Partida Rol por web

Una grieta, una grieta! - se apresura Charlene a gritar a los cuatro vientos, con objeto de detener el avance - Hace falta ayuda ahí delante. ¿Alguien tiene una cuerda...? - y a continuación - Seil, ein Seil. Rápido, fast, fast!!
 

Menez se quedó esperando ver a sus más íntimos compañeros desaparecer, entre los que se encontraba el amor de su vida. Se sorprendió a sí misma con un sentimiento de pesadumbre que le atenazaba el estómago al verlo partir. No le llevó mucho rato la tarea pues la ventisca de nieve los ocultó con voracidad inusitada.

- ¿Cuando se ha puesto a nevar así?- Dijo en voz alta obsrvando el extraño comportamiento de todo el mundo, en concreto a Halperin, al que ya se le había ido la olla, y que jugueteaba con algo en el bolsillo. A pesar de su estado físico y mental, Menez era un culo inquieto y, por mucho que le hubiese gustado tirarse a la bartola, sencillamente no podía. Pasó junto a Rucker y tan sólo pudo discernir una palabreja parecida a "idiota", lo cual hizo que se enervara aún más con el doctor alemán.- ¿Qué diablos está haciendo? Hable en cristiano, por dios. ¿No sería mejor que usara un cuchillo de esos que trajeron?- A punto estaba de tirarse de los pelos cuando el sentirse activa de nuevo hizo como in "click" en su cabeza.-Sr. Baumann venga aquí conmigo y ayúdeme antes de nada a evitar que perdamos todas las herramientas por culpa de la nieve.-  Como arqueóloga sabía cómo organizarlo todo para que nada se perdiera, por pequeño que fuera. Tendrían que montar rápidamente zonas para evitar que la nieve cubriera las pequeñas piezas. Locas atadas a las alas o a palos, cualquier cosa pero rápido. 

Trabajando codo a codo con Baumman, la periodista no dejó escapar la oportunidad para, de una manera más íntima y alejada de oídos indeseables, responder a sus insistentes preguntas.

- Sólo digo que Meyer ya venía sabiendo a qué nos enfrentábamos. A nosotros, al menos a la mayoría, nos ha pillado totalmente por sorpresa y así nos ha ido. ¡Joder, que esos bichos, los carambolos, ya venían descritos en el texto que Meyer tenía!*

Chester  nota un sorprendente - y confortable - calorcillo que sale de su mochila. Aprovechando que el grupo avanza con lentitud, se quita la carga y busca en su interior la fuente de aquella sorprendente calidez... aunque tiene una ligera sospecha acerca de cuál puede ser la causa.

Está a medio registrar la mochila cuando oye la tremenda algarabía que se ha formado. 

¡Maldición, maldición! Una grieta en el hielo. Y habían caído en aquella trampa mortal como unos auténticos novatos recién aterrizados en la Antártida.

Chester termina de sacar la fuente de calor - esperando que no sea culpa de la lámpara, por haberse conectado por accidente con alguna sacudida, - rehace el equipaje tan deprisa como puede y se acerca para ver si puede ser de alguna ayuda. ¿Por qué narices no habían decidido atarse para hacer la ruta hasta el edificio? Las prisas nunca eran buenas consejeras, y menos aún en aquellas condiciones.

No tengo tiempo, esto es demasiado calor y ya noto como lo tengo al lado. Sin mas perdidas de tiempo me doy media vuelta y salgo pitando a llevar a cabo el plan inicial pero sin Ralph, espero que su dios sea tan misericordioso como dicen, lo siento Ralph, de verdad, te deseo la mejor de las suertes...

Corro al trote para no sudar, pero manteniendo un buen ritmo. Mentalmente voy haciendo un repaso de todo lo que reuni antes de huir de aqui. Espero que sea suficiente, porque no hay tiempo para mas. 

Solo aminoro la marcha antes de doblar una esquina que me paro a escuchar y a observar si el suelo esta "limpio". la ultima vez que me topé con eso el suelo por donde habia pasado estaba como recien fregado.

