Partida Rol por web

Desde la discusión con Chester intento ser más cordial con el. No fue mi intención en aquel momento provocarle y no lo es para el futuro, pero sigo defendiendo mis posturas y opiniones como es habitual en mi. Los papeleos con Argentina para conseguir cambiar el plan de vuelo y encontrar un lugar para Abermale no dan sus frutos, excepto en lo de exasperarme con el lenguaje y cebarme con los tópicos sobre lo vagos que son estos latinos, siempre considerando a López una excepción y con mucho cuidado de que no me oigan los nativos.

La llegada a La Paz me incomoda un poco al verme rodeado de tantos militares. Se supone que están allí para ofrecer una sensación de seguridad, pero conmigo consiguen el efecto contrario. De echo el sargento Peláez me da poca confianza, pero no quiero quedarme solo y sigo a los demás. (También dudo que tuviera esa opción realmente). El lugar al que nos lleva a cenar resulta bastante exótico, por no hablar de la comida, que tiene un extraño poder de atracción y repulsión al mismo tiempo. Lo que si me atrae mucho es esa infusión de coca... Al avanzar la noche voy sintiéndome cada vez más despreocupado y menos precavido con los militares, aunque le echo más la culpa al licor de maíz que al te de coca. El incidente con la "vidente" me resulta de lo más divertido, aunque intento mantener la compostura delante del sargento. Vaya vaya, así que una cualquiera le quita la autoridad a un militar de rango... Aunque nunca me han gustado los prostíbulos sigo al grupo y me entretengo en la barra dejando que las señoritas se interesen por mi. No tengo intención de irme con ninguna, el reto es lo que da emoción en conseguir a una mujer, pero siempre es agradable tener buena compañía femenina. Cuando amanezco sobre la barra del bar tengo un dolor de cabeza de mil demonios. El espectáculo puede dar para mucho si alguien lo contara, pero no puedo dejar de pensar en lo gracioso que resulta. Mi estómago sigue bastante revuelto a causa de la comida picante y el licor, por lo que aprovecho para visitar el baño antes de ir despertando a los miembros de la expedición que siguen dormidos.

¿De quién narices es esta pierna? 

Chester se levanta en una cama que no es la suya con una cabeza que desearía fuera la de cualquier otro.

Buenos días, Chess...

al otro lado de la cama una mujer de piel oscura y pelo alborotado le sonríe, no sin cierto esfuerzo. Chester apenas puede enfocarla. La recordaba más guapa, la verdad.

Tratando de recuperar algo de entereza y decencia, Chester salta de la cama - mala idea; uno de sus pies se enreda con las sábanas y a punto está de dejarse la nariz en el suelo de la habitación - y empieza a recoger su vestimenta, desperdigada por toda la habitación, con un éxito relativo; un calcetín se resiste a ser encontrado, pero tras una búsqueda exhaustiva termina apareciendo dentro de un orinal usado. Con cara de asco, Chester decide que mejor cojo que mojado, y renuncia a recuperarlo.

¿Ya te vas? - de nuevo aquella voz entre las sábanas. Debería decirle algo...

El deber me llama; entiéndelo, los agentes secretos americanos no descansamos nunca. Dile a tu hermano que no se preocupe, que el cargamento de cigarrillos llegará por donde te he dicho; que le diga al conductor que va de parte del Sargento Chester y no tendrá problemas para que le venda una parte a un precio muy razonable. Y ahora - añade mientras se acerca a los pies de la cama (¿o eso era el cabezal?) para dar un último beso a la chica. De verdad que debo partir. El deber me llama. Y recuerda; nunca he estado aquí, no me has visto pasar y Estados Unidos no está preparando un Golpe de Estado en el país, ¿de acuerdo? ¡Salud!

Antes de irse, Chester abre su cartera y deja el escaso dinero que aún pueda quedarle... si es que le queda algo. Tengo que pedirle un adelanto a alguien - pensó teniendo a un "alguien" muy concreto en mente. Medio calzado y medio muerto, Chester sale de la habitación, cierra la puerta y reza porque sus compañeros no se hayan ido ya hacia la siguiente escala del vuelo. 

Nada más cerrar la puerta, Chester se topa de frente con Sutton, quien sin duda venía a buscarle. 

Hombre, Anthony. Precisamente hace un segundo estaba pensando en usted... pero el asunto puede esperar. Si le parece bien, les esperaré en el piso de abajo.

Chester, tocado y hundido, decide esperar al resto de la expedición en uno de los desvencijados sofás del salón del piso inferior. Al menos esto es gratis.

Alguien, en el piso de abajo, está haciendo huevos fritos. Un aroma que despierta ganas de asesinar a cualquier pobre hombre aquejado de resaca perdido por ahí, en el techo del mundo, con el efecto del te de coca ya en el dedo gordo de los pies.

