Partida Rol por web

Una cerveza... pero invito yo, maldición. No, añade, ante cualquier gesto de protesta. Demonios, invito yo y basta.

Además, y en cuanto hay un trago cerca, huele y cata el líquido espirituoso. Lo pasa.

¿Aumento de potencia? Nah. Si fuera para volar por aquí, no estaría mal, pero ese motor tiene que funcionar a mucha altura y con demasiado frío, las dilataciones y las contracciones que debe soportar, además del escaso aporte de oxígeno, no ofrecen margen de error, así que déjeme a mi trastear con el motor, Pickwell, y dedíquese a que vuele. Será lo mejor para todos ¿no le parece?

Refunfuña. Como se atreva a tocar mis preciosos motores le parto el al... y se pierde en murmullos completamente inaudibles.

Ralph si que atiende al tema de modificar los aparatos, lo que es un tipo más o menos encerrado en si mismo adquiere un brillo en la mirada que...

Pero suspira cuando el ingeniero se opone. Luego calla.

Eh, vaya, ya viene casi toda la tropa por ahí.

En efecto, por entre la carga apilada en el pañol viene más gente, y otros salen de entre las tripas del SS Gabrielle. Da la impresión de que Field va a tener mucho trabajo muy pronto.

La petaca de Pickwell ha adquirido movimiento propio, y como es natural, reposa un rato en las manos y el gaznate de Colt Huston antes de pasar a otro.

Diriguendome a Patrick Miles, pero mirando al grupo de tecnicos que se habia congregado en torno a la conversacion y a la petaca, Enredar en el motor, no gracias, creo que no me he explicado bien, lo que propongo es la SUSTITUCION por otros de condiciones parecidas pero con mas potencia, como el R-1535 Twin wasp junior, pasariamos a tener 200cv. mas por motor, menos revoluciones, menos desgaste y mas par.

O si lo prefiere el R-1690 Hornet de 700 cv.un poco menos potente pero de la misma gama que los de serie, aun asi serian 150cv. mas por motor.

Muy utiles ambos, se ganaria capacidad de carga, volar mas rapido o aumentar el techo de servicio y dadas las condiciones climatologicas  en donde volaremos siempre es bienvenido un aporte extra de potencia. y haciendo como si tal cosa me estiro un poco la chaqueta, miro al frente y reclamo la petaca para darle uno de los ultimos tragos que le quedan. Discretamente observo la reaccion de los congregados alli, esperando la reaccion del ingeniero. 

Señor Field, ahora que hemos recuperado el calor interior que tal si me saca esa foto...

Chester ya estaba listo; había desayunado, había tomado un trago y tenía sus cámaras a punto. La gente del barco había sido muy amable al permitirle enchufar su pequeño foco. Bueno, más le valía empezar ya o, con tanta gente, se les iba a hacer de noche...

De acuerdo, a ver, empezaremos tomando algunas fotos de los miembros por separado; si son tan amables de ir pasando por aquí, por favor... ¡Ah, un poco de atrezzo! Perfecto, perfecto...

Uno a uno, Chester les va tomando del brazo y colocando entre el foco, puesto a 45º sobre sus cabezas, y una pequeña pantalla reflectora que ha puesto a su izquierda, para suavizar un poco las sombras que pudieran haber. Una vez están en su puesto, les pasa la pelliza y los pantalones para que se los pongan (no va a ser tan cruel como para hacerles estar con los abrigos bajo el foco mientras hace las pruebas de foco).

Aasí me gusta, a ver, levante un poco la cabeza, así, una pose un poco más gallarda, aaaahora ¡perfecto!

¡Click!

Uno a uno, todos van pasando ante la cámara de Chester, que trata de encontrarles su mejor perfil... lo que demuestra ser todo un reto en el caso de Gilmore, pero una estratégica recolocación del foco y inclinar un poco la capucha de la pelliza - para eliminar una sombra molesta, es lo que le ha contado al hombre - ayudan a disimular un poco sus cicatrices.

