Partida Rol por web

Uno de los marineros, Brunnel, abandonó la camareta.

Orgelfinger enrojeció un poco más, quizá ofendido (como un chaval) por la condescendencia de Menez. También porque todos parecían fijarse en él. Entregó sus notas a la periodista.

Temperaturas. Lo que me pidió.

Había un croquis del barco. Las anotaciones, en grados centígrados, señalaban temperaturas mayores de trece grados en todos los camarotes y en todas las salas de máquinas, tanto la principal como la que había en el motor del timón, en la entrecubierta de popa del barco. También en el pasillo que iba a lo largo de la quilla.

Había otros motores, como el de la nevera que, por cierto, Peabody recordó que estaba reparada por los expedicionarios, dado que el antiguo sistema de circulación del gas había sido saboteado por el Jonás. Esos motores estaban señalados como puntos de calor.

También están todas las canalizaciones de calefacción, por supuesto, pero esas son casi imposibles de contabilizar. Atraviesan el barco de lado a lado, hacia arriba y hacia abajo, a lo largo y a lo ancho. Y debe haber momentos del día en que las temperaturas generales aumentan bastante, como cuando el sol está más alto.

Te hiciste con una lata de combustible y la cargaste hacia la bodega de entrecubiertas. Para ello el camino más lógico era ir a la sala de máquinas principal, donde estaban trabajando tus compañeros de la otra guardia. Ahí pillaste una lata y te piraste por el pasillo que corría justo por encima de la quilla, caminando por donde estaba el mismo eje de la hélice. Al final del pasillo había una escalerilla que te llevó justo al rellano desde donde se accedía tanto a los camarotes de tus compañeros como al motor del timón. Una vez en el pequeño cuarto del motor del timón, dejaste, resoplando, la pesada lata.

Había sido duro llevarla por todo el barco, sobre todo teniendo en cuenta el imponente cabeceo que provocaba esta marejadilla de Dios que teníais.

Ya sintiéndose algo mareado presa del esfuerzo que implicaba aquel acarreo unido al incesante bamboleo de aquella caja flotante en la que estaban celebró cuando finalmente terminó el tortuoso ascenso por las escalera.

-Hmpf... ahhh. -Repentinamente como si las fuerzas le hubiesen abandonado agudizó el oído intentando hacer el menor ruido posible, su movimiento era lentísimo, aquel que le viese no sabría si las fuerzas le abandonaron o si se hacía de rogar en la tarea.

Finalmente llegó a la sala de máquinas.

Webb estaba en una playa de Hawaii. Tumbado en una hamaca, con un coco helado en una mano, y la otra en el culo de una hermosa mujer. El capitán del Gabriele (porque gracias a sus esfuerzos y su dedicación y a santa conchita y demás santos... había llegado a ser el capitán) estaba rodeado por tres hermosas mujeres de exuberantes curvas. Las tres le pasaban las manos por todo el cuerpo, mientras una de ellas le acerco la boca a su oreja y le susurro...

-Quien a robado mis piedras!!!!!!!!!

Despertó con tanto ajetreo. Le vinieron unas ganas enormes de romper un par de crismas, pero decidió que era de mala educación dejar a esas señoritas solas, sin un macho al que sobar. Así que volvió a intentar dormirse para reunirse con ellas. Fue imposible.

Finalmente con cara de pocos amigos se levantó y se fue a buscar el origen de su mal despertar. Como parecía que todo había pasado, se acerco al primer tripulante con el que se encontró, Hartz.

-Richard...que coño ha pasado?

Brunel, al pasar por el pequeño vestíbulo, escuchó, apagadas por el eterno ruido de la maquinaria, las voces de Drummond, Pacquare y los demás que parecían estar registrando el camarote donde se había producido el robo de las piedras. De momento no parecían escucharse exclamaciones o cosa parecida, que pudiera tener jugo para sacudir el aburrimiento...

La sala del motor de gobierno del timón estaba... pues como siempre. El motor del timón estaba ahí, metiendo ruido, quemando diesel, aceite, con sus engranajes como de costumbre.

La parte superior del motor, la carcasa, vaya, estaba muy pero que muy cochina. Daba asquete. Tomar un trapo y pasarlo por ahí era cosa de nada y menos...

Turlow también miró el cuadro de temperaturas que mostraba el muchacho. Conforme se hacían cosas raras como esta, el primer oficial se cabreaba cada vez más.