Sutton se encuentra despierto, pensativo, en postura decúbito supina, subido en lo alto de la barra del pequeño bar para servicio de las habitaciones que hay en el piso superior. Cómo es el resto de la casa es algo que solo Sutton sabe, ya que su cerebro ha resistido los embates de los diversos productos que han intentado tomarlo al asalto y, en realidad, el aroma a comida a él le produce hambre. Mucha hambre.

Field no sabe ni qué día es, nisiquiera cómo comenzó la noche. El bueno de Chester se encontraba un buen día en la puerta de un local. Iba a comer y luego, plaff: sin solución de continuidad, apareció encima de una moza que resoplaba.

De lo que le habló a María (nombre poco original, si, pero que sienta bien a cualquier puta), llevado por su sentido de la fantasía y su buen humor, a la moza le fue llegando el contenido poco a poco.

Estábamos en esas, cuando a Sutton se le ocurrió que faltaba alguien. Si. En realidad faltaban muchos. Mientras Field, que por las escaleras había deducido elegantemente que había un piso de abajo, iniciaba el descenso, el inglés comenzó a contar con los dedos...

Yo (Sutton), Chester, Dominique, Douglas, Pat, los Sorensen, Nils y Gunnar, Tomás... ¿Faltaba alguien en su lista? No. Charlene, Larry, Ralph y Abermale se habían quedado en el hotel. Se bajó de la barra con precaución y penetró en los diversos cuartitos llamando en voz queda. Como zombies, poco a poco, fueron saliendo uno tras otro. Dominique seguía completamente borracho, pero en un estado nada alegre. Tenía los ojos llorosos y balbuceaba. Estaba sucio, más que todos los demás juntos, y la ropa estaba hecha jirones.

Al sargento Lituma no se le veía por ninguna parte.

De un ventanuco cubierto por unas cortinas oscuras llegaba el ululante sonido del viento, el ruido de los viandantes, el de unos muchachos jugando, el traqueteo de un carro, y alguien cantando en castellano. Por las rendijas pasaba la luz.

Pickwell había sufrido, a lo largo de la noche, varios episodios de estress post traumático. En la niebla producida por el picante, el alcohol y las drogas, potenciada por el mal de las alturas, la música y los estímulos extraños, se perdió completamente.

No se acuerda de nada de lo que ocurrió.

Se encuentra, cuando lo sacan de la habitación, con un montón de gente extraña, o casi casi conocidos, que le miran como si tuviera monos en la cara. En ese momento le entra una indignación tremenda por algo de lo que no se acuerda. Tiene unas ganas locas de estamparle un puñetazo a cualquier cosa que se le ponga delante.

Del cuarto donde había estado Chester, sale una chica bastante joven y bonita. Mira al suelo mientras camina, aunque lanza un vistazo asustado a Chester. Luego baja las escaleras rápido, descalza.

Chester no se siente de humor para cosas raras. ¿Que la chica está asustada? Pues bueno, tampoco recuerda haber estado tan mal. Para ser sinceros, tampoco recuerda haber estado bien, y para ser totalmente fieles a la verdad, apenas recuerda haber estado. Chester no se molesta en detenerla. Pero el aspecto de Dominique era espantoso y preocupante. Algo de aquello debió llegar hasta su maltrecho cerebro.

¡Dominique! ¿Qué te ha pasado? ¿Estás herido? - La pregunta, a la vista de su aspecto, era bastante absurda, pero no iba a empezar a molestarse por aquellas naderías. - ¿Alguien te ha asaltado? ¿¡Hay un médico en la sala!?

Quizás solamente había estado de fiesta, pero menuda fiesta debía haber sido.

Mi refugio oscuro y solitario... pero que hacen, no pueden sacarme, no deben, quienes son..., estos son otros, a los anteriores los expulse a la luz y estos sin embargo me son familiares. LA LUZ... NO... YO... OSCURIDAD y me arrastro desesperadamente por huir hacia la oscuridad, sin importar si golpeo o pateo a quienes me sacaron de la habitacion.

Llegado este momento y viendo que se me cierra la huida reacciono como un animal acorralado lanzando puñetazos y patadas sin importar donde DOLOR... LOS OJOS ME ARDEN... ATRAS, OS DERROTARE TAMBIEN...