No hay estrategias que valgan, la linea recta hacia las montañas tiene que volver a funcionarme, como en los tuneles...

Lo sabes o lo imaginas. Es la estrella. Ahora no parece esteatita. Su superficie es satinada. Refleja la luz de la lámpara como si estuviera esmaltada. De no llevar puestos unos gruesos guantes, estás seguro de que te quemaría. Las cosas alrededor de donde estaba guardada están chamuscadas, rígidas por el calor. Una lata de pemmican ha estallado y todo el interior de la mochila está lleno con su grasa licuada y burbujeante.

La ciudad, debido al brusco cambio de temperatura, parecía estar desmoronándose. Cuando salió Dominique, febril, de la sala de descanso, encontró el centro de la plaza invadido por una masa vibrátil y blancuzca. Se habría hecho un ovillo para esperar la muerte si sus sentidos no hubieran reaccionado a tiempo, dando a su cerebro un mensaje no por desagradable menos tranquilizador. El olor a pescado, animal húmedo y algas exóticas se estaba volviendo abrumador. Ahora se distinguía perfectamente la columna de vapor que ascendía por el pozo central de la plaza. Alrededor, aquella masa blancuzca se podía descomponer en millares de pingüinos completamente albinos y sin ojos que escapaban torpes de las profundidades. Anadeaban entre los escombros. Graznaban. Graznaban: el griterío cubría cualquier otro sonido. La masa estremecida de pavor se confundía con los enormes copos, blandos y esponjosos que descendían en ejércitos sobre todo. El cielo se había vuelto de un color perla grisácea, totalmente cubierto por las nubes que soltaban su carga. El suelo y las ruinas se cubrían de nieve recién caída.

Alertado por los gritos de Charlene y de los alemanes Sutton se acerca con cuidado a la zona donde está el jaleo y observa,  con cuidado de no resbalar, el agujero por donde, parece que ha caído Acacia. 

Charlene se acercó rápido, rebuscando en la mochila e intentando hacer varias cosas a la vez. Meyer estaba retrocediendo cuando se encontraron en medio del pasillo en la nieve abierto por el primer avance. Se hicieron un pequeño lío, hasta que Meyer se apartó, aplastando la nieve. El alemán sacó su propia mochila más calmoso, precavido. Charlene, por desgracia, se acercó demasiado a la grieta para hacer lo propio. Tras ella venía Pooster, tan caballeroso como solía.

La brecha en la nieve que se había abierto no abarcaba la totalidad de la grieta en la roca de abajo, así que el peso combinado de Charlene y Pooster hicieron que se agrandara y que ellos fueran también al fondo. A pesar de que se intentaron agarrar con uñas y dientes, fue rápido y brutal. Huuuus, cayeron a la oscuridad, sus linternas perdidas en el marasmo de hielo y nieve que les tapó por completo, añadido a eso, una costalada contra afiladas y duras rocas de hielo y piedra que esperaban abajo.

Chester, que venía detrás, también entretenido con algo en su propia mochila, consiguió presentir el peligro y dio un paso atrás a tiempo para evitar el desmadre que se estaba produciendo en el subsuelo.

A Sutton, que venía más tranquilo, no le pilló tampoco desprevenido. Se entretuvo, sin jamás tener ocasión de caer en la trampa, en ayudar a Meyer con una cuerda medio congelada que intentaba desenrollar.

Meyer que, junto a Sutton terminaron de agarrar a Chester para que no se enterrara vivo, como los otros, recordó que debía hablar en inglés, una vez pasado el primer momento de pánico. Traía una cuerda fina pero fuerte, con un garfio en la punta. ¡Field! ¡Ayúdenos! ¡Vamos a echar la cuerda!

A Prestley no se le veía por ningún lado.

Os dais cuenta de que todo el mundo debería haber ido encordado, y de que el primero de la fila tendría que haber ido tanteando con una pértiga, para evitar estos accidentes. Es ahora cuando recordáis las lecciones de los exploradores mientras viajabais a la Antártida...