Vamos a ese laboratorio del que nunca salen. Quiero ver qué están haciendo en mi barco. Ahí hablaremos. Ustedes también. Se refería a Peabody, que ya estaba queriendo escurrirse, y a Pickwell, que parecía apático y algo adormilado.

Se largaron, pues, de la sala común, dejando ahí a los cinco maquinistas que quedaban. Y justo a tiempo, porque en el rellano ya se escuchaban las voces de la plantilla al completo de marineros, que habían terminado sus labores y venían, apestando a sudor, a embarullar más todavía la camareta.

De fondo el sonido del viento con rachas huracanadas, el aullido lúgubre y triste de los perros. De acompañamiento a todo, fuera donde fuera, el violento movimiento de la mar.

Ahí os dejaron solos junto al muchacho, Orgelfinger y junto al ingeniero de perforación, Gilmor, el de la cara como un mapa.

Estábais Webb, Montaigne, Fitzpatrick, Hartz y Girolamo. Brunel se había marchado murmurando algo inconexo sobre una lata de lo-que-fuera. Los protagonistas de la riña, White, Beakins y Humphries, junto con el ayudante del ingeniero jefe, Pacquare y el ingeniero jefe Drummond, debían estar donde los camarotes, registrando todo.

Pronto entraron una buena cantidad de marineros cansados. No estaban todos, pues varios (venían hablando de ello) se habían hecho heridas superficiales, o se habían dado algún porrazo durante el trabajo en cubierta. Aquello se llenó de aroma a humanidad, de alientos humeantes, de caras rojas y de preguntas a los maquinistas, ya que el rumor de una pelea se extendía por el Gabrielle como la pólvora.

También apareció por ahí Miles, un irlandés emigrado a América, empleado de los paquetes.

¡Me cago en Dios, muchachos! Al ingeniero aeronáutico de los paquetes había que lavarle la lengua con jabón, del lenguaje que tenía.

¡Me ha contado el pedazo cotilla de Giles que ha habido muertos y todo! ¿Qué ha pasado, joder?

Una vez en el laboratorio, Turlow se buscó una banqueta donde sentarse. Aquello estaba petado de matraces, botellas de acetileno, frascos, instrumentos de precisión y... en fin. Cosas de laboratorios.

Ahora, Menez, diga qué están haciendo con mi barco. Qué son todas esas investigaciones.

Tras maldecir por no encontrar mejor ocupación el marinero se dispuso a tomar una gamuza y empezó a intentar retirar la suciedad de la carcasa del motor... Tal vez la labor mereciese la pena.

-Ah. Pues mira que yo habría jurado que los ópalos eran claros. No sé, ni idea. Bueno, ya sabemos qué pinta tienen. Venga, empecemos...

Ahora venía la parte dura. Drummond se había lavado las manos, estaba claro que estaría allí vigilando, pero el que tendría que arremangarse sería él. O podría hacer lo mismo que el jefe.

-Levantad los colchones, para empezar. A ver que no haya algo que se haya quedado allí debajo por casualidad. -Se secó una gruesa gota de sudor que le atravesaba la frente.- Luego seguiremos por las taquillas, si no hay nada. Preparad las llaves.

Era en este momento cuando Beakins fue plenamente consciente de que la colección de fotografías de mujeres en ropa interior quedaría al descubierto si alguien husmeaba en la caja de galletas de su taquilla. No es que no fuese algo normal, pues todos los marineros lo hacían, era una violación de su intimidad.

¿Y tengo que poner patas arriba mis cosas por que este merluzo ha perdido dos piedras y una lata de tabaco? Más vale que haya una buena explicación para esto al final...

Dijo Sidney mirando con hostilidad al marinero Humphries, no se podía creer que su "amigo" hubiera provocado una inspección por parte del jefe de ingenieros. Tom iba a dormir muy mal a partir de ahora en aquel camarote. 

No había nada fuera de lo común. Fotos interesantes las de Sidney Beakins: aquella caja de galletas tenía material de comercio carnal nuevo y estimulante. A todo el mundo le quedó claro qué había hecho aquellas dos noches de permiso que se perdió cuando atracaron en Melbourne. Otra oportunidad no había. Puede que durante la travesía del Canal de Panamá... Bonitas. Muy bonitas.

