abrazado por la repugnante furcia, lo cual provocó que mi respuesta a su estúpida amenaza no fuesen vacuas bravatas, si no un brutal testarazo en medio de su odioso rostro. El tiempo de dialogar había terminado. 

Desenvainé mi espada y lancé un par de malintencionados tajos laterales, con la intención principal de hacerme sitio mientras retrocedía hacia la entrada de la posada -¡A la puerta! - grité. Dentro de la sala, incluso unos campesinos desarmados suponían una amenaza demasiado grande.  Demasiado riesgo de verse rodeado y sobrepasado, demasiados frentes que cubrir 

-¡Fuera, fuera!.. ¡Zeleria!- desde fuera podíamos segar las vidas de innumerables parroquianos, al menos hasta que esos forajidos armados tomaran parte personalmente en el combate.

La chica había muerto de la forma más tonta posible y ahora además mi compañero golpeaba a su hermana. Para Arvak la situación se había desmadrado y podría haber terminado sin historias, ahora seguramente correría la sangre.

Se sentía mal por que la pobre desgraciada hubiera muerto. Estas aldeas perdidas no ofrecían ninguna salida a las mujeres que estaban solas y estas hermanas eran un ejemplo típico de la miseria que rodeaba estos sitios. Además era bastante normal que en sitios muy aislados las posadas no eran más que trampas para atrapar viajeros, pero no tenían cabezas cercenadas capaces de gritar. 

Alzó toda su altura y tomó en su mano la terrible maza. Con la otra mano golpeó con fuerza la mesa lanzándola contra el grupo de soldados.

- ¿Dónde demonios nos hemos metido? - Comentó mientras seguía a sus compañeros fuera.

La sangre estalló de la nariz de la furcia con el testarazo de Arkra. La mujer dio un traspiés hacia atrás. Aunque riendo. Riendo a carcajadas igual que lo hacía el resto de la parroquia que, con sus bailes, pretendía acorralaros.

Zeleria cercenó un brazo aquí y lanzó otro tajo allá cortando la garganta de uno de esos poseídos. El rojo escarlata bañó las paredes agrietadas y el sucio suelo. La gente danzaba. No se detenían. Las cabezas ululaban desgarradores lamentos como el viento helado del norte. Tal vez cantaban a vuestra muerte.

La fuerza bestial del cimerio Arvak hizo volar la mesa golpeando a los cuatro rufianes, en apariencia los únicos armados. Derribó a un par y detuvo el avance de los otros dos. Tiempo, el que necesitabais para alcanzar la salida. Las espadas de Zeleria y Arkra junto con la oscilante maza gigantesca de Arvak se opusieron al griterío, cánticos y carcajadas locas de la endemoniada clientela que como poseída embestía con brazos y manos igual que garras nacidas del infierno.

Quedaban solo unos metros para alcanzar la puerta cuando el fornido tabernero saltaba desde la barra con sorprendente agilidad, caía sobre una mesa que se resquebrajó con su enorme peso y se impulsaba de nuevo hasta cortaros el paso situándose delante de la salida. Y no solo eso, que giraba sobre su cabeza una enorme cadena de hierro a modo de mangual de la que colgaban más cabezas parlanchinas.

-Habéis mancillado esta casa. ¡Vida por vida! –chilló con una voz que podría ser la del mismísimo diablo.

Tienes un -1 a todas las tiradas. Demasiado sobrenatural la posada para tus creencias (debido a la tirada de INT)

Mientras repartías mazazos aquí y allá contra los grandes gatos que no cesaban en su ataque, ayudado por Brevea que también se esforzaba con su espada destripando bichos, ganáis terreno hacia la salida del infecto establo.

Podéis controlar a los atemorizados animales, la chica te libra del gato infernal sobre tu espalda pero las arañas se multiplican trepando por tu cuerpo. En instantes, más de una docena llevas encima, alcanzando tu cuello, tus cabellos, tus brazos...