Durante la sesión Chester no cesa de bromear y contar historias, intentando que la gente esté lo más relajada posible; cuanto antes se acostumbren a su presencia y a estar constantemente frente al objetivo, más naturales saldrán las fotos y más sencillo les resultará ignorarle. Al fin y al cabo, a nadie le gusta estar ante la cámara... excepto, quizás, a Sutton, a quien apenas tuvo que dar indicaciones. No era la primera vez que aquel hombre posaba para una sesión fotográfica, eso era seguro.

Chester intenta terminar toda la operación con rapidez. Una vez ha concluido con los retratos decide tomar algunas fotos de toda la banda, pero viendo que la paciencia de algunos está llegando al límite (especialmente la de Miles, un hombre de mecha corta, y la de Dominique, que parece ansioso por ir a tomar este trago), da por finalizada aquella primera sesión.

Bien, muchas gracias a todos por su paciencia, aquí ya hemos terminado. Verán como quedan contentos, no conozco a un solo cliente insatisfecho, je je... Me encantaría ir a tomar esta copa con ustedes, pero por desgracia aún tengo que recoger todo el equipo, y creo que voy a tardar un rato.

Chester pensaba esperar a la mañana siguiente para revelar sus fotos y de paso probar el "laboratorio-nevera", a ver qué tal se le daba aquello de trabajar con guantes. Suponía que iba a ser un pequeño infierno gélido, y no le apetecía nada tener que ponerse a ello hoy mismo.

Y en cuanto a la señorita O'Connel, pues la verdad es que no tengo ni la más remota idea de donde puede estar; no la he vuelto a ver. Probablemente estará disparándole a algo... o a alguien, si no piensan dejarle embarcar - bromeó. O no, claro.

¿Y calcular de nuevo toda la aerodinámica de aterrizaje? Se da cuenta de lo que supone modificar un avión de esas características para aterrizar en superficies irregulares y con esquies en vez de ruedas? Así que el señor me propone que ponga casi cien libras más en cada ala, y que, si cogemos un trozo de hielo y se parte un tornillo de sujeción del esquí, o de cualquier lado en el aterrizaje, usemos una almohada o algo así para no partirnos el morro.

Llevamos dos Wasp R-1340-S1H1-G y nos bastan, que no hay que ganar una carrera, sino llevar a unos tipos del punto a al punto b sin escoñarnos al descender, así que el gasto en modificaciones ha sido estructural. Ja... por no hablar de los dispositivos de arranque y calentamiento, que van a baterías, tío y los ha diseñado este menda que ves aquí (señalandose a si mismo)... y me pides que lo vuelva a diseñar todo, no te jode. ¿Sabes lo rápido que se jode una pila cuando baja la temperatura Dios sabe cuánto? Si hay que calentar casi cien libras más de motor a menos 30 grados, de media, y hay que darle a la manivela de la dinamo (por no hablar de calentar la misma manivela con sopletes, virgen santísima), cada vez que queramos arrancar, espero que el señor piloto vaya haciendo pesas. Que no somos Rockefeller, tío.

El caso es que Miles está posando para la foto, en medio de la retahila, que no para de dar detalles técnicos y gesticular, y vuelve completamente loco al pobre Field, que intenta que se quede quieto. Al final la foto queda como queda, y gasta más carrete que con ningún otro.

Eso si, está disfrutando como un enano con el debate, y se ve bien que tiene ganas de tomarse esa cerveza, pero ahora con el piloto sabihondo este que...

Claro, lo siguiente será que pongamos hilo musical y alfombras rojas ...te digo. Y el gasto que ha habido solo con aislar el habitáculo, narices, para que no nos quedemos pajaritos.

Cuando ya parece que se ha calmado y Pickwell puede intentar abrir la boca, se arranca de nuevo.

Y ¿para qué aumentar el techo de vuelo? Como máximo tenemos calculado con mucha holgura que subiremos a 20.000 pies, y nuestro techo está a 25.400, que ya es bastante, joder.

Aunque el carácter de Miles parece imposible, queda bastante en entredicho por la actitud tranquila con que sus compañeros mecánicos, que parece que ya han tenido bastante trato con él, reciben sus gestos ampulosos y enérgicos, por no decir los exabruptos. Se miran entre si, como sonriendo y le palmean la espalda diciendo cosas como "venga irlandés, quédate quieto que a Field le va a dar un infarto".