Rucker dijo algo en alemán que no entendiste.

Entre Baumann y tú, hicisteis un pequeño parapeto con lonas para evitar que la nieve tapara la herramienta, pero la cosa no parecía ni sólida ni fiable. Intentabas recordar las lecciones de todos vuestros profesores de supervivencia durante el viaje a la Antártida, pero los nervios te impedían pensar con frialdad y concierto. Halperin se movía mucho, y también se estaba empezando a trabucar por culpa de la nieve. Iba a su caótico montón de llaves y pasaba más tiempo quitando nieve que arreglando lo que fuera que tenía que arreglar. En la tapa del motor, abierta, entraba la nieve, y no sabías muy bien si eso era lo correcto para la maquinaria.

Entonces, de dentro del Boeing, salió Miles, abrigado como si fuera un esquimal. Había estado preparándose largo rato, y ahora parecía sumamente incómodo, ya que las vestiduras que traíais no eran para las suavísimas temperaturas imperantes, a pesar del viento y la ventisca. Su intuición le jugaba malas pasadas, por culpa de la inexperiencia, y le parecía que a más nieve, más frío debía hacer.

No obstante los sudores, vio el trabajo con el avión más liado que la sandalia de un romano y se puso a la gresca con Halperin.

¡Me cago en Dios, Douglas! ¡Cierra esa puta tapa! ¿No ves que vas a provocar un cortocircuito cuando se ponga en marcha el calentador del motor? ¡Serás mangante! ¡Trae esa llave! ¿Dónde está la llave del quince? ¡Con esa no puedes soltar esas tuercas!

Halperin miraba demudado al ingeniero. Parecía a punto de estallar en una dirección u otra, pero no parecía nada bueno. Sin embargo, Miles no se daba por enterado y seguía dándose a los demonios y trasteando con la herramienta cada vez más enterrada: ahora había un pequeño crater producido por ir echando nieve a un lado. En el centro del mismo estaban las brillantes llaves, destornilladores, cajas de pequeños repuestos y demás que, a pesar de sus esfuerzos, iban cubriendose una y otra vez.

Señalando a Rucker, Baumann te explicó: parece que el geólogo está haciendo su trabajo de geología. Pretende tomar muestras de rocas del lugar. Nada importante, creo. Es un tipo desagradable, muy maleducado, añadió en un susurro, para que el tipo no le escuchara. Cuando no le interesa hace como que no sabe hablar inglés. Pero como tiene enchufes está aquí, por encima de muchos mejores que él.

En cuanto al tema de lo que sabía o no Meyer, comentó:

Pero parece que usted sabe más que yo de esto. Ya se que los bichos esos no habían pillado al jefe por sorpresa, pero unas momias son una cosa, y esos bichos vivos son otra muy distinta, por no decir eso, añadió señalando el lugar donde se entreveía a veces la luz del Faro del Fin del Mundo. Digame qué sabe, por favor*.

Tim nota como cae y la nieve le rodea. El miedo a ser enterrado en la nieve y su fortaleza le hacen crecerse y tratar de salir de de de

bajo de la fria y blanca manta de frio. 

Poco a poco nota que puede respirar y sale fuera de la cobertura fria y pesada de la nieve.maldita sea, quiero salir! He de salir, no puede acabar todo asi! Voy a volver arriba aunque me lleve todo el dia

Chester estaba a medio deshacer su mochila, con cara de asco, sacando un montón de equipo grasiento. Parecía que había tenido un pequeño problema con sus raciones, como si hubieran explotado sus latas de Pemmikan.

Tras haber puesto un poco de orden, se desata el caos a su alrededor. Gritos, corrimientos de tierra, hundimientos en el hielo... Es entonces cuando Chester se da cuenta del montón de errores que han cometido: sin encordarse, sin comprobar el terreno... Habían jugado con hielo, y se habían quemado.