No pudo reprimirse un suspiro colectivo: pronto se recalaría en Dunedin. Decían las malas lenguas que las muchachas neozelandesas...

Todas las mentes se vieron forzadas a volver de paisajes imaginarios de lo más variado y cálido. Habían estado un rato mirando por ahí, y no había nada. De todas maneras, esconder dos piedras de ese tamaño en el Gabrielle... pfff... era pan comido.

De las estanterías que había cerca, donde se guardaba la herramienta necesaria para mantener y, si hacía falta, desmantelar el motor, tomaste un gran paño de gamuza, todavía bastante limpio.

La roña salió con facilidad. Casi parecía una capa de pintura que no se hubiera quedado pegada a la superficie. Era raro. Te picaba la mano. Guardaste el pañuelo en el bolsillo distraído para mirar qué narices era esa comezón. Tenías los dedos muy enrojecidos. No podía ser la temperatura del moto...

Las terminaciones nerviosas de la parte superior de tu muslo transmitieron enloquecidas a tu sorprendido cerebro que estaban pasando cosas horribles ahí abajo. Ni siquiera conseguiste reconocer la sensación como dolor. Te sentiste transportado a un espacio extraño donde, al fondo de un túnel muy largo y oscuro, se veía el motor, pequeño, en la lejanía. Ni siquiera te diste cuenta de que gritabas como un loco, como un poseso. Era tu cerebro de reptil, la parte más profunda de tu psique, hacía cosas para asegurar tu supervivencia, creías. La parte consciente de tu ser sentía un leve mareo y flotaba. La imagen lejana del motor se viró rápidamente, sin sentir tú sensación de movimiento alguno, para mostrar el techo de la sala del motor.

Algo le estaba pasando a tu pierna.

Pickwell se había apropiado de la tabla de temperaturas de Orgelfinger. Se había sentado en un rincón a contemplarla.

¿Se puede bajar la calefacción? Estos tubos pasan por todas partes. Excepto en las bodegas, será difícil... cerró la boca, mirando a Menez.

- Relájese Turlow o si le sube más la temperatura Orgelfinger tendrá que ponerle en el esquema.- Bromeó Menez quien, a pesar del trabajo duro, seguía gustándole evadirse de la realidad con un poco de humor. Pero tampoco quería que Turlow se relajase demasiado ya que el problema no era baladí.- Buen trabajo Orgelfinger,  ha hecho usted un buen trabajo y veloz, sí Señor.- Con el informe en manos de Picwell acompañó a Turlow y a los demás al laboratorio.

- Pues me temo que tenemos un problema. Un polizón inesperado.- Turlow era un primer oficial competente y, tras haber pasado la primera travesía en el Gabrielle, Menez era conocedora de sus prontos. Prefería tenerlo de su lado que en contra, por lo que consideró que lo mejor sería ponerle al día.- Eso, mejor así, tome asiento porque si no puede que se caiga redondo.- Advirtió Menes antes de pedirle a Peabody que mostrara el frasco.- Por favor Sr. Peabody, muéstrele al Sr. Turlow el especímen.- Esperó a que su compañero expedicionario hiciera lo que le pedía para continuar.- Ahí donde lo ve, parece una piedra, normal y corriente, pero está vivo. Lo más seguro es que sea terriblemente peligroso. ¿Recuerda el Waraloo? Seguro que sí. Pues tras las investigaciones realizadas en este laboratorio creo que podemos concluir que lo que hizo aquello  es esto mismo. No me refiero que sea el mismo sino otro similar. Un "hermanito". ¿Cómo se queda? ¿Alguna pregunta?- Menez dejó que el pobre hombre tratara de asimilar lo que le decía. Miró ahora a Picwell para asentir a su propuesta.- Sí, no va a gustar la medida, pero mejor pasar de río durante la travesía que para toda la eternidad jeje.

-¡¡¡¡¡Uaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaahhhhhhhhhhhhhhhhhhhh!!!!!!. -El alarido del italiano cortó el ambiente de la embarcación

Quizá pudieramos encontrar otra solución, si hubiera alguna posibilidad de mantenerlo bajo custodia a temperaturas adecuadas, p.ej. en las neveras más potentes. Ya lo he estudiado, se podrían conectar con energía auxiliar para garantizar que no se..., activaría y... - Peabody se vió interrumpido por el alarido, y no le quedó otra que aplazar la conversación.