A todo esto, la gente se congrega en el lado de la proa. La luz es cada vez mejor. Las nubes se van convirtiendo en claros, y cuando sale el sol, es delicioso, porque ha refrescado un poco y el día promete no ser tan caluroso como el anterior.

En total hay que fotografiar a 32 personas, así que la tarea es dura, muy dura.

Cuando uno de los recién llegados, serio y estirado, se percata de que hay rulando una petaca con un líquido elemento no muy cristiano, se envara algo más.

Por favor, repórtense, ya que van a darse al vicio, háganlo a escondidas. Nos están poniendo a todos en evidencia.

El mismo, cuando el servicio contratado por el Amherst trae comida consistente en bocadillos y refrescos variados (con hielo), además de café, te y dulces, se empeña en decir una breve oración, mientras todo el mundo (casi lo consigue) tiene que permanecer callado.

Pero la sesión de fotos pasa, y tras ella, todo el mundo sigue con sus cometidos, de los más diversos. El ambiente es alegre y distendido, quitando algún detalle, como el anterior.

Tras eso, los cuatro que quedan, pasan una estupenda sesión en el dentista. Se trata de una precaución elemental: evitar que en medio de la nada, a alguien se le infecte una muela o algo similar. Las revisiones pasan pronto para Sutton y Hirch. Sin embargo, tanto Pickwell como Field se tienen que quedar, ya que el primero tiene una caries que hay que empastar, y Field tiene nada menos que tres, una de las cuales es seguro que (según el dentista) le va a dar problemas en los próximos meses.

Y, por último, ya en el Amherst, la visita a Green, el doctor. Green parece un excéntrico. Su habitación está llena de láminas exóticas, reproducciones de cuadros inquietantes, cubistas, expresionistas. Está todo bastante desordenado, aunque él parece encontrarlo de su gusto, y no tarda en encontrar lo que busca.

Hay una salita con una pequeña camilla, un biombo y un armario de puertas de cristal con todo lo necesario para la revisión. El doctor fuma y habla, mientras trabaja.

No se cómo dar la noticia a algunos, dice chupando la pipa que, por cierto, no tiene tabaco, sino alguna otra hierba, pero me temo que a partir del día en que salgamos de aquí, tendremos que renunciar al placer de fumar. Es por el oxígeno ¿sabe? Vamos a ir a lugares donde se requiere oxígeno suplementario para sobrevivir, pero como no se tengan los pulmones en forma, la hipoxia será segura, oxígeno o no.

Ninguno de los cuatro está en demasiada buena forma, por diversas causas. El doctor chasquea la lengua y toma muchas notas en una libreta, con letra diminuta y apretada.

Bueno, bueno, pasa usted con suficiente, me temo, pero qué le vamos a hacer. Creo que podrá soportarlo, pero no haga esfuerzos innecesarios, y salga a caminar por las mañanas. Y recuerde -chupa la pipa- ¡Nada de fumar! Cuanto antes comience, mejor.

Y cae la noche. Todos tenéis el resto del día libre, hasta mañana a las 8:00. El salón es agradable, hay bebidas y se puede charlar. La gente llega tarde y cansada a sus habitaciones, y se acuestan pronto, aunque en alguna habitación se escuchan conversaciones durante un rato.

Pasado el tiempo, el hotel queda en calma.

Comprendo. Piensa un rato, mientras bebe un poco de su refresco, sin prisa alguna. Su currículo es excelente. Si está sobre la mesa es porque yo mismo lo seleccioné, pero, créame, su sexo no tuvo nada que ver. Sin embargo, debo tratar que los reparos del señor Starkweather, en contradicción con mi parecer sobre el asunto no enturbien la expedición. Así pues, debe tener paciencia. Y es posible que no salga bien. No, puede no salir bien, si es que todavía quiere venir con nosotros, ya que solamente llegaré hasta cierto punto para apoyar su candidatura.

Y, en todo caso, el hecho de que usted esté aquí, no ayuda, con todos estos periodistas por ahí, acechando. No nos beneficiaría en nada que las malas lenguas tuvieran en qué pensar. Es por eso que ha sido imprudente viniendo aquí. Y eso me preocupa. No me gusta que no sea capaz de actuar con frialdad... aunque habría que ver sobre el terreno de lo que es de verdad capaz.