Oh.. joder, escenita mañanera no por favor... - ¡Que alguien vaya tras la muchacha! - Menos mal que aquí no hay mucha prensa... El estado en el que se levanta Dominique me hace pensar rápidamente en Abermale. No podemos perder a Dominique. ¿Quizás el alcohol le ha hecho recordar el suceso de la "tormenta"? Cuando se arrastra de nuevo hasta su habitación hago acopio de los arrestos que me quedan a estas horas de la mañana, intento apartar de mi mente por unos momentos el hambre voraz que me invade, e intento acercarme muy despacio hacia Dominique. - No os acerquéis nadie más de momento, dejarle espacio, podría ser peor... - Aunque no se muy bien como... Cuando estoy a tres metros de Dominique intento hablarle. - Señor Pickwel, Dominique... Aquí estamos seguros por el momento, no es necesario que salgas a la luz, podemos permanecer aquí. Si te duelen los ojos ciérralos e intenta dormir. - Muy lentamente intento acercarme con precaución. - Soy Anthony, tu compañero y amigo. - Mi voz es suave, intentando tranquilizarle todo lo posible.

López, rápidamente, corta el paso a la muchacha. Le dice algo en castellano. Inmediatamente, la chica intenta esquivarle, y López se sigue interponiendo... todo son movimientos torpes, y algo estúpidos, pero ella termina pudiendo bajar las escaleras, mientras López salta sobre su pie izquierdo, debido al pisotón que le ha dado al pasar.

Baja como una exhalación, cubierta solamente con una manta, dejando de disimular su miedo. Los Sorensen bajan tras ella, y luego López. Abajo se escucha ruido de discusión.

Dominique intenta dar un desmañado puñetazo a Sutton, pero solamente logra abanicarle, ya que los nudillos cruzan por delante de su cara sin entrar en contacto. Entre tanto, algo parece llegar a su perturbada mente de lo que dice el procer del Viejo Imperio. Su intervención ha sido clara y oportuna, y todo el mundo se aparta. Dominique parece haber comprendido al menos algo de lo que se le dice, y se queda en lo que para él es tierra de nadie: en el sitio, sudando profusamente y tapándose la cara con los brazos, para aislarse del mundo.

Hostia puta, vaya nochecita. Esto me huele mal. Creo que deberíamos salir de aquí cagando leches, ¿no?

Miles se asoma a la ventana, a ver qué hay. Narices, estamos en la ciudad. No veo un puto coche ni nada que se le parezca.

Halperin está semidesnudo. Mira hacia donde está su habitación. Voy a ver si tengo todo ¿vale? Esperad un poco.

Pasa con cuidado, guardando las distancias, por donde está Dominique y se mete a revolver en el lugar por el que ha salido. El sitio consta de un pequeño salón con una pequeña barra. En el saloncito están las escaleras que conducen al piso de abajo, y del salón también parte un pasillo donde hay varias puertas, que parecen ser las habitaciones. La puerta del fondo del salón podría ser un cuarto de baño, aunque no lo recordáis con exactitud.

De otra de las puertas, sale otra chica, cubierta con una bata de raso. Pregunta algo en español, pero da un gritito cuando se acerca demasiado a Dominique y recibe un rugido por respuesta. Pronto está soltando un torrente de cosas incomprensibles (ya que López está abajo, en sus discusiones), y el sitio se va llenando de gente.

Del cuarto donde estaba Dominique, sale otra chica hablando por los codos, al ver que una compañera se ha atrevido con los extranjeros. Esta si que tiene cara de miedo... y un cardenal en un brazo. No se acerca a Dominique en absoluto. Cuando ve el gesto del piloto, grita algo en castellano.

Chester no entiende nada... pero sabe cuál es el aspecto de una situación diez minutos antes de que se presente la policía haciendo un montón de preguntas. En castellano. 

Miles tiene razón; hay que salir de aquí cagando leches.

Chester se acerca a Dominique y, tratando de usar el mismo tono que Sutton, intenta convencerle de que lo mejor es que salgan de aquí.

Dominique, vamos a llevarte a un lugar seguro, donde nadie pueda hacerte daño. Confía en nosotros, somos tus amigos, ¿te acuerdas? Yo soy Chester, él es Sutton. Estamos contigo, y mientras nos acompañes, nada malo te va a pasar. ¿Vamos?

Dominique ve la escena desde fuera, impotente, se ve asi mismo acurrucado en un rincon sombrio, sentado en el suelo hecho un ovillo con la cara enterrada en los muslos y las manos cogiendose las piernas con fuerza. Se mece ligeramente y... estoy sollozando.

Un instante despues levanto la cara y veo a mis amigos a cierta distancia hablandome,no entiendo bien que me estan intentando decir, pero por sus caras de preocupacion algo en mi me dice que estamos en apuros. Los movimientos me cuestan horrores, me duele todo el cuerpo como si me hubieran dado una paliza. Haciendo un esfuerzo levanto un brazo con la palma de la mano hacia arriba y les suplico con voz queda:

Sacadme de aqui...  Acto seguido vuelvo a verme otra vez desde arriba...