Rápidamente se acerca a la grieta para tratar de rescatar a los caídos.

Agunantad! Os sacaremos de aquí!

Milagrosamente, Charlene consiguió aferrarse en el último momento a un trozo de hielo que permaneció impasible, inmóvil y estoicamente anclado a la parte de la pared que se había negado a derrumbarse. Se agarró con una habilidad que distaba mucho de aparentar, y trepó con aparente facilidad hasta donde estaba el resto, dispuesta a ayudar en lo que pudiera.

Lo que parecía que iba a ser más serio, finalmente fue poco. Pero podría haber muerto gente ahí. En realidad no se sabía muy bien cuál era el destino de Priestley, que no aparecía por parte alguna.

¿Prestley? Iba delante. Debe haber pasado por la grieta sin romper la capa de nieve que la cubría. A Acacia no le había dado el físico tanto como a Pooster y a Charlene: un montón de nieve casi la había ahogado. Al haber manos de sobra y la grieta no demasiado profunda, no había pasado mucho dentro. Estaba mojada y tiritando. Pero su rostro parecía labrado en piedra y sus ojos pequeñas cuentas brillantes por la determinación. ¡Seguimos adelante!

Menez lanzaba miradas desconfiadas hacia el amigable alemán Baumann. ¿Podía fiarse de él? Pero ahora estaba prácticamente sola y  su debilidad era que le prestaran atención y el piloto alemán parecía interesado en lo que tenia que decir.

- Está bien. - Acabó cediendo. A ella Rucker le parecía un  encorsetado alemán de palo metido por el culo y un racista. Aún recordaba el comentario que vertió sobre la sangre sucia de Moore.- Le contaré TODO lo que sé, información de vital importancia, y le aseguro que le será determinante para comprender lo que digo y por qué lo digo.- Remarcó el "todo" como si fuera algo descomunal y documentado como sólo una periodista pudiera hacerlo.- Pero antes va a tener que ayudarme con algo primero. Va a tener que traducirme del alemán al inglés, ¿entendido?*- Moore había dicho que necesitaban comprender más sobre el lenguaje escrito de los carambolos y tenían la oportunidad de aprovecharse del trabajo que el lingüista Meyer había hecho.

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Tras estar de cháchara con Baumman, Menez se volvió a poner manos a la obra al escuchar los gritos del único que le parecía cuerdo, aunque malhumorado como siempre: Miles.

- Sr. Miles, organicemos esto o acabaremos enterrados en la nieve con todo perdido. Hemos intentado poner una lona para que no se cubran las herramientas pero no hay manera. Le propongo una cosa. Usted ayude a Halperin y yo a Baumman en las reparaciones. - Así ella que no tenía conocimientos mecánicos ayudaría a Baumman y podrían hablar de lo suyo. De paso, Halperin, que parecía mal de la chaveta, podría ser "guiado" por Miles.-Cojamos todas las herramientas, guardémoslas encima nuestro o dentro de los aviones y vayamos pasándoles las que necesiten. Yo seré su mesa, por decirlo así.- Le dijo al alemán.- Usted Herr Rucker ..ejem...siga a lo suyo.- No quería tener a la mano derecha de Meyer dcerca, de eso estaba segura, aunque necesitaran una mano amiga. Desde luego la de ese no iba a ser.

Baumann apreció el gesto y la confianza, y parecía honrado y hasta caballeroso. Quizá demasiado, ya que cuando vio los papeles sacudió la cabeza. Fräulein Menez, dijo muy solemne y contristado, estos documentos no nos pertenecen. Sin duda han sido robados por Williams y han llegado así a sus manos. Sería inmoral que mirara algo que no me pertenece sin permiso de su dueño. Lo siento mucho. Estos alemanes eran muy burros para según qué cosas, y este hombre parecía un joven heredero del espíritu del antiguo imperio germano, quizá algo pasado de moda por la reciente victoria de esos socialistas de Hitler, pero aun vivo en su interior.