Por favor, espere ese par de días que le pedí, señorita O'Connel, y no tenga duda de que le llamaré con el resultado.

Se levanta de su silla para despedirte. Tienes la sensación de que tu visita te ha hecho perder enteros en esta apuesta... aun así, es seguro que Moore es el tipo de gente que si dice algo, lo hace. Así pues, te queda esa pequeña esperanza.

Pones en el trabajo a quien puedes todavía pillar, que no se haya ido a su casa, luego, como a estas horas es imposible hacer gestión alguna (contratar un detective o similar... ) te vas a tu casa a dormir. Al día siguiente, te levantas, desayunas y acudes a tu despacho de nuevo. Whitston llega al rato. Estás mirando detectives en el listín, y acabas de concertar una cita con tu abogado para esta tarde, para que mire con lupa ese contrato.

A la media hora tu secretario te llama por el teléfono interior: no hay entrevista posible con la señorita Lexington, dice. Imposible. Im-po-si-ble. Desgraciadamente sabes que muy bien puede ser cierto. Ni tiempo le han dado para mostrar lo que debían mostrar, según tus instrucciones.

Entonces el mozo te trae los periódicos de la mañana.

- Nadie me ha visto, salvo que se vaya de la lengua el recepcionista del hotel. Soy una cazadora señor Moore, se acechar a mi presa. No he venido a estas horas porque sí ni dejándome ver. Esta bien, esperaré ese par de días, pero me temo que sucederán cosas mientras tanto de las que me mantendré al margen, pero solo hasta cierto punto también. Debería decirle a su socio que llevar alguna mujer en su expedición puede favorecer la captación de patrocinadores. Buenas noches señor Moore.

Cuando Sutton escucha a O'Doul realizar la oración, no puede evitar acordarse de su abuelo y, ladeando la cabeza, murmura a quien tiene a su lado.

No sabía que Moore iba a llevar una delegación del Vaticano en la expedición... - con una media sonrisa juguetona en la cara.

Más tarde, queda claro que el dinero de los Sutton sirve para no tener problemas con el dentista, ya que las revisiones periódicas a las que se somete dan sus frutos.

Otra cosa muy distinta es su salud en general. Su médico personal lleva meses avisándole sobre el consumo de alcohol y de tabaco y sobre las cenas copiosas a las que gusta atender Sutton y está claro que ahora se va a notar...

NUEVA YORK, 2 DE SEPTIEMBRE DE 1933, 7:30 horas.

En todos los diarios de importancia.

Esa mañana, tanto Aramiker como O'Connel, que tenían ambas diferentes motivos por estar interesados en los contenidos de los diarios de la mañana de aquel día, encontraron aquello que, seguro, estaban esperando. O'Connel se había levantado bien temprano, y había acudido al despacho de Menez, a la que encontró en pie de guerra, haciendo que los variados departamentos de su periódico trabajaran a destajo (y a saber la cantidad de dinero que se estaba dejando en ello). Whitston acababa de llegar, muy impaciente. Cada una de las tres tenía un ejemplar de algún diario donde aparecían diversas versiones de la noticia que no variaban en la información principal. Las mayores diferencias estribaban (y se prometía comenzar un serio debate público) en la opinión de si una mujer debía ir a semejantes lugares, y qué resultaría de todo ello)

NUEVA YORK, 2 DE SEPTIEMBRE DE 1933

Bien de madrugada, poco antes de despuntar el sol.

Halperin, Miles, Longfellow y Pickwell se habían ido hacía poco. Todo el mundo lo sabía, ya que a las 2:00 horas del día dos, se pudo escuchar la diatriba de Miles, explicando cosas sobre motores, cilindros, carburantes, carburadores, mezclas, temperaturas y asuntos muy de su gusto, pero que a nadie interesaban, ya que andaban más bien en el reino de los sueños, vagando por Celephais la Gloriosa, o ascendiendo por lentas gabarras por el Ukranos hacia las llanuras de Ur la Maldecida.

Semejante retorno al mundo vigil de toda la compaña valió a los cuatro expedicionarios responsables del ruido, que debían coger el tren nocturno para ir a examinar y aprobar los tres boeing 247 de la expedición, una nutrida sarta de maldiciones e improperios en diversos grados de codificación propia de la escala social de cada cual. Así pues, salieron de la planta cuarta coreados por lindezas como "malditos cabrones" y de indignados "estas no son horas, por Dios".

Se habían ido hacía poco, decíamos, y se sabía porque apenas había todo el mundo conseguido pegar de nuevo el ojo, cuando se pudieron escuchar violentos golpes en una de las puertas del pasillo.

Tales golpes vienen acompañados de una estentórea voz, bien reconocible por el timbre, ya que no por el tono, que acostumbra a ser más comedido. Pero no esta vez.

Starkweather está en la puerta de Moore, dando berridos y llamando a la puerta sin miramiento alguno, presa de la indignación.

¡Moore!, grita. ¡Muévase, hombre! ¡Ya tenía que estar despierto! ¡Moore!

Todos se asoman al pasillo, asombrados. Starkweather está en el pasillo, en bata y pijama, frente a la puerta de Moore, sin afeitar. Golpea con saña la puerta con una mano mientras sostiene un periódico arrugado con la otra. Está hecho una furia, algo poco típico de él. Tras un rato así, y sin prestar la más mínima atención a los mirones, deja de golpear la puerta y la embiste sin miramientos, dejándola abierta de par en par con un sonoro crujido.

Entra hecho un basilisco. Los que están lo suficientemente cerca como para mirar a través de la entrada, ven a Moore todavía en cama, buscando su bata y sus gafas con torpeza, mientras Starkweather berrea, rojo de furia y le tira el periódico a la cara.

¡Es ella, Moore! ¡Fue ella todo el rato! ¡Debería haberme dado cuenta! ¿Quién más podría haber sido? ¡Esa bruja intrigante! ¡Debería haber sospechado que estaba detrás del tema todo el tiempo! Maldita sea, Moore, atienda. ¿De qué otro modo podría haberme parado los pies? ¿Quién más podría haber adulterado el combustible? ¿Quién más tiene suficiente dinero como para ponernos espías? Para mandarlo todo al traste, arruinar nuestras mercancías, sabotear las grúas, envenenar las mentes de nuestros empleados de confianza, para sobornar, robar, entorpecer nuestro camino, solo para complacer sus pequeños y mezquinos deseos... ¡No lo permitiré, Moore! ¡Otra vez no! ¡Esta vez no me vencerá! ¡Demostraré a todo el mundo que no es más que una... !

Se calla. Mira a su alrededor y, por fin, se da cuenta de que está siendo observado por bastante más de una veintena de pares de ojos asombrados pertenecientes a otras tantas personas en diversos grados de desnudez. Está respirando dificultosamente. Se nota que se calma y que piensa rápidamente una decisión, una determinación ofensiva. Lanza de nuevo el periódico a los pies del desaliñado profesor y dice con voz ominosa y metálica: Avance el programa, Moore. Partimos el día 9. ¡El 9 Moore, no el 15! ¡Arréglelo!

Se le ocurre algo más.

Y Moore... ¡Quiero una mujer! ¡Dos mujeres! Muchas mujeres, todas las que considere necesarias. ¿Está contento ya?

Dicho esto, sale zumbando de la habitación, tropezando con los atónitos testigos; ignorándolos por completo, se lanza escaleras arriba y desaparece en su habitación (se puede escuchar el portazo)

Moore está en silencio, sentado en su habitación. Al principio parece tan confuso como los demás; después recoge el periódico que ha dejado Starkweather y lo mira por donde ha quedado abierto, se queda muy quieto un momento, se coloca bien las gafas y, con una seriedad de velatorio, dice: caballeros, ya han oído al señor Starkweather. hay un cambio de planes; salimos el día 9. Nos veremos a la hora del desayuno. Tendremos que trabajar un poquito más duro, me temo. Si me disculpan, debo cambiarme.

Acto seguido, entrega el periódico al primero que pilla y no dice nada más, mientras despeja su habitación de visitantes y cierra como puede la puerta, cuyo cerrojo ha quedado inutilizado.